jueves, 5 de agosto de 2010

¿Se festejará el tricentenario de la Revolución? (El libro negro de la Revolución francesa)

Capítulo XXV ¿SE FESTEJARÁ EL TRICENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN?

Contestar el mito revolucionario, como se dedican los historiadores actuales, deslegitimar el Terror, es arruinar el presupuesto antiguo según el cual los progresos sociales se obtendrían por la violencia. Es destruir la ilusión según la cual un proyecto político podría generar a un nuevo hombre. Cada vez que se puso en marcha tal tentativa, condujo a querer regenerar la humanidad purificándola de sus elementos indeseables, desencadenando un mecanismo asesino. En 1993, en Vendée, Alexandre Soljenitsyne establecerá el vínculo entre la Revolución francesa y las lógicas totalitarias del comunismo o el nazismo.

Diez años después del Bicentenario, nuevos trabajos de historiadores profundizarán en esta pista de reflexión. En 1999, Alain Gérard descifra la guerra de Vendée como punto focal del Terror, analizando la concepción del hombre que se deduce de la lengua convencional, el autor concluye que si los Vendeanos (y más allá, todos los opositores al Gobierno de salud pública) debían liquidarse, es que personificaban una “subhumanidad'”. En 2000, Patrice Gueniffey analiza el Terror asociándolo al concepto de poder. “El Terror, afirma a este historiador, es el producto de la dinámica revolucionaria y, quizá, de toda dinámica revolucionaria. En eso, tiene la misma naturaleza de la Revolución, de todo revolución'. ”

Conducida en nombre del pueblo, la Revolución se efectuó sin el consentimiento del pueblo, y a menudo mismo contra el pueblo. ¿En 1989, cómo explicar esta contradicción a los Franceses? Esto sería demasiado complicado, y eso implicaría demasiadas puestas en causa. Entonces la conmemoración oficial de la Revolución se efectúa lejos de la historia, al grado del aire del tiempo. Como en 1889. En la época, el patriotismo estaba de moda: el Centenario se acorazó de tricolor. En 1989, es la hora de los derechos del hombre, del antirracismo, del derribo de las fronteras. De donde el desfile mestizo Jean-Paul Goude.

El Bicentenario de verdad no conmemoró 1789, sino más bien exaltado la idea que la Francia de 1989, al menos la que está en el poder, se hace ella misma.

Dejemos la historia para el campo de la prospectiva. Un ejercicio de riesgo: tantos parámetros determinan el curso de los acontecimientos, tantos imprevistos pueden trastornar este curso que nadie puede prever el futuro con certeza. A lo sumo se puede - pero es ya mucho - destacar que algunas consecuencias se derivan ineluctablemente de tendencias afirmadas veinte, treinta o cincuenta años antes.

¿En 2089, Francia festejará el tricentenario del Revolución? Bien osado el que se atreviera a responder por la afirmativa o la negativa, separándonos más de ochenta años de este vencimiento. En cambio, interrogarse es legítimo.

Todos los observadores convienen que el nivel escolar se hundió durante los veinte últimos años, especialmente en el ámbito de la historia. Ciertamente, en los programas de secundaria, la Revolución sigue siendo un fragmento de elección, a pesar de una orientación ideológica evidente: el manual modelo propone una página sobre la monarquía llamada absoluta, de Enrique IV a Luís XVI, contra una veintena de páginas sobre la caída del Antiguo Régimen y veinticinco páginas sobre la Revolución propiamente dicha. Pero la cronología está ausente de lo que no es más un relato nacional. En cuanto a la enseñanza primaria, la historia de Francia prácticamente ha desaparecido. Si la tendencia no se invierte, ¿que significará la fecha de 1789 para el ciudadano de 2089?

Incluso si la campaña presidencial de 2007 puso de manifiesto – a izquierda como a derecha - que la temática del orgullo francés despertaba aún algo en las mentalidades, la época está persuadida de que el futuro reside en un modelo de sociedad donde las fronteras se señalarán cada vez menos, sobre todo con nuestros vecinos inmediatos. Ahora bien los Europeos, no sin sabiduría, definen la Revolución francesa como un larga secuencia, situada entre 1789 y 1815. ¿Y que retienen? Los Británicos, todos los hijos de Burke, consideran que los derechos del hombre no fueron inventados por la Revolución de Francia, esta agitación sangrienta, y añaden que no lamentan haber relegado a Napoleón Santa Elena. Los Alemanes y los Austriacos se acuerdan de la Francia revolucionaria como la “Gran Nación” orgullosa que, con el pretexto de aportarles la libertad, les hizo la guerra. Los Italianos no olvidan el cautividad del papa y el saqueo organizado de la Península por Bonaparte, y los Españoles vibran aún con la evocación del Dos de Mayo. ¿Es una Europa integrada, en 2089, lo que incitará a los Franceses a festejar 1789?

El principio de la ruptura radical con el mundo previo, el recurso a la ideología en el discurso público (en el sentido en que Saint-Just elogiaba la felicidad como “una nueva idea”), la voluntad “de cambiar la vida”, la ambición de crear un nuevo hombre, todos estos síntomas revolucionarios han dejado un rastro sangriento a través de los dos últimos siglos. Después de la caída del nazismo en 1945, el comunismo se hundió sobre si mismo los años ochenta. Nadie puede decir lo que nos reserva el siglo XXI, sino que parece más bien que, si debemos enfrentar una nueva ola destructiva para el hombre, vendrá más que de un proyecto político organizado, del nihilismo de las redes terroristas o derivas de la investigación científica (y, en particular, de la investigación biológica), fenómenos ampliados por la negación o el olvido de la eminente dignidad de la naturaleza humana y por la banalización de lo que Juan-Pablo II llamaba “la cultura de muerte”. En otras palabras, incluso si el siglo que viene corre el riesgo de ser tan peligroso que el precedente, no se ve lo que traería la reviviscencia del mito revolucionario que nació el siglo XVIII. ¿Entonces, en 2089, por qué festejar 1789?

¿La divisa revolucionaria - libertad, igualdad, fraternidad - saca su sustancia, como lo afirmaba Chesterton, de ideas cristianas que se han vuelto locas? A nivel histórico, es fácil recordar el anticristianismo jacobino y la persecución que se abatió sobre la Iglesia católica (y también sobre los otros cultos, en lo más fuerte del Terror). Sin embargo, a nivel filosófico, la controversia sobre la conformidad del ideal republicano con los preceptos evangélicos dura desde hace más de un siglo. No pretendiendo solucionar en tres líneas una cuestión tan compleja, se contentará, aquí, a observar que la Revolución creció sobre un mantillo cristiano. Si Francia continúa como hoy día alejándose del cristianismo, ¿qué mirada fijará, hacia el final del siglo XXI, hacia los orígenes de la Revolución? Y más allá, la razón, el progreso y la ciencia, estos ideales de las Luces que se volvieron ideales republicanos, ¿que sentido tendrán en 2089?

Añadamos esto, a riesgo de trastornar el políticamente correcto. Respecto a los movimientos de población producidos sobre el suelo francés al final del siglo XX siglo y al principio del siglo XXI, incluso si los flujos migratorios se pararan ahora, los demógrafos calculan que, en 2030, el número de hogares originarios del Magreb, África negro y Turquía podría representar cerca de 10 millones de personas y un 30% de los nacimientos. Hacia 2050, el número de los niños de origen extranjero residiendo en Francia metropolitana debería sobrepasar al de los niños de origen francés. Más de una generación más tarde, la proporción será aún más fuerte, como será verosímilmente más elevado el porcentaje de musulmanes en esa población. Si la lógica comunitarista que prevalece actualmente no se invierte, si los nuevos Franceses no pasan a ser Franceses de cultura, ¿qué significación revestirá para ellos la conmemoración de la Revolución? EL pensamiento revolucionario, stricto sensu, no concuerda con la antropología expresada por los textos sagrados del Islam. En 2089, ¿los musulmanas de Francia querrán celebrar 1789?

El historia no se escribe nunca por adelantado, y la historia de Francia siempre ha reservado inmensas sorpresas. No se podría excluir, después de todo, que l acabando el siglo XXI vea un retorno en fuerza de la fe cristiana sobre el viejo suelo francés. Se tendrá entonces que reconstruir todo. ¿Estos nuevos cristianos no tendrán otras urgencias que de celebrar o impugnar el tricentenario de 1789?

JEAN SÉVILLIA,

historiador, periodista.

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