Escolios a un texto implícito 2
Nicolás Gómez Dávila
— Sólo tenemos las virtudes y los defectos que no sospechamos.
— El alma crece hacia
adentro.
— Para excusar sus
atentados contra el mundo, el hombre resolvió que la materia es inerte.
— Sólo vive su vida el que
la observa, la piensa, y la dice; a los demás su vida los vive.
— Escribir corto, para
concluir antes de hastiar.
— Nuestra madurez necesita
reconquistar su lucidez diariamente.
— Pensar suele ser
contestación a un atropello más que a una interrogación.
— El ironista desconfía de
lo que dice sin creer que lo contrario sea cierto.
— La belleza no sorprende,
sino colma.
— El espíritu busca en la
pintura un enriquecimiento sensual.
— La sabiduría consiste en
resignarse a lo único posible sin proclamarlo lo único necesario.
— Sólo
una cosa no es vana: la perfección sensual del instante.
— El héroe y el cobarde
definen de igual manera el objeto que perciben de manera antagónica.
— ¿Qué importa que el
historiador diga lo que los hombres hacen, mientras no sepa contar lo que
sienten?
— El prestigio de la
“cultura” hace comer al tonto sin hambre.
— Tan imbécil es el hombre
serio como la inteligencia que no lo es.
— La historia no muestra la
ineficacia de los actos sino la vanidad de los propósitos.
— El que ignora que dos
adjetivos contrarios califican simultáneamente todo objeto no debe hablar de
nada.
— Los argumentos con que
justificamos nuestra conducta suelen ser más estúpidos que nuestra conducta
misma.
Es más llevadero ver vivir
a los hombres que oírlos opinar.
— El hombre no quiere sino
al que lo adula, pero no respeta sino al que lo insulta.
— Llámase buena educación
los hábitos provenientes del respeto al superior transformados en trato entre
iguales.
— La estupidez es el ángel
que expulsa al hombre de sus momentáneos paraísos.
— Despreciar o ser
despreciado es la alternativa plebeya de la vida de relación.
— Basta que unas alas nos
rocen para que miedos ancestrales resuciten.
— Pensar
como nuestros contemporáneos es la receta de la prosperidad y de la estupidez.
— La pobreza es la única
barrera al tropel de vulgaridades que relinchan en las almas.
— Educar al hombre es
impedirle la “libre expresión de su personalidad”.
— Dios es la substancia de
lo que amamos.
— Necesitamos que nos
contradigan para afinar nuestras ideas.
— La sinceridad corrompe, a
la vez, las buenas maneras y el buen gusto.
— La sabiduría se reduce a
no enseñarle a Dios cómo se deben hacer las cosas.
— Algo divino aflora en el
momento que precede el triunfo y en el que sigue al fracaso.
— La literatura toda es
contemporánea para el lector que sabe leer.
— La prolijidad no es
exceso de palabras, sino escasez de ideas.
— Tan repetidas veces han
enterrado a la metafísica que hay que juzgarla inmortal.
— Un gran amor es una
sensualidad bien ordenada.
— Llamamos egoísta a quien
no se sacrifica a nuestro egoísmo.
— Los prejuicios de otras
épocas nos son incomprensibles cuando los nuestros nos ciegan.
— Ser joven es temer que
nos crean estúpidos; madurar es temer serlo.
— La humanidad cree
remediar sus errores reiterándolos.
— El que menos comprende es
el que se obstina en comprender más de lo que se puede comprender.
— Civilización es lo que
logran salvar los viejos de la embestida de los idealistas jóvenes.
— Ni pensar prepara a
vivir, ni vivir prepara a pensar.
— Lo
que creemos nos une o nos separa menos que la manera de creerlo.
— La nobleza humana es obra
que el tiempo a veces labra en nuestra ignominia cotidiana.
— En la incoherencia de una
constitución política reside la única garantía auténtica de libertad.
— Depender sólo de la
voluntad de Dios es nuestra verdadera autonomía.
— La elocuencia es hija de
la presunción.
— Negarnos a considerar lo
que nos repugna es la más grave limitación que nos amenace.
— Todos tratamos de
sobornar nuestra voz, para que llame error o infortunio al pecado.
— El hombre no crea sus
dioses a su imagen y semejanza, sino se concibe a la imagen y semejanza de los
dioses en que cree.
— La idea ajena sólo
interesa al tonto cuando roza sus tribulaciones personales.
— Si Dios fuese conclusión
de un raciocinio, no sentiría necesidad de adorarlo.
Pero Dios no es sólo la
substancia de lo que espero, sino la substancia de lo que vivo.
— ¡Qué modestia se requiere
para esperar sólo del hombre lo que el hombre anhela!
— ¿Quién no teme que el más
trivial de sus momentos presentes parezca un paraíso perdido a sus años
venideros?
— Elegancia, dignidad,
nobleza, son los únicos valores que la vida no logra irrespetar.
— Una
vida intelectual veraz y austera nos rapa de las manos artes, letras, ciencias,
para reducirnos a la escueta confrontación con el destino.
— La desesperación es el
desfiladero sombrío por donde el alma asciende hacia un universo que la codicia
ya no empaña.
— Nada más peligroso que
resolver problemas transitorios con soluciones permanentes.
— La
sombra del orgullo sofoca la germinación de mil vilezas.
— Las desigualdades
naturales amargarían la vida del demócrata, si la denigración no existiera.
— Cierta cortesía
intelectual nos hace preferir la palabra ambigua. El vocablo unívoco somete el
universo a su arbitraria rigidez.
— La causa de las
estupideces democráticas es la confianza en el ciudadano anónimo; y la causa de
sus crímenes es la confianza del ciudadano anónimo en sí mismo.
— El arte nunca hastía
porque cada obra es una aventura que ningún éxito previo garantiza.
— Escribir sería fácil si
la misma frase no pareciera alternativamente, según el día y la hora, mediocre
y excelente.
— El rechazo nos inquieta y
la aprobación nos confunde.
— Las amistades duraderas
suelen necesitar torpezas compartidas.
— El problema auténtico no
exige que lo resolvamos sino que tratemos de vivirlo.
— Las agitaciones populares
carecen de importancia mientras no se convierten en problemas éticos de las
clases dirigentes.
— La novela añade a la
historia su tercera dimensión.
— Ninguna ciudad revela su
belleza mientras su torrente diurno la recorre.
La ausencia del hombre es
la condición última de la perfección de toda cosa.
— Nada más raro que quien
afirma, o niega, no exagere para halagar o herir.
— Que rutinario sea
hoy insulto comprueba nuestra ignorancia en el arte de vivir.
— Quienes se equivocan
parcialmente nos irritan, quienes se equivocan totalmente nos divierten.
— Entre adversarios
inteligentes existe una secreta simpatía, ya que todos debemos nuestra
inteligencia y nuestras virtudes a las virtudes y a la inteligencia de nuestro
enemigo.
— El hombre más desesperado
es solamente el que mejor esconde su esperanza.
— Toda vejez nos venga de
nuestra vejez, menos la vejez de los que amamos.
— Aun cuando la humildad no
nos salvara del infierno en todo caso nos salva del ridículo.
— Ser capaces de amar algo
distinto de Dios demuestra nuestra mediocridad indeleble.
— En
el silencio de la noche el espíritu olvida el cuerpo minado que lo apresa, y
consciente de su impercedera juventud se juzga hermano de toda terrestre
primavera.
— Nadie carece totalmente de
cualidades capaces de despertar nuestro respeto, nuestra admiración, o nuestra
envidia.
Quien parezca incapaz de
darnos ejemplo ha sido negligentemente observado.
— De los seres que amamos
su existencia nos basta.
— El historiador
norteamericano no puede escribir historia sin lamentar que la providencia no lo
consultara previamente.
— No es el origen de las
religiones, o su causa, lo que requiere explicación, sino la causa y el origen
de su oscurecimiento y de su olvido.
— Al través de mil nobles
cosas perseguimos a veces solamente el eco de alguna trivial emoción perdida.
¿Morará mi corazón
eternamente bajo la sombra de la viña, cerca a la tosca mesa, frente al
esplendor del mar?
— Participar en empresas
colectivas permite hartar el apetito sintiéndose desinteresado.
— El cemento social es el
incienso recíproco.
— El hombre no se sentiría
tan desdichado si le bastara desear sin fingirse derechos a lo que desea.
— La vanidad no es
afirmación, sino interrogación.
— La más insensata promesa
nos parece devolución de un bien perdido.
— Criticar al burgués
recibe doble aplauso: el del marxista, que nos juzga inteligentes porque
corroboramos sus prejuicios; el del burgués, que nos juzga acertados porque
piensa en su vecino.
— La
fealdad de un objeto es condición previa de su multiplicación industrial.
— El moderno ambiciona
reemplazar con objetos que compra lo que otros tiempos esperaban de la cultura
metódica de los sentimientos.
— Otras épocas quizá fueron
vulgares como la nuestra, pero ninguna tuvo la fabulosa caja de resonancia, el
amplificador inexorable, de la industria moderna.
— La tentación del
comunista es la libertad del espíritu.
— La sabiduría más
presuntuosa se avergüenza ante el alma ebria de amor o de odio.
— Envejecer es catástrofe
del cuerpo que nuestra cobardía convierte en catástrofe del alma.
— El futuro próximo traerá
probablemente extravagantes catástrofes, pero lo que más seguramente amenaza al
mundo no es la violencia de muchedumbres famélicas, sino el hartazgo de masas
tediosas.
— Atribuir a la vejez la
hez acumulada de una vida es el consuelo de los viejos.
— La delicadeza moral se
veda a sí misma cosas que concede a los demás.
— Ceder a tentaciones
nobles evita rendirse a tentaciones bajas.
— Vencer a un tonto nos
humilla.
— El tránsito de un libro a
otro libro se hace a través de la vida.
— Las palabras no
comunican, recuerdan.
— El hombre se arrastra a
través de las desilusiones apoyado en pequeños éxitos triviales.
— Lejos de garantizar a
Dios, la ética no tiene suficiente autonomía para garantizarse a sí misma.
— ¿Cómo puede vivir quien
no espera milagros?
— Las ambiciones legítimas
se avergüenzan y dimiten en medio del tropel de ambiciones fraudulentas.
— El veneno del deseo es el
alimento de la pasión.
— Reformar
a los demás es ambición de que todos se mofan y que todos abrigan.
— La
trivialidad es el precio de la comunicación.
— Antipatía y simpatía son
las actitudes primordiales de la inteligencia.
— Todo fenómeno tiene su
explicación sociológica, siempre necesaria y siempre insuficiente.
— Los libros no son
herramientas de perfección, sino barricadas contra el tedio.
— Pensar que sólo importan
las cosas importantes es amago de barbarie.
— Sobre
nuestra vida influyen exclusivamente las verdades pequeñas, las iluminaciones
minúsculas.
— Porque no entiende la
objeción que lo refuta, el tonto se cree corroborado.
— Lo que despierta nuestra
antipatía es siempre una carencia.
— Mucho poema moderno no es
oscuro como un texto sutil, sino como una carta personal.
— Vivimos porque no nos
miramos con los ojos con que los demás nos miran.
— Vivimos mientras creemos
cumplir las promesas que incumplimos.
— La palabra no fue dada al
hombre para engañar, sino para engañarse.
— Las realidades
espirituales conmueven con su presencia, las sensuales con su ausencia.
— No
debemos concluir que todo es permitido, si Dios no existe, sino que nada
importa.
Los permisos
resultan irrisorios cuando los significados se anulan.
— La crítica decrece en
interés mientras más rigurosamente le fijen sus funciones. La obligación de
ocuparse sólo de literatura, sólo de arte, la esteriliza.
Un gran crítico es un
moralista que se pasea entre libros.
— ¿Predican las verdades en
que creen, o las verdades en que creen que deben creer?
— La fe que no sepa
burlarse de sí misma debe dudar de su autenticidad.
La sonrisa es el disolvente
del simulacro.
— ¿Quién no compadece el
dolor del que se siente repudiado?,
— ¿pero quién medita sobre
la angustia del que se teme elegido?
— Discrepar es riesgo que
no debe asumir sino la conciencia madura y precavida.
La sinceridad no protege ni
del error, ni de la tontería.
— Nadie es inocente ni de
lo que hace, ni de lo que cree.
— Capacidad destructora de
la sonrisa del imbécil.
— El pueblo no elige a
quien lo cura, sino a quien lo droga.
— La vida compasiva
concede, a veces, soluciones que cierto pundonor intelectual obliga a rechazar.
— El individuo se rebela
hoy contra la inalterable naturaleza humana para abstenerse de enmendar su
corregible naturaleza propia.
— Quien trata de educar y
no de explotar, tanto a un pueblo como a un niño, no les habla imitando a media
lengua un lenguaje infantil.
— La perfección es el punto
donde coinciden lo que podemos hacer y lo que queremos hacer con lo que debemos
hacer.
— Entre la anarquía de los
instintos y la tiranía de las normas se extiende el fugitivo y puro territorio
de la perfección humana.
— Belleza, heroísmo,
gloria, se nutren del corazón del hombre como llamas silenciosas.
— La
nivelación es el substituto bárbaro del orden.
— Raros son los que
perdonan que compliquemos sus claudicaciones.
— La
salvación social se aproxima cuando cada cual confiesa que sólo puede salvarse
a sí mismo.
La sociedad se
salva cuando sus presuntos salvadores desesperan.
— Cuando hoy nos dicen que
alguien carece de personalidad, sabemos que se
trata de un ser sencillo, probo, recto.
— La
personalidad, en nuestro tiempo, es la suma de lo que impresiona al
tonto.
— El máximo error moderno
no es anunciar que Dios murió, sino creer que el diablo ha muerto.
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