lunes, 3 de diciembre de 2018

San Antonio el Grande (17 de enero)


Antonio el Grande

Antonio, el gran padre nuestro, el corifeo del coro de los ascetas, floreció bajo el reino de Constantino el Grande, alrededor del año 330 desde el nacimiento de Dios. Fue contemporáneo de gran Atanasio, quien de él escribió, posteriormente, una amplia biografía

Él accedió al súmmun de la virtud y de la impasibilidad. Si bien inculto e iletrado, tuvo como maestra, proveniente desde lo alto, esa sabiduría del Espíritu Santo que ha instruido a los pescadores y a los infantes: iluminado por ella, el intelecto profirió muchas y variadas advertencias sagradas y espirituales, concernientes a temas diversos, y dio a quien lo interrogara, sabias respuestas, llenas de provecho para el alma; como se puede ver en muchos pasajes del Gerontikon.

Además de lo antedicho, este hombre ilustre, nos ha dejado también los ciento setenta capítulos que incluimos en el presente libro. Que ellos son el fruto genuino de esa mente divinamente iluminada, nos lo es confirmado, entre otros, por el santo mártir Pedro de Damasco. Pero la misma estructura de lenguaje quita toda duda y deja solamente una posibilidad a aquellos que examinan minuciosamente los textos: se trata de escritos que se remontan a aquella santa antigüedad.

No debe pues asombrarnos que la forma del discurso se desarrolle en la mayor simplicidad de la homilía, en un estilo arcaico y descuidado: lo que, sin embargo, nos asombra es cómo, a través de tal simplicidad llega a los lectores tanta salvación y provecho.

Cuanto más, en aquellos que lo leen florece la fuerza de la persuasión de estos escritos, tanto más en ellos destila la dulzura y tanto más destilan, absolutamente, las buenas costumbres y el rigor de la vida evangélica; ¡ciertamente conocerán su regocijo aquellos que degustaren de esta miel con el paladar espiritual del intelecto!

Parece ser que Antonio el Grande, conocido también como "Antonio el Ermitaño" o "San Antonio de Egipto," vivió entre los años 250 y 356, aproximadamente. De familia cristiana, más bien rico, habiendo quedado huérfano de muy joven y con una hermana pequeña a su cargo, un día fue fuertemente golpeado por la palabra del Señor al joven rico: Si quieres ser perfecto, ve, vende todo aquello que posees, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los Cielos. Luego, ven y sígueme (Mt 19:21). Sintiéndose aludido, enseguida empezó a vender lo que poseía y a darse a una vida de oración y penitencia en su misma casa. Después de algún tiempo, confió a su hermana a una comunidad de vírgenes, y llevó una vida de oración y penitencia en su misma casa. Después de algún tiempo, confió a su hermana a una comunidad de vírgenes, y llevo una vida solitaria no lejos de su pueblo, poniéndose bajo la guía de un anciano asceta de quien se alejara, luego, para retirarse en el desierto, en una de las tumbas que se encontraban en aquella región.

Su ejemplo fue contagioso, y cuando se retiró al desierto de Pispir, el lugar no tardó en ser invadido por cristianos. Lo mismo sucedió cuando sucesivamente se retiró cerca del litoral del Mar Rojo. La vida consagrada al Señor, en soledad o en grupos, ya era una costumbre, pero con Antonio, el fenómeno asumió dimensiones siempre más amplias, tanto que podemos llamar a Antonio - según una conocida expresión de entonces, - "el padre de la vida monástica."

También en Occidente su influencia fue grandísima, sobre todo gracias a la rápida difusión de la Vida, escrita por Atanasio poco después de la muerte de Antonio. Atanasio había conocido bien a Antonio en su juventud. La biografía que escribió debe ser considerada como un documento histórico de peso, si bien, obviamente, al escribirla, el autor ha usado procedimientos corrientes en la literatura de su tiempo, como el de poner en boca del protagonista largos discursos nunca pronunciados de esa forma y extensión, pero en los cuales se quiere recopilar, en una síntesis orgánica y vívida, las que fueron, efectivamente, las ideas más trascendentes del protagonista, por él expuestas - o, más simplemente, por él vividas - en las más variadas situaciones.

Se atribuyen a Antonio siete cartas escritas a los monjes, además de otras dirigidas a diversas personas. De la Vita Antonii escrita por Atanasio existe una óptima traducción italiana con un texto latino que la antecede, en las ediciones Mondadori/ Fundación Lorenzo Valla, 1974, a cargo de Christine Mohrmann. Se puede también ver una reciente traducción francesa de las Cartas de San Antonio en la colección Spiritualité Orientale N.° 19, Abbaye de Bellefontaine.

Tanto la Iglesia recuerda a Antonio el 17 de enero.

b) Pequeña selección de sentencias antonianas.



Cuanto más modesta es la vida de uno, tanto más éste es feliz. No tiene que preocuparse por tantas cosas, tales como siervos, campesinos, ganado. Si nos precipitamos en estos quehaceres, tropezaremos con las penas que de ellos surgen y nos lamentaremos de Dios: con nuestra voluntaria concupiscencia, la muerte, como una planta, será regada y permaneceremos perdidos en las tinieblas de la vida pecaminosa, impotentes de conocernos a nosotros mismos.


Los que conducen una vida modesta y alejada del lujo, no caen en los peligros ni necesitan custodios sino que, venciendo la concupiscencia en todo, encuentran fácilmente el camino que conduce a Dios.

(El desapego o renuncia no concuerda con el amor burgués a las mascotas)

Los que consideran como una desgracia la pérdida de las riquezas, de los hijos, de los siervos o de cualquier otro bien, sepan que, primero, hay que sentirse contentos con lo que Dios nos da, y luego, cuando hay que devolverlo, esto debe ser hecho con prontitud y generosidad. Y no debemos enojarnos por esta privación o, mejor dicho, por esta restitución, puesto que hemos hecho uso de cosas que no son nuestras y que debemos restituir.


¿Para qué fue creado el hombre? Para que, considerando a las criaturas de Dios, contemple y glorifique a quien todo esto creó para el hombre. El intelecto que acoge el amor de Dios, es un bien invisible donado por Dios a quien es digno por su vida buena.


Es necesaria que los hombres no tengan nada superfluo o, si lo poseen, sepan con certeza que todo lo que hay en esta vida es, por naturaleza, corruptible, que nos es quitado con facilidad, y que se puede perder y romper. Por lo tanto, no se deben descuidar las consecuencias que ello acarrea.


Así como el hombre sale del vientre materno, así el alma sale del cuerpo, desnuda. Ésta, pura y luminosa; aquélla con las manchas propias de sus fallas; esta otra, negra por sus muchas caídas. Por tanto, el alma razonable y amante de Dios, reflexionando y considerando las penas que le llegarán después de la muerte, regula su vida en la piedad, para que no sea condenada ni caiga en esas penas. Aquellos que no creen, los que viven despreciablemente y pecan, menospreciado las cosas del más allá, ¡son hombres con un alma insensata!

Así como una vez salido del vientre materno, te olvidas de lo que allí habita, así, una vez salido del cuerpo, no recuerdas lo que está en el cuerpo.

Así como una vez salido del vientre materno, tu cuerpo se fortalece y crece, así, una vez que has salido del cuerpo puro y sin mancha, serás más fuerte, incorruptible, y vivirás en el Cielo.


La concupiscencia es el principio del pecado, mediante la cual el alma razonable se pierde. Mientras que el amor es para el alma principio de la salvación y del Reino de los Cielos.


El intelecto que está en el alma pura y amante de Dios, en realidad ve al Dios increado, invisible e inexpresable, el único puro para los puros de corazón.


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