viernes, 8 de marzo de 2019

Escolios a un texto implícito 3 (Nicolás Gómez Dávila)



 — El ceremonial es el procedimiento técnico para enseñar verdades indemostrables.
 Ritos y pompas vencen la obcecación del hombre ante lo que no es material y tosco.

 — Si la filosofía, las artes, las letras del siglo pasado, solo son superestructuras de su economía burguesa, deberíamos defender el capitalismo hasta la muerte. Toda tontería se suicida.

 — Amor u odio no son creadores, sino reveladores, de calidades que nuestra indiferencia opaca.

 — Para desafiar a Dios el hombre infla su vacío.

 — La atrocidad de la venganza no es proporcional a la atrocidad de la ofensa, sino a la atrocidad del que se venga.
 (Para la metodología de las revoluciones).

 — Lo que la razón juzga imposible es lo único que puede colmar nuestro corazón.

 — El tono profesoral no es propio del que sabe, sino del que duda.

 — Los juicios injustos del hombre inteligente suelen ser verdades envueltas en mal humor.

 — El pueblo nunca ha sido festejado sino contra otra clase social.

 — El moderno ya sabe que la soluciones políticas son irrisorias y sospecha que las económicas lo son también.

 — Creemos confrontar nuestras teorías con los hechos, pero sólo podemos confrontarlas con teorías de la experiencia.

 — La más execrable tiranía es la que alegue principios que respetemos.

 — La exuberancia suramericana no es riqueza, sino desorden.

 — Transformar el mundo: ocupación de presidiario resignado a su condena.

 — Hastiada de deslizarse por la cómoda pendiente de las opiniones atrevidas, la inteligencia al fin se interna en los parajes fragosos de los lugares comunes.

 — Hay algo indeleblemente vil en sacrificar aún el más tonto de los principios a la más noble aún de las pasiones.

 — Los prejuicios defienden de las ideas estúpidas.

 — La presencia silenciosa de un tonto es el agente catalítico que precipita, en una conversación, todas las estupideces de que sean capaces los interlocutores más inteligentes.

 — Un cuerpo desnudo resuelve todos los problemas del universo.

 — Envidio a quienes no se sienten dueños tan sólo de sus estupideces.

 — La cultura del individuo es la suma de objetos intelectuales o artísticos que le producen placer.

 — El ridículo es tribunal de suprema instancia en nuestra condición terrestre.

 — El historiador de las religiones debe aprender que los dioses no se parecen a las fuerzas de la naturaleza sino las fuerzas de la naturaleza a los dioses.

 — A la Biblia no la inspiró un Dios ventrílocuo.
 La voz divina atraviesa el texto sacro como un viento de tempestad el follaje de la selva.

 — El sexo no resuelve ni los problemas sexuales.

 — Creyendo decir lo que quiere, el escritor sólo dice lo que puede.

 — La buena voluntad es la panacea de los tontos.

 — Quisiéramos no acariciar el cuerpo que amamos, sino ser la caricia.

 — No rechazar, sino preferir.

 — Lo sensual es la presencia del valor en lo sensible.

 — El paraíso no se esconde en nuestra opacidad interna, sino en la terrazas y en los árboles de un jardín ordenado, bajo la luz del mediodía.

 Humano es el adjetivo que sirve para disculpar cualquier vileza.

 — Hace doscientos años era lícito confiar en el futuro sin ser totalmente estúpido.
 ¿Hoy quién puede creer en las actuales profecías, puesto que somos ese espléndido porvenir de ayer?

 — “Liquidar” a una clase social, o a un pueblo, es empresa que no indigna en este siglo sino a las presuntas víctimas.

 — La libertad no es la meta de la historia, sino la materia con la cual trabaja.

 — Marx gana batallas, pero Malthus ganará la guerra.

 — La sociedad industrial está condenada al progreso forzado a perpetuidad.

 — Cuando definen la propiedad como función social, la confiscación se avecina; cuando definen el trabajo como función social, la esclavitud se acerca.

 — La verdadera gloria es la resonancia de un nombre en la memoria de los imbéciles.

 — Cuando un afán de pureza lo lleva a condenar la “hipocresía social”, el hombre no recupera su integridad perdida, sino pierde la vergüenza.

 — El hombre es un animal que imagina ser hombre.

 — Quienes se proclaman artistas de vanguardia suelen pertenecer a la de ayer.

 — Cuando sólo se enfrentan soluciones burdas, es difícil opinar con sutileza.
 La grosería es el pasaporte de este siglo.

 — Las artes florecen en las sociedades que las miran con indiferencia, y perecen cuando las fomenta la solícita reverencia de los tontos.

 — Los hombres se dividen en dos bandos: los que creen en el pecado original y los bobos.

 Demagogia es el vocablo que emplean los demócratas cuando la democracia los asusta.

 — Basta que la hermosura roce nuestro tedio, para que nuestro corazón se rasgue como seda entre las manos de la vida.

 — Las categorías sociológicas facultan para circular por la sociedad sin atender a la individualidad irreemplazable de cada hombre.
 La sociología es la ideología de nuestra indiferencia con el prójimo.

 — Para explotar plácidamente al hombre, conviene ante todo reducirlo a abstracciones sociológicas.

 — Lo que aún protege al hombre, en nuestro tiempo, es su natural incoherencia.
 Es decir: su espontáneo horror ante consecuencias implícitas en principios que admira.

 — Envejecer con dignidad es tarea de todo instante.

 — Nada más alarmante que la ciencia del ignorante.

 — El precio que la inteligencia cobra a quienes elige es la resignación a la trivialidad cotidiana.

 — El tonto no se inquieta cuando le dicen que sus ideas son falsas, sino cuando le sugieren que pasaron de moda.

 — Todo nos parece caos, menos nuestro propio desorden.

 — La historia erige y derrumba, incesantemente, las estatuas de virtudes distintas sobre el inmóvil pedestal de los mismos vicios.

 — Nuestros anhelos, en boca ajena, suelen parecernos una estupidez irritante.

 — La violencia política deja menos cuerpos que almas podridas.

 — Verdad es lo que dice el más inteligente.
 (Pero nadie sabe quién es el más inteligente).

 Cada generación nueva acusa a las pretéritas de no haber redimido al hombre. Pero la abyección con que la nueva generación se adapta al mundo, después del fracaso de turno, es proporcional a la vehemencia de sus inculpaciones.

 — Las tiranías no tienen más fieles servidores que los revolucionarios que no ampara, contra su servilismo ingénito, un fusilamiento precoz.

 — La sociedad moderna se da el lujo de tolerar que todos digan lo que quieran, porque todos hoy coinciden básicamente en lo que piensan.

 — No hay vileza igual a la del que se apoya en virtudes del adversario para vencerlo.

 — La interpretación económica de la historia es el principio de la sabiduría.
 Pero solamente su principio.

 — El incrédulo se pasma de que sus argumentos no alarmen al católico, olvidando que el católico es un incrédulo vencido.
 Sus objeciones son los fundamentos de nuestra fe.

 — La política es el arte de buscar la relación óptima entre la fuerza y la ética.

 — Nadie piensa seriamente mientras la originalidad le importa.

 — La “psicología” es, propiamente, el estudio del comportamiento burgués.

 — El mal que hace un bobo se vuelve bobería, pero sus consecuencias no se anulan.

 — En la tinieblas del mal la inteligencia es el postrer reflejo de Dios, el reflejo que nos persigue con porfía, el reflejo que no se extingue sino en la última frontera.

 — Nadie sabe exactamente qué quiere mientras su adversario no se lo explica.

 — Lo amenazante del aparato técnico es que pueda utilizarlo el que no tiene la capacidad intelectual del que lo inventa.

 — El mayor triunfo de la ciencia parece estar en la velocidad creciente con que el bobo puede trasladar su bobería de un sitio a otro.

 La juventud es promesa que cada generación incumple.

 — Arte popular es el arte del pueblo que no le parece arte al pueblo.
 El que le parece arte es el arte vulgar.

 — Los profesionales de la veneración al hombre se creen autorizados a desdeñar al prójimo.
 La defensa de la dignidad humana les permite ser patanes con el vecino.

 — Cuando se principia exigiendo la sumisión total de la vida a un código ético, se acaba sometiendo el código a la vida.
 Los que se niegan a absolver al pecador terminan absolviendo al pecado.

 — La honradez en política no es bobería sino a los ojos del tramposo.

 — Bien educado es el hombre que se excusa al usar de sus derechos.

 — El antiguo que negaba el dolor, el moderno que niega el pecado, se enredan en sofismas idénticos.

 — El moderno no escapa a la tentación de identificar permitido y posible.

 — El demócrata defiende sus convicciones declarando obsoleto a quien lo impugna.

 La angustia ante el ocaso de la civilización es aflicción reaccionaria.
 El demócrata no puede lamentar la desaparición de lo que ignora.

 — El tonto no se contenta con violar una regla ética: pretende que su transgresión se convierta en regla nueva.

 — Tanto en país burgués, como en tierra comunista, reprueban el “escapismo” como vicio solitario, como perversión debilitante y abyecta.
 La sociedad moderna desacredita al fugitivo para que nadie escuche el relato de sus viajes. El arte o la historia, la imaginación del hombre o su trágico y noble destino, no son criterios que la mediocridad moderna tolere.
 El “escapismo” es la fugaz visión de esplendores abolidos y la probabilidad de un implacable veredicto sobre la sociedad actual.

 — Amor es el acto que transforma a su objeto de cosa en persona.

 — La obra de arte no tiene propiamente significado sino poder.
 Su presunto significado es la forma histórica de su poder sobre el espectador transitorio.

 — La virtud que no duda de sí misma culmina en atentados contra el mundo.

 — El alma de una nación nace de un hecho histórico, madura aceptando su destino, y muere cuando se admira a sí misma y se imita.

 — La adhesión al comunismo es el rito que permite al intelectual burgués exorcizar su mala conciencia sin abjurar su burguesía.

 — El hombre se vive a sí mismo como angustia o como creatura.

 — No hay peor tontería que la verdad en boca del tonto.

 — La imbecilidad se deposita en el alma como un sedimento de los años.

 — A la inversa del arcángel bíblico, los arcángeles marxistas impiden que el hombre se evada de sus paraísos.

 — Las revoluciones democráticas inician las ejecuciones anunciando la pronta abolición de la pena de muerte.

 — El comunista odia al capitalismo con el complejo de Edipo.
 El reaccionario lo mira tan sólo con xenofobia.

 — El infierno es lugar identificable sólo desde el paraíso.

 — Lo que se piensa contra la Iglesia, si no se piensa desde la Iglesia, carece de interés.

 — Aún cuando el pecado colabora a la construcción de toda sociedad, la sociedad moderna es la hija predilecta de los pecados capitales.

 — El católico debe simplificar su vida y complicar su pensamiento.

 — El mal no vence como seducción, sino como vértigo.

 — El mal, como los ojos, no se ve a sí mismo.
 Que tiemble el que se vea inocente.

 — Fe es lo que nos permite extraviarnos en cualquier idea, sin desasir la senda de regreso.

 — El creyente no es posesor de heredades inscritas en catastros, sino adelantado de mar ante las costas de un continente inexplorado.

 — El que acepta el rango que la naturaleza le fija no se convierte en la mera ausencia de lo que no es.
 Aún lo más modesto tiene en su sitio un precio inestimable.

 — La soledad es el laboratorio donde los lugares comunes se verifican.

 — Hombre inteligente es el que mantiene su inteligencia a una temperatura independiente de la temperatura del medio que habita.

 — Ni la imitación del pasado, ni la del presente, son recetas infalibles.
 Nada salva al mediocre de su mediocridad.

 — El reaccionario anhela convencer a las mayorías, el demócrata sobornarlas con la promesa de bienes ajenos.

 — Los partidos liberales jamás entienden que lo contrario de despotismo no es bobería, sino autoridad.

 — Cada insulto de la vida sobre una faz amada alimenta al verdadero amor.

 Las sociedades agonizantes luchan contra la historia a fuerza de leyes, como los náufragos contra las aguas a fuerza de gritos. Breves remolinos.

 — La sabiduría, en este siglo, consiste ante todo en saber soportar la vulgaridad sin irritarse.

 — No conozco pecado que no sea, para el alma noble, su propio castigo.

 — Hoy más que nunca el hombre corre detrás de cualquier tonto que lo invite al viaje, sordo al atalaya que avizora los caminos destruidos y los puentes derrumbados.

 — El profeta que acertadamente pronostique la corrupción creciente de una sociedad se desacredita, porque mientras más crezca la corrupción, el corrompido la nota menos.

 — La poesía que desdeña la musicalidad poética se petrifica en un cementerio de imágenes.

 — El problema básico de toda antigua colonia: el problema de la servidumbre intelectual, de la tradición mezquina, de la espiritualidad subalterna, de la civilización inauténtica, de la imitación forzosa y vergonzante, me ha sido resuelto con suma sencillez: el catolicismo es mi patria.

 — Individuos o naciones tienen virtudes distintas y defectos idénticos.
 La vileza es nuestro común patrimonio.

 — La vida es instrumento de la inteligencia.

 — El intelectual suramericano importa, para alimentarse, los desechos del mercado europeo.

 — Aún entre igualitarios fanáticos el más breve encuentro reestablece las desigualdades humanas.

 — El cristianismo no niega el esplendor del mundo, sino invita a buscar su origen, a ascender hacia su nieve pura.

 — Lo que aleja de Dios no es la sensualidad, sino la abstracción.

 — La edad viril del pensamiento no la fijan ni la experiencia, ni los años, sino el encuentro con determinadas filosofías.

 — La sensibilidad moderna, en lugar de exigir la represión de la codicia, exige que suprimamos el objeto que la despierta.

 — El prejuicio de no tener prejuicios es el más común de todos.

 No hay victoria espiritual que no sea necesario ganar cada día nuevamente.

 — El alma que asciende hacia la perfección suele evacuar las bajas tierras conquistadas, donde se instalan diablillos subalternos que la ridiculizan y la empuercan.

 — La amenaza de muerte colectiva es el único argumento que desbarata la complacencia de la humanidad actual.
 La muerte atómica la inquieta más que su envilecimiento creciente.

 — Vivir es el único valor del moderno.
 Aún el héroe moderno no muere sino en nombre de la vida.

 — La resignación al error es el principio de la sabiduría.

 — La interrogación sólo enmudece ante el amor.
 “¿Para qué amar?”, es la única pregunta imposible.

 — El amor no es misterio sino lugar donde el misterio se disuelve.

 — Lo grande, para la sensibilidad, no es suma aritmética de partes, sino calidad de ciertos conjuntos.
 La grandeza métrica, todo edificio moderno lo muestra, no tiene relación con la grandeza monumental.

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