martes, 28 de septiembre de 2010

El retorno a la infancia (José Jiménez Lozano, Dario de Ávila 19-9-2010)

A LA LUZ DE UNA CANDELA

El retorno a la infancia

José Jiménez Lozano. Premio Cervantes
(El Diario de Ávila 19-9-2010)


Nunca ha sido verdad que una imagen valga por mil palabras, porque primero hay que saber de qué imagen y de que mil palabras se trata; pero sí que ha ocurrido también siempre que una imagen puede producir no mil sino cien mil pala­bras y hasta volúmenes enteros, y nunca se concluye de hablar sobre ella; pero me estoy refiriendo, obvia­mente, a las imágenes de la pintura. Y tampoco nunca negó nadie la efi­cacia de la imagen que puede ser tan poderosa que valga por mil razona­mientos, y por la verdad y la realidad enteras, de tal modo que, mintiendo con esa eficacia, aparenta ser lo que representa.

De aquí han nacido todas las pre­venciones religiosas contra la imagen, tanto en el judaísmo como en el isla­mismo, y las iconoclastias en el cris­tianismo mismo, por miedo a la ido­latría; y éste se ha manifestado de di­versas maneras que van desde el despego místico al odio de algunos reformados, que en Inglaterra, por ejemplo, alcanzó su expresión más al­ta y devastadora bajo el Lord Protec­tor y su revolución contra lo que se entendía como el papismo fabricador de idolatrías con la hermosura de sus pinturas y esculturas, y demás expre­siones artísticas. Y las revoluciones llamadas populares también se defi­nen por ese odio a las hermosuras.

Pero, fuera de estas situaciones límites, las imágenes fascinaron siem­pre, y tanto más ahora cuanto que, al contrario que las misteriosas imágenes de la pintura, las imágenes de hoy son claras, obvias, y banales; y no sólo no tienen nada que dar que pen­sar, sino que cortocircuitan el razonamiento. Y se da una especie de infantilización de las mentes, o su re­greso hacia la edad del juego con las estampas y los cromos.

Pero la linterna mágica todo lo ve, y no puede existir ni un átomo de rea­lidad que ella no vea. Y hasta los criminales bus­can que ella reparta su horror y su mitología amenazante. Saben ya muy bien que las imáge­nes de alta definición son más codiciadas y se venden mejor, y que también es mayor su rentabilidad políti­ca con tal de que quienes llevan a ca­bo esas mismas atrocidades mues­tren unas siglas convenientes que ha­blen de liberación o progreso del pueblo. Por la muy sencilla razón de que esto es lo que gusta en Occidente parece ser, da muy bien en las panta­llas de las televisiones, y produce confort de solidaridad, dulces escalo­fríos de compasión, y confirma­ción de nuestras virtudes; un tranquilo hojeado de estampitas de color ro­jo sobre todo, que funciona como un elixir estomacal, y a la ho­ra de las comidas se sirve.

¿Declive intelectual y moral de Occidente, o prosecución del hábito infantil de tantos años de ver sólo estampitas, y acostumbrados ya a no tener ni un aso­mo de la realidad? ¿Todos con panta­loncito corto vien­do, tan contentos los cromos adecuados y pe­dagógicos que se nos re­comiendan?

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