jueves, 10 de enero de 2019

El demonio ( Taïsen Deshimaru)


El demonio

Taïsen Deshimaru

(La práctica de la concentración, Teorema S.A. Barcelona 1982)

El mito del demonio es universal. El demonio ocupa las profundidades del mundo subterráneo. Simboliza las fuerzas profundidades del mundo subterráneo. Simboliza las fuerzas instintivas que brotan del subconsciente y, por la fuerza de su poder, puede ser parecido a los dioses. Encarna todas las
fuerzas que turban, ensombrecen, debilitan la conciencia y la hace regresar hacia lo indeterminado y lo ambivalente. Es el tentador así como el verdugo, aquí se sitúa su ambivalencia. Es tan necesario como nefasto y destructor. Aliena al que permanece sumiso a él (aquel que es juguete de las fuerzas
ocultas del subconsciente), pero sin él, sin instinto, no se puede esperar ninguna expansión del alma. Es la condición necesaria para la superación humana.

Es en esta ambivalencia que el Zen toma la noción de demonio. El demonio es identificado a los bonos a los deseos, a lo ilusorio. Es una enfermedad intrínseca del ego –y del egoísmo—, del apego, sea cual sea, sea apego al Buda o la verdad. Es la encarnación de la búsqueda ávida, de los proyectos fomentados secretamente, del cálculo. Es de naturaleza a inestable, lunática y versátil, bien esta alegre, bien esta encolerizado. Ya que el espíritu de demonio oscila siempre entre los polos del placer y del dolor, de la satisfacción y del
descontento, de la búsqueda y de la huida. Es definido por el término ushotoku, es decir, el espíritu del deseo que busca la obtención de un aspecto de la existencia del mundo fenomenal. Su opuesto es mushotoku, la no-búsqueda de la obtención, el espíritu libre de todo apego, de todo deseo. Este es el
espíritu que comprende la impermanencia y la inestabilidad de todas las formas fenomenales, que comprende que intrínsecamente todo es ku y que por lο tanto no hay nada que obtener. Si el espíritu del deseo es lamentable en sí cuando se trata de la vida y del mundo, se vuelve deplorable cuando
se trata de la religión. ¡Numerosas religiones se equivocan en esto!

En efecto, es corriente encontrar en el espíritu de los creyentes o de los adeptos a una religión una fuerte tendencia a la esperanza de obtener algo, una recompensa, tendencia que se funda en una práctica egoísta, puesto que incita a la compensación, a la recompensa y manifiesta pues una gran falta.
Esta falta es la no comprensión del ku universal, infinito, sin límites. La verdadera actitud religiosa, una vez rotas todas las barreras discriminativas, dualistas, es decir todos los límites del ego, consiste en ser esta universalidad, en llegar a ser ilimitado.

Tener una meta en la práctica, o simplemente tener la mas ínfima esperanza de un mérito, sitúa inmediatamente la actitud religiosa en las antípodas de lo que debería ser: totalmente desinteresada, con abandono del cuerpo y del espíritu, que es el estado puro de concentración donde se efectúa la abstracción de todo pensamiento, de todo sentimiento, de todo prejuicio y de toda sensación; estado que solo puede nacer de la postura justa y desinteresada a la que nos introduce shikantaza.

La perfecta serenidad del espíritu, sin movimiento, ni en el espacio ni en el tiempo, emana de la perfecta serenidad del cuerpo, instalado en la inmovilidad. Esto significa volver a encontrar el estado original puro de nuestro espíritu que trasciende cualquier dimensión y no puede ser encerrado en nada. Es por eso que es calificada con el término que califica lo incalificable: fukatoku, lo que no puede ser atrapado ni por el espíritu ni por el cuerpo, ni por el pensamiento, ni por el acto ni por la palabra.

Cuando el viento sopla hacía el oeste, la nube es empujada hacía el oeste. El espíritu es parecido a la nube que se deja dirigir por el viento de los bonnos, por el viento del karma. Desde su nacimiento hasta su muerte, vaga a capricho del viento, a capricho del demonio.

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