NICOLAS GOMEZ DAVILA
Escolios a un texto implícito
Nicolás Gómez Dávila, El
Hombre
Prólogo
Mario Laserna Pinzón
Quienes atraídos por su
figura cercana a los dos metros, bigote, tabaco y bastón lo veían caminar
pausadamente por el centro de Bogotá, se sorprendían tanto por la familiaridad
con que lo saludaban lustrabotas y vendedores de lotería, –“ahí va don
Nicolás”–, como por la calma con que miraba las vitrinas en su recorrido del
medio día camino del Jockey Club. Esto ocurría cuando salía de su casa una o
dos veces por semana para asistir a una junta bancaria o visitar su almacén de
telas de la calle doce.
Otra cosa muy distinta era verlo
en su biblioteca, leyendo, tomando notas o conversando con algunos pocos
visitantes, con quienes comentaba todo lo susceptible de afectar la condición
humana desde las innumerables perspectivas de la historia. Escuchando a
“Colacho”, quienes fuimos sus contertulios, aprendimos mucho, muchísimo. No
sólo por el contenido sino por el lenguaje en que hacía sus comentarios,
despertaba capacidades adormiladas en sus interlocutores. Todo bajo el supuesto
de que las ideas aparecen, no tanto como consecuencia de un trámite lógico,
sino de un acto creativo de la mente, mediante un proceso de comprensión
debidamente estimulado por un lenguaje adecuado.
Fundamental punto de
partida para la lucidez de las ideas de Nicolás Gómez Dávila es el contexto
religioso y, mayormente, la creencia y absoluta confianza en Dios. En “Colacho”
la tesis de la primacía del factor racial y geográfico en la capacidad de
concebir las cosmovisiones de mayor proximidad a la verdad última, acentuaba su
desdeño por el célebre “espíritu geométrico”, a menos que éste fuese manipulado
por una clase dirigente consciente de sus oportunidades y responsabilidades y
con capacidad para entender el proceso histórico y sus diversos componentes.
Crear y mantener una
conciencia crítica e informada es la misión de las llamadas “minorías ociosas”
en toda civilización que merezca el respeto de la posteridad.
¿Cómo influye lo local en
un pensamiento que apunta a lo universal? La cuestión es más sencilla de lo que
parece. Su privilegiada posición social y económica, un bachillerato francés,
una férrea disciplina y en especial el contenido de su biblioteca, lo aíslan de
lo inmediato. Nicolás Gómez Dávila se sumerge en su biblioteca y desde 1949 no
vuelve a salir de su encierro. ¿Es, entonces, un desadaptado? De ninguna
manera. Su notable obra nada tiene que ver con el ambiente cultural ni social
que lo rodea, de la misma manera que un creador matemático no requiere que su
pensamiento se nutra o dependa de las experiencias relacionadas con su
cotidianidad.
¿Dónde y cómo se inician
sus elucubraciones? Alguna vez me respondió: –Es como si me preguntaras por qué
tengo tal tipo de nariz y no otra. No sé… ni me interesa averiguarlo. Una vez
surgen ciertos temas, mi mente los elabora de acuerdo con estos señores –señalaba
su biblioteca– y es sobre esa materia prima que yo trabajo–.
Es la mente la que
suministra sus propias experiencias y vivencias, que luego se convierten en
temas de reflexión.
Nicolás Gómez Dávila enfoca
la totalidad de los recursos materiales a su disposición hacia la construcción
de un edificio intelectual con base en la paciencia, el trabajo y el talento.
Construcción que le da sentido a su existencia y que va mucho más allá del
simple “gozar la vida”. Es lo opuesto a la idea de una vida aburguesada en
función del “dinero”, el “éxito” y el “aumentar el paquete”, donde no se
alcanzan a proponer otros fines y donde ni la imaginación ni la cultura
permiten descubrir el camino para llegar a las ideas.
Confieso que esta posición
de “Colacho” influyó mucho en mí. Decidí, a pesar de las expectativas
familiares, cortar con mis estudios de derecho y buscar otro camino. A los 20
años partí para la Universidad de Columbia a estudiar física y matemáticas. Fue
de allí de donde surgió la idea de la Universidad de los Andes (1948). La idea
poco servía para hacer dinero, pero pretendía, mediante la aplicación del
modelo norteamericano, reorientar y modernizar la actividad universitaria en el
país. Sin la guía de “Colacho” y sin la ayuda de mi padre que suministró parte
de los recursos necesarios, el proyecto de los Andes no habría sido posible.
“Trabajar con la plata del míster”, fórmula un tanto picaresca y que,
análogamente, era lo que hacía Gómez Dávila leyendo y discerniendo los clásicos
del pensamiento universal.
Un historiador
contemporáneo de la filosofía europea sugiere con referencia a América Latina
que el siglo XX se podría llegar a conocer como el siglo de Nicolás Gómez
Dávila. Es difícil aventurarse a hacer tales pronósticos. De lo que sí estoy
seguro es de que difícilmente aparecerá en las próximas décadas un pensador y
un erudito de su talla. Un sistema educativo puede planear suministrar a la
sociedad que lo impone, competentes médicos, ingenieros, urbanistas, abogados.
Empero, un pensador del talante universal de Gómez Dávila sólo se produce, sin
importar cuál sea el sistema educativo, por intervención de la Divina
Providencia. De ahí que sea tan difícil escribir lo que fue como persona, como
amigo y como devoto cultivador de la verdad, el bien y la belleza. Ojalá que,
desde donde esté, perciba mi tren de pensamiento y mi esfuerzo por transmitir
en un breve esbozo todo lo que aprendí y recibí de él, y juzgue, con benévola
ironía, lo que he escrito.
Quizás soy el menos
indicado para escribir estas líneas introductorias a la persona, la obra y el
significado intelectual y humano de Nicolás Gómez Dávila. Pero, precisamente,
por haberlo tratado por más de cincuenta años entiendo la dificultad de captar
su nobleza humana y la excelsa dimensión de su espíritu como pensador y erudito
del siglo XX. Sólo quienes hayan meditado sobre sus escritos y experimentado su
profunda y atropelladora lucidez, entenderán el sentido de frustración que me
embarga. Confío en que mis palabras no sean interpretadas como testimonio de mi
capacidad de entender su obra, para mí inconmensurable. Más bien, espero que se
entiendan como una muestra de gratitud y profundo afecto para quien continúa
instruyéndome sobre la grandeza y las miserias de la experiencia humana.
MARIO LASERNA PINZON.
Graduado en Matemáticas, Física y Humanidades en la Universidad de Columbia,
Estados Unidos (1948). Postgrado en filosofía de las Universidades de Princeton
y Heidelberg. Ph. D. en filosofía de la Universidad Libre de Berlín. Fundador
de la Universidad de los Andes, Bogotá (1949). Rector de la Universidad
Nacional de Colombia (1958-1960). Profesor del Instituto de Filosofía de la
Universidad de Viena (1986-1991). Profesor de ciencias políticas y filosofía en
la Universidad Maximilian de Munich (1986). Profesor invitado un semestre,
Universidad de Santiago de Compostela. Profesor invitado a la Academia
Diplomática de Viena (1986): “Ocho lecciones sobre la Interpretación de la
Historia de América Latina”. Seminario sobre “Filosofía Kantiana” para doctorantes
en el Instituto de Filosofía, de la Universidad de Viena (1990). Algunas de sus
más destacadas conferencias: En el Smith College sobre Latinoamérica,
“Conflictos presentes surgidos de decisiones pasadas”; Seminario Paul-Lorezen,
Erlangen, “La geometría de Kant y la Experiencia”; Coloquio de Filosofía en la
Universidad de Columbia, Nueva York, sobre la “Geometría Kantiana entre Frege y
Hilbert”; en El Ateneo, Madrid, “Ciencia y Método en Leviatán” en la
Universidad de Maryland, “Descartes, la Geometría Analítica y su anticipación
de la Meta-Matemática de Hilbert de 1899”; Universidad Danubiana de Belgrado,
“Ecología y Desinformación”. Político y diplomático, es autor de varias obras,
entre otras, de: Estado Fuerte o Caudillo (Bogotá 1962); Individuo y Sociedad
(Bogotá 1969); Estado, Desarrollo, Consenso y Democracia (Bogotá 1976); La
Revolución Para Qué?; Subjetivismo y Objetivismo en la Desinformación; Bolívar,
un Euroamericano Frente a la Ilustración (Bogotá 1982); Dos ensayos sobre la
posibilidad de la Historia (Uniandes, Bogotá 1999).
¡Oh! Pues si no me
entienden –respondió Sancho– no es maravilla que mis sentencias sean tenidas
por disparates.
A hand, a foot, a leg, a head,
Stood
for the whole to be imagined.
W.
Shakespeare (The Rape of Lucrece - 1427-8).
Aux meilleurs esprits
Que d´erreurs promises!
Ni vu ni connu,
Le temps d´un sein nu
Entre deux chemises!
P.
Valéry
(Charmes
- O. C. 137).
Dass
es sich hier um die lange Logik einer
ganz
bestimmten philosophischen Sensibilität
handelt
und nicht um ein Durcheinander
von
hundert beliebigen Paradoxien
und
Heterodoxien, ich glaube, davon
ist
auch meinen wohlwollendsten Lesern
nichts
aufgegangen.
F.
Nietzsche (Briefe - III. 281).
Et
miraris quod paucis placeo, cui cum
paucis
convenit, cui omnia fere aliter
videntur
ac vulgo a quo semper quod longissime
abest id penitus rectum iter
censeo.
F. Petrarca (Epist. rer.
famil. - XIX. 7).
(Selección)
— Los hombres cambian menos
de ideas que las ideas de disfraz. En el decurso de los siglos las mismas voces
dialogan.
— El lector no encontrará
aforismos en estas páginas.
Mis breves frases son los
toques cromáticos de una composición “pointilliste”.
— Es fácil creer que
participamos de ciertas virtudes cuando compartimos los defectos que implican.
— Quienes gimen sobre la
estrechez del medio en que viven pretenden que los acontecimientos, los
vecinos, los paisajes, les den la sensibilidad y la inteligencia que la
naturaleza les negó.
— Adaptarse es sacrificar
un bien remoto a una urgencia inmediata.
—La madurez del espíritu comienza cuando
dejamos de sentirnos encargados del mundo.
—Nada suele ser más difícil que no fingir comprender.
—El amor es el órgano con que percibimos la inconfundible
individualidad de los seres.
—La libertad no es fin, sino medio. Quien la toma por fin no sabe
qué hacer cuando la obtiene.
— Satisfacer el orgullo del
hombre es quizá más fácil de lo que nuestro orgullo imagina.
— Hay mil verdades, el
error es uno.
— Nuestra última esperanza
está en la injusticia de Dios.
— Para Dios no hay sino
individuos.
— Cuando las cosas nos
parecen ser sólo lo que parecen, pronto nos parecen ser menos aún.
— El psicólogo habita los
suburbios del alma, como el sociólogo la periferia de la sociedad.
— Una presencia voluptuosa comunica
su esplendor sensual a toda cosa.
— Todo fin diferente de
Dios nos deshonra.
— Solo la libertad limita
las abusivas intervenciones de la ignorancia.
La política es la ciencia
de las estructuras sociales adecuadas a la convivencia de seres ignorantes.
— Una “sociedad ideal”
sería el cementerio de la grandeza humana.
— Después de toda
revolución el revolucionario enseña que la revolución verdadera será la
revolución de mañana.
El revolucionario explica
que un miserable traicionó la revolución de ayer.
— Los parlamentos
democráticos no son recintos donde se discute, sino donde el absolutismo
popular registra sus edictos.
— El burgués entrega el
poder para salvar el dinero; después entrega el dinero para salvar el pellejo;
y finalmente lo ahorcan.
— Burguesía
es todo conjunto de individuos inconformes con lo que tienen y satisfechos de
lo que son.
— Los marxistas definen
económicamente a la burguesía para ocultarnos que pertenecen a ella.
— El militante comunista
antes de su victoria merece el mayor respeto. Después no es más que un burgués
atareado.
— El amor al pueblo es
vocación de aristócrata. El demócrata no lo ama sino en período electoral.
— A medida que el estado
crece el individuo disminuye.
— No logrando realizar lo
que anhela, el “progreso” bautiza anhelo lo que realiza.
—La técnica no cumple los
viejos sueños del hombre, sino los remeda con sorna.
—Cuando se deje de luchar por la posesión de la propiedad privada
se luchará por el usufructo de la propiedad colectiva.
— La movilidad social
ocasiona la lucha de clases.
El enemigo de las clases
altas no es el inferior carente de toda posibilidad de ascenso, sino el que no
logra ascender cuando otros ascienden.
— Cierta manera desdeñosa
de hablar del pueblo denuncia al plebeyo disfrazado.
— El hombre cree que su
impotencia es la medida de las cosas.
— La
autenticidad del sentimiento depende de la claridad de la idea.
— El vulgo admira más lo
confuso que lo complejo.
— Pensar suele reducirse a
inventar razones para dudar de lo evidente.
— Negarse a admirar es la
marca de la bestia.
— El que renuncia parece
impotente al que es incapaz de renunciar.
— No hay substituto noble a
la esperanza ausente.
— Más seguramente que la
riqueza hay una pobreza maldita: —la del que no sufre de ser pobre sino de no
ser rico; la del que tolera satisfecho todo infortunio compartido; la del que
no anhela abolirla, sino abolir el bien que envidia.
— El hombre prefiere
disculparse con la culpa ajena que con inocencia propia.
— El
tiempo es menos temible porque mata que porque desenmascara.
— Las frases son
piedrecillas que el escritor arroja en el alma del lector.
El diámetro de las ondas
concéntricas que desplazan depende de las dimensiones del estanque.
— El genio es la capacidad
de lograr sobre nuestra imaginación aterida el impacto que cualquier libro
logra sobre la imaginación del niño.
— El filósofo no es vocero
de su época, sino ángel cautivo en el tiempo.
— Tener razón es una razón
de más para no lograr ningún éxito.
— Las perfecciones de quien
amamos no son ficciones del amor. Amar es, al contrario, el privilegio de
advertir una perfección invisible a otros ojos.
— Ni la religión se originó
en la urgencia de asegurar la solidaridad social, ni las catedrales fueron
construidas para fomentar el turismo.
— Todo
es trivial si el universo no está comprometido en una aventura metafísica.
— Mientras más graves sean
los problemas, mayor es el número de ineptos que la democracia llama a
resolverlos.
— La legislación que
protege minuciosamente la libertad estrangula las libertades.
— Más repulsivo que el
futuro que los progresistas involuntariamente preparan, es el futuro con que
sueñan.
— La presencia política de
la muchedumbre culmina siempre en un apocalipsis infernal.
— Lucha contra la
injusticia que no culmine en santidad, culmina en convulsiones sangrientas.
— La
política sabia es el arte de vigorizar la sociedad y de debilitar el Estado.
— La importancia histórica
de un hombre rara vez concuerda con su naturaleza íntima.
La historia está llena de
bobos victoriosos.
— Espasmos de vanidad
herida, o de codicia conculcada, las doctrinas democráticas inventan los males
que denuncian para justificar el bien que proclaman.
— La historia sepulta, sin
resolverlos, los problemas que plantea.
— El escritor procura que
la sintaxis le devuelva al pensamiento la sencillez que las palabras le quitan.
— Nadie tiene capital
sentimental suficiente para malgastar el entusiasmo.
— La
momentánea belleza del instante es lo único que concuerda en el universo con el
afán de nuestras almas.
— En la sociedad medieval
la sociedad es el estado; en la sociedad burguesa estado y sociedad se
enfrentan; en la sociedad comunista el estado es la sociedad.
— El azar regirá siempre la
historia, porque no es posible organizar el estado de manera que no importe
quien mande.
— Comenzamos eligiendo
porque admiramos y terminamos admirando porque elegimos.
— Una providencia compasiva
reparte a cada hombre su embrutecimiento cotidiano.
— La mayor astucia del mal
es su mudanza en dios doméstico y discreto, cuya hogareña presencia reconforta.
— La vulgaridad consiste en
pretender ser lo que no somos.
— La idea inteligente
produce placer sensual.
— El libro no educa a quien
lo lee con el fin de educarse.
— El placer es el relámpago
irrisorio del contacto entre el deseo y la nostalgia.
— Para las circunstancias
conmovedoras sólo sirven lugares comunes. Una canción imbécil expresa mejor un
gran dolor que un noble verso.
La inteligencia es
actividad de seres impasibles.
— La sabiduría no consiste
en moderarse por horror al exceso, sino por amor al límite.
— No es cierto que las
cosas valgan porque la vida importe. Al contrario, la vida importa porque las
cosas valen.
— La verdad es la dicha de
la inteligencia.
— En el auténtico humanismo
se respira la presencia de una sensualidad discreta y familiar.
— Quien
no vuelva la espalda al mundo actual se deshonra.
— La sociedad premia las
virtudes chillonas y los vicios discretos.
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