lunes, 28 de agosto de 2017

Reflexiones sobre el rezo (Abbé Henri Stéphane 1907-1985)

TRATADO IX.1      Reflexiones sobre el rezo

(Abbé Henri Stéphane 1907-1985 , Introducción al esoterismo cristiano, Capítulo IX, La Oración)

No  espere  el lector encontrar aquí un Tratado completo del rezo, sino solamente algunas sugerencias destinadas a hacerle reflexionar sobre una cuestión mucho más complicada de lo que se cree habitualmente.
No se retiene generalmente del rezo más que  uno de los aspectos bajo el cual se puede considerar, el rezo de demanda, y se olvida de los otros. Se habla - y con razón – de muchos pasajes de la Escritura como éstos: “Pedid y se os dará, buscad y encontrareis; llamad y se os abrirá “ (Mat. VII, 7); “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, lo haré “(Juan, XIV, 13).

Se  cree entonces autorizado a pedir no importa que favores temporales u otros, y se  está muy asombrado de no ser cumplido; en particular, se interpreta mal el pasaje precedente de san Juan: “Todo lo que pidáis. . ” Se olvida “en mi nombre “, lo que significa que se trata de un rezo hecho en  nombre de Jesús, es decir él obra por un rezo  hecho en nombre de Jesús, dicho de otra manera el que reza la hace “ en tanto que “ discípulo de Jesús “y continuador de su obra, de su misión ya que, el “nombre” en lengua bíblica significa la “misión”. Este rezo es principalmente la que hace la Iglesia; la eficacia prometida no concierne pues más  que a la obra redentora y no se aplicaría ano importa que, sino solamente a la santificación de las almas.

Esta reserva hecha en lo que concierne a las indicaciones de rezar “en nombre de Jesús” quien se encuentra en otros lugares de san Juan, se puede admitir que el rezo recomendado (en los Sinópticos(Mat. VII, 7 ;, XVII, 19; XXI, 22; Marc XI, 24) tiene un objeto y una eficacia menos limitados. Todo el mundo sin embargo a reconocer que Dios no concede más que los rezos que juzga saludables.
En líneas generales, este segunda reserva (sumisión a la voluntad de Dios)  es suficiente para asegurar a la oración de demanda el carácter de humildad y de confianza requerida para evitar atribuirle un efecto mágico y supersticioso.

Pero existe otro aspecto del rezo, demasiado a menudo ignorado,  es el rezo  de adoración, por el cual  el alma reconoce su dependencia frente Dios, su pequeñez, su miseria, su “impotencia para todo bien” (santa Teresa del Niño Jesús); es el rezo del publicano. Todos están de acuerdo en reconocer que la adoración es la forma más alta del rezo pero además es ella quien da al rezo de demanda la  máxima eficacia con las reservas hechas más arriba.

La adoración es esencialmente una actitud del alma, que se pone en estado de disponibilidad o receptividad frente a la gracia. No pretende acosar a Dios con sus solicitudes, agobiar bajo una montaña de fórmulas apremiantes. Su expresión más alta es el fiat voluntas tua o, si se quiere, todo el Padrenuestro, con la ocasión del cual el Cristo recomienda “no multiplicar las palabras, como hacen el paganos, que se imaginan ser cumplido a fuerza  de palabras “(Mate. VI, 7). Es una orientación del alma que se pone en la “línea de la Gracia”; es una apertura del alma a la Luz de los Alto, es una docilidad del alma la acción soberana del Espíritu.

Disponibilidad, receptividad, orientación, apertura, docilidad, tantas palabras  que es necesario meditar para captar el contenido. Tales serán las trazas características del alma “orante”; abrir la boca, a fin “de aspirar” el Espíritu: “os meum aperui, y attraxi spiritum1
En fin de cuentas, es necesario remontarse siempre al Principio ya que es Dios quien obra, es Dios quien quiere “rendirse  gloria” a él mismo a través nosotros, suponiendo  que estemos disponibles,

1. Salmo 1 19, v. 131: “He abirto  mi boca y he atraído el Espíritu”, según el latín de la Vulgata; el hebreo dice simplemente: “Abro la boca y aspiro. ”

receptivos, dóciles, etc. Es el Espíritu mismo quien reza en nosotros  y por nosotros,  quien ruega al Padre de completar en nosotros y por nosotros la obra de santificación y de santidad, de realizar en nosotros y por nosotros el misterio de pobreza de amor, el misterio de anonadamiento del Verbo encarnado, de su Pasión y de su muerte, el misterio de su Glorificación  de su Resurrección, de su “Exaltación”, el misterio de la “renovación de todas las cosas del “renacimiento espiritua , de la “vida nueva ”, de la “vida sobrenatural”, de la  “vida eterna” y del éxtasis de Amor de las  Tres Personas.

La voluntad del Padre es pues realizar en nosotros su obra de amor . Así es preciso comprender la palabra de San Pablo: “asimismo también el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, ya que nosotros no sabemos lo que debemos, según nuestras necesidades, pedir en  nuestras oraciones, pero el Espritu mismo ruega por nosotros con gemidos inefables, y el que sondea los corazones conoce cuales son los deseos del espíritu; sabe  que ruega según Dios por los santos” (Rom. VIII, 26-27).


El deseo del Espíritu  es encontrar un alma suficientemente disponible, desapegada, pobre en espíritu, suficientemente receptiva, pura, transparente a la Luz, orientada hacia el Padre y el Reino, abierta “a la fuente de agua viva brotando hasta la vida eterna “(Juan IV, 14), dócil  a su acción purificante y beatificante, suficientemente desnudada, desposeída, dimitida de sí para no obstaculizar la Acción del Espíritu; es encontrar “al Padre, los verdaderos adoradores en espíritu y en verdad, los que el Padre busca “(Jean, IV, 23), y no ¡“mendigos “de “gracias temporales”! de modo que no es ya este alma quien  ruega, quien “farfulla”, quien “gorjea”, quien peligra de obstaculizar la acción del Espíritu por su “chochera, sus fórmulas totalmente  hechas, adeudadas apresuradamente; es el Espíritu quien rinde  al Padre la verdadera alabanza de gloria del Verbo Encarnado, supuesto que el alma desnudada de sí y revestida del Cristo no sea ya más que una pura disponibilidad entre las manos de Dios, una pura transparencia a la Luz increada: “No soy  ya quien  vive (o quien ruega),es el Cristo quién vive en mi “(Gal. II, 20). “He ahí que me tienes a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en él, cenaré con él y él con mi “(Apoc.111,20).

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