martes, 28 de mayo de 2019

Escolios a un texto implícito 12 (Nicolás Gómez Dávila)


— Las decadencias no derivan de un exceso de civilización, sino del intento de aprovechar la civilización para eludir las prohibiciones en las cuales consiste.

 — El moderno acepta cualquier yugo, siempre que sea impersonal la mano que lo impone.

 — Al intelectual indignado por el “emburguesamiento del proletariado”, nunca se le ocurre renunciar a aquellas cosas cuyo disfrute por el proletariado le horripila como prueba de emburguesamiento.

 Nunca es demasiado tarde para nada verdaderamente importante.

 — No hay verdad que no sea lícito estrangular si ha de herir a quien amamos.

 — Mientras las diversiones sean suficientemente vulgares nadie protesta.

 — No nos quejemos del suelo en que nacimos, sino de la planta que somos.

 — El orden es engaño.
 Pero el desorden no es solución.

 — Si los hombres nacieran iguales, inventarían la desigualdad para matar el tedio.

 — La gloria, para el artista auténtico, no es un ruido de alabanzas, sino el silencio terrible del instante en que creyó acertar.

 — La imaginación se mustia en una sociedad cuyas ciudades carecen de jardines cercados por altos muros.

 — Aceptando de buen humor nuestra mediocridad, el desinterés con que gozamos de la inteligencia ajena nos vuelve casi inteligentes.

 — Las lenguas se corrompían ayer por obra y gracia de campesinos ignorantes.
 Hoy se corrompen por pedantería e incuria del especialista inculto.

 — La filosofía no tiene la función de transformar un mundo que se transforma solo.
 Sino la de juzgar ese mundo transformado.

 — En la estepa rasa el individuo no halla abrigo contra la inclemencia de la naturaleza, ni en la sociedad igualitaria contra la inclemencia del hombre.

 — Que los evangelios sean reflejo de la Iglesia primitiva es tesis aceptable para el católico.
 Pero letal para el protestantismo.

 — Mientras que el protestante depende de un texto, los católicos somos el proceso donde el texto nació.

 — Cristo al morir no dejó documentos, sino discípulos.

 — Comprender es hallar confirmación de algo previamente adivinado.

 — Una brusca expansión demográfica rejuvenece la sociedad y recrudece sus boberías.

 — Noble no es el alma que nada hiere, sino la que pronto sana.

 — La cultura presume que moriremos educándonos, a cualquier edad que expiremos.

 — El hombre tiene tanta alma cuanta cree tener.
 Cuando esa creencia muere, el hombre se vuelve objeto.

 — Por haber creído vivas las figuras de cera fabricadas por la psicología, el hombre ha ido perdiendo el conocimiento del hombre.

 — A la felicidad de quienes más queremos nos es dado contribuir, tan sólo, con una ternura silenciosa y una compasión impotente.

 — La sociedad moderna sólo respeta la ciencia como proveedora inagotable de sus codicias.

 Fomentar artificialmente las codicias, para enriquecerse satisfaciéndolas, es el inexcusable delito del capitalismo.

 — El hombre se cree perdido entre los hechos, cuando sólo está enredado en sus propias definiciones.

 — Llámase comunista al que lucha para que el estado le asegure una existencia burguesa.

 — Nuestros proyectos deben ser modestos, nuestras esperanzas desmesuradas.

 — El político no despacha con seriedad sino lo trivial.

 — La libertad legal de expresión ha crecido paralelamente a las servidumbres sociológicas del pensamiento.

 — La ciencia política es el arte de dosificar la cantidad de libertad que el hombre soporta y la cantidad de servidumbre que necesita.

 — Con sexo y violencia no se reemplaza la trascendencia exiliada.
 Ni el diablo le queda al que pierde a Dios.

 — No hay “ideal” soportable más de unos días.

 — El dolor labra, pero sólo el conflicto ético educa.

 — El que enseña acaba creyendo que sabe.

 — Tonto es el que tiene opiniones sobre los tópicos del día.

 — Quien perdona todo, porque comprende todo, simplemente no ha entendido nada.

 — Las revoluciones se columpian entre el puritanismo y la crápula, sin rozar el suelo civilizado.

 — Cuando el objeto pierde su plenitud sensual para convertirse en instrumento o en signo, la realidad se desvanece y Dios se esfuma.

 — Obra de arte, hoy, es cualquier cosa que se venda caro.

 — La historia moderna es el diálogo entre dos hombres, uno que cree en Dios, otro que se cree dios.

 — Los hombres se reparten entre los que se complican la vida para ganarse el alma y los que se gastan el alma para facilitarse la vida.

 — Tan sólo para Dios somos irreemplazables.

 — Cuando los escritores de un siglo no pueden escribir sino cosas aburridas, los lectores cambiamos de siglo.

 — La importancia profana de la religión está menos en su influencia sobre nuestra conducta que en la noble sonoridad con que enriquece el alma.

 — Hay palabras para engañar a los demás, como “racional”.
 Y otras, como “dialéctica”, para engañarse a sí mismo.

 — El envilecimiento es el precio actual de la fraternidad.

 El mundo moderno no será castigado. Es el castigo.

 — Los léxicos especializados permiten hablar con precisión en las ciencias naturales y disfrazar trivialidades en las ciencias humanas.

 — Llamamos belleza de un idioma la destreza con que algunos lo escriben.

 — No es de inanición de lo que el espíritu a veces muere, sino del hartazgo de trivialidades.

 — El alma no está en el cuerpo, sino el cuerpo en ella.
 Pero es en el cuerpo donde la palpamos.
 El absoluto no está en la historia, sino la historia en él.
 Pero es en la historia donde lo descubrimos.

 — Después de varias temporadas de urbanismo, alternadas con varios entreactos de guerra, el contexto rural y urbano de la era culta no sobrevivirá sino en atlas lingüísticos y en diccionarios etimológicos.

 Hoy se llama “tener sentido común” no protestar contra lo abyecto.

 — Ser marxista parece consistir en eximir de la interpretación marxista las sociedades comunistas.

 — ¿Aprenderá el revolucionario algún día que las revoluciones podan en lugar de extirpar?

 — Todo se puede sacrificar a la miseria del pueblo.
 Nada se debe sacrificar a su codicia.

 — La pedagogía moderna ni cultiva ni educa, meramente transmite nociones.

 — Nadie, ni nada, finalmente perdona.
 Salvo Cristo.

 — El hombre no se halla arrojado tan sólo entre objetos.
 También está inmerso entre experiencias religiosas.

 — El que carece de vocabulario para analizar sus ideas las bautiza intuiciones.

 — Aprendamos a acompañar en sus errores a los que amamos, sin convertirnos en sus cómplices.

 — Para castigar una idea los dioses la condenan a entusiasmar al tonto.

 — No invocamos a Dios como reos, sino como tierras sedientas.

 — Los mejoramientos sociales no proceden de fuertes sacudidas, sino de leves empujoncitos.

 — Nada es posible esperar ya cuando el Estado es el único recurso del alma contra su propio caos.

 La creciente libertad de costumbres en la sociedad moderna no ha suprimido los conflictos domésticos.
 Tan sólo les ha quitado dignidad.

 — El pueblo adopta hasta opiniones finas si se las predican con argumentos burdos.

 — Sin cierta puerilidad religiosa, cierta profundidad intelectual es inalcanzable.

 — Donde los gestos carecen de estilo la ética misma se envilece.

 — En la nueva izquierda militan hoy los reaccionarios desorientados y desvalidos.

 — Los tontos se indignan tan sólo contra las consecuencias.

 — La parte superior de la ética no trata del comportamiento moral, sino de la calidad del alma.

 — Las grandes convulsiones democráticas lesionan sin remedio el alma de un pueblo.

 — Varias civilizaciones fueron saqueadas porque la libertad le abrió impensadamente la puerta al enemigo.

 — El igualitario considera que la cortesía es confesión de inferioridad.
 Entre igualitarios la grosería marca el rango.

 — Todos debemos resignarnos a no bastar primero y a sobrar después.

 — El optimismo moderno es un producto comercial para lubricar el funcionamiento de la industria.

 — El estado es totalitario por esencia.
 El despotismo total es la forma hacia la cual espontáneamente tiende.

 — Totalitarismo es la fusión siniestra de religión y estado.

 — El sacrificio de la profundidad es el precio que exige la eficacia.

 — La cortesía no es incompatible con nada.

 — La grosería no es prueba de autenticidad, sino de mala educación.

 — Cada nueva generación critica la anterior, para cometer, en circunstancias análogas, el error inverso.

 — El fervor con que el marxista invoca la sociedad futura sería conmovedor sí los ritos invocatorios fuesen menos sangrientos.

 — Nada más común que transformar en “problema ético” el deber que nos incomoda.

 — Ya no existen ancianos sino jóvenes decrépitos.

 — Confundir lo popular con lo democrático es ardid táctico del demócrata.

 — El joven, normalmente, acaba pareciéndose al adulto que más desprecia.

 — Nada más imperdonable que enjaularnos voluntariamente en convicciones ajenas, cuando deberíamos intentar romper hasta los barrotes del calabozo de nuestra inteligencia.

 — Nada merece más respeto que el pueblo infortunado que suplica, ni menos que las absurdas drogas que reclama para curar su infortunio.

 — El cinismo no es indicio de agudeza sino de impotencia.

 — El problema no es la represión sexual, ni la liberación sexual, sino el sexo.

 — La revolución es progresista y busca el robustecimiento del estado; la rebelión es reaccionaria y busca su desvanecimiento.
 El revolucionario es un funcionario en potencia; el rebelde es un reaccionario en acto.

 — Los tribunales democráticos no hacen temblar al culpable, sino al acusado.

 — La envidia no es vicio de pobre, sino de rico.
 De menos rico ante más rico.

 — Aún el enemigo de la técnica denuncia sus paladinos, pero triviales, atropellos más que sus invisibles, pero desastrosas, destrucciones.
 (Como si la trashumancia febril del hombre actual, verbigracia, fuese inquietante a causa de los accidentes de tránsito).

 — El erotismo es el recurso rabioso de las almas y de los tiempos que agonizan.

 — Cualquier derecha en nuestro tiempo no es más que una izquierda de ayer deseosa de digerir en paz.

 — Las revoluciones espantan, pero las campañas electorales asquean.

 — El nivel cultural de un pueblo inteligente baja a medida que su nivel de vida sube.

 — En el solo Evangelio no podemos albergarnos, como no podemos tampoco refugiarnos en la semilla del roble, sino junto al tronco torcido y bajo el desorden de las ramas.

 — El hombre actual oscila entre la estéril rigidez de la ley y el vulgar desorden del instinto.
 Ignora la disciplina, la cortesía, el buen gusto.

 — ¿Proponer soluciones?
 ¡Como si el mundo no estuviese ahogándose en soluciones!

 La “espiritualidad oriental” moderna, como el arte oriental de los últimos siglos, es artículo de bazar.

 — La imbecilidad cambia de tema en cada época para que no la reconozcan.

 — Las jerarquías son celestes.
 En el infierno todos son iguales.

 — Las noticias periodísticas son el substituto moderno de la experiencia.

 — Es en la espontaneidad de lo que siento donde busco la coherencia de lo que pienso.

 — No me resigno a que el hombre colabore imbécilmente con la muerte, talando, demoliendo, reformando, aboliendo.

 — Los cristianos progresistas buscan afanosamente en los manuales de sociología con qué llenar lagunas del Evangelio.

 — El mal no es más interesante que el bien, sino más fácil de relatar.

 — En política debemos desconfiar aún del optimismo inteligente y confiar en los temores del imbécil.

 — El hombre tiende a la superficialidad como el corcho hacia la superficie.

 — En ciertas épocas el espíritu pierde, gane quien gane.

 — Las dos alas de la inteligencia son la erudición y el amor.

 — El igualitario se exaspera viendo que la instrucción obligatoria sólo borra la desigualdad ficticia para agravar la congénita.

 — No aconsejemos pomposamente que lo inevitable se acepte con “heroísmo”, sino que se acoja con resignación cortés.

 — Más de un presunto “problema teológico” proviene sólo del poco respeto con que Dios trata nuestros prejuicios.

 — Lo más alto y lo más bajo solían pertenecer a la misma especie.
 Hoy pertenecen a especies distintas.
 No existe rasgo común hoy entre lo que vale y lo que impera.

 — La liturgia definitivamente sólo puede hablar en latín.
 En vulgar es vulgar.

 — El simple talento es en literatura lo que las buenas intenciones en conducta. (L’enfer en est pavé).

 El entusiasmo del progresista, los argumentos del demócrata, las demostraciones del materialista, son el alimento delicioso y suculento del reaccionario.

 — En las universidades la filosofía meramente invierna.

 — El hombre madura cuando deja de creer que la política le resuelve los problemas.

 — De los “derechos del hombre” el liberalismo moderno ya no defiende sino el derecho al consumo.

 — La seriedad intelectual auténtica no es adusta sino sonriente.

 — El patriotismo que no sea adhesión carnal a paisajes concretos, es retórica de semi-cultos para arrear iletrados hacia el matadero.

 — Lo que impersonaliza degrada.

 — Lo que aquí digo parecerá trivial a quien ignore todo a lo que aludo.

 — Las civilizaciones tampoco se hacen “avec des idées” sino con modales.

 — La poesía onírica no vaticina, ronca.

 — De la trivialidad de la existencia no podemos evadirnos por las puertas, sino por los tejados.

 — La causa de la enfermedad moderna es la convicción de que el hombre se puede curar a sí mismo.

 — La agitación revolucionaria es endemia urbana y sólo epidemia campesina.

 — El odio al pasado es síntoma inequívoco de una sociedad que se aplebeya.

 — La historia debe su importancia a los valores que allí emergen, no a las humanidades que allí naufragan.

 — Filosofar no es resolver problemas sino vivirlos a un determinado nivel.

 El pecado del rico no es la riqueza, sino la importancia exclusiva que le atribuye.

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