— Para industrializar un
país no basta expropiar al rico; hay que explotar al pobre.
— Bajo pretexto de dar
trabajo al hambriento, el progresista vende los inútiles artefactos que
fabrica.
Los pobres son el
subterfugio del industrialismo para enriquecer al rico.
— Por tonto que sea un
catecismo, siempre lo es menos que una confesión personal de fe.
— En una soledad silenciosa
sólo fructifica el alma capaz de vencer en las más públicas lides.
El débil pide estruendo.
— Mi fe crece con los años,
como el follaje de una silenciosa primavera.
— La discusión inteligente
debe reducirse a dilucidar divergencias.
— La Biblia no es la voz de
Dios, sino la del hombre que lo encuentra.
— Los
reformadores de la sociedad actual se empeñan en decorar los camarotes de un
barco que naufraga.
— El moderno destruye más
cuando construye que cuando destruye.
— Con la industrialización
de la sociedad comunista culmina la hegemonía burguesa.
La burguesía no es tanto
una clase social como el ethos de la sociedad industrial misma.
— Si exigimos que el objeto
tenga sólo la forma con que mejor cumple su función, todos los objetos de una
misma especie convergen idealmente hacia una forma única.
Cuando las soluciones
técnicas sean perfectas el hombre morirá de tedio.
— Reemplacemos tantas
definiciones de “dignidad del hombre”, que sólo son jaculatorias extáticas, con
una simple y sencilla: hacer todo lentamente.
— Vivir con lucidez una
vida sencilla, callada, discreta, entre libros inteligentes, amando a unos
pocos seres.
— La frase debe tener la
dureza de la piedra y el temblor de la rama.
— Defender la civilización
consiste, ante todo, en protegerla del entusiasmo del hombre.
— Un poco de paciencia en
el trato con el tonto nos evita sacrificar a nuestras convicciones nuestra
buena educación.
— Mientras no tropezamos
con tontos instruidos la instrucción parece importante.
— El Anticristo es,
probablemente, el hombre.
— Cultivado es el hombre
que no convierte la cultura en profesión.
— El cristiano no tiene
nada que perder en una catástrofe.
— Educar al alma consiste
en enseñarle a transformar en admiración su envidia.
— Los libros serios no instruyen,
sino interpelan.
— Creer es penetrar en las
entrañas de lo que meramente sabíamos.
— La fe no confunde la
incredulidad, sino la consume.
— La sociedad suele ser
injusta, pero no como los vanidosos lo imaginan.
Siempre hay más amos que no
merecen su puesto que servidores que no merezcan el suyo.
— La resistencia es inútil
cuando todo se conjura en el mundo para destruir lo que admiramos.
Siempre nos queda, sin
embargo, un alma insobornable para contemplar, para juzgar, y para desdeñar.
— Escucho toda prédica con
involuntaria ironía.
Tanto mi religión como mi
filosofía se reducen a confiar en Dios.
— La literatura
contemporánea, en cualquier época, es el peor enemigo de la cultura.
El tiempo limitado del
lector se gasta en leer mil libros mediocres que embotan su sentido crítico y
lesionan su sensibilidad literaria.
— Los términos que el
filósofo inventa para expresarse, y que el pueblo finalmente maneja como
metáforas usadas, atraviesan una zona intermedia donde los semieducados los emplean,
con énfasis pedante, para simular pensamientos que no tienen.
— Cada nueva
verdad que aprendemos nos enseña a leer de manera distinta.
— La burguesía, a pesar de
todo, ha sido la única clase social capaz de juzgarse a sí misma.
Todo crítico de la
burguesía se nutre de críticas burguesas.
— El peor vicio de la
crítica de arte es el abuso metafórico del vocabulario filosófico.
— El profeta bíblico no es
augur del futuro, sino testigo de la presencia de Dios en la historia.
— La hipocresía no es la
herramienta del hipócrita, sino su prisión.
— Dicha es ese estado de la
sensibilidad en el que todo nos parece tener razón de ser.
— En lugar de buscarle
explicaciones al hecho de la desigualdad, los antropólogos debieran buscársela
a la noción de igualdad.
— La civilización no es una
sucesión sin fin de inventos, sino la tarea de asegurar la duración de ciertas
cosas.
— Para comprender la idea
ajena es necesario pensarla como propia.
— Cada instante
tiene su propia ley, y no meramente la ley que lo ata a los demás instantes.
— En ciertos instantes
colmados Dios desborda en el mundo, como una fuente repentina en la paz del
mediodía.
— Cualquier regla es
preferible al capricho.
El alma sin disciplina se
disuelve en una fealdad de larva.
— No la plenitud cerrada de
la esfera, sino la plenitud meridiana del estanque donde el cielo se refleja.
— Detrás de todo apelativo
se levanta el mismo apelativo con mayúscula: detrás del amor el Amor, detrás
del encuentro el Encuentro.
El universo se evade de su
cautiverio, cuando en la instancia individual percibimos la esencia.
— Toda rebelión contra el
orden del hombre es noble, mientras no disfrace una rebeldía contra el orden
del mundo.
— La perfección
moral está en sentir que no podemos hacer lo que no debemos hacer.
La ética culmina
donde la regla parece expresión de la persona.
— El alma es la tarea del
hombre.
— Todo hombre es capaz, en
todo momento, de poseer las verdades que importan.
En el futuro esperan las
verdades subalternas.
— Un solo ser puede
bastarte.
Pero que jamás te baste el
Hombre.
— El crimen que se intenta
cometer es, a veces, tan horrible que el pretexto de la nación no basta y es
necesario invocar la humanidad.
— El mundo es propósito
quebrado que el alma noble intenta restaurar.
— La eficacia del individuo
es menos una virtud que una amenaza para sus semejantes.
— La sed se acaba antes que
el agua.
— En toda época una minoría
vive los problemas de hoy y la mayoría los de ayer.
—
La educación moderna entrega mentes intactas a la propaganda.
— De la suma de todos los
puntos de vista no resulta el relieve del objeto, sino su confusión.
— El hombre desata
catástrofes cuando se empeña en volver coherentes las evidencias
contradictorias entre las cuales vive.
— Nuestra libertad no tiene
más garantía que las barricadas que levanta, contra el imperialismo de la
razón, la anárquica faz del mundo.
— El individuo cree en el
“sentido de la historia” cuando el futuro previsible parece favorable a sus
pasiones.
— Las razones, los
argumentos, las pruebas, parecen cada día menos evidentes al que cree.
Y lo que cree más evidente.
— Hay ideas que no son
verdaderas, pero que debieran serlo.
— La apologética debe
mezclar escepticismo y poesía.
Escepticismo para
estrangular ídolos, poesía para seducir almas.
— Renegando de la
literatura se hace hoy carrera en las letras, como renegando de la burguesía
entre los burgueses.
— La historia quizá sólo
proceda de los actos insignificantes.
— El escritor nunca se
confiesa sino de lo que la moda autoriza.
— De cada cual depende que
su alma, despojada por los años de sus múltiples pretensiones, se revele como
rencor amargo o como humildad resignada.
— La serenidad es el fruto
de la incertidumbre aceptada.
— Más que por raciocinios,
la inteligencia se guía por simpatías y por ascos.
— La inteligencia se
apresura a resolver problemas que la vida aún no le plantea.
La sabiduría es el arte de
impedírselo.
— ¡Qué raros son los que no
admiran libros que no han leído!
— Inclinémonos cuando el
historiador demuestra que tal cosa aconteció, pero contentémonos con sonreír
cuando afirma que debía acontecer.
— Lo que acontece en
tiempos de incredulidad no es que los problemas religiosos parezcan absurdos,
sino que no parecen problemas.
— En un siglo donde los
medios de publicidad divulgan infinitas tonterías, el hombre culto no se define
por lo que sabe sino por lo que ignora.
— Cuando vemos que el
hombre no puede calcular las consecuencias de sus actos, los problemas
políticos no pierden su importancia, pero las soluciones pierden su interés.
— La religión es el temblor
que el sacudimiento de nuestras raíces transmite a nuestras ramas.
— Dios no es objeto de mi
razón, ni de mi sensibilidad, sino de mi ser.
Dios existe para mí en el
mismo acto en que existo.
— La felicidad es un
instante de silencio entre dos ruidos de la vida.
— La codicia del negociante
me asombra menos que la seriedad con que la sacia.
— Quien tenga
curiosidad de medir su estupidez, que cuente el número de cosas que le parecen
obvias.
— La poesía lírica
sobrevive sola, porque el corazón humano es el único rincón del mundo que la
razón no se atreve a invadir.
— Toda verdad es riesgo que
asumimos apoyándonos sobre una serie indefinida de evidencias infinitamente
pequeñas.
— Mi verdad es la suma de
lo que soy, no el simple resumen de lo que pienso.
— Nadie me inducirá a
absolver la naturaleza humana porque me conozco a mí mismo.
— Civilizar es enseñar a
utilizar lo inferior sin estimarlo.
Ser civilizado es no
confundir lo importante con lo meramente necesario.
— El bárbaro, o totalmente
se burla o totalmente venera.
La civilización es sonrisa
que mezcla discretamente ironía y respeto.
— El individualismo
degenera en beatificación del antojo.
— La
autoridad no es delegación de los hombres, sino procuración de los valores.
— Ley no es lo que un acto
de la voluntad decreta, sino lo que la inteligencia descubre.
— El consentimiento popular
es indicio de legitimidad, pero no causa.
En el debate sobre la
legitimidad del poder no cuentan ni su origen en el voto, ni su origen en la
fuerza.
Legítimo es el poder que
cumple el mandato que las necesidades vitales y éticas de una sociedad le
confieren.
— Cuando el respeto a la
tradición perece, la sociedad, en su incesante afán de renovarse, se consume
frenéticamente a sí misma.
— Ya no basta que el
ciudadano se resigne, el estado moderno exige cómplices.
— El psiquiatra considera
sanos los solos comportamientos vulgares.
— Los antiguos veían en el
héroe histórico o mítico, en Alejandro o en Aquiles, el módulo de la vida
humana. El gran hombre era paradigmático, su existencia ejemplar.
El patrón del demócrata, al
contrario, es el hombre vulgar.
El modelo democrático debe
rigurosamente carecer de todo atributo admirable.
— El proletariado surge
cuando el pueblo se convierte en una clase que adopta los valores de la
burguesía sin poseer bienes burgueses.
— Para evitar una viril
confrontación con la nada, el hombre levanta altares al progreso.
— El hombre a veces
desespera con dignidad, pero es raro que espere con inteligencia.
— Huir no protege contra el
tedio.
Hay que domesticar, para
salvarnos, esa bestia fofa y lerda.
En el tedio asumido las más
nobles cosas germinan.
— Como un problema nuevo
nace siempre del problema resuelto, la sabiduría no consiste en resolver
problemas sino en amansarlos.
— Al remedio que cura
siempre preferimos el alivio que agrava.
— Cada acto de resignación
es una breve agonía.
— El único antídoto a la
envidia, en las almas vulgares, es la vanidad de creer que nada tienen que
envidiar.
— Para el hombre
moderno las catástrofes no son enseñanza, sino insolencias del universo.
— En su afán de ganarle la
partida al humanitarismo democrático, el catolicismo moderno resume así el
doble mandamiento evangélico: Amarás a tu prójimo sobre todas las cosas.
— El creyente sabe cómo se
duda, el incrédulo no sabe cómo se cree.
— El tonto se escandaliza y
ríe cuando advierte que los filósofos se contradicen.
Es difícil hacerle entender
al tonto que la filosofía, precisamente, es el arte de contradecirse mutuamente
sin anularse.
— Quien se sienta vocero de
la opinión pública ha sido esclavizado.
— El vulgo no llama
inteligentes sino los actos de la inteligencia al servicio del instinto.
— El uso correcto de la
libertad puede consistir en adherir a un destino, pero mi libertad consiste en
poder negarme a hacerlo.
El derecho a fracasar es un
importante derecho del hombre.
— La indiferencia al arte
se traiciona con la solemnidad pomposa del homenaje que se le suele rendir.
El verdadero amor calla o
se burla.
— Los individuos interesan
menos al historiador moderno que sus circunstancias.
Reflejo del actual
trastrueque: el modo de vivir importa más que la calidad del que vive.
— Verdadero aristócrata es
el que tiene vida interior.
Cualquiera que sea su
origen, su rango, o su fortuna.
— Nada de lo que acontece
es necesario, pero todo se vuelve necesario una vez acontecido.
Todo tiene causa, pero toda
causa tiene pluralidad virtual de efectos.
— Sólo el imbécil no se
siente nunca copartidario de sus enemigos.
— El cristiano actual no se
conduele de que los demás no estén de acuerdo con él, sino de no estar de
acuerdo con los demás.
— Una sociedad justa
carecería de interés.
La discrepancia entre el
individuo y el sitio que ocupa vuelve la historia interesante.
— La vulgaridad consiste
tanto en irrespetar lo que merece respeto como en respetar lo que no lo merece.
— Los problemas del siglo
xix preocupan tanto al izquierdista que los del siglo xx no lo ocupan.
Los problemas que planteaba
la industrialización de la sociedad le impiden ver los que plantea la sociedad
industrializada.
— El progresismo envejece
mal.
Cada generación trae un
nuevo modelo de progresismo que arrincona despectivamente al modelo anterior.
Nada más grotesco que el
progresista a la moda de ayer.
— Ninguna época es de
transición.
Toda época es un absoluto
que se devora a sí mismo.
— La tragedia moderna no es
la tragedia de la razón vencida, sino de la razón triunfante.
— La soledad del hombre
moderno en el universo es la soledad del amo entre esclavos silenciosos.
— El que no entiende que
dos actitudes perfectamente contrarias pueden ser ambas perfectamente
justificadas no debe ocuparse de crítica.
— La historia del arte es
historia de sus materiales, sus técnicas, sus temas, sus condiciones sociales,
sus motivos psicológicos, o su problemática intelectual, pero nunca historia de
la belleza.
El valor no tiene historia.
— Más
que cristiano, quizá soy un pagano que cree en Cristo.
— En las ciencias sociales
se acostumbra pesar, contar, y medir, para no tener que pensar.
— La “intuición” es la
percepción de lo invisible, así como la “percepción” es la intuición de lo
visible.
— En la sociedad
igualitaria no caben ni los magnánimos ni los humildes, sólo hay campo para las
virtudes cursis.
— El hombre no es sino
espectador de su impotencia.
— Toda satisfacción es una
forma de olvido.
— La explicación de la
experiencia religiosa no se encuentra en los manuales de psicología.
Está en los dogmas de la
Iglesia.
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