lunes, 13 de enero de 2025

El destino del hombre después de la muerte.(Protopresbitero Miguel Pomazansky)

 El destino del hombre después de la muerte.

Protopresbitero Miguel Pomazansky

https://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/mytarstva_s.htm


La muerte es el destino común de los hombres. Pero, ella no es la aniquilación del hombre, sino solamente separación del alma y del cuerpo. La verdad sobre la inmortalidad del alma humana es una de las verdades fundamentales del cristianismo. "Dios no en Dios de los muertos, sino de los vivos, ya que en Él todos están vivos." En las Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento la muerte es llamada "la partida del alma" ("que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas," 2 Ped. 1:15), liberación del alma de su prisión (2 Cor. 5:1), separación del cuerpo ("sabiendo que en breve debo abandonar mi cuerpo," 2 Ped. 1:14), separación ("deseo irme y estar con Cristo, lo cual es muchisimo mejor" Fil. 1: 23), partida ("el tiempo de mi partida esta cercano" 2 Tim 4:6), Dormición ("David….durmió, y fue reunido con sus padres" Hech. 13:36). Según el claro testimonio de la Palabra de Dios, el estado del alma después de la muerte no es inconsciente, sino consciente, (por ejemplo, la parábola del rico y Lázaro). El hombre después de la muerte está sometido al juicio denominado particular, a diferencia del último juicio universal. "Es fácil al Señor, el día de la muerte pagar a cada uno según su proceder" dice la Sabiduría de Sirac (Eclesiástico 11:26). Lo mismo expresa santo apóstol Pablo: "Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio" (Heb. 9:27). El apóstol expresa que el juicio sigue directamente después de la muerte del hombre, comprendiendo, evidentemente, no el juicio universal, sino el particular, según lo interpretan los Santos Padres de la Iglesia.

Sobre la base estas indicaciones de las Sagradas Escrituras los santos Padres, desde la antigüedad han representado la senda del alma que se separa del cuerpo, como un camino a través de espacios espirituales, donde fuerzas obscuras esperan tragarse a los débiles de espíritu, y donde, por esa razón, es especialmente necesaria la defensa de los ángeles celestiales y el apoyo de la oración de parte de los miembros vivos de la Iglesia. Entre los antiguos Padres, que hablan de esto están: San Efren el Sirio, Atanasio el Grande, Macario el Grande, Basilio el Grande, Juan Crisóstomo y otros. El que explica con más detalle esta idea es San Cirilo de Alejandría en su "Homilía para la partida del alma" impreso generalmente en el Salterio de los Divinos servicios. El cuadro que describe este camino es presentado en la vida de San Basilio el nuevo. En un sueño, su discípulo vio a la difunta venerable Teodora, quien le manifestó lo que ella vio y experimentó después de su muerte y durante el asenso de su alma a las mansiones celestiales. La vía que sigue el alma después de dejar su cuerpo se suele llamar "pruebas," — "mitarstva" en eslavo. 

"Mytarstva" (pruebas del alma inmediatamente después de la muerte del hombre).

"Mytarstva" son las vivencias del alma cristiana inmediatamente después de la muerte del hombre, tal como lo presentan los Padres de la Iglesia y los santos cristiano

El tema de "mytarstva" no es precisamente objeto de la teología cristiana ortodoxa: no es un dogma de la Iglesia en sentido estricto. Compone un material de naturaleza moralizadora y educativa, se podría decir de carácter pedagógico. Para abordarlo correctamente es imprescindible comprender la base y el espíritu de la concepción ortodoxa del mundo, ya que, "¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios," "para que sepamos lo que Dios nos ha concedido" (I Cor. 2:11-12).

El objetivo de todo es la divinización en Dios para que "Dios sea todo en todos." La vida terrenal del cristiano es, y debe ser, --- un lugar de crecimiento espiritual, de elevación, de ascensión del alma hacia el Cielo. Sí, mucho nos afligimos ya que, con pocas excepciones, conociendo nuestro camino, nos alejamos de él porque nos aferramos a lo puramente terrenal, y aunque estamos dispuestos a arrepentirnos, continuamos viviendo en la indolencia y la pereza. Pero, no existe en nuestras almas aquella "tranquilidad espiritual" que es intrínseca a la psicología cristiana occidental, apoyada en un cierto "mínimo moral" que otorga una disposición espiritual cómoda para que nos ocupemos de nuestros intereses mundanos.

Entretanto, justamente allí donde termina la "tranquilidad espiritual," comienza el campo abierto para el perfeccionamiento, para el trabajo interior del cristiano. "Porque si pecaremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad,, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor del fuego que ha de devorar a los adversarios... ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!" (Heb. 10: 26-27, 31). La pasividad, la despreocupación no son habituales al alma: al no elevarnos, con ello mismo descendemos hacia abajo. Pero, la elevación exige una incansable vigilancia del alma y más aún, de una lucha. ¿Lucha contra quién? ¿Sólo contra uno mismo? "Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espíritus de maldad en las regiones celestes" (Ef. 6:12).

Los mismos Santos llamaron a estas imágenes del juicio que sigue inmediatamente a la muerte: "mytarstva." Las mesas de los publicanos ("mytar"--- publicano), recaudadores de impuestos y aranceles, eran aparentemente, puntos de inspección donde se controlaba el paso para seguir el camino a la ciudad, a su parte central. Por supuesto, la palabra por sí misma no nos introduce a su sentido religioso. En el discurso patrístico significa un corto período después de la muerte cuando el alma cristiana deba responder por su contenido moral.

"Que nadie se adule con palabras vanas ya que la destrucción caerá repentinamente sobre ti" (I Tesalonicenses V: 3) y se producirá un viraje semejante a una tormenta. Vendrá un ángel severo y conducirá a la fuerza tu alma atada por los pecados. Ocúpate pues de reflexionar sobre el último día,... imagínate la confusión, el acortamiento de la respiración y la hora de la muerte, la sentencia de Dios que se acerca, los ángeles presurosos, la terrible turbación del alma atormentada por la conciencia, que con mirada lastimosa ve lo que ocurre a su alrededor. Y finalmente, la necesaria inminencia de la subsiguiente migración" (San Basilio el grande — en "Experiencia de la teología ortodoxa con exposición histórica" del obispo Silvestre, tomo 5 pág. 89).

San Juan Crisóstomo da una imagen todavía más clara: "Si nosotros — dice él — al partir hacia una tierra o ciudad lejana exigimos guías, ¡cuánto más necesitamos de ayudantes y alguien quien nos dirija para pasar sin obstáculos cerca de los superiores y potestades, soberanos del mundo aéreo, perseguidores y jefes publicanos! Por ello, al alejarse del cuerpo, el alma ora se eleva, ora desciende; tiene miedo y tiembla. El reconocimiento de los pecados nos atormenta, más aún en aquella hora en la que nos espera ser llevados al examen y al temible juicio." Y más adelante San Juan Crisóstomo da enseñanzas morales para un modo de vida cristiano.

La simple lógica dice que inmediatamente después de su separación del cuerpo el alma entra en la esfera de la determinación de su futuro destino, y ello lo confirma la palabra de Dios. "Esta establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio" leemos al apóstol Pablo (Heb. 9:27); el juicio es particular, independiente del total.

Los enemigos espirituales son impotentes en contra de esta ayuda, siempre que nosotros tengamos fe, y si nuestra oración es sincera y ferviente. Hay más alegría en los cielos por un pecador que se arrepiente, que por aquellos quienes no necesitan arrepentimiento. ¡Cuán insistentemente nos enseña en el templo la Iglesia a "terminar el resto de nuestra vida en paz y arrepentimiento"! Nos enseña a invocar a la Santísima, Purísima, Bienaventurada Soberana nuestra, la Madre de Dios con todos lo santos, y entonces con plena fe, encomendarnos a nosotros mismos, los unos a los otros y toda nuestra vida a la santa voluntad de Cristo, Dios nuestro. Pero, aun con toda esta miríada de protectores celestiales nos alegra la especial cercanía de nuestros ángeles guardianes. Ellos son mansos. Unas veces se alegran por nosotros, otras veces sufren por nuestras caídas. Y nosotros estamos colmados de esperanza en ellos en aquel momento en el que el alma se separe del cuerpo y haya que entrar en la nueva vida, ¿será en luz o en tinieblas? ¿En alegría o tristeza? por ello cada día rezamos a nuestros ángeles por aquel día venidero: "líbrame de la malicia del enemigo. Y en ciertos cánones de arrepentimiento les rogamos que no se alejen de nosotros ahora y hasta la muerte. "Te veo con ojos espirituales, a ti, que permaneces y conversas conmigo, santo ángel, tú que me cuidas, me guías, permaneces conmigo y siempre me ofreces lo que bueno para mi salvación..." "Cuando mi humilde alma se separe del cuerpo, instructor mío, en aquel momento me cubrirán tus santísimas y luminosas alas." — "Cuando la voz temible de la trompeta me despierte al juicio, párate cerca de mí, pacifico y regocijante, alejando mi temor con la esperanza de salvación." "Como una bella mente dorada como el sol, por tu bondad, dulzura y alegría, radiante preséntate ante mí con tu rostro sonriente y tu vista regocijante, cuando deba ser llevado de la tierra" — "Cuando te veía a la diestra de mi inicua alma, luminoso y pacifico, protector e intercesor mío, siempre desaparecían de mi espíritu, y alejabas a los terribles enemigos que me buscaban." (Canon al Ángel Guardián, Juan el monje, Libro de Oraciones Sacerdotales).


No hay comentarios: