La ortodoxia reformada
[Las religiones constituidas en occidente y sus contracorrientes
Historia de las Religiones Siglo XXI
Capítulo IV La Reforma y los protestantismos. Richard Stauffer]
El padre de la ortodoxia reformada es Teodoro de Bèze, no Calvino como a
menudo se ha pretendido. El autor de la Institución de la religión cristiana
siempre fue, aparte de su tendencia a la sistematización, un «biblista»
atento a buscar toda la riqueza de la Escritura. Su colega y sucesor a la
cabeza de la Iglesia de Ginebra no pudo resistir a la tentación de organizar la
teología reformada alrededor de un núcleo central: el dogma de la doble
predestinación. Este dogma, que para Calvino no era más que un ejemplo de la
obra de la gracia (siempre el reformador insistió sobre la elección, dejando
en un segundo plano la condenación), paso entonces, con la rigidez de una
especie de determinismo especulativo, a ser el criterio de la «pura doctrina».
Bèze, con una
tal interpretación del pensamiento de su predecesor y secundado
especialmente por Lamberte Daneau, convirtió a Ginebra en el bastión de la
ortodoxia reformada. Después de su muerte (1605) las universidades de los Países
Bajos, como por ejemplo la de Leiden y de Franecker, creadas al final del siglo
XVII, tomaron el relevo de la Academia ginebrina y gracias a la actividad de
sus maestros (Francisco Girar y Juan Maccovius, entre otros) contribuyeron a
darle a la escolástica reformada un lugar destacado en la teología de la época.
La querella arminiana y
el sínodo de Dordrecht
Cuando un jurista de Amsterdam llamado Dirck Coornhert atacó el dogma de
la predestinación en 1598, el pastor Jacobus Arminius, antiguo alumno de
Teodoro de Bèze, recibió el encargo de refutarlo. Al mismo tiempo tenía que
contestar a dos ministros de Delft, que, negando la opinión de los
supralapsaríos (para tos que Dios decreto la predestinación supra lapsum, es decir, incluso antes de
la decisión de crear la humanidad y de permitir su caída), daban la razón a los
infralapsarios, que pensaban que en el plan eterno de Dios la predestinación
había sido infra tapsum, es decir,
después de decidir la caída del género humano. Arminius decepcionó las
esperanzas de los que le habían encargado la defensa de la ortodoxia, y con sus
investigaciones llegó a poner en duda el dogma de la doble predestinación,
pensando, como Melanchthon, que la gracia que Dios ofrece a todos los hombres
se acepta o recibe por una libre decisión de la voluntad.
Su postura le creo dificultades cuando se le nombró profesor de Leiden,
donde tuvo que enfrentarse a su colega Francisco Gomar, defensor del
supralapsismo más estricto. Girar lo acusó de pelagianismo y Arminius le
recordó el maniqueísmo, que divide a la humanidad en dos grupos: uno que
proviene de Dios y otro del Diablo. Ninguno de los interlocutores logro
convencer al otro, por lo que, a pesar de
todos los intentos hechos rara apaciguarlos, continuaron discutiendo hasta la
muerte de Arminius (1609).
La dirección del partido arminiano después de la muerte
de su jefe correspondió a Juan Uytenbogaert, pastor de La Haya, y a Simόn Espiscopius,
profesor en Leiden Impulsado por estos dos hombres, el partido continuó la controversia con los
defensores de la ortodoxia y con más ímpetu cuanto que a los problemas
teológicos se mezclaban intereses políticos. Los ortodoxos tenían el apoyo del
pueblo, que sacaba poco provecho de la prosperidad
comercial de las ciudades, y el del stathouder Mauricio de Orange, que deseaba
hacerse con el poder en todas las provincias holandesas. Los arminianos, por su
parte, contaban con el apoyo de la oligarquía burguesa, que, como el hombre de
Estado, Oldenbarneveldt y el jurista Grotius querían conservar la soberanía de
cada una de las Provincias Unidas.
Los arminianos, aconsejados por Oldenbarneveldt, dirigieron
a los Estados de Holanda y de Frisia occidental, en 1610, una Amonestación con
cinco artículos (por lo que se les llamó amonestadores), en la que como defensa
contra los ortodoxos adoptaban una postura que, a primera vista, puede parecer
cercana a la de sus adversarios. Admitían que antes de la creación del mundo
Dios decidió salvar a aquellos que por gracia del Espíritu Santo creen en su
Hijo, perseverando en la fe hasta el final, y condenar, abandonándolos al
pecado, a los que, incrédulos, rechazan a Cristo. En estos cinco articules, y a
pesar de las apariencias, los arminianos se separaban profundamente de la
ortodoxia. Se negaban a considerar la gracia como irresistible. Basaban la
predestinación en la presciencia de Dios, y profesaban que Cristo había muerto
por todos los hombres, no solo por los elegidos, aunque añadían que la
salvación sólo se concede a los que creen.
La Amonestación provocó por parte de los ortodoxos una
Contra-amonestación, redactada en términos violentos, por lo que los Estados de
Holanda y Prusia occidental, por influencia de Oldenbarneveldt, decidieron en
1614 prohibir las discusiones sobre los temas sujetos a controversia. Mientras
el partido popular orangista, adicto a la ortodoxia, rechazaba la decisión, la
Unión de Utrecht, que reconocía la autonomía religiosa de las provincias,
solicito la convocatoria del sínodo nacional para terminar con la cuestión
arminiana. Consiguió su deseo gracias al apoyo de Mauricio de Orange y en noviembre
de 1618 se abrió el sínodo en Dordrecht con la participación de sesenta y cinco
miembros neerlandeses, pastores y laicos, y donde, a pesar de la ausencia de los
enviados hugonotes, que Luis XIII no permitid saliesen del país, se encontraban
veintiocho delegados extranjeros. Enviaron su representación: Inglaterra, el
Palatinado, Hesse, Bremen, Ginebra y todos los cantones suizos. Tantos
representantes extranjeros daban al sínodo de Dordrecht el carácter de concilio
general de las Iglesias re-formadas de la época.
A los arminianos no se les invito a que se explicasen ante
los miembros del sínodo en un plano de igualdad, sino como acusados. Después de
dudar en asumir tal papel, aceptaron presentar su defensa en las condiciones
impuestas. Encargaron a Espiscopius y otros doce teólogos del partido actuar
como defensores, cumpliendo tan bien el encargo y con tal vehemencia, que en la
cincuenta y siete sesión del sínodo, en enero de 1619, se les expulsó por
embusteros y tramposos, continuando sin ellos las deliberaciones.
El trabajo fue dificil, ya que si bien todos estaban de
acuerdo en rechazar el arminianismo, no todos tenían las mismas ideas sobre la
predestinación. En particular, estaban divididos en la cuestión de saber si la
doble decisión de elección y reprobación la tomó Dios antes o después de
decidir la caída. Finalmente prevaleció el punto de vista de los infralapsarios
y no, como parecía lógico, el de los supralapsarios discípulos de Girar y Maccovius.
Las decisiones del sínodo de Dordrecht se escribieron en
una serie de cánones que en tono incisivo respondían a los cinco artículos de
la Amonestación. La predestinación se definía en términos que excluían el
sinergismo, es decir, cualquier participación del hombre en la obra de
salvación. «La elección, declaraban, en absoluto se hace porque tenga en cuenta
la fe prevista, la aceptación de la fe, la santidad o cualquier otra buena
cualidad o disposición que serían causa o condición previa requerida en el
hombre elegido... La causa de la elección gratuita es solo la voluntad de
Dios.» Los cánones, que presentaban un absolutismo en sus afirmaciones, eran
también tajantes en las condenas: rechazaban totalmente los errores de los
arminianos, que hacían depender la eficacia de la llamada que Dios dirige a todos
los hombres de la respuesta afirmativa o negativa de cada individuo. Los
cánones de Dordrecht marcan el triunfo de la ortodoxia reformada. No fueron
solamente el fruto de la intransigencia dogmática, también fueron, dejando a un
lado las apariencias, la expresión de una piedad auténtica. El historiador de
las religiones Alberto RéviΙle, refiriéndose a ellos, escribió, y con razón,
que se asemejaban a «una oración estereotipada con forma de doctrina
teológica».
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