— Sólo hay instantes.
— La sociedad moderna
desatiende los problemas básicos del hombre, pues apenas tiene tiempo para
atender los que ella suscita.
— El primitivo transforma
los objetos en sujetos, el moderno los sujetos en objetos.
Podemos suponer que el
primero se engaña, pero sabemos con certeza que el segundo se equivoca.
— Desde hace dos siglos el
pueblo lleva a cuestas no solamente a quienes lo explotan, sino también a sus
libertadores.
Su espalda se encorva bajo
el doble peso.
— Al desaparecer su
profundidad religiosa, las cosas se reducen a una superficie sin espesor donde
se transparenta la nada.
— Para convencer a nuestros
interlocutores suele ser necesario inventar argumentos despreciables,
fraudulentos y ridículos.
Quien respeta al prójimo
fracasa como apóstol.
— Los libros divertidos
avergüenzan al iletrado.
— La muerte de Dios es
opinión interesante, pero que no afecta a Dios.
— Los contemporáneos
respetan los libros tediosos cuando son pretenciosos y pedantes.
La posteridad se ríe de
esos ídolos polvorientos, para venerar, claro está, a los análogos santones de
su tiempo.
— La Iglesia, al abrir de
par en par sus puertas, quiso facilitarles la entrada a los de afuera, sin
pensar que más bien les facilitaba la salida a los de adentro.
— Madurar es ver
crecer el número de cosas sobre las cuales parece grotesco opinar, en pro o en
contra.
— Inteligente es aquel a
quien parece difícil lo que a los demás parece fácil.
El número de soluciones
atrevidas que un político propone crece con la estupidez de los oyentes.
— La convicción honesta no
rechaza la posibilidad de ser equivocada, meramente no concibe la probabilidad
de estarlo.
— La filosofía que elude el
problema del mal es cuento de hadas para niños bobos.
— Complicar es la más alta
prerrogativa del hombre.
— No hay quien no descubra
de pronto la importancia de virtudes que desprecia.
— El intelectual
latino-americano tiene que buscarles problemas a las soluciones que importa.
— La pintura actual tiene
más aficionados que la actual literatura, porque el cuadro se deja ver en dos
segundos de aburrimiento, mientras que el libro no se deja leer en menos de dos
horas de tedio.
— La grandilocuencia de las
teorías estéticas crece con la mediocridad de las obras, como la de los
oradores con la decadencia de su patria.
— La crisis actual del
cristianismo no ha sido provocada por la ciencia, o por la historia, sino por
los nuevos medios de comunicación.
El progresismo religioso es
el empeño de adaptar las doctrinas cristianas a las opiniones patrocinadas por
las agencias de noticias y los agentes de publicidad.
— La obediencia del
católico se ha trocado en una infinita docilidad a todos los vientos del mundo.
— El
vulgo sólo cree pensar libremente cuando su razón capitula en manos de
entusiasmos colectivos.
— Para distraer al pueblo
mientras lo explotan, los despotismos tontos eligen luchas de circo, mientras
que el despotismo astuto prefiere luchas electorales.
— No habiendo logrado que
los hombres practiquen lo que enseña, la Iglesia actual ha resuelto enseñar lo
que practican.
— Ningún partido, secta, o
religión, debe confiar en quienes saben las razones por las cuales se afilian.
Toda adhesión auténtica, en
religión, política, amor, precede el raciocinio.
El traidor siempre ha
escogido racionalmente el partido que traiciona.
— El pueblo no cree nunca
que quien habla enfáticamente diga tonterías.
— Con
buen humor y pesimismo no es posible ni equivocarse ni aburrirse.
— Para interpretar a
ciertos hombres, la sociología basta.
La psicología sobra.
— El revolucionario es,
básicamente, un hombre que no sospecha que la humanidad pueda atentar contra sí
misma.
— El reaccionario simpatiza
con el revolucionario de hoy, porque lo venga del de ayer.
— Debemos respetar al
individuo eminente que el pueblo respeta, aun cuando no lo merezca, para no irrespetar
la noción de respeto.
— En sociedades donde todos
se creen iguales, la inevitable superioridad de unos pocos hace que los demás
se sientan fracasados.
Inversamente, en sociedades
donde la desigualdad es norma, cada cual se instala en su diferencia propia,
sin sentir la urgencia, ni concebir la posibilidad, de compararse.
Sólo una estructura
jerárquica es compasiva con los mediocres y los humildes.
— La tarea del historiador
consiste menos en explicar lo que pasó, que en hacer comprender cómo el
contemporáneo comprendía lo que le pasó.
— Así como en nuestra
sociedad triunfan los bajos fondos sociales, así en nuestra literatura triunfan
los bajos fondos del alma.
— El reaccionario, hoy, es
meramente un pasajero que naufraga con dignidad.
— Para el tonto sólo son
auténticos los comportamientos conformes a la última tesis psicológica de moda.
El tonto, al observarse a
sí mismo, se ve siempre corroborando experimentalmente cualquier bobada que
presuma científica.
— ¿Mis hermanos? Si. —¿Mis
iguales? No.
Porque los hay menores y
los hay mayores.
— La novela pornográfica
abortará siempre, porque la cópula no es acto del individuo, sino actividad de
la especie.
— Dios no pide nuestra
“colaboración”, sino nuestra humildad.
— Nada más difícil que
comprender la incomprensión ajena.
— Los católicos han perdido
hasta la simpática capacidad de pecar sin argumentar que el pecado no existe.
— Nadie desprecia tanto la
tontería de ayer como el tonto de hoy.
— Cada día espero menos
tropezar con quien no abrigue la certeza de saber cómo se curan los males del
mundo.
— El hombre común suele
tener personalidad en el trato cotidiano.
Pero el afán de expresarla
lo transforma en exponente de los tópicos de moda.
— La vulgaridad nace cuando
la autenticidad se pierde.
La autenticidad se pierde
cuando la buscamos.
— Los hombres son menos
iguales de lo que dicen y más de lo que piensan.
— El más interesante
capítulo de la sociología está por escribir: el que estudie las repercusiones
somáticas de los hechos sociales.
— El antropólogo actual,
bajo la mirada severa de los demócratas, trota rápidamente sobre las
diferencias étnicas como sobre ascuas.
— “Pureza”, “poesía”,
“autenticidad”, “dignidad”, son las voces claves del actual léxico técnico para
hablar de cualquier relato pornográfico.
— La actitud revolucionaria
de la juventud moderna es inequívoca prueba de aptitud para la carrera
administrativa.
Las revoluciones
son perfectas incubadoras de burócratas.
— Para democratizar al
cristianismo tienen que adulterar los textos, leyendo: igual donde dicen:
hermano.
— La vejez no arrincona al
hombre inteligente, sino le arrincona al mundo.
— ¿La tragedia de la
izquierda?
— Diagnosticar la
enfermedad correctamente, pero agravarla con su terapéutica.
— La excelencia técnica del
trabajo intelectual ha llegado a tal punto que las bibliotecas revientan de
libros que no podemos desdeñar, pero que no vale le pena leer.
— La vida es taller de
jerarquías.
Sólo la muerte es
demócrata.
— “Actividades culturales”
es expresión que no oímos en boca del que espontáneamente las ejerce, sino en
boca del que las practica por lucro o por prestigio.
— La propaganda cultural de
los últimos decenios (escolar, periodística, etc.) no ha educado al público,
meramente ha logrado, como tanto misionero, que los indígenas celebren sus
ceremonias clandestinamente.
— La tarea, ya secular, de
“democratizar la cultura” no ha conseguido que más gente admire, verbigracia, a
Shakespeare o a Racine, sino que más gente crea admirarlos.
— Nada dura,
ciertamente, y sólo cuentan instantes, pero el instante reserva su esplendor
para el que lo imagina eterno.
Sólo vale lo
efímero que parece inmortal.
— La auténtica inteligencia
ve espontáneamente aun el hecho más humilde de la vida cotidiana a la luz de la
idea más general.
— La interjección es el
tribunal supremo del arte.
— En épocas como ésta, el
que tenga orgullo no puede rebajarse a la “altura de los tiempos”.
— Para ridiculizar
lícitamente el espectáculo de las ambiciones ajenas, se requiere previamente
estrangular las nuestras.
— “Dignidad del hombre”,
“grandeza del hombre”, “derechos del hombre”, etc.; hemorragia verbal que la
simple visión matutina de nuestra cara en el espejo, al rasurarnos, debería restañar.
— Los problemas humanos no
son ni exactamente definibles, ni remotamente solubles.
El que espera que el
cristianismo los resuelva dejó de ser cristiano.
— Habiendo promulgado el
dogma de la inocencia original, la democracia concluye que el culpable del
crimen no es el asesino envidioso, sino la victima que despertó su envidia.
—
Este siglo
está resultando espectáculo interesante: no por lo que hace, sino por lo que
deshace.
El hombre moderno teme la capacidad de destrucción de la técnica, cuando
es su capacidad de construcción lo que lo amenaza.
— Cuando se extingue la
raza de egoístas absortos en su propio perfeccionamiento, nadie nos recuerda
que tenemos el deber de salvar nuestra inteligencia, aun después de perder la
esperanza de salvar el pellejo.
— Los náufragos perdonan
más fácilmente al piloto imprudente que hunde la “nave” que al pasajero
inteligente, que predice su deriva hacia el escollo.
— Hay vicios de arcángel
caído y vicios de simple plebe infernal.
— Cada individuo llama “cultura”
la suma de las cosas que mira con aburrición respetuosa.
— Clérigos
y periodistas han embadurnado de tanto sentimentalismo el vocablo “amor” que su
solo eco hiede.
— El hombre, hasta ayer, no
merecía que lo llamasen animal racional.
La definición fue inexacta
mientras inventaba, de preferencia actitudes religiosas y comportamientos
éticos, tareas estéticas y meditaciones filosóficas.
Hoy, en cambio, el hombre
se limita a ser animal racional, es decir: inventor de recetas prácticas al
servicio de su animalidad.
— Educar no consiste en
colaborar al libre desarrollo del individuo, sino en apelar a lo que todos
tienen de decente contra lo que todos tienen de perverso.
— Los verdaderos problemas
no tienen solución sino historia.
— Quienes piden que la
Iglesia se adapte al pensamiento moderno, acostumbran confundir la urgencia de
respetar ciertas reglas metodológicas con la obligación de adoptar un
repertorio de postulados imbéciles.
— El máximo pecado del
historiador está en ver una época cualquiera sólo como anticipación,
preparación o causa, de otra.
— Mutilamos obligaciones y
placeres cuando ignoramos que cada cosa trae consigo el criterio que la condena
o que la absuelve.
— El que meramente se
resigna a su suerte se siente frustrado por un destino sin sentido. El que
humildemente la acepta sabe que tan sólo no entiende el significado de la
divina decisión que lo concierne.
— El único escritor del
XVIII resucitado por la admiración de nuestros contemporáneos ha sido Sade.
Visitantes que de un
palacio no admiran sino las letrinas.
— Cuando el católico se
defiende mejor contra los vicios que contra la herejía, ya es poco el
cristianismo que queda en su cabeza.
— Visitar un museo o leer a
un clásico son, para las muchedumbres contemporáneas, simples comportamientos
éticos.
— Con frecuencia
descubrimos, al cabo de los años, que las soluciones deliberadas resultan más
intolerables que los problemas.
— La crítica “estéril”
logra a veces esas conversiones del alma que modifican substancialmente los
problemas.
La crítica “constructiva”
sólo multiplica catástrofes.
— Para aligerar la nave
cristiana, que zozobra en aguas modernas la teología liberal se desembarazó
ayer de la divinidad de Cristo, la teología radical se desembaraza hoy de la
existencia de Dios.
— El intelectual de
izquierda no ataca con intrepidez y arrogancia sino las ideas que cree muertas.
— Evidentemente en muchos
casos inventamos nuestras ideas, pero no somos los primeros, ni los únicos, en
inventarlas.
— Cualquiera tiene derecho
a ser estúpido, pero no a exigir que veneremos sus estupideces.
— El tráfago moderno no
dificulta creer en Dios, pero imposibilita sentirlo.
— La inteligencia se
robustece con los lugares comunes eternos. Y se debilita con los de su tiempo y
su sitio.
— De nada sirve al mediocre
emigrar a donde moran los grandes.
Todos llevamos nuestra
mediocridad a cuestas.
— Historia es lo que
reconstruye una imaginación capaz de pensar conciencias ajenas.
Lo demás es política.
— La distancia entre
jóvenes y viejos es hoy igual a la de siempre.
Hoy se habla de “abismo”
entre generaciones, porque el adulto actual se niega a envejecer y el joven,
con el irrespeto debido, le asegura que envejeció.
— Cupo a este siglo el
privilegio de inventar el pedantismo de la obscenidad.
— A medida que suben las
aguas de este siglo, los sentimientos delicados y nobles, los gustos
voluptuosos y finos, las ideas discretas y profundas, se refugian en unas pocas
almas señeras, como los sobrevivientes del diluvio sobre algunos picos
silenciosos.
— Gastamos una vida en
comprender lo que un extraño comprende de un vistazo: que somos tan
insignificantes como los demás.
— A fuerza de adaptarse a
la “mentalidad moderna”, el cristianismo se volvió una doctrina que no es
difícil acatar, ni es interesante hacerlo.
— Las revoluciones
latinoamericanas nunca han pretendido más que entregar el poder a algún Directoire.
— El cristianismo no es
doctrina para clase media.
Ni para clase media
económica. Ni para clase media intelectual. Carece, pues, de porvenir.
— Aquellos cuya gratitud
por el beneficio recibido se convierte en devoción a la persona que lo otorga,
en lugar de degenerar en el odio acostumbrado que todo benefactor despierta,
son aristócratas.
Aun cuando caminen en
harapos.
— El fervor del culto que
el demócrata rinde a la humanidad sólo es comparable a la frialdad con que
irrespeta al individuo.
El reaccionario desdeña al
hombre, sin encontrar individuo que desprecie.
— El verdadero crimen del
colonialismo fue la conversión en arrabales de Occidente de los grandes pueblos
asiáticos.
— Lo personal en el artista
no es la persona, sino su visión del mundo.
— Ser civilizado es poder
criticar aquello en que creemos sin dejar de creer en ello.
— Las
familias suelen ser células purulentas de estupidez y desdicha, porque una
necesidad irónica exige que el gobierno de tan elementales estructuras requiera
tanta inteligencia, astucia, diplomacia, como el de un estado.
— Las empresas políticas
mejor concertadas, así como las más sabias medidas económicas, sólo son albures
donde se acierta por chiripa.
El estadista engreído con
su acierto pretende que compró a sabiendas el billete ganador.
— Quien mira sin admirar ni
odiar, no ha visto.
— El historiador no se
instala en el pasado con el propósito de entender mejor el presente.
Lo que fuimos no le
interesa para indagar qué somos.
Lo que somos le interesa
para averiguar qué fuimos.
El pasado no es la meta
aparente del historiador, sino su meta real.
— La desintegración
creciente de la persona se mide comparando la expresión “aventura amorosa”, que
se estilaba en el XVIII, con la expresión ”experiencia sexual” que usa el siglo
XX.
— Con quien ignora
determinados libros no hay discusión posible.
— No existe individuo que,
al medirse desprevenidamente a sí mismo, no se descubra inferior a muchos,
superior a pocos, igual a ninguno.
— La vida religiosa
comienza cuando descubrimos que Dios no es postulado de la ética, sino la única
aventura en que vale la pena arriesgarnos.
— Llámase
socialista la economía que monta laboriosamente los mecanismos espontáneos del
capitalismo.
— Con el objeto de impedir
peligrosas concentraciones de poder económico en manos de unas pocas sociedades
anónimas, el socialismo propone que la totalidad del poder económico se confíe a una sociedad anónima señera llamada estado.
— El adversario de los
principios modernos no tiene aliados más leales que las consecuencias de esos
principios.
— Sería más fácil resolver
los problemas modernos, si, por ejemplo, cupiera sostener utópicamente que sólo
la avidez mercantil del fabricante multiplica los artículos plásticos, y no la
admiración idiota de los presuntos compradores.
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