domingo, 23 de diciembre de 2018

Estado y política 2 (Nicolás Berdaiev)



La verdad creadora evangélica no ha sido revelada en el mundo cristiano; sólo a raros intervalos iluminó a algunos elegidos, como san Francisco de Asís.  El cristianismo giró hacia el mundo como una religión de obediencia y no como una religión de amor.  El espíritu de los Padres de la Iglesia era ante todo de sumisión.  Los cristianos no tenían que actuar más que en función de la falta.  Lo que el cristianismo aporta al mundo, pues, es obediencia a una orden que le pesa, pero que tiene que aceptar.  Su moral está plenamente de acuerdo con la economía, el Estado, la familia, la ciencia.  Es una moral canónica, legal.  Encarna la obediencia respecto de Dios y la organización respecto del mundo.  Y toda organización en este mundo, cualquiera sea, está justificada por esta moral como un fardo y una prueba impuesta al hombre como consecuencia del pecado.  La moral tradicional del mundo cristiano lleva consigo una extraña lasitud, como la psicosis de un fardo.

…………………………………………………………………………………………….

Toda la tradición de la moral cristiana ignora la verdad del sacrificio.  Por medio de la obediencia, uno adquiere en el mundo una situación sin peligro, acantonada dentro de límites estrechos.  No existe nada en este mundo menos dispuesto al sacrificio, más anclado en lo utilitario, que el ente "eclesiástico".  La condición eclesiástica es la más regulada de todas las condiciones.  La figura "eclesiástica" es la más carnal que pueda imaginarse.  La jerarquía eclesiástica permanece ajena a la tragedia del sacrificio.  Mediante una obediencia que desde hace mucho tiempo está detenida en ella misma, el mundo eclesiástico cristiano adquirió para sí bienes materiales y tranquilidad de espíritu.  Se procuró asilos cómodos que lo mantuvieron lejos del sentimiento del peligro y de la necesidad de los combates.  La moral tradicional del mundo cristiano es burguesa en la acepción más profunda de la palabra.

(N. Berdaiev. El sentido de la creación. Ed.  Carlos Lohlé. Buenos Aires 1978,p 307 y 309). 

  El altruismo está incluido en ese peso de las obligaciones forjadas por ese mundo, nada en él expresa una sociedad nueva, ni cualidad, ni individualidad.  Cree restablecer un mecanismo generalizado que convendría a cualquier hombre.  Su objetivo es someter al bienestar de los hombres la jerarquía de los valores.  El altruismo es solamente humano, no hay en él nada de divino, nada de suprahumanidad.  El valor suprahumano, sobre el que reposa toda moral elevada, verdaderamente aristocrática, deja de lado esta oposición vulgar entre altruismo y egoísmo que la moral cristiana tampoco acepta, ya que a sus ojos la relación entre los hombres procede de la relación del hombre con Dios, y ese vínculo no se establece en nombre de uno mismo o de algún otro sino en nombre de Dios y del valor divino.

(N. Berdaiev. El sentido de la creación. Ed.  Carlos Lohlé. Buenos Aires 1978,p 324).

  El punto de vista del cristianismo tradicional, sea pravoeslavo o católico, excluye la posibilidad de la lucha contra el mal, de la lucha, en el orden del mundo, contra lo que es injusto y erróneo, por la razón de que esta concepción del mundo no reconoce más que el pecado y sus consecuencias fatales y no reconoce al hombre alzado contra el mal, contra la injusticia que macula la condición humana y la estructura de la vida.  El cristianismo aceptó el mundo tal cual era, justificó la estructura de la existencia como una consecuencia ineluctable y justa del pecado.  Imposibilitó la indignación sagrada contra la injusticia. 

(N. Berdaiev. El sentido de la creación. Ed.  Carlos Lohlé. Buenos Aires 1978,p 339). 

La Ciudad futura no puede edificarse con los elementos de una sociedad obsoleta.  En ella no habrá una vía ni para la reacción, ni para la evolución ni para la revolución.  Ninguna evolución social puede conducir al reino futuro de la divino-humanidad.  Gobierno, derecho, economía jamás fueron cristianos; no se podría, pues, tomarlos como base, mantener sus elementos en la edificación del porvenir.  Y por la misma razón tampoco se los puede mantener por la vía de la evolución o de la revolución.  Todo gobierno y toda economía, por naturaleza, son anticristianos y enemigos del reino de Dios.  Para que la ciudad futura pueda reinar en el mundo, habría que destruir por el fuego todas estas formas rebasadas.  La sociedad nueva no se construirá con los elementos del "mundo", no saldrá de nada que pertenezca al espíritu del mundo, sino que nacerá de otras fuentes situadas fuera de la evolución mundanal, nacerá del espíritu y no del mundo.

(N. Berdaiev. El sentido de la creación. Ed.  Carlos Lohlé. Buenos Aires 1978,p 354). 

Si soy cristiano debo aplicar la verdad evangélica, sin preguntarme si se realizará o no y sin preocuparme de las fuerzas que se oponen a esto, siendo esto una cuestión secundaria que no debe turbar mi conciencia moral

(N. Berdaiev. De la déstination de l´homme. Un essai d´étique paradoxalle. L´Âge d´Homme. Lausanne 1979)
                  


No hay comentarios: