Antonio el Grande
Antonio, el gran padre nuestro,
el corifeo del coro de los ascetas, floreció bajo el reino de Constantino el
Grande, alrededor del año 330 desde el nacimiento de Dios. Fue contemporáneo de
gran Atanasio, quien de él escribió, posteriormente, una amplia biografía
Él accedió al súmmun de la
virtud y de la impasibilidad. Si bien inculto e iletrado, tuvo como maestra,
proveniente desde lo alto, esa sabiduría del Espíritu Santo que ha instruido a
los pescadores y a los infantes: iluminado por ella, el intelecto profirió
muchas y variadas advertencias sagradas y espirituales, concernientes a temas
diversos, y dio a quien lo interrogara, sabias respuestas, llenas de provecho
para el alma; como se puede ver en muchos pasajes del Gerontikon.
Además de lo antedicho, este
hombre ilustre, nos ha dejado también los ciento setenta capítulos que
incluimos en el presente libro. Que ellos son el fruto genuino de esa mente
divinamente iluminada, nos lo es confirmado, entre otros, por el santo mártir
Pedro de Damasco. Pero la misma estructura de lenguaje quita toda duda y deja
solamente una posibilidad a aquellos que examinan minuciosamente los textos: se
trata de escritos que se remontan a aquella santa antigüedad.
No debe pues asombrarnos que
la forma del discurso se desarrolle en la mayor simplicidad de la homilía, en
un estilo arcaico y descuidado: lo que, sin embargo, nos asombra es cómo, a
través de tal simplicidad llega a los lectores tanta salvación y provecho.
Cuanto más, en aquellos que
lo leen florece la fuerza de la persuasión de estos escritos, tanto más en
ellos destila la dulzura y tanto más destilan, absolutamente, las buenas
costumbres y el rigor de la vida evangélica; ¡ciertamente conocerán su regocijo
aquellos que degustaren de esta miel con el paladar espiritual del intelecto!
Parece ser que Antonio el
Grande, conocido también como "Antonio el Ermitaño" o "San
Antonio de Egipto," vivió entre los años 250 y 356, aproximadamente. De
familia cristiana, más bien rico, habiendo quedado huérfano de muy joven y con
una hermana pequeña a su cargo, un día fue fuertemente golpeado por la palabra
del Señor al joven rico: Si quieres ser perfecto, ve, vende todo aquello que
posees, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los Cielos. Luego, ven y
sígueme (Mt 19:21). Sintiéndose aludido, enseguida empezó a vender lo que
poseía y a darse a una vida de oración y penitencia en su misma casa. Después
de algún tiempo, confió a su hermana a una comunidad de vírgenes, y llevó una
vida de oración y penitencia en su misma casa. Después de algún tiempo, confió
a su hermana a una comunidad de vírgenes, y llevo una vida solitaria no lejos
de su pueblo, poniéndose bajo la guía de un anciano asceta de quien se alejara,
luego, para retirarse en el desierto, en una de las tumbas que se encontraban
en aquella región.
Su ejemplo fue contagioso, y
cuando se retiró al desierto de Pispir, el lugar no tardó en ser invadido por
cristianos. Lo mismo sucedió cuando sucesivamente se retiró cerca del litoral
del Mar Rojo. La vida consagrada al Señor, en soledad o en grupos, ya era una
costumbre, pero con Antonio, el fenómeno asumió dimensiones siempre más
amplias, tanto que podemos llamar a Antonio - según una conocida expresión de
entonces, - "el padre de la vida monástica."
También en Occidente su
influencia fue grandísima, sobre todo gracias a la rápida difusión de la Vida,
escrita por Atanasio poco después de la muerte de Antonio. Atanasio había
conocido bien a Antonio en su juventud. La biografía que escribió debe ser
considerada como un documento histórico de peso, si bien, obviamente, al
escribirla, el autor ha usado procedimientos corrientes en la literatura de su
tiempo, como el de poner en boca del protagonista largos discursos nunca
pronunciados de esa forma y extensión, pero en los cuales se quiere recopilar, en
una síntesis orgánica y vívida, las que fueron, efectivamente, las ideas más
trascendentes del protagonista, por él expuestas - o, más simplemente, por él
vividas - en las más variadas situaciones.
Se atribuyen a Antonio siete
cartas escritas a los monjes, además de otras dirigidas a diversas personas. De
la Vita Antonii escrita por Atanasio existe una óptima traducción italiana con
un texto latino que la antecede, en las ediciones Mondadori/ Fundación Lorenzo
Valla, 1974, a cargo de Christine Mohrmann. Se puede también ver una reciente
traducción francesa de las Cartas de San Antonio en la colección Spiritualité
Orientale N.° 19, Abbaye de Bellefontaine.
Tanto la Iglesia recuerda a
Antonio el 17 de enero.
b) Pequeña selección de
sentencias antonianas.
Cuanto más modesta es la
vida de uno, tanto más éste es feliz. No tiene que preocuparse por tantas
cosas, tales como siervos, campesinos, ganado. Si nos precipitamos en estos
quehaceres, tropezaremos con las penas que de ellos surgen y nos lamentaremos
de Dios: con nuestra voluntaria concupiscencia, la muerte, como una planta,
será regada y permaneceremos perdidos en las tinieblas de la vida pecaminosa,
impotentes de conocernos a nosotros mismos.
Los que conducen una vida
modesta y alejada del lujo, no caen en los peligros ni necesitan custodios sino
que, venciendo la concupiscencia en todo, encuentran fácilmente el camino que
conduce a Dios.
(El desapego o renuncia no
concuerda con el amor burgués a las mascotas)
Los que consideran como una
desgracia la pérdida de las riquezas, de los hijos, de los siervos o de
cualquier otro bien, sepan que, primero, hay que sentirse contentos con lo que
Dios nos da, y luego, cuando hay que devolverlo, esto debe ser hecho con
prontitud y generosidad. Y no debemos enojarnos por esta privación o, mejor
dicho, por esta restitución, puesto que hemos hecho uso de cosas que no son
nuestras y que debemos restituir.
¿Para qué fue creado el
hombre? Para que, considerando a las criaturas de Dios, contemple y glorifique
a quien todo esto creó para el hombre. El intelecto que acoge el amor de Dios,
es un bien invisible donado por Dios a quien es digno por su vida buena.
Es necesaria que los hombres
no tengan nada superfluo o, si lo poseen, sepan con certeza que todo lo que hay
en esta vida es, por naturaleza, corruptible, que nos es quitado con facilidad,
y que se puede perder y romper. Por lo tanto, no se deben descuidar las
consecuencias que ello acarrea.
Así como el hombre sale del
vientre materno, así el alma sale del cuerpo, desnuda. Ésta, pura y luminosa;
aquélla con las manchas propias de sus fallas; esta otra, negra por sus muchas
caídas. Por tanto, el alma razonable y amante de Dios, reflexionando y
considerando las penas que le llegarán después de la muerte, regula su vida en
la piedad, para que no sea condenada ni caiga en esas penas. Aquellos que no
creen, los que viven despreciablemente y pecan, menospreciado las cosas del más
allá, ¡son hombres con un alma insensata!
Así como una vez salido del
vientre materno, te olvidas de lo que allí habita, así, una vez salido del
cuerpo, no recuerdas lo que está en el cuerpo.
Así como una vez salido del
vientre materno, tu cuerpo se fortalece y crece, así, una vez que has salido del
cuerpo puro y sin mancha, serás más fuerte, incorruptible, y vivirás en el
Cielo.
La concupiscencia es el
principio del pecado, mediante la cual el alma razonable se pierde. Mientras
que el amor es para el alma principio de la salvación y del Reino de los
Cielos.
El intelecto que está en el
alma pura y amante de Dios, en realidad ve al Dios increado, invisible e
inexpresable, el único puro para los puros de corazón.
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