martes, 16 de enero de 2018

EL LENGUAJE SIMBOLICO

EL LENGUAJE SIMBOLICO *

En un Instructivo del Aprendiz de nuestra Liturgia se nos pregunta: "Pues ¿no es la beneficencia mutua nuestro objeto?"

Y debemos responder: "Seríamos ridículos si sólo para eso nos rodeáramos de símbolos y misterios".
Y se nos pregunta luego: "¿Cuál es entonces nuestro secreto?"

Y debemos decir:  "Es inviolable por su naturaleza y se conserva hoy tan puro como cuando se encontraba en los Templos de la India, la Samotracia, del Egipto y de la Grecia.

El que no estudia cada uno de nuestros tres grados, no comprende bien sus
símbolos y explica su oculto significado, podrá vanagloriarse con los títulos
pomposos de Maestro, hacer señas más o menos extravagantes y pronunciar palabras
judío-bárbaro-helénicas; pero no será nada ni sabrá nada que ignore cualquiera
de mediana educación".

Es decir, en otras palabras, que ese Instructivo nos hace ver claramente, desde
el inicio mismo, que una de nuestras principales obligaciones como masones,
quizá la más importante, es la de dedicarnos al estudio, la comprensión y la
explicación del oculto significado de los símbolos que nos rodean, heredados
desde la más remota Antigüedad. Que nuestra Institución encierra un secreto
oculto detrás de esos símbolos, secreto que debemos llegar a conocer mediante el
aprendizaje del idioma sagrado: el lenguaje simbólico.

Si observamos cuidadosamente lo que nos rodea, nos daremos cuenta de que todo lo
que se manifiesta en el Universo es simbólico. La posición de las estrellas, la
jerarquía y movimiento de los planetas, el sol y la luna, el día y la noche; la
tierra, sus estaciones, los elementos que la componen, las variadas formas y
cualidades de las piedras, los minerales y las plantas, así como el
comportamiento y las funciones de las aves, los peces y todos los animales que
la habitan, son símbolos diseñados por el Gran Arquitecto. También los colores,
los sabores, los sonidos y, por supuesto, el hombre, que creado a imagen y
semejanza de la creación entera, y del Creador mismo, es símbolo del Universo,
de la misma manera que el Universo entero puede ser visualizado como un hombre
grande, símbolo a su vez de un ser invisible que en él se expresa.

Si, por otra parte, observamos las manifestaciones culturales, nos daremos
cuenta de que todas ellas son también simbólicas: los números y las letras, son
símbolos de energías que se encuentran detrás de ellos; el arte en todas sus
manifestaciones, cuyos orígenes son sagrados, es siempre expresión simbólica de
ideas sutiles inspiradas al artista por las musas; y también los idiomas, pues
cada palabra o conjunto de palabras son símbolos de alguna idea que ellas
expresan. Además, para el hombre antiguo, tanto la agricultura como la artesanía
y hasta el comercio y la guerra, así como la construcción de ciudades, templos,
habitaciones, carruajes y naves, incluyendo también cada uno de los utensilios
que usa para la realización de los oficios; todos los juegos que practica y, en
fin, todo lo creado por Dios y por el hombre, es símbolo viviente de una
realidad que lo trasciende. También los antiguos sabían que las verdades más
altas llegan a nosotros a través de los símbolos y que los hombres podemos
utilizarlos como vehículos de conocimiento, que si conducimos adecuadamente nos
llevarán precisamente a la comprensión de esas verdades. Todos estos órdenes de
la existencia son armónicos, y se dice que esta armonía, a la que nuestro
símbolos masónicos nos habrán de llevar, es asimismo un símbolo de la unidad
divina de la cual todos estos órdenes provienen, y a la que toda la creación
finalmente retorna.

El hombre, desde su origen mismo, ha vivido en función de los símbolos que lo
rodean. Pero a partir de la entronización del racionalismo durante esta época
que algunos autores tradicionales llaman del "oscurecimiento creciente", el
hombre occidental pareció olvidarlos casi por completo, y se abocó de lleno al
desarrollo, la especialización y la multiplicación de las ciencias empíricas y
técnicas, llevado por una ilusión de progreso indefinido, cuyas últimas
consecuencias han sido la tremenda crisis que vive el mundo moderno.
Aunque la ciencia empírica y la psicología no es la materia que nos compete,
resulta sin embargo interesante observar que aun esta ciencia moderna ha
establecido con asombro que el hombre actual, en el estado ordinario de
conciencia, escasamente utiliza, cuando mucho, un diez por ciento de sus
potencialidades mentales y emotivas; y lo que es aun más asombroso, recientes
investigaciones psicológicas han logrado demostrar que la educación moderna que
en general todos hemos recibido, utilizando únicamente métodos racionales,
analíticos y discursivos, no sólo no despierta aquellas potencialidades dormidas
sino que, por el contrario, atrofia ciertas partes de nuestro cerebro que son
precisamente aquellas que se activan cuando el hombre se pone en contacto con
energías superiores, cuando se conecta con las musas que inspiran al artista o
cuando comprende el lenguaje de los símbolos. Esas investigaciones psicológicas
han llegado hasta a demostrar "empíricamente" que ciertas funciones del cerebro
que se encuentran activas en los niños, se van atrofiando a medida que el niño
va creciendo rodeado de los prejuicios y condicionamientos que le impone la
educación oficial que hoy se imparte; y que únicamente se conservan estas
facultades despiertas, en alguna medida, en aquéllos que mantienen contacto con
el arte y con el símbolo.

También los psicólogos se han ocupado de observar, pretendiendo descubrir algo
nuevo, que los mitos, los sueños y las leyendas afectan de modo sensible al
psiquismo humano y que ciertos símbolos se repiten de tal manera en las
experiencias de sus 'pacientes', que este hecho sólo puede ser explicable si se
considera que éstos se encuentran en lo que ellos llaman el inconsciente o
subconsciente colectivo, y que otros autores llaman con más propiedad la
'memoria colectiva' de la especie humana.

Hoy día, a nadie cabe duda de que los símbolos ejercen en el hombre un gran
poder transformador. Basta observar, por ejemplo, la influencia determinante que
ejercen en el hombre moderno los medios publicitarios y la propaganda, que
operan fundamentalmente a través de sistemas simbólicos, para darnos cuenta de
que el ser humano posee una naturaleza tal que es sensible a los símbolos; que
éstos pueden actuar sobre nosotros y afectar de modo determinante nuestra
conducta.

Es por eso que hoy día están resucitando ideas antiguas, y el hombre pensante de
estos tiempos, abrumado y desilusionado por la evidente decadencia de la
sociedad moderna materialista, está volviendo los ojos al pasado haciendo
renacer disciplinas y corrientes de pensamiento de la antigüedad, íntimamente
asociadas a la simbología.

Para adentrarnos en el lenguaje simbólico, en primer lugar es necesario
distinguir dos clases de símbolos, que corresponden de manera precisa a dos
aspectos de la realidad y a dos maneras de encarar la vida: lo sagrado y lo
profano.

Los símbolos sagrados, según nos dicen expresamente aquéllos que nos los han
heredado, han sido revelados al hombre; su explicación oculta fue transmitida
por tradición (de boca a oído) a través de los siglos, y se dice que sus
orígenes "se pierden en la noche de los tiempos"; los símbolos profanos, como
los utilizados por la propaganda comercial y política, han sido por el contrario
inventados por el hombre moderno; antiguamente no se conocían y modernamente se
han generado y reproducido, convirtiéndose en un instrumento más que contribuye
al adormecimiento de las gentes. Aquellos son manifestaciones de ideas-fuerza
que ellos mismos sintetizan y concretan imprimiéndose en el interior de la
conciencia de los que se abren a ellos; éstos influyen más bien en el psiquismo
y no en la conciencia, evocando ideas e intenciones de un orden inferior.
Los símbolos sagrados son exactos y su contenido se encuentra expresado de una
manera precisa en las distintas formas que adquieren; los profanos en cambio no
tienen ningún contenido claro ni preciso y muchas veces son engañosos, pues
exteriormente manifiestan cosas que interiormente no contienen. Nosotros nos
manejamos únicamente con los primeros, pero no podemos dejar de observar los
segundos, pues debemos aprender a distinguirlos claramente y también porque
estos últimos nos ayudarán a desentrañar los signos de los tiempos que nos ha
tocado vivir.

Por otra parte, es necesario distinguir en los símbolos dos aspectos opuestos y
complementarios que también corresponden a dos maneras de encarar la realidad:
lo exotérico y lo esotérico. El primero se refiere a lo externo, a la forma que
el símbolo toma para expresarse sensiblemente; a su manifestación visible. El
aspecto esotérico indica más bien lo interno; el contenido oculto en el símbolo
mismo; la idea-fuerza o la energía inmanifestada e invisible que detrás del
símbolo se encuentra. En el símbolo sagrado, el aspecto exotérico no es de
ninguna manera arbitrario ni casual, por el contrario, obedece a ciertas leyes
exactas y precisas, y es por esto que decimos que ambos aspectos se
complementan: porque la manifestación externa del símbolo es la que trae al
orden sensible aquello que pertenece a un orden superior a lo cual podremos
llegar si logramos atravesar o traspasar el mero aspecto formal. Lo esotérico,
pues, es anterior y por lo tanto jerárquicamente más alto que lo exotérico, y es
a ello a lo que el lenguaje simbólico, bien entendido, nos debe conducir; pero
el aspecto externo es también necesario para que el símbolo se exprese a nuestro
orden sensible, velando su contenido a quienes no tienen ojos para ver lo
interno de las cosas, pero más bien desvelándolo o revelándolo a los que sí
están capacitados para ver.

De esta manera, lo exotérico puede variar, como de hecho varía, al expresarse en
los diferentes órdenes de la existencia o en las distintas culturas; pero lo
esotérico se mantiene invariable, de la misma forma en que una idea puede ser
expresada en varios idiomas sin que su contenido se altere.
Si observamos los símbolos exclusivamente desde el punto de vista exotérico,
encontraremos variadísimas formas de expresión simbólica en las distintas
manifestaciones del universo y en los diversos pueblos; podremos, como lo hace
la ciencia moderna, 'archivarlos' y exponerlos en museos y enciclopedias y hasta
llegar a ser 'eruditos' conocedores de los mismos, pero no podremos llegar a su
verdadero conocimiento y comprensión. Si, por el contrario, los abordamos desde
el punto de vista esotérico, más bien nos daremos cuenta de la identidad de
todas las culturas verdaderas; podremos observar cómo símbolos y sistemas
simbólicos en apariencia muy diferentes pueden ser sin embargo idénticos en su
contenido; y cómo la síntesis que se obtiene mediante las adecuadas relaciones
entre los distintos órdenes de la existencia y entre los variados sistemas
simbólicos de todos los pueblos, es lo que nos conduce a una verdadera
comprensión y conocimiento de las energías secretas que detrás de los símbolos
se ocultan.

Sin embargo, es necesario hacer la observación de que lo esotérico nada tiene
que ver con el mal llamado 'ocultismo', ni mucho menos con las prácticas
relacionadas con la hechicería y la superstición, como algunos modernos podrían
estar tentados a creer, sino que por el contrario nos conduce más bien a lo más
profundo de los misterios de la creación, ocultos en el interior de nuestra
propia conciencia.

Debemos saber, de todas maneras, que modernamente han proliferado en el mundo
corrientes de pensamiento que se hacen llamar esotéricas, provenientes de
escuelas pseudo-iniciáticas, creadoras de falsos maestros y falsos profetas que
no son otra cosa que simples profanadores de nuestros símbolos. Muchas veces con
fines meramente comerciales, otras con el objeto de adquirir determinados
"poderes" y algunas hasta con 'buena intención', han hecho aparecer cantidad de
enseñanzas, literatura y hasta corrientes políticas que utilizan nuestros
símbolos con otros fines, contribuyendo más bien a aumentar la confusión ya
reinante. Con frecuencia es fácil distinguirlos, cuando son obras de meros
charlatanes o fanáticos; pero debemos de cuidarnos en particular de aquellas
falsificaciones que adquieren características de seriedad y hasta de cierta
profundidad, muchas de las cuales ya han logrado incluso entrar en algunas de
las logias.

Nuestra institución hace derivar sus orígenes de los centros iniciáticos de la
antigüedad a través de los cuales se transmitió el lenguaje simbólico hasta
nuestros días. A la masonería le ha correspondido durante los últimos siglos, la
delicadísima función de ser, en Occidente, el guardián de estos símbolos y
transmitir su profundo significado. Nuestra obligación, pues, es la de
resguardar los símbolos y rescatar su sentido originario y primitivo, no con el
objeto de aumentar simplemente nuestra erudición, sino más bien para aplicar
este conocimiento a la vida.

El lenguaje simbólico tiene el poder de actuar en la vida cotidiana, y se dice
que quienes se acercan a él de la manera adecuada podrán observar dentro de sí
mismos la profunda acción transformadora ejercida por la energía que se
encuentra detrás de nuestros símbolos tradicionales.

Masonería, simbolismo y tradición

Queremos hacer énfasis en el tema de los tres primeros grados, denominados
simbólicos o de San Juan, y llamar la atención acerca de la trascendental
importancia del simbolismo, que constituye los fundamentos de nuestra Orden, el
legado que hemos recibido de nuestros antecesores y que sigue siendo la mejor
manera de transmitir nuestro pensamiento y el más firme soporte en el que se
basa nuestra unión.

Esto no quiere decir que lo consideremos como un fin en sí mismo. El simbolismo
es la representación visible de una idea o una fuerza que detrás de él se
oculta. Es el instrumento a través del cual las ideas llegan a manifestarse, y a
la vez el más apropiado vehículo, que si conducimos adecuadamente, nos llevará
precisamente a la comprensión y a la identidad con la energía que detrás de él
se oculta. Vela su contenido a quienes no están capacitados para ver; pero lo
revela a los que están dispuestos a ver más allá de las simples apariencias y a
desentrañar el profundo secreto o misterio oculto en su significado. Pero por
eso mismo se nos dice que el simbolismo es un medio y no una finalidad.
Sin embargo, la Masonería siempre supo que ese medio es el más ajustado a la
naturaleza humana, cuando se trata de transmitir y preservar las ideas más
elevadas y sutiles. Por eso siempre lo ha utilizado y ha inculcado en los
verdaderos masones el deber de meditar constantemente en el profundo sentido que
encierran nuestros templos, ritos e instrumentos de trabajo.

Se nos ha enseñado que todo lo que se manifiesta en el cielo y en la tierra son
símbolos diseñados por el Arquitecto para que conozcamos sus planos y sus leyes
y nos identifiquemos con su armonía. Se dice que el Cosmos entero es el símbolo
de un ser invisible que en él se oculta; y que nuestros templos, construidos de
acuerdo al modelo del Universo, nos permiten conocerlo e identificarnos con él.
También se nos muestra que el hombre es un templo; un pequeño universo que
contiene dentro de sí todas las posibilidades del Ser; un microcosmos creado a
imagen y semejanza del macrocosmos, y que como éste es el símbolo del espíritu
invisible que está en todo y que no es otra cosa que la esencia y la suprema
identidad. Existe por lo tanto una clara relación analógica 
Hombre-Templo-Universo, y es por eso que conociendo la significación de nuestras
logias, realizando en forma perfecta nuestros ritos de tal manera que
vivifiquemos los mitos y los arquetipos visibles en la figura solar del
Venerable Maestro y en el simbolismo planetario de los dignatarios, y tratando
de interpretar los misterios y secretos de la cosmogonía, estaremos practicando
el arte supremo de conocernos a nosotros mismos; el Arte Real que nos permitirá
sumarnos a la Gran Obra y realizar la construcción interna y externa que
permitirá el restablecimiento de la unidad, la paz y la armonía.

Decimos esto para pedir a los Queridos Hermanos que tomemos conciencia de la
necesidad de preservar nuestro simbolismo y conservar así la pureza de nuestra
tradición y nuestros ritos. Es esto lo que ha distinguido a nuestra Orden desde
sus orígenes y lo que ha hecho posible que no desaparezca y no pierda su
universalidad.

¿Os imagináis qué sería de la Masonería si no hubiera existido el poder
unificador del simbolismo? Algunas logias gremiales quizá se habrían convertido
en modernos sindicatos obreros; otras serían ya organizaciones empresariales,
sectas religiosas o partidos políticos; y no faltarían las que hubieran devenido
en meros clubes sociales. Es decir, nuestra venerable institución habría
desaparecido como tal perdiéndose en la multiplicidad de lo profano.
Siendo uno de nuestros principios la libertad de pensamiento, es lógico que
encontremos divergencias entre los puntos de vista filosóficos, religiosos o
políticos de los distintos HH.; pero nos encontramos unidos gracias a los
símbolos y ritos que nos caracterizan, nos enseñan y nos alimentan con ese
influjo espiritual que es el que ha hecho posible que los iniciados de todos los
tiempos escriban las páginas más brillantes y trascendentales de la historia.
Sabemos que hay muchas variadas corrientes de pensamiento dentro de las logias;
pero no deberíamos hacer énfasis en los aspectos que nos dividen, sino
fortalecer e incrementar aquellos que nos unen.

Ese inmenso influjo, que cada uno de nosotros ha recibido por la iniciación,
debe ser dirigido hacia la obtención del orden interno que se reflejará en el
mundo que nos rodea. Nuestro simbolismo no es sólo teórico y especulativo,
aspecto que no estamos por cierto desdeñando, sino que fundamentalmente es
práctico y operativo. El símbolo actúa en el interior de la conciencia de los
que se abren a él, produciendo el orden y la comprensión; y los masones también
debemos actuar, guiados por esos signos misteriosos, que no son nada más ni nada
menos que los planos del Gran Arquitecto, que habrán de orientarnos
constantemente durante todo el proceso de nuestra construcción interna,
sirviéndonos también de apoyo firme en todas las acciones externas que debamos
emprender al poner nuestra ciencia al servicio de la humanidad.

* Publicado en Símbolo, Rito, Iniciación. Siete Maestros Masones. Ediciones
Obelisco, Barcelona 1992.

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