martes, 2 de abril de 2019

Escolios a un texto implícito 5 (Nicolás Gómez Dávila)


 — Para industrializar un país no basta expropiar al rico; hay que explotar al pobre.

 — Bajo pretexto de dar trabajo al hambriento, el progresista vende los inútiles artefactos que fabrica.
 Los pobres son el subterfugio del industrialismo para enriquecer al rico.

 — Por tonto que sea un catecismo, siempre lo es menos que una confesión personal de fe.

 — En una soledad silenciosa sólo fructifica el alma capaz de vencer en las más públicas lides.
 El débil pide estruendo.

 — Mi fe crece con los años, como el follaje de una silenciosa primavera.

 — La discusión inteligente debe reducirse a dilucidar divergencias.

 — La Biblia no es la voz de Dios, sino la del hombre que lo encuentra.

 Los reformadores de la sociedad actual se empeñan en decorar los camarotes de un barco que naufraga.

 — El moderno destruye más cuando construye que cuando destruye.

 — Con la industrialización de la sociedad comunista culmina la hegemonía burguesa.
 La burguesía no es tanto una clase social como el ethos de la sociedad industrial misma.

 — Si exigimos que el objeto tenga sólo la forma con que mejor cumple su función, todos los objetos de una misma especie convergen idealmente hacia una forma única.
 Cuando las soluciones técnicas sean perfectas el hombre morirá de tedio.

 — Reemplacemos tantas definiciones de “dignidad del hombre”, que sólo son jaculatorias extáticas, con una simple y sencilla: hacer todo lentamente.

 — Vivir con lucidez una vida sencilla, callada, discreta, entre libros inteligentes, amando a unos pocos seres.

 — La frase debe tener la dureza de la piedra y el temblor de la rama.

 — Defender la civilización consiste, ante todo, en protegerla del entusiasmo del hombre.

 — Un poco de paciencia en el trato con el tonto nos evita sacrificar a nuestras convicciones nuestra buena educación.

 — Mientras no tropezamos con tontos instruidos la instrucción parece importante.

 — El Anticristo es, probablemente, el hombre.

 — Cultivado es el hombre que no convierte la cultura en profesión.

 — El cristiano no tiene nada que perder en una catástrofe.

 — Educar al alma consiste en enseñarle a transformar en admiración su envidia.

 — Los libros serios no instruyen, sino interpelan.

 — Creer es penetrar en las entrañas de lo que meramente sabíamos.

 — La fe no confunde la incredulidad, sino la consume.

 — La sociedad suele ser injusta, pero no como los vanidosos lo imaginan.
 Siempre hay más amos que no merecen su puesto que servidores que no merezcan el suyo.

 — La resistencia es inútil cuando todo se conjura en el mundo para destruir lo que admiramos.
 Siempre nos queda, sin embargo, un alma insobornable para contemplar, para juzgar, y para desdeñar.

 — Escucho toda prédica con involuntaria ironía.
 Tanto mi religión como mi filosofía se reducen a confiar en Dios.

 — La literatura contemporánea, en cualquier época, es el peor enemigo de la cultura.
 El tiempo limitado del lector se gasta en leer mil libros mediocres que embotan su sentido crítico y lesionan su sensibilidad literaria.

 — Los términos que el filósofo inventa para expresarse, y que el pueblo finalmente maneja como metáforas usadas, atraviesan una zona intermedia donde los semieducados los emplean, con énfasis pedante, para simular pensamientos que no tienen.

 — Cada nueva verdad que aprendemos nos enseña a leer de manera distinta.

 — La burguesía, a pesar de todo, ha sido la única clase social capaz de juzgarse a sí misma.
 Todo crítico de la burguesía se nutre de críticas burguesas.

 — El peor vicio de la crítica de arte es el abuso metafórico del vocabulario filosófico.

 — El profeta bíblico no es augur del futuro, sino testigo de la presencia de Dios en la historia.

 — La hipocresía no es la herramienta del hipócrita, sino su prisión.

 — Dicha es ese estado de la sensibilidad en el que todo nos parece tener razón de ser.

 — En lugar de buscarle explicaciones al hecho de la desigualdad, los antropólogos debieran buscársela a la noción de igualdad.

 — La civilización no es una sucesión sin fin de inventos, sino la tarea de asegurar la duración de ciertas cosas.

 — Para comprender la idea ajena es necesario pensarla como propia.

 — Cada instante tiene su propia ley, y no meramente la ley que lo ata a los demás instantes.

 — En ciertos instantes colmados Dios desborda en el mundo, como una fuente repentina en la paz del mediodía.

 — Cualquier regla es preferible al capricho.
 El alma sin disciplina se disuelve en una fealdad de larva.

 — No la plenitud cerrada de la esfera, sino la plenitud meridiana del estanque donde el cielo se refleja.

 — Detrás de todo apelativo se levanta el mismo apelativo con mayúscula: detrás del amor el Amor, detrás del encuentro el Encuentro.
 El universo se evade de su cautiverio, cuando en la instancia individual percibimos la esencia.

 — Toda rebelión contra el orden del hombre es noble, mientras no disfrace una rebeldía contra el orden del mundo.

 — La perfección moral está en sentir que no podemos hacer lo que no debemos hacer.
 La ética culmina donde la regla parece expresión de la persona.

 — El alma es la tarea del hombre.

 — Todo hombre es capaz, en todo momento, de poseer las verdades que importan.
 En el futuro esperan las verdades subalternas.

 — Un solo ser puede bastarte.
 Pero que jamás te baste el Hombre.

 — El crimen que se intenta cometer es, a veces, tan horrible que el pretexto de la nación no basta y es necesario invocar la humanidad.

 — El mundo es propósito quebrado que el alma noble intenta restaurar.

 — La eficacia del individuo es menos una virtud que una amenaza para sus semejantes.

 — La sed se acaba antes que el agua.

 — En toda época una minoría vive los problemas de hoy y la mayoría los de ayer.

 — La educación moderna entrega mentes intactas a la propaganda.

 — De la suma de todos los puntos de vista no resulta el relieve del objeto, sino su confusión.

 — El hombre desata catástrofes cuando se empeña en volver coherentes las evidencias contradictorias entre las cuales vive.

 — Nuestra libertad no tiene más garantía que las barricadas que levanta, contra el imperialismo de la razón, la anárquica faz del mundo.

 — El individuo cree en el “sentido de la historia” cuando el futuro previsible parece favorable a sus pasiones.

 — Las razones, los argumentos, las pruebas, parecen cada día menos evidentes al que cree.
 Y lo que cree más evidente.

 — Hay ideas que no son verdaderas, pero que debieran serlo.

 — La apologética debe mezclar escepticismo y poesía.
 Escepticismo para estrangular ídolos, poesía para seducir almas.

 — Renegando de la literatura se hace hoy carrera en las letras, como renegando de la burguesía entre los burgueses.

 — La historia quizá sólo proceda de los actos insignificantes.

 — El escritor nunca se confiesa sino de lo que la moda autoriza.

 — De cada cual depende que su alma, despojada por los años de sus múltiples pretensiones, se revele como rencor amargo o como humildad resignada.

 — La serenidad es el fruto de la incertidumbre aceptada.

 — Más que por raciocinios, la inteligencia se guía por simpatías y por ascos.

 — La inteligencia se apresura a resolver problemas que la vida aún no le plantea.
 La sabiduría es el arte de impedírselo.

 — ¡Qué raros son los que no admiran libros que no han leído!

 — Inclinémonos cuando el historiador demuestra que tal cosa aconteció, pero contentémonos con sonreír cuando afirma que debía acontecer.

 — Lo que acontece en tiempos de incredulidad no es que los problemas religiosos parezcan absurdos, sino que no parecen problemas.

 — En un siglo donde los medios de publicidad divulgan infinitas tonterías, el hombre culto no se define por lo que sabe sino por lo que ignora.

 — Cuando vemos que el hombre no puede calcular las consecuencias de sus actos, los problemas políticos no pierden su importancia, pero las soluciones pierden su interés.

 — La religión es el temblor que el sacudimiento de nuestras raíces transmite a nuestras ramas.

 — Dios no es objeto de mi razón, ni de mi sensibilidad, sino de mi ser.
 Dios existe para mí en el mismo acto en que existo.

 — La felicidad es un instante de silencio entre dos ruidos de la vida.

 — La codicia del negociante me asombra menos que la seriedad con que la sacia.

 — Quien tenga curiosidad de medir su estupidez, que cuente el número de cosas que le parecen obvias.

 — La poesía lírica sobrevive sola, porque el corazón humano es el único rincón del mundo que la razón no se atreve a invadir.

 — Toda verdad es riesgo que asumimos apoyándonos sobre una serie indefinida de evidencias infinitamente pequeñas.

 — Mi verdad es la suma de lo que soy, no el simple resumen de lo que pienso.

 — Nadie me inducirá a absolver la naturaleza humana porque me conozco a mí mismo.

 — Civilizar es enseñar a utilizar lo inferior sin estimarlo.
 Ser civilizado es no confundir lo importante con lo meramente necesario.

 — El bárbaro, o totalmente se burla o totalmente venera.
 La civilización es sonrisa que mezcla discretamente ironía y respeto.

 — El individualismo degenera en beatificación del antojo.

 — La autoridad no es delegación de los hombres, sino procuración de los valores.

 — Ley no es lo que un acto de la voluntad decreta, sino lo que la inteligencia descubre.

 — El consentimiento popular es indicio de legitimidad, pero no causa.
 En el debate sobre la legitimidad del poder no cuentan ni su origen en el voto, ni su origen en la fuerza.
 Legítimo es el poder que cumple el mandato que las necesidades vitales y éticas de una sociedad le confieren.

 — Cuando el respeto a la tradición perece, la sociedad, en su incesante afán de renovarse, se consume frenéticamente a sí misma.

 — Ya no basta que el ciudadano se resigne, el estado moderno exige cómplices.

 — El psiquiatra considera sanos los solos comportamientos vulgares.

 — Los antiguos veían en el héroe histórico o mítico, en Alejandro o en Aquiles, el módulo de la vida humana. El gran hombre era paradigmático, su existencia ejemplar.
 El patrón del demócrata, al contrario, es el hombre vulgar.
 El modelo democrático debe rigurosamente carecer de todo atributo admirable.

 — El proletariado surge cuando el pueblo se convierte en una clase que adopta los valores de la burguesía sin poseer bienes burgueses.

 — Para evitar una viril confrontación con la nada, el hombre levanta altares al progreso.

 — El hombre a veces desespera con dignidad, pero es raro que espere con inteligencia.

 — Huir no protege contra el tedio.
 Hay que domesticar, para salvarnos, esa bestia fofa y lerda.
 En el tedio asumido las más nobles cosas germinan.

 — Como un problema nuevo nace siempre del problema resuelto, la sabiduría no consiste en resolver problemas sino en amansarlos.

 — Al remedio que cura siempre preferimos el alivio que agrava.

 — Cada acto de resignación es una breve agonía.

 — El único antídoto a la envidia, en las almas vulgares, es la vanidad de creer que nada tienen que envidiar.

 — Para el hombre moderno las catástrofes no son enseñanza, sino insolencias del universo.

 — En su afán de ganarle la partida al humanitarismo democrático, el catolicismo moderno resume así el doble mandamiento evangélico: Amarás a tu prójimo sobre todas las cosas.

 — El creyente sabe cómo se duda, el incrédulo no sabe cómo se cree.

 — El tonto se escandaliza y ríe cuando advierte que los filósofos se contradicen.
 Es difícil hacerle entender al tonto que la filosofía, precisamente, es el arte de contradecirse mutuamente sin anularse.

 — Quien se sienta vocero de la opinión pública ha sido esclavizado.

 — El vulgo no llama inteligentes sino los actos de la inteligencia al servicio del instinto.

 — El uso correcto de la libertad puede consistir en adherir a un destino, pero mi libertad consiste en poder negarme a hacerlo.
 El derecho a fracasar es un importante derecho del hombre.

 — La indiferencia al arte se traiciona con la solemnidad pomposa del homenaje que se le suele rendir.
 El verdadero amor calla o se burla.

 — Los individuos interesan menos al historiador moderno que sus circunstancias.
 Reflejo del actual trastrueque: el modo de vivir importa más que la calidad del que vive.

 — Verdadero aristócrata es el que tiene vida interior.
 Cualquiera que sea su origen, su rango, o su fortuna.

 — Nada de lo que acontece es necesario, pero todo se vuelve necesario una vez acontecido.
 Todo tiene causa, pero toda causa tiene pluralidad virtual de efectos.

 — Sólo el imbécil no se siente nunca copartidario de sus enemigos.

 — El cristiano actual no se conduele de que los demás no estén de acuerdo con él, sino de no estar de acuerdo con los demás.

 — Una sociedad justa carecería de interés.
 La discrepancia entre el individuo y el sitio que ocupa vuelve la historia interesante.

 — La vulgaridad consiste tanto en irrespetar lo que merece respeto como en respetar lo que no lo merece.

 — Los problemas del siglo xix preocupan tanto al izquierdista que los del siglo xx no lo ocupan.
 Los problemas que planteaba la industrialización de la sociedad le impiden ver los que plantea la sociedad industrializada.

 — El progresismo envejece mal.
 Cada generación trae un nuevo modelo de progresismo que arrincona despectivamente al modelo anterior.
 Nada más grotesco que el progresista a la moda de ayer.

 — Ninguna época es de transición.
 Toda época es un absoluto que se devora a sí mismo.

 — La tragedia moderna no es la tragedia de la razón vencida, sino de la razón triunfante.

 — La soledad del hombre moderno en el universo es la soledad del amo entre esclavos silenciosos.

 — El que no entiende que dos actitudes perfectamente contrarias pueden ser ambas perfectamente justificadas no debe ocuparse de crítica.

 — La historia del arte es historia de sus materiales, sus técnicas, sus temas, sus condiciones sociales, sus motivos psicológicos, o su problemática intelectual, pero nunca historia de la belleza.
 El valor no tiene historia.

 — Más que cristiano, quizá soy un pagano que cree en Cristo.

 — En las ciencias sociales se acostumbra pesar, contar, y medir, para no tener que pensar.

 — La “intuición” es la percepción de lo invisible, así como la “percepción” es la intuición de lo visible.

 — En la sociedad igualitaria no caben ni los magnánimos ni los humildes, sólo hay campo para las virtudes cursis.

 — El hombre no es sino espectador de su impotencia.

 — Toda satisfacción es una forma de olvido.

 — La explicación de la experiencia religiosa no se encuentra en los manuales de psicología.
 Está en los dogmas de la Iglesia.

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