domingo, 21 de agosto de 2016

Algunas consideraciones sobre los estados póstumos (Abbé Henri Stéphane)


TRATADO VI.6  Algunas consideraciones sobre los estados póstumos


(Abbé Henri Stéphane 1907-1985 ,Introducción al esoterismo cristiano, Capítulo VI, El hombre y su destino)



No se trata, en estas pocas páginas, de dar un exposición completa de todo lo que se relaciona con una cuestión de este género, y hay que añadir que la justificación de lo que vamos a decir supone conocimientos metafísicos  y teológicos que no podemos soñar con desarrollar aquí, sino que deben ser admitidos para sacar algunas aplicaciones que son el objeto de este trabajo. Los que desean conocer los principios que son el fundamento deberán remitirse a las obras que traten de eso. Partiremos de una propuesta de Frithjof Schuon cuyo texto es:

“Los estados póstumos - por la simple razón de que son todo lo que no es terrestre o espacial - son de una complejidad de la que el lenguaje humano no sabría dar cuenta; las revelaciones no dan sólo más que esquemas que se contradicen en la medida que las perspectivas divergen. Además las condiciones póstumas mismas pueden diferir mucho según las religiones que, ellas, pueden por sus estructuras respectivas determinar sus modalidades: queremos decir que los cielos y los infiernos pasajeros del Hinduismo no corresponden al cielo y al infierno perpetuo del Monoteísmo, lo que está  sin duda en relación con hecho de que los Monoteístas entierran a los muertos, mientras que los Hindúes los queman". 11

Añadamos en seguida esto: importa poco que las definiciones dogmáticas o las descripciones simbólicas relativas a los estados póstumos se presenten bajo formas antropomórficas que  no correspondan exactamente a la "realidad". Es incluso necesario que revisten una forma tan simple y "tan ingenua" como sea posible, ya que se dirigen a todo la comunidad  tradicional y son destinadas a ser comprendidas por los más groseras y los más ignorantes, y que, por otra parte, su importancia es tal que deben ser susceptibles de determinar en ellos la actitud práctica necesaria para asegurar a todos los miembros de la comunidad las mejores condiciones póstumas de las que son capaces. Es lo que declara el autor citado: " lo único que importa para nuestros fines últimos, es tener una noción cualitativa - y simbólicamente suficiente - de la causalidad cósmica en tanto que rige nuestros destinos póstumos. "

Así, la teoría de los estados múltiples del Ser, o la teoría de los ciclos en la metafísica oriental, es demasiado general - diríamos de buena gana "abstracta" - para determinar, por ejemplo, las condiciones póstumas propias de la tradición cristiana o de la tradición musulmana en lo que concierne a los miembros de la comunidad correspondiente tomada en su cuasi-totalidad, es  decir abstracción hecha de algunos individuos excepcionales cuyo "destino pudiera diferir de los otros miembros. Así, el destino de los Profetas en Israel pudo diferir grandemente del de sus correligionarios.

Para atenernos a la tradición cristiana, diremos, siguiendo a F. Schuon, que las condiciones póstumas del cristiano están determinadas por la estructura misma de la Revelación correspondiente. Un bautizado, lo quiera o no, no tiene el mismo destino que un no bautizado: el carácter imborrable del rito sacramental hace que sus condiciones póstumas no puedan ser  las mismas que las de un hindú (no cristiano) o de un Occidental sin religión. Para retomar la  proposición citada anteriormente, importa, en el caso particular del Cristianismo, tener una noción cualitativa de la causalidad cósmica en tanto que rige nuestros destinos póstumos. Entonces, según lo que acabamos de decir, esta " causalidad cósmica " no es la misma para un cristiano que para un no cristiano.

Se trata pues de conocerla, o más exactamente, de tener una " noción cualitativa y simbólicamente suficiente ", lo que quiere decir que no es necesario saber exactamente como pasan las cosas. Añadamos en seguida que esto es incluso imposible al hombre en su estado terrestre actual: el proceso de la "salvación" y el de la "condenación eterna" son tan incognoscible al entendimiento humano como, por ejemplo, el proceso de la Creación: se trata, en efecto, de relaciones causales entre el estado humano, - o más exactamente una modalidad particular de este estado, a saber a la modalidad corporal - y otros estados del ser (u otras modalidades extracorporales del estado humano), los cuales son definidos por condiciones de existencia completamente diferentes del estado humano. Es apenas útil decir que la ciencia profana, cuyo dominio está limitado a la existencia terrestre y cuyos s medios de investigación no sobrepasan los límites de este dominio, es perfectamente inepta para informarnos de alguna manera sobre otros estados de existencia. No habría que  imaginarse  tampoco ciertas ciencias ocultas o metapsíquicas, que no sobrepasan los límites de la experiencia y que estudian todo lo más fenómenos de orden sutil en relación inmediata con la modalidad corporal del estado humano, puedan enseñarnos cualquier cosa que sea sobre los estados póstumos. A propósito de eso, las experiencias espiritistas o la pretendida " demostración experimental de la supervivencia ", tan cara a Bergson, son ilusiones puras y simples. No hay en definitiva ninguna relación entre el estudio experimental de algunos fenómenos de orden sutil y un conocimiento, incluso simbólico, de las relaciones causales que religan entre ellos los diferentes estados del ser, o las diferentes modalidades de un mismo estado, y ninguna ciencia humana, sobre todo bajo la forma empírica de las ciencias modernas, nos puede dar la menor noción.

Hay que desconfiar todavía de ciertas doctrinas llamadas teosóficas que  generalmente consisten en un inverosímil "sincretismo " entre los datos o las hipótesis de la ciencia  profana y de los datos tradicionales dispersos y tirados de diferentes religiones, y que no pueden más que mantener confusiones o absurdidades puras y simples en lo que concierne a los estados  póstumo como, por ejemplo, las teorías " reencarnacionistas " tan bien vistas en este género de pseudo-doctrinas.

Haremos en fin la siguiente observación que no deja de tener importancia:  si la metafísica tradicional es susceptible de proyectar sobre este género de cuestiones una luz incomparable, exponiendo por ejemplo las diversas posibilidades que se presentan en la evolución póstuma del ser humano, no es menos verdad, como lo decíamos al principio que en razón misma de su carácter universal - o "abstracto" - no permite conocer las diferentes posibilidades póstumas e concernientes especialmente a cada tradición, y peligra, para los que la comprenden mal, de entretener ciertas ilusiones, como por ejemplo las de un cristiano que utilizara métodos de  " yoga " hindú, con vistas a alcanzar un algún  " paraíso hindú " al cual su "naturaleza" de cristiano no le destina. Es preciso , en efecto, comprender bien - conforme a la primera cita de F. Schuon dada al principio - que, si los estados póstumos de un individuo son más o menos determinados por la estructura la forma tradicional correspondiente, las de un cristiano no serán cualesquiera y, en virtud de todo a lo que hemos dicho, no es ni la ciencia, ni la teosofía, ni incluso la metafísica tradicional quienes nos la  pueden enseñar, como tampoco el comportamiento que éste deberá adoptar para asegurarse las mejores condiciones póstumas que el Cristianismo es susceptible de proporcionarle. Es pues, en definitiva, en la Revelación  cristiana y en la enseñanza tradicional de la autoridad habilitada para dar la interpretación auténtica- es decir la Iglesia – a quien sería preciso dirigirse para conocer dichas condiciones póstumas y la actitud correspondiente Sin duda se estará tentado de decir que la doctrina oficial de la Iglesia se contenta con dar, sobre la cuestión de los últimos fines, sólo un simple "esquema " - para repetir la expresión de F. Schuon - y qué, como consecuencia, los espíritus un poco cultivados, o que se creen "fuertes", se plantearán  entonces a una multitud de objeciones  podrían ser "disueltas" solamente por la metafísica tradicional; por ejemplo, la cuestión de " la eternidad del Infierno" no puede evidentemente recibir una solución aceptable más que  se es capaz de distinguir entre "perpetuidad", o " indefinitud cíclica ", y " eternidad " 12 Pero, de hecho, lo que importa el dogma de " la eternidad del Infierno " confiere a la cuasi – totalidad de los  cristianos una " noción cualitativa y simbólicamente  suficiente" de la  la causalidad cósmica que rige nuestros destinado póstumos.  Ahora aquí, es decir  para un cristiano – e incluso un " bautizado " que lo ha sido  a una edad en que no tomó conciencia de eso lo que es el caso más frecuente - la " causalidad cósmica" de que  se trata es un lazo " ontológico  " entre su sustancia individual y un principio " metacósmico " que es el Cristo y su Cuerpo Místico. En virtud de este lazo, la " naturaleza" de un cristiano ya no es la de un " pagano ", y sus destinos póstumos ya no son los mismos, en principio al menos; resulta de eso, en particular, para él una facilidad más grande de obtener la " salvación" y como  contrapartida inevitable, un riesgo más grande de " condenación ". Es lo que explica que el Cielo y el Infierno cristianos se contemplan " perpetuos", a diferencia de los cielos y los infiernos pasajeros del Hinduismo. Así pues, sin que sea necesario tener una información más amplia sobre la naturaleza del Infierno, basta con que éste aparezca como un eventualidad temible, y hasta más temible para un cristiano que  para un " pagano " - pero el carácter temible de esta eventualidad aparecerá todavía mejor si se toma el cuidado de recordar que la " salvación " - o su contrapartida, la "condenación eterna" - es a la vez el resultado de la gracia divina y de la libre cooperación del hombre, es decir que se sitúa en el dominio de la  acción, pues al nivel del " ciclo terrestre " donde la libertad humana puede ejercitarse, y esta acción no es aprovechable para la salvación más que está "ritualizada ", normalmente por intermedio de los sacramentos. Fuera de la economía sacramental, el cristiano, en principio por lo menos, corre el riesgo de la condenación eterna.

12. Para más desarrollos a este respecto , ver F. SCHUON, El Ojo del Corazón, P. 77, y también R. Guenon , Iniciación y realización espiritual p. 77.

Decimos "en principio ", porque es muy evidente que el ejercicio de la libertad y el carácter " gratuito " de la gracia divina prohíben absolutamente prejuzgar acerca de la " salvación " o de la " condenación eterna " de tal o tal persona, y podemos preguntarnos en el estado actual del mundo, cual puede ser el grado de " responsabilidad " de una multitud de cristianos. Metafísicamente, diremos que no han llegado verdaderamente al " estado de hombre " para ser susceptibles de " salvación " o de " condenación eterna "; no son hombres " más que accidentalmente 13 y no se encuentran pues en un estado "central", a partir del cual solamente  puede ser contemplada la posibilidad de "salvación". Son "comparables" a los vegetales o a los animales que están en los estados " periféricos", y sus estados póstumos excluyen tanto la "salvación" como la " condenación"; es lo que la teología clásica expresa poniéndolos en los "limbos": no pueden más que "renacer" en  otro estado periférico o en un " estado central " distinto que el estado humano. Pero incluso allí todavía es imposible prejuzgar si un individuo tal  es verdaderamente "hombre" o entra en la categoría contemplada más arriba.

De todas formas, un cristiano tiene ciertamente interés en contemplar la "salvación" como la posibilidad normal que le ofrece su religión, si se conforma al mínimo de exigencias que ella comporta, y la "condenación eterna" como una eventualidad temible, aunque ésta se " reduce" a un pasaje a otro estado individual no humano, que tiene una posibilidad incomparablemente más  grande de ser "periférica" que "central" 14 · Metafísicamente, la ventaja de la "salvación" es mantener al ser, por una  indefinitud cíclica, en las "prolongaciones" extracorporales del estado humano; escapa así del indefinitud de los estados cíclicos individuales, y puede entonces, a partir del estado humano, alcanzar los estados superiores comparables a los estados angélicos, de los que la doctrina católica ordinaria no habla, porque la misión de la Iglesia militante se limita a lo que puede ser alcanzado en primer lugar por la cuasi totalidad de sus miembros.

Estas pocas páginas están destinadas a hacer tomar conciencia

 13. Cf F. SCHUON, EL Ojo del Corazón, p. 87.

14. Ibídem, p. 84.

de la importancia de la "salvación" ofrecida al cristiano, si sabe conformarse a  las prescripciones de la Iglesia. Una vez realizada esta "toma de conciencia", todas las objeciones contra la mediocridad de los cristianos y las influencias del clero están desnudadas  de valor y de interés; son imputables al Adversario y no tienen nada que ver con la doctrina.

Addendum: Se puede  todavía contemplar la cuestión de una manera un poco diferente recordando que el bautismo confiere el virtualidad del estado primordial " o " edénico ", es decir del integralidad del estado humano, o todavía del " hombre perfecto”. Desde tal perspectiva, ningún hombre en el estado actual del mundo no puede ser considerado como " verdaderamente hombre " y, a este respecto, se podría creer que la distinción hecha anteriormente  los que son verdaderamente "hombres" y los que no lo son más que "accidentalmente " no es válido. En realidad, desde el punto de vista del estado edénico, la distinción en cuestión no se aplica, y podemos decir que no es verdaderamente "hombre" más   que el que ha realizado ese estado, verdadero "centro" del estado humano considerado en su integridad. Pero desde el punto de vista del estado actual del mundo, es plenamente válida en el sentido de que el que ha  recibido la "virtualidad" del estado edénico es ya en potencia el " hombre verdadero ", mientras que el hombre " sin religión " no tiene ni siquiera en él esta virtualidad; es pues "menos hombre" que el precedente, pero lo es sin embargo más que el animal o la planta, ya que tiene la posibilidad de recibir esta "virtualidad"

Añadamos en fin que, en esta perspectiva, la "salvación" aparece no sólo como el mantenimiento del ser en el estado humano, sino que como una "etapa" en el proceso de realización o de actualización de la "virtualidad" del estado primordial, el cual es el mismo  punto de partida de " la ascensión " a los estados superiores o a la realización del estado supremo e incondicional.  Si estas consideraciones no son desarrolladas en la doctrina corriente de la Iglesia, no habría que creer que no se encuentran allí en absoluto. Basta con trasladarse a la teología de los Padres griegos donde todo lleva a la "divinización (théôsis)" del hombre considerado " como imagen de Dios ", lo que es la traducción teológica de lo que acabamos de decir. No podemos soñar aquí con desarrollar todas estas consideraciones, pero ellas ponen mejor en luz la importancia de la "salvación", como etapa normal de la realización del " hombre perfecto " y, más allá, en la " divinización " del ser humano, y como consecuencia la importancia y la necesidad de actualizar esta virtualidad, conferida por el bautismo, virtualidad que puede estar perdido en tanto que  la "salvación" no es asegurada.

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