domingo, 6 de enero de 2019

HOMBRE FEMENINO Y MUJER VIRIL (Daniel Cologne)


HOMBRE FEMENINO Y MUJER VIRIL

Daniel Cologne

(REBIS. Revolución sexual y Tradición nº 1)

Vamos a revivir los últimos instantes de SODOMA Y GOMORRA, la célebre obre teatral de Jean Giraudoux. El desenlace está próximo. La ira divina va a abatirse sobre la ciudad maldita. A la espera de las fuerzas celestes, los habitantes se dividen en dos grupos según el sexo. Cada grupo ocupa un lado de la escena:

Ruth.— Las serpientes. Estén llegando. Entrelazan nuestras piernas y nuestros corazones.
Jacques.— ¿Todas tenéis miedo?

Lia.— ¿Por qué todas? Aquí no somos más que una mujer la única mujer.

Jean.— Tanto peor para vosotras. Aquí somos miles de hombres, millones de hombres.

Estas réplicas no contradicen mes que en apariencia  los datos de la metafísica del sexo elaborada por Otto Weininger. Según el joven genio austriaco prematuramente desaparecido, el hombre y la mujer encarnan respectivamente los principios de unidad y diversidad Que componen una de les numerosas dualidades queridas del espíritu tradicional. De hecho, si el sexo masculino se caracteriza por la tensión hacia la unidad, es esencialmente en la medida en que el hombre posee el sentimiento agudizado de su individualidad existencial. Igualmente, si el sexo femenino tiene por rasgo principal "el abandono a la diversidad de lo sensible" (Weininger), es porque la mujer percibe su existencia ante todo bajo la forma de su pertenencia a la especie femenina.

Así cada sexo lleva en él ambos polos de le dualidad tradicional unidad-diversidad. Uno de estos polos es el objeto de la tensión metafísica en la medida precisa en que el otro es existencialmente sentido como una especie de nostalgia del contrario. Recuerdo de la "coincidentia oppositorum" de los orígenes, irreprensible búsqueda de la totalidad primordial.

A partir de la profundización de le metafísica del sexo, es pues posible cuestionar la interpretación estereotipada dada a grandes dualidades tradiciones (acción-contemplación, Norte-Sur, etc.) por comentaristas pervertidos por la abstracción. Al igualαl que el hombre no esté enteramente tendido hacia la unidad y la cualidad, así mismo la mujer no esté exclusivamente orientada hacia la dispersión en lo cuantitativo, y los individuos de élite llevan en sí, en grados diversos, al héroe y al asceta, a la "Luz del Norte" y a la "Luz del  Sur", al espartiata y al sudista, por recordar la bella imagen de Maurice Bardeche. A pesar de todas las connotaciones románticas hoy ligadas a la palabra "sueño", Drieu expresa una idea parecida cuando escribe: "Hay  una parte de sueña en todo hombre de acción y une parte de acción en todo soñador".

Volvamos al problema de los sexos para constatar que Julius Evola comprendió perfectamente la necesidad de superar le exégesis estética y exclusivista de las dualidades tradicionales. Cuando escribe que el hombre es "pasivamente activo" y le mujer "activamente pasiva”, no solo percibe con une agudeza inigualable le relación entre los sexos, sino que responde también de manera decisiva a todos los que, ignorando le dialéctica de los contrarios, glosan aún el dinamismo natural del hombre, y la pasividad originaria de le mujer.

El problema de las relaciones entre los sexos esté in disolublemente ligado a le reflexión sobre la decadencia de la sociedad liberal. Dos corrientes críticas se desarrollan actualmente, una nacida de los medios intelectuales de izquierda, el otro venido de una derecha desprovista de fundamentos tradicionales.

Le "derecha" no tradicional denuncie en la sociedad burguesa una tendencia creciente a le ginecocracia: invasión de las mujeres en sectores profesionales habitualmente reservados a los hombres, depreciación de las cualidades viriles, terrorismo intelectual de los movimientos feministas que claman contra el "fascismo masculino" (Kate Millet) , etc. Estas críticas no estén desprovistas de motivos, pero es necesario constatar la insuficiencia de principios y de le visión del mundo en nombre de le cual han sido formuladas. Le "derecha" no tradicional se refiere al papel natural de le mujer que sería el de madre, de esposa o de guardiana del hogar. Pero la mujer no es solo esto. En tanto su potencialidad de madre de familia está estrechamente relacionada con la "función productiva" inherente a toda sociedad, la puesta en marcha de sus cualidades de amante  -en el sentido superior y trascendental del término-, y no 'en la óptica degenerada de un hedonismo gozador hoy de moda- le permite ser y estar integrada en las funciones superiores "sacerdotal" y "guerrera". 

La mujer-amante es el "motor inmóvil" del héroe, despierta su deseo de superación. Tal es el sentido profundo del culto a la ''dame" en la caballería europea medieval. Pero una atracción sexual recíproca puede también producirse entre la "mujer absoluta" en sus aspectos de amante y el "hombre absoluto" bajo su forma ascética. Así, en el drama de Oscar Wilde, "Salomé", la protagonista es fascinada por Jokanan y desdeña el centurión que la ama perdidamente. El olvido de las virtualidades trascendentales del amor sexual falsea completamente el combate  de la Derecha" no tradicional contra la ginecocracia, pues ni el totalitarismo de la función productiva propia a le ideología burguesa ni el amoralismo hedonista del freudo-izquierdismo son fundamentos que se cuestionen.

La Izquierda denuncia por su parte la falocracia   en relación estrecha con la creencia en un matriarcado primitivo, la aplicación sistemática del dogma marxista de la lucha de clases y la generalización abusiva del materialismo histórico que constituye sin duda un buen insrumento de análisis de la sociedad del siglo XIX, pero que se demuestra inadaptada para la comprensión de las civilizaciones tradicionales y perimido habida cuenta de la nivelación económica de la sociedad actual. El  hombre está identificado al odioso burgués explotador, la mujer es confundida con el pobre proletario alienado Trabajadores inmigrados y mujeres explotadas, mismo combate. La lucha de los sexos es el reflejo superestructural de la división del trabajo que he hecho salir al género humano de la era paradisíaca de la ginecocracia y del comunismo originarios.

Se esté tentado de ver en la representación marxista de la edad de oro una simple inversión del mito tradicional. La nostalgia del paraíso, la tensión metafísica hacia este trasmundo concebido bajo su forma tradicional de unidad orgánica e integradora de los contrarios, el recuerdo luminoso de esta era ideal no puede presidir la edificación de una sociedad comunista y ginecocrática, sino que anima, por el contrario, le voluntad de una civilización donde el hombre y la mujer reencuentran la plenitud de su potencialidad respectiva, más allá de la ginecocracia decadente y de la falocracia superficial.

Pues coexisten hoy una ginecocracia y una falocracia, doble rostro de una decadencia que los unos y los otros no interpretan desgraciadamente más que en términos sociológicos. Desde un punto de vista tradicional, la ginecocracia reside a la vez en la importancia creciente del sentimiento de pertenencia a le especie humana - a pesar de todas las particularidades nacionales, raciales y étnicas- y en una disipación creciente sobre los planos intelectual y moral. Encontramos la dualidad unidad-diversidad tal como es pensada y vivida en principio por la mujer y en realidad en el contexto de nuestra civilización decadente, por la casi totalidad de la humanidad, comprendidos los hombres. En cuanto a la falocracia, se caracteriza por el rebajar la virilidad a los meros planos materiales del músculo y del sexo, mientras que les civilizaciones tradicionales exaltan, por el contrario el ideal de la virilidad espiritual y no contemplan el aspecto físico más que como revelador eventual del "sexo interior"(Evola). La decadencia contemporánea es el producto de dos fenómenos conjuntos la feminización de le espiritualidad y la materialización de la virilidad.

La restauración de la relación normal entre los sexos postula para la mujer un redescubrimiento de la dimensión trascendental del amor sexual. Pero para este, es preciso igualmente que el hombre reencuentre en la ascesis y la acción el gusto por le superación del  yo. Mientras dure la virilidad de escaparate, cobertura del feminismo del trabajo, no habrá para la mujer otra alternativa que la humildad doméstica y el gozo erótico exento de cualquier regla. Pero que nazca une nueva raza da ascetas y de héroes, y la mujer encontrará todo su significado, en el marco de una renovación aristocrática de la sociedad y de la civilización, bajo la Forma de une integración gloriosa y de una participación elitista. En este sentido, podemos concluir invirtiendo la famosa fórmula de Louis Aragon. Visto que las mayúsculas remiten, no a le idea igualitaria y decadente de una  especie masculina y femenina homogénea, sino  a, la idea tradicional y aristocrática de la "mujer absoluta" y  del "hombre absoluto" -le mujer y el hambre totales multidimensionales- entonces está permitido afirmar: el Hombre es el porvenir de la Mujer.

No hay comentarios: