lunes, 13 de enero de 2025

El hombre en el universo. [ más allá de la Gran Muralla] (Frithjof Schuon)

 Sobre los mundos antiguos

Frithjof Schuon

Taurus Ediciones. Madrid 1980. P118-119

El hombre en el universo.


Nos encontramos como bajo una capa de hielo que ni nuestros cinco sentidos ni nuestra razón permiten perforar, pero que el Intelecto —espejo de lo suprasensible y rayo sobrenatural de luz a la vez— atraviesa sin trabajo desde que la Revelación le ha permitido tomar consciencia de su propia naturaleza; la creencia religiosa atraviesa igualmente este caparazón cósmico, de un modo menos directo y más afectivo sin duda, pero sin embargo intuitivo en muchos casos; la divina Misericordia, que está comprendida en la Realidad universal y que prueba el carácter fundamentalmente «benéfico»3 de ésta, quiere además que la Revelación intervenga allí donde está esta capa de hielo o esta cáscara, de tal modo que nunca estamos totalmente encerrados, si no es en nuestro rechazo de la Misericordia. Tomando el hielo que nos aprisiona por la Realidad, no admitimos lo que excluye y no experimentamos ningún deseo de liberación; queremos obligar al hielo a ser la felicidad. En el orden de las leyes físicas nadie sueña en rehusar la Misericordia que reside indirecta­ mente en la naturaleza de las cosas: ningún hombre que está a punto de ahogarse rechaza el cable que se le tiende; pero demasiados hombres rechazan la Misericordia en el orden total, porque supera el estrecho marco de su existencia cotidiana y los límites no menos estrechos de su entendimiento. En general el hombre no quiere salvarse más que con la condición de no tener que superarse.

El hecho de que estemos aprisionados en nuestros cinco sentidos implica además e igualmente un aspecto de Misericordia, tan paradójico como esto pueda parecer después de lo que acaba de ser dicho. Si nuestros sentidos fuesen múltiples —y teóricamente no hay ningún límite de principio— la realidad objetiva nos atravesaría como un huracán; nos descuartizaría y aplastaría a la vez. Nuestro «espacio vital» sería transparente, estaríamos como suspendidos por encima de un abismo o como precipitados a través de un macrocosmos inconmensurable, con las entrañas visibles como si dijéramos y llenos de espanto; en lugar de vivir en una parcela maternal y caritativamente opaca e impermeable del universo —pues un mundo es una matriz y la muerte un cruel nacimiento—, nos encontraríamos sin cesar frente a una totalidad de espacios o abismos —y enfrente de miríadas de criaturas y fenómenos— de los que ningún ser individual podría soportar la percepción. El hombre está hecho para el Absoluto o el Infinito, no para lo contingente indefinido.

El hombre, ya lo hemos dicho, está como sepultado bajo una capa de hielo. Se encuentra de diversas maneras, unas veces bajo este hielo cósmico que es la materia en su consistencia actual y post­ edénica y otras bajo el hielo de la ignorancia.

La bondad está en la substancia misma del Universo y en conse­ cuencia traspasa hasta llegar a nuestra materia sin embargo «mal­dita»; los frutos de la tierra y la lluvia del cielo que nos permiten vivir no son otra cosa que manifestaciones de la Bondad que todo lo penetra y que reanima al mundo, y que llevamos en nosotros mismos en el fondo de nuestros enfriados corazones.

3 Aunque la naturaleza divina rales. esté más allá de las determinaciones morales-


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