viernes, 26 de abril de 2019

Escolios aun texto implícito 7 (Nicolás Gómez Dávila)


— Sólo hay instantes.

 — La sociedad moderna desatiende los problemas básicos del hombre, pues apenas tiene tiempo para atender los que ella suscita.

 — El primitivo transforma los objetos en sujetos, el moderno los sujetos en objetos.
 Podemos suponer que el primero se engaña, pero sabemos con certeza que el segundo se equivoca.

 — Desde hace dos siglos el pueblo lleva a cuestas no solamente a quienes lo explotan, sino también a sus libertadores.
 Su espalda se encorva bajo el doble peso.

 — Al desaparecer su profundidad religiosa, las cosas se reducen a una superficie sin espesor donde se transparenta la nada.

 — Para convencer a nuestros interlocutores suele ser necesario inventar argumentos despreciables, fraudulentos y ridículos.
 Quien respeta al prójimo fracasa como apóstol.

 — Los libros divertidos avergüenzan al iletrado.

 — La muerte de Dios es opinión interesante, pero que no afecta a Dios.

 — Los contemporáneos respetan los libros tediosos cuando son pretenciosos y pedantes.
 La posteridad se ríe de esos ídolos polvorientos, para venerar, claro está, a los análogos santones de su tiempo.

 — La Iglesia, al abrir de par en par sus puertas, quiso facilitarles la entrada a los de afuera, sin pensar que más bien les facilitaba la salida a los de adentro.

 — Madurar es ver crecer el número de cosas sobre las cuales parece grotesco opinar, en pro o en contra.

 — Inteligente es aquel a quien parece difícil lo que a los demás parece fácil.
 El número de soluciones atrevidas que un político propone crece con la estupidez de los oyentes.

 — La convicción honesta no rechaza la posibilidad de ser equivocada, meramente no concibe la probabilidad de estarlo.

 — La filosofía que elude el problema del mal es cuento de hadas para niños bobos.

 — Complicar es la más alta prerrogativa del hombre.

 — No hay quien no descubra de pronto la importancia de virtudes que desprecia.

 — El intelectual latino-americano tiene que buscarles problemas a las soluciones que importa.

 — La pintura actual tiene más aficionados que la actual literatura, porque el cuadro se deja ver en dos segundos de aburrimiento, mientras que el libro no se deja leer en menos de dos horas de tedio.

 — La grandilocuencia de las teorías estéticas crece con la mediocridad de las obras, como la de los oradores con la decadencia de su patria.

 — La crisis actual del cristianismo no ha sido provocada por la ciencia, o por la historia, sino por los nuevos medios de comunicación.
 El progresismo religioso es el empeño de adaptar las doctrinas cristianas a las opiniones patrocinadas por las agencias de noticias y los agentes de publicidad.

 — La obediencia del católico se ha trocado en una infinita docilidad a todos los vientos del mundo.

 — El vulgo sólo cree pensar libremente cuando su razón capitula en manos de entusiasmos colectivos.

 — Para distraer al pueblo mientras lo explotan, los despotismos tontos eligen luchas de circo, mientras que el despotismo astuto prefiere luchas electorales.

 — No habiendo logrado que los hombres practiquen lo que enseña, la Iglesia actual ha resuelto enseñar lo que practican.

 — Ningún partido, secta, o religión, debe confiar en quienes saben las razones por las cuales se afilian.
 Toda adhesión auténtica, en religión, política, amor, precede el raciocinio.
 El traidor siempre ha escogido racionalmente el partido que traiciona.

 — El pueblo no cree nunca que quien habla enfáticamente diga tonterías.

 Con buen humor y pesimismo no es posible ni equivocarse ni aburrirse.

 — Para interpretar a ciertos hombres, la sociología basta.
 La psicología sobra.

 — El revolucionario es, básicamente, un hombre que no sospecha que la humanidad pueda atentar contra sí misma.

 — El reaccionario simpatiza con el revolucionario de hoy, porque lo venga del de ayer.

 — Debemos respetar al individuo eminente que el pueblo respeta, aun cuando no lo merezca, para no irrespetar la noción de respeto.

 — En sociedades donde todos se creen iguales, la inevitable superioridad de unos pocos hace que los demás se sientan fracasados.
 Inversamente, en sociedades donde la desigualdad es norma, cada cual se instala en su diferencia propia, sin sentir la urgencia, ni concebir la posibilidad, de compararse.
 Sólo una estructura jerárquica es compasiva con los mediocres y los humildes.

 — La tarea del historiador consiste menos en explicar lo que pasó, que en hacer comprender cómo el contemporáneo comprendía lo que le pasó.

 — Así como en nuestra sociedad triunfan los bajos fondos sociales, así en nuestra literatura triunfan los bajos fondos del alma.

 — El reaccionario, hoy, es meramente un pasajero que naufraga con dignidad.

 — Para el tonto sólo son auténticos los comportamientos conformes a la última tesis psicológica de moda.
 El tonto, al observarse a sí mismo, se ve siempre corroborando experimentalmente cualquier bobada que presuma científica.

 — ¿Mis hermanos? Si. —¿Mis iguales? No.
 Porque los hay menores y los hay mayores.

 — La novela pornográfica abortará siempre, porque la cópula no es acto del individuo, sino actividad de la especie.

 — Dios no pide nuestra “colaboración”, sino nuestra humildad.

 — Nada más difícil que comprender la incomprensión ajena.

 — Los católicos han perdido hasta la simpática capacidad de pecar sin argumentar que el pecado no existe.

 — Nadie desprecia tanto la tontería de ayer como el tonto de hoy.

 — Cada día espero menos tropezar con quien no abrigue la certeza de saber cómo se curan los males del mundo.

 — El hombre común suele tener personalidad en el trato cotidiano.
 Pero el afán de expresarla lo transforma en exponente de los tópicos de moda.

 — La vulgaridad nace cuando la autenticidad se pierde.
 La autenticidad se pierde cuando la buscamos.

 — Los hombres son menos iguales de lo que dicen y más de lo que piensan.

 — El más interesante capítulo de la sociología está por escribir: el que estudie las repercusiones somáticas de los hechos sociales.

 — El antropólogo actual, bajo la mirada severa de los demócratas, trota rápidamente sobre las diferencias étnicas como sobre ascuas.

 — “Pureza”, “poesía”, “autenticidad”, “dignidad”, son las voces claves del actual léxico técnico para hablar de cualquier relato pornográfico.

 — La actitud revolucionaria de la juventud moderna es inequívoca prueba de aptitud para la carrera administrativa.
 Las revoluciones son perfectas incubadoras de burócratas.

 — Para democratizar al cristianismo tienen que adulterar los textos, leyendo: igual donde dicen: hermano.

 — La vejez no arrincona al hombre inteligente, sino le arrincona al mundo.

 — ¿La tragedia de la izquierda?
 — Diagnosticar la enfermedad correctamente, pero agravarla con su terapéutica.

 — La excelencia técnica del trabajo intelectual ha llegado a tal punto que las bibliotecas revientan de libros que no podemos desdeñar, pero que no vale le pena leer.

 — La vida es taller de jerarquías.
 Sólo la muerte es demócrata.

 — “Actividades culturales” es expresión que no oímos en boca del que espontáneamente las ejerce, sino en boca del que las practica por lucro o por prestigio.

 — La propaganda cultural de los últimos decenios (escolar, periodística, etc.) no ha educado al público, meramente ha logrado, como tanto misionero, que los indígenas celebren sus ceremonias clandestinamente.

 — La tarea, ya secular, de “democratizar la cultura” no ha conseguido que más gente admire, verbigracia, a Shakespeare o a Racine, sino que más gente crea admirarlos.

 — Nada dura, ciertamente, y sólo cuentan instantes, pero el instante reserva su esplendor para el que lo imagina eterno.
 Sólo vale lo efímero que parece inmortal.

 — La auténtica inteligencia ve espontáneamente aun el hecho más humilde de la vida cotidiana a la luz de la idea más general.

 — La interjección es el tribunal supremo del arte.

 — En épocas como ésta, el que tenga orgullo no puede rebajarse a la “altura de los tiempos”.

 — Para ridiculizar lícitamente el espectáculo de las ambiciones ajenas, se requiere previamente estrangular las nuestras.

 — “Dignidad del hombre”, “grandeza del hombre”, “derechos del hombre”, etc.; hemorragia verbal que la simple visión matutina de nuestra cara en el espejo, al rasurarnos, debería restañar.

 — Los problemas humanos no son ni exactamente definibles, ni remotamente solubles.
 El que espera que el cristianismo los resuelva dejó de ser cristiano.

 — Habiendo promulgado el dogma de la inocencia original, la democracia concluye que el culpable del crimen no es el asesino envidioso, sino la victima que despertó su envidia.
     Este siglo está resultando espectáculo interesante: no por lo que hace, sino por lo que deshace.
El hombre moderno teme la capacidad de destrucción de la técnica, cuando es su capacidad de construcción lo que lo amenaza.

 — Cuando se extingue la raza de egoístas absortos en su propio perfeccionamiento, nadie nos recuerda que tenemos el deber de salvar nuestra inteligencia, aun después de perder la esperanza de salvar el pellejo.

 — Los náufragos perdonan más fácilmente al piloto imprudente que hunde la “nave” que al pasajero inteligente, que predice su deriva hacia el escollo.

 — Hay vicios de arcángel caído y vicios de simple plebe infernal.

 — Cada individuo llama “cultura” la suma de las cosas que mira con aburrición respetuosa.

 — Clérigos y periodistas han embadurnado de tanto sentimentalismo el vocablo “amor” que su solo eco hiede.

 — El hombre, hasta ayer, no merecía que lo llamasen animal racional.
 La definición fue inexacta mientras inventaba, de preferencia actitudes religiosas y comportamientos éticos, tareas estéticas y meditaciones filosóficas.
 Hoy, en cambio, el hombre se limita a ser animal racional, es decir: inventor de recetas prácticas al servicio de su animalidad.

 — Educar no consiste en colaborar al libre desarrollo del individuo, sino en apelar a lo que todos tienen de decente contra lo que todos tienen de perverso.

 — Los verdaderos problemas no tienen solución sino historia.

 — Quienes piden que la Iglesia se adapte al pensamiento moderno, acostumbran confundir la urgencia de respetar ciertas reglas metodológicas con la obligación de adoptar un repertorio de postulados imbéciles.

 — El máximo pecado del historiador está en ver una época cualquiera sólo como anticipación, preparación o causa, de otra.

 — Mutilamos obligaciones y placeres cuando ignoramos que cada cosa trae consigo el criterio que la condena o que la absuelve.

 — El que meramente se resigna a su suerte se siente frustrado por un destino sin sentido. El que humildemente la acepta sabe que tan sólo no entiende el significado de la divina decisión que lo concierne.

 — El único escritor del XVIII resucitado por la admiración de nuestros contemporáneos ha sido Sade.
 Visitantes que de un palacio no admiran sino las letrinas.

 — Cuando el católico se defiende mejor contra los vicios que contra la herejía, ya es poco el cristianismo que queda en su cabeza.

 — Visitar un museo o leer a un clásico son, para las muchedumbres contemporáneas, simples comportamientos éticos.

 — Con frecuencia descubrimos, al cabo de los años, que las soluciones deliberadas resultan más intolerables que los problemas.

 — La crítica “estéril” logra a veces esas conversiones del alma que modifican substancialmente los problemas.
 La crítica “constructiva” sólo multiplica catástrofes.

 — Para aligerar la nave cristiana, que zozobra en aguas modernas la teología liberal se desembarazó ayer de la divinidad de Cristo, la teología radical se desembaraza hoy de la existencia de Dios.

 — El intelectual de izquierda no ataca con intrepidez y arrogancia sino las ideas que cree muertas.

 — Evidentemente en muchos casos inventamos nuestras ideas, pero no somos los primeros, ni los únicos, en inventarlas.

 — Cualquiera tiene derecho a ser estúpido, pero no a exigir que veneremos sus estupideces.

 — El tráfago moderno no dificulta creer en Dios, pero imposibilita sentirlo.

 — La inteligencia se robustece con los lugares comunes eternos. Y se debilita con los de su tiempo y su sitio.

 — De nada sirve al mediocre emigrar a donde moran los grandes.
 Todos llevamos nuestra mediocridad a cuestas.

 — Historia es lo que reconstruye una imaginación capaz de pensar conciencias ajenas.
 Lo demás es política.

 — La distancia entre jóvenes y viejos es hoy igual a la de siempre.
 Hoy se habla de “abismo” entre generaciones, porque el adulto actual se niega a envejecer y el joven, con el irrespeto debido, le asegura que envejeció.

 — Cupo a este siglo el privilegio de inventar el pedantismo de la obscenidad.

 — A medida que suben las aguas de este siglo, los sentimientos delicados y nobles, los gustos voluptuosos y finos, las ideas discretas y profundas, se refugian en unas pocas almas señeras, como los sobrevivientes del diluvio sobre algunos picos silenciosos.

 — Gastamos una vida en comprender lo que un extraño comprende de un vistazo: que somos tan insignificantes como los demás.

 — A fuerza de adaptarse a la “mentalidad moderna”, el cristianismo se volvió una doctrina que no es difícil acatar, ni es interesante hacerlo.

 — Las revoluciones latinoamericanas nunca han pretendido más que entregar el poder a algún Directoire.

 — El cristianismo no es doctrina para clase media.
 Ni para clase media económica. Ni para clase media intelectual. Carece, pues, de porvenir.

 — Aquellos cuya gratitud por el beneficio recibido se convierte en devoción a la persona que lo otorga, en lugar de degenerar en el odio acostumbrado que todo benefactor despierta, son aristócratas.
 Aun cuando caminen en harapos.

 — El fervor del culto que el demócrata rinde a la humanidad sólo es comparable a la frialdad con que irrespeta al individuo.
 El reaccionario desdeña al hombre, sin encontrar individuo que desprecie.

 — El verdadero crimen del colonialismo fue la conversión en arrabales de Occidente de los grandes pueblos asiáticos.

 — Lo personal en el artista no es la persona, sino su visión del mundo.

 — Ser civilizado es poder criticar aquello en que creemos sin dejar de creer en ello.

 Las familias suelen ser células purulentas de estupidez y desdicha, porque una necesidad irónica exige que el gobierno de tan elementales estructuras requiera tanta inteligencia, astucia, diplomacia, como el de un estado.

 — Las empresas políticas mejor concertadas, así como las más sabias medidas económicas, sólo son albures donde se acierta por chiripa.
 El estadista engreído con su acierto pretende que compró a sabiendas el billete ganador.

 — Quien mira sin admirar ni odiar, no ha visto.

 — El historiador no se instala en el pasado con el propósito de entender mejor el presente.
 Lo que fuimos no le interesa para indagar qué somos.
 Lo que somos le interesa para averiguar qué fuimos.
 El pasado no es la meta aparente del historiador, sino su meta real.

 — La desintegración creciente de la persona se mide comparando la expresión “aventura amorosa”, que se estilaba en el XVIII, con la expresión ”experiencia sexual” que usa el siglo XX.

 — Con quien ignora determinados libros no hay discusión posible.

 — No existe individuo que, al medirse desprevenidamente a sí mismo, no se descubra inferior a muchos, superior a pocos, igual a ninguno.

 — La vida religiosa comienza cuando descubrimos que Dios no es postulado de la ética, sino la única aventura en que vale la pena arriesgarnos.

 Llámase socialista la economía que monta laboriosamente los mecanismos espontáneos del capitalismo.

 — Con el objeto de impedir peligrosas concentraciones de poder económico en manos de unas pocas sociedades anónimas, el socialismo propone que la totalidad del poder económico se confíe a una sociedad anónima señera llamada estado.

 — El adversario de los principios modernos no tiene aliados más leales que las consecuencias de esos principios.

 — Sería más fácil resolver los problemas modernos, si, por ejemplo, cupiera sostener utópicamente que sólo la avidez mercantil del fabricante multiplica los artículos plásticos, y no la admiración idiota de los presuntos compradores.

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