martes, 30 de octubre de 2018

PROGRESISMO Y EVOLUCIONISMO

PROGRESISMO Y EVOLUCIONISMO


Entender la historia de la humanidad desde un perfil progresista que proclamaría la superioridad de la modernidad occidental, como correlato y eco en el hombre de la evolución natural, es uno de los tópicos recurrentes que enuncia la mentalidad ilustrada. Desde tal mentalidad lo previo a este periodo axial de la humanidad no sería sino oscurantismo y burda pre-racionalidad en la que, a lo sumo, podríamos ver ciertos trazos de racionalidad entreverados de esas supersticiones que la Era de las Luces habría venido a superar y a depurar. El hecho de que la evolución natural corroborara científicamente una evolución lineal hacia formas crecientes de complejidad cada vez más evolucionadas en realidad sólo vendría a dar sanción científica a aquello que la Ilustración y el siglo XIX tuvieron como obviedad, a saber, el progreso incondicionado de los tiempos más allá los diversos frenazos o retrocesos que pudiéramos detectar. De esa manera el tiempo y la historia se configurarían como si de una línea se tratara respondiendo el progreso al preferible adelanto sobre esa línea. Así las cosas no son de extrañar los diversos sarampiones a la hora de ajustar disciplinas tales como la antropología, la política o la historia a un evolucionismo, a través de simplones y generalizadores estadíos evolutivos, que evidentemente siempre legitiman a aquel que respecto de terceros los pregona. Así regímenes políticos, modos de pensar, estrategias de dominación colonial, modelos de vida o culturas enteras serán denigradas, apuntaladas o justificadas, a priori, desde su posición en una determinada escala evolutiva que desplazará toda reflexión racional sobre las complejidades y matices de cada sociedad y cultura en cuestión.
La traslación de modelos evolucionistas propios de la historia natural a las disciplinas ya mencionadas fue pasto común en el siglo XIX. Tales pretensiones fueron diluyéndose poco a poco a lo largo de la primera mitad del siglo XX, excepto en USA, donde han pervivido a lo largo del siglo XX y en plena crisis de los tópicos ilustrados(piénsese en la intensa recepción en USA del pensamiento de Herbert Spencer y las antropologías racistas del supremacismo blanco) para llegar incluso hasta nuestros días(me refiero el neo-espiritualismo Ken Wilber).
La gran trampa de intentar ordenar desde la ciencia, en este caso desde la biología evolucionista y la historia natural, disciplinas como la antropología, la psicología, la política o la historia, responde a una burda confusión metodológica y al intento de liquidar la reflexión racional en las ciencias, como si estas fueran capaces de dar cuenta de la totalidad de lo Real y de ordenar la especulación filosófica en su totalidad(cuando se limitan exclusivamente  a lo empírico-positivo). Con todo, y siendo muy conscientes de que una cosa es pensar desde la ciencia(algo completamente legítimo) y otra muy diferente hacer ciencia, ¿qué nos dice el evolucionismo sobre el sentido del tiempo?


DARWINISMO Y PROGRESO

          Si nos adentramos en la historia del evolucionismo lo veremos nacer en el siglo XVIII y tomar forma definitiva a principios del XIX. El abuelo de Charles Darwin, Erasmus Darwin, será uno de los paladines de un evolucionismo que con bastante poco éxito intentaba ser reconocido en los entornos de las nacientes ciencias modernas. Su obra, escrita en verso, expresaba antes que una teoría científica una filosofía del progreso en la que el evolucionismo encajaba como un elemento más en su concepción del mundo[i]. Ni se probaban las hipótesis desde inducciones cuidadosamente registradas ni se podía prever absolutamente nada desde las mismas. En realidad todo se quedaba en una reflexión estético-filosófica, exclusivamente deductiva, sobre la historia natural. Erasmus Darwin simplemente proyectaba de manera elegante la hipótesis de que el movimiento evolutivo, que desde su mentalidad no era sino un a priori intelectual casi de índole perceptivo, recreaba la “mitología” ilustrada del progreso. La crisis de un creacionismo basado en lecturas literalistas de la Biblia, por cierto mucho más proclives en ambientes protestantes que en católicos[ii], era algo inevitable dados los indicios que apuntaban los primeros registros fósiles. Esto no supuso sólo el descubrimiento de que la naturaleza estaba en permanente transformación, algo que en absoluto es una contribución del pensamiento moderno, sino que además supuso la proyección sobre tal estado de cambio de los tópicos culturales del momento y en especial del mito del progreso lineal, mito(evidentemente estoy usando la palabra mito en el limitado sentido, exclusivamente pre-racional, que le otorgan sus críticos) que a la postre no responderá sino a la secularización del mesianismo judeo-cristiano de la mano de la consideración de la Ilustración como tiempo mesiánico por excelencia capaz de dividir la historia en dos e inagurar la Era de las Luces.
Charles Darwin y la primera generación de evolucionistas dieron rango de cientificidad a toda esta amalgama. De unas pocas formas de vida, sencillas y arcaicas, se iba evolucionando lineal y gradualmente a formas de vida cada vez más numerosas y complejas. El incremento de la complejidad y la biodiversidad, expresado en las ramificaciones cada vez más variadas de un supuesto tronco que se iba diversificando crecientemente, expresaría una tendencia inherente al tiempo hacia la complejidad y hacia una mayor eficiencia adaptatoria servida por la selección natural. Para Darwin tal tendencia progresiva hacia la complejidad encontrará en la selección natural y la supervivencia de los más fuertes su auténtico motor. A este respecto no es casual que el propio Darwin se limitara a la hora de interpretar los datos que cotejaba a reproducir el discurso de la naciente burguesía anglosajona y su perfil puritano. No en vano no sólo le eran ideas afines sino que representaban, ni más ni menos, la textura de su mentalidad y la de su época.
El gran problema de toda esta teoría era que parecía oponerse a la segunda ley de la termodinámica que indicaba la tendencia hacia la muerte térmica de todo fenómeno físico. Esta ley, que tanto parece disgustar al evolucionista y neo-espiritualista californiano Ken Wilber, en realidad sólo expresaba en los términos propios de la Física eso que los budistas llaman el principio de impermanencia.
La recepción del evolucionismo dentro del panorama científico fue mas difícil de lo que suele suponerse ya que lo deductivo y lo hipotético era muy importante en su propuesta, y por eso mismo le era muy difícil cumplir con los criterios epistémicos corrientes que se exigen a la ciencia, a saber, capacidad para hacer previsiones y fundamentación en la observación y la experimentación. La crisis del positivismo y de la presunción de objetividad en el conocimiento científico radicalizó todavía más los problemas de reconocimiento del evolucionismo ya que si algo era susceptible de ser atacado por mediatizar cultural e ideologicamente los datos tenidos en cuenta y las conclusiones propuestas era precisamente el evolucionismo. Con todo este iba cobrando una textura verdaderamente científica y un merecido reconocimiento, especialmente desde su maridaje con la genética y el mendelismo. Así las cosas la historia del evolucionismo en el siglo XX estará muy marcada por la necesidad de emancipación respecto de toda proyección cultural y con el cumplimiento con los criterios epistémicos de las ciencias modernas. Consideremos que lo que esta en juego es el propio prestigio científico del evolucionismo.
El resultado de todo lo dicho supuso el progresivo divorcio entre los metarelatos[iii] progresistas y la praxis científica evolucionista, cuando no directamente la crítica abierta de ese progresismo. Ejemplo de lo dicho son Theodosius Dobzhansky y Stepen Jay Gould. El primero, filosóficamente afecto a Chardin, desgajaba cuidadosamente su trabajo, como científico evolucionista que pretendía ajustarse a los criterios epistémicos de la ciencia, de lo que era su posición filosófica respecto de su condición de científico. El segundo dedicará su obra a mostrar como la evolución, desde lo que expresan los registros fósiles, se mueve a través de equilibrios estables desde los que se avanza en momentos excepcionales a grandes saltos y a gran velocidad. Gould también será el gran crítico de la proyección de los ideologemas progresistas sobre el evolucionismo reclamando su mayoría científica de edad respecto de las proyecciones ideologicas. Este autor en obras como “La vida maravillosa” y “La grandeza de la vida” mostrará cómo tal evolución hacia la complejidad y la exhuberancia de la vida es contradicha clamorosamente por los registros fósiles haciendo depender estas lecturas  de exclusivas proyecciones interpretativas. Gould aportará datos tan sumamente reveladores como la mayor biodiversidad del periodo Cámbrico por lo que a grupos de especies vivas se refiere respecto de la actualidad, criticando con dureza el ideologema de la diversificación creciente y el desarrollo arborescente hacia una diversidad cada vez mayor y crecientemente compleja(imaginemos un tronco del que se van diferenciando cada vez más ramas) en la que el extremo de cada rama evolutiva responde teleologicamente e integra  y culmina todo el esfuerzo evolutivo previo. En este sentido son muchos los científicos que alertan sobre cómo el tópico del progreso mediatiza la teoría científica de la evolución. El eje del debate se centra pues en lo que de cientificidad, o de mera proyección cultural, pudiera tener una evolución hacia una complejidad creciente cada vez mejor adaptada y más exuberante en sus manifestaciones. De  lo dicho se deduciría más complejidad, más exito adaptativo y más biodiversidad según avanzáramos a lo largo de la línea evolutiva. Por lo que se refiere a lo primero la complejidad en el ADN de una ameba no es muy diferente a la del hombre con la que al parecer compartimos mucha más información genética de la que se suponía. Por lo que se refiere al éxito adaptativo son los organismos unicelulares del precámbrico y las algas son los más exitosos.
En palabras de Gould “la historia de la vida es una narración de eliminación masiva seguida de diferenciación en el interior de unos cuantos stocks supervivientes, no el relato convencional de un aumento constante de excelencia, complejidad y diversidad[iv]”. Para Gould factores extrabiológicos que tienen mucho que ver con el mero azar y las catástrofes(cambios rápidos del entorno)[v] son los que tienen que ver con la evolución ya que de por si la biosfera tiende a evolucionar poco al tender a estabilizarse en puntos de equilibrio. No habría pues desde su punto de vista sentido innato alguno en la exclusiva progresión de un tiempo lineal hacia modos de complejidad crecientes.
Las tesis de Gould son tremendamente sugerentes ya que nos llevan a la más absoluta conciliación de la biología evolucionista con la segunda ley de la termodinámica. Grandes explosiones de vida encontrarían en el acoso del tiempo y la adversidad el desarrollo de su ciclo vital y de sus posibilidades. A tal ciclo creativo, que expresaría unas determinadas posibilidades predefinidas en un marco dado, le sucederian nuevos ciclos creativos. Tal y como entendió el premio Nobel Ylia Prigogine la segunda ley de la termodinámica desde el propio caos y sus “leyes”, lejos de amenazar la evolución, expresaría la tremenda potencia creadora de la naturaleza y su permanente capacidad de renovación. De lo dicho sólo cabrá reconsiderar el viejo concepto helénico de Physis o el latino de natura naturans, para los que la naturaleza, integrando tanto lo mineral, lo vegetal y lo físico e incorporará, desde sí, una infinita capacidad creativa. Se hará evidente pues que la naturaleza lejos de quedar estratificada en lo mineral, lo vegetal y lo animal es un todo integrado con una innata capacidad creadora. De ahí la pujanza de la llamada hipótesis Gaia(Gea) que considera al planeta como un vasto organismo vivo que expresa la vida(más allá de las contradicciones inherentes a la propia Gaia que en realidad vendrían a expresar sus dinamismos de su funcionamiento integrado). El giro es pues copernicano respecto del darwinismo y su esforzado desarrollo de la vida vegetal y animal, a través de una espartana selección natural y en clara confrontación con un medio hostil. Pareciera que a poco que escarbemos en los entresijos del evolucionismo darwinista surgieran por doquier tópicos ilustrados, en este caso el de separación hombre-naturaleza y la consideración de ésta como un exclusivo objeto de dominio con la que se está condenado a colisionar...
Se hace evidente que dada la deriva del evolucionismo en el siglo XX cabría cuestionar muchas de las cosas que dan por sentadas esos teóricos, que no científicos, gustosos de proyectar los postulados del evolucionismo a otros ámbitos tales como la antropología, la historia, la política, la psicología e incluso la espiritualidad. Especialmente lo referido a una evolución en el tiempo desde lo más elemental y arcaico hacia formas y modos crecientes de complejidad y desarrollo evolutivo. Con todo los hay que todavía siguen erre que erre aferrados  a tales creencias decimonónicas jugando a dar ribetes de cientificidad a su culto progresista y haciendo culminar la evolución, por ejemplo, en la libertad y moralidad humana(Dennett), en una espiritualidad depurada por la razón(Wilber, Chardin) o en el modelo político de las democracias capitalistas de estado de bienestar(Wilber). Intensos modos de fe de la mano de oscuros e titánicos intereses. 



[i] Por lo que se refiere a la historia del evolucionismo resulta de gran interés el libro “El misterio de los misterios” del evolucionista y popperiano Michael Ruse.
[ii] Sobre este tema habría que matizar que el catolicismo configuro su ortodoxia a partir de la dimensión simbólica(anagógica) y espiritual de los textos evangélicos, capaz de transcender toda interpretación literalista como también la mera dimensión histórica del texto. De ahí la menor preocupación que el evolucionismo darwinista despertó en ambientes católicos. Por lo demás el no-movimiento de la naturaleza en ambientes católicos venía más de la mano de la influencia de la teología aristotélico-tomista que apostaba por la eternidad del mundo y la consideración de la naturaleza como mera creación inerte de Dios sin esa capacidad de regeneración y creatividad ya aludida.
[iii] Entiendo como meta-relato la reflexión deductiva y teórica, filosófica en cualquier caso, que se infiere respecto de una serie de contenidos y datos con el fin de asentar desde los mismos un determinado sistema. El problema es que tales intentos sistemáticos, con la finalidad de legitimarse, se dediquen a redondear aquello de lo que tratan con el fin de ajustarlo y hacerlo encajar en el sistema propuesto. Tal será la gran laguna de esta forma de pensar, ideocrática y decimonónica. Desconfiar de estas pulsiones sistematizadoras con pretensiones de universalidad lejos de abocar a relativismo alguno sólo supone hacer consciente el carácter simbólico del lenguaje en tanto representación que indica lo real para contextos específicos. 
[iv] Stephen Jay Gould. La vida maravillosa. Ed. Critica, pg 20.
[v] Es decir, con la integración sistémica de biosfera y fisiosfera en un mismo nivel cualitativo de ser.

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