¿Los inmigrantes vienen a ocupar los puestos de trabajo que no quieren los españoles?
Se ha dicho también que los inmigrantes no han perjudicado a los trabajadores autóctonos porque, en realidad, han ocupado exclusivamente aquéllos subsectores laborales en los que los españoles, por diversos motivos —ora porque fueran demasiado duros, ora porque estaban mal pagados—, ya no querían emplearse. Este falaz argumento consiste en decir, poco más o menos, que habida cuenta de que cumplen una función social, ya que alguien tiene que ocuparse de esos trabajos que nosotros despreciamos, la inmigración es un fenómeno que está más que justificado y además es positivo.
Un ejemplo que suele utilizarse para reforzar esta opinión es el de la agricultura: como ya nadie quiere faenar el campo, hemos tenido que recurrir a los inmigrantes; olvidando que aún hoy día hay decenas de miles de trabajadores agrícolas andaluces, castellano-manchegos o extremeños que emigran temporalmente a Navarra durante la campaña del espárrago, o a Francia, La Rioja o Álava para la vendimia. La cuestión, por consiguiente, no se halla en que los inmigrantes vengan a sustituirnos en empleos que ya no queremos, sino en que vienen a aceptar condiciones laborales que en esos empleos, en efecto, los trabajadores españoles ya no consienten ser contratados. Esa es en verdad la madre del cordero.
En España, según las estadísticas oficiales, el porcentaje de población activa en sectores tan duros como la minería o la pesca es el mismo para los inmigrantes que para los autóctonos. Y, en términos absolutos, hay más trabajadores de nacionalidad española en la construcción que inmigrantes. Esos son datos irrebatibles.
El 31 de diciembre de 2008, había en España 1.882.223 inmigrantes en alta laboral, según los datos del Ministerio de Trabajo; es decir, el 39,2% del total de los residentes extranjeros regularizados que han llegado a nuestro país. De ellos, 386.360, es decir, el 20,5% ocupaban puestos como jefes administrativos y de taller, ayudantes no titulados, oficiales y auxiliares administrativos... Y otros 289.830 (el 15,4%) eran oficiales de primera o de segunda categoría.
O sea, más de la mitad de los inmigrantes que trabajaban a finales del 2008 no eran jornaleros, peones de albañil o mineros, sino personal técnico, si bien que, en líneas generales, con menor nivel de capacitación para sus empleos que los autóctonos. Estos datos no se los saca Anglada de debajo de la manga: están colgados en las estadísticas oficiales de la web del Ministerio de Trabajo para que cualquiera pueda comprobarlos por sí mismo.
Por consiguiente: ¡ sí que se ha producido en muchos casos un desplazamiento del trabajador autóctono por parte del inmigrante! Es más: muchos españoles, al perder su empleo en beneficio de inmigrantes dispuestos a trabajar por menos, o al no encontrarlo por el incremento de la oferta, han tenido que hacer el camino inverso y aceptar trabajos de un nivel inferior al que su trayectoria o sus estudios le abrían las puertas.
En febrero de 2009, una Nota Interna sin título de la Oficina de Presidencia del Gobierno de Rodríguez Zapatero que explicaba el impacto laboral de la inmigración (y que, por supuesto no se ha hecho pública) decía textualmente: «puede decirse que la reacción ante la inmigración es tanto más negativa cuanto menos segura es la posición del trabajador en el puesto de trabajo». ¡Naturalmente! Y añade en otro lugar: «el trabajador autóctono ve al inmigrante como un competidor que es capaz de vender su trabajo más barato, con un efecto negativo para el sector que se traduce en la contención y, en ocasiones, en la bajada de los salarios».
Y, en efecto, esa ha sido la gran «contribución» de la inmigración: la «congelación salarial» durante la fase expansiva de nuestra economía del decenio 1995-2005. Al incrementarse la oferta de mano de obra, el resultado inmediato fue una progresiva y permanente contención en los sueldos del conjunto de los trabajadores, inmigrantes o autóctonos.
Tres expertos del Banco de España publicaron en 2008 el libro Does inmigration affect the Phillips curve? Some evidence for Spain, en el que al explicar el raro fenómeno de que, al mismo tiempo, que entre 1995-2006 el paro descendiera del 22 al 8%, en cambio la inflación no subiera, como era lógico al recalentarse la economía, sino que descendiera del 4% al 2% durante el mismo periodo. La explicación la encontraron en la inmigración masiva, debido al efecto de moderación salarial que ha implicado (y sigue haciéndolo, naturalmente) en nuestro mercado laboral, como acabamos de decir.
O, como dice el economista José Luis Malo de Molina en Una larga fase de expansión de la economía española (publicado en 2005):
«La inmigración ha venido a satisfacer la demanda de trabajo en aquéllos segmentos del mercado de trabajo (..) cuyas tensiones se propagaban con facilidad a toda la estructura de costes laborales, y ha introducido una vía adicional de flexibilidad en un mercado caracterizado por una compleja combinación de áreas muy rígidas con otras más flexibles, pero restringidas a colectivos y actividades específicas».
Sin embargo, hemos de tener en cuenta que entre 1997 y 2007, el diferencial de precios de la economía española con respecto a la alemana ha sido nada menos que del 30%, lo que ha colocado a los productos y servicios que ofrecen nuestras empresas, como vimos anteriormente, en una posición muy difícil para competir en los mercados internacionales. La moderación de salarios propiciada por los inmigrantes ha podido tener una relativa importancia en la contención de nuestras tendencias inflacionarias, pero también ha provocado, como vemos, una pérdida de competitividad para el país debido a la baja cualificación y al nulo valor añadido que han aportado a nuestra producción en términos globales.
Josep Angalada
Sin mordaza y sin velos. madrid 2010 pp. 187-190
(con la benevolencia del autor, esperamos)
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