— El hombre moderno no
expulsa a Dios, para asumir la responsabilidad del mundo.
Sino para no tener que
asumirla.
— En este aburguesamiento
universal, añoro menos la aristocracia muerta que el pueblo desaparecido.
— La inteligencia no
consiste en le manejo de ideas inteligentes, sino en el manejo inteligente de
cualquier idea.
— La inepcia y la sandez de
la palabrería episcopal y pontificia nos turbarían, si nosotros, cristianos
viejos, no hubiésemos aprendido, felizmente, desde pequeños, a dormir durante
el sermón.
— Cuando oímos los acordes
finales de un himno nacional, sabemos con certeza que alguien acaba de decir
tonterías.
— Dios es el término con
que le notificamos al universo que no es todo.
— El técnico se cree un ser
superior, porque sabe lo que, por definición, cualquiera puede aprender.
— Sus obras envanecen al
hombre, porque olvida que si lo que hace es suyo, no es suyo el tener la
capacidad de hacerlo.
— El diálogo pervierte a
sus participantes.
O porfían por pugnacidad, o
conceden por desidia.
— Más de un milenio duró el
período de la historia europea durante el cual la salvación social fue posible.
Y varias veces conseguida.
Pero en tiempos
democráticos, o cesáreos, tan sólo podemos salvar el alma.
Y eso no siempre.
— Indignado con el burgués
que “tranquiliza su conciencia” dando limosna de su propio peculio, el católico
de izquierda se propone hacerlo abnegadamente repartiendo el peculio ajeno.
— Toda recta lleva derecho
a un infierno.
— Las calles no fascinan la
imaginación sino cuando serpean entre muros ciegos.
— La sociedad moderna
abriga el peculiar propósito de cambiar sistemáticamente las autoridades
sociales por autoridades políticas.
Es decir: las instancias
civilizadoras por cargos administrativos.
— Lo que el psicólogo
actual rechaza enfáticamente es menos la noción de instinto que la palabra
instinto.
— Ya que explicar es
identificar, el conocimiento no es explicativo donde la individualidad es su
objeto.
— No es fácil discernir si
el periodismo contemporáneo es un cínico propósito de lucrarse envileciendo al
hombre o un apostolado “cultural” de mentes irremediablemente incultas.
— La
lucidez, en el siglo XX, tiene por requisito la abdicación a la esperanza.
— Muchos creen que el
enunciado lacónico es dogmático y estiman la generosidad de una inteligencia
proporcional a la prolijidad de su prosa.
— Una cultura muere cuando
nadie sabe en qué consiste, o cuando todos creen saberlo.
— El mundo moderno censura
con acrimonia a quienes le “voltean la espalda a la vida”.
Como si fuese posible saber
con certeza que voltearle la espalda a la vida no sea volver la cara hacia la
luz.
— Los conflictos sociales,
en una sociedad sana, se plantean entre sectores funcionales, en una sociedad
enferma entre estratos económicos.
— No acusemos al moderno de
haber matado a Dios. Ese crimen no está a su alcance.
Sino de haber matado a los
dioses.
Dios sigue intacto, pero el
universo se marchita y se pudre porque los dioses subalternos perecieron.
— La
poesía es la huella dactilar de Dios en la arcilla humana.
— Los que no queremos
pertenecer a este siglo de envidia tenemos que cercenarle diariamente siete
cabezas a la envidia de nuestro corazón.
— Frente a tanto
intelectual soso, a tanto artista sin talento, a tanto revolucionario
estereotipado, un burgués sin pretensiones parece una estatua griega.
— Nuestra miseria proviene
menos de nuestros problemas que de las soluciones que les son idóneas.
— La Iglesia pudo bautizar
a la sociedad medieval porque era sociedad de pecadores, pero su porvenir no es
halagüeño en la sociedad moderna donde todos se creen inocentes.
— Muchas doctrinas valen
menos por los aciertos que contienen que por los errores que rechazan.
— Este siglo tonto tolera
que la vulgaridad del erotismo lo prive de los deleites de la impudicia.
— El
reaccionario no se vuelve conservador sino en las épocas que guardan algo digno
de ser conservado.
— Los nuevos liturgistas
han suprimido los púlpitos sagrados para que ningún malévolo sostenga que la
Iglesia pretende rivalizar con las cátedras profanas.
— La filosofía es el arte
de formular lúcidamente problemas.
Inventar soluciones no es
ocupación de inteligencias serias.
— Los que pretenden abolir
la alienación del hombre, cambiando la estructura jurídica de la economía,
recuerdan al que resolvió el problema de su infortunio conyugal vendiendo el
sofá del adulterio.
— La Musa no visita al que
más trabaja, o al que menos trabaja, sino a quien se le da la gana.
— Sólo logramos decir lo
que queremos, cuando casualmente decimos lo que debemos.
— El mundo moderno nos
exige que aprobemos lo que ni siquiera debería atreverse a pedir que
toleráramos.
— La colonia que se
independiza pasa de la imitación confesa a la originalidad postiza.
— Periodistas y políticos
no saben distinguir entre el desarrollo de una idea y la expansión de una
frase.
— Los que le quitan al
hombre sus cadenas liberan soló a un animal.
— La historia se reduciría
a un inventario tipológico, si cada una de sus instancias típicas no fuese
inherente a una persona.
— Tanto como el hecho que
humilla nuestro orgullo, me regocija el gesto noble que disipa la aprensión de
nuestra radical vileza.
— Nunca podemos contar con
el que no se mira a sí mismo con mirada de entomólogo.
— El mundo le parece menos
ajeno al que actúa que su propia alma al que se observa.
— El Progreso se reduce
finalmente a robarle al hombre lo que lo ennoblece, para poder venderle barato
lo que le envilece.
— Si
los europeos renuncian a sus particularismos para procrear al “buen europeo”,
temamos que sólo engendren a otro norteamericano.
— La puerta de la realidad
es horizontal.
— Los peores demagogos no
se reclutan entre los pobres envidiosos, sino entre los ricos vergonzantes.
— El marxista no duda de la
perversidad de su adversario.
El reaccionario meramente
sospecha que el suyo es estúpido.
— El historiador trata la
historia en retratista.
El sociólogo en policía que
la ficha.
— El incrédulo no perdona
al apóstata que le confirme su incredulidad.
— Los católicos no sospechan
que el mundo se siente estafado con cada concesión que el catolicismo le hace.
— Sobre el campanario de la
iglesia moderna, el clero progresista, en vez de cruz, coloca una veleta.
— La revolución
— toda revolución, la
revolución en sí
— es la matriz de las
burguesías.
— La primera revolución
estalló cuando se le ocurrió a algún tonto que el derecho se podía inventar.
— Período histórico es el
lapso durante el cual predomina una determinada definición de lo legítimo.
Revolución es el tránsito de
una definición a otra.
— Siendo las cosas que no
ennoblece la vejez tan raras como los hombres que la vejez ennoblece, el mundo
moderno destruye las cosas viejas y prolongan la senectud del hombre.
— Los prejuicios son
postulados que quieren dárselas de evidencias.
— La lectura del periódico
envilece al que no embrutece.
— Uno a uno, talvez los
hombres sean nuestros prójimos, pero amontonados seguramente no lo son.
— La democracia no confía
el poder a quien no le hace el homenaje de sacrificarle la conciencia y el
gusto.
— Tanta es la fe del
marxista en Marx que usualmente se abstiene de leerlo.
— La fe en Dios no resuelve
los problemas, pero los vuelve irrisorios.
La serenidad del creyente
no es presunción de ciencia, sino plenitud de confianza.
— El castigo del que se
busca es que se encuentra.
— Saber cuáles son las
reformas que el mundo necesita es el único síntoma inequívoco de estupidez.
— Aun cuando la desigualdad
no fuera imborrable, deberíamos preferirla a la igualdad por amor a la
policromía.
— Gran historiador no es
tanto el que advierte defectos en lo que admira como el que admite virtudes en
lo que detesta.
— Los viejos despotismos se
limitaban a encerrar al hombre en la vida privada, los del nuevo cuño prefieren
que no tenga sino vida pública.
Para domesticar al hombre
basta politizar todos sus gestos.
— El terror es el régimen
natural de toda sociedad sin rastros de feudalismo.
— Sabiendo
que no puede ganar, el reaccionario no tiene ganas de mentir.
— Ojalá resucitaran los
“filósofos” del XVIII, con su ingenio, su sarcasmo, su osadía, para que
minaran, desmantelaran, demolieran, los “prejuicios” de este siglo.
Los prejuicios que nos
legaron ellos.
— Generalizar extiende
nuestro poder y empobrece nuestro espíritu.
— El más repulsivo y
grotesco de los espectáculos es el de la superioridad de profesor vivo sobre
genio muerto.
— Los pecados que
escandalizan al público son menos graves que los que tolera.
— Los revolucionarios
actuales sólo son herederos impacientes.
De revolución se hablará
seriamente, cuando el “consumo” odiado no sea meramente el consumo ajeno.
— De la putrefacción de la
civilización moderna sólo se duda en país sub-desarrollado.
— Los tres enemigos del
hombre son: el demonio, el estado y la técnica.
— La fisiología por un
lado, la sociología por otro, firmaron la partición de la psicología.
La vida personal ha sido
abolida, como la dieta polonesa.
— Dios es la región a donde
llega finalmente el que camina hacia delante.
El que no camina en órbita.
— La más ominosa de las
perversiones modernas es la vergüenza de parecer ingenuos si no coqueteamos con
el mal.
— El historiador debe
mostrarnos que el pretérito fue, a la vez, trivial como todo presente y
fascinante como todo pasado.
— No
soy un intelectual moderno inconforme, sino un campesino medieval indignado.
— El escritor no puede
ufanarse de los aciertos que obtenga, sino de los desaciertos que eluda.
— La civilización moderna
recluta automáticamente a todo el que se mueva.
— El propósito de dialogar,
hoy, presupone la intención de traicionar.
— Como la destreza
electoral del demócrata nos parece prueba de inteligencia, las sandeces de sus
declaraciones públicas nos parecen deliberadas.
Hasta que descubrimos,
asombrados, que cree en ellas.
— Las ideas tontas son
inmortales. Cada nueva generación las inventa nuevamente.
— Tratemos, al envejecer,
de asumir actitudes que nuestra adolescencia hubiese aprobado y de tener ideas
que no hubiese entendido.
— Nada más frecuente que
sentirnos dueños de varias ideas, porque sólo atrapamos expresiones inadecuadas
de la misma.
— El alma de los jóvenes
aburriría menos, si no la exhibieran tanto.
— El clero progresista no
decepciona nunca al aficionado a lo ridículo.
— Es más fácil perdonarle
el progreso al progresista que su fe.
— La historia del
cristianismo revela al cristiano qué presencia Cristo ha querido tener en la
historia.
Pretender borrar esa
historia, para retornar al solo Cristo evangélico, no es gesto de devoción sino
de orgullo.
— Revelación es el valor
que le sobreviene de pronto a un hecho psicológico.
— Un gesto, un gesto solo,
basta a veces para justificar la existencia del mundo.
— Cuando la razón levanta
el vuelo para escapar a la historia, no es en lo absoluto donde se posa, sino
en la moda del día.
— La confusión es el
resultado normal del diálogo.
Salvo cuando un solo autor
lo inventa.
— El tiempo modifica la
topografía de nuestras convicciones.
— Los pensadores
contemporáneos difieren entre sí como los hoteles internacionales, cuya
estructura uniforme se adorna superficialmente con motivos indígenas.
Cuando, en verdad, sólo es interesante el localismo mental que se expresa en
léxico cosmopolita.
— El capitalismo es
abominable porque logra la prosperidad repugnante vanamente prometida por el
socialismo que lo odia.
— El individualismo
religioso olvida al prójimo, el comunitarismo olvida a Dios.
Siempre es más grave error
el segundo.
— El suicidio más
acostumbrado en nuestro tiempo consiste en pegarse un balazo en el alma.
— El optimismo es gesto de
enfermo asustado.
— Tan grande es la
distancia entre Dios y la inteligencia humana que sólo una teología infantil no
es pueril.
— El reaccionario no
respeta todo lo que trae la historia, pero respeta solamente lo que trae.
— El teólogo moderno anhela
transformar la doctrina cristiana en simple ideología de comportamientos
comunitarios.
— Quienes profetizan más
que indefinidas alternancias de decadencias y de ascensos, esconden algún
producto equívoco para la venta al contado.
— Las doctrinas que
pretenden mover muchedumbres tienen que ocultar, púdicamente, la inevitable
arbitrariedad de sus postulados y la inevitable incertidumbre de sus
conclusiones.
— Ser auténticamente moderno
es, en cualquier siglo, indicio de mediocridad.
— La humanidad actual
sustituyó el mito de una pretérita edad de oro con el de una futura edad de
plástico.
— Al cabo de unos años,
sólo oímos la voz del que habló sin estridencias.
— Las “soluciones” son las
ideologías de la estupidez.
— La castidad, pasada la
juventud, más que de la ética, hace parte del buen gusto.
— Descubrir la faz de
Cristo, en el rostro del hombre moderno, requiere más que un acto de fe, un
acto de credulidad.
— A la vida no podemos ni
ponerle condiciones ni recibirle todo lo que da.
— Debemos acoger
cortésmente en nuestras almas toda la belleza del mundo.
Sin entregar nuestro
corazón eterno a ese huésped transeúnte.
— Debemos resignarnos a que
nada dure, pero negarnos a acelerar su fin.
— Los caprichos de sus
pasiones quizá salven al hombre de la catástrofe hacia la cual lo precipitan
los automatismos de su inteligencia.
— Dios es la verdad de
todas las ilusiones.
— La verdadera religión es
monástica, ascética, autoritaria, jerárquica.
— Acabamos comprendiendo al
que sabe lo que dice, por complicado que sea lo que diga.
Pero es imposible entender
al que meramente se imagina saberlo.
— La creencia en la solubilidad fundamental de los problemas es
característica propia al mundo moderno.
Que todo antagonismo de
principios es simple equívoco, que habrá aspirina para toda cefalalgia.
— Sentirnos capaces de leer
textos literarios con imparcialidad de profesor es confesar que la literatura
dejó de gustarnos.
— Mientras más radicalmente
comparta los prejuicios de su tiempo, más fácil le es al historiador creerse
dueño de criterios objetivos para juzgar la historia.
La moda es el único
absoluto que nadie suele disputar.
— El acto de despojar de
sus bienes a un individuo se llama robo, cuando otro individuo lo despoja.
Y justicia social, cuando
una colectividad entera lo roba.
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