DOMINGO 12 DE DICIEMBRE DE 2010 DIARIO DE ÁVILA
A LA LUZ DE UNA CANDELA
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, PREMIO CERVANTES
Una pipa al atardecer
Las gentes corrientes y molientes se preguntan cada dia más, aunque sea en voz baja, si quienes gobiernan en el mundo no podrían estar más civilizados. Pero lo cierto es que un bárbaro como Genserico se rió mucho, cuando para hacerle entrar razón se puso ante sus ojos la belleza de las villas romanas, la dulzura de las muchachas y los niños, o la gloria de los libros. Se rió. Todo eso le era tan ajeno, o quizás le resultaba tan odioso como a Lenin los chaletitos suizos, y mucho más cuando se le informó que eran de gentes modestas y trabajadoras, porque para él este esfuerzo era pura pudrición burguesa y había que llevársela por delante.
Un biógrafo austríaco del Príncipe de Metternich, Raul Auernheimer nos habla de dos encuentros paralelos entre dos bárbaros y dos hombre civilizados. El primero tuvo lugar, en Dresde. entre Napoleón y Metternich. Llegado un mornento de la entrevista, éste se permitió destruir los proyectos de grandeza bélica de Napoleón, diciéndole que ya sólo le quedaba un ejército de niños. Y Napoleón contestó muy seguro: «Aunque la victoria me cueste un millón de soldados»; pero
Metternich no le dejó concluir y le atajó muy tranquilo: «Abramos las ventanas, sire, para que toda Europa pueda oír sus palabras». De manera que, entonces, Napoleón, enfurecido, se puso a pasear por la habitación, y, al pasar ante Metternich, tiró su sombrero a los pies de éste que no se inmutó en absoluto, y al fin fue el propio Napoléon el que tuvo que agacharse a recogerlo. Y Metternich dijo entonces: «Sire, estáis perdido».
La segunda estampa es la del encuentro en Bertechsgaden, en 1938, entre el Canciller del III Reich, Adolf Hitler, y el muy civilizado ministro austríaco Doctor Schuschnigg. Aquél sacó en esta entrevista sus pésimos modales, y toda su bruticie de fabricante de mentiras y barbarie; y, cuando Schuschnigg acababa de encender un cigarrillo, Hitler le indicó que le apagase porque le molestaba el humo del tabaco; y el cortés y delicado Schuschnigg, lo apagó. Pero Metternich, comenta su biógrafo, no lo hubiera apagado sino que hubiera seguido fumando, mostrando en ello un intenso placer, y quizás no hubiera ocurrido que, cuatrosemanas después de este encuentro entre Hitler y Schuschnigg, aquél invadiera Austria; porque, desde luego, todo el mundo sabe que el día en que Metternich no alcanzó su sombrero a Napoleón, éste comenzó a echar a andar hacia su caída.
Pero entre nosotros, en el «Espíritu del tiempo» está el sentido de anti-autoridad, y, por lo tanto, una gran espontaneidad hacia la servidumbre, «Para nuestro bien», nos hemos convertido en recogedores de sombreros.
Por eso Kierkegaard pintaba al hombre dueño de sí mismo «el caballero de la fe» que fuma su pipa al atardecer, sentado tranquilamente a su puerta, y preguntándose adónde irá el mundo tan deprisa, si no sabe adónde va.
martes, 14 de diciembre de 2010
viernes, 10 de diciembre de 2010
lunes, 29 de noviembre de 2010
Una idea por página (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila, 28-11-2010)
DOMINGO 28 DE NOVIEMBRE DE 2010
DIARIO DE ÁVILA
A LA LUZ DE UNA CANDELA
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
(Premio Cervantes)
Una idea por página
Hace muchos años que Paul Goodman tuvo ya el muy pertinente aviso de una de las grandes revistas americanas - y ya entonces grande sólo quería decir de muchos dineros y mucha caciquería - acerca de que no convenía que hubiera en cada página más de una idea, y luego la cosa ha tenido mucho éxito, y se han ampliado los espacios necesarios para que una idea pueda aparecer, porque se supone que el nuevo lector es mucho más sensible al acoso del pensar que el de solamente unos años atrás.
Goodman se reía, pero también protestaba de que se tuviese un concepto tan bajo y despreciador de los lectores, pero de entonces acá ha llovido mucho, y han cambiado mucho las cosas; y no es tampoco correcto políticamente que un lector vaya a tener sobresaltos por ese abuso del pensar, y la tesis de la gran revista ya es un triunfo casi completo, con algunas raras resistencias. De manera que leer, que siempre había sido algo serio, se ha convertido en algo perfectamente ligero, y es ahora un distinguido hobby.
Luego vino la instalación de la gramática convencional de tanto uso en los dos grandes universos totalitarios de nuestro tiempo, y, según ella, se llama, por ejemplo «reestructuración empresarial» al despido, «individuo de etnia diferente» a un gitano - con lo que La gitanilla de Cervantes debe enseguida corregirse diciendo, pongamos por caso La muchacha de otra etnia, en el caso de que muchacha pueda decirse, que quizás no - , y a un anciano, rico en días, aunque en realidad sea al revés; y todas estas finuras lingüísticas se concilian luego con el lenguaje más brutal, grosero y miserable, como producido por tres neuronas o cuatro; pero esto, se nos asegura que es por causa de la libertad y de la evitación de represiones, sobre las que Freud precisamente pensaba que se asentaba la cultura. ¡Que error! ¡Qué inmenso error!
Otro paso en este proceso fue la invención de la enseñanza y el aprendizaje lúdicos, que significa que pensar, resolver un problema, escribir algo que no sea pura banalidad, e incluso el simple leer, no necesita esfuerzo alguno. Y se rebajaron los niveles como se bajan las combas para que salte el hermanito pequeño y se ponga contento porque no le han discriminado, como si no fuera pura discriminación lo que se acaba de hacer con él.
Item más, otro descubrimiento ha sidoel de que, en vez de pensar, es mejor utilizarlos métodos simplificadores del chiste del sargento instructor del pelotón de reclutas queprogresaban inadecuadamente, y a los queel dicho suboficial explicaba cómo se fundía un cañón, diciendo que era suficiente con tomar un agujero de las debidas proporciones y forrarle de bronce. Todo el mundo entendía perfectamente. ¿Qué necesidad habría de complicar las cosas, si todo puede hacerse así de sencillo?
Es lógico que durante tanto tiempo hayan tenido estas recetas tanto éxito y hayan sido noticias de la gran novedad en las primeras planas.
DIARIO DE ÁVILA
A LA LUZ DE UNA CANDELA
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
(Premio Cervantes)
Una idea por página
Hace muchos años que Paul Goodman tuvo ya el muy pertinente aviso de una de las grandes revistas americanas - y ya entonces grande sólo quería decir de muchos dineros y mucha caciquería - acerca de que no convenía que hubiera en cada página más de una idea, y luego la cosa ha tenido mucho éxito, y se han ampliado los espacios necesarios para que una idea pueda aparecer, porque se supone que el nuevo lector es mucho más sensible al acoso del pensar que el de solamente unos años atrás.
Goodman se reía, pero también protestaba de que se tuviese un concepto tan bajo y despreciador de los lectores, pero de entonces acá ha llovido mucho, y han cambiado mucho las cosas; y no es tampoco correcto políticamente que un lector vaya a tener sobresaltos por ese abuso del pensar, y la tesis de la gran revista ya es un triunfo casi completo, con algunas raras resistencias. De manera que leer, que siempre había sido algo serio, se ha convertido en algo perfectamente ligero, y es ahora un distinguido hobby.
Luego vino la instalación de la gramática convencional de tanto uso en los dos grandes universos totalitarios de nuestro tiempo, y, según ella, se llama, por ejemplo «reestructuración empresarial» al despido, «individuo de etnia diferente» a un gitano - con lo que La gitanilla de Cervantes debe enseguida corregirse diciendo, pongamos por caso La muchacha de otra etnia, en el caso de que muchacha pueda decirse, que quizás no - , y a un anciano, rico en días, aunque en realidad sea al revés; y todas estas finuras lingüísticas se concilian luego con el lenguaje más brutal, grosero y miserable, como producido por tres neuronas o cuatro; pero esto, se nos asegura que es por causa de la libertad y de la evitación de represiones, sobre las que Freud precisamente pensaba que se asentaba la cultura. ¡Que error! ¡Qué inmenso error!
Otro paso en este proceso fue la invención de la enseñanza y el aprendizaje lúdicos, que significa que pensar, resolver un problema, escribir algo que no sea pura banalidad, e incluso el simple leer, no necesita esfuerzo alguno. Y se rebajaron los niveles como se bajan las combas para que salte el hermanito pequeño y se ponga contento porque no le han discriminado, como si no fuera pura discriminación lo que se acaba de hacer con él.
Item más, otro descubrimiento ha sidoel de que, en vez de pensar, es mejor utilizarlos métodos simplificadores del chiste del sargento instructor del pelotón de reclutas queprogresaban inadecuadamente, y a los queel dicho suboficial explicaba cómo se fundía un cañón, diciendo que era suficiente con tomar un agujero de las debidas proporciones y forrarle de bronce. Todo el mundo entendía perfectamente. ¿Qué necesidad habría de complicar las cosas, si todo puede hacerse así de sencillo?
Es lógico que durante tanto tiempo hayan tenido estas recetas tanto éxito y hayan sido noticias de la gran novedad en las primeras planas.
lunes, 22 de noviembre de 2010
Condones infantiles voladores (Ilia Galán, Diario de Ávila 20-11-2010)
«Condones infantiles voladores»
El Diario de Ávila 20 de noviembre de 2010
Una niña rumana se queda embarazada con diez años con grave embarazo para nuestra sociedad, otro muchacho de trece años violó a dos de ocho e intentó atacar a otro en Cataluña pero no se le puede juzgar. Nuestro subnormal sistema legal, parido por malvados o necios, permite que ciertos crímenes no tengan consecuencias negativas, de manera que se anima a la repetición de violaciones, robos,y otras atrocidades. Señales como esta se repiten en una sociedad desquiciada como la nuestra. De los no tan lejanos tiempos del tirano calvo. en los que un beso público en la boca era un delito, se ha pasado a lo contrario, con todos los excesos propios de estas tierras sin medida, pasionales y locas. A los niños se les enseña a fornicar cuanto antes mejor, los periódicos nacionales animan a ello y además se habla de repartir preservativos infantiles. Por un lado, un afán de seguridad llena de normativas nuestras vidas para que los infantes no se golpeen en un parque con un columpio, se prohíbe el tabaco por los riesgos que en nuestra salud pue den darse. Nos obligan a colocarnos en el coche un cinturón o nos impiden comer ciertos alimentos…,llegándose en estos empeños a un nuevo puritanismo que se defiende con fervores pseudo-religiosos. Por otra parte se anima, despreciando consideraciones morales, al roce sexual, como si fuese lo mismo saludarse dándose la mano que el pene, como si no se implicaran las pasiones de una forma especial, como si dicho acto no tuviese nada que ver con sus posibles consecuencias: enfermedaes sexuales, embarazos no deseados etc. Un menor no puede ser responsable de sus delitos pero puede abortar y tener hijos. No es serio. Sensata es la tradición: a un joven no hace falta animarle para tener relaciones maritales, pues el estallido hormonal ya le lleva en dirección contraria. Al revés, hay que enseñarle a dominarse, a ser señor de sus deseos, porque la mayoría no están maduros para afrontar una posible familia. El sexo no es solo un juego y por eso mismo esa pulsión tan poderosa se ha intentado educar y controlar en las civilizaciones.El gobierno actual, esbirro de los banqueros a quienes sirve, ya que no sabe desarrollar una política social parece que se ha concentrado en la región que va desde el ombligo al culo y ahí centra sus políticas contra la Iglesia, sobre el aborto o para instaurar el reino de gaylandia. Con esos presupuestos intenta destruir la educación con reformas imbéciles y además imponer por la fuerza, una asignatura sobre el uso de nuestros genitales, adoctrinando con el pansexualismo. Los padres hemos de rebelarnos e intentar que nuestros hijos sepan qué es el bien y el mal. cómo funciona nuestro sistema de reproducción y cuándo hay que darle uso. No todo vale, y las discotecas no debieran ser lugares pringados de semen donde se inicien los menores a entregarse sin condiciones al primero que llegue. Del amor y el respeto, de la virtud, no se habla porque ya no se cree en nada. Asi que ya están considerando algunos la distribución en nuestros parques infantiles de condones a niños desde los ocho años. para que jueguen con estos nuevos globos.
Ilia Galán
El Diario de Ávila 20 de noviembre de 2010
Una niña rumana se queda embarazada con diez años con grave embarazo para nuestra sociedad, otro muchacho de trece años violó a dos de ocho e intentó atacar a otro en Cataluña pero no se le puede juzgar. Nuestro subnormal sistema legal, parido por malvados o necios, permite que ciertos crímenes no tengan consecuencias negativas, de manera que se anima a la repetición de violaciones, robos,y otras atrocidades. Señales como esta se repiten en una sociedad desquiciada como la nuestra. De los no tan lejanos tiempos del tirano calvo. en los que un beso público en la boca era un delito, se ha pasado a lo contrario, con todos los excesos propios de estas tierras sin medida, pasionales y locas. A los niños se les enseña a fornicar cuanto antes mejor, los periódicos nacionales animan a ello y además se habla de repartir preservativos infantiles. Por un lado, un afán de seguridad llena de normativas nuestras vidas para que los infantes no se golpeen en un parque con un columpio, se prohíbe el tabaco por los riesgos que en nuestra salud pue den darse. Nos obligan a colocarnos en el coche un cinturón o nos impiden comer ciertos alimentos…,llegándose en estos empeños a un nuevo puritanismo que se defiende con fervores pseudo-religiosos. Por otra parte se anima, despreciando consideraciones morales, al roce sexual, como si fuese lo mismo saludarse dándose la mano que el pene, como si no se implicaran las pasiones de una forma especial, como si dicho acto no tuviese nada que ver con sus posibles consecuencias: enfermedaes sexuales, embarazos no deseados etc. Un menor no puede ser responsable de sus delitos pero puede abortar y tener hijos. No es serio. Sensata es la tradición: a un joven no hace falta animarle para tener relaciones maritales, pues el estallido hormonal ya le lleva en dirección contraria. Al revés, hay que enseñarle a dominarse, a ser señor de sus deseos, porque la mayoría no están maduros para afrontar una posible familia. El sexo no es solo un juego y por eso mismo esa pulsión tan poderosa se ha intentado educar y controlar en las civilizaciones.El gobierno actual, esbirro de los banqueros a quienes sirve, ya que no sabe desarrollar una política social parece que se ha concentrado en la región que va desde el ombligo al culo y ahí centra sus políticas contra la Iglesia, sobre el aborto o para instaurar el reino de gaylandia. Con esos presupuestos intenta destruir la educación con reformas imbéciles y además imponer por la fuerza, una asignatura sobre el uso de nuestros genitales, adoctrinando con el pansexualismo. Los padres hemos de rebelarnos e intentar que nuestros hijos sepan qué es el bien y el mal. cómo funciona nuestro sistema de reproducción y cuándo hay que darle uso. No todo vale, y las discotecas no debieran ser lugares pringados de semen donde se inicien los menores a entregarse sin condiciones al primero que llegue. Del amor y el respeto, de la virtud, no se habla porque ya no se cree en nada. Asi que ya están considerando algunos la distribución en nuestros parques infantiles de condones a niños desde los ocho años. para que jueguen con estos nuevos globos.
Ilia Galán
El huevo de la serpiente.
Juan Manuel de Prada
XLsemanal 21 noviembre 2010
Al establecer que son 'inherentes' a la persona, los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos quisieron significar que eran derechos de naturaleza prepolítica, constitutivos de la persona , y también apolíticos, porque no son construcciones del poder, que independientemente de su orientación ideológica debe luchar por su preservación. En los últimos años, sin embargo, se está imponiendo una nueva versión de los derechos humanos que no es sino el camuflaje con el que se trata de satisfacer intereses particulares, a veces de naturaleza criminal. Los derechos humanos han dejado de ser definiciones objetivas, para convertirse en acuñaciones moldeables según la conveniencia social del momento, según las preferencias ideológicas de una determinada formación política que ostenta coyunturalmente una mayoría parlamentaria.
Quienes promueven esta desnaturalización de los derechos humanos actúan de forma muy astuta: su objetivo es crear artificialmente una 'opinión publica' favorable a la que es obligatorio adherirse, si no se quiere ser arrojado al infierno de los réprobos. Para lograrlo desarrollan un activismo incansable en las conferencias internacionales, donde se redactan textos en los que se habla de derechos inexistentes (por ejemplo, el llamado 'derecho a la salud reproductiva y sexual'); tales textos carecen de valor jurídico, pero tienen una gran importancia política, pues por estar bendecidos desde instancias corno la ONU crean un espejismo de 'consenso internacional' y aparecen revestidos de una legitimidad de la que en realidad carecen. Paralelamente, desde organismos internacionales como la turbia organización Mundial de la Salud –especialista en proclamar epidemias fantasmagóricas de gripe- se fabrican argumentos seudocientífico que a fuerza de ser repetidos, se convierten en verdades inatacables.
Los documentos sin valor legal emanados de las conferencias internacionales y las manipulaciones seudocientíficas son luego esgrimidos por los lobbies promotores de estos 'nuevos derechos que actúan siguiendo un plan conjunto que tiene como objetivo modelar la opinión pública e introducir en el lenguaje político las manipulaciones seudocientíficas mencionadas. Paralelamente, los distintos Gobiernos de los Estados, acogiéndose a la apariencia de legitimidad que les proporcionan los documentos sin valor jurídico de los organismos internacionales, promueven legislaciones nacionales que consagran los 'nuevos derechos', creando el espejismo de que responden a una demanda social. La sociedad, para entonces, ha dejado de resistirse; y quienes aún se oponen se consideran contrarios al progreso, a la tolerancia y a los derechos humanos. No importa que, en realidad, sean sus únicos defensores, porque los conceptos de progreso, tolerancia y derechos humanos han sido usurpados. Y todo el que ose discutir tales falsos derechos se convierte de inmediato en un intolerante, en un retrógrado, en un fanático, en un ser asocial... en un delincuente incluso. Porque lo que se pretende es que, de aquí a unos pocos años, todo el que se oponga a esta redefinición de los derechos humanos sea condenado a la muerte civil.
Quienes promueven la redefinición y desnaturalización de los derechos humanos afirman que no existe otra moral que la que determina la ‘opinión pública’- esa opinión pública que previamente han modelado asu antojo- o las mayorías parlamentarias. Y así por ejemplo, se nos hace creer que el aborto es aceptable por la sencilla razón de que la mayoría vota a su favor, o
porque existen partidos que gozando de una abultada representación, defienden que sea legalizado. Entonces. hemos de concluir, también el genocidio debería aceptarse , si quien lo perpetra fuese elegido democráticamente, como los alemanes de los años treinta hicieron con Hitler. ¿Por que no? Es pura lógica.
Pero es la lógica del mal. Si nos rebelamos contra el genocidio, ¿por qué no lo hacemos contra esta redefinición de derechos que está desarrollándose ante nuestros ojos? Porque hemos sido sobornados; porque el poder ha sabido aprovecharse de nuestras debilidades, de nuestros intereses egoístas, dándoles categoría de derechos. Somos más esclavos que nunca, porque hemos renunciado a nuestra capacidad de discernimiento moral. Éste es el drama de las democracias occidentales, éste es el huevo de la serpiente que están incubando y que acabará destruyéndolas.
www.xlsemanal.com/prada
wvw..juanmanueldeprada.com
Juan Manuel de Prada
XLsemanal 21 noviembre 2010
Al establecer que son 'inherentes' a la persona, los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos quisieron significar que eran derechos de naturaleza prepolítica, constitutivos de la persona , y también apolíticos, porque no son construcciones del poder, que independientemente de su orientación ideológica debe luchar por su preservación. En los últimos años, sin embargo, se está imponiendo una nueva versión de los derechos humanos que no es sino el camuflaje con el que se trata de satisfacer intereses particulares, a veces de naturaleza criminal. Los derechos humanos han dejado de ser definiciones objetivas, para convertirse en acuñaciones moldeables según la conveniencia social del momento, según las preferencias ideológicas de una determinada formación política que ostenta coyunturalmente una mayoría parlamentaria.
Quienes promueven esta desnaturalización de los derechos humanos actúan de forma muy astuta: su objetivo es crear artificialmente una 'opinión publica' favorable a la que es obligatorio adherirse, si no se quiere ser arrojado al infierno de los réprobos. Para lograrlo desarrollan un activismo incansable en las conferencias internacionales, donde se redactan textos en los que se habla de derechos inexistentes (por ejemplo, el llamado 'derecho a la salud reproductiva y sexual'); tales textos carecen de valor jurídico, pero tienen una gran importancia política, pues por estar bendecidos desde instancias corno la ONU crean un espejismo de 'consenso internacional' y aparecen revestidos de una legitimidad de la que en realidad carecen. Paralelamente, desde organismos internacionales como la turbia organización Mundial de la Salud –especialista en proclamar epidemias fantasmagóricas de gripe- se fabrican argumentos seudocientífico que a fuerza de ser repetidos, se convierten en verdades inatacables.
Los documentos sin valor legal emanados de las conferencias internacionales y las manipulaciones seudocientíficas son luego esgrimidos por los lobbies promotores de estos 'nuevos derechos que actúan siguiendo un plan conjunto que tiene como objetivo modelar la opinión pública e introducir en el lenguaje político las manipulaciones seudocientíficas mencionadas. Paralelamente, los distintos Gobiernos de los Estados, acogiéndose a la apariencia de legitimidad que les proporcionan los documentos sin valor jurídico de los organismos internacionales, promueven legislaciones nacionales que consagran los 'nuevos derechos', creando el espejismo de que responden a una demanda social. La sociedad, para entonces, ha dejado de resistirse; y quienes aún se oponen se consideran contrarios al progreso, a la tolerancia y a los derechos humanos. No importa que, en realidad, sean sus únicos defensores, porque los conceptos de progreso, tolerancia y derechos humanos han sido usurpados. Y todo el que ose discutir tales falsos derechos se convierte de inmediato en un intolerante, en un retrógrado, en un fanático, en un ser asocial... en un delincuente incluso. Porque lo que se pretende es que, de aquí a unos pocos años, todo el que se oponga a esta redefinición de los derechos humanos sea condenado a la muerte civil.
Quienes promueven la redefinición y desnaturalización de los derechos humanos afirman que no existe otra moral que la que determina la ‘opinión pública’- esa opinión pública que previamente han modelado asu antojo- o las mayorías parlamentarias. Y así por ejemplo, se nos hace creer que el aborto es aceptable por la sencilla razón de que la mayoría vota a su favor, o
porque existen partidos que gozando de una abultada representación, defienden que sea legalizado. Entonces. hemos de concluir, también el genocidio debería aceptarse , si quien lo perpetra fuese elegido democráticamente, como los alemanes de los años treinta hicieron con Hitler. ¿Por que no? Es pura lógica.
Pero es la lógica del mal. Si nos rebelamos contra el genocidio, ¿por qué no lo hacemos contra esta redefinición de derechos que está desarrollándose ante nuestros ojos? Porque hemos sido sobornados; porque el poder ha sabido aprovecharse de nuestras debilidades, de nuestros intereses egoístas, dándoles categoría de derechos. Somos más esclavos que nunca, porque hemos renunciado a nuestra capacidad de discernimiento moral. Éste es el drama de las democracias occidentales, éste es el huevo de la serpiente que están incubando y que acabará destruyéndolas.
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Opinión pública
martes, 16 de noviembre de 2010
Las señales del fin (José Jiménez Lozano. Diario de Ávila 14 .11 .2010)
DIARIO DE ÁVILA
DOMINGO 14 DE NOVIEMBRE DE 2010
A LA LUZ DE UNA CANDELA. JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
Las señales del fin
Ya he escrito que me parece que, co mo siempre ha ocurrido en la historia, las primeras señales de un profundo cambio histórico se ven o se barruntan entre quienes viven en el campo, y que esto también ocurrió en las vísperas de la caída de Roma, por ejemplo, porque casi solo en el campo los romanos de entonces tenían un abuelo o bisabuelo romano; y también cuando vieron que, en los dulces atardeceres del otoño, aquellos bárbaros que vivían, como quien dice, a un tiro de piedra, bajaban a comer los dulces higos de los huertos y jardines de las hermosas villas y las pequeñas propiedades agrícolas.
Y lo cierto era que, para esas fechas, ya había muchos de esos bárbaros que se habían asimilado perfectamente, y estaban incluso en las filas del Ejército de Roma yen la Administración, mientras que había muchos romanos que soñaban con la maravilla de ser bárbaros, y sentían el deseo y la envidia de serlo, porque al expresarse así echaban un poco de pimienta en sus vidas, haciéndose subversivos en los postres del banquete de Trimalción, que ya ofrecía nueva cocina, o en las veladas de sus villas campestres. Y bien seguros de que llevarían la misma vida cuando los bárbaros llegasen.
El tiempo pasó en verborrea y cabildeos, o debates como se dice ahora, los impuestos se hicieron confiscatorios y resultaron insoportables, los políticos eran más incompetentes y más alegremente optimistas, la maquinaría militar comenzó a fallar; y un día ya no quedó más tiempo. Un bárbaro inteligente y bastante expeditivo se presentó a las puertas mismas de la ciudad de Roma, y los romanos ya no pudieron hacer otra cosa que ofrecerle un trato para llegar a un entendimiento.
Los romanos comenzaron a hablar, muy fieros, refiriéndose a su superioridad militar, pero Alarico les contestó con una metáfora campesina, asegurando que cuanto más gruesa es la hierba más fácil es cortarla, y decidió sin más llevarse de la ciudad todo el oro, la plata, y todo aquello transportable que tuviera valor, y, desde luego, a todos los esclavos bárbaros. «¿Y entonces qué nos queda después de esto?», preguntaron los romanos, yAlarico respondió: «la vida».
Así concluyó la historia de los higos que desde el principio intrigó a los campesinos, por la sencilla razón de que, si en el campo se oye un ruido extraño, sucede algo que nunca ha sucedido y no debe suceder, o si las estrellas relucen un poco más o un poco menos que como debe ser, no es que vaya a pasar algo, es que ya está pasando.
Aunque esas gentes del campo saben que, si lo dicen, no se les hará ningún caso y se les acusará de carecer de cultura política; así que, por mi parte, si digo y recuerdo todo esto, es a mero título de curiosidad, y avisando, por supuesto, de que cualquier coincidencia con la realidad sería una mera coincidencia.
Y, sobre todo, porque nuestro destino no tiene el aspecto de que vaya a ser tan benevolente como el de los romanos.
DOMINGO 14 DE NOVIEMBRE DE 2010
A LA LUZ DE UNA CANDELA. JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
Las señales del fin
Ya he escrito que me parece que, co mo siempre ha ocurrido en la historia, las primeras señales de un profundo cambio histórico se ven o se barruntan entre quienes viven en el campo, y que esto también ocurrió en las vísperas de la caída de Roma, por ejemplo, porque casi solo en el campo los romanos de entonces tenían un abuelo o bisabuelo romano; y también cuando vieron que, en los dulces atardeceres del otoño, aquellos bárbaros que vivían, como quien dice, a un tiro de piedra, bajaban a comer los dulces higos de los huertos y jardines de las hermosas villas y las pequeñas propiedades agrícolas.
Y lo cierto era que, para esas fechas, ya había muchos de esos bárbaros que se habían asimilado perfectamente, y estaban incluso en las filas del Ejército de Roma yen la Administración, mientras que había muchos romanos que soñaban con la maravilla de ser bárbaros, y sentían el deseo y la envidia de serlo, porque al expresarse así echaban un poco de pimienta en sus vidas, haciéndose subversivos en los postres del banquete de Trimalción, que ya ofrecía nueva cocina, o en las veladas de sus villas campestres. Y bien seguros de que llevarían la misma vida cuando los bárbaros llegasen.
El tiempo pasó en verborrea y cabildeos, o debates como se dice ahora, los impuestos se hicieron confiscatorios y resultaron insoportables, los políticos eran más incompetentes y más alegremente optimistas, la maquinaría militar comenzó a fallar; y un día ya no quedó más tiempo. Un bárbaro inteligente y bastante expeditivo se presentó a las puertas mismas de la ciudad de Roma, y los romanos ya no pudieron hacer otra cosa que ofrecerle un trato para llegar a un entendimiento.
Los romanos comenzaron a hablar, muy fieros, refiriéndose a su superioridad militar, pero Alarico les contestó con una metáfora campesina, asegurando que cuanto más gruesa es la hierba más fácil es cortarla, y decidió sin más llevarse de la ciudad todo el oro, la plata, y todo aquello transportable que tuviera valor, y, desde luego, a todos los esclavos bárbaros. «¿Y entonces qué nos queda después de esto?», preguntaron los romanos, yAlarico respondió: «la vida».
Así concluyó la historia de los higos que desde el principio intrigó a los campesinos, por la sencilla razón de que, si en el campo se oye un ruido extraño, sucede algo que nunca ha sucedido y no debe suceder, o si las estrellas relucen un poco más o un poco menos que como debe ser, no es que vaya a pasar algo, es que ya está pasando.
Aunque esas gentes del campo saben que, si lo dicen, no se les hará ningún caso y se les acusará de carecer de cultura política; así que, por mi parte, si digo y recuerdo todo esto, es a mero título de curiosidad, y avisando, por supuesto, de que cualquier coincidencia con la realidad sería una mera coincidencia.
Y, sobre todo, porque nuestro destino no tiene el aspecto de que vaya a ser tan benevolente como el de los romanos.
martes, 2 de noviembre de 2010
Conciliación (Juan Manuel de Prada, XLsemanal 31-10-2010)
CONCILIACIÓN
Juan Manuel de Prada
Animales de compañía.
XLsemanal 31 de octubre de 2010
Anda mi amigo Ignacio Buqueras empeñado, desde la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios que preside, en cambiar los hábitos laborales de los españoles, que según los estudios demoscópicos son los más caóticos. dilatados e improductivos del orbe. Resulta que el español es quien más tiempo dedica al trabajo; y también quien más estérilmente se lo dedica, alargando su jornada hasta horas inhóspitas que asfixian su vida familiar. Y para suscitar una reflexión social sobre la necesidad de conciliar trabajo y vida familiar ha organizado Ignacio Buqueras un congreso en Valladolid, al que ha tenido la deferencia de invitarme.
Es un asunto poliédrico este de los horarios laborales y la conciliación familiar. Parece evidente que en otros países vecinos en los que se trabaja menos horas el índice de productividad es mayor; pero no parece tan claro que la vida familiar salga beneficiada, si consideramos que plagas como la del divorcio los fustigan en igual o mayor proporción que a nosotros. Parece evidente también que la mera importación de hábitos europeos no es el remedio que mejor encaje con el particular temperamento español; y aun sospecho que tal importación acabaría causando graves desarreglos de conducta entre nuestros paisanos. Los holandeses, por ejemplo, a eso del mediodía, interrumpen durante un rato sus quehaceres laborales para ingerir (escribo 'ingerir' porque a eso no se le puede llamar 'comer') un sándwich; y enseguida se ponen otra vez a trabajar, hasta concluir la jornada. Yo he visto cómo lo hacen; y es uno de los espectáculos más tristes de acabamiento humano que haya podido presenciar: para conciliar la vida laboral y la vida familiar hay que empezar por reconciliarse con la vida, y reducir las comidas a una mera ingesta de calorías es como hacer oposiciones a la muerte. En España, desgraciadamente, se han comenzado a imponer hábitos tan infrahumanos y mortuorios; y el resultado es calamitoso, pues agrava en el trabajador el sentimiento de que su trabajo (y, por extensión, la vida)es una mierda, lo que no redunda precisamente en una mayor 'productividad'; por no añadir que, de vuelta a casa, ese sentimiento sigue amargando sus horas, y comunicándose a quienes lo rodean. El holandés tal vez vuelva a a casa antes que el español, pero es para trasladar el infierno de una vida mortuoria al hogar; y así no hay conciliaciones que valgan.
Yo creo que la única 'conciliación' posible es la que nace de una vida plena; y no hay vida plena allá donde el trabajo (que, a fin de cuentas, es una 'maldición bíblica') se convierte . en prioridad absoluta, allá donde deja l de ser una necesidad más o menos onerosa y se torna gustosa esclavitud, erigiéndose en sustancia de la propia vida (a la que contamina de muerte), y en el astro solar en torno al cual giran los otros aspectos de la vida (reducidos ya a despojos), como planetas de órbita concéntrica. Ésta es una vida sin sentido de la jerarquía; y allá donde no hay jerarquía termina instaurándose el caos: pronto esos planetas subordinados acaban convirtiéndose en asteroides de órbita extraviada, acaban condenados a vagar en las tinieblas exteriores y a ser deglutidos por algún agujero negro. Una vida que prioriza el trabajo nada puede conciliar; porque cuando a lo que es subalterno (por muy necesario que sea) se le concede el rango de primordial, lo que es primordial acaba siendo subalterno; y sobre esta subversión desnaturalizadora nada bueno ni vivo se puede construir, como ocurre siempre que lo que es de naturaleza inferior se encumbra a una naturaleza superior.
Y, sin embargo, todo se pretende construir sobre esta subversión. Aceptamos que el 'éxito laboral' es condición indispensable para la 'realización' personal; sacrificamos nuestras plurales vocaciones en aras de un trabajo que ni siquiera es nuestra vocación: aceptamos las renuncias más ímprobas con tal de promocionamos en el trabajo; e, inevitablemente, cuando nos falta el trabajo somos como muertos en vida, porque previamente se la hemos entregado. La conciliación entre dos cosas que son de naturaleza distinta sólo se puede alcanzar cuando previamente hemos determinado la naturaleza de cada cosa; y determinar la naturaleza de las cosas exige establecer su jerarquía. Cuando se subvierte la naturaleza de las cosas y se altera su jerarquía, el caos —la muerte— ya se ha adueñado de nuestras vidas; y contra el caos —contra la muerte— no valen horarios.
wwwxlsemanal.com/prada
http://www.juanmanueldeprada.com/
Juan Manuel de Prada
Animales de compañía.
XLsemanal 31 de octubre de 2010
Anda mi amigo Ignacio Buqueras empeñado, desde la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios que preside, en cambiar los hábitos laborales de los españoles, que según los estudios demoscópicos son los más caóticos. dilatados e improductivos del orbe. Resulta que el español es quien más tiempo dedica al trabajo; y también quien más estérilmente se lo dedica, alargando su jornada hasta horas inhóspitas que asfixian su vida familiar. Y para suscitar una reflexión social sobre la necesidad de conciliar trabajo y vida familiar ha organizado Ignacio Buqueras un congreso en Valladolid, al que ha tenido la deferencia de invitarme.
Es un asunto poliédrico este de los horarios laborales y la conciliación familiar. Parece evidente que en otros países vecinos en los que se trabaja menos horas el índice de productividad es mayor; pero no parece tan claro que la vida familiar salga beneficiada, si consideramos que plagas como la del divorcio los fustigan en igual o mayor proporción que a nosotros. Parece evidente también que la mera importación de hábitos europeos no es el remedio que mejor encaje con el particular temperamento español; y aun sospecho que tal importación acabaría causando graves desarreglos de conducta entre nuestros paisanos. Los holandeses, por ejemplo, a eso del mediodía, interrumpen durante un rato sus quehaceres laborales para ingerir (escribo 'ingerir' porque a eso no se le puede llamar 'comer') un sándwich; y enseguida se ponen otra vez a trabajar, hasta concluir la jornada. Yo he visto cómo lo hacen; y es uno de los espectáculos más tristes de acabamiento humano que haya podido presenciar: para conciliar la vida laboral y la vida familiar hay que empezar por reconciliarse con la vida, y reducir las comidas a una mera ingesta de calorías es como hacer oposiciones a la muerte. En España, desgraciadamente, se han comenzado a imponer hábitos tan infrahumanos y mortuorios; y el resultado es calamitoso, pues agrava en el trabajador el sentimiento de que su trabajo (y, por extensión, la vida)es una mierda, lo que no redunda precisamente en una mayor 'productividad'; por no añadir que, de vuelta a casa, ese sentimiento sigue amargando sus horas, y comunicándose a quienes lo rodean. El holandés tal vez vuelva a a casa antes que el español, pero es para trasladar el infierno de una vida mortuoria al hogar; y así no hay conciliaciones que valgan.
Yo creo que la única 'conciliación' posible es la que nace de una vida plena; y no hay vida plena allá donde el trabajo (que, a fin de cuentas, es una 'maldición bíblica') se convierte . en prioridad absoluta, allá donde deja l de ser una necesidad más o menos onerosa y se torna gustosa esclavitud, erigiéndose en sustancia de la propia vida (a la que contamina de muerte), y en el astro solar en torno al cual giran los otros aspectos de la vida (reducidos ya a despojos), como planetas de órbita concéntrica. Ésta es una vida sin sentido de la jerarquía; y allá donde no hay jerarquía termina instaurándose el caos: pronto esos planetas subordinados acaban convirtiéndose en asteroides de órbita extraviada, acaban condenados a vagar en las tinieblas exteriores y a ser deglutidos por algún agujero negro. Una vida que prioriza el trabajo nada puede conciliar; porque cuando a lo que es subalterno (por muy necesario que sea) se le concede el rango de primordial, lo que es primordial acaba siendo subalterno; y sobre esta subversión desnaturalizadora nada bueno ni vivo se puede construir, como ocurre siempre que lo que es de naturaleza inferior se encumbra a una naturaleza superior.
Y, sin embargo, todo se pretende construir sobre esta subversión. Aceptamos que el 'éxito laboral' es condición indispensable para la 'realización' personal; sacrificamos nuestras plurales vocaciones en aras de un trabajo que ni siquiera es nuestra vocación: aceptamos las renuncias más ímprobas con tal de promocionamos en el trabajo; e, inevitablemente, cuando nos falta el trabajo somos como muertos en vida, porque previamente se la hemos entregado. La conciliación entre dos cosas que son de naturaleza distinta sólo se puede alcanzar cuando previamente hemos determinado la naturaleza de cada cosa; y determinar la naturaleza de las cosas exige establecer su jerarquía. Cuando se subvierte la naturaleza de las cosas y se altera su jerarquía, el caos —la muerte— ya se ha adueñado de nuestras vidas; y contra el caos —contra la muerte— no valen horarios.
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miércoles, 27 de octubre de 2010
Señores de los tiempos (José Jimenez Lozano, Diario de Ávial , 17-10-2010)
Señores de los tiempos
José Jiménez Lozano
(A la luz de una candela. Diario de Ávila 17 octubre 2010)
Claro está que en unos momen tos en que parece que entre nosotros hay necesidad de reconstruir hasta el lenguaje y las normas de la civilidad, porque, como ya decía Ortega en su tiempo, lo mismo da decir una verdad que una necedad porque nada trae consecuencias, salvo que la necedad tiene más éxito, naturalmente, no resulta ni siquiera llamativo lo que la Academia de la Historia misma hizo en un informe oficial hace unos años; esto es, que no se está enseñando historia de España, sino sencillamente falseándola. Y resulta, sin embargo, que esta misma queja de la Academia se tornó polémica..
Pero es que, en realidad, aquí todo es polémico, porque todo es opinable y, como esto de la opinión es como un comercio de todo a cien, nadie se priva de afirmar lo que tiene a bien, o lo que se le ocurre en el momento.
Con la historia, en efecto, se pue de hacer lo que se quiera, y tanto va le para un cosido como para un barrido. Es decir, que se tiene poder para modificar el pasado, algo que aterrorizaría a un griego, porque el realidad era una hubris o desafío los dioses, y en su manifestación extrema, puesto que implicaría reclamar mayor poder que ellos.
Siempre, desde luego, se ha falsificado la historia, unas veces por motivos político-ideológicos, y otras digamos que para la alimentación casera de las glorias de la propia aldea; pero en el primer caso siempre se ha sabido también que era una tarea de fanáticos, e inescrupulosos; y, en el segundo caso, de ingenuos excesos en el amor de la patria chica, algo perfectamente inocente y hasta enternecedor. Lo terrible es el momento en el que los hombres se han autodesignado dueños y señores de la historia: del presente, del futuro, y del pasado.De modo que no solo cabe ofrecer cien versiones distintas de los hechos, según convenga en cada momento, sino que
se pueden ofrecer inmensos huecos o agujeros negros que se tragan ciertas épocas o ciertas personas públicas como si no hubieran existido.
Y así, por ejemplo, no hay dos ediciones de la famosa Enciclopedia soviética que digan lo mismo, respecto a hechos y personas, y los chinos actuales para saber cómo vivían sus antepasados tienen que comprar las novelas de la escritora norteamericana, Pearl. S. Buck, porque, después de la Revolución Cultural contra las antiguallas, que había arrasado todo, ya no quedan ni huellas.
Fernando VII dijo aquello de «los tres mal llamados años» refiriéndose a los que iban de 1820 a 1823,en los que tuvo que ir, él el primero como dijo, por la senda constitucional,pero al fin y al ca‑
bo no negaba que allí había un hueco; pero en la ideologización manipulada de la historia no hay ni huecos, nadie debe sospechar que los hay; y hemos llegado aun punto en que cabe dudar, por lo visto, si eso de España ha existido alguna vez o es un invento reaccionario. ¿Acaso no es la historia
una ciencia social, y no debe fabricarse para su provechoso consumo? Pues en éstas estamos.
José Jiménez Lozano
(A la luz de una candela. Diario de Ávila 17 octubre 2010)
Claro está que en unos momen tos en que parece que entre nosotros hay necesidad de reconstruir hasta el lenguaje y las normas de la civilidad, porque, como ya decía Ortega en su tiempo, lo mismo da decir una verdad que una necedad porque nada trae consecuencias, salvo que la necedad tiene más éxito, naturalmente, no resulta ni siquiera llamativo lo que la Academia de la Historia misma hizo en un informe oficial hace unos años; esto es, que no se está enseñando historia de España, sino sencillamente falseándola. Y resulta, sin embargo, que esta misma queja de la Academia se tornó polémica..
Pero es que, en realidad, aquí todo es polémico, porque todo es opinable y, como esto de la opinión es como un comercio de todo a cien, nadie se priva de afirmar lo que tiene a bien, o lo que se le ocurre en el momento.
Con la historia, en efecto, se pue de hacer lo que se quiera, y tanto va le para un cosido como para un barrido. Es decir, que se tiene poder para modificar el pasado, algo que aterrorizaría a un griego, porque el realidad era una hubris o desafío los dioses, y en su manifestación extrema, puesto que implicaría reclamar mayor poder que ellos.
Siempre, desde luego, se ha falsificado la historia, unas veces por motivos político-ideológicos, y otras digamos que para la alimentación casera de las glorias de la propia aldea; pero en el primer caso siempre se ha sabido también que era una tarea de fanáticos, e inescrupulosos; y, en el segundo caso, de ingenuos excesos en el amor de la patria chica, algo perfectamente inocente y hasta enternecedor. Lo terrible es el momento en el que los hombres se han autodesignado dueños y señores de la historia: del presente, del futuro, y del pasado.De modo que no solo cabe ofrecer cien versiones distintas de los hechos, según convenga en cada momento, sino que
se pueden ofrecer inmensos huecos o agujeros negros que se tragan ciertas épocas o ciertas personas públicas como si no hubieran existido.
Y así, por ejemplo, no hay dos ediciones de la famosa Enciclopedia soviética que digan lo mismo, respecto a hechos y personas, y los chinos actuales para saber cómo vivían sus antepasados tienen que comprar las novelas de la escritora norteamericana, Pearl. S. Buck, porque, después de la Revolución Cultural contra las antiguallas, que había arrasado todo, ya no quedan ni huellas.
Fernando VII dijo aquello de «los tres mal llamados años» refiriéndose a los que iban de 1820 a 1823,en los que tuvo que ir, él el primero como dijo, por la senda constitucional,pero al fin y al ca‑
bo no negaba que allí había un hueco; pero en la ideologización manipulada de la historia no hay ni huecos, nadie debe sospechar que los hay; y hemos llegado aun punto en que cabe dudar, por lo visto, si eso de España ha existido alguna vez o es un invento reaccionario. ¿Acaso no es la historia
una ciencia social, y no debe fabricarse para su provechoso consumo? Pues en éstas estamos.
martes, 26 de octubre de 2010
¿Los inmigrantes salvan nuestras pensiones del futuro? (Josep Anglada)
¿Los inmigrantes salvan nuestras pensiones del futuro?
En 2005, el Gobierno realizó un Informe de Estrategia de España en relación con el futuro del sistema de pensiones, cuyas principales conclusiones son que en 2015 la Seguridad Social estará casi con toda seguridad en quiebra contable, y que a partir de 2020, cuando se haya agotado el denominado Fondo de Reserva de las pensiones, también estará en quiebra financiera. Sencillamente, las pensiones, al menos en la cuantía y extensión previstas actualmente, no podrán pagarse. Y esa escalofriante realidad, como es lógico, la saben bien nuestros políticos de todos los partidos del sistema actual desde hace, al menos, cinco años.
Durante un debate televisivo sobre la inmigración al que acudí como invitado en Intereconomía TV, el pasado mes de febrero, el representante de la comunidad inmigrante ecuatoriana, cuyo nombre no recuerdo, me espetó con asombroso desparpajo lo siguiente: «que sepan todos ustedes que gracias a la contribución de nosotros, los inmigrantes, los españoles de hoy tienen asegurada su pensión». Lo dijo y se quedó tan ancho: ¡ahora resulta que vamos a tenerles que estar agradecidos!
En realidad, esta idea de justificar la invasión inmigrante en algo tan sensible para el pueblo como el futuro de su jubilación es tan recurrente como falsa. Sencillamente, no es cierto y aunque ahora tendremos ocasión de demostrarlo con datos empíricos, es decir, científico-económicos, la realidad está poniendo afortunadamente las cosas en su sitio. Porque, vamos a ver, si fuera cierto que la inmigración masiva que padecemos fuera la solución a nuestro grave problema de viabilidad de las pensiones del futuro, ¿cómo es posible entonces que el gobierno de Rodríguez Zapatero, tan socialista, tan de izquierda teórica, haya planteado la cuestión de retrasar la edad de jubilación y ampliar el periodo exigible de cotización? ¿y cuál es la explicación de que una persona tan versada en estas cuestiones como el señor Rodrigo Rato dijera, pocos días antes, que las pensiones españolas corrían verdadero riesgo de quiebra a partir del 2025? Por supuesto, ellos conocen al dedillo el tenor del informe que he citado al comienzo de este epígrafe.
Hay dos grandes sistemas públicos de pensiones. Uno es el mutualista o atlántico, que consiste en que el trabajador percibe una renta tras su jubilación y hasta su defeso en base a que ha cotizado durante un periodo determinado de tiempo de su vida laboral. El otro es el universal, que extiende ese derecho a las pensiones a todas las personas, discriminando aquéllas que lo
perciben por haber cotizado previamente de las que lo hacen, en menor cuantía económica, por motivos netos de solidaridad. Como sabemos, en España nuestro sistema es el de la segunda categoría, desde que en 1985 lo aprobara así el primer Gobierno de Felipe González.
Este cambio en el sistema conllevó también posteriormente un cambio en el régimen de financiación, ya que el originario era incapaz de sostener la financiación derivada de las pensiones «solidarias», por así decir. Hoy en día, las pensiones no derivan del dinero cotizado en su momento por sus beneficiarios, sino de las cotizaciones que pagamos en la actualidad los que estamos en activo. Si hay remanentes, se guardan como un fondo de garantía que el Estado no puede invertir en otra cosa, y si hay déficit se cubre con cargo a los Presupuestos Generales. Ese fue el llamado Pacto de Toledo que suscribieron los principales partidos y sindicatos.
Si miramos con atención esto que acabo de referir, nos daremos perfecta cuenta de que el futuro de las pensiones y la tasa de natalidad son dos elementos que están estrechamente relacionados. Quienes aspiramos a cobrar una pensión en el futuro, fruto de nuestro esfuerzo de hoy, no dependeremos de lo que ingresamos hoy en la caja de la Seguridad Social, sino del número de personas que trabajen —y coticen— en el momento en el que nos jubilemos. Cuantos menos sean los que entonces tengan edad de trabajar, más tendrán que pagar por cabeza... y puede llegar el caso de que la presión fiscal que tengan que soportar sea tan elevada que resulte imposible hacer frente a la misma. A eso, exactamente, es a lo que se refieren los expertos cuando siembran dudas de que en el futuro se puedan abonar las pensiones.
Hasta 1980 el número medio de nacimientos por cada mujer española era de 2,3 hijos. A partir de ese momento, y debido a diversos factores pero sobre todo a una política pública abierta y profundamente antinatalista, bajó con rapidez hasta que en el año 1994 alcanzamos el preocupante promedio de 1,1 hijos,una de las tasas de natalidad más bajas del mundo. En 2007 y a pesar de la cantinela sobre los efectos positivos de la inmigración en cuanto a natalidad, el promedio era de 1,3 hijos por mujer.
Los inmigrantes que han llegado a España son personas en su inmensa mayoría en edad de trabajar. Su peso entre los escalones bajos de nuestra pirámide de población, es decir, los segmentos de menor edad que son aquéllos más necesarios si queremos sostener el Estado del Bienestar —pensiones, educación y salud— del mañana, no sólo es irrelevante sino que por el contrario y, como veremos a continuación, es una agravante de proporciones prácticamente letales.
En cambio, quiero añadir aquí que el número de abortos practicados en España desde 1986 a 2008, según datos oficiales del Ministerio de Sanidad asciende a la increíble cifra de 1.248.673 niños a los que se les ha privado su derecho a la vida. Con independencia del juicio moral que esto significa para un pueblo, destaco aquí las consecuencias de este «suicidio colectivo» sobre el futuro de las pensiones y del resto de las instituciones que componen el Estado del Bienestar son bien elocuentes. Nuestras políticas de natalidad y de familia han sido, desde hace 25 años, e ininterrumpidamente, es decir, con independencia de quién gobernase en el Gobierno y en la Comunidad, sencillamente suicidas en términos colectivos. En cambio, nuestra casta política parece no haberse percatado de este problema; y en caso de que lo hubiera hecho, lo ha ocultado con malicia culpable a la sociedad.
Como consecuencia de todo ello, según datos de Inverco, mientras en 2007 España dedicó el 8,4% de su PIB para hacer frente únicamente al gasto en pensiones públicas, en 2050 ese porcentaje casi se habrá duplicado, pasando al 15,1%. Es decir, la «carga fiscal» que los trabajadores españoles tendrán que soportar dentro de cuarenta años para hacer frente a las pensiones será el doble que la que hoy soportan. En cambio, el impacto que este mismo fenómeno tendrá en el conjunto de la Unión Europea (27 miembros) será mucho menor, ya que se pasará del 10,2% del PIB en 2007 al 12,6% en 2050. Los países que mejor preparados estarán para el futuro serán Alemania, Dinamarca, Italia, Reino Unido y Holada; y los peores Grecia y España.
¿Cómo entonces se dice que la arriada de inmigrantes que sufrimos en nuestro país es la «solución» al problema de las pensiones? Muy sencillo, nuestras élites, que se presuponen a sí mismas tan listas e inteligentes, vuelven una vez más a pecar de cortoplacistas. O lo que es lo mismo, que piensan más en las elecciones próximas que en el futuro que nos aguarda.
El informe realizado en 2007 por la Oficina Económica de la Presidencia del Gobierno hacía las siguientes cuentas: los inmigrantes contribuyen con 8.000 millones anuales en cotizaciones sociales y sólo reciben 400 millones de euros en pensiones. Con este sencillo guarismo, la inmigración, en efecto, era un verdadero milagro, casi como el maná bíblico, puesto que permitía disponer de un excedente de 7.600 millones que podían dedicarse en efecto a pagar las pensiones y jubilaciones actuales.
Ocurre, sin embargo, y como ha señalado un estudio de la Universitat Abat Oliba CEU, que «esta deuda del Estado con el cotizante inmigrante no debería omitirse si se quiere un balance que exprese la realidad de la situación. Introducir esta consideración, valorar el efecto económico de la inmigración más allá de la perspectiva a corto plazo, es todavía más necesario en un horizonte de déficit del sistema público de pensiones. Toda la actual oleada inmigratoria que ahora son activos, pasarán a ser jubilados en el periodo más crítico de la Seguridad Social».
Cuando los inmigrantes que actualmente cotizan se jubilen, el problema de las pensiones en España se habrá agravado considerablemente. Los técnicos más pesimistas hablan de alrededor de un coste adicional de alrededor de 13.500 millones de euros anuales que tendrán que soportar, sobre sus espaldas, nuestros hijos con sus impuestos salvo que agreguemos, como señala el informe de Sociéte Générale titulado Les 1001 facettes d'un choc annoce (2007), año tras año, un millón de nuevos inmigrantes y que estos encuentren de inmediato un empleo.
De la misma opinión es Josep Miró, en su libro El fin del bienestar. De mantenerse la tasa de natalidad como hasta hoy, para que la relación entre ocupado y jubilado fuese de 2,1 (razonable en términos de sustentabilidad mínima del sistema) en 2050, la relación de población tendría que ser de 24 a 30 millones de inmigrantes para un total de 43 millones de españoles autóctonos. Ni eso es pensable desde el punto de vista nacional, ni lo es desde los países origen, que no podrían aportar durante tanto tiempo semejantes flujos de población.
La inmigración, por tanto, ha generado el espejismo de que solucionaba el problema de las pensiones pero sólo en el corto plazo. Si el horizonte temporal lo fijamos en un periodo mayor, las consecuencias derivadas de este fenómeno son justamente las contrarias: lastrarán de tal manera el sistema de la Seguridad Social que será imposible sostenerlo. No me extraña, pues, que Corbacho, el ministro de Trabajo, haya recomendado a los trabajadores que suscriban sus propios planes de pensiones privados.
Joseo Anglada
Sin mordaza y sin velos. Madrid 2010.pp. 190-195
(Con su benevolencia, suponemos)
En 2005, el Gobierno realizó un Informe de Estrategia de España en relación con el futuro del sistema de pensiones, cuyas principales conclusiones son que en 2015 la Seguridad Social estará casi con toda seguridad en quiebra contable, y que a partir de 2020, cuando se haya agotado el denominado Fondo de Reserva de las pensiones, también estará en quiebra financiera. Sencillamente, las pensiones, al menos en la cuantía y extensión previstas actualmente, no podrán pagarse. Y esa escalofriante realidad, como es lógico, la saben bien nuestros políticos de todos los partidos del sistema actual desde hace, al menos, cinco años.
Durante un debate televisivo sobre la inmigración al que acudí como invitado en Intereconomía TV, el pasado mes de febrero, el representante de la comunidad inmigrante ecuatoriana, cuyo nombre no recuerdo, me espetó con asombroso desparpajo lo siguiente: «que sepan todos ustedes que gracias a la contribución de nosotros, los inmigrantes, los españoles de hoy tienen asegurada su pensión». Lo dijo y se quedó tan ancho: ¡ahora resulta que vamos a tenerles que estar agradecidos!
En realidad, esta idea de justificar la invasión inmigrante en algo tan sensible para el pueblo como el futuro de su jubilación es tan recurrente como falsa. Sencillamente, no es cierto y aunque ahora tendremos ocasión de demostrarlo con datos empíricos, es decir, científico-económicos, la realidad está poniendo afortunadamente las cosas en su sitio. Porque, vamos a ver, si fuera cierto que la inmigración masiva que padecemos fuera la solución a nuestro grave problema de viabilidad de las pensiones del futuro, ¿cómo es posible entonces que el gobierno de Rodríguez Zapatero, tan socialista, tan de izquierda teórica, haya planteado la cuestión de retrasar la edad de jubilación y ampliar el periodo exigible de cotización? ¿y cuál es la explicación de que una persona tan versada en estas cuestiones como el señor Rodrigo Rato dijera, pocos días antes, que las pensiones españolas corrían verdadero riesgo de quiebra a partir del 2025? Por supuesto, ellos conocen al dedillo el tenor del informe que he citado al comienzo de este epígrafe.
Hay dos grandes sistemas públicos de pensiones. Uno es el mutualista o atlántico, que consiste en que el trabajador percibe una renta tras su jubilación y hasta su defeso en base a que ha cotizado durante un periodo determinado de tiempo de su vida laboral. El otro es el universal, que extiende ese derecho a las pensiones a todas las personas, discriminando aquéllas que lo
perciben por haber cotizado previamente de las que lo hacen, en menor cuantía económica, por motivos netos de solidaridad. Como sabemos, en España nuestro sistema es el de la segunda categoría, desde que en 1985 lo aprobara así el primer Gobierno de Felipe González.
Este cambio en el sistema conllevó también posteriormente un cambio en el régimen de financiación, ya que el originario era incapaz de sostener la financiación derivada de las pensiones «solidarias», por así decir. Hoy en día, las pensiones no derivan del dinero cotizado en su momento por sus beneficiarios, sino de las cotizaciones que pagamos en la actualidad los que estamos en activo. Si hay remanentes, se guardan como un fondo de garantía que el Estado no puede invertir en otra cosa, y si hay déficit se cubre con cargo a los Presupuestos Generales. Ese fue el llamado Pacto de Toledo que suscribieron los principales partidos y sindicatos.
Si miramos con atención esto que acabo de referir, nos daremos perfecta cuenta de que el futuro de las pensiones y la tasa de natalidad son dos elementos que están estrechamente relacionados. Quienes aspiramos a cobrar una pensión en el futuro, fruto de nuestro esfuerzo de hoy, no dependeremos de lo que ingresamos hoy en la caja de la Seguridad Social, sino del número de personas que trabajen —y coticen— en el momento en el que nos jubilemos. Cuantos menos sean los que entonces tengan edad de trabajar, más tendrán que pagar por cabeza... y puede llegar el caso de que la presión fiscal que tengan que soportar sea tan elevada que resulte imposible hacer frente a la misma. A eso, exactamente, es a lo que se refieren los expertos cuando siembran dudas de que en el futuro se puedan abonar las pensiones.
Hasta 1980 el número medio de nacimientos por cada mujer española era de 2,3 hijos. A partir de ese momento, y debido a diversos factores pero sobre todo a una política pública abierta y profundamente antinatalista, bajó con rapidez hasta que en el año 1994 alcanzamos el preocupante promedio de 1,1 hijos,una de las tasas de natalidad más bajas del mundo. En 2007 y a pesar de la cantinela sobre los efectos positivos de la inmigración en cuanto a natalidad, el promedio era de 1,3 hijos por mujer.
Los inmigrantes que han llegado a España son personas en su inmensa mayoría en edad de trabajar. Su peso entre los escalones bajos de nuestra pirámide de población, es decir, los segmentos de menor edad que son aquéllos más necesarios si queremos sostener el Estado del Bienestar —pensiones, educación y salud— del mañana, no sólo es irrelevante sino que por el contrario y, como veremos a continuación, es una agravante de proporciones prácticamente letales.
En cambio, quiero añadir aquí que el número de abortos practicados en España desde 1986 a 2008, según datos oficiales del Ministerio de Sanidad asciende a la increíble cifra de 1.248.673 niños a los que se les ha privado su derecho a la vida. Con independencia del juicio moral que esto significa para un pueblo, destaco aquí las consecuencias de este «suicidio colectivo» sobre el futuro de las pensiones y del resto de las instituciones que componen el Estado del Bienestar son bien elocuentes. Nuestras políticas de natalidad y de familia han sido, desde hace 25 años, e ininterrumpidamente, es decir, con independencia de quién gobernase en el Gobierno y en la Comunidad, sencillamente suicidas en términos colectivos. En cambio, nuestra casta política parece no haberse percatado de este problema; y en caso de que lo hubiera hecho, lo ha ocultado con malicia culpable a la sociedad.
Como consecuencia de todo ello, según datos de Inverco, mientras en 2007 España dedicó el 8,4% de su PIB para hacer frente únicamente al gasto en pensiones públicas, en 2050 ese porcentaje casi se habrá duplicado, pasando al 15,1%. Es decir, la «carga fiscal» que los trabajadores españoles tendrán que soportar dentro de cuarenta años para hacer frente a las pensiones será el doble que la que hoy soportan. En cambio, el impacto que este mismo fenómeno tendrá en el conjunto de la Unión Europea (27 miembros) será mucho menor, ya que se pasará del 10,2% del PIB en 2007 al 12,6% en 2050. Los países que mejor preparados estarán para el futuro serán Alemania, Dinamarca, Italia, Reino Unido y Holada; y los peores Grecia y España.
¿Cómo entonces se dice que la arriada de inmigrantes que sufrimos en nuestro país es la «solución» al problema de las pensiones? Muy sencillo, nuestras élites, que se presuponen a sí mismas tan listas e inteligentes, vuelven una vez más a pecar de cortoplacistas. O lo que es lo mismo, que piensan más en las elecciones próximas que en el futuro que nos aguarda.
El informe realizado en 2007 por la Oficina Económica de la Presidencia del Gobierno hacía las siguientes cuentas: los inmigrantes contribuyen con 8.000 millones anuales en cotizaciones sociales y sólo reciben 400 millones de euros en pensiones. Con este sencillo guarismo, la inmigración, en efecto, era un verdadero milagro, casi como el maná bíblico, puesto que permitía disponer de un excedente de 7.600 millones que podían dedicarse en efecto a pagar las pensiones y jubilaciones actuales.
Ocurre, sin embargo, y como ha señalado un estudio de la Universitat Abat Oliba CEU, que «esta deuda del Estado con el cotizante inmigrante no debería omitirse si se quiere un balance que exprese la realidad de la situación. Introducir esta consideración, valorar el efecto económico de la inmigración más allá de la perspectiva a corto plazo, es todavía más necesario en un horizonte de déficit del sistema público de pensiones. Toda la actual oleada inmigratoria que ahora son activos, pasarán a ser jubilados en el periodo más crítico de la Seguridad Social».
Cuando los inmigrantes que actualmente cotizan se jubilen, el problema de las pensiones en España se habrá agravado considerablemente. Los técnicos más pesimistas hablan de alrededor de un coste adicional de alrededor de 13.500 millones de euros anuales que tendrán que soportar, sobre sus espaldas, nuestros hijos con sus impuestos salvo que agreguemos, como señala el informe de Sociéte Générale titulado Les 1001 facettes d'un choc annoce (2007), año tras año, un millón de nuevos inmigrantes y que estos encuentren de inmediato un empleo.
De la misma opinión es Josep Miró, en su libro El fin del bienestar. De mantenerse la tasa de natalidad como hasta hoy, para que la relación entre ocupado y jubilado fuese de 2,1 (razonable en términos de sustentabilidad mínima del sistema) en 2050, la relación de población tendría que ser de 24 a 30 millones de inmigrantes para un total de 43 millones de españoles autóctonos. Ni eso es pensable desde el punto de vista nacional, ni lo es desde los países origen, que no podrían aportar durante tanto tiempo semejantes flujos de población.
La inmigración, por tanto, ha generado el espejismo de que solucionaba el problema de las pensiones pero sólo en el corto plazo. Si el horizonte temporal lo fijamos en un periodo mayor, las consecuencias derivadas de este fenómeno son justamente las contrarias: lastrarán de tal manera el sistema de la Seguridad Social que será imposible sostenerlo. No me extraña, pues, que Corbacho, el ministro de Trabajo, haya recomendado a los trabajadores que suscriban sus propios planes de pensiones privados.
Joseo Anglada
Sin mordaza y sin velos. Madrid 2010.pp. 190-195
(Con su benevolencia, suponemos)
¿ Los inmigrantes vienen a ocupar los puestos de trabajo que no quieren los Españoles? (Josep Angalada)
¿Los inmigrantes vienen a ocupar los puestos de trabajo que no quieren los españoles?
Se ha dicho también que los inmigrantes no han perjudicado a los trabajadores autóctonos porque, en realidad, han ocupado exclusivamente aquéllos subsectores laborales en los que los españoles, por diversos motivos —ora porque fueran demasiado duros, ora porque estaban mal pagados—, ya no querían emplearse. Este falaz argumento consiste en decir, poco más o menos, que habida cuenta de que cumplen una función social, ya que alguien tiene que ocuparse de esos trabajos que nosotros despreciamos, la inmigración es un fenómeno que está más que justificado y además es positivo.
Un ejemplo que suele utilizarse para reforzar esta opinión es el de la agricultura: como ya nadie quiere faenar el campo, hemos tenido que recurrir a los inmigrantes; olvidando que aún hoy día hay decenas de miles de trabajadores agrícolas andaluces, castellano-manchegos o extremeños que emigran temporalmente a Navarra durante la campaña del espárrago, o a Francia, La Rioja o Álava para la vendimia. La cuestión, por consiguiente, no se halla en que los inmigrantes vengan a sustituirnos en empleos que ya no queremos, sino en que vienen a aceptar condiciones laborales que en esos empleos, en efecto, los trabajadores españoles ya no consienten ser contratados. Esa es en verdad la madre del cordero.
En España, según las estadísticas oficiales, el porcentaje de población activa en sectores tan duros como la minería o la pesca es el mismo para los inmigrantes que para los autóctonos. Y, en términos absolutos, hay más trabajadores de nacionalidad española en la construcción que inmigrantes. Esos son datos irrebatibles.
El 31 de diciembre de 2008, había en España 1.882.223 inmigrantes en alta laboral, según los datos del Ministerio de Trabajo; es decir, el 39,2% del total de los residentes extranjeros regularizados que han llegado a nuestro país. De ellos, 386.360, es decir, el 20,5% ocupaban puestos como jefes administrativos y de taller, ayudantes no titulados, oficiales y auxiliares administrativos... Y otros 289.830 (el 15,4%) eran oficiales de primera o de segunda categoría.
O sea, más de la mitad de los inmigrantes que trabajaban a finales del 2008 no eran jornaleros, peones de albañil o mineros, sino personal técnico, si bien que, en líneas generales, con menor nivel de capacitación para sus empleos que los autóctonos. Estos datos no se los saca Anglada de debajo de la manga: están colgados en las estadísticas oficiales de la web del Ministerio de Trabajo para que cualquiera pueda comprobarlos por sí mismo.
Por consiguiente: ¡ sí que se ha producido en muchos casos un desplazamiento del trabajador autóctono por parte del inmigrante! Es más: muchos españoles, al perder su empleo en beneficio de inmigrantes dispuestos a trabajar por menos, o al no encontrarlo por el incremento de la oferta, han tenido que hacer el camino inverso y aceptar trabajos de un nivel inferior al que su trayectoria o sus estudios le abrían las puertas.
En febrero de 2009, una Nota Interna sin título de la Oficina de Presidencia del Gobierno de Rodríguez Zapatero que explicaba el impacto laboral de la inmigración (y que, por supuesto no se ha hecho pública) decía textualmente: «puede decirse que la reacción ante la inmigración es tanto más negativa cuanto menos segura es la posición del trabajador en el puesto de trabajo». ¡Naturalmente! Y añade en otro lugar: «el trabajador autóctono ve al inmigrante como un competidor que es capaz de vender su trabajo más barato, con un efecto negativo para el sector que se traduce en la contención y, en ocasiones, en la bajada de los salarios».
Y, en efecto, esa ha sido la gran «contribución» de la inmigración: la «congelación salarial» durante la fase expansiva de nuestra economía del decenio 1995-2005. Al incrementarse la oferta de mano de obra, el resultado inmediato fue una progresiva y permanente contención en los sueldos del conjunto de los trabajadores, inmigrantes o autóctonos.
Tres expertos del Banco de España publicaron en 2008 el libro Does inmigration affect the Phillips curve? Some evidence for Spain, en el que al explicar el raro fenómeno de que, al mismo tiempo, que entre 1995-2006 el paro descendiera del 22 al 8%, en cambio la inflación no subiera, como era lógico al recalentarse la economía, sino que descendiera del 4% al 2% durante el mismo periodo. La explicación la encontraron en la inmigración masiva, debido al efecto de moderación salarial que ha implicado (y sigue haciéndolo, naturalmente) en nuestro mercado laboral, como acabamos de decir.
O, como dice el economista José Luis Malo de Molina en Una larga fase de expansión de la economía española (publicado en 2005):
«La inmigración ha venido a satisfacer la demanda de trabajo en aquéllos segmentos del mercado de trabajo (..) cuyas tensiones se propagaban con facilidad a toda la estructura de costes laborales, y ha introducido una vía adicional de flexibilidad en un mercado caracterizado por una compleja combinación de áreas muy rígidas con otras más flexibles, pero restringidas a colectivos y actividades específicas».
Sin embargo, hemos de tener en cuenta que entre 1997 y 2007, el diferencial de precios de la economía española con respecto a la alemana ha sido nada menos que del 30%, lo que ha colocado a los productos y servicios que ofrecen nuestras empresas, como vimos anteriormente, en una posición muy difícil para competir en los mercados internacionales. La moderación de salarios propiciada por los inmigrantes ha podido tener una relativa importancia en la contención de nuestras tendencias inflacionarias, pero también ha provocado, como vemos, una pérdida de competitividad para el país debido a la baja cualificación y al nulo valor añadido que han aportado a nuestra producción en términos globales.
Josep Angalada
Sin mordaza y sin velos. madrid 2010 pp. 187-190
(con la benevolencia del autor, esperamos)
Se ha dicho también que los inmigrantes no han perjudicado a los trabajadores autóctonos porque, en realidad, han ocupado exclusivamente aquéllos subsectores laborales en los que los españoles, por diversos motivos —ora porque fueran demasiado duros, ora porque estaban mal pagados—, ya no querían emplearse. Este falaz argumento consiste en decir, poco más o menos, que habida cuenta de que cumplen una función social, ya que alguien tiene que ocuparse de esos trabajos que nosotros despreciamos, la inmigración es un fenómeno que está más que justificado y además es positivo.
Un ejemplo que suele utilizarse para reforzar esta opinión es el de la agricultura: como ya nadie quiere faenar el campo, hemos tenido que recurrir a los inmigrantes; olvidando que aún hoy día hay decenas de miles de trabajadores agrícolas andaluces, castellano-manchegos o extremeños que emigran temporalmente a Navarra durante la campaña del espárrago, o a Francia, La Rioja o Álava para la vendimia. La cuestión, por consiguiente, no se halla en que los inmigrantes vengan a sustituirnos en empleos que ya no queremos, sino en que vienen a aceptar condiciones laborales que en esos empleos, en efecto, los trabajadores españoles ya no consienten ser contratados. Esa es en verdad la madre del cordero.
En España, según las estadísticas oficiales, el porcentaje de población activa en sectores tan duros como la minería o la pesca es el mismo para los inmigrantes que para los autóctonos. Y, en términos absolutos, hay más trabajadores de nacionalidad española en la construcción que inmigrantes. Esos son datos irrebatibles.
El 31 de diciembre de 2008, había en España 1.882.223 inmigrantes en alta laboral, según los datos del Ministerio de Trabajo; es decir, el 39,2% del total de los residentes extranjeros regularizados que han llegado a nuestro país. De ellos, 386.360, es decir, el 20,5% ocupaban puestos como jefes administrativos y de taller, ayudantes no titulados, oficiales y auxiliares administrativos... Y otros 289.830 (el 15,4%) eran oficiales de primera o de segunda categoría.
O sea, más de la mitad de los inmigrantes que trabajaban a finales del 2008 no eran jornaleros, peones de albañil o mineros, sino personal técnico, si bien que, en líneas generales, con menor nivel de capacitación para sus empleos que los autóctonos. Estos datos no se los saca Anglada de debajo de la manga: están colgados en las estadísticas oficiales de la web del Ministerio de Trabajo para que cualquiera pueda comprobarlos por sí mismo.
Por consiguiente: ¡ sí que se ha producido en muchos casos un desplazamiento del trabajador autóctono por parte del inmigrante! Es más: muchos españoles, al perder su empleo en beneficio de inmigrantes dispuestos a trabajar por menos, o al no encontrarlo por el incremento de la oferta, han tenido que hacer el camino inverso y aceptar trabajos de un nivel inferior al que su trayectoria o sus estudios le abrían las puertas.
En febrero de 2009, una Nota Interna sin título de la Oficina de Presidencia del Gobierno de Rodríguez Zapatero que explicaba el impacto laboral de la inmigración (y que, por supuesto no se ha hecho pública) decía textualmente: «puede decirse que la reacción ante la inmigración es tanto más negativa cuanto menos segura es la posición del trabajador en el puesto de trabajo». ¡Naturalmente! Y añade en otro lugar: «el trabajador autóctono ve al inmigrante como un competidor que es capaz de vender su trabajo más barato, con un efecto negativo para el sector que se traduce en la contención y, en ocasiones, en la bajada de los salarios».
Y, en efecto, esa ha sido la gran «contribución» de la inmigración: la «congelación salarial» durante la fase expansiva de nuestra economía del decenio 1995-2005. Al incrementarse la oferta de mano de obra, el resultado inmediato fue una progresiva y permanente contención en los sueldos del conjunto de los trabajadores, inmigrantes o autóctonos.
Tres expertos del Banco de España publicaron en 2008 el libro Does inmigration affect the Phillips curve? Some evidence for Spain, en el que al explicar el raro fenómeno de que, al mismo tiempo, que entre 1995-2006 el paro descendiera del 22 al 8%, en cambio la inflación no subiera, como era lógico al recalentarse la economía, sino que descendiera del 4% al 2% durante el mismo periodo. La explicación la encontraron en la inmigración masiva, debido al efecto de moderación salarial que ha implicado (y sigue haciéndolo, naturalmente) en nuestro mercado laboral, como acabamos de decir.
O, como dice el economista José Luis Malo de Molina en Una larga fase de expansión de la economía española (publicado en 2005):
«La inmigración ha venido a satisfacer la demanda de trabajo en aquéllos segmentos del mercado de trabajo (..) cuyas tensiones se propagaban con facilidad a toda la estructura de costes laborales, y ha introducido una vía adicional de flexibilidad en un mercado caracterizado por una compleja combinación de áreas muy rígidas con otras más flexibles, pero restringidas a colectivos y actividades específicas».
Sin embargo, hemos de tener en cuenta que entre 1997 y 2007, el diferencial de precios de la economía española con respecto a la alemana ha sido nada menos que del 30%, lo que ha colocado a los productos y servicios que ofrecen nuestras empresas, como vimos anteriormente, en una posición muy difícil para competir en los mercados internacionales. La moderación de salarios propiciada por los inmigrantes ha podido tener una relativa importancia en la contención de nuestras tendencias inflacionarias, pero también ha provocado, como vemos, una pérdida de competitividad para el país debido a la baja cualificación y al nulo valor añadido que han aportado a nuestra producción en términos globales.
Josep Angalada
Sin mordaza y sin velos. madrid 2010 pp. 187-190
(con la benevolencia del autor, esperamos)
lunes, 25 de octubre de 2010
Vengadores de Escándalos (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila, 3-10-2010)
A la luz de una candela
José Jiménez Lozano, Premio Cervantes
Vengadores de escándalos.
Uno de los estereotipos mentales de nuestro tiempo es la convicción de que hay que entregar al público como plato fuerte y notablemente valioso toda noticia o pintura no solo de nuestra pobre debilidad humana, sino que rebaje a los hombres al más bajo rasero, ofreciendo la sensación, claro está, de que esto se hace en nombre de la más preclara virtud.
Pero, sean como sean las cosas, a lo que quería referirme es al éxito asegurado que en el hombre de hoy, al igual que en la última aldea medieval, tienen las viejísimas habladurías de solana y lavadero que puedan conducir al placer de ver caer a alguien de un podio y hacerse moralmente añicos. Y se trata, desde luego, de una especie de radical instinto democrático de rasero por igual, que no es de hoy precisamente, pero ¿qué haría la industria cultural sin estos trajines?
Hace un tiempo se dio la noticia de que un señor importante, Lars Gyllensten, que fue secretario de la Academia Sueca, y salió de allí dando un portazo, ha escrito un libro en el que de todos aquellos señores que conceden el Nobel, se nos dice que el que no cojea del bazo cojea del espi‑
nazo, que algunos de ellos quieren hacer su carrerita, y otros quieren el Premio para sí mismos.
Es decir, algo muy normal, nada del otro jueves, al fin y al cabo, solo los habituales alifafes de nuestro ego y su instalación en el mundo. Y ya Irving Wallace, en una novela y en un ensayo, contó interioridades sobre el Nobel, y algunas muy divertidas, pero todavía no estaba vigente el estilo comadreo, y mucho menos el estilo canalla que han venido después, ni tampoco éstos eran los estilos del señor Wallace.
Lo curioso es que, en un momento en que referirse a la moral o a la ética, resulta altamente risible, diríamos que estamos en un universo angelical, y esos denunciantes son los relucientes pro
fetas de la pureza, encargados de poner a los denunciados la letra A de color escarlata, como en la terrible novela de Natha niel Hawthome, La letra escarlata. El hombre antiguo era desde luego mucho más expeditivo y bárbaro, cuando se tomaba esas cosas en serio, pongamos por caso la famosa corrupción administrativa. Yen el antiguo Egipto, por ejemplo, se cortaba la nariz a los empleados públicos que metían la mano en la bolsa, y había toda una tierra habitada por estos rinokoluros o gente de nariz cortada, que no se atrevía a vivir entre los demás.
Pero no estoy seguro de que, aunque hoy parezcamos menos bárbaros, no lo sea menos este diario festival vengador de corrupciones que produce el destripamiento de las vidas de
muchas personas.
Y, sin embargo, parecería claro que, al margen de del cumplimiento de la Justicia, la única actitud humana y civilizada sería la de los hijos de Noé,cuando vieron a su padreembriagado y desnudo:que yendo de espaldas,cubrieron su desnudez.
Nuestra actitud de virtuosos vengadores solamente resulta despreciable o cómica.
José Jiménez Lozano, Premio Cervantes
Vengadores de escándalos.
Uno de los estereotipos mentales de nuestro tiempo es la convicción de que hay que entregar al público como plato fuerte y notablemente valioso toda noticia o pintura no solo de nuestra pobre debilidad humana, sino que rebaje a los hombres al más bajo rasero, ofreciendo la sensación, claro está, de que esto se hace en nombre de la más preclara virtud.
Pero, sean como sean las cosas, a lo que quería referirme es al éxito asegurado que en el hombre de hoy, al igual que en la última aldea medieval, tienen las viejísimas habladurías de solana y lavadero que puedan conducir al placer de ver caer a alguien de un podio y hacerse moralmente añicos. Y se trata, desde luego, de una especie de radical instinto democrático de rasero por igual, que no es de hoy precisamente, pero ¿qué haría la industria cultural sin estos trajines?
Hace un tiempo se dio la noticia de que un señor importante, Lars Gyllensten, que fue secretario de la Academia Sueca, y salió de allí dando un portazo, ha escrito un libro en el que de todos aquellos señores que conceden el Nobel, se nos dice que el que no cojea del bazo cojea del espi‑
nazo, que algunos de ellos quieren hacer su carrerita, y otros quieren el Premio para sí mismos.
Es decir, algo muy normal, nada del otro jueves, al fin y al cabo, solo los habituales alifafes de nuestro ego y su instalación en el mundo. Y ya Irving Wallace, en una novela y en un ensayo, contó interioridades sobre el Nobel, y algunas muy divertidas, pero todavía no estaba vigente el estilo comadreo, y mucho menos el estilo canalla que han venido después, ni tampoco éstos eran los estilos del señor Wallace.
Lo curioso es que, en un momento en que referirse a la moral o a la ética, resulta altamente risible, diríamos que estamos en un universo angelical, y esos denunciantes son los relucientes pro
fetas de la pureza, encargados de poner a los denunciados la letra A de color escarlata, como en la terrible novela de Natha niel Hawthome, La letra escarlata. El hombre antiguo era desde luego mucho más expeditivo y bárbaro, cuando se tomaba esas cosas en serio, pongamos por caso la famosa corrupción administrativa. Yen el antiguo Egipto, por ejemplo, se cortaba la nariz a los empleados públicos que metían la mano en la bolsa, y había toda una tierra habitada por estos rinokoluros o gente de nariz cortada, que no se atrevía a vivir entre los demás.
Pero no estoy seguro de que, aunque hoy parezcamos menos bárbaros, no lo sea menos este diario festival vengador de corrupciones que produce el destripamiento de las vidas de
muchas personas.
Y, sin embargo, parecería claro que, al margen de del cumplimiento de la Justicia, la única actitud humana y civilizada sería la de los hijos de Noé,cuando vieron a su padreembriagado y desnudo:que yendo de espaldas,cubrieron su desnudez.
Nuestra actitud de virtuosos vengadores solamente resulta despreciable o cómica.
Los cambios en la constitución: desprecio a la soberanía popular (Josep Anglada)
Los cambios en la Constitución: desprecio a la soberanía popular
Los españoles tenemos una Constitución democrática desde diciembre de 1978. Es junto con la de la Restauración de finales del xix, la que promulgaron Cánovas del Castillo y Sagasta, la más longeva de la que hemos tenido los españoles.
La Constitución fue aprobada por las Cortes Generales (es decir, por el Congreso de los Diputados y el Senado al alimón) y ratificada por el pueblo español mediante un referéndum que se celebró el 6 de diciembre de 1978. Desde entonces, ese texto no se ha tocado, si exceptuamos el retoque —pequeño pero sustancial— del art. 132 para reconocer el derecho activo y pasivo electoral a los inmigrantes en las elecciones locales. Algunos, alguna vez, dicen que es necesario reformarla o que quieren cambiar la Constitución en tal o cual extremo. Modificar el articulado constitucional exige determinados procedimientos formales, que en determinados casos requiere incluso la celebración de un referéndum popular que lo ratifique o rechace.
Pues bien, aunque no lo sepas, como no lo sabe buena parte de nuestra comunidad, la Constitución ha sido cambiada de tapadillo, en secreto, por los partidos del sistema. Es lo que los politólogos y los juristas llaman una «mutación constitucional». La primera vez que esto sucedió fue con motivo del acceso a la autonomía por parte de Andalucía, cuando en 1980 los partidos políticos modificaron con una ley las exigencias previstas en la Constitución a fin de que los andaluces accedieran por la vía del artículo 151 a su régimen autonómico, como descubrió José E. Rosendo en 1989 con su libro Andalucía, por sí, para España, premiado sorprendentemente nada menos que por la Fundación Blas Infante de la propia Junta. Es decir, que la autonomía andaluza, tal y como se hizo, habría sido declarada inconstitucional si se hubiera recurrido en su día al Tribunal Constitucional. Pero nadie lo hizo, porque todos estaban en ese acuerdo.
Desde aquel entonces, o sea, dos años después de promulgar el propio Texto Constitucional, los políticos se dieron cuenta de que no pasaba nada por hacer esas triquiñuelas de ingeniería jurídica; la gente no se da cuenta y encima los resquicios del marco institucional son tan grandes si existe consenso político que en realidad quedan impunes sin mayores dificultades. E incluso parece que le han tomado cierta afición a un asunto tan poco —diríamos— democrático o, cuanto menos, tan poco estético.
¿Cómo ha sucedido eso? Pues por varias vías.
Primero. El poder legislativo, es decir, el Congreso y el Senado, pueden hacer leyes que sean incluso abiertamente contrarias a lo que dice nuestra Constitución. Sin embargo, esa ley no es inconstitucional si no hay una sentencia del Tribunal Constitucional que así lo determine. Lógicamente, para que el Tribunal Constitucional se pronuncie sobre la constitucionalidad de una norma requiere que alguien previamente haya presentado un recurso de constitucionalidad. Los ciudadanos, por medio de los tribunales, difícilmente pueden recabar este proceso al TC. La regla general es que esto sólo lo pueden hacer determinados estamentos: un mínimo de nada menos que 50 diputados u otros tantos senadores, o por ejemplo el Defensor del Pueblo (nombrado también por los políticos, como sabemos). ¿Qué significa esto? Pues que perfectamente se pueden hacer y aplicar leyes inconstitucionales que, sin embargo, nadie ha anulado porque no ha sido elevada a la consideración del Constitucional. Eso ha ocurrido con más frecuencia de lo que piensas.
Segundo. Supongamos que las Cortes aprueban una ley que es llevada al Tribunal Constitucional siguiendo el procedimiento que acabo de señalar. ¿Qué sucedería? Pues que, como los socialistas se cargaron apenas llegaron por primera vez al gobierno el recurso previo de inconstitucionalidad, la ley se seguiría aplicando hasta que el TC dictaminara si es o no compatible con la Constitución. Eso significa que en muchas ocasiones, el Estado aplica normas que se consolidan por la vía de los hechos aunque luego tengan que ser derogadas o modificadas para adaptarla al texto de nuestra Carta Magna. Antes he dicho que esto se lo «debemos» a los del PSOE, pero lo cierto es que el PP, cuando tuvo mayoría absoluta, tampoco repescó el recurso previo de inconstitucionalidad, demostrando una vez más hasta qué punto se solapan las élites de uno y otro partido.
Tercero. Por si todo lo anterior no fuera suficiente, la interpretación que el Tribunal Constitucional realiza de lo que la Constitución «dice» y «quiere decir» en su articulado no es neutra e imparcial. A pesar de que se denomine «Tribunal», el Constitucional no es eso en sentido estricto y sus miembros no acceden al puesto en el desempeño de una carrera de funcionarios independientes. Los componentes del TC son elegidos por el mismo Congreso y el mismo Senado que luego hace las normas que pueden o no ser coherentes con la Constitución. La dependencia, por tanto, del Tribunal Constitucional de las élites de los partidos políticos del sistema es total y absoluta.
De este modo hemos llegado a interpretar, torticeramente y en contra de la propia letra de la Constitución, que es imperativo de las Administraciones Públicas atender por igual a los miembros de nuestra comunidad como a los inmigrantes aunque no estén regularizados siquiera. Por citar un botón de muestra, la Constitución establece en su artículo 47 que:
«Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos».
Sin embargo, la Ley Orgánica 4/2000, aprobada con el señor Aznar como presidente del Gobierno y en este caso con el apoyo del PSOE, en su artículo 13 dice que «los extranjeros residentes tienen derecho a acceder al sistema público de ayudas en materia de vivienda en las mismas condiciones que los españoles». ¿Tienen derecho los inmigrantes después de que se hayan satisfecho las necesidades sociales de los españoles? No. Lo tienen al mismo tiempo, en las mismas condiciones. Y fíjate en una cosa: para activar ese nuevo derecho —derecho para ellos, claro— basta simplemente con pisar nuestro suelo porque los legisladores, en el colmo de la estulticia, ¡ni siquiera les han exigido un tiempo mínimo de permanencia entre nosotros! ¡Esa es nuestra «clase» política!
Dado que los recursos públicos (y también los privados, como es natural) son limitados, nos encontramos con una ley orgánica que introduce de tapadillo una competencia adicional a los españoles a la hora de poder acceder a la vivienda pública. Eso, obviamente, contradice el espíritu y la letra de nuestra Constitución puesto que la Ley Orgánica que la desarrolla no «favorece» sino que es claro que «dificulta» el derecho constitucional «a disfrutar de una vivienda digna y adecuada» a «todos los españoles». Más claro, el agua.
Otro ejemplo lo constituiría la supresión del servicio militar obligatorio, realizado por el primer Gobierno de José María Aznar, contraviniendo directa y descaradamente el artículo 30 de la Constitución española.
Ahora bien, si el sistema cambia algo tan importante para todos los miembros de una comunidad, como su Constitución política, en donde se recogen sus derechos y obligaciones básicas, la estructura territorial del Estado y las instituciones democráticas de las que nos dotamos, ¿no tiene acaso el pueblo derecho a emitir su opinión por medio de un referéndum?, ¿no es un desprecio a la soberanía popular no hacerlo? Yo pienso, sin duda, que sí a las dos cuestiones.
Josep Anglada
Sin mordaza y sin velos. Madrid 2010,pp.53-57
(con su benévolo consentimiento, esperamos)
Los españoles tenemos una Constitución democrática desde diciembre de 1978. Es junto con la de la Restauración de finales del xix, la que promulgaron Cánovas del Castillo y Sagasta, la más longeva de la que hemos tenido los españoles.
La Constitución fue aprobada por las Cortes Generales (es decir, por el Congreso de los Diputados y el Senado al alimón) y ratificada por el pueblo español mediante un referéndum que se celebró el 6 de diciembre de 1978. Desde entonces, ese texto no se ha tocado, si exceptuamos el retoque —pequeño pero sustancial— del art. 132 para reconocer el derecho activo y pasivo electoral a los inmigrantes en las elecciones locales. Algunos, alguna vez, dicen que es necesario reformarla o que quieren cambiar la Constitución en tal o cual extremo. Modificar el articulado constitucional exige determinados procedimientos formales, que en determinados casos requiere incluso la celebración de un referéndum popular que lo ratifique o rechace.
Pues bien, aunque no lo sepas, como no lo sabe buena parte de nuestra comunidad, la Constitución ha sido cambiada de tapadillo, en secreto, por los partidos del sistema. Es lo que los politólogos y los juristas llaman una «mutación constitucional». La primera vez que esto sucedió fue con motivo del acceso a la autonomía por parte de Andalucía, cuando en 1980 los partidos políticos modificaron con una ley las exigencias previstas en la Constitución a fin de que los andaluces accedieran por la vía del artículo 151 a su régimen autonómico, como descubrió José E. Rosendo en 1989 con su libro Andalucía, por sí, para España, premiado sorprendentemente nada menos que por la Fundación Blas Infante de la propia Junta. Es decir, que la autonomía andaluza, tal y como se hizo, habría sido declarada inconstitucional si se hubiera recurrido en su día al Tribunal Constitucional. Pero nadie lo hizo, porque todos estaban en ese acuerdo.
Desde aquel entonces, o sea, dos años después de promulgar el propio Texto Constitucional, los políticos se dieron cuenta de que no pasaba nada por hacer esas triquiñuelas de ingeniería jurídica; la gente no se da cuenta y encima los resquicios del marco institucional son tan grandes si existe consenso político que en realidad quedan impunes sin mayores dificultades. E incluso parece que le han tomado cierta afición a un asunto tan poco —diríamos— democrático o, cuanto menos, tan poco estético.
¿Cómo ha sucedido eso? Pues por varias vías.
Primero. El poder legislativo, es decir, el Congreso y el Senado, pueden hacer leyes que sean incluso abiertamente contrarias a lo que dice nuestra Constitución. Sin embargo, esa ley no es inconstitucional si no hay una sentencia del Tribunal Constitucional que así lo determine. Lógicamente, para que el Tribunal Constitucional se pronuncie sobre la constitucionalidad de una norma requiere que alguien previamente haya presentado un recurso de constitucionalidad. Los ciudadanos, por medio de los tribunales, difícilmente pueden recabar este proceso al TC. La regla general es que esto sólo lo pueden hacer determinados estamentos: un mínimo de nada menos que 50 diputados u otros tantos senadores, o por ejemplo el Defensor del Pueblo (nombrado también por los políticos, como sabemos). ¿Qué significa esto? Pues que perfectamente se pueden hacer y aplicar leyes inconstitucionales que, sin embargo, nadie ha anulado porque no ha sido elevada a la consideración del Constitucional. Eso ha ocurrido con más frecuencia de lo que piensas.
Segundo. Supongamos que las Cortes aprueban una ley que es llevada al Tribunal Constitucional siguiendo el procedimiento que acabo de señalar. ¿Qué sucedería? Pues que, como los socialistas se cargaron apenas llegaron por primera vez al gobierno el recurso previo de inconstitucionalidad, la ley se seguiría aplicando hasta que el TC dictaminara si es o no compatible con la Constitución. Eso significa que en muchas ocasiones, el Estado aplica normas que se consolidan por la vía de los hechos aunque luego tengan que ser derogadas o modificadas para adaptarla al texto de nuestra Carta Magna. Antes he dicho que esto se lo «debemos» a los del PSOE, pero lo cierto es que el PP, cuando tuvo mayoría absoluta, tampoco repescó el recurso previo de inconstitucionalidad, demostrando una vez más hasta qué punto se solapan las élites de uno y otro partido.
Tercero. Por si todo lo anterior no fuera suficiente, la interpretación que el Tribunal Constitucional realiza de lo que la Constitución «dice» y «quiere decir» en su articulado no es neutra e imparcial. A pesar de que se denomine «Tribunal», el Constitucional no es eso en sentido estricto y sus miembros no acceden al puesto en el desempeño de una carrera de funcionarios independientes. Los componentes del TC son elegidos por el mismo Congreso y el mismo Senado que luego hace las normas que pueden o no ser coherentes con la Constitución. La dependencia, por tanto, del Tribunal Constitucional de las élites de los partidos políticos del sistema es total y absoluta.
De este modo hemos llegado a interpretar, torticeramente y en contra de la propia letra de la Constitución, que es imperativo de las Administraciones Públicas atender por igual a los miembros de nuestra comunidad como a los inmigrantes aunque no estén regularizados siquiera. Por citar un botón de muestra, la Constitución establece en su artículo 47 que:
«Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos».
Sin embargo, la Ley Orgánica 4/2000, aprobada con el señor Aznar como presidente del Gobierno y en este caso con el apoyo del PSOE, en su artículo 13 dice que «los extranjeros residentes tienen derecho a acceder al sistema público de ayudas en materia de vivienda en las mismas condiciones que los españoles». ¿Tienen derecho los inmigrantes después de que se hayan satisfecho las necesidades sociales de los españoles? No. Lo tienen al mismo tiempo, en las mismas condiciones. Y fíjate en una cosa: para activar ese nuevo derecho —derecho para ellos, claro— basta simplemente con pisar nuestro suelo porque los legisladores, en el colmo de la estulticia, ¡ni siquiera les han exigido un tiempo mínimo de permanencia entre nosotros! ¡Esa es nuestra «clase» política!
Dado que los recursos públicos (y también los privados, como es natural) son limitados, nos encontramos con una ley orgánica que introduce de tapadillo una competencia adicional a los españoles a la hora de poder acceder a la vivienda pública. Eso, obviamente, contradice el espíritu y la letra de nuestra Constitución puesto que la Ley Orgánica que la desarrolla no «favorece» sino que es claro que «dificulta» el derecho constitucional «a disfrutar de una vivienda digna y adecuada» a «todos los españoles». Más claro, el agua.
Otro ejemplo lo constituiría la supresión del servicio militar obligatorio, realizado por el primer Gobierno de José María Aznar, contraviniendo directa y descaradamente el artículo 30 de la Constitución española.
Ahora bien, si el sistema cambia algo tan importante para todos los miembros de una comunidad, como su Constitución política, en donde se recogen sus derechos y obligaciones básicas, la estructura territorial del Estado y las instituciones democráticas de las que nos dotamos, ¿no tiene acaso el pueblo derecho a emitir su opinión por medio de un referéndum?, ¿no es un desprecio a la soberanía popular no hacerlo? Yo pienso, sin duda, que sí a las dos cuestiones.
Josep Anglada
Sin mordaza y sin velos. Madrid 2010,pp.53-57
(con su benévolo consentimiento, esperamos)
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lunes, 18 de octubre de 2010
martes, 28 de septiembre de 2010
El retorno a la infancia (José Jiménez Lozano, Dario de Ávila 19-9-2010)
A LA LUZ DE UNA CANDELA
El retorno a la infancia
José Jiménez Lozano. Premio Cervantes
(El Diario de Ávila 19-9-2010)
Nunca ha sido verdad que una imagen valga por mil palabras, porque primero hay que saber de qué imagen y de que mil palabras se trata; pero sí que ha ocurrido también siempre que una imagen puede producir no mil sino cien mil palabras y hasta volúmenes enteros, y nunca se concluye de hablar sobre ella; pero me estoy refiriendo, obviamente, a las imágenes de la pintura. Y tampoco nunca negó nadie la eficacia de la imagen que puede ser tan poderosa que valga por mil razonamientos, y por la verdad y la realidad enteras, de tal modo que, mintiendo con esa eficacia, aparenta ser lo que representa.
De aquí han nacido todas las prevenciones religiosas contra la imagen, tanto en el judaísmo como en el islamismo, y las iconoclastias en el cristianismo mismo, por miedo a la idolatría; y éste se ha manifestado de diversas maneras que van desde el despego místico al odio de algunos reformados, que en Inglaterra, por ejemplo, alcanzó su expresión más alta y devastadora bajo el Lord Protector y su revolución contra lo que se entendía como el papismo fabricador de idolatrías con la hermosura de sus pinturas y esculturas, y demás expresiones artísticas. Y las revoluciones llamadas populares también se definen por ese odio a las hermosuras.
Pero, fuera de estas situaciones límites, las imágenes fascinaron siempre, y tanto más ahora cuanto que, al contrario que las misteriosas imágenes de la pintura, las imágenes de hoy son claras, obvias, y banales; y no sólo no tienen nada que dar que pensar, sino que cortocircuitan el razonamiento. Y se da una especie de infantilización de las mentes, o su regreso hacia la edad del juego con las estampas y los cromos.
Pero la linterna mágica todo lo ve, y no puede existir ni un átomo de realidad que ella no vea. Y hasta los criminales buscan que ella reparta su horror y su mitología amenazante. Saben ya muy bien que las imágenes de alta definición son más codiciadas y se venden mejor, y que también es mayor su rentabilidad política con tal de que quienes llevan a cabo esas mismas atrocidades muestren unas siglas convenientes que hablen de liberación o progreso del pueblo. Por la muy sencilla razón de que esto es lo que gusta en Occidente parece ser, da muy bien en las pantallas de las televisiones, y produce confort de solidaridad, dulces escalofríos de compasión, y confirmación de nuestras virtudes; un tranquilo hojeado de estampitas de color rojo sobre todo, que funciona como un elixir estomacal, y a la hora de las comidas se sirve.
¿Declive intelectual y moral de Occidente, o prosecución del hábito infantil de tantos años de ver sólo estampitas, y acostumbrados ya a no tener ni un asomo de la realidad? ¿Todos con pantaloncito corto viendo, tan contentos los cromos adecuados y pedagógicos que se nos recomiendan?
El retorno a la infancia
José Jiménez Lozano. Premio Cervantes
(El Diario de Ávila 19-9-2010)
Nunca ha sido verdad que una imagen valga por mil palabras, porque primero hay que saber de qué imagen y de que mil palabras se trata; pero sí que ha ocurrido también siempre que una imagen puede producir no mil sino cien mil palabras y hasta volúmenes enteros, y nunca se concluye de hablar sobre ella; pero me estoy refiriendo, obviamente, a las imágenes de la pintura. Y tampoco nunca negó nadie la eficacia de la imagen que puede ser tan poderosa que valga por mil razonamientos, y por la verdad y la realidad enteras, de tal modo que, mintiendo con esa eficacia, aparenta ser lo que representa.
De aquí han nacido todas las prevenciones religiosas contra la imagen, tanto en el judaísmo como en el islamismo, y las iconoclastias en el cristianismo mismo, por miedo a la idolatría; y éste se ha manifestado de diversas maneras que van desde el despego místico al odio de algunos reformados, que en Inglaterra, por ejemplo, alcanzó su expresión más alta y devastadora bajo el Lord Protector y su revolución contra lo que se entendía como el papismo fabricador de idolatrías con la hermosura de sus pinturas y esculturas, y demás expresiones artísticas. Y las revoluciones llamadas populares también se definen por ese odio a las hermosuras.
Pero, fuera de estas situaciones límites, las imágenes fascinaron siempre, y tanto más ahora cuanto que, al contrario que las misteriosas imágenes de la pintura, las imágenes de hoy son claras, obvias, y banales; y no sólo no tienen nada que dar que pensar, sino que cortocircuitan el razonamiento. Y se da una especie de infantilización de las mentes, o su regreso hacia la edad del juego con las estampas y los cromos.
Pero la linterna mágica todo lo ve, y no puede existir ni un átomo de realidad que ella no vea. Y hasta los criminales buscan que ella reparta su horror y su mitología amenazante. Saben ya muy bien que las imágenes de alta definición son más codiciadas y se venden mejor, y que también es mayor su rentabilidad política con tal de que quienes llevan a cabo esas mismas atrocidades muestren unas siglas convenientes que hablen de liberación o progreso del pueblo. Por la muy sencilla razón de que esto es lo que gusta en Occidente parece ser, da muy bien en las pantallas de las televisiones, y produce confort de solidaridad, dulces escalofríos de compasión, y confirmación de nuestras virtudes; un tranquilo hojeado de estampitas de color rojo sobre todo, que funciona como un elixir estomacal, y a la hora de las comidas se sirve.
¿Declive intelectual y moral de Occidente, o prosecución del hábito infantil de tantos años de ver sólo estampitas, y acostumbrados ya a no tener ni un asomo de la realidad? ¿Todos con pantaloncito corto viendo, tan contentos los cromos adecuados y pedagógicos que se nos recomiendan?
miércoles, 22 de septiembre de 2010
Alberto Grasa: Los musulmanes se imponen en Madrid, amparados en la ley del silencio del Ayuntamiento y la Comunidad (Agencia Faro)
Madrid, 28 agosto 2010. De La Yijad en Eurabia:
Alberto Grasa: Los musulmanes se imponen en Madrid, amparados en la ley del silencio del Ayuntamiento y la Comunidad
El Islam avanza con pasos de gigante sobre la Comunidad de Madrid. Además de contar con una numerosa base de inmigrantes africanos y asiáticos, se refuerza día a día con los tres hijos por mujer musulmana que han nacido en la provincia y gozan, por un absurdo legal, de nacionalidad española. Privilegios, conflictividad y violencia... son pautas de conducta habituales de los musulmanes en la capital.
Hoy es viernes. La grúa municipal está retirando un coche aparcado en la puerta de San Francisco el Grande, antigua catedral de Madrid. El motivo es que ha parado en una zona prohibida con las luces de emergencia puestas. Rápidamente sale una señora del templo y explica al agente que ha entrado "un momento" a dejar a su madre para la misa de las diez. El policía asiente, ordena bajar el coche pero entrega a la mujer la oportuna y justa multa.
A la misma hora otra grúa retira una furgoneta volcada en el acceso del km. 8 a la M30. El accidente ha ocurrido cuando el conductor esquivaba una larga hilera de coches aparcados incorrectamente en el mismísimo acceso. A pesar de haber policía municipal en la zona ni una sola multa adorna los parabrisas de éstos coches. Antes de llegar a éstos hay otra masa enorme de coches aparcados incorrectamente en toda la calle Salvador Madariaga ¿Algún partido de fútbol? No, están alrededor de una enorme mezquita y el viernes es día de oración. El griterío de los corrillos de magrebíes contrasta con las caras largas de españoles que suben al tanatorio que hay unos metros más arriba, después de haber tenido que ir a aparcar a varias calles de distancia y pagar el ticket correspondiente.
Madrid ciudad.
Con el consentimiento y todas las facilidades por parte de Aguirre y Gallardón, la mezquita de la M30 es un lugar tan acogedor como La Meca para los musulmanes. A este centro de oración acuden inmigrantes africanos y asiáticos. A ella van los miembros de la numerosa colonia musulmana de los distritos de Ciudad Lineal y Centro. Diversos centros de oración establecidos en pisos sirven a los creyentes de Vallecas, Villaverde, Carabanchel y Latina. Y como centro cultural que es, tienen de referencia la mezquita de Abu Baker en Tetuán. Los siete distritos mencionados alojan al 80% de los 75.000 musulmanes de la Capital.
La mencionada mezquita de Tetuán es un centro cultural y de proselitismo del Islam. En un distrito con un 45% real de población inmigrante, pugnan con iglesias evangélicas y baptistas por convertir a inmigrantes sudamericanos y asiáticos. Y se desesperan los sacerdotes católicos de Los Salesianos y San Antonio. Tras varios años de dar prioridad a los sudamericanos y ponerlos como ejemplo de cara a los españoles, de piadosos cristianos, han conseguido que se les vayan poco a poco los nacionales por un lado y los inmigrantes a cualquier otro tipo de culto.
Las mujeres que acuden a la mezquita son tratadas como tal según el Corán. Unas van a rezar aparte del todopoderoso macho, otras se acercan seguidas por cuatro o cinco vástagos, a comprar a la carnicería "halal". Unas cuantas se quedan deambulando por la calle Anastasio Herrero o salen tapadas por sus velos a Bravo Murillo, no pueden entrar a rezar por estar con la menstruación. Sometidas al machismo musulmán se encuentran las magrebíes y algunas sudamericanas y españolas conversas.
En el sur y la sierra.
En las ciudades principales del Cinturón Sur se cuentan otros 75.000 musulmanes. Habitan en los centros de Móstoles, Getafe, Fuenlabrada, Alcorcón, Leganés y Pinto. En los cascos viejos de las dos últimas han desplazado a los españoles y las reyertas se dan entre ellos o contra los sudamericanos. En las otras ciudades sin embargo, el roce y la proximidad hace que se produzcan altercados entre españoles y magrebíes en zonas de copas tan populares como "Costa Polvoranca" de Alcorcón, muertos incluidos. Los musulmanes del sur de Madrid tienen la peculiaridad de contar entre ellos con numerosos oriundos de países subsaharianos. Dedicados al robo y la estafa, son los inventores de los famosos timos de las "cartas nigerianas". Cada vez que la policía desarticula una banda caen de 80 a 90 miembros.
La Zona Este o Corredor del Henares apenas cuenta con musulmanes comparando con las otras, los desplazan los rumanos y sudamericanos. Pero subiendo al norte y recorriendo toda la sierra madrileña se encuentran otros 50.000 musulmanes. Repartidos por pequeños pueblos que sirven como residencias de verano a muchos capitalinos. Llegaron los primeros hace 15 o 20 años y desplazaron a los jardineros y limpiadores locales. Empezaron a cobrar más barato a los veraneantes por mantener jardines y chalets, ahora que copan el mercado ya exigen las mismas pagas que los autóctonos desplazados.
Parados según el INEM, pero activos en la calle.
La crisis ha descubierto que como mano de obra no había lugar para ellos en Madrid, salvo temporalmente. Hoy la mayoría están en paro. Los altercados son cada vez más frecuentes y los musulmanes, en especial los magrebíes, se refugian en su religión y raza de manera excluyente y violenta para con los españoles. Tanto la Justicia como el binomio Aguirre-Gallardón les protegen hasta el punto que Jaime Benito, de Guadalix de la Sierra, tiene que mirar a todos los lados antes de cruzar la calle, aunque no haya coches. Hace dos años echó a dos marroquíes de su bar por alterar el orden, le dieron una paliza y tras ser detenidos fueron puestos en la calle al día siguiente. Le amenazaron de muerte delante de la policía. En otros pueblos de la sierra pasa lo mismo.
En las ciudades del sur, los argelinos y marroquíes que dieron vida al ladrillazo, ahora miran las grúas paradas desde los parques donde pasan todo el día. La incidencia de robos que cometen se ha multiplicado por cuatro en dos años, según la policía municipal. Algunos parques de Pinto o Alcorcón son peligrosos pantanales para cualquier persona que deba cruzarlos.
En la capital ocurre lo mismo. El silencio de las autoridades está privando de lo que realmente están haciendo muchos magrebíes a la ciudadanía. Se dan situaciones tan kafkianas como la siguiente: Desde el pasado mes de Marzo se han producido al menos seis asaltos a trenes de cercanías. Los trenes, partiendo de Cercedilla, Getafe, o Fuenlabrada, con dirección a Madrid. Entran en el convoy grupos de 30 o 40 marroquíes (principalmente) con cuchillos y catanas, y asaltan a todo el público. Hasta al personal de Cercanías. A veces han intentado parar un tren arrojándole piedras a la cabina del conductor o tirando hierros a la catenaria. Si el lector no tenía noticia de esto es porque impera la Ley del Silencio, pero es real. Sólo que se debe buscar la información en medios locales o Internet
Despachos anteriores en las áreas Mensajes y Archivos de las páginas para suscriptores de FAROFARO en Facebook: http://www.facebook.com/pages/Agencia-FARO/148048138545558
Agencia FARO
http://carlismo.es/agenciafaro
Alberto Grasa: Los musulmanes se imponen en Madrid, amparados en la ley del silencio del Ayuntamiento y la Comunidad
El Islam avanza con pasos de gigante sobre la Comunidad de Madrid. Además de contar con una numerosa base de inmigrantes africanos y asiáticos, se refuerza día a día con los tres hijos por mujer musulmana que han nacido en la provincia y gozan, por un absurdo legal, de nacionalidad española. Privilegios, conflictividad y violencia... son pautas de conducta habituales de los musulmanes en la capital.
Hoy es viernes. La grúa municipal está retirando un coche aparcado en la puerta de San Francisco el Grande, antigua catedral de Madrid. El motivo es que ha parado en una zona prohibida con las luces de emergencia puestas. Rápidamente sale una señora del templo y explica al agente que ha entrado "un momento" a dejar a su madre para la misa de las diez. El policía asiente, ordena bajar el coche pero entrega a la mujer la oportuna y justa multa.
A la misma hora otra grúa retira una furgoneta volcada en el acceso del km. 8 a la M30. El accidente ha ocurrido cuando el conductor esquivaba una larga hilera de coches aparcados incorrectamente en el mismísimo acceso. A pesar de haber policía municipal en la zona ni una sola multa adorna los parabrisas de éstos coches. Antes de llegar a éstos hay otra masa enorme de coches aparcados incorrectamente en toda la calle Salvador Madariaga ¿Algún partido de fútbol? No, están alrededor de una enorme mezquita y el viernes es día de oración. El griterío de los corrillos de magrebíes contrasta con las caras largas de españoles que suben al tanatorio que hay unos metros más arriba, después de haber tenido que ir a aparcar a varias calles de distancia y pagar el ticket correspondiente.
Madrid ciudad.
Con el consentimiento y todas las facilidades por parte de Aguirre y Gallardón, la mezquita de la M30 es un lugar tan acogedor como La Meca para los musulmanes. A este centro de oración acuden inmigrantes africanos y asiáticos. A ella van los miembros de la numerosa colonia musulmana de los distritos de Ciudad Lineal y Centro. Diversos centros de oración establecidos en pisos sirven a los creyentes de Vallecas, Villaverde, Carabanchel y Latina. Y como centro cultural que es, tienen de referencia la mezquita de Abu Baker en Tetuán. Los siete distritos mencionados alojan al 80% de los 75.000 musulmanes de la Capital.
La mencionada mezquita de Tetuán es un centro cultural y de proselitismo del Islam. En un distrito con un 45% real de población inmigrante, pugnan con iglesias evangélicas y baptistas por convertir a inmigrantes sudamericanos y asiáticos. Y se desesperan los sacerdotes católicos de Los Salesianos y San Antonio. Tras varios años de dar prioridad a los sudamericanos y ponerlos como ejemplo de cara a los españoles, de piadosos cristianos, han conseguido que se les vayan poco a poco los nacionales por un lado y los inmigrantes a cualquier otro tipo de culto.
Las mujeres que acuden a la mezquita son tratadas como tal según el Corán. Unas van a rezar aparte del todopoderoso macho, otras se acercan seguidas por cuatro o cinco vástagos, a comprar a la carnicería "halal". Unas cuantas se quedan deambulando por la calle Anastasio Herrero o salen tapadas por sus velos a Bravo Murillo, no pueden entrar a rezar por estar con la menstruación. Sometidas al machismo musulmán se encuentran las magrebíes y algunas sudamericanas y españolas conversas.
En el sur y la sierra.
En las ciudades principales del Cinturón Sur se cuentan otros 75.000 musulmanes. Habitan en los centros de Móstoles, Getafe, Fuenlabrada, Alcorcón, Leganés y Pinto. En los cascos viejos de las dos últimas han desplazado a los españoles y las reyertas se dan entre ellos o contra los sudamericanos. En las otras ciudades sin embargo, el roce y la proximidad hace que se produzcan altercados entre españoles y magrebíes en zonas de copas tan populares como "Costa Polvoranca" de Alcorcón, muertos incluidos. Los musulmanes del sur de Madrid tienen la peculiaridad de contar entre ellos con numerosos oriundos de países subsaharianos. Dedicados al robo y la estafa, son los inventores de los famosos timos de las "cartas nigerianas". Cada vez que la policía desarticula una banda caen de 80 a 90 miembros.
La Zona Este o Corredor del Henares apenas cuenta con musulmanes comparando con las otras, los desplazan los rumanos y sudamericanos. Pero subiendo al norte y recorriendo toda la sierra madrileña se encuentran otros 50.000 musulmanes. Repartidos por pequeños pueblos que sirven como residencias de verano a muchos capitalinos. Llegaron los primeros hace 15 o 20 años y desplazaron a los jardineros y limpiadores locales. Empezaron a cobrar más barato a los veraneantes por mantener jardines y chalets, ahora que copan el mercado ya exigen las mismas pagas que los autóctonos desplazados.
Parados según el INEM, pero activos en la calle.
La crisis ha descubierto que como mano de obra no había lugar para ellos en Madrid, salvo temporalmente. Hoy la mayoría están en paro. Los altercados son cada vez más frecuentes y los musulmanes, en especial los magrebíes, se refugian en su religión y raza de manera excluyente y violenta para con los españoles. Tanto la Justicia como el binomio Aguirre-Gallardón les protegen hasta el punto que Jaime Benito, de Guadalix de la Sierra, tiene que mirar a todos los lados antes de cruzar la calle, aunque no haya coches. Hace dos años echó a dos marroquíes de su bar por alterar el orden, le dieron una paliza y tras ser detenidos fueron puestos en la calle al día siguiente. Le amenazaron de muerte delante de la policía. En otros pueblos de la sierra pasa lo mismo.
En las ciudades del sur, los argelinos y marroquíes que dieron vida al ladrillazo, ahora miran las grúas paradas desde los parques donde pasan todo el día. La incidencia de robos que cometen se ha multiplicado por cuatro en dos años, según la policía municipal. Algunos parques de Pinto o Alcorcón son peligrosos pantanales para cualquier persona que deba cruzarlos.
En la capital ocurre lo mismo. El silencio de las autoridades está privando de lo que realmente están haciendo muchos magrebíes a la ciudadanía. Se dan situaciones tan kafkianas como la siguiente: Desde el pasado mes de Marzo se han producido al menos seis asaltos a trenes de cercanías. Los trenes, partiendo de Cercedilla, Getafe, o Fuenlabrada, con dirección a Madrid. Entran en el convoy grupos de 30 o 40 marroquíes (principalmente) con cuchillos y catanas, y asaltan a todo el público. Hasta al personal de Cercanías. A veces han intentado parar un tren arrojándole piedras a la cabina del conductor o tirando hierros a la catenaria. Si el lector no tenía noticia de esto es porque impera la Ley del Silencio, pero es real. Sólo que se debe buscar la información en medios locales o Internet
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jueves, 2 de septiembre de 2010
La democracia española (La Región 1-9 2010)
LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA
Francisca Castro
Pintora
La Región (Orense 1 septiembre 2010)
La democracia es el sistema de gobierno de España, con sus defectos, dicen, lo menos malo. Su origen, en Grecia: gobierno del pueblo, en teoría, porque el pueblo es el gobernado. Había ética. Aquí los ciudadanos sólo cuentan cuando votan. Democracia es buscar el bien común, aquí huelga por su ausencia. Esto es la degeneración de la democracia, con la demagogia instalada en los gobernantes elegidos por los ciudadanos, utilizando engaños y patrañas contra los que les han dado el poder.
Se está buscando la división de los españoles, porque saben que la unión hace la fuerza y, con el divide y vencerás, tienen el camino que buscan abonado. Ya lo habían hecho en la II República, un régimen ilegítimo, porque nació sin concordia, persiguiendo a la derecha, queriendo pasar por demócratas sin serlo. No se puede borrar la historia real, la que están contando no lo es, se consiguieron grandes logros en lo económico y en lo social. Se instauró la democracia en España, para parecernos a los países. Se supo superar una guerra terrible, se cerraron las heridas y la democracia parecía buscar el bien común, respirándose tranquilidad por un tiempo, no mucho, porque los "demócratas" herederos de la II República, con su demagogia, perjudicaron.
De nuevo las dos Españas enfrentadas. Esta es la forma de gobierno hoy, queriéndonos hacer tragar la Demagogia disfrazada de Democracia sin serlo, porque no es un gobierno justo este desgobierno. Van contra la libertad y la justicia, con los enemigos en casa, yendo unos contra otros hasta dentro del mismo partido. Z fulminó la forma de gobierno, en teoría justa, y nos ha hecho ver la fragilidad de la democracia que destruyó. Mató la armonía, la concordia entre los ciudadanos. Que lo pague en las urnas, perdiendo la poltrona ganada a cuenta del ciudadano, al que discrimina.El año 2010 es el de la Biodiversidad, por Naciones Unidas, dicen que es armonía, pero para los parados no es el pan de cada día. Los mandatarios van de país en país, gastando cifras de escándalo sin arreglar nada, los objetivos del 2010 han fracasado. Desean arreglar el 2020, broma de mal gusto. Que bajen de las nubes y eviten los incendios, paliando el paro con vigilantes efectivos, que compongan la sanidad, la educación y los casi 5 millones de parados. No concretan, sus objetivos son generales y abstractos, así nos va. No somos libres, temblando por si se pierde el trabajo; porque esta sociedad está bajo el control de la economía de mercado. Domina lo competitivo. Perfecto, la diferencia de opiniones, pero sin oprimir; la educación, sin denigrar, respetando los valores fundamentales, que se los pasan por el arco del triunfo. Obvian el punto de vista de la oposición, el consenso -con seso de sesera-. El pueblo tiene derecho a opinar, es el que mejor conoce sus necesidades, pero no lo dejan. Estamos de acuerdo con el progreso, pero no el que degenera. Deben de contar todas las personas y sus ideas, eso es demócrata, pero no fomentar el olvido de Dios -para los creyentes- y del ser humano, de los valores, de todo lo que da paz y concordia, para una buena convivencia. Todo se politiza, y las tentaciones evolucionarias totalitarias acaban mal.
La democracia requiere educación, cultura y juego limpio entre el gobierno y la oposición; es tanto pecado de lesa democracia, negar la legitimidad al gobierno legítimo, como lo es negársela a la oposición, que forma parte de esta soberanía tanto como el gobierno.
Francisca Castro
Pintora
La Región (Orense 1 septiembre 2010)
La democracia es el sistema de gobierno de España, con sus defectos, dicen, lo menos malo. Su origen, en Grecia: gobierno del pueblo, en teoría, porque el pueblo es el gobernado. Había ética. Aquí los ciudadanos sólo cuentan cuando votan. Democracia es buscar el bien común, aquí huelga por su ausencia. Esto es la degeneración de la democracia, con la demagogia instalada en los gobernantes elegidos por los ciudadanos, utilizando engaños y patrañas contra los que les han dado el poder.
Se está buscando la división de los españoles, porque saben que la unión hace la fuerza y, con el divide y vencerás, tienen el camino que buscan abonado. Ya lo habían hecho en la II República, un régimen ilegítimo, porque nació sin concordia, persiguiendo a la derecha, queriendo pasar por demócratas sin serlo. No se puede borrar la historia real, la que están contando no lo es, se consiguieron grandes logros en lo económico y en lo social. Se instauró la democracia en España, para parecernos a los países. Se supo superar una guerra terrible, se cerraron las heridas y la democracia parecía buscar el bien común, respirándose tranquilidad por un tiempo, no mucho, porque los "demócratas" herederos de la II República, con su demagogia, perjudicaron.
De nuevo las dos Españas enfrentadas. Esta es la forma de gobierno hoy, queriéndonos hacer tragar la Demagogia disfrazada de Democracia sin serlo, porque no es un gobierno justo este desgobierno. Van contra la libertad y la justicia, con los enemigos en casa, yendo unos contra otros hasta dentro del mismo partido. Z fulminó la forma de gobierno, en teoría justa, y nos ha hecho ver la fragilidad de la democracia que destruyó. Mató la armonía, la concordia entre los ciudadanos. Que lo pague en las urnas, perdiendo la poltrona ganada a cuenta del ciudadano, al que discrimina.El año 2010 es el de la Biodiversidad, por Naciones Unidas, dicen que es armonía, pero para los parados no es el pan de cada día. Los mandatarios van de país en país, gastando cifras de escándalo sin arreglar nada, los objetivos del 2010 han fracasado. Desean arreglar el 2020, broma de mal gusto. Que bajen de las nubes y eviten los incendios, paliando el paro con vigilantes efectivos, que compongan la sanidad, la educación y los casi 5 millones de parados. No concretan, sus objetivos son generales y abstractos, así nos va. No somos libres, temblando por si se pierde el trabajo; porque esta sociedad está bajo el control de la economía de mercado. Domina lo competitivo. Perfecto, la diferencia de opiniones, pero sin oprimir; la educación, sin denigrar, respetando los valores fundamentales, que se los pasan por el arco del triunfo. Obvian el punto de vista de la oposición, el consenso -con seso de sesera-. El pueblo tiene derecho a opinar, es el que mejor conoce sus necesidades, pero no lo dejan. Estamos de acuerdo con el progreso, pero no el que degenera. Deben de contar todas las personas y sus ideas, eso es demócrata, pero no fomentar el olvido de Dios -para los creyentes- y del ser humano, de los valores, de todo lo que da paz y concordia, para una buena convivencia. Todo se politiza, y las tentaciones evolucionarias totalitarias acaban mal.
La democracia requiere educación, cultura y juego limpio entre el gobierno y la oposición; es tanto pecado de lesa democracia, negar la legitimidad al gobierno legítimo, como lo es negársela a la oposición, que forma parte de esta soberanía tanto como el gobierno.
¿Democracia o partitocracia? (La Región 1-9-2010)
OPINIÓN
CARTAS AL DIRECROR
La Región (Orense, 1 septiembre 2010)
¿DEMOCRACIA O PARTITOCRACIA?
A cualquier español con un mínimo de "olfato" político, no se le puede escapar la realidad política que actualmente vivimos en España. Quien marca el rumbo, dirige, acomoda, consensúa y " legisla”, es un Gobierno al son de la música del partido. Y más aún, son muchas veces partidos minoritarios especialmente los nacionalistas, que a cambio de sus votos en él Parlamento para mantener al Gobierno, reciben importantes gabelas para sus territorios particulares, con detrimento y perjuicio del resto de los españoles de las diferentes regiones. Y a eso le llaman "democracia,", según dicen, el gobierno del pueblo para el pueblo, el menos malo de los sistemas para gobernar.
Pues no, lo que tenemos en España es pura "partitocracia", es decir, el gobierno del partido para el partido, para beneficio de sus propios fines e intereses y sin nada que ver para el bien común. Muestra de ello es el reciente dictamen del T .C. sobre el Estatuto de Cataluña. Después de largos años de pasteleo entre los ponentes de las tendencias imperantes que los partidos tienen impuestas, ese dictamen no ha sido del todo del gusto de los nacionalistas catalanes, y no están dispuestos a aceptarlo, por tanto los partidos afectados ya están iniciando maniobras y gestiones con el Gobierno para amañar , interpretar o variar todo aquello que no sea de su agrado.
Con este sistema que han adoptado los partidos, nunca se podrá gobernar con justicia, equidad y con miras al bien común de los españoles. Debe de haber otro de democracia, más sana , limpia, menos corrupta y sin esa preponderancia del partido, que sea de verdad el gobierno del pueblo por el pueblo. Pero para ello se necesitan gobernantes ejemplares, honestos y virtuosos, fieles a la Ley de Dios, y buenos administradores de lo que ponen en sus manos, para favorecer unavida social digna a los ciudadanos y servir al pueblo, no servirse del pueblo. Todo lo demás será siempre pura y dura "partitocracia" ya le puedan dar el nombre que quieran.
Vicente Febrer Forés (Gandía)
CARTAS AL DIRECROR
La Región (Orense, 1 septiembre 2010)
¿DEMOCRACIA O PARTITOCRACIA?
A cualquier español con un mínimo de "olfato" político, no se le puede escapar la realidad política que actualmente vivimos en España. Quien marca el rumbo, dirige, acomoda, consensúa y " legisla”, es un Gobierno al son de la música del partido. Y más aún, son muchas veces partidos minoritarios especialmente los nacionalistas, que a cambio de sus votos en él Parlamento para mantener al Gobierno, reciben importantes gabelas para sus territorios particulares, con detrimento y perjuicio del resto de los españoles de las diferentes regiones. Y a eso le llaman "democracia,", según dicen, el gobierno del pueblo para el pueblo, el menos malo de los sistemas para gobernar.
Pues no, lo que tenemos en España es pura "partitocracia", es decir, el gobierno del partido para el partido, para beneficio de sus propios fines e intereses y sin nada que ver para el bien común. Muestra de ello es el reciente dictamen del T .C. sobre el Estatuto de Cataluña. Después de largos años de pasteleo entre los ponentes de las tendencias imperantes que los partidos tienen impuestas, ese dictamen no ha sido del todo del gusto de los nacionalistas catalanes, y no están dispuestos a aceptarlo, por tanto los partidos afectados ya están iniciando maniobras y gestiones con el Gobierno para amañar , interpretar o variar todo aquello que no sea de su agrado.
Con este sistema que han adoptado los partidos, nunca se podrá gobernar con justicia, equidad y con miras al bien común de los españoles. Debe de haber otro de democracia, más sana , limpia, menos corrupta y sin esa preponderancia del partido, que sea de verdad el gobierno del pueblo por el pueblo. Pero para ello se necesitan gobernantes ejemplares, honestos y virtuosos, fieles a la Ley de Dios, y buenos administradores de lo que ponen en sus manos, para favorecer unavida social digna a los ciudadanos y servir al pueblo, no servirse del pueblo. Todo lo demás será siempre pura y dura "partitocracia" ya le puedan dar el nombre que quieran.
Vicente Febrer Forés (Gandía)
Etiquetas:
Democracia,
Partidos políticos,
Partitocracia
miércoles, 11 de agosto de 2010
Decálogo para formar un delincuente (Emilio Calatayud)
DECÁLOGO PARA FORMAR UN DELINCUENTE
El popular juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, conocido por sus sentencias educativas y orientadoras, ha publicado un libro: 'Reflexiones de un juez de menores' (editorial Dauro), en el que inserta un 'Decálogo para formar un delincuente'. Es muy interesante, y dice así:
1: Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece
2: No se preocupe por su educación ética o espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente.
3: Cuando diga palabrotas, ríaselas. Esto lo animará a hacer cosas más graciosas.
4: No le regañe ni le diga que está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpabilidad.
5: Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, ropa, juguetes. Así se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás
6: Déjele leer todo lo que caiga en sus manos. Cuide de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero no de que su mente se llene de basura.
7: Riña a menudo con su cónyuge en presencia del niño, así a él no le dolerá demasiado el día en que la familia, quizá por su propia conducta, quede destrozada para siempre.
8: Déle todo el dinero que quiera gastar. No vaya a sospechar que para disponer del mismo es necesario trabajar.
9: Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. El sacrificio y la austeridad podrían producirle frustraciones.
10: Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores y vecinos. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarlo.
“Y cuando su hijo sea ya un delincuente, proclamad que nunca pudisteis hacer nada por él”.
El popular juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, conocido por sus sentencias educativas y orientadoras, ha publicado un libro: 'Reflexiones de un juez de menores' (editorial Dauro), en el que inserta un 'Decálogo para formar un delincuente'. Es muy interesante, y dice así:
1: Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece
2: No se preocupe por su educación ética o espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente.
3: Cuando diga palabrotas, ríaselas. Esto lo animará a hacer cosas más graciosas.
4: No le regañe ni le diga que está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpabilidad.
5: Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, ropa, juguetes. Así se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás
6: Déjele leer todo lo que caiga en sus manos. Cuide de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero no de que su mente se llene de basura.
7: Riña a menudo con su cónyuge en presencia del niño, así a él no le dolerá demasiado el día en que la familia, quizá por su propia conducta, quede destrozada para siempre.
8: Déle todo el dinero que quiera gastar. No vaya a sospechar que para disponer del mismo es necesario trabajar.
9: Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. El sacrificio y la austeridad podrían producirle frustraciones.
10: Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores y vecinos. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarlo.
“Y cuando su hijo sea ya un delincuente, proclamad que nunca pudisteis hacer nada por él”.
domingo, 8 de agosto de 2010
Manifiesto contra la sociedad al revés
[FAROagencia] Manifiesto contra la sociedad al revés
mié,28 julio, 2010 10:39
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Manifiesto contra la sociedad al revés
La causa final de la sociedad es el bien común temporal, la vida común según la virtud. La virtud específica que regula el logro de ese bien común es la justicia general, virtud que se predica de distinta manera en gobernantes y gobernados. En los primeros, en quienes es más eminente y arquitectónica, se manifiesta sobre todo en la promulgación de leyes justas ordenadas al bien común y en las decisiones prudentes de gobierno enderezadas al mismo fin. En los ciudadanos, principalmente, se manifiesta en el cumplimiento de las leyes y en la adquisición de las virtudes necesarias para concurrir a los actos legales y de gobierno: fortaleza, templanza, liberalidad y, sobre todo, prudencia.
En cuanto a la orientación de una muchedumbre a un bien común, podemos distinguir entre situaciones de explícita y constitutiva búsqueda; situaciones de búsqueda parcial o imperfecta, y por último situaciones de evitación sistemática o de exclusión programática. Las dos primeras situaciones son legítimamente llamadas sociedades políticas y se ordenan la una a la otra como lo imperfecto a lo perfecto. El anómalo tercer escenario lo hemos llamado disociedad o sociedad al revés: también se puede denominar "tiranía", aunque parece que la tiranía designa más específicamente a un gobierno que a un sistema.
Es la misma naturaleza humana la que establece la preeminencia del bien común sobre el individuo, por lo que esa misma naturaleza contiene una inclinación a la justicia general. Esa inclinación encuentra su fin adecuado en las sociedades bien constituidas, en un grado que puede ir de lo perfecto a lo menos perfecto. En una disociedad, esas mismas inclinaciones políticas, carentes de la rectificación necesaria por parte del gobernante, fácilmente degeneran en sumisión servil, convirtiéndose, por paradójico que resulte, en el mayor sustento de ese tiránico simulacro de organización política.
Como colofón a estas consideraciones apresuradas, aventuro alguna reflexión de naturaleza práctica:
1) Hagas lo que hagas, obra con prudencia y ten presente el fin por el que obras, dice el viejo proverbio. Una conclusión genérica se impone: la inclinación hacia el bien común está inscrita en nuestra naturaleza y no podemos renunciar a ella sin traicionarnos a nosotros. Por lo tanto, lo que en situaciones normales nos empuja a la obediencia de la ley, en las patológicas como hoy, nos demanda la resistencia a la disposición inicua. Pero no sólo eso: debemos aspirar a la recreación de un orden político al servicio del bien común;
2) Así pues, un movimiento "social" dirigido a la mera "objeción" a la "norma tiránica", sólo en apariencia se inserta en la dinámica del bien común. Tales movimientos, para ser legítimos, deben incluir en su definición una finalidad proporcionada: es decir, la reversión de una situación social patológica y su sustitución por un orden político justo.
3) El espejismo "democristiano" ha sido adecuadamente confutado por plumas más competentes, demostrando errores antropológicos y de contrariedad con la doctrina política de la Iglesia, por ejemplo, recientemente, por Danilo Castellano o Miguel Ayuso. Baste aquí decir que la política de pretendido parcheo desde el interior de la disociedad adolece de la misma tacha que los movimientos "sociales" a los que me refería en el punto 2: limitan sus aspiraciones a tal o cual acción, prescindiendo de la postulación natural de la finalidad política: el bien común, sostenido por el orden constitutivo justo.
4) Por esos motivos, aun cuando materialmente se pueda coincidir, con matices, en determinadas propuestas de estos movimientos "sociales" o con iniciativas democristianas, es fundamental identificar su inadecuación a las exigencias concretas y naturales humanas en el orden político y, por lo tanto, "teniendo presente el fin por el que obran", denunciar su condición de obstáculos para el bien común.
5) Esa confinación a lo privado o a lo parcial es más sinceramente confesada por otros grupos, como los que se autodenominan "libertarios" de tipo norteamericano. La imagen del granjero, con su rancho, su rifle y su caballo, es decir, de la autarquía que entiende lo público como enemigo al menos potencial y de lo que hay que defenderse, se ha abierto paso entre muchos católicos desarraigados de la tradición política propia. El bien común propiamente hablando, como bien distinto y superior a los bienes particulares, no como mero orden público o como asistente de los ciudadanos en la consecución de sus fines privados, ha desaparecido. Por comprensibles que resulten estas reacciones, no podemos dejar de señalar su gravedad. Insistamos una vez más: el bien común no es una convención, ni una imposición positivista, sino una inclinación y una exigencia de la naturaleza humana.
6) En último término, la gran masa de los católicos "despolitizados" y desorganizados se integra pacíficamente en el sistema disocial, prestando su apoyo a una u otra fuerza gobernante. En estos, la renuncia al bien común, y por lo tanto al orden político justo, se suma a la culpable complacencia o lamentación, según los gustos, ante los avances corruptores de la disociedad democrática.
7) Aunque sea la justificación favorita de los católicos integrados en el sistema, la cuestión de la pretendida "efectividad" es también esgrimida, a modo de argumento decisivo, por los movimientos "sociales" católicos y por los democristianos. Tal es el grado de alejamiento de los principios políticos naturales y cristianos, los cuales, como no podía ser menos, se rigen por la moral natural y católica, uno de cuyos axiomas más sagrados es el de que el fin no justifica los medios, nunca. Además, nada impide que confluyan nuestras fuerzas para eventuales bienes particulares y para evitar males mayores, pero esa concitación nunca ha de hacerse, como habitualmente se exige, ensombreciendo el fin último de la acción, el bien común. Es decir, la aspiración del orden político cristiano al servicio de ese bien común.
8) En gran parte, la culpa no ya de la inoperancia católica, sino del abisal grado de esa inoperancia, es debido a esa "fascinatio nugacitatis" , fascinación de las cosas sin valor, que domina a los "católicos profesionales" . Como dice el libro de la Sabiduría, esa fascinación "oscurece las cosas buenas". Invirtamos los términos: la única "unidad de acción" posible, no será la ligada a "operaciones concretas", es decir, a bienes particulares o a parches, sino la que se deduce de la unidad de finalidad: para lo cual debemos ser suficientemente unánimes sobre el orden político necesario para el bien común. Si, como parecen afirmar --nunca con claridad-- este desorden actual de cosas les vale y lo único que necesitamos es enderezarlo con acciones puntuales, queda claro que, aunque reducidos a un puñado ínfimo, los que sostenemos la esperanza política fiados sólo en la naturaleza de las cosas y en la fe y en la doctrina imperecederas de la Iglesia, no podemos ceder sin comprometer esos bienes que están por encima de nosotros.
9) Uno de los pilares de esa esperanza política (también "contra toda esperanza") es el de la legitimidad. No se trata solamente de mantener unos principios universales inviolables. Además, el bien común, como todo bien, procede de una "causa íntegra". En el caso de la comunidad política de las Españas, ahora reducida a su condición de bien común acumulado y latente, la constitución histórica de nuestra patria ha sido monárquica y la corona era la depositaria de la legitimidad política. Bajo esa legitimidad, despojados de defectos ideologizantes, cabrán agrupados y ordenados los esfuerzos de los que, de verdad y sin altisonantes retóricas desean contribuir al bien común.
10) Todos los intentos de aventuras políticas "católicas" en la historia reciente de España deberían servir para confirmar empíricamente lo que se deduce de los viejos principios. Los católicos que deseamos vivir --también en el orden político-- conforme a la doctrina de la Iglesia somos un grupo minúsculo. En parte el mal viene de muy lejos, como ya he señalado en otros lugares, del abandono de la doctrina social. La crisis atroz que vive la Iglesia ha agudizado el problema, acabando de desfigurar ante sus propios hijos las exigencias naturales y cristianas de la vida en común. No hay que darle muchas vueltas: sociológicamente somos un fleco ridículo en esta disociedad. Somos un "ruido estadístico" y pensar sobre nuestra acción política en términos que antepongan una efectividad puntual es una majadería. Sin embargo, en todo "tenemos presente el fin". Nuestra acción no servirá de mucho si no está penetrada de esa presencia del fin: desde la laboriosa adquisición de las virtudes necesarias para la justicia general (fortaleza, magnanimidad, templanza, liberalidad, ¡prudencia!), hasta el estudio y la explicación de la doctrina política a todo el que quiera conocerla, pasando por la creación de familias educadas en el servicio a ese bien común político o creando obras educativas, económicas o artísticas. En todo ello, la causa final es la instauración de un régimen --utilicemos nuestro lenguaje más propio-- de reinado social práctico de Nuestro Señor Jesucristo. Ése, y no otro, es el bien común (por limitado que sea) que nos es asequible en estas desdichadas circunstancias. Ése, y no otro, es el principal campo de batalla con nuestros equivocados hermanos los católicos extrañados de su herencia doctrinal, pero también de la naturaleza política.
11) Si algún día --quiéralo Dios-- hemos de poder levantar la mano para poner fin a este desorden perverso y para contribuir a la reconstrucció n de una sociedad justa y católica, será por Providencia de Dios y como un signo en medio de la Historia, como siempre lo fue antaño. El cristiano, teniendo en cuenta las distinciones anteriores, es hombre de oración y en la oración hemos de pedir conformarnos a los sabios designios de Dios. Y para no incurrir en la maldición del apóstol Santiago el menor, ésa de que pedimos y no recibimos porque pedimos para satisfacer nuestra concupiscencia, habremos de preparar ese momento con el cultivo de nuestros deberes de estado, con la adquisición de las virtudes conducentes a la justicia general y haciendo un resuelto apostolado político, transparente y sin concesiones. No hace tanto tiempo --y era ya entonces inverosímil-- que las laderas de Montejurra se llenaban de fieles carlistas, como siempre esperando contra toda esperanza. Como reclamaba "la pucelle", libremos, pues, el buen combate y Dios, si le place, dará la victoria. Nosotros seremos, llegado el caso, colaboradores asombrados, en primera línea de frente.
12) Con todas las limitaciones actuales, el germen --continuidad histórica de la legitimidad- - de esa fe política hispánica, es el carlismo. Cuando todas las fantasías se han intentado y han defraudado, sigue siendo la hora de la tradición española, martirial e improbable. Llena de sorpresas.
mié,28 julio, 2010 10:39
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Manifiesto contra la sociedad al revés
La causa final de la sociedad es el bien común temporal, la vida común según la virtud. La virtud específica que regula el logro de ese bien común es la justicia general, virtud que se predica de distinta manera en gobernantes y gobernados. En los primeros, en quienes es más eminente y arquitectónica, se manifiesta sobre todo en la promulgación de leyes justas ordenadas al bien común y en las decisiones prudentes de gobierno enderezadas al mismo fin. En los ciudadanos, principalmente, se manifiesta en el cumplimiento de las leyes y en la adquisición de las virtudes necesarias para concurrir a los actos legales y de gobierno: fortaleza, templanza, liberalidad y, sobre todo, prudencia.
En cuanto a la orientación de una muchedumbre a un bien común, podemos distinguir entre situaciones de explícita y constitutiva búsqueda; situaciones de búsqueda parcial o imperfecta, y por último situaciones de evitación sistemática o de exclusión programática. Las dos primeras situaciones son legítimamente llamadas sociedades políticas y se ordenan la una a la otra como lo imperfecto a lo perfecto. El anómalo tercer escenario lo hemos llamado disociedad o sociedad al revés: también se puede denominar "tiranía", aunque parece que la tiranía designa más específicamente a un gobierno que a un sistema.
Es la misma naturaleza humana la que establece la preeminencia del bien común sobre el individuo, por lo que esa misma naturaleza contiene una inclinación a la justicia general. Esa inclinación encuentra su fin adecuado en las sociedades bien constituidas, en un grado que puede ir de lo perfecto a lo menos perfecto. En una disociedad, esas mismas inclinaciones políticas, carentes de la rectificación necesaria por parte del gobernante, fácilmente degeneran en sumisión servil, convirtiéndose, por paradójico que resulte, en el mayor sustento de ese tiránico simulacro de organización política.
Como colofón a estas consideraciones apresuradas, aventuro alguna reflexión de naturaleza práctica:
1) Hagas lo que hagas, obra con prudencia y ten presente el fin por el que obras, dice el viejo proverbio. Una conclusión genérica se impone: la inclinación hacia el bien común está inscrita en nuestra naturaleza y no podemos renunciar a ella sin traicionarnos a nosotros. Por lo tanto, lo que en situaciones normales nos empuja a la obediencia de la ley, en las patológicas como hoy, nos demanda la resistencia a la disposición inicua. Pero no sólo eso: debemos aspirar a la recreación de un orden político al servicio del bien común;
2) Así pues, un movimiento "social" dirigido a la mera "objeción" a la "norma tiránica", sólo en apariencia se inserta en la dinámica del bien común. Tales movimientos, para ser legítimos, deben incluir en su definición una finalidad proporcionada: es decir, la reversión de una situación social patológica y su sustitución por un orden político justo.
3) El espejismo "democristiano" ha sido adecuadamente confutado por plumas más competentes, demostrando errores antropológicos y de contrariedad con la doctrina política de la Iglesia, por ejemplo, recientemente, por Danilo Castellano o Miguel Ayuso. Baste aquí decir que la política de pretendido parcheo desde el interior de la disociedad adolece de la misma tacha que los movimientos "sociales" a los que me refería en el punto 2: limitan sus aspiraciones a tal o cual acción, prescindiendo de la postulación natural de la finalidad política: el bien común, sostenido por el orden constitutivo justo.
4) Por esos motivos, aun cuando materialmente se pueda coincidir, con matices, en determinadas propuestas de estos movimientos "sociales" o con iniciativas democristianas, es fundamental identificar su inadecuación a las exigencias concretas y naturales humanas en el orden político y, por lo tanto, "teniendo presente el fin por el que obran", denunciar su condición de obstáculos para el bien común.
5) Esa confinación a lo privado o a lo parcial es más sinceramente confesada por otros grupos, como los que se autodenominan "libertarios" de tipo norteamericano. La imagen del granjero, con su rancho, su rifle y su caballo, es decir, de la autarquía que entiende lo público como enemigo al menos potencial y de lo que hay que defenderse, se ha abierto paso entre muchos católicos desarraigados de la tradición política propia. El bien común propiamente hablando, como bien distinto y superior a los bienes particulares, no como mero orden público o como asistente de los ciudadanos en la consecución de sus fines privados, ha desaparecido. Por comprensibles que resulten estas reacciones, no podemos dejar de señalar su gravedad. Insistamos una vez más: el bien común no es una convención, ni una imposición positivista, sino una inclinación y una exigencia de la naturaleza humana.
6) En último término, la gran masa de los católicos "despolitizados" y desorganizados se integra pacíficamente en el sistema disocial, prestando su apoyo a una u otra fuerza gobernante. En estos, la renuncia al bien común, y por lo tanto al orden político justo, se suma a la culpable complacencia o lamentación, según los gustos, ante los avances corruptores de la disociedad democrática.
7) Aunque sea la justificación favorita de los católicos integrados en el sistema, la cuestión de la pretendida "efectividad" es también esgrimida, a modo de argumento decisivo, por los movimientos "sociales" católicos y por los democristianos. Tal es el grado de alejamiento de los principios políticos naturales y cristianos, los cuales, como no podía ser menos, se rigen por la moral natural y católica, uno de cuyos axiomas más sagrados es el de que el fin no justifica los medios, nunca. Además, nada impide que confluyan nuestras fuerzas para eventuales bienes particulares y para evitar males mayores, pero esa concitación nunca ha de hacerse, como habitualmente se exige, ensombreciendo el fin último de la acción, el bien común. Es decir, la aspiración del orden político cristiano al servicio de ese bien común.
8) En gran parte, la culpa no ya de la inoperancia católica, sino del abisal grado de esa inoperancia, es debido a esa "fascinatio nugacitatis" , fascinación de las cosas sin valor, que domina a los "católicos profesionales" . Como dice el libro de la Sabiduría, esa fascinación "oscurece las cosas buenas". Invirtamos los términos: la única "unidad de acción" posible, no será la ligada a "operaciones concretas", es decir, a bienes particulares o a parches, sino la que se deduce de la unidad de finalidad: para lo cual debemos ser suficientemente unánimes sobre el orden político necesario para el bien común. Si, como parecen afirmar --nunca con claridad-- este desorden actual de cosas les vale y lo único que necesitamos es enderezarlo con acciones puntuales, queda claro que, aunque reducidos a un puñado ínfimo, los que sostenemos la esperanza política fiados sólo en la naturaleza de las cosas y en la fe y en la doctrina imperecederas de la Iglesia, no podemos ceder sin comprometer esos bienes que están por encima de nosotros.
9) Uno de los pilares de esa esperanza política (también "contra toda esperanza") es el de la legitimidad. No se trata solamente de mantener unos principios universales inviolables. Además, el bien común, como todo bien, procede de una "causa íntegra". En el caso de la comunidad política de las Españas, ahora reducida a su condición de bien común acumulado y latente, la constitución histórica de nuestra patria ha sido monárquica y la corona era la depositaria de la legitimidad política. Bajo esa legitimidad, despojados de defectos ideologizantes, cabrán agrupados y ordenados los esfuerzos de los que, de verdad y sin altisonantes retóricas desean contribuir al bien común.
10) Todos los intentos de aventuras políticas "católicas" en la historia reciente de España deberían servir para confirmar empíricamente lo que se deduce de los viejos principios. Los católicos que deseamos vivir --también en el orden político-- conforme a la doctrina de la Iglesia somos un grupo minúsculo. En parte el mal viene de muy lejos, como ya he señalado en otros lugares, del abandono de la doctrina social. La crisis atroz que vive la Iglesia ha agudizado el problema, acabando de desfigurar ante sus propios hijos las exigencias naturales y cristianas de la vida en común. No hay que darle muchas vueltas: sociológicamente somos un fleco ridículo en esta disociedad. Somos un "ruido estadístico" y pensar sobre nuestra acción política en términos que antepongan una efectividad puntual es una majadería. Sin embargo, en todo "tenemos presente el fin". Nuestra acción no servirá de mucho si no está penetrada de esa presencia del fin: desde la laboriosa adquisición de las virtudes necesarias para la justicia general (fortaleza, magnanimidad, templanza, liberalidad, ¡prudencia!), hasta el estudio y la explicación de la doctrina política a todo el que quiera conocerla, pasando por la creación de familias educadas en el servicio a ese bien común político o creando obras educativas, económicas o artísticas. En todo ello, la causa final es la instauración de un régimen --utilicemos nuestro lenguaje más propio-- de reinado social práctico de Nuestro Señor Jesucristo. Ése, y no otro, es el bien común (por limitado que sea) que nos es asequible en estas desdichadas circunstancias. Ése, y no otro, es el principal campo de batalla con nuestros equivocados hermanos los católicos extrañados de su herencia doctrinal, pero también de la naturaleza política.
11) Si algún día --quiéralo Dios-- hemos de poder levantar la mano para poner fin a este desorden perverso y para contribuir a la reconstrucció n de una sociedad justa y católica, será por Providencia de Dios y como un signo en medio de la Historia, como siempre lo fue antaño. El cristiano, teniendo en cuenta las distinciones anteriores, es hombre de oración y en la oración hemos de pedir conformarnos a los sabios designios de Dios. Y para no incurrir en la maldición del apóstol Santiago el menor, ésa de que pedimos y no recibimos porque pedimos para satisfacer nuestra concupiscencia, habremos de preparar ese momento con el cultivo de nuestros deberes de estado, con la adquisición de las virtudes conducentes a la justicia general y haciendo un resuelto apostolado político, transparente y sin concesiones. No hace tanto tiempo --y era ya entonces inverosímil-- que las laderas de Montejurra se llenaban de fieles carlistas, como siempre esperando contra toda esperanza. Como reclamaba "la pucelle", libremos, pues, el buen combate y Dios, si le place, dará la victoria. Nosotros seremos, llegado el caso, colaboradores asombrados, en primera línea de frente.
12) Con todas las limitaciones actuales, el germen --continuidad histórica de la legitimidad- - de esa fe política hispánica, es el carlismo. Cuando todas las fantasías se han intentado y han defraudado, sigue siendo la hora de la tradición española, martirial e improbable. Llena de sorpresas.
jueves, 5 de agosto de 2010
¿Se festejará el tricentenario de la Revolución? (El libro negro de la Revolución francesa)
Capítulo XXV ¿SE FESTEJARÁ EL TRICENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN?
Contestar el mito revolucionario, como se dedican los historiadores actuales, deslegitimar el Terror, es arruinar el presupuesto antiguo según el cual los progresos sociales se obtendrían por la violencia. Es destruir la ilusión según la cual un proyecto político podría generar a un nuevo hombre. Cada vez que se puso en marcha tal tentativa, condujo a querer regenerar la humanidad purificándola de sus elementos indeseables, desencadenando un mecanismo asesino. En 1993, en Vendée, Alexandre Soljenitsyne establecerá el vínculo entre la Revolución francesa y las lógicas totalitarias del comunismo o el nazismo.
Diez años después del Bicentenario, nuevos trabajos de historiadores profundizarán en esta pista de reflexión. En 1999, Alain Gérard descifra la guerra de Vendée como punto focal del Terror, analizando la concepción del hombre que se deduce de la lengua convencional, el autor concluye que si los Vendeanos (y más allá, todos los opositores al Gobierno de salud pública) debían liquidarse, es que personificaban una “subhumanidad'”. En 2000, Patrice Gueniffey analiza el Terror asociándolo al concepto de poder. “El Terror, afirma a este historiador, es el producto de la dinámica revolucionaria y, quizá, de toda dinámica revolucionaria. En eso, tiene la misma naturaleza de la Revolución, de todo revolución'. ”
Conducida en nombre del pueblo, la Revolución se efectuó sin el consentimiento del pueblo, y a menudo mismo contra el pueblo. ¿En 1989, cómo explicar esta contradicción a los Franceses? Esto sería demasiado complicado, y eso implicaría demasiadas puestas en causa. Entonces la conmemoración oficial de la Revolución se efectúa lejos de la historia, al grado del aire del tiempo. Como en 1889. En la época, el patriotismo estaba de moda: el Centenario se acorazó de tricolor. En 1989, es la hora de los derechos del hombre, del antirracismo, del derribo de las fronteras. De donde el desfile mestizo Jean-Paul Goude.
El Bicentenario de verdad no conmemoró 1789, sino más bien exaltado la idea que la Francia de 1989, al menos la que está en el poder, se hace ella misma.
Dejemos la historia para el campo de la prospectiva. Un ejercicio de riesgo: tantos parámetros determinan el curso de los acontecimientos, tantos imprevistos pueden trastornar este curso que nadie puede prever el futuro con certeza. A lo sumo se puede - pero es ya mucho - destacar que algunas consecuencias se derivan ineluctablemente de tendencias afirmadas veinte, treinta o cincuenta años antes.
¿En 2089, Francia festejará el tricentenario del Revolución? Bien osado el que se atreviera a responder por la afirmativa o la negativa, separándonos más de ochenta años de este vencimiento. En cambio, interrogarse es legítimo.
Todos los observadores convienen que el nivel escolar se hundió durante los veinte últimos años, especialmente en el ámbito de la historia. Ciertamente, en los programas de secundaria, la Revolución sigue siendo un fragmento de elección, a pesar de una orientación ideológica evidente: el manual modelo propone una página sobre la monarquía llamada absoluta, de Enrique IV a Luís XVI, contra una veintena de páginas sobre la caída del Antiguo Régimen y veinticinco páginas sobre la Revolución propiamente dicha. Pero la cronología está ausente de lo que no es más un relato nacional. En cuanto a la enseñanza primaria, la historia de Francia prácticamente ha desaparecido. Si la tendencia no se invierte, ¿que significará la fecha de 1789 para el ciudadano de 2089?
Incluso si la campaña presidencial de 2007 puso de manifiesto – a izquierda como a derecha - que la temática del orgullo francés despertaba aún algo en las mentalidades, la época está persuadida de que el futuro reside en un modelo de sociedad donde las fronteras se señalarán cada vez menos, sobre todo con nuestros vecinos inmediatos. Ahora bien los Europeos, no sin sabiduría, definen la Revolución francesa como un larga secuencia, situada entre 1789 y 1815. ¿Y que retienen? Los Británicos, todos los hijos de Burke, consideran que los derechos del hombre no fueron inventados por la Revolución de Francia, esta agitación sangrienta, y añaden que no lamentan haber relegado a Napoleón Santa Elena. Los Alemanes y los Austriacos se acuerdan de la Francia revolucionaria como la “Gran Nación” orgullosa que, con el pretexto de aportarles la libertad, les hizo la guerra. Los Italianos no olvidan el cautividad del papa y el saqueo organizado de la Península por Bonaparte, y los Españoles vibran aún con la evocación del Dos de Mayo. ¿Es una Europa integrada, en 2089, lo que incitará a los Franceses a festejar 1789?
El principio de la ruptura radical con el mundo previo, el recurso a la ideología en el discurso público (en el sentido en que Saint-Just elogiaba la felicidad como “una nueva idea”), la voluntad “de cambiar la vida”, la ambición de crear un nuevo hombre, todos estos síntomas revolucionarios han dejado un rastro sangriento a través de los dos últimos siglos. Después de la caída del nazismo en 1945, el comunismo se hundió sobre si mismo los años ochenta. Nadie puede decir lo que nos reserva el siglo XXI, sino que parece más bien que, si debemos enfrentar una nueva ola destructiva para el hombre, vendrá más que de un proyecto político organizado, del nihilismo de las redes terroristas o derivas de la investigación científica (y, en particular, de la investigación biológica), fenómenos ampliados por la negación o el olvido de la eminente dignidad de la naturaleza humana y por la banalización de lo que Juan-Pablo II llamaba “la cultura de muerte”. En otras palabras, incluso si el siglo que viene corre el riesgo de ser tan peligroso que el precedente, no se ve lo que traería la reviviscencia del mito revolucionario que nació el siglo XVIII. ¿Entonces, en 2089, por qué festejar 1789?
¿La divisa revolucionaria - libertad, igualdad, fraternidad - saca su sustancia, como lo afirmaba Chesterton, de ideas cristianas que se han vuelto locas? A nivel histórico, es fácil recordar el anticristianismo jacobino y la persecución que se abatió sobre la Iglesia católica (y también sobre los otros cultos, en lo más fuerte del Terror). Sin embargo, a nivel filosófico, la controversia sobre la conformidad del ideal republicano con los preceptos evangélicos dura desde hace más de un siglo. No pretendiendo solucionar en tres líneas una cuestión tan compleja, se contentará, aquí, a observar que la Revolución creció sobre un mantillo cristiano. Si Francia continúa como hoy día alejándose del cristianismo, ¿qué mirada fijará, hacia el final del siglo XXI, hacia los orígenes de la Revolución? Y más allá, la razón, el progreso y la ciencia, estos ideales de las Luces que se volvieron ideales republicanos, ¿que sentido tendrán en 2089?
Añadamos esto, a riesgo de trastornar el políticamente correcto. Respecto a los movimientos de población producidos sobre el suelo francés al final del siglo XX siglo y al principio del siglo XXI, incluso si los flujos migratorios se pararan ahora, los demógrafos calculan que, en 2030, el número de hogares originarios del Magreb, África negro y Turquía podría representar cerca de 10 millones de personas y un 30% de los nacimientos. Hacia 2050, el número de los niños de origen extranjero residiendo en Francia metropolitana debería sobrepasar al de los niños de origen francés. Más de una generación más tarde, la proporción será aún más fuerte, como será verosímilmente más elevado el porcentaje de musulmanes en esa población. Si la lógica comunitarista que prevalece actualmente no se invierte, si los nuevos Franceses no pasan a ser Franceses de cultura, ¿qué significación revestirá para ellos la conmemoración de la Revolución? EL pensamiento revolucionario, stricto sensu, no concuerda con la antropología expresada por los textos sagrados del Islam. En 2089, ¿los musulmanas de Francia querrán celebrar 1789?
El historia no se escribe nunca por adelantado, y la historia de Francia siempre ha reservado inmensas sorpresas. No se podría excluir, después de todo, que l acabando el siglo XXI vea un retorno en fuerza de la fe cristiana sobre el viejo suelo francés. Se tendrá entonces que reconstruir todo. ¿Estos nuevos cristianos no tendrán otras urgencias que de celebrar o impugnar el tricentenario de 1789?
JEAN SÉVILLIA,
historiador, periodista.
Contestar el mito revolucionario, como se dedican los historiadores actuales, deslegitimar el Terror, es arruinar el presupuesto antiguo según el cual los progresos sociales se obtendrían por la violencia. Es destruir la ilusión según la cual un proyecto político podría generar a un nuevo hombre. Cada vez que se puso en marcha tal tentativa, condujo a querer regenerar la humanidad purificándola de sus elementos indeseables, desencadenando un mecanismo asesino. En 1993, en Vendée, Alexandre Soljenitsyne establecerá el vínculo entre la Revolución francesa y las lógicas totalitarias del comunismo o el nazismo.
Diez años después del Bicentenario, nuevos trabajos de historiadores profundizarán en esta pista de reflexión. En 1999, Alain Gérard descifra la guerra de Vendée como punto focal del Terror, analizando la concepción del hombre que se deduce de la lengua convencional, el autor concluye que si los Vendeanos (y más allá, todos los opositores al Gobierno de salud pública) debían liquidarse, es que personificaban una “subhumanidad'”. En 2000, Patrice Gueniffey analiza el Terror asociándolo al concepto de poder. “El Terror, afirma a este historiador, es el producto de la dinámica revolucionaria y, quizá, de toda dinámica revolucionaria. En eso, tiene la misma naturaleza de la Revolución, de todo revolución'. ”
Conducida en nombre del pueblo, la Revolución se efectuó sin el consentimiento del pueblo, y a menudo mismo contra el pueblo. ¿En 1989, cómo explicar esta contradicción a los Franceses? Esto sería demasiado complicado, y eso implicaría demasiadas puestas en causa. Entonces la conmemoración oficial de la Revolución se efectúa lejos de la historia, al grado del aire del tiempo. Como en 1889. En la época, el patriotismo estaba de moda: el Centenario se acorazó de tricolor. En 1989, es la hora de los derechos del hombre, del antirracismo, del derribo de las fronteras. De donde el desfile mestizo Jean-Paul Goude.
El Bicentenario de verdad no conmemoró 1789, sino más bien exaltado la idea que la Francia de 1989, al menos la que está en el poder, se hace ella misma.
Dejemos la historia para el campo de la prospectiva. Un ejercicio de riesgo: tantos parámetros determinan el curso de los acontecimientos, tantos imprevistos pueden trastornar este curso que nadie puede prever el futuro con certeza. A lo sumo se puede - pero es ya mucho - destacar que algunas consecuencias se derivan ineluctablemente de tendencias afirmadas veinte, treinta o cincuenta años antes.
¿En 2089, Francia festejará el tricentenario del Revolución? Bien osado el que se atreviera a responder por la afirmativa o la negativa, separándonos más de ochenta años de este vencimiento. En cambio, interrogarse es legítimo.
Todos los observadores convienen que el nivel escolar se hundió durante los veinte últimos años, especialmente en el ámbito de la historia. Ciertamente, en los programas de secundaria, la Revolución sigue siendo un fragmento de elección, a pesar de una orientación ideológica evidente: el manual modelo propone una página sobre la monarquía llamada absoluta, de Enrique IV a Luís XVI, contra una veintena de páginas sobre la caída del Antiguo Régimen y veinticinco páginas sobre la Revolución propiamente dicha. Pero la cronología está ausente de lo que no es más un relato nacional. En cuanto a la enseñanza primaria, la historia de Francia prácticamente ha desaparecido. Si la tendencia no se invierte, ¿que significará la fecha de 1789 para el ciudadano de 2089?
Incluso si la campaña presidencial de 2007 puso de manifiesto – a izquierda como a derecha - que la temática del orgullo francés despertaba aún algo en las mentalidades, la época está persuadida de que el futuro reside en un modelo de sociedad donde las fronteras se señalarán cada vez menos, sobre todo con nuestros vecinos inmediatos. Ahora bien los Europeos, no sin sabiduría, definen la Revolución francesa como un larga secuencia, situada entre 1789 y 1815. ¿Y que retienen? Los Británicos, todos los hijos de Burke, consideran que los derechos del hombre no fueron inventados por la Revolución de Francia, esta agitación sangrienta, y añaden que no lamentan haber relegado a Napoleón Santa Elena. Los Alemanes y los Austriacos se acuerdan de la Francia revolucionaria como la “Gran Nación” orgullosa que, con el pretexto de aportarles la libertad, les hizo la guerra. Los Italianos no olvidan el cautividad del papa y el saqueo organizado de la Península por Bonaparte, y los Españoles vibran aún con la evocación del Dos de Mayo. ¿Es una Europa integrada, en 2089, lo que incitará a los Franceses a festejar 1789?
El principio de la ruptura radical con el mundo previo, el recurso a la ideología en el discurso público (en el sentido en que Saint-Just elogiaba la felicidad como “una nueva idea”), la voluntad “de cambiar la vida”, la ambición de crear un nuevo hombre, todos estos síntomas revolucionarios han dejado un rastro sangriento a través de los dos últimos siglos. Después de la caída del nazismo en 1945, el comunismo se hundió sobre si mismo los años ochenta. Nadie puede decir lo que nos reserva el siglo XXI, sino que parece más bien que, si debemos enfrentar una nueva ola destructiva para el hombre, vendrá más que de un proyecto político organizado, del nihilismo de las redes terroristas o derivas de la investigación científica (y, en particular, de la investigación biológica), fenómenos ampliados por la negación o el olvido de la eminente dignidad de la naturaleza humana y por la banalización de lo que Juan-Pablo II llamaba “la cultura de muerte”. En otras palabras, incluso si el siglo que viene corre el riesgo de ser tan peligroso que el precedente, no se ve lo que traería la reviviscencia del mito revolucionario que nació el siglo XVIII. ¿Entonces, en 2089, por qué festejar 1789?
¿La divisa revolucionaria - libertad, igualdad, fraternidad - saca su sustancia, como lo afirmaba Chesterton, de ideas cristianas que se han vuelto locas? A nivel histórico, es fácil recordar el anticristianismo jacobino y la persecución que se abatió sobre la Iglesia católica (y también sobre los otros cultos, en lo más fuerte del Terror). Sin embargo, a nivel filosófico, la controversia sobre la conformidad del ideal republicano con los preceptos evangélicos dura desde hace más de un siglo. No pretendiendo solucionar en tres líneas una cuestión tan compleja, se contentará, aquí, a observar que la Revolución creció sobre un mantillo cristiano. Si Francia continúa como hoy día alejándose del cristianismo, ¿qué mirada fijará, hacia el final del siglo XXI, hacia los orígenes de la Revolución? Y más allá, la razón, el progreso y la ciencia, estos ideales de las Luces que se volvieron ideales republicanos, ¿que sentido tendrán en 2089?
Añadamos esto, a riesgo de trastornar el políticamente correcto. Respecto a los movimientos de población producidos sobre el suelo francés al final del siglo XX siglo y al principio del siglo XXI, incluso si los flujos migratorios se pararan ahora, los demógrafos calculan que, en 2030, el número de hogares originarios del Magreb, África negro y Turquía podría representar cerca de 10 millones de personas y un 30% de los nacimientos. Hacia 2050, el número de los niños de origen extranjero residiendo en Francia metropolitana debería sobrepasar al de los niños de origen francés. Más de una generación más tarde, la proporción será aún más fuerte, como será verosímilmente más elevado el porcentaje de musulmanes en esa población. Si la lógica comunitarista que prevalece actualmente no se invierte, si los nuevos Franceses no pasan a ser Franceses de cultura, ¿qué significación revestirá para ellos la conmemoración de la Revolución? EL pensamiento revolucionario, stricto sensu, no concuerda con la antropología expresada por los textos sagrados del Islam. En 2089, ¿los musulmanas de Francia querrán celebrar 1789?
El historia no se escribe nunca por adelantado, y la historia de Francia siempre ha reservado inmensas sorpresas. No se podría excluir, después de todo, que l acabando el siglo XXI vea un retorno en fuerza de la fe cristiana sobre el viejo suelo francés. Se tendrá entonces que reconstruir todo. ¿Estos nuevos cristianos no tendrán otras urgencias que de celebrar o impugnar el tricentenario de 1789?
JEAN SÉVILLIA,
historiador, periodista.
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El libro negro de la Revolución francesa
"Libertad, igualdad, fraternidad" o la imposibilidad de ser hijo (El libro negro de la Revolución francesa)
Capítulo XXIV “LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD” O LA IMPOSIBILIDAD DE SER HIJO.
Fr. Jean-Michel Potin o.p.
Historiador archivista de la Provincia dominicana de Francia.
Y, de hecho, doscientos años más tarde, el balance político de la divisa republicana no es bueno: es falso para la libertad, catastrófico acerca de la igualdad y mentiroso acerca de la fraternidad.
Mientras reivindican valores evangélicos, los revolucionarios, expulsando a Dios, se han separado de la fuente sin la cual no se pueden reconocer los frutos. Así una libertad que no es dada por un Padre es un movimiento incoherente; una igualdad que no reconoce la elección preferencial de un amor es mentirosa y una fraternidad que se autoproclama sin referencia a un origen común es simplemente falsa.
Querer matar el Padre guardando los valores legados por él, es imposible.
Comenzaremos este estudio por la igualdad pues es ella la que lleva el pecado original de toda la divisa. El desconocimiento de la libertad y la fraternidad extrae tiene su origen en esta concepción falsa de la igualdad.
IGUALDAD
El rey reinaba no solo porque había nacido de de su padre, esto no era más que el modus operandi de la transmisión política. El más banal, el más frágil y el menos meritorio de los modus operandi que haya y es por eso que era el único poder posible y legítimo, nadie podía enorgullecerse de ser el origen. Pero el don del poder, él, dependía de una elección superior, del mismo orden que la del pueblo hebreo contra el pueblo de Egipto. Esta elección superior era un decreto divino al cual era preciso asentir.
Rechazando a la vez, la fuente originaria del poder y el modus operandi del nacimiento, nuestros contemporáneos se obligan a encontrar ellos mismos, y en cada generación, las razones de ejercer el poder. Están entonces condenados a una eterna autojustificación del poder que ejercen. Están obligados a elegir ellos mismos su propio nacimiento. El modo generacional (somos más los hijos de nuestro tiempo que los hijos de nuestros padres) es concomitante a la Revolución Francesa. Es por eso que es preciso que el rey muera, pero igualmente su hijo, para que no haya más filiación.
A partir de la Revolución no somos más los hijos de nuestros padres, somos de la misma generación. Estamos tentados de encontrarnos razones de existir en el hecho de haber nacido en el mismo tiempo. El tiempo nos engendra más que nuestros padres. La primera de estas generaciones fue la generación romántica, la última fue la generación del 68 (entre ellas se alternan dos tipos de generaciones, una generación de fundadores y una generación de sacrificados). Salido el nacimiento no existimos más que por bloque generacional. Ahora una generación no crea hermanos, crea individuos yuxtapuestos que pasan su tiempo en comprender lo que les liga a esos otros individuos, que no son sus hermanos, ni su padre eso de donde ellos han nacido. Es el principio del signo de los tiempos. A falta de nuestros padres, el tiempo nos habla y es preciso, según la expresión canonizada incluso por la Iglesia católica, “leer los signos de los tiempos”.
En esta historia donde las generaciones se siguen diferenciándose, cada una de entre ellas, en un movimiento que ella cree generoso, quiere que la siguiente esté compuesta, no de herederos sino de fundadores. Cada generación política quiere que la siguiente recree el mundo. Grito desesperado de los padres que se dan cuanta que no han llegado a transmitir otra cosa que el vacío y el caos.
Esta sucesión de generación sin herencia posible no deja elección: no se trata más que de apresurar la catástrofe ya que nada es transmisible; de los fascistas de los años treinta a la izquierda radical del principio de este milenario, se trata de esto: apresurar la catástrofe porque no se ha recibido nada y porque no se puede transmitir nada.
LIBERTAD
Decretando legislativamente que los hombres nacen libres por naturaleza y por derecho, los revolucionarios han fantaseado la naturaleza y han atribuido al derecho lo que no puede hacer.
No se es libre más que por don y se engaña si se cree garantizar la perennidad de un don que es natural decretando que es natural o proclamándolo derecho. Un don es mucho más perenne que la naturaleza (que se entrega y vuelve a comenzar por el primero de sus dones que es la vida); en cuanto al derecho escrito, otro escrito puede anularlo, ahí está toda su debilidad, lo que existe por escrito puede cesar de existir por otro escrito. En cambio, lo que es dado, no puede ser quitado pues el don es una extensión de si que no puede jamás ser recuperado. Si Dios nos creado libres, es porque el se dio a si mismo y no puede quitarse sin destruirnos y sin destruirse.
Si los hombres nacen libres, es porque esto se hace naturalmente y es por tanto contradictorio decretarlo por escrito. Lo que está escrito es justamente lo que no es natural y tiene necesidad de este escrito para existir.
Confundiendo y mezclando las libertades públicas (que existen bajo la realeza y que el rey era el garante ellas tenían su palabra, de otra forma más sólido que lo escrito) y la libertad personal (cuya sede es mi conciencia), los revolucionarios han contraído el riesgo que se contradigan la una y la otra y se impidan funcionar.
La inflación legislativa actual en que las leyes suceden a las leyes que no tienen incluso tiempo de recibir sus decretos de aplicación antes de ser anuladas por otras leyes es la prueba de que incluso los legisladores no creen más en lo que hacen,
El grave error de la teoría de la libertad republicana es de haber hecho creer que un régimen de libertades públicas (que se parece mucho a este programa: “nosotros nos ocuparemos de todo incluida vuestra libertad”) pueda instaurar la libertad.
La libertad es eminentemente personal y con baches. Es volcánicamente intempestiva. No se ejerce más que para cada uno y en momentos específicos. El hombre raramente debe hacer constantemente prueba de su libertad pero cuando debe hacerlo, no debe fallar ese momento. Cuando Jean Paul Sartre escribía “nunca hemos sido más libres que bajo la ocupación alemana” mostraba que la libertad no puede ejercerse más que frente a quien la niega. No existen países libres y países “no libres”, solo los hombres lo son o no. Ha sido precisa una grave ignorancia de es la libertad en este mundo que se dice “libre” para osar una tal pretensión.
La idea según la cual un régimen de libertades públicas protege la libertad individual es una engañifa, no más que garantizar eventualmente los contratos que ligan a los hombres entre ellos. Una libertad se conquista, es lo que hace su esencia misma. Pretender proteger la libertad individual, es aniquilarla.
Tras esta idea del régimen de libertades públicas existe la idea de un progreso moral de la humanidad y luego la negación de la posibilidad del mal, Todo mal no es más que un defecto que se va a poder erradicar por la educación o la ciencia que el estado se encarga de procurar a cada uno. Todo es mejorable. El progreso va a balizar la ruta de nuestros hijos hacia un porvenir mejor. Ahora bien no hay progreso moral ( y aún menos político) en la historia de la humanidad. Este desconocimiento del mal, este rechazo de ver que cada hombre y cada mujer tendrá que batirse hasta el fin de los tiempos contra los mismos –exactamente los mismos- males que sus ancestros ha conducido a esta humanidad liberada la infierno.
El rey no era el garante de la libertad del hombre (no tenía esta omnipotencia) pero garantizaba las libertades públicas, las que permitían el vivir juntos en una negociación constante entre los sujetos.
En nuestro sistema político actual en que nosotros nos damos a nosotros mismos nuestra libertad (tanto la libertad interior como la libertad política) ¿que vale esta libertad? ¿Como puedo ser yo mismo garante de mi propia libertad? ¿Que valor tiene esta libertad sino el valor que yo me de a mi mismo? ¿Como puedo yo conocer mi valor y por tanto mi libertad si nadie diferente a mi no me la revela y no me exige?
FRATERNIDAD
Quien dice fraternidad dice forzosamente parentalidad común. Es preciso que haya origen común (o al menos comienzo común) para que haya vínculo fraternal. Ahora bien, habiendo negado al Padre la República francesa, habiendo guillotinado al padre de la nación, deberá encontrar un origen común, al riesgo de inventarlo.
Comienza entonces la personificación de la matria, su antropomorfismo: toma los trazos de una mujer generosa a quien se le da el nombre de Marianne, una invasión del suelo se convierte en la violación de la madre patria que deberá ser vengada según las leyes de la sangre. En vez de vivir, se trata más bien de morir: la única fraternidad propuesta se sella en la leva masiva, en la conscripción. Los hijos (“ Allons enfants de la patrie “) nada más que porque parten a la guerra. La fraternidad no es posible más que en fraternidad de armas.
Marianne ha tenido a bien ser representada generosa, con bellos senos nutricios, ella llegará a ser, al hilo de los años, Medea, madre indigna que mata a sus hijos. ¿Quien osa decir todavía que morirá por ella?
Sin embargo esta fraternidad nacional ha funcionado cierto tiempo, incluso habría podido funcionar, si no hubiera tenido, en origen, un vicio de forma que hace imposible esta ficción. La ficción viene de la decisión arbitraria de elegir su progenitor o su progenitora. La tensión natural de la República hacia lo universal ha permitido, al hilo de la historia, reemplazar la nación por Europa esperando una nueva entidad, aún más vasta, aún más universal. Esta expansión hacia lo universal en que lo particular no es más que transitorio (era preciso batirse por Francia; hoy día, no es preciso batirse por Francia sino por Europa, esperando que se nos diga que no es preciso batirse por Europa sino por…) es la perpetua huida hacia delante del proyecto republicano. De la fraternidad nacional, ha sido preciso pasar a una fraternidad ciudadana, más fluida, ilimitada.
Hoy día negando el origen común (la madre patria no tiene ningún éxito ante los republicanos), la República ha tenido que conservar la fraternidad pero en el sentido de solidaridad. Esta, puramente abstracta, ya que no se asienta en ningún vínculo real, propone entonces abrir esta solidaridad a todos. Pero en este universo abstracto, no hay sujetos (que son aquellos sobre los cuales se pueden construir reivindicaciones), no hay más que vivientes que reclaman derechos de vivientes. Ahora bien el derecho de los vivientes se expresa hoy de dos maneras: la seguridad de riesgo cero y el derecho al bienestar. Estamos así en el mejor de los mundos en que habiendo borrado toda dimensión de sujeto dependiente de alguien que le de un derecho, no quedan más que vivientes que reclaman derechos que nadie les puede dar.
En efecto todas las fraternidades particulares (corporaciones de oficio, gremios, cofradías piadosas, fraternidades caritativas, órdenes religiosas…) funcionan según estatus políticos muy preciso y riguroso, habiendo hecho a menudo sus pruebas de democracia real (con elecciones como modus operandi durante siglos que olvidaba la fuente principal) durante siglos. “Tener voz en el capítulo” es una expresión del más elemental y del más eficaz funcionamiento democrático. Diluyendo las fraternidades particulares en una fraternidad universal, nadie más puede “tener voz en el capítulo” pues no existe “capítulo” universal. Las únicas voces que la fraternidad universal autoriza son las que se cuentan en las urnas. Así no se hace oír una voz, un hombre no habla, se cuenta su voz. No somos en el acto de la palabra, somos en el lenguaje matemático. A una democracia basada sobre la palabra como acto se ha substituido una democracia basada en el recuento de códigos (no siendo las encuestas más que tentativas desesperadas para saber los lo que estos códigos quieren decir).
Los más pesimistas de los hermeneutas de la divisa revolucionaria explican que la fraternidad es la palabra que permite hacer la articulación entre los dos otros nombres , antagonistas, de la divisa, La libertad inclinando hacia la derecha y la igualdad inclinando hacia la izquierda, la única manera de no desgarrar la nación en una eterna guerra civil es paliar los defectos de la derecha y de la izquierda por la fraternidad, En el momento de hacer el balance, se puede decir que los únicos momentos de la historia en que la derecha y la izquierda se han unido en un mismo impulso nacional, las únicas veces en que la libertad y la igualdad se han callado para dejar hablar a la fraternidad, fueron momentos de guerra. La nación no ha querido que los hombres fueran hermanos más que en el barro y la sangre.
¿EL AMOR TIENE ALGO QUE VER CON LA POLÍTICA?
La política no es solamente la disciplina de los derechos, esta tiene también alguna cosa que ver con la obediencia y el servicio. Ahora bien no se puede servir y obedecer libremente más que amando. El amor es el zócalo esencial de la política, como lo es de toda la vida del hombre.
El rechazo del amor filial no ha hecho desertar el amor del político, solamente lo ha metamorfoseado y caricaturizado. Teniendo la naturaleza humana horror al vacío, el culto del héroe ha venido a reemplazar el amor al rey.
Todos los héroes modernos en política han reivindicado el título de padre: Stalin era el padrecito de los pueblos; Hitler y Mussolini son pastores y Mao un Gran Timonel. Pero ya que no se llega al Padre más que por el Hijo y en el Espíritu, acceder a los padres políticos sin pasar por ellos acarrea forzosamente el culto. El culto a la personalidad no es asunto más que de huérfanos.
Refundar la política sobre el amor no consiste en rechazar amar a los héroes sino saber discernir que el héroe es el que confía el poder a quien tiene legitimidad. Toda autoridad viene de Dios. Él da y es este don el que conviene amar.
El libro negro de la revolución francesa. Paris 2008
Pp. 415-429
Fr. Jean-Michel Potin o.p.
Historiador archivista de la Provincia dominicana de Francia.
Y, de hecho, doscientos años más tarde, el balance político de la divisa republicana no es bueno: es falso para la libertad, catastrófico acerca de la igualdad y mentiroso acerca de la fraternidad.
Mientras reivindican valores evangélicos, los revolucionarios, expulsando a Dios, se han separado de la fuente sin la cual no se pueden reconocer los frutos. Así una libertad que no es dada por un Padre es un movimiento incoherente; una igualdad que no reconoce la elección preferencial de un amor es mentirosa y una fraternidad que se autoproclama sin referencia a un origen común es simplemente falsa.
Querer matar el Padre guardando los valores legados por él, es imposible.
Comenzaremos este estudio por la igualdad pues es ella la que lleva el pecado original de toda la divisa. El desconocimiento de la libertad y la fraternidad extrae tiene su origen en esta concepción falsa de la igualdad.
IGUALDAD
El rey reinaba no solo porque había nacido de de su padre, esto no era más que el modus operandi de la transmisión política. El más banal, el más frágil y el menos meritorio de los modus operandi que haya y es por eso que era el único poder posible y legítimo, nadie podía enorgullecerse de ser el origen. Pero el don del poder, él, dependía de una elección superior, del mismo orden que la del pueblo hebreo contra el pueblo de Egipto. Esta elección superior era un decreto divino al cual era preciso asentir.
Rechazando a la vez, la fuente originaria del poder y el modus operandi del nacimiento, nuestros contemporáneos se obligan a encontrar ellos mismos, y en cada generación, las razones de ejercer el poder. Están entonces condenados a una eterna autojustificación del poder que ejercen. Están obligados a elegir ellos mismos su propio nacimiento. El modo generacional (somos más los hijos de nuestro tiempo que los hijos de nuestros padres) es concomitante a la Revolución Francesa. Es por eso que es preciso que el rey muera, pero igualmente su hijo, para que no haya más filiación.
A partir de la Revolución no somos más los hijos de nuestros padres, somos de la misma generación. Estamos tentados de encontrarnos razones de existir en el hecho de haber nacido en el mismo tiempo. El tiempo nos engendra más que nuestros padres. La primera de estas generaciones fue la generación romántica, la última fue la generación del 68 (entre ellas se alternan dos tipos de generaciones, una generación de fundadores y una generación de sacrificados). Salido el nacimiento no existimos más que por bloque generacional. Ahora una generación no crea hermanos, crea individuos yuxtapuestos que pasan su tiempo en comprender lo que les liga a esos otros individuos, que no son sus hermanos, ni su padre eso de donde ellos han nacido. Es el principio del signo de los tiempos. A falta de nuestros padres, el tiempo nos habla y es preciso, según la expresión canonizada incluso por la Iglesia católica, “leer los signos de los tiempos”.
En esta historia donde las generaciones se siguen diferenciándose, cada una de entre ellas, en un movimiento que ella cree generoso, quiere que la siguiente esté compuesta, no de herederos sino de fundadores. Cada generación política quiere que la siguiente recree el mundo. Grito desesperado de los padres que se dan cuanta que no han llegado a transmitir otra cosa que el vacío y el caos.
Esta sucesión de generación sin herencia posible no deja elección: no se trata más que de apresurar la catástrofe ya que nada es transmisible; de los fascistas de los años treinta a la izquierda radical del principio de este milenario, se trata de esto: apresurar la catástrofe porque no se ha recibido nada y porque no se puede transmitir nada.
LIBERTAD
Decretando legislativamente que los hombres nacen libres por naturaleza y por derecho, los revolucionarios han fantaseado la naturaleza y han atribuido al derecho lo que no puede hacer.
No se es libre más que por don y se engaña si se cree garantizar la perennidad de un don que es natural decretando que es natural o proclamándolo derecho. Un don es mucho más perenne que la naturaleza (que se entrega y vuelve a comenzar por el primero de sus dones que es la vida); en cuanto al derecho escrito, otro escrito puede anularlo, ahí está toda su debilidad, lo que existe por escrito puede cesar de existir por otro escrito. En cambio, lo que es dado, no puede ser quitado pues el don es una extensión de si que no puede jamás ser recuperado. Si Dios nos creado libres, es porque el se dio a si mismo y no puede quitarse sin destruirnos y sin destruirse.
Si los hombres nacen libres, es porque esto se hace naturalmente y es por tanto contradictorio decretarlo por escrito. Lo que está escrito es justamente lo que no es natural y tiene necesidad de este escrito para existir.
Confundiendo y mezclando las libertades públicas (que existen bajo la realeza y que el rey era el garante ellas tenían su palabra, de otra forma más sólido que lo escrito) y la libertad personal (cuya sede es mi conciencia), los revolucionarios han contraído el riesgo que se contradigan la una y la otra y se impidan funcionar.
La inflación legislativa actual en que las leyes suceden a las leyes que no tienen incluso tiempo de recibir sus decretos de aplicación antes de ser anuladas por otras leyes es la prueba de que incluso los legisladores no creen más en lo que hacen,
El grave error de la teoría de la libertad republicana es de haber hecho creer que un régimen de libertades públicas (que se parece mucho a este programa: “nosotros nos ocuparemos de todo incluida vuestra libertad”) pueda instaurar la libertad.
La libertad es eminentemente personal y con baches. Es volcánicamente intempestiva. No se ejerce más que para cada uno y en momentos específicos. El hombre raramente debe hacer constantemente prueba de su libertad pero cuando debe hacerlo, no debe fallar ese momento. Cuando Jean Paul Sartre escribía “nunca hemos sido más libres que bajo la ocupación alemana” mostraba que la libertad no puede ejercerse más que frente a quien la niega. No existen países libres y países “no libres”, solo los hombres lo son o no. Ha sido precisa una grave ignorancia de es la libertad en este mundo que se dice “libre” para osar una tal pretensión.
La idea según la cual un régimen de libertades públicas protege la libertad individual es una engañifa, no más que garantizar eventualmente los contratos que ligan a los hombres entre ellos. Una libertad se conquista, es lo que hace su esencia misma. Pretender proteger la libertad individual, es aniquilarla.
Tras esta idea del régimen de libertades públicas existe la idea de un progreso moral de la humanidad y luego la negación de la posibilidad del mal, Todo mal no es más que un defecto que se va a poder erradicar por la educación o la ciencia que el estado se encarga de procurar a cada uno. Todo es mejorable. El progreso va a balizar la ruta de nuestros hijos hacia un porvenir mejor. Ahora bien no hay progreso moral ( y aún menos político) en la historia de la humanidad. Este desconocimiento del mal, este rechazo de ver que cada hombre y cada mujer tendrá que batirse hasta el fin de los tiempos contra los mismos –exactamente los mismos- males que sus ancestros ha conducido a esta humanidad liberada la infierno.
El rey no era el garante de la libertad del hombre (no tenía esta omnipotencia) pero garantizaba las libertades públicas, las que permitían el vivir juntos en una negociación constante entre los sujetos.
En nuestro sistema político actual en que nosotros nos damos a nosotros mismos nuestra libertad (tanto la libertad interior como la libertad política) ¿que vale esta libertad? ¿Como puedo ser yo mismo garante de mi propia libertad? ¿Que valor tiene esta libertad sino el valor que yo me de a mi mismo? ¿Como puedo yo conocer mi valor y por tanto mi libertad si nadie diferente a mi no me la revela y no me exige?
FRATERNIDAD
Quien dice fraternidad dice forzosamente parentalidad común. Es preciso que haya origen común (o al menos comienzo común) para que haya vínculo fraternal. Ahora bien, habiendo negado al Padre la República francesa, habiendo guillotinado al padre de la nación, deberá encontrar un origen común, al riesgo de inventarlo.
Comienza entonces la personificación de la matria, su antropomorfismo: toma los trazos de una mujer generosa a quien se le da el nombre de Marianne, una invasión del suelo se convierte en la violación de la madre patria que deberá ser vengada según las leyes de la sangre. En vez de vivir, se trata más bien de morir: la única fraternidad propuesta se sella en la leva masiva, en la conscripción. Los hijos (“ Allons enfants de la patrie “) nada más que porque parten a la guerra. La fraternidad no es posible más que en fraternidad de armas.
Marianne ha tenido a bien ser representada generosa, con bellos senos nutricios, ella llegará a ser, al hilo de los años, Medea, madre indigna que mata a sus hijos. ¿Quien osa decir todavía que morirá por ella?
Sin embargo esta fraternidad nacional ha funcionado cierto tiempo, incluso habría podido funcionar, si no hubiera tenido, en origen, un vicio de forma que hace imposible esta ficción. La ficción viene de la decisión arbitraria de elegir su progenitor o su progenitora. La tensión natural de la República hacia lo universal ha permitido, al hilo de la historia, reemplazar la nación por Europa esperando una nueva entidad, aún más vasta, aún más universal. Esta expansión hacia lo universal en que lo particular no es más que transitorio (era preciso batirse por Francia; hoy día, no es preciso batirse por Francia sino por Europa, esperando que se nos diga que no es preciso batirse por Europa sino por…) es la perpetua huida hacia delante del proyecto republicano. De la fraternidad nacional, ha sido preciso pasar a una fraternidad ciudadana, más fluida, ilimitada.
Hoy día negando el origen común (la madre patria no tiene ningún éxito ante los republicanos), la República ha tenido que conservar la fraternidad pero en el sentido de solidaridad. Esta, puramente abstracta, ya que no se asienta en ningún vínculo real, propone entonces abrir esta solidaridad a todos. Pero en este universo abstracto, no hay sujetos (que son aquellos sobre los cuales se pueden construir reivindicaciones), no hay más que vivientes que reclaman derechos de vivientes. Ahora bien el derecho de los vivientes se expresa hoy de dos maneras: la seguridad de riesgo cero y el derecho al bienestar. Estamos así en el mejor de los mundos en que habiendo borrado toda dimensión de sujeto dependiente de alguien que le de un derecho, no quedan más que vivientes que reclaman derechos que nadie les puede dar.
En efecto todas las fraternidades particulares (corporaciones de oficio, gremios, cofradías piadosas, fraternidades caritativas, órdenes religiosas…) funcionan según estatus políticos muy preciso y riguroso, habiendo hecho a menudo sus pruebas de democracia real (con elecciones como modus operandi durante siglos que olvidaba la fuente principal) durante siglos. “Tener voz en el capítulo” es una expresión del más elemental y del más eficaz funcionamiento democrático. Diluyendo las fraternidades particulares en una fraternidad universal, nadie más puede “tener voz en el capítulo” pues no existe “capítulo” universal. Las únicas voces que la fraternidad universal autoriza son las que se cuentan en las urnas. Así no se hace oír una voz, un hombre no habla, se cuenta su voz. No somos en el acto de la palabra, somos en el lenguaje matemático. A una democracia basada sobre la palabra como acto se ha substituido una democracia basada en el recuento de códigos (no siendo las encuestas más que tentativas desesperadas para saber los lo que estos códigos quieren decir).
Los más pesimistas de los hermeneutas de la divisa revolucionaria explican que la fraternidad es la palabra que permite hacer la articulación entre los dos otros nombres , antagonistas, de la divisa, La libertad inclinando hacia la derecha y la igualdad inclinando hacia la izquierda, la única manera de no desgarrar la nación en una eterna guerra civil es paliar los defectos de la derecha y de la izquierda por la fraternidad, En el momento de hacer el balance, se puede decir que los únicos momentos de la historia en que la derecha y la izquierda se han unido en un mismo impulso nacional, las únicas veces en que la libertad y la igualdad se han callado para dejar hablar a la fraternidad, fueron momentos de guerra. La nación no ha querido que los hombres fueran hermanos más que en el barro y la sangre.
¿EL AMOR TIENE ALGO QUE VER CON LA POLÍTICA?
La política no es solamente la disciplina de los derechos, esta tiene también alguna cosa que ver con la obediencia y el servicio. Ahora bien no se puede servir y obedecer libremente más que amando. El amor es el zócalo esencial de la política, como lo es de toda la vida del hombre.
El rechazo del amor filial no ha hecho desertar el amor del político, solamente lo ha metamorfoseado y caricaturizado. Teniendo la naturaleza humana horror al vacío, el culto del héroe ha venido a reemplazar el amor al rey.
Todos los héroes modernos en política han reivindicado el título de padre: Stalin era el padrecito de los pueblos; Hitler y Mussolini son pastores y Mao un Gran Timonel. Pero ya que no se llega al Padre más que por el Hijo y en el Espíritu, acceder a los padres políticos sin pasar por ellos acarrea forzosamente el culto. El culto a la personalidad no es asunto más que de huérfanos.
Refundar la política sobre el amor no consiste en rechazar amar a los héroes sino saber discernir que el héroe es el que confía el poder a quien tiene legitimidad. Toda autoridad viene de Dios. Él da y es este don el que conviene amar.
El libro negro de la revolución francesa. Paris 2008
Pp. 415-429
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