sábado, 9 de noviembre de 2013

Perspectiva Oriental y Occidental de la Tradición Cristiana



Perspectiva Oriental y Occidental de la
Tradición Cristiana
Witold Zaniewicki
A principios del siglo XIV, cuando Dante acaba de fallecer en Rávena, Gregorio
Palamas elabora, en un convento del Monte Athos, una de las más bellas síntesi
s del
pensam
iento ortodoxo. Si Dios es inaccesible en su Esencia,
es sin embargo accesible
por sus Energías. Por ello, el hombre que participa en la vida divina (esp
ecialmente por
los sa
cramentos, llamados "misterios" como en la antigüedad) alcanza la theósis o
d
eificación. Llega por la gracia a lo que Cristo es por naturaleza. Poco después, Nicol
as
Cabasilas escribe La vida en Cristo.
Un siglo más tarde, Tomás de Kempis, presunto autor de La imitación de
Jes
ucristo, lanza sobre las orillas del Rhin las bases de la "devotio moderna", q
ue
responde a las necesidades de una espiritualidad personal, que fácilmente se d
esprende
de la práctica sacramental.
Deificación del hombre en Oriente, e imitación de Cristo en Occidente; dos claves
tardías para dos perspectivas espirituales que se han separado progresiv
amente desde el
si
glo IV a partir de una Tradición común, o, si se quiere, desde sa
n Agustín para el
Occidente y desde los Padres Capadocios (Basilio, Gregorio de Nisa, Gr
egorio de
Nacianzo) para el Oriente.
En Oriente, la participación en las Energías increadas permite al hombre, que es
c
riatura, entrar en la vida divina, es decir, en el eterno Engendramiento de la Trinidad
.
O, si se prefiere un ejemplo contemporáneo, el ser creado participa de la Luz increada
,
como lo "muestra" (aunque sin intentar demostrarlo) la iluminación de san Serafín
de
Sarov en la Rusia del siglo XIX.
En Occidente, Dios permanece inaccesible en su Esencia (Tomás de Aquino lo
explicó muy bien) y el hombre será para siempre una criatura cuya
"manera de ser"
puede santificar al alma.
 
Por un lado, la divinidad penetra y transfigura el ser entero. Por otro, la "manera de ser"
reempla
za al ser; los estigmas aparecen en el cuerpo sufriente.
EL TRONCO COMÚN
Todo lo que es anterior al concilio de Nicea del 787, el de la teología del icono,
t
érmino último de la transfiguración de la materia, constituye un tesoro c
omún,
inseparable de las dos partes. Este tesoro común es el de la Tradición cristi
ana.
Recordaremos aquí puntos simples pero indispensables para clarificar las ideas. L
a
Tradi
ción se construye en tres tiempos de la historia. Estos tres elementos son:
El kerigma,
• los escritos neotestamentarios,
·     el dogma establecido por los siete concilios ecuménicos.
Tomemos estos términos uno por uno:
1) El kerigma
Corresponde a la tradición oral. Es la "proclamación" por los astoles y sus
discípulos de la obra de Dios cumplida en Cristo. Este último no ha dejado ningú
n
escrito, pero les ha confiado la tarea de proclamarle por todas parte
s "hasta los confines
de la tierra" y de fundar Iglesias en todos los lugares. Simples enviados, los apóstol
es no
han de difundir una doctrina sabia. Para fundar una comunidad, no comi
enzan
exponiendo una didaché, es decir, una enseñanza, sino que proclaman la venida y l
a
o
bra de una Persona.
Dos observaciones son necesarias: el kerigma no es un discurso persuasivo, sino
una manifestación del Espíritu que suscita de manera espontánea e irracional la f
e de
q
uienes la escuchan.


· 
· 
Poseemos pocas huellas de esta proclamación. En efecto, los autores de los libros
neotestamentarios, sabiendo conocido el kerigma apostólico, no tienen necesidad algu
na
de recordarlo.
No conservamos sino dos ejemplos en los siguientes escritos:
a) Pedro, en Hechos 2, 14-36, testimonia:
·     que los apóstoles han recibido el Espíritu prometido por boca de Joel en el
Antiguo Testamento (
lo que quiere decir que la Antigua Ley no es abolida, sino
realizada).
·     que Cristo resucita de entre los muertos según la voluntad del Padre.
Él invita a su audiencia al arrepentimiento (el retorno, la metanoia) y al bautismo.
b) Pablo, en Corintios I, 15, 1-3, proclama:
que Cristo ha muerto por nuestros pecados,
que ha sido sepultado,
que resucitó al tercer día según las Escrituras.
Después enumera las diversas apariciones del Resucitado, incluyendo aquella que
é
l ha vivido. Dice además que si el kerigma es aceptado y transmitido se convi
erte en el
mensaje de salvación conservado por la Tradición.
Esto es todo. Las Iglesias se apoyan siempre en esta proclamación inicial.
2) Los escritos neotestamentarios.
En un segundo tiempo, el de la Tradición escrita, muy cercano al primero,
a
parecen textos que contienen sobre todo elementos de catequesis (u
na didaché),
s
uponiéndose conocida la exposición de la fe.
El canon del Nuevo Testamento, es decir, la lista definitivamente fijada por la
Iglesia de
los textos reconocidos como inspirados por Dios, comprende veintisiete libros:
• los cuatro Evangelios;
• los Hechos de los Apóstoles,
las catorce cartas paulinas,
las siete cartas católicas,
el Apocalipsis (el último libro admitido).
Estos textos ofrecen esencialmente una enseñanza a aquellos que, habiendo
escuchado el kerigma, piden la inic
iación, es decir, el bautismo, y deben entonces ser
instruidos para ello y recibir la didac. Si las ep
ístolas son ante todo escritos de
circunstancia, los tres Evangelios sinópticos (así llamados porque pueden establecers
e a
partir de ellos tres cronologías paralelas) desempeñan esencialmente este papel.
No
o
curre lo mismo con el Evangelio de Juan, que se dirige a los iniciados, en su ori
gen a los
bautizados. Por ello este Evangelio no es utilizado en la liturgia
. No subsiste sino en el
Evangelio después de la misa, o Evangelio secreto, que, en el rito lati
no de san Pío V, el
sac
erdote murmura, con la espalda vuelta hacia los fieles, que no lo oyen.
El canon neotestamentario es expuesto por primera vez en la carta pastoral de
At
anasio el Grande, del año 367. El proceso de fijación de e
ste canon, de esta Regla,
d
uró pues más de dos siglos y medio. El criterio es el de la apostolicidad
. De modo que,
de los cuatro Evangelios (el evaggelion es la Buena Nueva), dos son debidos a
apóstoles
(M
ateo y Juan), y dos a hombres apostólicos (Marcos,
que proclama el kerigma de
Ped
ro, y Lucas, que proclama el de Pablo). A estos libros recibido
s y aceptados se
añaden en la lista de Eusebio (finales del siglo IV, principios del V):


• obras dudosas pero reconocidas, utilizadas por las Iglesias,
·     obras apócrifas, no utilizadas en la liturgia ni en la catequesis, pero cuya lectura
no está prohibida, indudab
lemente,
·     obras llamadas "heréticas", que están prohibidas pero cuya lectura es
apasionante para el historiador.
En los Evangelios, icono verbal de Cristo, se descubren los elementos de una
cristología, e i
gualmente de una pneumatología (conocimiento del Espíri
tu), pero
p
rácticamente nada sobre la Virgen, la "gr
an muda del Evangelio". Será tarea de los
grandes conc
ilios de los siglos IV al VIII el introduci
r nuevas precisiones a esas
confesiones de fe y a esos elementos de catequesis
,
aunque permaneciendo fieles al
ke
rigma inicial.
Establecido el dogma (y serán necesarios algunos siglos), la Iglesia
podrá, media
nte la liturgia, que se fija posteriormente, sellar la fe y desvelar el misterio.
Esta Tradición escrita comprende por lo demás el tema "escandaloso" de la
kenosis, es decir, de la humillación voluntaria de Dios: "ekénósen éauton",
l
iteralmente
"Él se ha vac
iado". En el esquema Encarnación de Cristo, kenosis, Resurrección
,
Pentecostés, las Iglesias de Oriente muy pronto entenderán la Tradición según la
venerac
ión del Cristo Glorioso Resucitado
, mientras que las Iglesias de Occidente
desarrollarán una espir
itualidad y una teología que ponen el acento sobre el
Cristo en la
cruz,
r
ebajándose y pasando por la muerte física para asumir su plena humanidad. La
Luz de
l Espíritu baña de oro los iconos. El modo de aprehensión, el olvido del E
spíritu
Santo
, explica quizá la Reforma protestante, que lo busca de manera a menudo salvaje.
3) El dogma
Quitémosle en primer lugar a esta palabra el sentido jurídico peyorativo que ha
revestido en Occidente. El dogma es en efe
c
to una definición, un criterio de la fe, pero
solamente un criterio de la verdad de contemplación
.
La Iglesia da una clave, no un
sistema; no ofrece el plano de la ciudad de Dios
, sino tan solo los medios para penetra
r
en ella.
Así, los Padres han transfigurado el intelecto, adaptando la razón a la fe, y no a
la inversa
. Su pensamiento evoluciona según las categorías de los val
ores filosóficos
griegos
, sin quedar encerrado en ellas.
El tercer tiempo es el de los grandes concilios ecuménicos que se celebraron de los
siglos IV al VIII. Corresponden a una necesidad: responder a l
as "herejías" afirmando el
dogma
. No se refieren al pensamiento semítico siempr
e vivo, sino a aquel que
correspon
de al humanismo en el que los grandes monjes han sido formados.
Los
conceptos del helenismo que les son conocidos se transforman. En especial, se descubre
la id
ea de Persona, que era tan ignorada por los fi
lósofos como lo es hoy por los
budistas.
Hay en estos grandes concilios dos momentos esenciales:
·     En el siglo IV, la reflexión se centra en el misterio trinitario de las Personas
divinas
.
·     En el siglo V, se desplaza al misterio de la Persona de Cristo, a su inserción en la
Trinidad y a la relación en Él de las dos naturalezas divina y humana. En
consecuencia,
tambi
én se reflexiona sobre la figura de su Madre, que le ha
t
ransmitido la naturaleza humana.
·     Los siglos VI y VII consolidan esta situación (553 y 680: 50 y 6° concilios de
Constantinop
la).
Frente a la metafísica depurada del Islam, la Iglesia establece en el siglo VIII la
relación entre la imagen (icono) y la Persona representada (787: 70 concilio de Nicea)
.
Volvamos a los dos momentos esenciales:
a) Primer momento (siglo IV): contra los arrianos, para quienes el Hijo era
cie
rtamente la primera de las criaturas, aunque separada del Padre por su esencia,
es
decir, u
n Si
mple ejemplo moral para los hombres, el primer concilio de Nicea (325)
reflexi
ona sobre el ti
empo y la distinción nacimiento-creación. Establece que el
arrianismo es de hecho un error acerca del tiempo
.
Define al Hijo encarnado como
homoousios, es decir
, "consubstancial" con el Padre o, si se prefiere, ek tes ousios, "de


la misma esencia" que Él. El Hijo es nacido y no creado. Los Padres de Nicea
explican así el carácter ontológico del nacimiento de Cristo como un estado eterno de la
vida intradivina, y no como un acto de creación. Para expresarlo de otra manera,
y
o diría
que el Padre está en el Hijo
,
y a la inversa, como el sol está en sus rayos, como la fuente
de agua está en la corr
iente.
Después, el segundo concilio de Constantinopla (381) declara también al Espíritu
Santo consubstancial al Padre y al Hijo. El símbolo de Nicea-Constantinopla pone en
orden el dogma de la Trinidad. Este concierne al hombre, dado que, como más adelante
veremos, será percibido en Oriente como participando directamente de esta vida
trin
itaria, en su nacimiento espiritual, mientras que en Occidente permanecerá
en el
plano de la creación.
El intenso trabajo de Atanasio el Grande y de los Padres capadocios, trabajo
elaborado durante sesenta años
,
permitió a los dos primeros concilios tomar conciencia
del principal misterio cristiano: el misterio Trinitario; una sola Esencia divina increada
(ousia) común a las tres hipóstasis o Personas divinas, distintas una de otra.
Lo creado es de una esencia diferente: la creación se desarrolla en el tiempo, a
partir de una materia preexistente o a partir de la nada.
¿Por qué insistir tanto? Porque la reflexión sobre las Personas divinas ha amenazado a la
reflexión sobre la Persona humana
. Ni los filósofos griegos ni los budistas l
o habían
hecho
.
b) Segundo momento (siglo V): es el de la reflexión sobre la Persona de Cristo.
¿ Cómo en esta hipóstasis del Hijo, se concilian las dos naturalezas divina y humana?
Dos concilios responderán sucesivamente a dos "herejías". Mientras que el
arrianismo ha desaparecido en tanto que iglesia
,
aunque subsiste en el pensamiento
marxista, estos dos "errores" han fructificado en dos magníficas Iglesias
,
sobre las cuales
volveremos, que han mantenido hasta nuestros días sus tradiciones propias: la Igle
s
ia
nestoriana y la Iglesia monofisita. Ahora son llamadas Iglesias no-calcedonitas.
Los nestorianos consideran que hay en Cristo una dualidad de dos Personas
distintas correspondientes a sus dos naturalezas.
Contra los nestorianos, el tercer concilio de Éfeso (431) declara que las dos
naturalezas (physis) están unidas en una Persona única y que, en consecuencia
, María
,
madre del hombre Jesús, es madre de Dios. Ella es proclamada Theotokos. Surge l
a
Mariología, pero, para ser claros, no hay dogma sobre la Virgen en el tronco común de la
Tradición cr
istiana, aparte de esta proclamación. En todas partes, desde Éfeso,
se admite
progresivamente la virginidad de María. Vi
r
ginidad "ante partum", "in partu" y "post
partum", es decir
,
"antes del nacimiento, durante el nacimiento y después del
nacimiento", lo cual recuerdan las tres estrellas de su velo en los iconos. Esto s
i
gnifica
que Cristo ha pasado por la puerta de carne de su madre como pasará por las puertas de
la tumba de la muerte física. Es el culto, la liturgia, la himnología (y no el concepto) lo
que constituye el origen de la Mariología.
Contra los monofisitas, el cuarto concilio de Calcedonia (451) mantiene la
existencia de dos naturalezas en la Persona única del Verbo encarnado, y declara su
unión sin mezcla ni separación, pero sin definirla, pues estamos en el mundo del
mis
terio, y no en el de la razón.
Los concilios del siglo V permiten tomar conciencia del segundo misterio cristiano:
el misterio de la Persona de Cristo
. En Él, las dos natural
ezas divina y humana están
"unidas sin confundirse ni modificarse
; sin dividirse ni separarse".
Tal es el tronco común de la Tradición cristiana. Pero de este tronco ya se han
separado, mucho antes de la divergencia Oriente-Occ
i
dente, desde el siglo V, dos
Tradiciones espe
cíficas que poseen una gran riqueza:
Los nestorianos que subsisten, exangües, en la India y en el Próximo Oriente,
han constituido una potente Iglesia misionera que alcanzó la China y el Tíbet en el siglo
VIII.
Precediendo al budismo en el Himalaya, tienen el mérito poco conocido de haber
conser
v
ado una tradición cristiana hasta los siglos XIII Y XIV en el mismo corazón del
Potala. Su v
isión particular de Cri
sto les ha permitido sin duda un cierto desdoblamiento:
han aceptado las prácticas budistas manteniendo su fe. Adv
irtamos que el segundo
contacto entre los discípulos de Cristo y los de Buda data de 1951, año del gran exilio de
los tibetanos. La intuición nestoriana ha sido la de la comunidad de las grandes
Tradiciones: tradujeron al árabe los grandes textos de la filosofía y de la ciencia griega,


han traducido textos sagrados del sánscrito al tibetano.
Han sabido situarse en el interior de una espiritualidad no deísta transfigurándola.
Su fracaso no es más que aparente.
Los monofisitas forman todavía hoy Iglesias muy importantes. Los coptos de
Egipto conocen un extraordinario renacimiento: los intelectuales vuelven al Desierto. En
este momento, armenios, sirios y etíopes pasan por el
martirio. El tiempo de Dios es
muy lento... por primera vez desde el 451
,
en junio de 1989, la Iglesia ortodoxa y las
Iglesias no calcedonianas han publicado una declaración de fe común sobre la Persona
de Cristo y el misterio de su Encarnación para la salvación del género humano. El
acontecimiento es
importante y, por supuesto, ha pasado compl
etamente inadvertido.
Tuvo lugar del 20 al 24 de junio en el monasterio Anba
-Bishoí,
en el desierto egipcio de
Wadi-el-Natroun. La intuición monofisita es particular: descubre y ce
lebra la uni
versal
transfiguración en Cristo
. Pero, debido a ello,
y al querer verla constantemente, ha
tenido tendencia a olvidar la historia
.
La importancia de los problemas cristológicos siempre es actual, pues se trata de
l
a Persona.
Nadie tacha ya de herejías al nestorianismo y al monofisismo, convertidos en
Tradiciones que en este mom
e
nto se unen a la Tradición Ortodoxa. Estas Iglesias poco
conocidas siempre han rechazado los abismos indiferenciados de la India y las
transcendencias cerradas del judaísmo y del islam
.
Poseedoras de las liturgias más antiguas del cristianismo, siempre han
salvaguardado la relación "personal" con Dios y la comunión con los mundos
.
Es gracias
a ellas, en fin, que los grandes concilios han podido p
r
ecisar el dogma y tomar conciencia
de los misterios cristianos de la Trinidad y de la Persona de Cr
isto.
LA RUPTURA DOGMÁTICA
A partir de este tronco común, de esta Tradición común, el dogma cambia en
Occidente
. Ahora bien, el dogma,
la Regla, está en la base de un tipo de espiritualidad.
Jamás se comp
renderá el uno sin el otro. El dogma transforma el espíritu
de aquellos
que lo confiesan. Tampoco se
comprenderá nunca por qué hay
fenómenos de iluminación
en el Oriente cristiano y fenómenos de estigmatización en el Occidente cristiano
, si
se
ignora la base del método. Las diferencias espir
ituales, nacidas de divergenci
as
dogmáticas, se afirman en diferentes tipos de santidad, en experiencias, en vías de
santificación que apenas se parecen
. No debe reducirse esto a causas cultural
es o
polít
icas.
Es necesario aceptar las cosas tal como son: se trata de la cuestión de la
procesión del Esp
íritu Santo (el Filioque
) y de la de la naturaleza de la gracia. Sólo
nuestra constatación de una diferencia dogmática nos permitirá comprender dos
espir
itualidades que se han hecho esencialmente diferentes.
Hay otras leyes además del determinismo histórico.
El problema del Filioque, que divide a las dos Tradiciones, no es un fenómeno
fortuito
.
En realidad, es la única razón que cuenta en el encadenamiento de los hechos
que desembocaron en la separación de
l
siglo IX. Aunque condicionada por factores
po
ticos, esta determinación dogmática fue, por ambas partes, un compromiso espiritual
consc
i
ente. Las dos grandes Tradiciones se han separado en un punto de la doctrina
relativa al Espíritu Santo
,
que es la fuente de la santidad. El Occidente demuestra su
fidel
idad a Cristo en la soledad y el abandono de la noche de Getsemaní.
La actitud "heroica" de los grandes santos occidentales frente al dolor de una
sepa
ración trágica de Dios, y la noche mística de Ter
esa de Ávila y de Juan de la Cruz
como vía, como necesidad esp
i
ritual, es desconocida en Oriente. Los santos orientales
adquieren
la certeza de la unión
con Dios en la Luz de la Transfiguración, en la Luz
increada del Espíritu Santo.
¿Qué es este famoso Filioque? El canon 7 del concilio de Éfeso del 431 prohíbe
componer una confesión de fe diferente de la de Nicea
-Constantinopla.
Ahora bien, es
esto justamente
lo que se producirá en Occidente.
El símbolo de fe cambiará. La teología
occ
idental, al sistematizar las analogías psicológicas
que abundan confusamente en san
Agust
ín (muerto en 430), desea, bajo la i
nfluencia del aristotelismo medieval, distinguir
a las tres Personas divinas med
iante la oposición de sus relaciones.
El Occidente plantea
entonces que el Espíritu procede del Padre y del Hijo ("filioque"), y que constituye así su
vínc
ulo de amor. Anselmo de Cantorbery (muerto en 1109) será el
teórico sistemático de
esta Nueva Teología
, así como también de la "prueba ontológica de Dios".


Esta perspectiva es rechazada por Oriente, para el que el Espíritu es una
hipóstasis, una Persona diferente, que procede sólo del Padre. La Trinidad es justamente
sinergia, superación de las oposiciones
: el Espíritu procede del Padre y da testimonio del
Hijo. Siemp
r
e hay en la revelación trinitaria simultaneidad y reciprocidad. El Espíritu y el
Hijo vienen del Padre y participan uno del otro.
El Padre opera por mediación del Hijo en
el Espíritu Santo. O, si se prefiere una imagen gráfica: la palabra y el aliento surgen
inseparab
les de la boca de Dios.
En Oriente, el engendramiento del hombre, criatura encarada a la vida nueva
según el Espíritu, se identifica con el mov
i
miento del eterno engendramiento del Hijo. El
Espíritu manif
i
esta la filiación divina en la humanidad de Jesús. La puerta se abre así
para
la deificación del hombre. Debe insistirse en esto: el mister
io del hombre consiste
en que él también es una Persona, una hipóstasis que
, a imagen de la T
rinidad, se define
co
mo un ser de comunión, regido por los mismos mecanismos que Ella.
Cuando el Padre,
po
r el Hijo, da el Espíritu a los hombres, se trata de una atribución a la cri
atura de las
prerrogativas más ínt
imas de Dios: participa de la Tri
nidad. O, si se quiere, Cristo
transmite a
l
a humanidad el modo de ser trinitario. Al hombre, siempre tentado por su
mente a confundir o a oponer, el misterio de identidad-diversidad de la Trinidad (una
Esenc
i
a, tres hipóstasis) y el de Cristo (una hipóstasis, dos naturalezas) permite una
visión concreta que puede vivir mediante la ascesis y/o la liturg
ia y los sacramentos.
En Occidente, por el contrario, el filioquismo se cristalizará con el advenimiento de
la escolástica (desde f
i
nales del siglo XI hasta finales del siglo XIII), Y permitirá a esta
escolástica const
ituirse en "
ciencia" que tiende a demostrar las verdades reveladas
med
iante una especulación de tipo aristotélico.
En toda la evolución del siglo XII se
pre
siente el divorcio entre teología y mística.
Esta distinción es ignorada por Oriente,
donde la mística es considerada como la cumbre de toda teología, como la teología por
ex
celenci
a, no siendo ésta sino una expresión útil para todos de aquello que sólo puede
ser experimentado por cada uno. Por el contrario, en el conc
i
lio de Bari (1098), el
maestr
o
de la primera escolástica, Anselmo de Cantorbery, retoma bajo el modo del
análisis racional (que genera
liza y opone) las posiciones matizadas de san Agustín
.
Explic
a entonces mediante oposiciones (la díada Padre-Hijo, de donde procede el tercer
térm
i
no, el Espíritu), mientras que Oriente adora más allá justamente de estas
oposiciones
.
Mucho antes, la primera afirmación del Filioque se encuentra en Marius Victorinus
y en san Agustín. Introducida en España en los concilios de Toledo de los siglos VI y VII,
tiene una intención táctica
:
oponerse a las grandes invasiones de los bárbaros arria nos,
que no recono
cen sino la humanidad de Cristo, y el
lo para subrayar su divinidad. Este
t
ema de la procesión del Espíritu Santo se tiñe rápidamente de una
coloración política.
Carácter distintivo de las Igles
i
as occidentales, se impone en el siglo IX a los búlgaros
evangelizados por misioneros francos, en clara oposición a Bizancio. Los carolingios
general
izan esta costumbre y legitiman con la teología filioquista su nuevo Estado.
Carlomagno lo impone en el Credo
Fiel al símbolo de Nicea-Constantinopla, el Papa León III hace engastar el símbolo
de la Ig
lesia indivisa en las puertas de San Pedro.
Pero, en su coronación en 1014, el
Emperador Enrique II
obliga
al Papa Benito VIII a aceptar el Filioque y a proclamarlo en
Roma.
La ruptura dogmática se consuma. Precede en treinta años a la separación oficial
de 1054
.
Desde el año 787, fecha del último concilio ecuménico, este problema ha
envenenado las
relaciones entre Oriente y Occidente y ha hech
o fracasar, hasta nuestros
días, toda tentativa de unión.
Debe reconocerse a la Tradición occidental la grandeza de recordar contra toda
evanescencia oriental "la verdad de la carne" (veritas carnis). La teología latina insiste
sobre las dos naturalezas de Cristo en su propia densidad
,
vaciando al misterio trinitario
de su realidad. Pero, haciéndolo, nos recuerda que lo que no es asumido no está
salvado, y que es la "substancia" de la carne de Cristo lo que salva a la humanidad. Así,
las dos Tradiciones podrían completarse: Occidente ofrece a la capacidad oriental de
transfiguración el hombre en su densidad
,
de manera que recuerda que la deificación del
hombre es cumplimiento, y no desencarnación de lo humano. Precisemos, bajo esta
óp
tica, que la idea de carne (sarx) es, como en el Anti
guo Testamento, no el cuerpo,
sino la
"totalidad" del ser creado.
THEÓSIS y RELIGiÓN DEL ALMA


Dos actitudes dogmáticas diferentes han engendrado dos visiones espirituales
diferentes
. Deduciendo lógicamente las conclusiones del Filioque,
el Occidente fiel a la
día
da divina considera a la Persona humana a imagen de la Persona divina, es decir,
en
términos de oposición.
Se opone entonces el cuerpo al alma. El hombre llegará a nega
r
su cuerpo para salvar su alma.
Nada semejante hay en Oriente, donde el helenismo cristiano a puesto a la
in
teligencia al servicio del misterio. Fiel a su perspectiva de la Trinidad divina,
Oriente
con
sidera a la Persona humana más allá de las oposiciones.
Dando carne al pensamiento
pl
atónico (que es muy desencarnado) (sic en el original, N. del t.), le es fiel utilizan
do
sus conceptos. El hombre es considerado en sus tres componentes, la tríada cu
erpo
(
soma), alma (psiché) y espíritu (pneuma).
No deteniéndose nunca, como Occidente, en lo psíquico (emociones, fenómenos,
etc.), la espiritualidad cristiana oriental apunta a arrancar al espíritu del alma y de
l
cuerpo, pero, superando con ello el inmovilismo platónico, el destino final del espírit
u es
inseparable de esta alm
a y de este cuerpo, que jamás son rechazados, sin
o
transfigurados. Hay realización ascendente y realizacn descendente.
Esta evolución acaba en la deificación, la theósis. Clemente de Alejandría, maestro
de O
genes, lo expresa claramente: "El Verbo de Dios se hace hombre para que t
ú
apr
endas de un hombre cómo el hombre puede hacerse Dios".
En esta perspectiva, el cuerpo es inocente y la ascesis se hace para él y no contra
é
l. En la realización descendente, es restaurado en su verdadera funció
n, en tanto que
exp
resión de la vida del Espíritu. Las metanías o prosternacione
s (de metano'ia:
arrepentimiento) dan fe de la oración del alma transfigurada, ella también, por e
l
Espíritu.
Para completar, debe señalarse que Oriente distingue diversos componentes
esp
irituales, según el grado de realización: el pneuma o viento, por supuesto, pe
ro
también e
l nous o inteligencia creadora, y aún más ...
En Oriente, la contemplación (theória) es inseparable de la teología, ya la inversa.
Pero desde el siglo VII, con Dionisio el Areopagita (o Pseudo-Dicnisio}, Oriente aprende a
distin
guir lo que depende de una teología positiva o catafática (la de un cie
rto
conocimiento de Dios) de lo que depende de una teología negativa o apofática (l
a de la
toma de conciencia de su carácter incognosc
ible).
En el siglo VIII, Juan Damasceno establece otra distinción entre el plano de la
teología (el misterio de Dios e
n mismo, "Dios en sí") y el plano
de la economía (Dios
en
su revelación, aunque jamás queda limitado por ella, es decir, en la rel
ación que
estab
lece con su creación, "Dios con nosotros").
Todo está mentalmente preparado para la primera síntesis efectuada en el siglo XI
por Simeón el Nuev
o Teólogo. Y ello con tres diferentes enfoques:
a) La filocalia, es decir, el amor y el conocimiento de Dios por la belleza del
cosmos y por la secreta belleza del rostro humano llamado a la deificación, a imagen d
e
la b
elleza absoluta del Rostro de Cristo, Dios hecho hombre.
b) El hesicasmo, es decir, la "búsqueda del lugar secreto del corazón" mediante un
m
étodo ascético preciso que apunta a reunificar el cuerpo, el alma y el espíritu. Est
e
m
étodo, debido a Juan Clímaco en el siglo VII, es un yoga que parte del cuerpo (postura
,
respiración) y limpia la psique por la repetición del Nombre de Jesús. El hesicas
mo
alcanza una verdadera comunión con Dios y obtiene la visión espiritual de la Lu
z
incr
eada (la de Moisés en el Sinaí, la que tuvieron los discípulos sobre el Tabor, duran
te
la Transfiguración)
. Participa "desde aquí abajo" de la vida divina increada (y no d
e un
sobrenatural, de un "más allá", de un "creado en otro lugar").
c) La recuperación de una institución de san Basilio en el siglo IV, que fue la que
p
rimero distinguió la Esencia inaccesible de Dios y sus Energías conocibles
. Simeón
d
esarrolla el tema de la Esencia oculta y de los Rayos de la Gloria de Dios.
La Filocalia culminará en el siglo XVIII con la Gran Filocalia de Nicodemo el
Ha
giorita, en Rusia, enciclopedia de la Luz increada enfrentada a la Enciclopedia fran
cesa
de l
as luces.
El hesicasmo se desarrollará en el Monte Athos, donde siempre se ha practicado.
Gregorio Palamas, finalmente, en el siglo XIV, efectuará la segunda síntesis,
justamente la del Método hesicasta y de lo que después se llamará el palamismo:


·     la distinción clara de la Esencia y de las Energías de Dios (siendo la Luz increada
una de esas Energías),
·     Dios es trascendente en su Esencia, pero voluntariamente inmanente en sus
Energ
ías.
Esta "fórmula" es parte integrante de la doctrina ortodoxa desde el concilio de
1346
. La deificación, la theósis,
se formaliza: es la comunicación a la criatura de las
Energías increadas. El hombre entra en comunión con la naturaleza divina,
transfigurando la suya propia. No puede entonces conocerse a Dios por el cuerpo, ya sea
mediante el Método ascético o por los sacramentos que liberan de la oposición entre el
yo y el no-yo. La materia es rehabilitada. El helenismo la despreciaba. Occidente no ha
seguido este cam
ino.
Occidente desarrolla paralelamente una religión del alma, una religión de la "manera de
ser
", y no del ser.
Cristo es un modelo, pero la filiación que el hombre recibe de él, por
imitación, es un
a filiación creada, y no un engendramiento.
Dios, en efecto, es inaccesible en su Esencia. Ésta es la clave dada en el siglo XIII
por el dominico Tomás de Aquino, príncipe de la Escolástica, cuya "Suma" es una síntesis
armónica de la r
e
velación cristiana y de la filosofía de Aristóteles. Define a las Personas
div
i
nas como "relaciones" en el interior de la Esencia. Lo que está fuera de la Esencia es
necesariamente criatura. La vida divina
ya no es
un fluir de la divinidad que penetra y
transfigura al hombre al completo, sino una "manera de ser" del hombre, suscitada por
Dios. Sólo el alma es santificada. El "Doctor Angelicus" da a la doctrina filioquista su
expresión dogmática, ratificada en el conci
lio de Lyon de 1274.
Es ayudado en ello por san Buenaventura, el "Doctor Seraficus", más afectivo
deb
ido a su pertenencia franciscana.
El tomismo es el dogma de la Iglesia católica, como el palamismo lo será en el
siglo siguie
nte de la Iglesia ortodoxa.
Pueden emplearse ya estos dos términos, pues las Tradiciones han continuado con
su concepción trinita
ria y con la adhesión o el rechazo del Filioque.
Pero es necesario volver atrás la mirada para comprender por qué la Tradición
occidenta
l se ha desarroll
ado contra Bizancio. Debe quedar claro que antes de la
separación de
l siglo XI existía en Oriente una gran cultura en los medios l
aicos, que los
monjes, por el contrario, no eran ni clérigos ni letrados en su mayor parte, que la Iglesia
utilizaba con una libertad soberana la racionalidad antigua en la tradición ininterrumpida
de los Padres griegos
. En Occidente, en cambio, transcurrían tiempos bárbaros
. El pueblo
estaba separado de
l clero, que era el único detentor de la cultur
a. Los monjes estaban
clericalizados, y el celibat
o monástico colocaba a los clérigos seculares
en una confusión
total entre vocación monástica y servicio sacerdotal
.
La continuidad patrística se reducía
al agust
i
nismo. Poco nutrida intelectualmente, la teología monástica, sobre todo litúrgica
y contemplati
va,
no supo equilibrar el aporte del racionalismo aristotélico que le
su
ministr
aron, sin preparación, en el siglo XII, judíos y musulmanes, en el momento de
la reapert
ura del Mediterráneo. Poco importa que en este si
glo se sucedieran las
refo
rmas benedictinas: primero Cluny, luego Citeaux. Los monjes-
sacerdotes latinos,
ligados al mundo feudal, lucharon contra el cuerpo pecador para salvar al alma
.
La
mística quedará expuesta largo tiempo al rechazo y a la ignorancia del mundo.
Con el desarrollo de las ciudades, reaccionan las órdenes mendicantes, los
franciscanos y los dominicos. Ya no se trata de alejarse de los hombres, sino de
mezclarse con ellos; ya no debe rechazarse la creación, sino admirarla:
pensamos en
Francisco de Asís.
Con la lectura de los clásicos y las traducciones del árabe, el mundo
deviene armonioso e inteligible.
La fe busca y en
cuentra al intelecto con santo Tomás de
A
quino y san Buenaventura.
El siglo XIII ofrece un admirable equilibrio social bajo la
di
rección sacerdotal y real del Soberano Pontífice con el
tomismo y el arte gótico:
equ
ilibrio, y no transfiguración, excepto en una mística muy confinada.
Sólo Gerson
intenta
reaccionar
al distinguir la teología mística (conocimiento intuitivo de Dios) de la
teo
logía especul
ativa (conocimiento intelectual de Dios). Pero, después de Duns Scoto
(s
iglo XIII), la teología occidental es resueltamente especul
ativa, e intenta presentar una
explicación coherente del mundo gracias al saber profano
.
A partir de aquí, desde el siglo XIV, no podemos hacer sino una serie de
constataciones
:
Mientras que el Oriente conoce una sola vía espiritual, Occidente se disgrega y
est
alla en numerosas vías, todas, por lo demás, muy ricas. Estas vías son princlpamente


las de las grandes órdenes religiosas, que han poseído todas su Regla y su
Método.
El olvido del Espíritu Santo conduce a los movimientos precursores de la Reforma
(
Juan Huss en el siglo XV).
- La Reforma del siglo XVI provoca la Contra-Reforma, y además una Nueva
Doctrina: la invención del Purgatorio, la definición de la transubstanciación de las Santas
E
species, etc., dominios todos en los que brillan los j
esuitas, garantes de Roma, pero
ine
xistentes en Oriente. Las "fórmulas" se fijan, se conceptualizan e ignoran el misterio.
Esto separa aún más a Occidente de Oriente, que se guarda de definir el misterio.
En la comunión, el acento se pone sobre los efectos psíquicos: de la participación en una
verdadera Energí
a vital deificadora se pasa al Fuego que purifica pero que no consume
.
La Ortodoxia, en cambio, no "cosifica", no define la carne y la sangre espirituale
s del
Resucitado.
Es preciso fijarse además en que no es hasta el siglo XIV cuando aparece la
"devotio mod
erna", que indica el fin del monopolio de la for
ma monástica y litúrgica. El
"d
evoto" ya no es casi un monje. E
s, con los Hermanos de la Vida Común (La imitación
de J
esucristo es de 1
427), la personificación de la piedad y la relación íntima con Dios en
un m
edio intelectualmente abierto donde, en el siglo, el espir
itual desarrolla su relación
con
el maestro interior.
Está hecho el anuncio de la futura riqueza de las Tradiciones anglicana y
p
rotestante.
DEL PECADO Y DE LA GRACIA
Pero el Filioque no explica completamente la separación. Hay otros factores más
antiguo
s. Todo parte una vez más de san Agustín, que ha transmitido a Oc
cidente
con
ceptos discutibles y que no le comprometen más que a él.
Agustín es de Cártago y depende de la Iglesia de Occidente como sus
pred
ecesores. A este respecto, puede advertirse que mientras que en el si
glo III
Al
ejand
ría (que depende de la Iglesia de Oriente) intentaba percibir el misterio de Dios,
T
ertuliano de Cártago buscaba ya una disciplina de vida (una moral),
una pedagogía sin
mi
sticismo. Cipriano de Cártago hizo lo mismo y dio recetas de vida moral (para se
r
ju
stos, se le debe la bella imagen del "lagar místico").
Siguiendo su estela, Agustín introduce dos factores de separación con Oriente: la
idea
del pecado original y una visión particular de la gracia.
1) El pecado original
Para san Agustín, el hombre antes de la caída es una criatura "concupiscente y
mortal", pero a la que Dios ha hecho don de la g
r
acia, que es un "don
sobr
eañadido" (donum superadditum). Este don no forma parte
de la naturaleza humana
en t
anto que tal, y depende del acto mismo del Creador. Le
permitiría escapar del
pecado y de
la muerte.
El pecado de Adán le retiró ese don de la gracia, y se convirtió en lo que era por
naturaleza, es decir, en "concupiscente y mortal". s n, la culpabilidad se ex
tendería
a toda su descendencia, y todos compartirían su falta, ya que habrían pecado en él.
El hombre habría pues cometido un pecado original alzándose contra el orden
establecido por Dios, un acto, una falta: "peccatum actuale".
Este pecado se habría
h
echo hereditario y se convertiría en un estado: "peccatum habituale",
el de la esclavitud
del hombre con
respecto a la concupiscencia y la muerte.
Para Agustín, Cristo elimina la falta original gracias al bautismo. Lega así a Occidente
problemas angustiosos
: condenación de los no bautizados, universalidad de l
a falta de
Adán e
n seres que todavía no han sido creados, limitación o no de la gracia "recuperada"
tr
as el bautismo; es el tema de la predestinación, que hal
lará su desarrollo último con el
jan
senismo del siglo XVII.
Una concepción semejante es totalmente extraña al Oriente: la doctrina tradicional
s
e funda en la imagen bíblica de la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios
.
La indestructibilidad de la imagen divina es tal que el pecado del hombre
puede empañar
e in
cluso alterar esta imagen, pero en ningún caso suprimirla. Es l
o que permite al
homb
re cooperar libremente por su salvación "aportada por Cristo, reconocer sus faltas,


convertirse y recibirle" (sinergismo).
Jamás ha conocido Oriente la doctrina agustiniana del estado de una naturaleza
humana creada "mortal y concupiscente", de una "gracia sobreañadida", ni
t
ampoco el
término de "pecado original". La herencia de Adán no es la transmisión hereditaria de
una falta, sino simplemente la de la mortalidad. El texto de Romanos 5, 12: "quo omnes
peccaverunt"
, traducido por Agustín "que todos han pecado" (en Adán) adquiere u
n
sentido diferente. Para Oriente el
sentido es éste: cometiendo su pecado, Adán ha
pecado en la muerte, o dicho de otro modo, ha merecido la mortalidad y la decadencia
;
al igua
l, nosotros, sus descendientes,
por nuestros pecados, continuamos pecando en la
mue
rte. Podría traducirse: "la muerte, a causa de la cual
todos han pecado, ha pasado a
todos
los hombres". La naturaleza humana no ha heredado así una culpabilidad
, sino una
servidu
mbre de la muerte, ya que sólo los pecados personales suscitan esta culpabilidad.
No hay entonces para los descendientes de Adán pecado ancestral, de falta
transmitida ("peccatum actuale"), sino un estado de decadencia ("peccatum habituale")
.
L
a mortalidad es una esclavitud de la cual Cristo viene a liberarnos permitiéndonos la
inmortal
idad.
O, si se quiere, todos han pecado en la muerte, y no en Adán. El bautismo no es
un sacramento que limpie una falta original, común a todos los hombres, sino una
in
icia
ción que confiere un nuevo nacimiento en el Nuevo Adán que es el Cristo, y que,
por el
lo, integra al bau
tizado por un acto trascendente en una nueva humanidad que
participa de la
inmortalidad.
En este sentido, la Iglesia Ortodoxa no puede admitir el dogma católico de la
Inmac
ulada concepción promulgado en 1854 por el papa pío IX, y que retoma l
as tesis
de san Agustín y las formulaciones de Duns Scoto: si María
no ha naci
do en el estado
humano, que implica una decadencia (se trata aquí de la concepción de María, que
habría nacido sin el "pecado original"), no se entiende cómo puede transmitir a su Hijo
una humanidad que, precisamente, necesita la salv
ación.
Igualmente, la Ortodoxia tampoco puede admitir el dogma de la Asunción corporal
de la V
irgen (Pío XII, 1950), pues habla de Dormición, de paso por la muerte física.
Para el Oriente cristiano, sólo Cristo es el Redentor. Su madre, la Théotokos, no es
co-redentora
, como quisiera Occidente, sino que es, junto con los santos, mediadora.
En
e
l tronco común del cristianismo, el mensaje estaba claro: el V
erbo toma carne de una
mujer (Dios es sarcóforo), y el hombre
recibe el Espíritu (es hombre es pneumatóforo).
Dios se hace hombre para que seamos deificados. No pone obstáculo a la muerte,
porque no hay obstáculo para la Res
urrección. La divino-
humanidad, término ausente de
los diccionarios, significa la destrucc
i
ón del muro de separación entre el Creador y su
creación. Hacer de su madre un "avatar" divino le quita todo el sentido al mensaje.
2) La gracia
Es preciso aprehenderla ahora en sus relaciones con la naturaleza y la libertad
humana.
a) Oriente y Occidente se separan sobre las relaciones de la naturaleza y de la
gracia, y en consecuencia directa sobre la perspectiva diferente de las dos Tradiciones a
e
ste respecto.
En Occidente, la gracia, don sobreañadido de Dios, es sobrenatural. Hay entonces
una distancia entre la gracia
y
la naturaleza, una relación exterior entre ellas, un cierto
dualismo muy agustiniano (notemos que, para la Reforma, la g
r
acia es contraria a la
naturaleza)
.
En Oriente, la gracia es sobrenatural. La creación a imagen de Dios, siendo buena
en sí (
no h
ay dualismo espíritu-materia), predestina a la naturaleza humana a la
comunió
n con Dios e interioriza la gracia. Gr
acia y naturaleza existen una en la otra, son
comp
lementarias. La gracia forma parte de la naturaleza humana. El Espíritu
actúa
desde dentro de la naturaleza
humana, es su acto interior.
Se encuentran las raíces de esta visión en Atanasio de Alejandría (siglo VI), que
precisa la verdad y el sentido de la Encarnación
.
La existencia total no pertenece sino a
Dios,
qu
e es la Existencia y el Siendo, sin comienzo. La criatura, creada de lo no-
existe
nte, está siempre presta a disolverse.
No existe sino por su participación en el
Verbo
. En efecto,
toda criatura posee en sí la impronta divina, es lo que protege al
mundo de la descomposición (Atanasio
retoma aquí la idea de Plotino sobre la impronta


 


 
del Espíritu estructurando a la materia). La criatura tiene entonces un carácter
doble: su naturaleza creada y la impronta de Dios (la gracia), por la cual ella es
naturaleza verdadera.
El Verbo creador se encarna, viene hacia aquellos que Él ha creado para que
puedan pasar a la existencia. El hombre, creado ex nihilo, ungido por naturaleza de la
imagen divina, recibe de Cristo la posibilidad de participar en el ser.
La caída (la falta de Adán) es, como hemos visto, concebida en Occidente como un
acto. En Oriente, desde Atanasio, es percibida como un estado: el hombre se aparta de
la contemplación de Dios, se encierra en sí mismo y se entrega a la autocontemplación.
Cae en el deseo de sí mismo y olvida que ha sido creado a imagen de Dios. En este
movimiento de exteriorización, el alma se fija sobre la idea de la nada, e inventa el mal,
que es nada al no tener modelo en el Dios vivo, siendo
el producto de los fantasmas
humanos.
(La Ortodoxia regresará siempre sobre esta idea de que sólo el bien existe,
pues está ligado a la creación, mientras que el mal es una ausencia de bien). La multitud
de los deseos disimula el espejo en el que el alma contempla la imagen de Dios; el alma
ve separación entre las cosas, reducida a la percepción de lo que se ofrece a los
sentidos
.
La caída hace entonces estallar la unión de la naturaleza y de la gracia. Es
necesaria entonces una reunión, una "renovación" de lo que fue creado a imagen de
Dios, una restauración de la gracia perdida. El Verbo, creador, toma sobre sí esta
renovación. "Toma carne", se asim
ila '
a la naturaleza humana y, siendo semejante a
nosotros, Él la ilumina y la libera de sus imperfecciones
.
El hombre ha sido creado con
vocación de incorruptibilidad; la vuelve a encontrar por la Encarnación, que hace
desaparecer lo corruptible.
La Ortodoxia ha expresado esto de otra manera desde el palamismo: la
restauración del ser dividido, la remodelación del icono interior, se hace en conformidad
con el arquetipo inicial (Adán). La restauración de la imagen divina en el hombre se
opera paradójicamente por el Espíritu, que no tiene imagen
. El Cristo, segundo Adán,
se
encarna para permitir al hombre gustar de nuevo su naturaleza divina: la deificación por
las Energías. Cristo es el Nuevo Icono.
b) Oriente y Occidente se separan igualmente sobre las relaciones entre la gracia
y la libertad, entre la gracia y el libre arbitrio
.
En Occidente prevalece la noción del mérito, y, desde el conflicto expresado en
términos racionales entre Pelagio y san Agustín en el siglo IV, la perspectiva de dos
realidades de orden espiritual, la gracia y la libertad, como conceptos yuxtapuestos que
deben ser religa dos, como dos objetos mutuamente exteriores. La cuestión jamás
podrá
ser así resuelta. Juan
- Casiano de Marsella lo había comprendido bien, y se puso "por
encima de la pelea" a riesgo de ser considerado en Occidente como semi-pelagiano. Pero
Oriente le considera un testigo de la Tradición no dividida. San Benito y san Bernardo,
por intuición
, se inspiraron en sus escritos de espiritualidad monástica.
En Oriente nunca se separan ambos "momentos": la gracia y la libertad humana
se manifiestan simultáneamente y no pueden ser concebidas una sin la otra. Gregorio de
Nisa expresa muy bien este vínculo recíproco entre los dos polos de una sola y misma
realidad: la gracia no es una recompensa al mérito de la voluntad humana
(pelagianismo), pero tampoco es la causa de los "actos meritorios" de nuestro libre
arbitrio.
Se trata de una cooperación, de una sinergia de dos voluntades, divina y humana,
de un acuerdo en el que la gracia se desvanece progresivamente, y se ve apropiada,
"adquirida" por la Persona humana. La gracia (que forma parte de nuestra naturaleza) es
una presencia de Dios en nosotros que exige constantes esfuerzos. Pero estos esfuerzos
no determinan en absoluto dicha gracia, ni tampoco la gracia aniquila a nuestra voluntad
como una fuerza que le fuera extraña. Esta doctrina, fiel al espíritu apofático (teología
negativa) expresa el misterio de la coincidencia gracia-libertad, evitando el racionalismo,
que en Occidente desembocará en el jansenismo. En Oriente, la vida divina no se impone
al hombre pasivo, sino que se ofrece a su libertad
.
La theósis sólo puede ser el resultado
de un libre reencuentro, de una comunión personal en la que coinciden las voluntades y
se intercambian las energías
.
Desde el siglo XIV, las consecuencias de la separación de las dos grandes
Tradiciones se hacen evidentes: tras la caída de Bizancio, toda la riqueza ortodoxa se
transmite un poco a ciegas en la penumbra de los iconoclastas y en la experiencia
secreta de los silenciosos. Aparte de la renovación hesicasta rusa del siglo XVIII, se
necesitará la diáspora posterior a la revolución de 1917 para que la Tradición de Oriente
l
legue a Occidente.
Occidente, a la inversa, parece haber perdido su centro secreto en el que se


reconcilian los contrarios. Al final de la Edad Media, las naciones hacen estallar la
teocracia pontificia.

En cuanto al futuro, se trata menos de buscar un ecumenismo quizá poco
d
eseable que de desarrollar por ambas partes las consecuencias para el porveni
r
humano del símbolo común de la fe de Nicea, no encerrando así a la historia en s
u
propio determinismo, sino abriéndola a las infinitas posibilidades de la transfiguración d
e
l
cosmos.

Occidente debe descubrir en Oriente sus propias raíces, hundidas en el silencio.

Oriente debe descubrir en Occidente el lugar necesario de su toma de conciencia.

FONTE:

(Publicado en "Salix, Cahier des Rencontres Ecossaises", nO 3, junio de 1990).

 




 

 

 

No hay comentarios: