martes, 12 de febrero de 2019

Escolios a un texto implícito 1 (Nicolás Gómez Dávila)



NICOLAS GOMEZ DAVILA

Escolios a un texto implícito


 Nicolás Gómez Dávila, El Hombre

 Prólogo

 Mario Laserna Pinzón

 Quienes atraídos por su figura cercana a los dos metros, bigote, tabaco y bastón lo veían caminar pausadamente por el centro de Bogotá, se sorprendían tanto por la familiaridad con que lo saludaban lustrabotas y vendedores de lotería, –“ahí va don Nicolás”–, como por la calma con que miraba las vitrinas en su recorrido del medio día camino del Jockey Club. Esto ocurría cuando salía de su casa una o dos veces por semana para asistir a una junta bancaria o visitar su almacén de telas de la calle doce.
 Otra cosa muy distinta era verlo en su biblioteca, leyendo, tomando notas o conversando con algunos pocos visitantes, con quienes comentaba todo lo susceptible de afectar la condición humana desde las innumerables perspectivas de la historia. Escuchando a “Colacho”, quienes fuimos sus contertulios, aprendimos mucho, muchísimo. No sólo por el contenido sino por el lenguaje en que hacía sus comentarios, despertaba capacidades adormiladas en sus interlocutores. Todo bajo el supuesto de que las ideas aparecen, no tanto como consecuencia de un trámite lógico, sino de un acto creativo de la mente, mediante un proceso de comprensión debidamente estimulado por un lenguaje adecuado.
 Fundamental punto de partida para la lucidez de las ideas de Nicolás Gómez Dávila es el contexto religioso y, mayormente, la creencia y absoluta confianza en Dios. En “Colacho” la tesis de la primacía del factor racial y geográfico en la capacidad de concebir las cosmovisiones de mayor proximidad a la verdad última, acentuaba su desdeño por el célebre “espíritu geométrico”, a menos que éste fuese manipulado por una clase dirigente consciente de sus oportunidades y responsabilidades y con capacidad para entender el proceso histórico y sus diversos componentes.
 Crear y mantener una conciencia crítica e informada es la misión de las llamadas “minorías ociosas” en toda civilización que merezca el respeto de la posteridad.
 ¿Cómo influye lo local en un pensamiento que apunta a lo universal? La cuestión es más sencilla de lo que parece. Su privilegiada posición social y económica, un bachillerato francés, una férrea disciplina y en especial el contenido de su biblioteca, lo aíslan de lo inmediato. Nicolás Gómez Dávila se sumerge en su biblioteca y desde 1949 no vuelve a salir de su encierro. ¿Es, entonces, un desadaptado? De ninguna manera. Su notable obra nada tiene que ver con el ambiente cultural ni social que lo rodea, de la misma manera que un creador matemático no requiere que su pensamiento se nutra o dependa de las experiencias relacionadas con su cotidianidad.
 ¿Dónde y cómo se inician sus elucubraciones? Alguna vez me respondió: –Es como si me preguntaras por qué tengo tal tipo de nariz y no otra. No sé… ni me interesa averiguarlo. Una vez surgen ciertos temas, mi mente los elabora de acuerdo con estos señores –señalaba su biblioteca– y es sobre esa materia prima que yo trabajo–.
 Es la mente la que suministra sus propias experiencias y vivencias, que luego se convierten en temas de reflexión.
 Nicolás Gómez Dávila enfoca la totalidad de los recursos materiales a su disposición hacia la construcción de un edificio intelectual con base en la paciencia, el trabajo y el talento. Construcción que le da sentido a su existencia y que va mucho más allá del simple “gozar la vida”. Es lo opuesto a la idea de una vida aburguesada en función del “dinero”, el “éxito” y el “aumentar el paquete”, donde no se alcanzan a proponer otros fines y donde ni la imaginación ni la cultura permiten descubrir el camino para llegar a las ideas.
 Confieso que esta posición de “Colacho” influyó mucho en mí. Decidí, a pesar de las expectativas familiares, cortar con mis estudios de derecho y buscar otro camino. A los 20 años partí para la Universidad de Columbia a estudiar física y matemáticas. Fue de allí de donde surgió la idea de la Universidad de los Andes (1948). La idea poco servía para hacer dinero, pero pretendía, mediante la aplicación del modelo norteamericano, reorientar y modernizar la actividad universitaria en el país. Sin la guía de “Colacho” y sin la ayuda de mi padre que suministró parte de los recursos necesarios, el proyecto de los Andes no habría sido posible. “Trabajar con la plata del míster”, fórmula un tanto picaresca y que, análogamente, era lo que hacía Gómez Dávila leyendo y discerniendo los clásicos del pensamiento universal.
 Un historiador contemporáneo de la filosofía europea sugiere con referencia a América Latina que el siglo XX se podría llegar a conocer como el siglo de Nicolás Gómez Dávila. Es difícil aventurarse a hacer tales pronósticos. De lo que sí estoy seguro es de que difícilmente aparecerá en las próximas décadas un pensador y un erudito de su talla. Un sistema educativo puede planear suministrar a la sociedad que lo impone, competentes médicos, ingenieros, urbanistas, abogados. Empero, un pensador del talante universal de Gómez Dávila sólo se produce, sin importar cuál sea el sistema educativo, por intervención de la Divina Providencia. De ahí que sea tan difícil escribir lo que fue como persona, como amigo y como devoto cultivador de la verdad, el bien y la belleza. Ojalá que, desde donde esté, perciba mi tren de pensamiento y mi esfuerzo por transmitir en un breve esbozo todo lo que aprendí y recibí de él, y juzgue, con benévola ironía, lo que he escrito.
 Quizás soy el menos indicado para escribir estas líneas introductorias a la persona, la obra y el significado intelectual y humano de Nicolás Gómez Dávila. Pero, precisamente, por haberlo tratado por más de cincuenta años entiendo la dificultad de captar su nobleza humana y la excelsa dimensión de su espíritu como pensador y erudito del siglo XX. Sólo quienes hayan meditado sobre sus escritos y experimentado su profunda y atropelladora lucidez, entenderán el sentido de frustración que me embarga. Confío en que mis palabras no sean interpretadas como testimonio de mi capacidad de entender su obra, para mí inconmensurable. Más bien, espero que se entiendan como una muestra de gratitud y profundo afecto para quien continúa instruyéndome sobre la grandeza y las miserias de la experiencia humana.
 MARIO LASERNA PINZON. Graduado en Matemáticas, Física y Humanidades en la Universidad de Columbia, Estados Unidos (1948). Postgrado en filosofía de las Universidades de Princeton y Heidelberg. Ph. D. en filosofía de la Universidad Libre de Berlín. Fundador de la Universidad de los Andes, Bogotá (1949). Rector de la Universidad Nacional de Colombia (1958-1960). Profesor del Instituto de Filosofía de la Universidad de Viena (1986-1991). Profesor de ciencias políticas y filosofía en la Universidad Maximilian de Munich (1986). Profesor invitado un semestre, Universidad de Santiago de Compostela. Profesor invitado a la Academia Diplomática de Viena (1986): “Ocho lecciones sobre la Interpretación de la Historia de América Latina”. Seminario sobre “Filosofía Kantiana” para doctorantes en el Instituto de Filosofía, de la Universidad de Viena (1990). Algunas de sus más destacadas conferencias: En el Smith College sobre Latinoamérica, “Conflictos presentes surgidos de decisiones pasadas”; Seminario Paul-Lorezen, Erlangen, “La geometría de Kant y la Experiencia”; Coloquio de Filosofía en la Universidad de Columbia, Nueva York, sobre la “Geometría Kantiana entre Frege y Hilbert”; en El Ateneo, Madrid, “Ciencia y Método en Leviatán” en la Universidad de Maryland, “Descartes, la Geometría Analítica y su anticipación de la Meta-Matemática de Hilbert de 1899”; Universidad Danubiana de Belgrado, “Ecología y Desinformación”. Político y diplomático, es autor de varias obras, entre otras, de: Estado Fuerte o Caudillo (Bogotá 1962); Individuo y Sociedad (Bogotá 1969); Estado, Desarrollo, Consenso y Democracia (Bogotá 1976); La Revolución Para Qué?; Subjetivismo y Objetivismo en la Desinformación; Bolívar, un Euroamericano Frente a la Ilustración (Bogotá 1982); Dos ensayos sobre la posibilidad de la Historia (Uniandes, Bogotá 1999).

 ¡Oh! Pues si no me entienden –respondió Sancho– no es maravilla que mis sentencias sean tenidas por disparates.

 A hand, a foot, a leg, a head,
 Stood for the whole to be imagined.
 W. Shakespeare (The Rape of Lucrece - 1427-8).

 Aux meilleurs esprits
 Que d´erreurs promises!
 Ni vu ni connu,
 Le temps d´un sein nu
 Entre deux chemises!
 P. Valéry
 (Charmes - O. C. 137).

 Dass es sich hier um die lange Logik einer
 ganz bestimmten philosophischen Sensibilität
 handelt und nicht um ein Durcheinander
 von hundert beliebigen Paradoxien
 und Heterodoxien, ich glaube, davon
 ist auch meinen wohlwollendsten Lesern
 nichts aufgegangen.
 F. Nietzsche (Briefe - III. 281).

 Et miraris quod paucis placeo, cui cum
 paucis convenit, cui omnia fere aliter
 videntur ac vulgo a quo semper quod longissime
 abest id penitus rectum iter
 censeo.
 F. Petrarca (Epist. rer. famil. - XIX. 7).


 (Selección)





 — Los hombres cambian menos de ideas que las ideas de disfraz. En el decurso de los siglos las mismas voces dialogan.

 — El lector no encontrará aforismos en estas páginas.
 Mis breves frases son los toques cromáticos de una composición “pointilliste”.

 — Es fácil creer que participamos de ciertas virtudes cuando compartimos los defectos que implican.

 — Quienes gimen sobre la estrechez del medio en que viven pretenden que los acontecimientos, los vecinos, los paisajes, les den la sensibilidad y la inteligencia que la naturaleza les negó.

 — Adaptarse es sacrificar un bien remoto a una urgencia inmediata.

La madurez del espíritu comienza cuando dejamos de sentirnos encargados del mundo.

—Nada suele ser más difícil que no fingir comprender.

—El amor es el órgano con que percibimos la inconfundible individualidad de los seres.
—La libertad no es fin, sino medio. Quien la toma por fin no sabe qué hacer cuando la obtiene.

 — Satisfacer el orgullo del hombre es quizá más fácil de lo que nuestro orgullo imagina.

 — Hay mil verdades, el error es uno.

 — Nuestra última esperanza está en la injusticia de Dios.

 — Para Dios no hay sino individuos.

 — Cuando las cosas nos parecen ser sólo lo que parecen, pronto nos parecen ser menos aún.

 — El psicólogo habita los suburbios del alma, como el sociólogo la periferia de la sociedad.

 — Una presencia voluptuosa comunica su esplendor sensual a toda cosa.

 — Todo fin diferente de Dios nos deshonra.

 — Solo la libertad limita las abusivas intervenciones de la ignorancia.
 La política es la ciencia de las estructuras sociales adecuadas a la convivencia de seres ignorantes.

 — Una “sociedad ideal” sería el cementerio de la grandeza humana.

 — Después de toda revolución el revolucionario enseña que la revolución verdadera será la revolución de mañana.
 El revolucionario explica que un miserable traicionó la revolución de ayer.

 — Los parlamentos democráticos no son recintos donde se discute, sino donde el absolutismo popular registra sus edictos.


 — El burgués entrega el poder para salvar el dinero; después entrega el dinero para salvar el pellejo; y finalmente lo ahorcan.

 — Burguesía es todo conjunto de individuos inconformes con lo que tienen y satisfechos de lo que son.

 — Los marxistas definen económicamente a la burguesía para ocultarnos que pertenecen a ella.

 — El militante comunista antes de su victoria merece el mayor respeto. Después no es más que un burgués atareado.

 — El amor al pueblo es vocación de aristócrata. El demócrata no lo ama sino en período electoral.

 — A medida que el estado crece el individuo disminuye.

 — No logrando realizar lo que anhela, el “progreso” bautiza anhelo lo que realiza.

 —La técnica no cumple los viejos sueños del hombre, sino los remeda con sorna.

—Cuando se deje de luchar por la posesión de la propiedad privada se luchará por el usufructo de la propiedad colectiva.


 — La movilidad social ocasiona la lucha de clases.
 El enemigo de las clases altas no es el inferior carente de toda posibilidad de ascenso, sino el que no logra ascender cuando otros ascienden.


 — Cierta manera desdeñosa de hablar del pueblo denuncia al plebeyo disfrazado.

 — El hombre cree que su impotencia es la medida de las cosas.

 La autenticidad del sentimiento depende de la claridad de la idea.

 — El vulgo admira más lo confuso que lo complejo.

 — Pensar suele reducirse a inventar razones para dudar de lo evidente.

 — Negarse a admirar es la marca de la bestia.

 — El que renuncia parece impotente al que es incapaz de renunciar.

 — No hay substituto noble a la esperanza ausente.

 — Más seguramente que la riqueza hay una pobreza maldita: —la del que no sufre de ser pobre sino de no ser rico; la del que tolera satisfecho todo infortunio compartido; la del que no anhela abolirla, sino abolir el bien que envidia.

 — El hombre prefiere disculparse con la culpa ajena que con inocencia propia.

 El tiempo es menos temible porque mata que porque desenmascara.

 — Las frases son piedrecillas que el escritor arroja en el alma del lector.
 El diámetro de las ondas concéntricas que desplazan depende de las dimensiones del estanque.

 — El genio es la capacidad de lograr sobre nuestra imaginación aterida el impacto que cualquier libro logra sobre la imaginación del niño.

 — El filósofo no es vocero de su época, sino ángel cautivo en el tiempo.

 — Tener razón es una razón de más para no lograr ningún éxito.

 — Las perfecciones de quien amamos no son ficciones del amor. Amar es, al contrario, el privilegio de advertir una perfección invisible a otros ojos.

 — Ni la religión se originó en la urgencia de asegurar la solidaridad social, ni las catedrales fueron construidas para fomentar el turismo.

 Todo es trivial si el universo no está comprometido en una aventura metafísica.

 — Mientras más graves sean los problemas, mayor es el número de ineptos que la democracia llama a resolverlos.

 — La legislación que protege minuciosamente la libertad estrangula las libertades.

 — Más repulsivo que el futuro que los progresistas involuntariamente preparan, es el futuro con que sueñan.

 — La presencia política de la muchedumbre culmina siempre en un apocalipsis infernal.

 — Lucha contra la injusticia que no culmine en santidad, culmina en convulsiones sangrientas.

 La política sabia es el arte de vigorizar la sociedad y de debilitar el Estado.

 — La importancia histórica de un hombre rara vez concuerda con su naturaleza íntima.
 La historia está llena de bobos victoriosos.

 — Espasmos de vanidad herida, o de codicia conculcada, las doctrinas democráticas inventan los males que denuncian para justificar el bien que proclaman.

 — La historia sepulta, sin resolverlos, los problemas que plantea.

 — El escritor procura que la sintaxis le devuelva al pensamiento la sencillez que las palabras le quitan.

 — Nadie tiene capital sentimental suficiente para malgastar el entusiasmo.

 La momentánea belleza del instante es lo único que concuerda en el universo con el afán de nuestras almas.

 — En la sociedad medieval la sociedad es el estado; en la sociedad burguesa estado y sociedad se enfrentan; en la sociedad comunista el estado es la sociedad.

 — El azar regirá siempre la historia, porque no es posible organizar el estado de manera que no importe quien mande.

 — Comenzamos eligiendo porque admiramos y terminamos admirando porque elegimos.

 — Una providencia compasiva reparte a cada hombre su embrutecimiento cotidiano.

 — La mayor astucia del mal es su mudanza en dios doméstico y discreto, cuya hogareña presencia reconforta.

 — La vulgaridad consiste en pretender ser lo que no somos.

 — La idea inteligente produce placer sensual.

 — El libro no educa a quien lo lee con el fin de educarse.

 — El placer es el relámpago irrisorio del contacto entre el deseo y la nostalgia.

 — Para las circunstancias conmovedoras sólo sirven lugares comunes. Una canción imbécil expresa mejor un gran dolor que un noble verso.
 La inteligencia es actividad de seres impasibles.

 — La sabiduría no consiste en moderarse por horror al exceso, sino por amor al límite.

 — No es cierto que las cosas valgan porque la vida importe. Al contrario, la vida importa porque las cosas valen.

 — La verdad es la dicha de la inteligencia.

 — En el auténtico humanismo se respira la presencia de una sensualidad discreta y familiar.

 — Quien no vuelva la espalda al mundo actual se deshonra.

 — La sociedad premia las virtudes chillonas y los vicios discretos.

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