— Nada asegura al hombre que lo que inventa no lo mata.
— El mundo moderno parece
invencible.
Como los saurios
desaparecidos.
— Las auténticas
transformaciones sociales no son obra de la frustración y la envidia, sino
secuelas de epidemias de asco y de tedio.
— Las ideologías se
inventaron para que pueda opinar el que no piensa.
— Innovar en materia
litúrgica no es sacrilegio, sino estupidez.
El hombre sólo venera
rutinas inmemoriales.
— El abuso eficaz de poder
presupone el anonimato del opresor o el anonimato del oprimido.
Los despotismos fracasan,
cuando rostros inconfundibles se enfrentan.
— Sin
analizar no comprendemos.
Pero no
presumamos haber comprendido, porque hemos analizado.
— El porcentaje de
electores que se abstienen de votar mide el grado de libertad concreta en una
democracia.
Donde la libertad es
ficticia, o donde está amenazada el porcentaje tiende a cero.
— Si no jerarquizamos,
acabamos siendo injustos con todo.
Hasta con lo que fuimos, o
con lo que somos.
— El mal promete lo que no
puede cumplir.
El bien cumple lo que no
sabe prometer.
— Las estupideces modernas
son más irritantes que las antiguas, porque sus prosélitos pretenden
justificarlas en nombre de la razón.
— La gente nos permite más
fácilmente desdeñar sus ocupaciones serias que sus diversiones
— Un destino burocrático
espera a los revolucionarios, como el mar a los ríos.
— Hoy no hay por quien
luchar.
Solamente contra quien.
— Los medios actuales de
comunicación le permiten al ciudadano moderno enterarse de todo sin entender
nada.
— Nada más bufo que aducir
nombres de creyentes ilustres como certificados de existencia de Dios.
— La dicha del ser que
amamos es el único bien terrestre que nos colma.
— Una voz ebria de dicha es
dato que revela secretos sobre la substancia misma del mundo.
— Creer se asemeja más a
palpar que a oír.
— El universo es un
diccionario inútil para el que no aporta su propia sintaxis.
— La primavera es el sueño
del eterno otoño del mundo.
— La intransigencia en
política suele ser una exigencia compensatoria de las flaquezas personales.
— Ni la elocuencia
revolucionaria, ni las cartas de amor, pueden leerse por terceros sin
hilaridad.
— El escritor sólo debe ser
vocero de sí mismo.
— Donde
oigamos, hoy, las palabras: orden, autoridad, tradición, alguien está
mintiendo.
— La obra política es
irrepetible, como la obra de arte, e igualmente capaz de la misma eternidad.
— Los lectores del escritor
ilustre se dividen en dos grupos: los que lo admiran sin leerlo y los que lo
desdeñan sin haberlo leído.
— Toda
revolución agrava los males en contra de los cuales estalla.
— No culpemos la técnica de
las desgracias causadas por nuestra incapacidad de inventar una técnica de la
técnica.
— El moderno se niega a sí
mismo toda dimensión metafísica y se juzga mero objeto de ciencia.
Pero chilla cuando lo
exterminan como tal.
— Dios nos preserve de la
pureza, en todos los campos.
De la madre del terrorismo
político, del sectarismo religioso, de la inclemencia ética, de la esterilidad
estética, de la bobería filosófica.
— Estrictamente nuevo no
hay en el mundo sino cada alma nueva.
La novedad de las cosas,
por lo tanto, no es más que el tinte en que las baña el alma que atraviesan.
— En las sociedades donde
el cargo social, en lugar de adherir a la persona, constituye meramente un
transitorio encargo, la envidia se desboca.
“La carriere ouverte aux talents” es el hipódromo de la envidia.
— Las almas modernas ni
siquiera se corrompen, se oxidan.
— Al
reaccionario derrotado le queda siempre el recurso de divertirse con las
simplezas del vencedor.
— El clérigo progresista,
en tiempos revolucionarios, acaba de muerto, pero no de mártir.
— La estupidez es el
combustible de la revolución.
— El demócrata achaca sus
errores a las circunstancias.
Nosotros agradecemos a la
casualidad nuestros aciertos.
— La comunicación entre los
hombres se dificulta, al desaparecer los rangos.
Los individuos no se
tienden la mano, al caminar en tropel, sino se tratan a codazos.
— Los demócratas se dividen
entre los que creen la perversidad curable y los que niegan que existe.
— Se acabó con los
analfabetos, para multiplicar a los iletrados.
— La literatura no perece
porque nadie escriba, sino cuando todos escriben.
— Sólo sabemos portarnos
con decencia frente al mundo cuando sabemos que nada se nos debe.
Sin mueca dolorida de
acreedor frustrado.
— Hay que aprender a ser
parcial sin ser injusto.
— Investiguemos dónde y
cuándo nace una nueva mentalidad, pero resignémonos a ignorar por qué.
— Sensual es el objeto que
revela su alma a los sentidos.
— El progresista envejecido
tiene nostalgia de coqueta vieja.
— Llamamos “orígenes” los
límites de nuestra ciencia.
— El pensamiento
reaccionario ha sido acusado de irracionalismo porque se niega a sacrificar los
cánones de la razón a los prejuicios del día.
— Los valores, como las
almas para el cristiano, nacen en la historia pero son inmortales.
— El problema religioso se
agrava cada día, porque los fieles no son teólogos y los teólogos no son
fieles.
— Al demócrata no le basta
que respetemos lo que quiere hacer con su vida, exige además que respetemos lo
que quiere hacer con la nuestra.
— En la literatura la risa
muere pronto, pero la sonrisa es inmortal.
— La cultura vive de ser
diversión y muere de ser profesión.
— La actual alternativa
democrática: burocracia opresora o plutocracia repugnante, tiende a abolirse.
Fundiéndose en un solo
término: burocracia opulenta.
A la vez repugnante y
opresora.
— El moderno no admitirá
jamás que la estupidez compartida por muchos no sea respetable sino meramente
temible.
— La virtud se ha vuelto
menos rara que la buena educación.
— Mientras el hombre no
despierte de su actual borrachera de soberbia, nada vale la pena intentar.
Sólo miradas que no
desenfoca el orgullo logran esa visión lúcida del mundo que confirma nuestra
prédica.
— Cuando la sociedad se
vacía íntegramente en el molde del estado, la persona se vaporiza.
— La mediocridad de
cualquier triunfo no merece que nos ensuciemos con las cualidades que exige.
— Sólo al contemplativo no
se le muere el alma antes que el cuerpo.
— El pueblo cree en el
desinterés de sus benefactores profesionales hasta que le pasan la cuenta.
— Patria, sin palabrería
nacionalista, es sólo el espacio que un individuo contempla a la redonda al
ascender una colina.
— La sociedad moderna
arrolla las libertades, como un regimiento de tanques una procesión de beatas.
— ¿Hacia dónde va el mundo?
Hacia la misma
transitoriedad de donde viene.
— No achaquemos al
intelecto las catástrofes causadas por las codicias que nos ciegan.
— Todo lo que interrumpa
una tradición obliga a principiar de nuevo.
Y todo origen es
sangriento.
— El enjambre humano
retorna sumisamente a la colmena colectiva, cuando la noche de una cultura se
aproxima.
— La
escolástica pecó al pretender convertir al cristiano en un sabelotodo.
El cristiano es un
escéptico que confía en Cristo.
— Mientras más complejas
sean las funciones que el estado asume, la suerte del ciudadano depende de
funcionarios crecientemente subalternos.
— El estado moderno es
pedagogo que no licencia nunca a sus alumnos.
— Las ideas se asustan y
emigran de donde se resuelve pensar en equipo.
— Las grandes tareas
intelectuales no se cumplen por el que deliberadamente las emprende, sino por
el que modestamente pretende resolver problemas personales.
— Ningún cuento popular
comenzó jamás así: érase una vez un presidente…
— El cristianismo degenera,
al abolir sus viejos idiomas litúrgicos, en sectas extravagantes y toscas.
Roto el contacto con la
antigüedad griega y latina, perdida su herencia medieval y patrística,
cualquier bobalicón se convierte en su exégeta.
— Nada enternece más al
burgués que el revolucionario de país ajeno.
— El que indaga las causas
de una revolución nunca debe inferirlas de sus efectos.
Entre las causas de una
revolución y sus efectos hay torbellinos de accidentes.
— El
hombre inteligente llega pronto a conclusiones reaccionarias.
Hoy, sin embargo,
el consenso universal de los tontos lo acobarda.
Cuando lo
interrogan en público niega ser galileo.
— Cuando los explotadores
desaparecen, los explotados se dividen en explotadores y explotados.
— Todos examinan con más
cuidado el raciocinio que la evidencia que lo sustenta.
— Los raciocinios se
enderezan con más garbo, se yerguen más altivos, caminan con más petulancia,
mientras más se alejan de su origen.
— Cuando la noción de deber
expulsa la de vocación, la sociedad se puebla de almas truncas.
— El
reaccionario no anhela la vana restauración del pasado, sino la improbable
ruptura del futuro con este sórdido presente.
— La estupidez es la madre
de las atrocidades revolucionarias.
La ferocidad es sólo la
madrina.
— La imaginación, si fuese
creadora, sería simple fantasía.
La imaginación es
percepción de lo que escapa a la percepción ordinaria.
— La desconfianza en el
futuro de la sociedad moderna, reservada hasta ayer al hombre inteligente,
agobia hoy hasta al imbécil.
— Todo, en el individuo,
proviene del cruce del espacio con el tiempo.
Menos el individuo mismo.
— El individuo no es una
encrucijada de caminos, sino el misterioso calvario allí erigido.
— El izquierdista, como el
polemista de antaño, cree refutar una opinión acusando de inmoralidad al
opinante.
— Los que manejan un
vocabulario sociológico se figuran haber entendido porque han clasificado.
— Nuestros contemporáneos
denigran el pasado para no suicidarse de vergüenza y de nostalgia.
— Los museos son el invento
de una humanidad que no tiene puesto para las obras de arte, ni en su casa, ni
en su vida.
— La unanimidad, en una
sociedad sin clases, no resulta de la ausencia de clases, sino de la presencia
de la policía.
— Cada tabú suprimido hace
retroceder la existencia humana hacia la insipidez del instinto.
— Los problemas sociales no
son solubles.
Pero podemos minorarlos
evitando que el empeño de aliviar uno solo los agrave todos.
— El solitario es el
delegado de la humanidad a lo importante.
— Las derrotas nunca son
definitivas cuando se aceptan de buen humor.
— Las sociedades moribundas
acumulan leyes como los moribundos remedios.
— La posteridad no es el
conjunto de las generaciones futuras.
Es un pequeño grupo de
hombres de gusto, bien educados, eruditos, en cada generación.
— Puesto que el diálogo con
mediocres notoriamente nos apoca, ¿no será la poquedad de nuestros
interlocutores, reflejo de nuestra mediocridad?
— Podemos pintar la
decadencia de una sociedad, pero es imposible definirla.
Como la creciente demencia
de una mirada.
— Dios inventó las
herramientas, el diablo las máquinas.
— Creemos en muchas cosas
en que no creemos creer.
— Las solas leyes
biológicas no tiene dedos suficientes sutiles para modelar la belleza de un
rostro.
— El derecho al mando fue
el tema central de la política, ayer.
Las técnicas de captación
del mando son, hoy, el tema central de la política.
— Los abanderados de la
libertad festejados por el XIX resultaron la vanguardia del despotismo
industrial.
— El burgués de ayer se
perdonaba todo, si su conducta sexual era estricta.
El de hoy se perdona todo,
si es promiscua.
— El arte es el supremo
placer sensual.
— El sufragio universal no
reconoce finalmente al individuo sino el “derecho” de ser alternativamente
opresor u oprimido.
— Los desatinos políticos
se reiteran, porque son expresión de la naturaleza humana.
Los aciertos no se repiten,
porque son dádiva de la historia.
— Los problemas graves no
asustan nunca al tonto.
Los que se inquietan, por
ejemplo, ante el deterioro cualitativo de una sociedad, lo hacen reír.
— Los
reaccionarios se reclutan entre los espectadores de primera fila de una
revolución.
— La tragedia intelectual
del gobernante democrático es la obligación de realizar el programa que pregonó
para que lo eligieran.
— El raciocinio cardinal
del progresista es bellísimo: lo mejor siempre triunfa, porque se llama mejor
lo que triunfa.
— El hombre moderno trata
al universo como un demente a un idiota.
— Cada día le exigimos más
a la sociedad para poder exigirnos menos.
— La plétora de
leyes es indicio de que nadie sabe ya mandar con inteligencia.
O de que nadie
sabe ya obedecer con libertad.
— Como consecuencia de los
adelantos técnicos, los viejos anunciadores de catástrofes les están cediendo
el puesto a los testigos de las catástrofes anunciadas.
— Las
civilizaciones difieren radicalmente entre sí.
De civilización a
civilización, sin embargo, los pocos civilizados se reconocen mutuamente con
discreta sonrisa.
— Sociólogos, psicólogos,
psiquiatras, son expertos en generalidades.
Ante los pitones taurinos
del caso concreto, todos parecen toreros anglosajones.
— La razón no es substituto
de la fe, así como el color no es substituto del sonido.
— El individuo que se
miente a sí mismo, así como la sociedad que no se miente, se pudren pronto y
perecen.
— La honradez intelectual
es virtud que cada generación sucesiva presume practicar por vez primera.
— La
evolución rápida de una sociedad tritura sus costumbres.
E impone al
individuo, en lugar de la educación silenciosa de los usos, las riendas y el
látigo de las leyes.
— Nuestra tolerancia crece
con nuestro desdén.
— La imaginación es la
capacidad de percibir, mediante los sentidos, los atributos del objeto que los
sentidos no perciben.
— Los sueños vulgares aquí
se cumplen.
Pero aquí no anidan los que
el adolescente sueña bajo el follaje opresor del verano.
— Respetemos los dos polos
del hombre: individuo concreto, espíritu humano.
Pero no su zona media de
animal opinante.
— Para hablar de lo eterno,
basta hablar con talento de las cosas del día.
— La nueva izquierda
congrega a los que confiesan la ineficacia del remedio sin dejar de creer en la
receta.
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