lunes, 6 de mayo de 2019

Escolios a un texto implícito 8 (Nicolas Gómez Dávila)


 — El hombre moderno no expulsa a Dios, para asumir la responsabilidad del mundo.
 Sino para no tener que asumirla.

 — En este aburguesamiento universal, añoro menos la aristocracia muerta que el pueblo desaparecido.

 — La inteligencia no consiste en le manejo de ideas inteligentes, sino en el manejo inteligente de cualquier idea.

 — La inepcia y la sandez de la palabrería episcopal y pontificia nos turbarían, si nosotros, cristianos viejos, no hubiésemos aprendido, felizmente, desde pequeños, a dormir durante el sermón.

 — Cuando oímos los acordes finales de un himno nacional, sabemos con certeza que alguien acaba de decir tonterías.

 — Dios es el término con que le notificamos al universo que no es todo.

 — El técnico se cree un ser superior, porque sabe lo que, por definición, cualquiera puede aprender.

 — Sus obras envanecen al hombre, porque olvida que si lo que hace es suyo, no es suyo el tener la capacidad de hacerlo.

 — El diálogo pervierte a sus participantes.
 O porfían por pugnacidad, o conceden por desidia.

 — Más de un milenio duró el período de la historia europea durante el cual la salvación social fue posible.
 Y varias veces conseguida.
 Pero en tiempos democráticos, o cesáreos, tan sólo podemos salvar el alma.
 Y eso no siempre.

 — Indignado con el burgués que “tranquiliza su conciencia” dando limosna de su propio peculio, el católico de izquierda se propone hacerlo abnegadamente repartiendo el peculio ajeno.

 — Toda recta lleva derecho a un infierno.

 — Las calles no fascinan la imaginación sino cuando serpean entre muros ciegos.

 — La sociedad moderna abriga el peculiar propósito de cambiar sistemáticamente las autoridades sociales por autoridades políticas.
 Es decir: las instancias civilizadoras por cargos administrativos.

 — Lo que el psicólogo actual rechaza enfáticamente es menos la noción de instinto que la palabra instinto.

 — Ya que explicar es identificar, el conocimiento no es explicativo donde la individualidad es su objeto.

 — No es fácil discernir si el periodismo contemporáneo es un cínico propósito de lucrarse envileciendo al hombre o un apostolado “cultural” de mentes irremediablemente incultas.

 La lucidez, en el siglo XX, tiene por requisito la abdicación a la esperanza.

 — Muchos creen que el enunciado lacónico es dogmático y estiman la generosidad de una inteligencia proporcional a la prolijidad de su prosa.

 — Una cultura muere cuando nadie sabe en qué consiste, o cuando todos creen saberlo.

 — El mundo moderno censura con acrimonia a quienes le “voltean la espalda a la vida”.
 Como si fuese posible saber con certeza que voltearle la espalda a la vida no sea volver la cara hacia la luz.

 — Los conflictos sociales, en una sociedad sana, se plantean entre sectores funcionales, en una sociedad enferma entre estratos económicos.

 — No acusemos al moderno de haber matado a Dios. Ese crimen no está a su alcance.
 Sino de haber matado a los dioses.
 Dios sigue intacto, pero el universo se marchita y se pudre porque los dioses subalternos perecieron.

 La poesía es la huella dactilar de Dios en la arcilla humana.

 — Los que no queremos pertenecer a este siglo de envidia tenemos que cercenarle diariamente siete cabezas a la envidia de nuestro corazón.

 — Frente a tanto intelectual soso, a tanto artista sin talento, a tanto revolucionario estereotipado, un burgués sin pretensiones parece una estatua griega.

 — Nuestra miseria proviene menos de nuestros problemas que de las soluciones que les son idóneas.

 — La Iglesia pudo bautizar a la sociedad medieval porque era sociedad de pecadores, pero su porvenir no es halagüeño en la sociedad moderna donde todos se creen inocentes.

 — Muchas doctrinas valen menos por los aciertos que contienen que por los errores que rechazan.

 — Este siglo tonto tolera que la vulgaridad del erotismo lo prive de los deleites de la impudicia.

 El reaccionario no se vuelve conservador sino en las épocas que guardan algo digno de ser conservado.

 — Los nuevos liturgistas han suprimido los púlpitos sagrados para que ningún malévolo sostenga que la Iglesia pretende rivalizar con las cátedras profanas.

 — La filosofía es el arte de formular lúcidamente problemas.
 Inventar soluciones no es ocupación de inteligencias serias.

 — Los que pretenden abolir la alienación del hombre, cambiando la estructura jurídica de la economía, recuerdan al que resolvió el problema de su infortunio conyugal vendiendo el sofá del adulterio.

 — La Musa no visita al que más trabaja, o al que menos trabaja, sino a quien se le da la gana.

 — Sólo logramos decir lo que queremos, cuando casualmente decimos lo que debemos.

 — El mundo moderno nos exige que aprobemos lo que ni siquiera debería atreverse a pedir que toleráramos.

 — La colonia que se independiza pasa de la imitación confesa a la originalidad postiza.

 — Periodistas y políticos no saben distinguir entre el desarrollo de una idea y la expansión de una frase.

 — Los que le quitan al hombre sus cadenas liberan soló a un animal.

 — La historia se reduciría a un inventario tipológico, si cada una de sus instancias típicas no fuese inherente a una persona.

 — Tanto como el hecho que humilla nuestro orgullo, me regocija el gesto noble que disipa la aprensión de nuestra radical vileza.

 — Nunca podemos contar con el que no se mira a sí mismo con mirada de entomólogo.

 — El mundo le parece menos ajeno al que actúa que su propia alma al que se observa.

 — El Progreso se reduce finalmente a robarle al hombre lo que lo ennoblece, para poder venderle barato lo que le envilece.

 — Si los europeos renuncian a sus particularismos para procrear al “buen europeo”, temamos que sólo engendren a otro norteamericano.

 — La puerta de la realidad es horizontal.

 — Los peores demagogos no se reclutan entre los pobres envidiosos, sino entre los ricos vergonzantes.

 — El marxista no duda de la perversidad de su adversario.
 El reaccionario meramente sospecha que el suyo es estúpido.

 — El historiador trata la historia en retratista.
 El sociólogo en policía que la ficha.

 — El incrédulo no perdona al apóstata que le confirme su incredulidad.

 — Los católicos no sospechan que el mundo se siente estafado con cada concesión que el catolicismo le hace.

 — Sobre el campanario de la iglesia moderna, el clero progresista, en vez de cruz, coloca una veleta.

 — La revolución
 — toda revolución, la revolución en sí
 — es la matriz de las burguesías.

 — La primera revolución estalló cuando se le ocurrió a algún tonto que el derecho se podía inventar.

 — Período histórico es el lapso durante el cual predomina una determinada definición de lo legítimo.
 Revolución es el tránsito de una definición a otra.

 — Siendo las cosas que no ennoblece la vejez tan raras como los hombres que la vejez ennoblece, el mundo moderno destruye las cosas viejas y prolongan la senectud del hombre.

 — Los prejuicios son postulados que quieren dárselas de evidencias.

 — La lectura del periódico envilece al que no embrutece.

 — Uno a uno, talvez los hombres sean nuestros prójimos, pero amontonados seguramente no lo son.

 — La democracia no confía el poder a quien no le hace el homenaje de sacrificarle la conciencia y el gusto.

 — Tanta es la fe del marxista en Marx que usualmente se abstiene de leerlo.

 — La fe en Dios no resuelve los problemas, pero los vuelve irrisorios.
 La serenidad del creyente no es presunción de ciencia, sino plenitud de confianza.

 — El castigo del que se busca es que se encuentra.

 — Saber cuáles son las reformas que el mundo necesita es el único síntoma inequívoco de estupidez.

 — Aun cuando la desigualdad no fuera imborrable, deberíamos preferirla a la igualdad por amor a la policromía.

 — Gran historiador no es tanto el que advierte defectos en lo que admira como el que admite virtudes en lo que detesta.

 — Los viejos despotismos se limitaban a encerrar al hombre en la vida privada, los del nuevo cuño prefieren que no tenga sino vida pública.
 Para domesticar al hombre basta politizar todos sus gestos.

 — El terror es el régimen natural de toda sociedad sin rastros de feudalismo.

 Sabiendo que no puede ganar, el reaccionario no tiene ganas de mentir.

 — Ojalá resucitaran los “filósofos” del XVIII, con su ingenio, su sarcasmo, su osadía, para que minaran, desmantelaran, demolieran, los “prejuicios” de este siglo.
 Los prejuicios que nos legaron ellos.

 — Generalizar extiende nuestro poder y empobrece nuestro espíritu.

 — El más repulsivo y grotesco de los espectáculos es el de la superioridad de profesor vivo sobre genio muerto.

 — Los pecados que escandalizan al público son menos graves que los que tolera.

 — Los revolucionarios actuales sólo son herederos impacientes.
 De revolución se hablará seriamente, cuando el “consumo” odiado no sea meramente el consumo ajeno.

 — De la putrefacción de la civilización moderna sólo se duda en país sub-desarrollado.

 — Los tres enemigos del hombre son: el demonio, el estado y la técnica.

 — La fisiología por un lado, la sociología por otro, firmaron la partición de la psicología.
 La vida personal ha sido abolida, como la dieta polonesa.

 — Dios es la región a donde llega finalmente el que camina hacia delante.
 El que no camina en órbita.

 — La más ominosa de las perversiones modernas es la vergüenza de parecer ingenuos si no coqueteamos con el mal.

 — El historiador debe mostrarnos que el pretérito fue, a la vez, trivial como todo presente y fascinante como todo pasado.

 No soy un intelectual moderno inconforme, sino un campesino medieval indignado.

 — El escritor no puede ufanarse de los aciertos que obtenga, sino de los desaciertos que eluda.

 — La civilización moderna recluta automáticamente a todo el que se mueva.

 — El propósito de dialogar, hoy, presupone la intención de traicionar.

 — Como la destreza electoral del demócrata nos parece prueba de inteligencia, las sandeces de sus declaraciones públicas nos parecen deliberadas.
 Hasta que descubrimos, asombrados, que cree en ellas.

 — Las ideas tontas son inmortales. Cada nueva generación las inventa nuevamente.

 — Tratemos, al envejecer, de asumir actitudes que nuestra adolescencia hubiese aprobado y de tener ideas que no hubiese entendido.

 — Nada más frecuente que sentirnos dueños de varias ideas, porque sólo atrapamos expresiones inadecuadas de la misma.

 — El alma de los jóvenes aburriría menos, si no la exhibieran tanto.

 — El clero progresista no decepciona nunca al aficionado a lo ridículo.

 — Es más fácil perdonarle el progreso al progresista que su fe.

 — La historia del cristianismo revela al cristiano qué presencia Cristo ha querido tener en la historia.
 Pretender borrar esa historia, para retornar al solo Cristo evangélico, no es gesto de devoción sino de orgullo.

 — Revelación es el valor que le sobreviene de pronto a un hecho psicológico.

 — Un gesto, un gesto solo, basta a veces para justificar la existencia del mundo.

 — Cuando la razón levanta el vuelo para escapar a la historia, no es en lo absoluto donde se posa, sino en la moda del día.

 — La confusión es el resultado normal del diálogo.
 Salvo cuando un solo autor lo inventa.

 — El tiempo modifica la topografía de nuestras convicciones.

 — Los pensadores contemporáneos difieren entre sí como los hoteles internacionales, cuya estructura uniforme se adorna superficialmente con motivos indígenas.
 Cuando, en verdad, sólo es interesante el localismo mental que se expresa en léxico cosmopolita.

 — El capitalismo es abominable porque logra la prosperidad repugnante vanamente prometida por el socialismo que lo odia.

 — El individualismo religioso olvida al prójimo, el comunitarismo olvida a Dios.
 Siempre es más grave error el segundo.

 — El suicidio más acostumbrado en nuestro tiempo consiste en pegarse un balazo en el alma.

 — El optimismo es gesto de enfermo asustado.

 — Tan grande es la distancia entre Dios y la inteligencia humana que sólo una teología infantil no es pueril.

 — El reaccionario no respeta todo lo que trae la historia, pero respeta solamente lo que trae.

 — El teólogo moderno anhela transformar la doctrina cristiana en simple ideología de comportamientos comunitarios.

 — Quienes profetizan más que indefinidas alternancias de decadencias y de ascensos, esconden algún producto equívoco para la venta al contado.

 — Las doctrinas que pretenden mover muchedumbres tienen que ocultar, púdicamente, la inevitable arbitrariedad de sus postulados y la inevitable incertidumbre de sus conclusiones.

 — Ser auténticamente moderno es, en cualquier siglo, indicio de mediocridad.

 — La humanidad actual sustituyó el mito de una pretérita edad de oro con el de una futura edad de plástico.

 — Al cabo de unos años, sólo oímos la voz del que habló sin estridencias.

 — Las “soluciones” son las ideologías de la estupidez.

 — La castidad, pasada la juventud, más que de la ética, hace parte del buen gusto.

 — Descubrir la faz de Cristo, en el rostro del hombre moderno, requiere más que un acto de fe, un acto de credulidad.

 — A la vida no podemos ni ponerle condiciones ni recibirle todo lo que da.

 — Debemos acoger cortésmente en nuestras almas toda la belleza del mundo.
 Sin entregar nuestro corazón eterno a ese huésped transeúnte.

 — Debemos resignarnos a que nada dure, pero negarnos a acelerar su fin.

 — Los caprichos de sus pasiones quizá salven al hombre de la catástrofe hacia la cual lo precipitan los automatismos de su inteligencia.

 — Dios es la verdad de todas las ilusiones.

 — La verdadera religión es monástica, ascética, autoritaria, jerárquica.

 — Acabamos comprendiendo al que sabe lo que dice, por complicado que sea lo que diga.
 Pero es imposible entender al que meramente se imagina saberlo.

 — La creencia en la solubilidad fundamental de los problemas es característica propia al mundo moderno.
 Que todo antagonismo de principios es simple equívoco, que habrá aspirina para toda cefalalgia.

 — Sentirnos capaces de leer textos literarios con imparcialidad de profesor es confesar que la literatura dejó de gustarnos.

 — Mientras más radicalmente comparta los prejuicios de su tiempo, más fácil le es al historiador creerse dueño de criterios objetivos para juzgar la historia.
 La moda es el único absoluto que nadie suele disputar.

 — El acto de despojar de sus bienes a un individuo se llama robo, cuando otro individuo lo despoja.
 Y justicia social, cuando una colectividad entera lo roba.

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