martes, 19 de marzo de 2019

Escolios a un texto implícito 4 (Nicolás Gómez Dávila)


El individualismo moderno se reduce a reputar personales y propias las opiniones compartidas con todos.

 — El estado moderno fabrica las opiniones que recoge después respetuosamente con el nombre de opinión pública.

 — El arte abstracto no es ilegítimo, sino limitado.

 — La conciencia descubre su libertad al sentirse obligada a condenar lo que aprueba.

 — Patrocinar al pobre ha sido siempre, en política, el más seguro medio de enriquecerse.

 — En las artes se llama autenticidad la convención del día.

 — Ningún ser merece nuestro interés más de un instante, o menos de una vida.

 — La esperanza progresista no anida ya sino en discursos.

 — Las representaciones colectivas son, hoy, opiniones que los medios de propaganda imponen.
 Lo colectivo no es, hoy, lo que muchos venden sino lo que muchos compran.

 — Cuando las codicias individuales se agrupan, acostumbramos bautizarlas nobles anhelos populares.

 — La paciencia del pobre en la sociedad moderna no es virtud sino cobardía.

 — La lealtad es sincera mientras no se cree virtud.

 — Al vulgo no le importa ser, sino creerse, libre.
 Lo que mutile su libertad no lo alarma, si no se lo dicen.

 — Apreciar lo antiguo, o lo moderno, es fácil; pero apreciar lo obsoleto es el triunfo del gusto auténtico.

 — Los pesimistas profetizan un futuro de escombros, pero los profetas optimistas son aún más espeluznantes anunciando la ciudad futura donde moran, en colmenas intactas, la vileza y el tedio.

 — Ayer creímos que bastaba despreciar lo que el hombre logra, hoy sabemos que debemos despreciar además lo que anhela.

 — Amar es comprender la razón que tuvo Dios para crear a lo que amamos.

 — El hombre tiende a ejercer todos sus poderes. Lo imposible le parece el único límite legítimo.
 Civilizado, sin embargo, es el que por razones diversas se niega a hacer todo lo que puede.

 — Los adolescentes alzan vuelo con el desdén de las águilas, y pronto, se estrellan fofamente contra el suelo como pretenciosas aves de corral.

 Un léxico de diez palabras basta al marxista para explicar la historia.

 — El izquierdista grita que la libertad perece cuando sus víctimas rehusan financiar su propio asesinato.

 — El amor es esencialmente adhesión del espíritu a otro cuerpo desnudo.

 — Repudiemos la recomendación abominable de renunciar a la amistad y al amor para desterrar el infortunio.
 Mezclemos, al contrario, nuestras almas como trenzamos nuestros cuerpos.
 Que el ser amado sea la tierra de nuestras raíces destrozadas.

 — Llámase problema social la urgencia de hallar un equilibrio entre la evidente igualdad de los hombres y su desigualdad evidente.

 — El proletariado no detesta en la burguesía sino la dificultad económica de imitarla.

 — Los políticos, en la democracia, son los condensadores de la imbecilidad.

 — El amor ama la inefabilidad del individuo.

 — Mientras mayor sea la importancia de una actividad intelectual, más ridícula es la pretensión de avalar la competencia del que la ejerce.
 Un diploma de dentista es respetable, pero uno de filósofo es grotesco.

 — Reformar la sociedad por medio de leyes es el sueño del ciudadano incauto y el preámbulo discreto de toda tiranía.
 La ley es forma jurídica de la costumbre o atropello a la libertad.

 — La legitimidad del poder no depende de su origen, sino de sus fines.
 Nada le es vedado al poder si su origen lo legitima como lo enseña el demócrata.

 — El catolicismo no resuelve todos los problemas pero es la única doctrina que los plantea todos.

 — No es solamente entre generaciones donde la experiencia se pierde, sino también entre períodos de una misma vida.

 — La inteligencia del progresista nunca es más que el cómplice de su carrera.

 — La arquitectura moderna sabe levantar cobertizos industriales, pero no logra construir ni un palacio ni un templo.
 Este siglo legará tan sólo la huellas de sus trajines al servicio de nuestras más sórdidas codicias.

 — El hombre moderno no imagina fin más alto que el servicio a los antojos anónimos de sus conciudadanos.

 — El egoísmo individual se cree absuelto cuando se compacta en egoísmo colectivo.

 — La vida común es tan mísera que el más infeliz puede ser víctima de la codicia del vecino.

 — El sufragio universal no pretende que los intereses de la mayoría triunfen, sino que la mayoría lo crea.

 — El inferior siempre tiene razón en las disputas, porque el superior se ha rebajado a disputar.

 — El crecimiento de la población inquieta al demógrafo, solamente cuando teme que estorbe el progreso económico o que dificulte la alimentación de las masas.
 Pero que el hombre necesite soledad, que la proliferación humana produzca sociedades crueles, que se requiera distancia entre los hombres para que el espíritu respire, lo tiene sin cuidado.
 La calidad del hombre no le importa.

 — Sólo lo trivial nos ampara del tedio.

 — El hombre paga la embriaguez de la liberación con el tedio de la libertad.

 — La historia del hombre no es el catálogo de sus situaciones, sino el relato de sus imprevisibles modos de utilizarlas.

 — El político práctico perece bajo las consecuencias de las teorías que desdeña.

 — El consumo, para el progresista, se justifica sólo como medio de producción.

 — Más que de marxistas apóstatas, nuestro tiempo está lleno de marxistas cansados.

 — Dos seres inspiran hoy particular conmiseración: el político burgués que la historia pacientemente acorrala y el filósofo marxista que la historia pacientemente refuta.

 — Estado totalitario es la estructura en que las sociedades cristalizan bajo las presiones demográficas.

 — La imbecilidad de sus pasiones salva al hombre de la imbecilidad de sus sueños.

 — El lugar común tradicional escandaliza al hombre moderno.
 El libro más subversivo en nuestro tiempo sería una recopilación de viejos proverbios.

 El progreso es el azote que nos escogió Dios.

 — Toda revolución nos hace añorar la anterior.

 — El auténtico revolucionario se subleva para abolir la sociedad que odia, el revolucionario actual se insurge para heredar una que envidia.

 — El hombre moderno no ama, sino se refugia en el amor; no espera, sino se refugia en la esperanza; no cree, sino se refugia en un dogma.

 — El erotismo se agota en promesas.

 — El miedo es el motor secreto de las empresas de este siglo.

 — Nada tan difícil como aprender que la fuerza, también, puede ser ridícula.

 — El verdadero talento consiste en no independizarse de Dios.

 — La gracia imprevisible de una sonrisa inteligente basta para volar los estratos de tedio que depositan los días.

 — Erotismo, sensualidad, amor, cuando no convergen en una misma persona no son más, aisladamente, que una enfermedad, un vicio, una bobería.

 — Una vocación genuina lleva al escritor a escribir sólo para sí mismo: primero por orgullo, después por humildad.

 — Para ser protagonista en el teatro de la vida basta ser perfecto actor cualquiera que sea el papel desempeñado.
 La vida no tiene papeles secundarios sino actores secundarios.

 — En la auténtica cultura la razón se vuelve sensibilidad.

 — El alma debe abrirse a la invasión de lo extraño, renunciar a defenderse, favorecer al enemigo, para que nuestro ser auténtico aparezca y surja, no como una frágil construcción que nuestra timidez protege, sino como nuestra roca, nuestra granito insobornable.

 — El progresista cree que todo se torna pronto obsoleto, salvo sus ideas.

 — En el actual panorama político ningún partido está más cerca que otros de la verdad.
 Simplemente hay unos que están más lejos.

 — Triste como una biografía.

 — Ser cristianos es hallarnos ante quien no podemos escondernos, ante quien no es posible disfrazarnos.
 Es asumir la carga de decir la verdad, hiera a quien hiera.

 — El hombre es más capaz de actos heroicos que de gestos decentes.

 — El moderno llama deber su ambición.

 — La prédica progresista ha pervertido a tal punto que nadie cree ser lo que es, sino lo que no logró ser.

 — Los antojos de la turba incompetente se llaman opinión pública, y opinión privada los juicios del experto.

 — El primer paso de la sabiduría está en admitir, con buen humor, que nuestras ideas no tienen por qué interesar a nadie.

 — “Racional” es todo aquello con lo cual un trato rutinario nos familiariza.

 — En el lóbrego y sofocante edificio del mundo, el claustro es el espacio abierto al sol y al aire.

 — La libertad no es indispensable porque el hombre sepa qué quiere y quién es, sino para que sepa quién es y qué quiere.

 Para que la libertad dure debe ser la meta de la organización social y no la base.

 — La pasión igualitaria es una perversión del sentido crítico: atrofia de la facultad de distinguir.

 — Lo “racional”, lo “natural”, lo “legítimo”, no son más que lo acostumbrado.
 Vivir bajo una constitución política que dura, entre costumbres que duran, con objetos que duran, es lo único que permite creer en la legitimidad del gobernante, en la racionalidad de los usos, y en la naturalidad de las cosas.

 — Ni la historia de un pueblo, ni la de un individuo, nos son inteligibles, si no admitimos que el alma del individuo o del pueblo puede morir sin que mueran ni el pueblo ni el individuo.

 — La “cultura” no es tanto la religión de los ateos como la de los incultos.

 — La idea del “libre desarrollo de la personalidad” parece admirable mientras no se tropieza con individuos cuya personalidad se desarrolló libremente.

 — Ayer el progresismo capturaba incautos ofreciéndoles la libertad; hoy le basta ofrecerles la alimentación.

 Mientras más libre se crea el hombre, más fácil es adoctrinarlo.

 — En las democracias llaman clase dirigente la clase que el voto popular no deja dirigir nada.

 — El diálogo entre comunistas y católicos se ha vuelto posible desde que los comunistas falsifican a Marx y los católicos a Cristo.

 — El político tal vez no sea capaz de pensar cualquier estupidez, pero siempre es capaz de decirla.

 — El imbécil no descubre la radical miseria de nuestra condición sino cuando está enfermo, pobre, o viejo.

 — Los intelectuales revolucionarios tienen la misión histórica de inventar el vocabulario y los temas de la próxima tiranía.

 — Para volver inevitable una catástrofe nada más eficaz que convocar una asamblea que proponga reformas que la eviten.

 — Que el cristianismo sane los males sociales, como unos dicen, o que envenene al contrario la sociedad que lo adopta, como aseguran otros, son tesis que interesan al sociólogo, pero sin interés para el cristiano.
 Al cristianismo se ha convertido el que lo cree cierto.

 — En este siglo de muchedumbres trashumantes que profanan todo lugar ilustre, el único homenaje que un peregrino reverente puede rendir a un santuario venerable es el de no visitarlo.

 — El marxismo sólo descansará cuando transforme campesinos y obreros en oficinistas pequeño-burgueses.

 — Amar es rondar sin descanso en torno de la impenetrabilidad de un ser.

 — La paz no florece sino entre naciones moribundas. Bajo el sol de férreas hegemonías.

 — Las matanzas democráticas pertenecen a la lógica del sistema.
 Las antiguas matanzas al ilogismo del hombre.

 — El comunismo fue vocación, hoy es carrera.

 — La estrategia electoral del demócrata se basa en una noción despectiva del hombre totalmente contraria a la noción lisonjera que difunde en sus discursos.

 — El marxista no cree posible condenar sin adulterar lo que condena.

 — Un pensamiento católico no descansa, mientras no ordene el coro de los héroes y los dioses en torno a Cristo.

 Madurar no consiste en renunciar a nuestros anhelos, sino en admitir que el mundo no está obligado a colmarlos.

 — Para resultar inteligente en política, basta encontrar un adversario más estúpido.

 — Cuando una mayoría lo derrota, el verdadero demócrata no debe meramente declararse vencido, sino confesar además que no tenía razón.

 — El catolicismo enseña lo que el hombre quisiera creer y no se atreve.

 — El pobre no envidia al rico las posibilidades de comportamiento noble que le facilita la riqueza, sino las abyecciones a que lo faculta.

 — “Voluntad general” es la ficción que le permite al demócrata pretender que para inclinarse ante una mayoría hay otra razón que el simple miedo.

 — El desprecio a los “formalismos” es una patente de imbécil.

 — Llámase liberal el que no entiende que está sacrificando la libertad sino cuando es demasiado tarde para salvarla.

 — Todo matrimonio de intelectual con el partido comunista acaba en adulterio.

 — El joven se enorgullece de su juventud como si no fuese privilegio que tuvo hasta el más bobo.

 — Denigrar el progreso es demasiado fácil. Aspiro a la cátedra de metódico atraso.

 — Riqueza ociosa es la que sólo sirve para producir más riqueza.

 — Pocos hombre soportarían su vida si no se sintiesen víctimas de la suerte.
 Llamar injusticia la justicia es el más popular de los consuelos.

 — El que denuncia las limitaciones intelectuales del político olvida que les debe sus éxitos.

 — Las estéticas indican al artista en qué sector del universo está la belleza que busca, pero no le garantizan que logrará capturarla.

 — Lo vulgar no es lo que el vulgo hace, sino lo que le place.

 — ¿Qué es la filosofía para el católico sino la manera como la inteligencia vive su fe?

 — Mi fe llena mi soledad con su sordo murmullo de vida invisible.

 — La sensualidad es la posibilidad permanente de rescatar al mundo del cautiverio de su insignificancia.

 — La razón es una mano que oprime nuestro pecho para aplacar el latir de nuestro corazón desordenado.

 — La sonrisa del ser que amamos es el único remedio eficaz contra el tedio.

 — El que se abandona a sus instintos envilece su rostro tan obviamente como su alma.

 — La disciplina no es tanto una necesidad social como una urgencia estética.

 — Ser aristócrata es no creer que todo depende de la voluntad.

 — Entre injusticia y desorden no es posible optar.
 Son sinónimos.

 — La sociedad industrial es la expresión y el fruto de almas donde las virtudes destinadas a servir usurpan el puesto de las destinadas a mandar.

 — Sociedad totalitaria es el nombre vulgar de la especie social cuya denominación científica es sociedad industrial.
 El embrión actual permite prever la fiereza del animal adulto.

 — No hablemos mal del nacionalismo.
 Sin la virulencia nacionalista ya regiría sobre Europa y el mundo un imperio técnico, racional, uniforme.
 Acreditemos al nacionalismo dos siglos, por lo menos, de espontaneidad espiritual, de libre expresión del alma nacional, de rica diversidad histórica.
 El nacionalismo fue el último espasmo del individuo ante la muerte gris que lo espera.

 — La verdad está en la historia, pero la historia no es la verdad.

 — Para llamarse cultivado no basta que el individuo adorne su especialidad con los retazos de otras.
 La cultura no es un conjunto de objetos especiales, sino una actitud específica del sujeto.

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