jueves, 5 de agosto de 2010

"Libertad, igualdad, fraternidad" o la imposibilidad de ser hijo (El libro negro de la Revolución francesa)

Capítulo XXIV “LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD” O LA IMPOSIBILIDAD DE SER HIJO.

Fr. Jean-Michel Potin o.p.
Historiador archivista de la Provincia dominicana de Francia.

Y, de hecho, doscientos años más tarde, el balance político de la divisa republicana no es bueno: es falso para la libertad, catastrófico acerca de la igualdad y mentiroso acerca de la fraternidad.

Mientras reivindican valores evangélicos, los revolucionarios, expulsando a Dios, se han separado de la fuente sin la cual no se pueden reconocer los frutos. Así una libertad que no es dada por un Padre es un movimiento incoherente; una igualdad que no reconoce la elección preferencial de un amor es mentirosa y una fraternidad que se autoproclama sin referencia a un origen común es simplemente falsa.

Querer matar el Padre guardando los valores legados por él, es imposible.

Comenzaremos este estudio por la igualdad pues es ella la que lleva el pecado original de toda la divisa. El desconocimiento de la libertad y la fraternidad extrae tiene su origen en esta concepción falsa de la igualdad.

IGUALDAD

El rey reinaba no solo porque había nacido de de su padre, esto no era más que el modus operandi de la transmisión política. El más banal, el más frágil y el menos meritorio de los modus operandi que haya y es por eso que era el único poder posible y legítimo, nadie podía enorgullecerse de ser el origen. Pero el don del poder, él, dependía de una elección superior, del mismo orden que la del pueblo hebreo contra el pueblo de Egipto. Esta elección superior era un decreto divino al cual era preciso asentir.

Rechazando a la vez, la fuente originaria del poder y el modus operandi del nacimiento, nuestros contemporáneos se obligan a encontrar ellos mismos, y en cada generación, las razones de ejercer el poder. Están entonces condenados a una eterna autojustificación del poder que ejercen. Están obligados a elegir ellos mismos su propio nacimiento. El modo generacional (somos más los hijos de nuestro tiempo que los hijos de nuestros padres) es concomitante a la Revolución Francesa. Es por eso que es preciso que el rey muera, pero igualmente su hijo, para que no haya más filiación.

A partir de la Revolución no somos más los hijos de nuestros padres, somos de la misma generación. Estamos tentados de encontrarnos razones de existir en el hecho de haber nacido en el mismo tiempo. El tiempo nos engendra más que nuestros padres. La primera de estas generaciones fue la generación romántica, la última fue la generación del 68 (entre ellas se alternan dos tipos de generaciones, una generación de fundadores y una generación de sacrificados). Salido el nacimiento no existimos más que por bloque generacional. Ahora una generación no crea hermanos, crea individuos yuxtapuestos que pasan su tiempo en comprender lo que les liga a esos otros individuos, que no son sus hermanos, ni su padre eso de donde ellos han nacido. Es el principio del signo de los tiempos. A falta de nuestros padres, el tiempo nos habla y es preciso, según la expresión canonizada incluso por la Iglesia católica, “leer los signos de los tiempos”.

En esta historia donde las generaciones se siguen diferenciándose, cada una de entre ellas, en un movimiento que ella cree generoso, quiere que la siguiente esté compuesta, no de herederos sino de fundadores. Cada generación política quiere que la siguiente recree el mundo. Grito desesperado de los padres que se dan cuanta que no han llegado a transmitir otra cosa que el vacío y el caos.

Esta sucesión de generación sin herencia posible no deja elección: no se trata más que de apresurar la catástrofe ya que nada es transmisible; de los fascistas de los años treinta a la izquierda radical del principio de este milenario, se trata de esto: apresurar la catástrofe porque no se ha recibido nada y porque no se puede transmitir nada.

LIBERTAD

Decretando legislativamente que los hombres nacen libres por naturaleza y por derecho, los revolucionarios han fantaseado la naturaleza y han atribuido al derecho lo que no puede hacer.

No se es libre más que por don y se engaña si se cree garantizar la perennidad de un don que es natural decretando que es natural o proclamándolo derecho. Un don es mucho más perenne que la naturaleza (que se entrega y vuelve a comenzar por el primero de sus dones que es la vida); en cuanto al derecho escrito, otro escrito puede anularlo, ahí está toda su debilidad, lo que existe por escrito puede cesar de existir por otro escrito. En cambio, lo que es dado, no puede ser quitado pues el don es una extensión de si que no puede jamás ser recuperado. Si Dios nos creado libres, es porque el se dio a si mismo y no puede quitarse sin destruirnos y sin destruirse.

Si los hombres nacen libres, es porque esto se hace naturalmente y es por tanto contradictorio decretarlo por escrito. Lo que está escrito es justamente lo que no es natural y tiene necesidad de este escrito para existir.

Confundiendo y mezclando las libertades públicas (que existen bajo la realeza y que el rey era el garante ellas tenían su palabra, de otra forma más sólido que lo escrito) y la libertad personal (cuya sede es mi conciencia), los revolucionarios han contraído el riesgo que se contradigan la una y la otra y se impidan funcionar.

La inflación legislativa actual en que las leyes suceden a las leyes que no tienen incluso tiempo de recibir sus decretos de aplicación antes de ser anuladas por otras leyes es la prueba de que incluso los legisladores no creen más en lo que hacen,

El grave error de la teoría de la libertad republicana es de haber hecho creer que un régimen de libertades públicas (que se parece mucho a este programa: “nosotros nos ocuparemos de todo incluida vuestra libertad”) pueda instaurar la libertad.

La libertad es eminentemente personal y con baches. Es volcánicamente intempestiva. No se ejerce más que para cada uno y en momentos específicos. El hombre raramente debe hacer constantemente prueba de su libertad pero cuando debe hacerlo, no debe fallar ese momento. Cuando Jean Paul Sartre escribía “nunca hemos sido más libres que bajo la ocupación alemana” mostraba que la libertad no puede ejercerse más que frente a quien la niega. No existen países libres y países “no libres”, solo los hombres lo son o no. Ha sido precisa una grave ignorancia de es la libertad en este mundo que se dice “libre” para osar una tal pretensión.

La idea según la cual un régimen de libertades públicas protege la libertad individual es una engañifa, no más que garantizar eventualmente los contratos que ligan a los hombres entre ellos. Una libertad se conquista, es lo que hace su esencia misma. Pretender proteger la libertad individual, es aniquilarla.

Tras esta idea del régimen de libertades públicas existe la idea de un progreso moral de la humanidad y luego la negación de la posibilidad del mal, Todo mal no es más que un defecto que se va a poder erradicar por la educación o la ciencia que el estado se encarga de procurar a cada uno. Todo es mejorable. El progreso va a balizar la ruta de nuestros hijos hacia un porvenir mejor. Ahora bien no hay progreso moral ( y aún menos político) en la historia de la humanidad. Este desconocimiento del mal, este rechazo de ver que cada hombre y cada mujer tendrá que batirse hasta el fin de los tiempos contra los mismos –exactamente los mismos- males que sus ancestros ha conducido a esta humanidad liberada la infierno.

El rey no era el garante de la libertad del hombre (no tenía esta omnipotencia) pero garantizaba las libertades públicas, las que permitían el vivir juntos en una negociación constante entre los sujetos.

En nuestro sistema político actual en que nosotros nos damos a nosotros mismos nuestra libertad (tanto la libertad interior como la libertad política) ¿que vale esta libertad? ¿Como puedo ser yo mismo garante de mi propia libertad? ¿Que valor tiene esta libertad sino el valor que yo me de a mi mismo? ¿Como puedo yo conocer mi valor y por tanto mi libertad si nadie diferente a mi no me la revela y no me exige?

FRATERNIDAD

Quien dice fraternidad dice forzosamente parentalidad común. Es preciso que haya origen común (o al menos comienzo común) para que haya vínculo fraternal. Ahora bien, habiendo negado al Padre la República francesa, habiendo guillotinado al padre de la nación, deberá encontrar un origen común, al riesgo de inventarlo.

Comienza entonces la personificación de la matria, su antropomorfismo: toma los trazos de una mujer generosa a quien se le da el nombre de Marianne, una invasión del suelo se convierte en la violación de la madre patria que deberá ser vengada según las leyes de la sangre. En vez de vivir, se trata más bien de morir: la única fraternidad propuesta se sella en la leva masiva, en la conscripción. Los hijos (“ Allons enfants de la patrie “) nada más que porque parten a la guerra. La fraternidad no es posible más que en fraternidad de armas.

Marianne ha tenido a bien ser representada generosa, con bellos senos nutricios, ella llegará a ser, al hilo de los años, Medea, madre indigna que mata a sus hijos. ¿Quien osa decir todavía que morirá por ella?

Sin embargo esta fraternidad nacional ha funcionado cierto tiempo, incluso habría podido funcionar, si no hubiera tenido, en origen, un vicio de forma que hace imposible esta ficción. La ficción viene de la decisión arbitraria de elegir su progenitor o su progenitora. La tensión natural de la República hacia lo universal ha permitido, al hilo de la historia, reemplazar la nación por Europa esperando una nueva entidad, aún más vasta, aún más universal. Esta expansión hacia lo universal en que lo particular no es más que transitorio (era preciso batirse por Francia; hoy día, no es preciso batirse por Francia sino por Europa, esperando que se nos diga que no es preciso batirse por Europa sino por…) es la perpetua huida hacia delante del proyecto republicano. De la fraternidad nacional, ha sido preciso pasar a una fraternidad ciudadana, más fluida, ilimitada.

Hoy día negando el origen común (la madre patria no tiene ningún éxito ante los republicanos), la República ha tenido que conservar la fraternidad pero en el sentido de solidaridad. Esta, puramente abstracta, ya que no se asienta en ningún vínculo real, propone entonces abrir esta solidaridad a todos. Pero en este universo abstracto, no hay sujetos (que son aquellos sobre los cuales se pueden construir reivindicaciones), no hay más que vivientes que reclaman derechos de vivientes. Ahora bien el derecho de los vivientes se expresa hoy de dos maneras: la seguridad de riesgo cero y el derecho al bienestar. Estamos así en el mejor de los mundos en que habiendo borrado toda dimensión de sujeto dependiente de alguien que le de un derecho, no quedan más que vivientes que reclaman derechos que nadie les puede dar.

En efecto todas las fraternidades particulares (corporaciones de oficio, gremios, cofradías piadosas, fraternidades caritativas, órdenes religiosas…) funcionan según estatus políticos muy preciso y riguroso, habiendo hecho a menudo sus pruebas de democracia real (con elecciones como modus operandi durante siglos que olvidaba la fuente principal) durante siglos. “Tener voz en el capítulo” es una expresión del más elemental y del más eficaz funcionamiento democrático. Diluyendo las fraternidades particulares en una fraternidad universal, nadie más puede “tener voz en el capítulo” pues no existe “capítulo” universal. Las únicas voces que la fraternidad universal autoriza son las que se cuentan en las urnas. Así no se hace oír una voz, un hombre no habla, se cuenta su voz. No somos en el acto de la palabra, somos en el lenguaje matemático. A una democracia basada sobre la palabra como acto se ha substituido una democracia basada en el recuento de códigos (no siendo las encuestas más que tentativas desesperadas para saber los lo que estos códigos quieren decir).

Los más pesimistas de los hermeneutas de la divisa revolucionaria explican que la fraternidad es la palabra que permite hacer la articulación entre los dos otros nombres , antagonistas, de la divisa, La libertad inclinando hacia la derecha y la igualdad inclinando hacia la izquierda, la única manera de no desgarrar la nación en una eterna guerra civil es paliar los defectos de la derecha y de la izquierda por la fraternidad, En el momento de hacer el balance, se puede decir que los únicos momentos de la historia en que la derecha y la izquierda se han unido en un mismo impulso nacional, las únicas veces en que la libertad y la igualdad se han callado para dejar hablar a la fraternidad, fueron momentos de guerra. La nación no ha querido que los hombres fueran hermanos más que en el barro y la sangre.

¿EL AMOR TIENE ALGO QUE VER CON LA POLÍTICA?

La política no es solamente la disciplina de los derechos, esta tiene también alguna cosa que ver con la obediencia y el servicio. Ahora bien no se puede servir y obedecer libremente más que amando. El amor es el zócalo esencial de la política, como lo es de toda la vida del hombre.

El rechazo del amor filial no ha hecho desertar el amor del político, solamente lo ha metamorfoseado y caricaturizado. Teniendo la naturaleza humana horror al vacío, el culto del héroe ha venido a reemplazar el amor al rey.

Todos los héroes modernos en política han reivindicado el título de padre: Stalin era el padrecito de los pueblos; Hitler y Mussolini son pastores y Mao un Gran Timonel. Pero ya que no se llega al Padre más que por el Hijo y en el Espíritu, acceder a los padres políticos sin pasar por ellos acarrea forzosamente el culto. El culto a la personalidad no es asunto más que de huérfanos.

Refundar la política sobre el amor no consiste en rechazar amar a los héroes sino saber discernir que el héroe es el que confía el poder a quien tiene legitimidad. Toda autoridad viene de Dios. Él da y es este don el que conviene amar.

El libro negro de la revolución francesa. Paris 2008
Pp. 415-429

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