A LA LUZ DE UNA CANDELA
El retorno a la infancia
José Jiménez Lozano. Premio Cervantes
(El Diario de Ávila 19-9-2010)
Nunca ha sido verdad que una imagen valga por mil palabras, porque primero hay que saber de qué imagen y de que mil palabras se trata; pero sí que ha ocurrido también siempre que una imagen puede producir no mil sino cien mil palabras y hasta volúmenes enteros, y nunca se concluye de hablar sobre ella; pero me estoy refiriendo, obviamente, a las imágenes de la pintura. Y tampoco nunca negó nadie la eficacia de la imagen que puede ser tan poderosa que valga por mil razonamientos, y por la verdad y la realidad enteras, de tal modo que, mintiendo con esa eficacia, aparenta ser lo que representa.
De aquí han nacido todas las prevenciones religiosas contra la imagen, tanto en el judaísmo como en el islamismo, y las iconoclastias en el cristianismo mismo, por miedo a la idolatría; y éste se ha manifestado de diversas maneras que van desde el despego místico al odio de algunos reformados, que en Inglaterra, por ejemplo, alcanzó su expresión más alta y devastadora bajo el Lord Protector y su revolución contra lo que se entendía como el papismo fabricador de idolatrías con la hermosura de sus pinturas y esculturas, y demás expresiones artísticas. Y las revoluciones llamadas populares también se definen por ese odio a las hermosuras.
Pero, fuera de estas situaciones límites, las imágenes fascinaron siempre, y tanto más ahora cuanto que, al contrario que las misteriosas imágenes de la pintura, las imágenes de hoy son claras, obvias, y banales; y no sólo no tienen nada que dar que pensar, sino que cortocircuitan el razonamiento. Y se da una especie de infantilización de las mentes, o su regreso hacia la edad del juego con las estampas y los cromos.
Pero la linterna mágica todo lo ve, y no puede existir ni un átomo de realidad que ella no vea. Y hasta los criminales buscan que ella reparta su horror y su mitología amenazante. Saben ya muy bien que las imágenes de alta definición son más codiciadas y se venden mejor, y que también es mayor su rentabilidad política con tal de que quienes llevan a cabo esas mismas atrocidades muestren unas siglas convenientes que hablen de liberación o progreso del pueblo. Por la muy sencilla razón de que esto es lo que gusta en Occidente parece ser, da muy bien en las pantallas de las televisiones, y produce confort de solidaridad, dulces escalofríos de compasión, y confirmación de nuestras virtudes; un tranquilo hojeado de estampitas de color rojo sobre todo, que funciona como un elixir estomacal, y a la hora de las comidas se sirve.
¿Declive intelectual y moral de Occidente, o prosecución del hábito infantil de tantos años de ver sólo estampitas, y acostumbrados ya a no tener ni un asomo de la realidad? ¿Todos con pantaloncito corto viendo, tan contentos los cromos adecuados y pedagógicos que se nos recomiendan?
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