jueves, 11 de abril de 2019

Escolios a un texto implícito 6 (Nicolás Gómez Dávila)


 — Los enemigos del mundo moderno, en el siglo xix, podían confiar en el futuro.
 En este siglo sólo queda la nuda nostalgia del pasado.

 — Acostumbramos llamar perfeccionamiento moral el no darnos cuenta de que cambiamos de vicio.

 — El relevo de generaciones es el vehículo, pero no el motor de la historia.

 — Los cálculos de los inteligentes suelen fallar porque olvidan al tonto, los de los tontos porque olvidan al inteligente.

 — Todo individuo con “ideales” es un asesino potencial.

 — Como evidentemente la auténtica obra de arte es original, el iletrado se imagina que la obra original es necesariamente obra de arte.

 — La historia de estas repúblicas latinoamericanas debiera escribirse sin desdén pero con ironía.

 — El viejo adopta inútilmente opiniones de joven para hacer dudar de su vejez.

 — Clase social alta es aquella para la cual la actividad económica es medio, clase media aquella para la cual es fin.
 El burgués no aspira a ser rico, sino a ser más rico.

 — La estupidez táctica del ambicioso peligra convertirse en estupidez auténtica.
 La mente del demócrata senil no contiene sino ideas para discurso electoral.

 — El futuro apasiona a quienes creen en la eficacia de la voluntad, mientras que el pasado fascina a los que conocen la impotencia de los propósitos humanos.
 Lo que el hombre se propone es siempre tedioso, pero lo que obtiene nos asombra a veces.

 — Dios es el estorbo del hombre moderno.

 — El subconsciente fascina la mentalidad moderna.
 Porque allí puede instalar sus tonterías preferidas como hipótesis irrefutables.

 — La mayoría de los hombres no tienen derecho a opinar, sino a oír.

 — Las regiones más recónditas del alma son siempre las más pobladas.
 Los más atrevidos exploradores del alma desembarcan en zonas urbanizadas.

 — La trivialidad nunca está en lo que se siente, sino en lo que se dice.

 — Hay quienes confiesan, sin avergonzarse, que “estudian” literatura.

 — Los gobernantes que representan sólo a una minoría tienen que inventar la civilización para no perecer.
 Los delegados de una mayoría, en cambio, pueden ser soeces, chabacanos, crueles, impunemente.
 Mientras mayor sea la mayoría que lo apoya, el gobernante es menos precavido, menos tolerante, menos respetuoso de la diversidad humana.
 Cuando los gobernantes se juzgan mandatarios de la humanidad entera el terror se aproxima.

 — Los hombres discrepan menos porque piensan diferentemente que porque no piensan.

 — Una simple coma distingue a veces una trivialidad de una idea.

 — Las metas de toda ambición son vanas y su ejercicio deleitoso.

 — Sabio es el que no ambiciona nada viviendo como si ambicionara todo.

 — Contemplado a la luz de nuestra tristeza o nuestra dicha, de nuestro entusiasmo o nuestro desdén, el mundo muestra una textura tan sutil, una tan fina esencia, que toda visión intelectual, comparada a esa visión de los sentimientos, apenas parece una vulgaridad ingeniosa.

 — El “Progreso”, la “Democracia”, la “Sociedad sin clases”, fanatizan a la muchedumbre, pero dejan a las Musas displicentes y frías.

 — El futuro del verbo es el tiempo predilecto del imbécil.

 — Los artistas modernos ambicionan tanto diferir los unos de los otros que esa misma ambición los agrupa en una sola especie.

 — Por mezquina y pobre que sea, toda vida tiene instantes dignos de eternidad.

 — Nada más repugnante que lo que el tonto llama “una actividad sexual armoniosa y equilibrada”.
 La sexualidad higiénica y metódica es la única perversión que execran tanto los demonios como los ángeles.

 — La fantasía explota los hallazgos de la imaginación.

 — Sin dignidad, sin sobriedad, sin modales finos, no hay prosa que satisfaga plenamente.
 Al libro que leemos no pedimos sólo talento, sino también buena educación.

 — La buena educación no es, finalmente, sino la manera como se expresa el respeto.
 Siendo el respeto, a su vez, un sentimiento que la presencia de una superioridad admitida infunde, donde falten jerarquías, reales o ficticias pero acatadas, la buena educación perece.
 La grosería es producto democrático.

 — Ante el hombre inteligente que se vuelve marxista sentimos lo mismo que el incrédulo ante la niña bonita que entra al convento.

 — No hay tontería en que el hombre moderno no sea capaz de creer, siempre que eluda creer en Cristo.

 — El artista actual ambiciona que la sociedad lo repudie y que la prensa lo elogie.

 — No es la ciudad celeste del Apocalipsis la que desvela al católico progresista, sino la ciudad-jardín.

 — Virtualmente el hombre puede construir aparatos capaces de todo.
 Salvo de tener conciencia de sí mismo.

 — En ninguna época anterior tuvieron las letras y las artes mayor popularidad que en la nuestra. Artes y letras han invadido la escuela, la prensa y los almanaques.
 Ninguna otra, sin embargo, fabricó objetos tan feos, ni soñó sueños tan ramplones, ni adoptó tan sórdidas ideas.
 Se dice que el público está mejor educado. Pero no se le nota.

 — El arte no educa sino al artista.

 — Sabio no es tanto el que dice la verdad como el que conoce el exacto alcance de lo que dice.
 El que no cree decir más de lo que está diciendo.

 — Quien adquiere experiencia política sólo confía en la máxima clásica: no hagáis hoy lo que podéis dejar para mañana.

 — Madurar es transformar un creciente número de lugares comunes en auténtica experiencia espiritual.

 — Las ideas tiranizan al que tiene pocas.

 — Sociedad aristocrática es aquella donde el anhelo de la perfección personal es el alma de las instituciones sociales.

 — Los nuevos catequistas profesan que el Progreso es la encarnación moderna de la esperanza.
 Pero el Progreso no es una esperanza emergente, sino el eco agonizante de la esperanza desaparecida.

 — Los tres enemigos de la literatura son: el periodismo, la sociología, la ética.

 — La libertad sólo dura mientras el estado funciona en medio de la indiferencia ciudadana.
 Amaga despotismo cuando el ciudadano se entusiasma con su gobierno o contra él.

 — Europa, propiamente dicha, consta de los países que el feudalismo educó.

 — Para el marxista, la rebeldía en sociedades no comunistas es hecho sociológico y en la sociedad comunista hecho psicológico meramente.
 Allí se rebela un “explotado”, aquí se revela un “traidor”.

 — Cervantes es culpable de la insulsez de la crítica cervantina española porque legó un libro irónico a un pueblo sin ironía.

 — Sólo es inteligente el que no teme estar de acuerdo con tontos.

 — Nadie se halla buscándose meramente a sí mismo.
 La personalidad nace del conflicto con una norma.

 — Todo el mundo se siente superior a lo que hace, porque se cree superior a lo que es.
 Nadie cree ser lo poco que es en realidad.

 — Coherencia y evidencia se excluyen.

 — El objeto de mal gusto se fabrica donde el prestigio social hace adquirir objetos que no procuran placer alguno al que los compra.

 — Destrucciones y reconstrucciones, en la historia, tienen autor conocido.
 Las construcciones son anónimas.

 — Quien cita a un autor muestra que fue incapaz de asimilárselo.

 — Mostrarle al alma inestable que comprendimos su problema, es volverlo insoluble.
 Una mirada obtusa disuelve angustias.

 — La “visión objetiva” no es una visión sin prejuicios, sino una visión sometida a prejuicios ajenos.

 — Hay dos formas simétricas de barbarie: la de los pueblos que no tienen sino costumbres y la de los pueblos que no respetan sino leyes.

 — No hay que esperar nada de nadie, ni desdeñar nada de nadie.

 — Quienes creen en la “Verdad” limitan sus lecturas a los errores populares del día.

 — Cuando pensamos que el “alma” de un escritor nos interesa es meramente porque estamos llamando “alma” su talento.

 — Para saber qué dijo un hombre inteligente se acostumbra tan sólo escuchar al tonto que lo remeda.

 — A ninguno se nos dificulta amar al prójimo que nos parece inferior.
 Pero amar al que sabemos superior es otra cosa.

 — Toda paz se compra con vilezas.

 — El marxismo anuncia que reemplazará con la administración de los bienes el gobierno de las personas.
 Desgraciadamente el marxismo enseña que el gobierno de las personas consiste en la administración de los bienes.

 — El hombre vive del desorden de su corazón y muere del orden que la vida establece en él.

 — Basta, a veces, que una sociedad suprima una costumbre que supone absurda, para que una catástrofe repentina le demuestre su error.

 — El clero progresista vitupera la “mentalidad de ghetto” del actual cristiano viejo.
 Esos clérigos prefieren la actividad mercantil y bursátil del judío moderno al ghetto, donde floreció la fidelidad de Israel.

 — Inteligencia sin prejuicios es sólo la que sabe cuáles tiene.

 — Solamente porque ordenó amar a los hombres, el clero moderno se resigna a creer en la divinidad de Jesús; cuando, en verdad, es sólo porque creemos en la divinidad de Cristo que nos resignamos a amarlos.

 — El espectáculo de una vanidad herida es grotesco cuando la vanidad es ajena y repugnante cuando es nuestra.

 — Nadie que se conozca puede absolverse a sí mismo.

 — Las filosofías que el público conoce y estima son sartas de vulgaridades atribuidas a nombres ilustres.

 — La libertad, para el demócrata, no consiste en poder decir todo lo que piensa, sino en no tener que pensar todo lo que dice.

 — Meditar es dialogar con algún muerto.

 — Cuando un lugar común nos impresiona creemos tener una idea propia.

 — En este siglo de amenazas y de amagos nada más frívolo que ocuparse de cosas serias.

 — En el seno de la Iglesia actual, son “integristas” los que no han entendido que el cristianismo necesita una teología nueva y “progresistas” los que no han entendido que la nueva teología debe ser cristiana.

 — Al creerme dueño de una verdad no me interesa el argumento que la confirma, sino el que la refuta.

 — El anonimato de la ciudad moderna es tan intolerable como la familiaridad de las costumbres actuales.
 La vida debe parecerse a un salón de gente bien educada, donde todos se conocen pero donde nadie se abraza.

 — El gusto de las masas no se caracteriza por su antipatía a lo excelente, sino por la pasividad con que igualmente gozan de lo bueno, lo mediocre, y lo malo.
 Las masas no tienen mal gusto. Simplemente no tienen gusto.

 — El admirador virtual es el corruptor de la prosa.

 — No son raros los historiadores franceses para quienes la historia del mundo es un episodio de la historia de Francia.

 — El cristiano moderno no pide que Dios lo perdone, sino que admita que el pecado no existe.

 — Para poder aliarse con el comunista, el católico de izquierda sostiene que el marxismo meramente critica las acomodaciones burguesas del cristianismo, cuando es su esencia lo que condena.

 — Muchos aman al hombre sólo para olvidar a Dios con la conciencia tranquila.

 — La Iglesia post-conciliar pretende atraer hacia el “redil”, traduciendo en el lenguaje insípido de la cancillería vaticana los lugares comunes del periodismo contemporáneo.

 — Cuando oímos hoy exclamar: ¡muy civilizado!, ¡muy humano!, no debemos vacilar: se trata de alguna abyecta porquería.

 — El estado de tensión entre clases sociales, fenómeno estructural y constante, se metamorfosea en lucha de clases, sólo cuando lo utiliza una clase política como mecanismo demagógico.

 — Los dioses no castigan la búsqueda de la felicidad, sino la ambición de forjarla con nuestras propias manos.
 Sólo es lícito el anhelo de lo gratuito, de lo que no depende en nada de nosotros. Simple huella de un ángel que se posa un instante sobre el polvo de nuestro corazón.

 — El individualismo doctrinario no es peligroso porque produzca individuos, sino porque los suprime.
 El producto del individualismo doctrinario del xix es el hombre-masa del xx.

 — Tres personajes, en nuestro tiempo, detestan profesionalmente al burgués:
 El intelectual —ese típico representante de la burguesía;
 el comunista —ese fiel ejecutante de los propósitos y los ideales burgueses;
 el clérigo progresista —ese triunfo final de la mente burguesa sobre el alma cristiana.

 — La lucha contra el desorden es más noble que el orden mismo.
 El hombre dueño de sí mismo no es tan magnánimo como el que reprime la insurrección de su alma.
 El más hondo silencio es el de una muchedumbre aterrada.

 — Nuestra sociedad insiste en elegir a sus gobernantes para que el azar del nacimiento, o el capricho del monarca, no entreguen el poder, de pronto, a un hombre inteligente.

 — La imparcialidad es hija de la pereza y del miedo.

 — Ser cristianos a la moda actual consiste menos en arrepentirnos de nuestros pecados que en arrepentirnos del cristianismo.

 — El cristiano moderno se siente obligado profesionalmente a mostrarse jovial y jocoso, a exhibir los dientes en benévola sonrisa, a profesar cordialidad babosa, para probarle al incrédulo que el cristianismo no es religión “sombría”, doctrina “pesimista”, moral “ascética”.
 El cristiano progresista nos sacude la mano con ancha risa electoral.

 — Hombre culto es aquel para quien nada carece de interés y casi todo de importancia.

 — Al perecer las aristocracias estallan, las democracias se desinflan.

 — Los tontos antes atacaban a la Iglesia, ahora la reforman.

 — Las tres hipóstasis del egoísmo son: el individualismo, el nacionalismo, el colectivismo.
 La trinidad democrática.

 — El reaccionario inventó el diálogo al observar la desemejanza de los hombres y la variedad de sus propósitos.
 El demócrata practica el monólogo, porque la humanidad se expresa por su boca.

 — El católico de izquierda acierta al descubrir en el burgués al rico de la parábola, pero yerra al identificar al proletariado militante con los pobres del Evangelio.

 — Los hombres se dividen entre los que insisten en aprovechar las injusticias de hoy y los que anhelan aprovechar las de mañana.

 — El amor a la pobreza es cristiano, pero la adulación al pobre es mera técnica de reclutamiento electoral.
     Para no pensar en el mundo que la ciencia describe, el hombre se embriaga de técnica.

 — El individuo busca el calor de la muchedumbre, en este siglo, para defenderse del frío que emana del cadáver del mundo.

 — La originalidad intencional y sistemática es el uniforme contemporáneo de la mediocridad.

 — Periodismo es escribir exclusivamente para los demás.

 — Los conflictos modernos se originan menos en el propósito de vencer al adversario que en el anhelo de suprimir el conflicto.
 Botín, ideología, o aventura, han motivado menos guerras en nuestro tiempo que el sueño idílico de paz.

 — La política no es el arte de imponer las mejores soluciones, sino de estorbar las peores.

 — Nadie se rebela contra la autoridad, sino contra quienes la usurpan.

 — Los pobres, en verdad, sólo odian la riqueza estúpida.

 — No es tanto que la mentalidad moderna niegue la existencia de Dios como que no logra dar sentido al vocablo.

 — El progresista defiende el Progreso diciendo que existe.
 El asesino también existe, y el juez lo condena.

 — Las opiniones revolucionarias son la única carrera, en la actual sociedad, que asegure una posición social, respetable, lucrativa, y plácida.

 — La estadística es la herramienta del que renuncia a comprender para poder manipular.

 — La psicología moderna renunció a la introspección, no tanto para obtener resultados más exactos como menos inquietantes.

 — Cuando la individualidad se marchita, la sociología florece.

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