Idealismo y angelismo
La Gauche vue de
Droite (pp. 31-33)
Jacques du Perron Ed.
Pardès. Puiseaux 1993
Una vez que se conocen los fundamentos filosóficos de la
izquierda, es relativamente fácil deducir sus ideas políticas. Así, el sistema
democrático aparece como una consecuencia lógica y necesaria de la suposición de
la razón soberana - a la soberanía de la razón corresponde la soberanía del
pueblo. En democracia, todos los ciudadanos se consideran puntos matemáticos,
unidades similares que se pueden sumar o restar. Las decisiones son tomadas
tras una operación aritmética, cuyo resultado es una mayoría, una garantía
racional de veracidad.
Por otra parte, la sustitución del monarca por el pueblo
soberano tiene la ventaja de eliminar el capricho y la arbitrariedad de una conciencia
aislada, a menudo equivocada, y sujeta a las seducciones de las pasiones irracionales.
La democracia también cumple el criterio del progreso,
porque que está cambiando de naturaleza, ya que se basa en las fluctuaciones en
la opinión pública, sustituyendo el principio hereditario por el sistema
electivo, elige el movimiento y renuncia a la estabilidad, al conservadurismo.
¿Cuáles son las discusiones perpetuas en la plaza pública, si no la expresión
viva de la dialéctica que procede, nosotros lo hemos visto, a través de
declaraciones y negaciones. Bajo un aparente desorden, en medio de un conflicto
en curso, sería en realidad un orden racional que se construiría triunfando
sobre las contradicciones.
La concepción, propia del espíritu de izquierda, de la
humanidad como conjunto de seres naturalmente
buenos, igualmente dotados de razón, poseyendo las mismas facultades
intelectuales, se afirma también con alegría en el sistema democrático, donde
las carreras gubernamentales más diversas,
desde los más humildes hasta los más altos, están abiertos a todos los
ciudadanos sin excepción.
Todavía encontramos la yuxtaposición paradójica de idealismo
y del materialismo en la soberanía popular: por un lado, este está fundado
sobre la cantidad en detrimento de la cualidad, responde a las necesidades del
número más grande –por tanto las necesidades materiales - por otra parte, al
estar sin cesar en movimiento, responde a todas las esperanzas de alcanzar
algún día la sociedad ideal, la perfección.
No hasta el ateísmo que no se integra perfectamente en la democracia;
este régimen político comienza por renegar de fórmula religiosa Omnis potestas a Dei - "Todo poder
viene de Dios" - y entonces, habiendo rechazado toda trascendencia, vino a
promover una contra-religión, la de la Humanidad. Berdiaev, que sabía detectar
la incredulidad en las raíces de la ideología democrática, reprocha a los
demócratas la pretensión de descubrir la verdad a partir de la mayoría, de la
cantidad, mientras que su origen es divino e independiente de la arbitrariedad
humana.
Porque la izquierda no ha dudado en investir a todos los
ciudadanos no sólo de poder temporal sino también de autoridad espiritual, contribuyendo
así a la creación de una nueva entidad, un mito real, un verdadero mito: "El
pueblo". Parece legítimo hablar aquí de un mito, porque se trata en
realidad de una entidad fantasmagórica; cuando estábamos hablando en el la Edad
Media del buen pueblo de Francia, queríamos designar a los labradores y a los
artesanos, y esto correspondía a una cosa concreta, ya no es más el caso hoy en
día, donde la sociedad ha sido literalmente atomizada, donde el pueblo se ha
transformado en masa, que incluye, además, como Ortega y Gasset ha mostrado,
elementos pertenecientes a todas las clases sociale. Para el gran estadista que
fue Disraelí, el término "Pueblo" no es una noción política. A pesar
de estas dificultades, la izquierda persiste en hacer un gran uso de la palabra
"Pueblo" que es en realidad un nuevo "Sésamo, ábrete", una verdadera
fórmula mágica que da grandes poderes a quien la pronuncia. ¡Que de crímenes
permitieron a los jacobinos protegidos por el poder de ese talismán!
En el nombre del pueblo todo está permitido, y ¡ay de
aquellos que son declarados enemigos del pueblo! Idealismo y angelismo de
izquierda revisten al pueblo de todas las virtudes, pero está permitido
demandarse, siempre desde el punto de vista de la cantidad, si la mayoría no
puede ir hacia el error y la injusticia, si el número de los malvados no supera
al de los buenos..., ¿no es el mal más fácil de ejecutar que el bien? En este
caso, la ideología democrática conduciría, como piensa Berdiaev , al reino de
los peores y no de los mejores. La izquierda afirma con gran autoridad que el
gobierno del pueblo representa la mejor forma de gobierno, pero no parece que la
experiencia confirma esta bella seguridad: todos los regímenes políticos
contemporáneos que se llaman, sin temer el pleonasmo, democracias populares,
son tiranías. Es que en verdad el poder ilimitado de todos es más aterrador que
el poder despótico de uno solo. Sin embargo, esta tiranía colectiva, aunque
abrumadora en su apariencia, es difícil de percibir en su mecanismo, también es
necesaria toda la sutileza lógica de un Alexander Zinoviev para dejar hacer
admitir que las masas nunca han participado tanto en el poder como durante el
reino de Stalin. Según el lógico ruso, no sólo hubo una coincidencia histórica entre
Stalin y las masas, sino que el estalinismo era un auténtico poder del pueblo.
Estos puntos de vista provocativos son corroborados por historiadores y
sociólogos que han estudiado el fenómeno totalitario; son unánimes en confirmar
el papel primordial de las masas en el totalitarismo. "El poder supremo no
es el partido sino de las gentes mismas, el poder de una abrumadora mayoría de
acuerdo con el régimen. " 7 ¿Pero no dijo
ya Tocqueville en el siglo pasado ese despotismo le pareció particularmente
importante temible en épocas democráticas; y si volvemos a remontar de nuevo en
tiempo, no encontramos advertencias comparables en Platón o su discípulo
Aristóteles, que distinguió cuatro formas de democracia, y se refirió a la
cuarta como "la forma colectiva de la tiranía". Independientemente de
la relevancia de estas advertencias, la izquierda no puede admitirlas, porque
dañan a uno de sus dogmas fundamentales, es decir, que toda la verdad, toda la
sabiduría, toda la justicia reside en el Pueblo, el único soberano legítimo.
Por último, el sistema democrático, tal como se aplica hoy
en día, aparece a los ojos de la izquierda como el régimen perfecto y
definitivo, por lo menos como el que mejor tiende a realizar, en las
condiciones actuales, lo que pretende ser sus dos principales aspiraciones:
libertad e igualdad.
7 Alexandre Zinoviev. Nous et l’Occident
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