martes, 16 de octubre de 2018

LA OBRA DE CRISTO (Nikos Vardhikas)


VIII

LA OBRA DE CRISTO

(Nikos Vardhikas, Le Graal Roman, cap VIII)


Dios es el principio supra-humano de toda vida. Él es absolutamente incognoscible, excepto en sus energías, y el hombre no puede asimilárselo en cuanto a la esencia, sino sólo por participación en estas energías, un poco como no se puede conocer el sol más que como luz y calor, que son entonces sus energías pero no su esencia (helio, hidrógeno y estado de fusión nuclear). Según el cristianismo, Dios es conocible a través del Espíritu que la misión de Jesús hizo transmisible. Este Espíritu es

la fuerza de resurrección y la energía de la inmortalidad

según San Gregorio Palamas, es decir, lo que el hombre perdió a la salida del Edén, pero que  poseía en el origen. Este origen es horizontal y vertical: temporal y ontológico. Para encontrarlo, tendríamos que hacer los últimos como los primeros (tiempos) y lo de fuera  (existencia corporal separada) como lo de dentro (la parte más profunda del hombre, que lo abandona, por la vía natural, a su muerte). Esta

gracia deificante perpetuamente producida por el Padre

(St G. Palamas) no puede ser transmitido, ni siquiera por un hombre piadoso o ascético o purificado, incluso por un elegido a quien Dios se reveló a sí mismo; Elías no ha podido  transmitir a Eliseo más que una parte  doble de su espíritu; se trató ahí de una especie de metempsicosis parcial y voluntaria del maestro, y por lo tanto de un  sacrificio, una concepción a la que los caminos naturales, incluso iniciático, no puede escapar. Esto no es, de acuerdo con el Padre, la obra de Cristo. Preguntémonos primero: ¿por qué y con qué propósito, ha venido Cristo al seno del Judaísmo, hace dos mil años? ¿En qué se diferencia su camino del Judaísmo? ¿Por qué una vía cristiana?

- No es a causa de los milagros. Ya en el Antiguo Testamento, Enoc había caminado con Dios y desaparecido sin dejar un cadáver. Elías el Tesbita había resucitado de entre los muertos al hijo de una viuda en Zarepta y fue llevado al cielo en un carruaje de fuego, sin dejar atrás ninguna reliquia que no sea su manto, como señal de la investidura de Eliseo. Después de Jesús, Mansur al-Hallaj era la Verdad y fue, por haberlo dicho públicamente, crucificado. Todos estos, y otros, no son no fundadores de vías distintas, ni iniciáticas ni adoratrices simples. Jesús, sin embargo, que resucitó también un hombre muerto, fue proclamado hijo de Dios, crucificado y no dejó ninguna reliquia, durante su  rapto en el Cielo, fundó un camino distinto, y esto sin verdadera obra profética legislativa.
- Ni es el hecho de que él ascendió al Cielo, ni la ausencia de reliquias. Hasta entonces, todo lo que esto nos dice es que se trata, en su caso, de un hijo de Dios, que se le considera como un hombre deificado (jivan-mukta) o como un descenso divino (avatar o hulul), no cambia el hecho de que, desde el momento que comenzó su ministerio (la única fase de su vida, que el Evangelio de Juan nos cuenta, sin Anunciación ni Natividad) él era, en efecto, más que simplemente humano. Pero esto no es suficiente para hay una vía Crística, que aporte  a los hombres otra cosa que no sea un culto judío ligeramente menos ritualista y formalista.
- Ni son las palabras de Jesús las que pueden constituir la base de una nueva vía: ellas se
resume en el mandamiento del amor (que no se manada), y, los mismos evangelios, no se consideran como las ipsisima verba de Dios, como lo son los versos del Corán. No  dudamos que , en caso contrario, habrían sido acogidas con cuidado en la lengua original con ne varietor. Sin embargo, nosotros las tenemos en griego en las colecciones canónicas, en cuatro versiones diferentes (incluso si tres están cerca una de otra)  y en una colección no canónica, que no comporta más que ellas, en la traducción copta de un original griego perdido [El Evangelio de Tomás = del gemelo].
No, lo único que justifica la existencia de una vía Crística es el hecho de que Yeschua el Consagrado cumple una obra de sacrificio que, de hecho, trajo algo inimaginable, hasta entonces. Pero este sacrificio no es el que se cree, aunque está emparentado con él: no se trata de la muerte en la cruz como tal, vista por San Anselmo como la satisfacción de la justicia divina y castigo del Pecado Original [visión violentamente rechazada por las iglesias orientales]; es que Jesús aportó a los Apóstoles el Espíritu de Dios, ahora hecho invocable, consolador y asistente (Paráclito). Este Espíritu, durante su ministerio, permaneció sobre él, como sobre todos los Sabios, Profetas, Santos y Realizados; pero Jesús mismo no podía transmitirlo, mientras permaneciera encarnado. Sin este Espíritu, ninguna perfección espiritual es concebible, ya que entonces falta la fuerza atractiva del cielo.

Es en la transmisión, operación, activación y la adquisición de este Espíritu en lo que consiste en el camino Crístico. Sí, Jesús dio su vida, pero no sólo la vida humana; él también dio su principio de vida divina.

LA IDENTIDAD DEL REVELADOR

El Prólogo del Evangelio de San Juan establece, a través de su bereshit (en arkehai), un vínculo con el Génesis. Este vínculo se mantiene a lo largo de todo el proceso de la doctrina expuesta por Juan. Antes de que identifiquemos otras conclusiones, presentamos el Prólogo, despojado de sus referencias a Juan el Bautista (traducción a partir del griego):

En el principio, cuando Dios creó el mundo, la Plabra ya existía; ella estaba al lado de Dios, ella era Dios. Ella estaba pues con Dios en el comienzo. Todas las cosas advinieron a través de ella; nada de lo que advino advino sin ella.
En ella estaba la vida, y esa vida era lo que los hombres llaman luz. La luz brilla en la obscuridad y la oscuridad [nunca] la ha dominado. Esta luz era la verdadera, la que, cuando viene al mundo, es vista por todos. La Palabra estaba en el mundo; el mundo había sido hecho a través de ella, pero no la reconoció. Ella vino a ella, pero su gente no la recibió. Sin embargo, unos pocos la han recibido; a ellos les dio el poder de convertirse en hijos de Dios. Estos [ahora] nacieron de Dios, no de sangre o carne, o deseo humano.
La Palabra se convirtió en un ser humano y levantó su tienda en nosotros, pleno de dones y conocimiento [verdad]. Hemos visto su gloria, luz [cf. s. 60:1-2], como la de un Hijo unigénito del Padre.... Todos recibimos de su desbordamiento, una bendición tras bendición. La Ley fue dada por medio de Moisés; el don y el conocimiento [la verdad] nos llegó a través de Jesucristo. Nadie ha visto nunca a Dios; el Hijo unigénito que habita en el seno del Padre, lo ha llevado a nosotros....

En el Génesis, la Creación es pensada ante todo como siendo la del Cielo y la Tierra. Sin embargo, es a partir del segundo día que el firmamento fue creado, y a partir del cuarto que Dios creó de los cuerpos. El primer día se distingue de los demás por ser llamado Día Uno y no Primer Día, en el texto hebreo tanto como en el griego (Septuaginta) y el latín (Vulgata). Antes de que existiera este día, el espíritu (o el aliento, o el viento) de Dios preexistió, planeando en las aguas, en la Oscuridad original. Es en el momento en que Dios habla que la Creación comienza: por la luz. Esta luz no es la luz visible: Dios separó la luz (Que llamó día) de las tinieblas (a las que él llamó noche) el día Uno. Pero fue sólo en el Cuarto Día que creó las luminarias del cielo, para separar el día de la noche y (otra vez, pero una muesca abajo) para separar la luz de las tinieblas. Es en este sentido que San Juan habla de la luz verdadera, que ilumina a cada hombre cuando ella viene al mundo. La luz o el  conocimiento que un hombre puede tener tiene como origen la luz no-manifestada, la que fue la primera obra de Dios por la Palabra y que es lo que hace que esta Palabra viva (y no existentes, solamente). Esto ya contiene en germen  la noción de la Trinidad Cristiana. La creación a través de la Palabra es solamente la creación visible: la separación establecida por el Cielo entre la luz primordial y la luz intermitente del mundo lo prueba. Más allá de este cielo, todavía están las aguas superiores, el espíritu y la luz. Los elementos terrestres: el aire, mares, tierra y luces existen, bajo forma primordial más allá del cielo terrestre. La tierra no es, por otra parte hecha por Dios; sólo está llamada a verse o aparecer (1) de entre las aguas inferiores.

La Luz, de la misma manera, sólo está llamada a aparecer; todas las demás creaciones, Dios las llama a la existencia, a través de la Palabra, entonces las hizo (2). Hasta el cuarto día, es Él quien las llama, también; esto será después la tarea (o el privilegio) del hombre. Este giro vale para: Cielo (D 2), las luminarias (D 4), los animales acuáticos y voladores (D 5), animales terrestres (D 6). Pero no para la Luz, ni para la tierra y sus plantas.

El hecho de que el latín turn factum est no es lo suficientemente distinto del acto que sigue: fecit, para aclarar esta idea; al contrario, cuando la idea de devenir, aparecer o adviene es traducida por fue hecho, pueden producirse malentendidos: y Verbum caro factum est - ¿se trata de un Verbo encarnado enteramente creado?

El resumen, por lo tanto, de toda la Manifestación es la aparición de la Luz, primer acto de la Palabra. Sólo el hombre es animado por el soplo de Dios:

El Señor Dios formó al hombre del polvo tomado de la tierra y él sopló en su cara un aliento de vida, y el hombre vino a ser un alma viviente.(3)

La identificación de la Palabra con el conocimiento no tiene ninguna dificultad, ya  la sabiduría judía había hablado de la Sabiduría en los mismos términos que San Juan del Logos (excepto que la Sabiduría es una criatura):

El Señor me creó desde el principio de sus vías a sus obras, antes del siglo Él me fundó al principio antes de hacer la tierra y antes de hacer el abismo, antes que las fuentes de la las aguas salieran, antes de que las montañas se asienten, me generó antes de las montañas.....
Cuando Él preparaba el cielo, yo estaba presente a su lado y cuando delimitó su trono a los vientos, cuando fortificó

1 Septuaginta: οphthêtο, ophthê; Vulgate: appareat; Rabbinat: aparece.
2 Septuaginta: egéneto hοutôs. kai epoiêsen ho Theós....
Vulgata: factum est ita. Deus Fecitque...... Rabinato: y esto se cumplió. Dios hizo....
3 Gn 2:7, Septuaginta

las nubes de lo alto y como Él puso las fuentes seguras de lo que está bajo el cielo y fortaleció los cimientos de la tierra yo estaba en estas orillas, reuniendo; fue conmigo que expresó su alegría.
Todos los días me regocijaba en Su rostro, en todo momento cuando Él se regocijó por haber cumplido lo habitado y se regocijó en los hijos de los hombres (1).

La diferencia con el Prólogo de Juan es que el Logos (palabra que, sólo en griego, puede ya significar tanto Palabra como La Sabiduría) no sólo está presente con Dios antes de la  Creación, sino que es viviente: una expresión de Dios tanto como el Soplo, sin embargo, no aparece más que en el momento de la Creación: en este sentido, nace de Dios, sin ser una criatura, sino una manifestación de Su voluntad y pensamiento, el Soplo estando allí desde siempre.

Cuando la Palabra se encarna, no puede ser más que como luz; hay ahí una analogía con el Sol y su fuente no-sensible y esto apunta al tercer significado de la palabra Logos: causa. Filón de Alejandría ya había comprendido la importancia de la noción del Logos como el poder creador de Dios; pero no tenía la de una Encarnación de este Logos. Es evidente que la doctrina cristiana no habla de una encarnación de Dios-el- Padre, y aquellos que han hablado de ello (por ejemplo los Patripasianistas (2)) han sido excomulgados como herejes.

Si hubo una Encarnación, fue para hacer accesible este don que llamamos, con un término vago, gracia. San juan admite, antes de la Encarnación, la posibilidad de filiación divina; hubo, antes de Cristo, hijos de Dios, de los que uno fue precisamente Salomón, a quien se tribuye los Proverbios. El hijo de Dios es

1 Prov. 8, 22-31. Aquí está la traducción de la Biblia en el actual francés (entre paréntesis las diferencias en la traducción del Rabinato, u otras versiones señaladas):
El Señor me creó (o adquirió) hace mucho tiempo (al principio de su acción)como la primera de sus obras, antes que todas las demás (desde el principio de las cosas). He sido establecido desde el principio de los tiempos, incluso antes de que el mundo existiera.... Yo estaba allí cuando puso  los cielos.....durante este tiempo, yo feo como un arquitecto (entonces yo estaba a su lado, hábil obrero) desde entonces, mi alegría es estar en medio de los hombres (haciendo mis delicias de los hijos de los hombres).
2 Monofisita, sosteniendo que el Padre sufrió en la Cruz

su Logos; Cristo es el Hijo en la medida en que es el Logos- pero también es el hijo del hombre.
Que la Palabra pueda encarnarse sólo significa solamente que el conocimiento de Dios (siendo el conocimiento identidad ontológica) es posible hasta el límite que constituye la Palabra misma, lo que la separa de lo no-manifestado. Esto fue de hecho posible antes de Jesús, en todos aquellos que, a través de la Sabiduría o la Santidad  por su propia calificación y esfuerzo o por elección divina fueron hijos de Dios. Solamente que no todos pueden dar el Espíritu, el que habla a través de ellos y les manifiesta la Palabra; por otro lado, esto es siempre una excepción, no hay nada previsto para este efecto; así los hijos de Dios están dispersos, mientras que Cristo quiere reunirlos.

LA IDENTIDAD DEL INICIADOR

Entre las dos hipóstasis de Dios manifestadas antes de la Creación, sólo la Palabra,  instrumento de esta, puede encarnarse; esto es normal, ya que sólo ésta toma parte. El Soplo no nace de Dios, sino que procede de él o emana de él; en otras palabras, no es relativo a la intención creativa  de Dios, sino un atributo permanente. No toma ninguna otra forma, en  la manifestación informal o formal, inteligible o sensible (como lo hace la Palabra, por otro lado, la cual, tan pronto como es emitida, es Luz). En este sentido, no procede en modo alguno del Hijo; por el contrario, necesariamente coopera en su Encarnación, como en todo nacimiento:

el espíritu sopla donde quiere; se oye su voz pero no se sabe de dónde viene o a dónde va. Así es cada hombre que nacido del el espíritu (1).

Es precisamente porque el Espíritu espira donde quiere que no es captable. La Palabra encarnada tiene al Espíritu, que, contrariamente al común de los mortales, que la han recibido al comienzo, permanece sobre ella :

y se quedó sobre él (2)

1 Jn 3,8
2 Jn 1:32.

Esta morada del Espíritu y el hecho de que fue el punto de partida de la herejía adopcionista, según la cual Jesús no fue más que un hombre entre estas dos fechas; para tomar las cosas por el final, como dijo San Máximo el Confesor, un hombre deificado podría, en efecto, ser visto así, ¿pero cómo el que está en el origen de la cadena se habría deificado? Incluso desde esta óptica terminamos con una elección por el Cielo; por lo tanto, ¿qué queda a la herejía? El momento para esta elección (antes de la concepción, o no).

Tener el Espíritu no es inédito, antes de Cristo; lo que es difícil es conservarlo, como lo hizo la Palabra Encarnada (el cual todavía tenía que devolverlo, en la cruz:

rindió el espíritu (1)

aunque esta rendición parece más bien concernir a la parte humana).

Dios, recordemos, dio el espíritu al hombre, en el origen; pero normalmente, es decir, según la  naturaleza (que comprende la Caída), nadie puede tenerlo en permanencia todo el tiempo sobre la tierra. Por eso las viejas tradiciones  transmigracionistas tienen la idea de la inmortalidad e incluso del monoteísmo en general como algo sospechoso (2). Esto es porque, si la Palabra Encarnada tiene el Espíritu, no puede darlo mientras permanezca encarnada. Sin embargo, desde la perspectiva cristiana, no puede haber realización espiritual sin este don del Espíritu Santo, es decir, la atracción del Cielo desde el estado de no-manifestación.

El don de que se trata en el Prólogo de San Juan, y en el bautismo, no es más que un nuevo nacimiento, como Cristo le explica a Nicodemo. Después de éste, vida y conocimiento se identifican: su vida era la luz de los hombres. Este nacimiento es de lo alto y toma la forma de agua y espíritu porque estos son los dos elementos, preexistentes de toda manifestación, que la Palabra hace accesible, es decir, en primer lugar, visible. Esta gennesis (nacimiento) repite la génesis.

1 Jn 19,30
2 Que, desde un punto de vista hindú (pero sólo hindú), A. Daniélou nunca deja de recordar en sus libros

El nuevo nacido de esta manera tiene sus raíces más allá del Cielo visible, en el tiempo del principio e incluso más allá, antes de la misma Luz. En efecto, ninguna liberado-viviente puede transmitir una influencia espiritual una vez que él mismo haya alcanzado la liberación, es decir, el estado absolutamente incondicionado, después de la muerte; por lo tanto, ¿cómo podemos esperar recibir tal influencia? Especialmente desde la perspectiva cristiana, donde la Palabra  no puede permanecer eternamente encarnada, y donde la cadena ininterrumpida no está necesariamente constituida por los realizados.

Para que el Logos encarnado pueda dar este Espíritu, es necesario pues tanto una subida  como un redescenso (seguido, en el caso de Cristo de otra ascensión): después de la Encarnación, se requiere un desencarnación seguido de un nuevo descenso (no exactamente la encarnación) que llevará a la Ascensión definitiva. En efecto, es en San Juan donde las apariciones de Cristo resucitado son las más explícitas: apareció por primera vez irreconocible e intocable:

Ella no sabía que era Jesús.... Creyendo que era el jardinero, le dijo ella.... Jesús le dijo: ¡Mariam! Dando la vuelta, dijo en hebreo: Rabbouni (que se traduce como Didascale). Jesús le dijo: "No me toques, porque aún no he subido al Padre. Ve a ver a mis hermanos y diles: Voy a ir a mi Padre y vuestro Padre y mi Dios y vuestro Dios.(1)

El cuerpo que poseía en ese entonces no era ni físico (porque pasaba a través de puertas cerradas) ni de gloria (porque él les mostró, y sobre todo a Tomás, los rastros de las clavos y la lanza). Pero es trataba seguramente fue Jesús, como persona, y no como fantasma (el Evangelio de Lucas insiste particularmente en esto).

Estas apariciones duraron cuarenta días, y las dos primeras (sólo en Juan) tuvo lugar el tercero y el noveno día desde el entierro; es decir, exactamente los mismos tiempos en que la Iglesia Ortodoxa ofrece un servicio en la tumba de los fieles difuntos. Según San Lucas, Jesús tenía entonces un cuerpo físico normal; pero de acuerdo a este evangelista también, El Espíritu fue dado sólo después de la Ascensión; según  San

1 Jn 20,14-17

Juan, es en su primera aparición, la tarde, en ese día, el día después del sábado, el mismo día en que por la mañana no había todavía ascendió al Padre,  que Jesús pudo dar el espíritu a los Apóstoles, en privado:

Y les dijo de nuevo: "Paz a vosotros, como el Padre me ha enviado, así que os envío a vosotros. Habiendo dicho eso, sopló en ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo". Si perdonáis los errores de algunos, se les perdonados; si los retenéis, serán retenidos (1).

Esta misión es la segunda,  la que sigue a la Encarnación; es la segunda; no hay duda de que antes de la Ascensión, entre el momento del descubrimiento de la tumba vacía (donde no debe ser tocado) y las apariciones a los discípulos (donde Tomás puso su dedo en el rastro de los clavos, Cristo ascendió a su Padre y  redescendió (temporalmente, sin embargo; el Hijo mismo no podría, en esta forma, exceder los cuarenta días en la tierra). Fue entonces cuando la promesa del envío del Consolador se hizo realidad (para los otros Evangelistas, en Pentecostés; las dos descripciones se reconcilian así: en Pentecostés, no se trata de del envío del Paráclito, sino de la perfección de los Apóstoles, de su realización espiritual).

Es necesario ser consciente del hecho de que lo espiritual puro no puede encarnarse, porque sería imperceptible. Para transmitir el Espíritu, por lo tanto se requiere la presencia no de un Dios-hombre (los avatares de Vishnu no tienen nada de eso) solamente, sino de una encarnación no encarnada, si se puede llamar así, de lo divino, o más encarnada, ya que se trata de transfigurar la naturaleza humana, pero perceptible de todos modos. Así fue la presencia de Cristo (por cuarenta días) después de su resurrección. Es decir, una presencia guardando su naturaleza humana lo suficiente para ser al menos perceptible (y que no sea un fantasma), una forma informal, un cuerpo incorporal. El hecho de que San Lucas no hable del envío del Espíritu más que diez días después de la Ascensión, no indica un segundo envío, sino otra forma de decir lo mismo, y menos escandalizante; pero es siempre en virtud del hecho de que Cristo también ha sido hombre, y que ya no era como era antes de su Resurrección, que esto es posible.

1 Jn 20,14-17

Esto significa, visto desde el lado humano y expresado en términos extra-cristianos (para aquellos que ya no entienden el lenguaje tradicional), que esto es nada menos que una realización descendente (1). El sacrificio en la Cruz es el que nos despoja de nuestro yo  terrestre (y, en la misma medida, nos reviste de un Ser celeste)--pero a nivel de la naturaleza, la cual, en el caso de los hombres, es colectiva; todavía no se ha hecho nada para asegurar que las hipóstasis humanas (cada una de ellas, en la medida de sus cualificaciones y capacidades) puede realizar esta promesa, que quedará para la mayor parte reenviada al Fin de los Tiempos.

El sacrificio (en el sentido de renunciación, así como de santificación) que permite la realización es el del descenso descrito por Juan después de la Resurrección! El descenso es tradicionalmente descrito como un sacrificio en un sentido estrictamente ritual (2).

La Crucifixión y el Descenso a los Infiernos son el prerrequisito purificador de la Ascensión; Cristo lo necesita, en tanto que hombre perfecto aunque, desde otro punto de vista, no tiene necesidad. Gracias a este sacrificio, disponemos de ritos sacrificiales  que puede operar a dos niveles: cultual y teúrgico. En efecto, la tradición apostólica no es otra cosa que la ordenación  de los ritos, de tal manera que cada uno de ellos celebre (y opere) la totalidad de la economía salvadora.

En el espíritu del evangelio de Juan, por lo tanto, no se trata, con el nuevo nacimiento (prefigurado por la resurrección de Lázaro) de asegurar (solamente) una nueva vida después de la muerte física, postergada al Fin de los Tiempos, como Marta cree (en la Resurrección común), sino más bien de no morir (antes o después de la muerte física). La Encarnación es una humanización de lo divino (sin alterar la inaccesibilidad de la esencia divina); la Resurrección es una deificación del ser humano (sin que el hombre accede a la esencia misma). Es por eso que si Jesús no ha resucitado, entonces nuestra fe es vana. Sólo la Encarnación tiene como consecuencia la comunicación de ambas naturalezas (sin mezcla ni separación); pero sólo en Cristo.

Cf. El último capítulo de Iniciación y realización espiritual de R. Guénon
2 R. Guénon op.cit. 264

Sin la Resurrección, no tendríamos el Espíritu, porque no es un hombre perfecto/Dios perfecto quien puede transmitírnoslo, sin salir de este mundo y devenir inaccesible. Es un hombre deificado, que no llegará a algunos totalmente más que en el Fin de los Tiempos, que, contrariamente a nosotros, es Dios, que es el único que nos lo puede transmitir. Sin la Resurrección, el hombre perfecto en Jesús habría permanecido muerto sin que la naturaleza divina puede hacer algo más que irse. Toda aparición, entonces, no sería más que fantasmal, incapaz de hacer pasar el Espíritu a hombres normales.

¿Por qué Cristo no da el Espíritu antes de Resurrección? Esto constituiría una teofanía insoportable a los otros, reservada a unos pocos sin posibilidad de transmisión, y en consecuencia ya no sería un hombre del todo. Pero aparte de estas razones técnicas, la principal es esta:

Sólo Dios el Padre puede hacer que el Espíritu proceda; no el Hijo o el Logos (contrario a la doctrina católica). Y eso es porque la esencia de Dios no estaba encarnada que Jesús no puede  pasar el Espíritu (es decir, a la vez espirar como transmitirlo en forma perceptible) en tanto que es un hombre normal. También significa que Dios-el- Padre, el único no nacido y por tanto único Ser, no debe ser identificado con el Brahma saguna o el Ishvara de la tradición hindú (que es más bien el lugar de Cristo como Dios), sino con Brahma nirguna. Es muy importante señalar que la noción de filioque  daña muy profundamente a esta concepción tradicional y metafísicamente justa; es a causa de ella que es difícil para los cristianos, especialmente en Occidente, encontrar la verdad en su propia tradición. ¿Significa esto que el Cristo resucitado espira el Espíritu, o que él es, después de la resurrección, Dios Padre? En absoluto, pero entonces es solamente ascendido al Padre, de manera que sea toda la Trinidad la que divinice. Sólo una hipóstasis se ha hecho hombre, incluso si esto  equivale a que Todo Dios lo haya hecho. Cuando este Dios/hombre es también hombre/Dios,  Dios todo entero puede entonces soplar de manera perceptible.

San Gral. Palamas, Contra Akindynos es muy claro en esto, como lo son todos los Padres.

Esta prefiguración del destino de los santos en el Fin de los Tiempos no duró más que cuarenta días; todavía es demasiado largo, en el sentido de que es un sacrificio, el más grande de todos, el que renuncia al reinado inmediato a la diestra del Padre. Los dos componentes de la economía son necesarios para la transmisión del Espíritu se puede lograr. Es característico que Lázaro, resucitado por Dios/hombre, no es un hombre deificado, excepto quizás parcialmente; no como en el Fin. María, cuerpo espiritualizado, no resucita corporalmente. Y Elías no puede para pasar su espíritu a Eliseo más que cuando él desaparece de nuestra dimensión.

Recapitulemos, por lo demás, sabiendo que el griego distingue entre esencia y naturaleza, lo que el latín no hace: Dios tiene una esencia (principio del ser), pero no tiene naturaleza, porque no es nacido. En efecto, natura significa lo que debe nacer, y por lo tanto programa genético, oportunidades de desarrollo inherente desde el nacimiento.

La Palabra Encarnada tiene dos naturalezas, sin mezcla ni separación, es a la vez un hombre perfecto (es decir, el hombre en todo menos en el pecado, porque nace fuera de la forma natural, heredada de la expulsión del Edén) y Dios perfecto. El Cristo resucitado no es un hombre perfecto de la misma manera que el Cristo de antes; en este último caso, perfecto significa normal, en todos (excepto en el pecado), mientras que para el Cristo resucitado se trata de un hombre perfeccionado, es decir, deificado; el cuerpo de Cristo resucitado es un cuerpo espiritualizado, como el que tendrán los santos (ya, parcialmente, antes de su muerte) y los justos en la Resurrección final. El hombre normal no posee más que la naturaleza humana, y lo más cercano que tiene al espíritu  es la parte razonable de su alma; pero, según  la naturaleza, el compuesto humano se desagrega, porque no tiene su principio de vida en sí mismo. Cristo antes de su resurrección es Dios-hombre, y tiene dos naturalezas (la esencia de Dios no siendo encarnado, como señalan San Basilio de Cesárea y San Basilio de Cesárea como San G. Palamas).

Según este, él no es más que un hombre deificado; la naturaleza humana y la naturaleza divina son ahora una sola, por lo que no es hombre perfecto más que a penas: normalmente, un hombre que ha alcanzado en esta etapa, que equivale a adquirir un estado no solamente suprahumano, sino  incondicionado, desaparece del el medio ambiente terrestre. Es a este respecto que esta existencia de cuarenta días es un sacrificio. El bautizado también tiene dos naturalezas, que ahora es posible unificar en un grado cualquiera, una unión que no puede ser perfecta más que  después de la muerte, la deificación (según San Máximo el Confesor y el San Gregorio Palamas) prosiguiéndose indefinidamente en la más allá, y acabada en el Fin de los Tiempos.

LA DOCTRINA DE SAN JUAN

San Juan es considerado en Oriente como el Teólogo por excelencia, y el exponente de la paternidad espiritual. Escuchemos, así sus siguientes palabras, según de estas observaciones:

Dios es espíritu.
Nunca habéis oído la voz del Padre, nunca has visto su apariencia; y vosotros no tenéis su palabra [logos] que permanece en vosotros.
No tenía todavía el espíritu, porque Jesús no era todavía glorificado.
Yo soy la luz del mundo; quien me sigue... tiene la luz de la vida.
Mientras yo esté en el mundo, yo soy la luz del mundo.
Por eso es que el Padre me ama, porque yo entrego mi alma, para recibirla de nuevo. Nadie me lo quitará, yo mismo la entrego. Tengo el poder de entregarla y tengo para recibirla de nuevo. Eso es lo que el mandato que he recibido de mi Padre.
[la Escritura] llama  dioses a aquellos a los que llegó la palabra de Dios.
Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por el pueblo, pero también para reunir en uno a los hijos dispersos de Dios.
Mientras tengas la luz, cree en la luz, para que seáis hijos de la luz.
Yo, Luz, he venido al mundo.
El Espíritu de la Verdad, que el mundo no puede recibir, porque no lo ve, ni lo sabe; vosotros  lo conocéis, porque permanece a vuestro lado, y estará en vosotros.
Yo he salido del Padre y vine al mundo; de nuevo, dejo el mundo y voy al Padre.
No te he dicho estas cosas antes, porque yo estaba con vosotros.
Ellos no son del mundo, como yo, yo no soy del mundo. Conságralos en la verdad..... Es por ellos que me consagro yo mismo, para que puedan ser consagrados ellos también en verdad...(1)

La doctrina expuesta en el Evangelio de Juan, que es el fundamento de toda la espiritualidad cristiana, dice claramente la necesidad de la filiación: al principio del camino, por el simple reconocimiento del hecho de que nosotros y todo nuestro conocimiento tienen un origen suprasensible, nosotros devenimos los hijos de Dios; este es un enfoque de nuestra parte. Al final, se trata de una nueva filiación, dada por el Hijo: convirtiéndonos en él, nos convertimos en el Hijo, la Palabra. Lo que opera este encaminamiento es  el Espíritu.

Elías y Eliseo ya habían operado resurrecciones de muertos y otros milagros; Elías (como Enoc antes que él y como Jesús después de él) no dejó un cuerpo en el momento de su muerte e invistió a su sucesor con su manto (gesto simbólico que recuerda a lo que rodea a la khirga en el Sufismo). Sin embargo, no hubo verdadera sucesión, porque no había una realización allí descendente. Estos fueron ahí realizaciones tan reales como salvajes, y la adquisición de poderes por la ascesis. Pero el propósito de Cristo es reunir a los hijos de Dios dispersos, esta es la única manera que conviene.
Hay que decir que.... entre los evangelios, las primicias son las de Juan, cuyo significado nadie puede comprender a menos que tenga derramado sobre el pecho de Jesús y no haya recibido de Jesús a María

1 Juan 4:24; 5:37; 7:39; 8:12; 9:5; 10:17-18; 10:35; 11:52; 12:36; 12:46; 14:17 16,5 ; 16, 28 ; 17,16-18. No incluimos el Prólogo, la entrevista con Nicodemo, con la Samaritana, los 7 milagros, el diálogo con Marta y la doctrina de los dos destinos póstumos: morir y resucitar o no morir.

por madre. Para ser otro Juan, tienes que llegar a ser tal que, todo como Juan, se entienda designar por Jesús, como siendo Jesús mismo.(1)

El autor de este texto (condenado, es cierto, pero por sus opiniones transmigracionistas), lejos de llegar a la conclusión de que esta es tarea imposible o blasfemo, escribió acerca de Juan treinta y dos libros (Capítulos). Sólo la Encarnación habría bastado para la salvación entendida a la manera judía: dormición esperando la resurrección final (una meta que no justifica en sí misma el envío de un nuevo profeta dentro del judaísmo)(2); es como iniciador que Jesús bajó para dar el Soplo que estaba flotando en las aguas antes de la creación del Cielo Separador.

La vida eterna, según San Juan, es la que se adquiere aquí y en la tierra y ahora y, después de la muerte, una vida antes del Juicio (anulado para el adepto), que no es una dormición.

Dicho esto, tampoco debemos hacernos ilusiones pensando que un cristianismo efectivamente devenido inoperante, falto de rituales adecuados (desde el siglo XI y especialmente desde 1969) y de la conciencia/conocimiento aquí relacionada, como el que se practica en Occidente, puede esconder de otra forma que no sea en forma latente estas posibilidades; ni que cualquier cosa que sea menos que una metanoia de la Iglesia entera puede contrarrestar este estado de cosas. Por otro lado, decir que carece de estas posibilidades le faltan intrínseca y providencialmente sería un error de la misma gravedad, a menudo atribuida a R. Guénon, que sin embargo limitó sus comentarios al catolicismo.

1 Origenes, Comentarios sobre San Juan I.23 (SC I20).
2 Ciertamente no es necesario juzgar a la Providencia, pero tampoco hay que creerla absurda.

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