La verdad creadora
evangélica no ha sido revelada en el mundo cristiano; sólo a raros intervalos
iluminó a algunos elegidos, como san Francisco de Asís. El cristianismo giró hacia el mundo como una
religión de obediencia y no como una religión de amor. El espíritu de los Padres de la Iglesia era
ante todo de sumisión. Los cristianos no
tenían que actuar más que en función de la falta. Lo que el cristianismo aporta al mundo, pues,
es obediencia a una orden que le pesa, pero que tiene que aceptar. Su moral está plenamente de acuerdo con la
economía, el Estado, la familia, la ciencia.
Es una moral canónica, legal.
Encarna la obediencia respecto de Dios y la organización respecto del
mundo. Y toda organización en este
mundo, cualquiera sea, está justificada por esta moral como un fardo y una
prueba impuesta al hombre como consecuencia del pecado. La moral tradicional del mundo cristiano
lleva consigo una extraña lasitud, como la psicosis de un fardo.
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Toda la tradición de la moral cristiana ignora la verdad
del sacrificio. Por medio de la
obediencia, uno adquiere en el mundo una situación sin peligro, acantonada
dentro de límites estrechos. No existe
nada en este mundo menos dispuesto al sacrificio, más anclado en lo utilitario, que el ente
"eclesiástico". La condición
eclesiástica es la más regulada de todas las condiciones. La figura "eclesiástica" es la más
carnal que pueda imaginarse. La
jerarquía eclesiástica permanece ajena a la tragedia del sacrificio. Mediante una obediencia que desde hace mucho
tiempo está detenida en ella misma, el mundo eclesiástico cristiano adquirió
para sí bienes materiales y tranquilidad de espíritu. Se procuró asilos cómodos que lo mantuvieron
lejos del sentimiento del peligro y de la necesidad de los combates. La moral tradicional del mundo cristiano es
burguesa en la acepción más profunda de la palabra.
(N. Berdaiev. El
sentido de la creación. Ed. Carlos
Lohlé. Buenos Aires 1978,p 307 y 309).
El altruismo está incluido en ese peso de las
obligaciones forjadas por ese mundo, nada en él expresa una sociedad nueva, ni
cualidad, ni individualidad. Cree
restablecer un mecanismo generalizado que convendría a cualquier hombre. Su objetivo es someter al bienestar de los
hombres la jerarquía de los valores. El
altruismo es solamente humano, no hay en él nada de divino, nada de
suprahumanidad. El valor suprahumano,
sobre el que reposa toda moral elevada, verdaderamente aristocrática, deja de
lado esta oposición vulgar entre altruismo y egoísmo que la moral cristiana
tampoco acepta, ya que a sus ojos la relación entre los hombres procede de la
relación del hombre con Dios, y ese vínculo no se establece en nombre de uno
mismo o de algún otro sino en nombre de Dios y del valor divino.
(N. Berdaiev. El
sentido de la creación. Ed. Carlos
Lohlé. Buenos Aires 1978,p 324).
El punto de vista del cristianismo
tradicional, sea pravoeslavo o católico, excluye la posibilidad de la lucha
contra el mal, de la lucha, en el orden del mundo, contra lo que es injusto y
erróneo, por la razón de que esta concepción del mundo no reconoce más que el
pecado y sus consecuencias fatales y no reconoce al hombre alzado contra el
mal, contra la injusticia que macula la condición humana y la estructura de la
vida. El cristianismo aceptó el mundo
tal cual era, justificó la estructura de la existencia como una consecuencia
ineluctable y justa del pecado.
Imposibilitó la indignación sagrada contra la injusticia.
(N. Berdaiev. El
sentido de la creación. Ed. Carlos
Lohlé. Buenos Aires 1978,p 339).
La Ciudad futura no
puede edificarse con los elementos de una sociedad obsoleta. En ella no habrá una vía ni para la reacción,
ni para la evolución ni para la revolución.
Ninguna evolución social puede conducir al reino futuro de la
divino-humanidad. Gobierno, derecho,
economía jamás fueron cristianos; no se podría, pues, tomarlos como base,
mantener sus elementos en la edificación del porvenir. Y por la misma razón tampoco se los puede
mantener por la vía de la evolución o de la revolución. Todo gobierno y toda economía, por
naturaleza, son anticristianos y enemigos del reino de Dios. Para que la ciudad futura pueda reinar en el
mundo, habría que destruir por el fuego todas estas formas rebasadas. La sociedad nueva no se construirá con los
elementos del "mundo", no saldrá de nada que pertenezca al espíritu
del mundo, sino que nacerá de otras fuentes situadas fuera de la evolución
mundanal, nacerá del espíritu y no del mundo.
(N. Berdaiev. El
sentido de la creación. Ed. Carlos
Lohlé. Buenos Aires 1978,p 354).
Si soy
cristiano debo aplicar la verdad evangélica, sin preguntarme si se realizará o
no y sin preocuparme de las fuerzas que se oponen a esto, siendo esto una
cuestión secundaria que no debe turbar mi conciencia moral
(N.
Berdaiev. De la déstination de l´homme. Un essai d´étique paradoxalle. L´Âge d´Homme. Lausanne 1979)
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