— Las decadencias no derivan de un exceso de civilización, sino
del intento de aprovechar la civilización para eludir
las prohibiciones en las cuales consiste.
— El moderno acepta
cualquier yugo, siempre que sea impersonal la mano que lo impone.
— Al intelectual indignado
por el “emburguesamiento del proletariado”, nunca se le ocurre renunciar a
aquellas cosas cuyo disfrute por el proletariado le horripila como prueba de
emburguesamiento.
— Nunca
es demasiado tarde para nada verdaderamente importante.
— No hay verdad que no sea
lícito estrangular si ha de herir a quien amamos.
— Mientras las diversiones
sean suficientemente vulgares nadie protesta.
— No nos quejemos del suelo
en que nacimos, sino de la planta que somos.
— El orden es engaño.
Pero el desorden no es
solución.
— Si los hombres nacieran
iguales, inventarían la desigualdad para matar el tedio.
— La gloria, para el
artista auténtico, no es un ruido de alabanzas, sino el silencio terrible del
instante en que creyó acertar.
— La imaginación se mustia
en una sociedad cuyas ciudades carecen de jardines cercados por altos muros.
— Aceptando de buen humor
nuestra mediocridad, el desinterés con que gozamos de la inteligencia ajena nos
vuelve casi inteligentes.
— Las lenguas se corrompían
ayer por obra y gracia de campesinos ignorantes.
Hoy se corrompen por
pedantería e incuria del especialista inculto.
— La filosofía no tiene la
función de transformar un mundo que se transforma solo.
Sino la de juzgar ese mundo
transformado.
— En la estepa rasa el
individuo no halla abrigo contra la inclemencia de la naturaleza, ni en la
sociedad igualitaria contra la inclemencia del hombre.
— Que los evangelios sean
reflejo de la Iglesia primitiva es tesis aceptable para el católico.
Pero letal para el
protestantismo.
— Mientras que el
protestante depende de un texto, los católicos somos el proceso donde el texto
nació.
— Cristo al morir no dejó
documentos, sino discípulos.
— Comprender es hallar
confirmación de algo previamente adivinado.
— Una brusca expansión
demográfica rejuvenece la sociedad y recrudece sus boberías.
— Noble no es el alma que
nada hiere, sino la que pronto sana.
— La cultura presume que
moriremos educándonos, a cualquier edad que expiremos.
— El hombre tiene tanta
alma cuanta cree tener.
Cuando esa creencia muere,
el hombre se vuelve objeto.
— Por haber creído vivas
las figuras de cera fabricadas por la psicología, el hombre ha ido perdiendo el
conocimiento del hombre.
— A la felicidad de quienes
más queremos nos es dado contribuir, tan sólo, con una ternura silenciosa y una
compasión impotente.
— La sociedad moderna sólo
respeta la ciencia como proveedora inagotable de sus codicias.
— Fomentar
artificialmente las codicias, para enriquecerse satisfaciéndolas, es el
inexcusable delito del capitalismo.
— El hombre se cree perdido
entre los hechos, cuando sólo está enredado en sus propias definiciones.
— Llámase comunista al que
lucha para que el estado le asegure una existencia burguesa.
— Nuestros proyectos deben
ser modestos, nuestras esperanzas desmesuradas.
— El político no despacha
con seriedad sino lo trivial.
— La libertad legal de
expresión ha crecido paralelamente a las servidumbres sociológicas del
pensamiento.
— La ciencia política es el
arte de dosificar la cantidad de libertad que el hombre soporta y la cantidad
de servidumbre que necesita.
— Con sexo y violencia no
se reemplaza la trascendencia exiliada.
Ni el diablo le queda al
que pierde a Dios.
— No hay “ideal” soportable
más de unos días.
— El dolor labra, pero sólo
el conflicto ético educa.
— El que enseña acaba
creyendo que sabe.
— Tonto es el que tiene
opiniones sobre los tópicos del día.
— Quien perdona todo,
porque comprende todo, simplemente no ha entendido nada.
— Las revoluciones se
columpian entre el puritanismo y la crápula, sin rozar el suelo civilizado.
— Cuando el objeto pierde
su plenitud sensual para convertirse en instrumento o en signo, la realidad se
desvanece y Dios se esfuma.
— Obra de arte, hoy, es
cualquier cosa que se venda caro.
— La historia moderna es el
diálogo entre dos hombres, uno que cree en Dios, otro que se cree dios.
— Los hombres se reparten
entre los que se complican la vida para ganarse el alma y los que se gastan el
alma para facilitarse la vida.
— Tan sólo para Dios somos
irreemplazables.
— Cuando los escritores de
un siglo no pueden escribir sino cosas aburridas, los lectores cambiamos de
siglo.
— La importancia profana de
la religión está menos en su influencia sobre nuestra conducta que en la noble
sonoridad con que enriquece el alma.
— Hay palabras para engañar
a los demás, como “racional”.
Y otras, como “dialéctica”,
para engañarse a sí mismo.
— El envilecimiento es el
precio actual de la fraternidad.
— El
mundo moderno no será castigado. Es el castigo.
— Los léxicos
especializados permiten hablar con precisión en las ciencias naturales y
disfrazar trivialidades en las ciencias humanas.
— Llamamos belleza de un
idioma la destreza con que algunos lo escriben.
— No es de inanición de lo
que el espíritu a veces muere, sino del hartazgo de trivialidades.
— El alma no está en el
cuerpo, sino el cuerpo en ella.
Pero es en el cuerpo donde
la palpamos.
El absoluto no está en la
historia, sino la historia en él.
Pero es en la historia
donde lo descubrimos.
— Después de varias
temporadas de urbanismo, alternadas con varios entreactos de guerra, el
contexto rural y urbano de la era culta no sobrevivirá sino en atlas
lingüísticos y en diccionarios etimológicos.
— Hoy
se llama “tener sentido común” no protestar contra lo abyecto.
— Ser marxista parece
consistir en eximir de la interpretación marxista las sociedades comunistas.
— ¿Aprenderá el
revolucionario algún día que las revoluciones podan en lugar de extirpar?
— Todo se puede sacrificar
a la miseria del pueblo.
Nada se debe sacrificar a
su codicia.
— La pedagogía moderna ni
cultiva ni educa, meramente transmite nociones.
— Nadie, ni nada,
finalmente perdona.
Salvo Cristo.
— El hombre no se halla
arrojado tan sólo entre objetos.
También está inmerso entre
experiencias religiosas.
— El que carece de
vocabulario para analizar sus ideas las bautiza intuiciones.
— Aprendamos a acompañar en
sus errores a los que amamos, sin convertirnos en sus cómplices.
— Para castigar una idea
los dioses la condenan a entusiasmar al tonto.
— No invocamos a Dios como
reos, sino como tierras sedientas.
— Los mejoramientos
sociales no proceden de fuertes sacudidas, sino de leves empujoncitos.
— Nada es posible esperar
ya cuando el Estado es el único recurso del alma contra su propio caos.
— La
creciente libertad de costumbres en la sociedad moderna no ha suprimido los
conflictos domésticos.
Tan sólo les ha
quitado dignidad.
— El pueblo adopta hasta
opiniones finas si se las predican con argumentos burdos.
— Sin cierta puerilidad
religiosa, cierta profundidad intelectual es inalcanzable.
— Donde los gestos carecen
de estilo la ética misma se envilece.
— En la nueva
izquierda militan hoy los reaccionarios desorientados y desvalidos.
— Los tontos se indignan
tan sólo contra las consecuencias.
— La parte superior de la
ética no trata del comportamiento moral, sino de la calidad del alma.
— Las grandes convulsiones
democráticas lesionan sin remedio el alma de un pueblo.
— Varias
civilizaciones fueron saqueadas porque la libertad le abrió impensadamente la
puerta al enemigo.
— El igualitario considera
que la cortesía es confesión de inferioridad.
Entre igualitarios la
grosería marca el rango.
— Todos debemos resignarnos
a no bastar primero y a sobrar después.
— El optimismo moderno es
un producto comercial para lubricar el funcionamiento de la industria.
— El estado es
totalitario por esencia.
El despotismo
total es la forma hacia la cual espontáneamente tiende.
— Totalitarismo es la
fusión siniestra de religión y estado.
— El sacrificio de la
profundidad es el precio que exige la eficacia.
— La cortesía no es
incompatible con nada.
— La grosería no es prueba
de autenticidad, sino de mala educación.
— Cada nueva generación
critica la anterior, para cometer, en circunstancias análogas, el error
inverso.
— El fervor con que el
marxista invoca la sociedad futura sería conmovedor sí los ritos invocatorios
fuesen menos sangrientos.
— Nada más común que
transformar en “problema ético” el deber que nos incomoda.
— Ya no existen ancianos
sino jóvenes decrépitos.
— Confundir lo popular con
lo democrático es ardid táctico del demócrata.
— El joven, normalmente,
acaba pareciéndose al adulto que más desprecia.
— Nada más imperdonable que
enjaularnos voluntariamente en convicciones ajenas, cuando deberíamos intentar
romper hasta los barrotes del calabozo de nuestra inteligencia.
— Nada merece más respeto
que el pueblo infortunado que suplica, ni menos que las absurdas drogas que
reclama para curar su infortunio.
— El cinismo no es indicio
de agudeza sino de impotencia.
— El problema no es la
represión sexual, ni la liberación sexual, sino el sexo.
— La
revolución es progresista y busca el robustecimiento del estado; la rebelión es
reaccionaria y busca su desvanecimiento.
El revolucionario
es un funcionario en potencia; el rebelde es un reaccionario en acto.
— Los tribunales
democráticos no hacen temblar al culpable, sino al acusado.
— La envidia no es vicio de
pobre, sino de rico.
De menos rico ante más rico.
— Aún el enemigo de la
técnica denuncia sus paladinos, pero triviales, atropellos más que sus
invisibles, pero desastrosas, destrucciones.
(Como si la trashumancia
febril del hombre actual, verbigracia, fuese inquietante a causa de los
accidentes de tránsito).
— El erotismo es el recurso
rabioso de las almas y de los tiempos que agonizan.
— Cualquier derecha en
nuestro tiempo no es más que una izquierda de ayer deseosa de digerir en paz.
— Las revoluciones
espantan, pero las campañas electorales asquean.
— El nivel cultural de un
pueblo inteligente baja a medida que su nivel de vida sube.
— En el solo Evangelio no
podemos albergarnos, como no podemos tampoco refugiarnos en la semilla del
roble, sino junto al tronco torcido y bajo el desorden de las ramas.
— El hombre actual oscila
entre la estéril rigidez de la ley y el vulgar desorden del instinto.
Ignora la disciplina, la
cortesía, el buen gusto.
— ¿Proponer soluciones?
¡Como si el mundo no
estuviese ahogándose en soluciones!
— La
“espiritualidad oriental” moderna, como el arte oriental de los últimos siglos,
es artículo de bazar.
— La imbecilidad cambia de
tema en cada época para que no la reconozcan.
— Las jerarquías son
celestes.
En el infierno todos son
iguales.
— Las noticias
periodísticas son el substituto moderno de la experiencia.
— Es en la espontaneidad de
lo que siento donde busco la coherencia de lo que pienso.
— No me resigno a que el
hombre colabore imbécilmente con la muerte, talando, demoliendo, reformando,
aboliendo.
— Los cristianos
progresistas buscan afanosamente en los manuales de sociología con qué llenar
lagunas del Evangelio.
— El mal no es más
interesante que el bien, sino más fácil de relatar.
— En política debemos
desconfiar aún del optimismo inteligente y confiar en los temores del imbécil.
— El hombre tiende a la
superficialidad como el corcho hacia la superficie.
— En ciertas épocas el
espíritu pierde, gane quien gane.
— Las dos alas de la
inteligencia son la erudición y el amor.
— El igualitario se
exaspera viendo que la instrucción obligatoria sólo borra la desigualdad
ficticia para agravar la congénita.
— No aconsejemos
pomposamente que lo inevitable se acepte con “heroísmo”, sino que se acoja con
resignación cortés.
— Más de un presunto
“problema teológico” proviene sólo del poco respeto con que Dios trata nuestros
prejuicios.
— Lo más alto y lo más bajo
solían pertenecer a la misma especie.
Hoy pertenecen a especies
distintas.
No existe rasgo común hoy
entre lo que vale y lo que impera.
— La liturgia
definitivamente sólo puede hablar en latín.
En vulgar es vulgar.
— El simple talento es en
literatura lo que las buenas intenciones en conducta. (L’enfer en est pavé).
— El
entusiasmo del progresista, los argumentos del demócrata, las demostraciones
del materialista, son el alimento delicioso y suculento del reaccionario.
— En las universidades la
filosofía meramente invierna.
— El hombre madura cuando
deja de creer que la política le resuelve los problemas.
— De los “derechos del
hombre” el liberalismo moderno ya no defiende sino el derecho al consumo.
— La seriedad intelectual
auténtica no es adusta sino sonriente.
— El patriotismo que no sea
adhesión carnal a paisajes concretos, es retórica de semi-cultos para arrear
iletrados hacia el matadero.
— Lo que impersonaliza
degrada.
— Lo que aquí digo parecerá
trivial a quien ignore todo a lo que aludo.
— Las civilizaciones
tampoco se hacen “avec des idées” sino con modales.
— La poesía onírica no
vaticina, ronca.
— De la trivialidad de la
existencia no podemos evadirnos por las puertas, sino por los tejados.
— La causa de la enfermedad
moderna es la convicción de que el hombre se puede curar a sí mismo.
— La agitación
revolucionaria es endemia urbana y sólo epidemia campesina.
— El odio al pasado es
síntoma inequívoco de una sociedad que se aplebeya.
— La historia debe su
importancia a los valores que allí emergen, no a las humanidades que allí
naufragan.
— Filosofar no es resolver
problemas sino vivirlos a un determinado nivel.
— El
pecado del rico no es la riqueza, sino la importancia exclusiva que le
atribuye.
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