domingo, 17 de febrero de 2019

Escolios a un texto implícito 2 (Nicolás Gómez Dávila)


Escolios a un texto implícito 2

Nicolás Gómez Dávila



— Sólo tenemos las virtudes y los defectos que no sospechamos.

 — El alma crece hacia adentro.

 — Para excusar sus atentados contra el mundo, el hombre resolvió que la materia es inerte.

 — Sólo vive su vida el que la observa, la piensa, y la dice; a los demás su vida los vive.

 — Escribir corto, para concluir antes de hastiar.

 — Nuestra madurez necesita reconquistar su lucidez diariamente.

 — Pensar suele ser contestación a un atropello más que a una interrogación.

 — El ironista desconfía de lo que dice sin creer que lo contrario sea cierto.

 — La belleza no sorprende, sino colma.

 — El espíritu busca en la pintura un enriquecimiento sensual.

 — La sabiduría consiste en resignarse a lo único posible sin proclamarlo lo único necesario.

 Sólo una cosa no es vana: la perfección sensual del instante.

 — El héroe y el cobarde definen de igual manera el objeto que perciben de manera antagónica.

 — ¿Qué importa que el historiador diga lo que los hombres hacen, mientras no sepa contar lo que sienten?

 — El prestigio de la “cultura” hace comer al tonto sin hambre.

 — Tan imbécil es el hombre serio como la inteligencia que no lo es.

 — La historia no muestra la ineficacia de los actos sino la vanidad de los propósitos.

 — El que ignora que dos adjetivos contrarios califican simultáneamente todo objeto no debe hablar de nada.

 — Los argumentos con que justificamos nuestra conducta suelen ser más estúpidos que nuestra conducta misma.
 Es más llevadero ver vivir a los hombres que oírlos opinar.

 — El hombre no quiere sino al que lo adula, pero no respeta sino al que lo insulta.

 — Llámase buena educación los hábitos provenientes del respeto al superior transformados en trato entre iguales.

 — La estupidez es el ángel que expulsa al hombre de sus momentáneos paraísos.

 — Despreciar o ser despreciado es la alternativa plebeya de la vida de relación.

 — Basta que unas alas nos rocen para que miedos ancestrales resuciten.

 Pensar como nuestros contemporáneos es la receta de la prosperidad y de la estupidez.

 — La pobreza es la única barrera al tropel de vulgaridades que relinchan en las almas.

 — Educar al hombre es impedirle la “libre expresión de su personalidad”.

 — Dios es la substancia de lo que amamos.

 — Necesitamos que nos contradigan para afinar nuestras ideas.

 — La sinceridad corrompe, a la vez, las buenas maneras y el buen gusto.

 — La sabiduría se reduce a no enseñarle a Dios cómo se deben hacer las cosas.

 — Algo divino aflora en el momento que precede el triunfo y en el que sigue al fracaso.

 — La literatura toda es contemporánea para el lector que sabe leer.

 — La prolijidad no es exceso de palabras, sino escasez de ideas.

 — Tan repetidas veces han enterrado a la metafísica que hay que juzgarla inmortal.

 — Un gran amor es una sensualidad bien ordenada.

 — Llamamos egoísta a quien no se sacrifica a nuestro egoísmo.

 — Los prejuicios de otras épocas nos son incomprensibles cuando los nuestros nos ciegan.

 — Ser joven es temer que nos crean estúpidos; madurar es temer serlo.

 — La humanidad cree remediar sus errores reiterándolos.

 — El que menos comprende es el que se obstina en comprender más de lo que se puede comprender.

 — Civilización es lo que logran salvar los viejos de la embestida de los idealistas jóvenes.

 — Ni pensar prepara a vivir, ni vivir prepara a pensar.

 Lo que creemos nos une o nos separa menos que la manera de creerlo.

 — La nobleza humana es obra que el tiempo a veces labra en nuestra ignominia cotidiana.

 — En la incoherencia de una constitución política reside la única garantía auténtica de libertad.

 — Depender sólo de la voluntad de Dios es nuestra verdadera autonomía.

 — La elocuencia es hija de la presunción.

 — Negarnos a considerar lo que nos repugna es la más grave limitación que nos amenace.

 — Todos tratamos de sobornar nuestra voz, para que llame error o infortunio al pecado.

 — El hombre no crea sus dioses a su imagen y semejanza, sino se concibe a la imagen y semejanza de los dioses en que cree.

 — La idea ajena sólo interesa al tonto cuando roza sus tribulaciones personales.

 — Si Dios fuese conclusión de un raciocinio, no sentiría necesidad de adorarlo.
 Pero Dios no es sólo la substancia de lo que espero, sino la substancia de lo que vivo.

 — ¡Qué modestia se requiere para esperar sólo del hombre lo que el hombre anhela!

 — ¿Quién no teme que el más trivial de sus momentos presentes parezca un paraíso perdido a sus años venideros?

 — Elegancia, dignidad, nobleza, son los únicos valores que la vida no logra irrespetar.

 Una vida intelectual veraz y austera nos rapa de las manos artes, letras, ciencias, para reducirnos a la escueta confrontación con el destino.

 — La desesperación es el desfiladero sombrío por donde el alma asciende hacia un universo que la codicia ya no empaña.

 — Nada más peligroso que resolver problemas transitorios con soluciones permanentes.

 La sombra del orgullo sofoca la germinación de mil vilezas.

 — Las desigualdades naturales amargarían la vida del demócrata, si la denigración no existiera.

 — Cierta cortesía intelectual nos hace preferir la palabra ambigua. El vocablo unívoco somete el universo a su arbitraria rigidez.

 — La causa de las estupideces democráticas es la confianza en el ciudadano anónimo; y la causa de sus crímenes es la confianza del ciudadano anónimo en sí mismo.

 — El arte nunca hastía porque cada obra es una aventura que ningún éxito previo garantiza.

 — Escribir sería fácil si la misma frase no pareciera alternativamente, según el día y la hora, mediocre y excelente.

 — El rechazo nos inquieta y la aprobación nos confunde.

 — Las amistades duraderas suelen necesitar torpezas compartidas.

 — El problema auténtico no exige que lo resolvamos sino que tratemos de vivirlo.

 — Las agitaciones populares carecen de importancia mientras no se convierten en problemas éticos de las clases dirigentes.

 — La novela añade a la historia su tercera dimensión.

 — Ninguna ciudad revela su belleza mientras su torrente diurno la recorre.
 La ausencia del hombre es la condición última de la perfección de toda cosa.

 — Nada más raro que quien afirma, o niega, no exagere para halagar o herir.

 — Que rutinario sea hoy insulto comprueba nuestra ignorancia en el arte de vivir.

 — Quienes se equivocan parcialmente nos irritan, quienes se equivocan totalmente nos divierten.

 — Entre adversarios inteligentes existe una secreta simpatía, ya que todos debemos nuestra inteligencia y nuestras virtudes a las virtudes y a la inteligencia de nuestro enemigo.

 — El hombre más desesperado es solamente el que mejor esconde su esperanza.

 — Toda vejez nos venga de nuestra vejez, menos la vejez de los que amamos.

 — Aun cuando la humildad no nos salvara del infierno en todo caso nos salva del ridículo.

 — Ser capaces de amar algo distinto de Dios demuestra nuestra mediocridad indeleble.

 — En el silencio de la noche el espíritu olvida el cuerpo minado que lo apresa, y consciente de su impercedera juventud se juzga hermano de toda terrestre primavera.

 — Nadie carece totalmente de cualidades capaces de despertar nuestro respeto, nuestra admiración, o nuestra envidia.
 Quien parezca incapaz de darnos ejemplo ha sido negligentemente observado.

 — De los seres que amamos su existencia nos basta.

 — El historiador norteamericano no puede escribir historia sin lamentar que la providencia no lo consultara previamente.

 — No es el origen de las religiones, o su causa, lo que requiere explicación, sino la causa y el origen de su oscurecimiento y de su olvido.

 — Al través de mil nobles cosas perseguimos a veces solamente el eco de alguna trivial emoción perdida.
 ¿Morará mi corazón eternamente bajo la sombra de la viña, cerca a la tosca mesa, frente al esplendor del mar?

 — Participar en empresas colectivas permite hartar el apetito sintiéndose desinteresado.

 — El cemento social es el incienso recíproco.

 — El hombre no se sentiría tan desdichado si le bastara desear sin fingirse derechos a lo que desea.

 — La vanidad no es afirmación, sino interrogación.

 — La más insensata promesa nos parece devolución de un bien perdido.

 — Criticar al burgués recibe doble aplauso: el del marxista, que nos juzga inteligentes porque corroboramos sus prejuicios; el del burgués, que nos juzga acertados porque piensa en su vecino.

 La fealdad de un objeto es condición previa de su multiplicación industrial.

 — El moderno ambiciona reemplazar con objetos que compra lo que otros tiempos esperaban de la cultura metódica de los sentimientos.

 — Otras épocas quizá fueron vulgares como la nuestra, pero ninguna tuvo la fabulosa caja de resonancia, el amplificador inexorable, de la industria moderna.

 — La tentación del comunista es la libertad del espíritu.

 — La sabiduría más presuntuosa se avergüenza ante el alma ebria de amor o de odio.

 — Envejecer es catástrofe del cuerpo que nuestra cobardía convierte en catástrofe del alma.

 — El futuro próximo traerá probablemente extravagantes catástrofes, pero lo que más seguramente amenaza al mundo no es la violencia de muchedumbres famélicas, sino el hartazgo de masas tediosas.

 — Atribuir a la vejez la hez acumulada de una vida es el consuelo de los viejos.

 — La delicadeza moral se veda a sí misma cosas que concede a los demás.

 — Ceder a tentaciones nobles evita rendirse a tentaciones bajas.

 — Vencer a un tonto nos humilla.

 — El tránsito de un libro a otro libro se hace a través de la vida.

 — Las palabras no comunican, recuerdan.

 — El hombre se arrastra a través de las desilusiones apoyado en pequeños éxitos triviales.

 — Lejos de garantizar a Dios, la ética no tiene suficiente autonomía para garantizarse a sí misma.

 — ¿Cómo puede vivir quien no espera milagros?

 — Las ambiciones legítimas se avergüenzan y dimiten en medio del tropel de ambiciones fraudulentas.

 — El veneno del deseo es el alimento de la pasión.

 Reformar a los demás es ambición de que todos se mofan y que todos abrigan.

 — La trivialidad es el precio de la comunicación.

 — Antipatía y simpatía son las actitudes primordiales de la inteligencia.

 — Todo fenómeno tiene su explicación sociológica, siempre necesaria y siempre insuficiente.

 — Los libros no son herramientas de perfección, sino barricadas contra el tedio.

 — Pensar que sólo importan las cosas importantes es amago de barbarie.

 Sobre nuestra vida influyen exclusivamente las verdades pequeñas, las iluminaciones minúsculas.

 — Porque no entiende la objeción que lo refuta, el tonto se cree corroborado.

 — Lo que despierta nuestra antipatía es siempre una carencia.

 — Mucho poema moderno no es oscuro como un texto sutil, sino como una carta personal.

 — Vivimos porque no nos miramos con los ojos con que los demás nos miran.

 — Vivimos mientras creemos cumplir las promesas que incumplimos.

 — La palabra no fue dada al hombre para engañar, sino para engañarse.

 — Las realidades espirituales conmueven con su presencia, las sensuales con su ausencia.

 No debemos concluir que todo es permitido, si Dios no existe, sino que nada importa.
 Los permisos resultan irrisorios cuando los significados se anulan.

 — La crítica decrece en interés mientras más rigurosamente le fijen sus funciones. La obligación de ocuparse sólo de literatura, sólo de arte, la esteriliza.
 Un gran crítico es un moralista que se pasea entre libros.

 — ¿Predican las verdades en que creen, o las verdades en que creen que deben creer?

 — La fe que no sepa burlarse de sí misma debe dudar de su autenticidad.
 La sonrisa es el disolvente del simulacro.

 — ¿Quién no compadece el dolor del que se siente repudiado?,
 — ¿pero quién medita sobre la angustia del que se teme elegido?

 — Discrepar es riesgo que no debe asumir sino la conciencia madura y precavida.
 La sinceridad no protege ni del error, ni de la tontería.

 — Nadie es inocente ni de lo que hace, ni de lo que cree.

 — Capacidad destructora de la sonrisa del imbécil.

 — El pueblo no elige a quien lo cura, sino a quien lo droga.

 — La vida compasiva concede, a veces, soluciones que cierto pundonor intelectual obliga a rechazar.

 — El individuo se rebela hoy contra la inalterable naturaleza humana para abstenerse de enmendar su corregible naturaleza propia.

 — Quien trata de educar y no de explotar, tanto a un pueblo como a un niño, no les habla imitando a media lengua un lenguaje infantil.

 — La perfección es el punto donde coinciden lo que podemos hacer y lo que queremos hacer con lo que debemos hacer.

 — Entre la anarquía de los instintos y la tiranía de las normas se extiende el fugitivo y puro territorio de la perfección humana.

 — Belleza, heroísmo, gloria, se nutren del corazón del hombre como llamas silenciosas.

 — La nivelación es el substituto bárbaro del orden.

 — Raros son los que perdonan que compliquemos sus claudicaciones.

 La salvación social se aproxima cuando cada cual confiesa que sólo puede salvarse a sí mismo.
 La sociedad se salva cuando sus presuntos salvadores desesperan.

 — Cuando hoy nos dicen que alguien carece de personalidad, sabemos que se trata de un ser sencillo, probo, recto.

 La personalidad, en nuestro tiempo, es la suma de lo que impresiona al tonto.

 — El máximo error moderno no es anunciar que Dios murió, sino creer que el diablo ha muerto.



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