HOMBRE FEMENINO Y MUJER VIRIL
Daniel Cologne
(REBIS. Revolución
sexual y Tradición nº 1)
Vamos a revivir los últimos instantes de SODOMA Y GOMORRA,
la célebre obre teatral de Jean Giraudoux. El desenlace está próximo. La ira
divina va a abatirse sobre la ciudad maldita. A la espera de las fuerzas
celestes, los habitantes se dividen en dos grupos según el sexo. Cada grupo
ocupa un lado de la escena:
Ruth.— Las serpientes. Estén llegando. Entrelazan nuestras
piernas y nuestros corazones.
Jacques.— ¿Todas tenéis miedo?
Lia.— ¿Por qué todas? Aquí no somos más que una mujer la
única mujer.
Jean.— Tanto peor para vosotras. Aquí somos miles de
hombres, millones de hombres.
Estas réplicas no contradicen mes que en apariencia los datos de la metafísica del sexo elaborada
por Otto Weininger. Según el joven genio austriaco prematuramente desaparecido,
el hombre y la mujer encarnan respectivamente los principios de unidad y
diversidad Que componen una de les numerosas dualidades queridas del espíritu
tradicional. De hecho, si el sexo masculino se caracteriza por la tensión hacia
la unidad, es esencialmente en la medida en que el hombre posee el sentimiento
agudizado de su individualidad existencial. Igualmente, si el sexo femenino
tiene por rasgo principal "el abandono a la diversidad de lo
sensible" (Weininger), es porque la mujer percibe su existencia ante todo
bajo la forma de su pertenencia a la especie femenina.
Así cada sexo lleva en él ambos polos de le dualidad tradicional
unidad-diversidad. Uno de estos polos es el objeto de la tensión metafísica en
la medida precisa en que el otro es existencialmente sentido como una especie
de nostalgia del contrario. Recuerdo de la "coincidentia oppositorum" de los orígenes, irreprensible
búsqueda de la totalidad primordial.
A partir de la profundización de le metafísica del sexo, es
pues posible cuestionar la interpretación estereotipada dada a grandes
dualidades tradiciones (acción-contemplación, Norte-Sur, etc.) por comentaristas
pervertidos por la abstracción. Al igualαl que el hombre no esté enteramente
tendido hacia la unidad y la cualidad, así mismo la mujer no esté
exclusivamente orientada hacia la dispersión en lo cuantitativo, y los
individuos de élite llevan en sí, en grados diversos, al héroe y al asceta, a
la "Luz del Norte" y a la "Luz del Sur", al espartiata y al sudista, por
recordar la bella imagen de Maurice Bardeche. A pesar de todas las
connotaciones románticas hoy ligadas a la palabra "sueño", Drieu
expresa una idea parecida cuando escribe: "Hay una parte de sueña en todo hombre de acción y
une parte de acción en todo soñador".
Volvamos al problema de los sexos para constatar que Julius Evola
comprendió perfectamente la necesidad de superar le exégesis estética y
exclusivista de las dualidades tradicionales. Cuando escribe que el hombre es "pasivamente
activo" y le mujer "activamente pasiva”, no solo percibe con une
agudeza inigualable le relación entre los sexos, sino que responde también de
manera decisiva a todos los que, ignorando le dialéctica de los contrarios,
glosan aún el dinamismo natural del hombre, y la pasividad originaria de le
mujer.
El problema de las relaciones entre los sexos esté in
disolublemente ligado a le reflexión sobre la decadencia de la sociedad
liberal. Dos corrientes críticas se desarrollan actualmente, una nacida de los
medios intelectuales de izquierda, el otro venido de una derecha desprovista de
fundamentos tradicionales.
Le "derecha" no tradicional denuncie en la
sociedad burguesa una tendencia creciente a le ginecocracia: invasión de las
mujeres en sectores profesionales habitualmente reservados a los hombres,
depreciación de las cualidades viriles, terrorismo intelectual de los
movimientos feministas que claman contra el "fascismo masculino"
(Kate Millet) , etc. Estas críticas no estén desprovistas de motivos, pero es necesario
constatar la insuficiencia de principios y de le visión del mundo en nombre de
le cual han sido formuladas. Le "derecha" no tradicional se refiere
al papel natural de le mujer que sería el de madre, de esposa o de guardiana
del hogar. Pero la mujer no es solo esto. En tanto su potencialidad de madre de
familia está estrechamente relacionada con la "función productiva"
inherente a toda sociedad, la puesta en marcha de sus cualidades de amante -en el sentido superior y trascendental del
término-, y no 'en la óptica degenerada de un hedonismo gozador hoy de moda- le
permite ser y estar integrada en las funciones superiores
"sacerdotal" y "guerrera".
La mujer-amante es el
"motor inmóvil" del héroe, despierta su deseo de superación. Tal es
el sentido profundo del culto a la ''dame" en la caballería europea
medieval. Pero una atracción sexual recíproca puede también producirse entre la
"mujer absoluta" en sus aspectos de amante y el "hombre
absoluto" bajo su forma ascética. Así, en el drama de Oscar Wilde,
"Salomé", la protagonista es fascinada por Jokanan y desdeña el
centurión que la ama perdidamente. El olvido de las virtualidades
trascendentales del amor sexual falsea completamente el combate de la Derecha" no tradicional contra la ginecocracia,
pues ni el totalitarismo de la función productiva propia a le ideología
burguesa ni el amoralismo hedonista del freudo-izquierdismo son fundamentos que
se cuestionen.
La Izquierda denuncia por su parte la falocracia en relación estrecha con la creencia en un
matriarcado primitivo, la aplicación sistemática del dogma marxista de la lucha
de clases y la generalización abusiva del materialismo histórico que constituye
sin duda un buen insrumento de análisis de la sociedad del siglo XIX, pero que
se demuestra inadaptada para la comprensión de las civilizaciones tradicionales
y perimido habida cuenta de la nivelación económica de la sociedad actual.
El hombre está identificado al odioso
burgués explotador, la mujer es confundida con el pobre proletario alienado
Trabajadores inmigrados y mujeres explotadas, mismo combate. La lucha de los
sexos es el reflejo superestructural de la división del trabajo que he hecho
salir al género humano de la era paradisíaca de la ginecocracia y del comunismo
originarios.
Se esté tentado de ver en la representación marxista de la
edad de oro una simple inversión del mito tradicional. La nostalgia del paraíso,
la tensión metafísica hacia este trasmundo concebido bajo su forma tradicional
de unidad orgánica e integradora de los contrarios, el recuerdo luminoso de
esta era ideal no puede presidir la edificación de una sociedad comunista y
ginecocrática, sino que anima, por el contrario, le voluntad de una
civilización donde el hombre y la mujer reencuentran la plenitud de su
potencialidad respectiva, más allá de la ginecocracia decadente y de la
falocracia superficial.
Pues coexisten hoy una ginecocracia y una falocracia, doble
rostro de una decadencia que los unos y los otros no interpretan
desgraciadamente más que en términos sociológicos. Desde un punto de vista
tradicional, la ginecocracia reside a la vez en la importancia creciente del
sentimiento de pertenencia a le especie humana - a pesar de todas las
particularidades nacionales, raciales y étnicas- y en una disipación creciente
sobre los planos intelectual y moral. Encontramos la dualidad unidad-diversidad
tal como es pensada y vivida en principio por la mujer y en realidad en el
contexto de nuestra civilización decadente, por la casi totalidad de la humanidad,
comprendidos los hombres. En cuanto a la falocracia, se caracteriza por el
rebajar la virilidad a los meros planos materiales del músculo y del sexo, mientras
que les civilizaciones tradicionales exaltan, por el contrario el ideal de la
virilidad espiritual y no contemplan el aspecto físico más que como revelador
eventual del "sexo interior"(Evola). La decadencia contemporánea es
el producto de dos fenómenos conjuntos la feminización de le espiritualidad
y la materialización de la virilidad.
La restauración de la relación normal entre los sexos postula
para la mujer un redescubrimiento de la dimensión trascendental del amor
sexual. Pero para este, es preciso igualmente que el hombre reencuentre en la ascesis
y la acción el gusto por le superación del yo. Mientras dure la virilidad de escaparate,
cobertura del feminismo del trabajo, no habrá para la mujer otra alternativa
que la humildad doméstica y el gozo erótico exento de cualquier regla. Pero que
nazca une nueva raza da ascetas y de héroes, y la mujer encontrará todo su
significado, en el marco de una renovación aristocrática de la sociedad y de la
civilización, bajo la Forma de une integración gloriosa y de una participación
elitista. En este sentido, podemos concluir invirtiendo la famosa fórmula de
Louis Aragon. Visto que las mayúsculas remiten, no a le idea igualitaria y
decadente de una especie masculina y
femenina homogénea, sino a, la idea
tradicional y aristocrática de la "mujer absoluta" y del "hombre absoluto" -le mujer y el
hambre totales multidimensionales- entonces está permitido afirmar: el Hombre
es el porvenir de la Mujer.
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