martes, 14 de diciembre de 2010

Una pipa al atardecer (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila 12-12-2010)

DOMINGO 12 DE DICIEMBRE DE 2010 DIARIO DE ÁVILA

A LA LUZ DE UNA CANDELA
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, PREMIO CERVANTES

Una pipa al atardecer

Las gentes corrientes y molientes se preguntan cada dia más, aunque sea en voz baja, si quienes gobier­nan en el mundo no podrían estar más civilizados. Pe­ro lo cierto es que un bárbaro como Genserico se rió mucho, cuando para hacerle entrar razón se puso ante sus ojos la belleza de las villas romanas, la dulzura de las muchachas y los niños, o la gloria de los libros. Se rió. Todo eso le era tan ajeno, o quizás le resultaba tan odioso como a Lenin los chaletitos suizos, y mucho más cuando se le informó que eran de gentes modes­tas y trabajadoras, porque para él este esfuerzo era pura pudrición burguesa y había que llevársela por de­lante.

Un biógrafo austríaco del Príncipe de Metternich, Raul Auernheimer nos habla de dos encuentros para­lelos entre dos bárbaros y dos hombre civilizados. El primero tuvo lugar, en Dresde. entre Napoleón y Met­ternich. Llegado un mornento de la entrevista, éste se permitió destruir los proyectos de grandeza bélica de Napoleón, diciéndole que ya sólo le quedaba un ejér­cito de niños. Y Napoleón contestó muy seguro: «Aun­que la victoria me cueste un millón de soldados»; pero
Metternich no le dejó concluir y le atajó muy tranqui­lo: «Abramos las ventanas, sire, para que toda Europa pueda oír sus palabras». De manera que, entonces, Napoleón, enfurecido, se puso a pasear por la habitación, y, al pasar ante Metternich, tiró su sombre­ro a los pies de éste que no se inmutó en absoluto, y al fin fue el propio Na­poléon el que tuvo que agacharse a recogerlo. Y Metternich dijo enton­ces: «Sire, estáis perdido».

La segunda estampa es la del encuentro en Bertechsgaden, en 1938, entre el Canciller del III Reich, Adolf Hitler, y el muy civilizado ministro austríaco Doctor Schuschnigg. Aquél sacó en esta entre­vista sus pésimos modales, y toda su bruticie de fabricante de mentiras y bar­barie; y, cuando Schuschnigg acababa de encender un cigarrillo, Hitler le indi­có que le apagase porque le molestaba el humo del tabaco; y el cortés y delicado Schuschnigg, lo apagó. Pero Metternich, comenta su biógrafo, no lo hubiera apagado sino que hubiera seguido fumando, mostrando en ello un intenso placer, y quizás no hubiera ocurrido que, cuatrosemanas después de este encuentro entre Hitler y Schuschnigg, aquél invadiera Austria; porque, desde luego, todo el mundo sa­be que el día en que Metternich no alcanzó su sombrero a Napoleón, éste comenzó a echar a andar hacia su caída.

Pero entre nosotros, en el «Espíritu del tiempo» está el sentido de anti-autoridad, y, por lo tanto, una gran espontaneidad hacia la servidumbre, «Para nuestro bien», nos hemos convertido en recogedores de som­breros.

Por eso Kierkegaard pintaba al hombre dueño de sí mismo «el caballero de la fe» que fuma su pipa al atardecer, sentado tranquila­mente a su puerta, y preguntándose adónde irá el mundo tan deprisa, si no sabe adónde va.

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