¿Buenas Obras o Fe?
Obispo Alejandro (Mileant).
Traducido por Bernardo Aramburu I Gennady Tschubov
Contenido: Los Dos Extremos. Una Explicación de Términos.
¿Hacia dónde debemos esforzamos? Los Santos Padres sobre las Buenas Obras.
Los
Dos Extremos
La vieja disputa continúa; cada una de las partes de la
contienda se ha aferrado a su posición y no tienen intención de ceder ni una
pulgada. La Iglesia católica romana asevera que la salvación - es
mérito del hombre. Con sus hechos y trabajos, el hombre no solo puede cubrir
sus pecados, sino que, además, obtener un excedente de sus méritos, que puede
ser utilizado en beneficio de otros. Como prueba de lo acertado de su concepto,
los católicos romanos citan aquellos pasajes de la Escritura que hablan sobre
la necesidad de las buenas obras; por ejemplo: "Por cuanto somos obra de Él, creados en Jesucristo para obras
buenas, preparadas por Dios para que nos ejercitemos en ellas" (Ef. 2:10).
"Deseo ... que quienes han creído en Dios sean capaces de ser cuidadosos
en guardar las buenas obras. Estas cosas son buenas y benéficas a los
hombres" (Tit. 3:8), entre otras citas.
Rechazando esta doctrina, los protestantes enseñan, que
todos se salvan solamente por los méritos del Salvador. Los dones del perdón de
los pecados y la vida eterna son obtenidos únicamente por la fe, la que es
totalmente suficiente para la salvación. No existe la necesidad de las buenas
obras, ni la perfección moral: Tan solo creed, y seréis salvos.
Para "probar" lo "cierto" de su
concepto, ellos citan, entre otros textos, las siguientes palabras del Apóstol
Pablo: "supuesto que delante de Él ningún hombre será justificado por las
obras de la Ley. Porque por la Ley se nos ha dado el conocimiento del pecado.
Ahora la justicia de Dios, sin la Ley, se nos ha hecho patente según está
atestiguada por la Ley y los Profetas. Y esta justicia de Dios por la fe en
Jesucristo, es para todos y sobre todos los que creen en Él, pues no hay distinción
alguna; porque todos pecaron, y están privados de la gloria de Dios. Siendo
justificados gratuitamente por la gracia de Él, en virtud de la redención que
está en Cristo Jesús; a quien Dios propuso para ser la víctima de propiciación
en virtud de su sangre por medio de la fe, a fin de demostrar la justicia que
da Él mismo, perdonando los pecados pasados, soportados por Dios con toda
paciencia, con el fin de manifestar su justicia, en el tiempo presente, por
donde se vea cómo Él es justo en Sí mismo, y que justifica al que tiene la fe
en Jesucristo. ¿Dónde está, pues, tu jactancia? Está excluido. ¿Por qué ley?
¿Por la de las obras? No; sino por la ley de la fe. Por ende concluimos que un
hombre es justificado por la fe sin las obras de la Ley" (Rom. 3 :20-28). Además,
"Sabiendo que un hombre no es
justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo. Por eso
creemos en Cristo Jesús, a fin de ser justificados por la fe de Cristo, y no
por las obras de la Ley, por cuanto ningún mortal será justificado por las
obras de la Ley" (Gal. 2:16).
Debido a que ambas partes encuentran sustento en la Santa
Escritura, ¿Quién tiene la razón? Es triste ver que algunas veces hasta los
teólogos ortodoxos se enredan en el debate sobre la manera en que el hombre se
salva. En sus polémicas con los católicos utilizan argumentos protestantes, mientras
que en polémicas con los protestantes utilizan argumentos católicos. Esto da la
impresión de que la Ortodoxia quizá no tenga clara su propia enseñanza acerca
de la salvación, y que sostiene algo intermedio entre el catolicismo y el
protestantismo. Un cristiano común que escuche los argumentos de ambas partes,
hasta puede llegar a dudar sobre la veracidad de la Sagrada Escritura. Puede
pensar que quizá los Apóstoles no comprendieron plenamente la enseñanza de
Cristo, o que fueron incapaces de expresar Su enseñanza con suficiente
claridad, o también que el contenido de las Escrituras fue distorsionado por
agregados heréticos s posteriores. Tal opinión fue sostenida por Martín Lutero
y otros teólogos protestantes, quienes disputaban la autenticidad de la
epístola del apóstol San Jaime y la epístola a los Hebreos, basados en el hecho
de que hablan más definidamente sobre la necesidad de las buenas obras, que en
el resto de los libros del Nuevo Testamento.
Una
Explicación de Términos
En
realidad, no hay contradicciones en las Escrituras. ni pudo haber alguna. Toda
la disputa entre los teólogos no ortodoxos se da en torno de un malentendido,
por cuanto, la cuestión de la salvación desde una esfera espiritual y moral, es
reducida a un simple nivel de categorías jurídicas formales La salvación llegó
a ser comprendida, no como la renovación de un alma pecaminosa, y adquisición
de la rectitud, sino más bien como el resultado del
cumplimiento del hombre de determinadas condiciones - o buenas obras
(como en los católicos romanos) o fe (como en los protestantes). Entonces, si
el hombre viola las condiciones requeridas, no puede ser salvo.
De hecho. la
salvación o perdición del hombre es el resultado del estado moral de su alma.
El Paraíso no es simplemente un lugar, sino también un estado o condición del
alma que ha sido renovada. Cristo no vino a la tierra para llevarnos a mejores
condiciones de vida, sino para renovarnos espiritualmente, para sanarnos de la
corrupción del pecado, para restaurar en nosotros la belleza de la imagen de
Dios, ya hacernos niños de Dios. "Por
lo tanto, si alguno está en Cristo Jesús, ya es
una creación nueva; acabose lo que era viejo ... " (2 COL 5: 17).
Debido a que la condición moral de un alma depende de la
inclinación de su voluntad, el hombre debe esforzarse en corregir su corazón
(cf. Lucas 17:20; Matt. 11: 12). Es por eso que la doctrina de la salvación no
puede ser observada desde un plano de hizo-no-hizo. La salvación debe ser vista
como un proceso espiritual, llevada a cabo por la gracia de Cristo con la
activa participación de quien está siendo salvado. En algunas personas este
proceso se completa bastante rápido, como por ejemplo, en el sabio ladrón que
se arrepintió en la cruz, mientras que en otras toma lugar lenta e
indirectamente. Además, lo que se requiere espiritualmente para uno u otro
individuo, es igual al nivel de perfección espiritual, que cada uno pueda
alcanzar - en forma individual; esto es evidente en las parábolas de las
semillas y los talentos (Mat. 13: 1-23; Mat. 25: 14-30).
Para estar convencidos de que la Santa Escritura esté
libre de cualquier contradicción interna, debemos tener en claro su
terminología: específicamente, cuando se refiere a obras, y cuando se refiere a
la fe.
En aquellos textos referentes a la justificación por la
fe que son citados por los protestantes, las palabras del Apóstol Pablo no son
dirigidas contra las buenas obras, como tales, sino contra las obras de la ley.
"Las obras de la ley" es un término muy específico, por el cual San
Pablo se refiere al ritual y el aspecto ceremonial de la Ley Mosaica: sus
"sábados" y festejos, la circuncisión, sus abluciones y ritos de
purificación, su escrupulosa distinción entre la comida limpia y la inmunda, y finalmente
toda su sobrecargada estructura de costumbres étnico-religiosas que se había
construido en centurias. Los judíos, habiendo embebido "las obras de la
ley" desde la lactancia de sus madres, veían a su religión no como una
fuerza de renacimiento moral, sino el conjunto de prescripciones que debían ser
estrictamente observados para merecer la justificación ante Dios. Cuanto más cumple
uno las obras de la ley, tanto mayor será la recompensa - en proporciones
meramente aritméticas. Así emergió esa mentalidad
utilitarista y mercantilista contra la que San Pablo constantemente
batallaba.
Cuando se trataba de buenas obras como expresión de una
viva fe en Dios, San Pablo no solo que no las rechazaba, sino que por el
contrario, a menudo exhortaba a los cristianos a llevarlas a cabo diligentemente.
Por ejemplo, él escribía: "Porque con el corazón se cree para
justificarse, y con la boca se hace confesión para salvarse" (Rom. 10:
10). "Ya que tenemos por ende la oportunidad, oportunidad, hagamos el bien
a todos los hombres" (Gal. 6:10). "Por
cuanto somos hechura de Él, creados en Jesucristo para obras buenas, preparadas
por Dios para que nos ejercitemos en ellas" (Ef. 2:10). "Deseo ...
que quienes han creído en Dios sean capaces de ser cuidadosos en guardar las
buenas obras. Estas cosas son buenas y benéficas a los hombres" (Tit.
3:8). "Ya sea que comáis, o bebáis, o cualquier cosa que hagáis, haced lo
todo a la gloria de Dios" (1 Cor10:31). Es Apóstol Santiago lo asevera
más categóricamente: "Aquel, pues,
que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, comete pecado" (Santiago 4: 17).
Por lo tanto, cuando hablamos acerca de las "buenas
obras," hacemos una distinción substancial respecto de las "obras de
la ley," las cuales, ciertamente, en el cristianismo han perdido todo significado.
Primero, las buenas obras no pueden ser cuantificadas ni medidas. Su valor no
radica en su número sino en la dedicación con la que son realizadas. Por
ejemplo, la pequeña moneda de la viuda pobre tuvo más valor ante los ojos de
Dios, que las grandes sumas que los ricos donaban al tesoro del Templo; "porque todo lo que hacían es verter su
abundancia; pero ella de su necesidad vertió todo lo que tenía, incluso todo su
sustento" (Marco 12:44).
Además, la misma obra puede ser considerada como buena o
mala, dependiendo de la intención con que sea
hecha. El Fariseo, de la parábola del Evangelio, pasó mucho tiempo en ayuno y oración,
no obstante, no obtuvo ningún beneficio de ello, porque actuaba solamente para
presumir de sus buenas obras frente a los demás; en cambio, Ana la profetisa
adquirió el Espíritu Santo mediante su ayuno y oración (cf. Lucas 2:36). Los
sectarios que rechazan los ayunos y oraciones de la Iglesia como si fuesen
innecesarios, deberían de percatarse del hecho de que esa recta mujer, mediante
sus obras de abstinencia y oración, obtuvo la gracia de Dios incluso en aquel
tiempo en que la gracia aún no era accesible a los hombres, ya que el Espíritu
Santo aún no había descendido sobre los Apóstoles (cf. Juan 7:39).
Finalmente, el valor de las buenas obras no radica tanto
en las obras mismas, como en la manifestación de las buenas cualidades del
hombre, sus virtudes. Existe una determinada correlación que aquí cabe señalar.
Cada "obra" (acción) que el hombre hace deja una determinada huella
perceptible en su alma, ya sea positiva o negativa. Una actividad más o menos
constante del hombre, gradualmente lo hace virtuoso, o depravado. Por eso es
importante realizar buenas obras, aunque más no sea, que para adquirir buenos
hábitos (cf. Rom. 12: 12; 1 Tim. 4: 16). Por esta razón el Evangelio dice, "Benditos son los que padecen....
Benditos son los que en verdad tienen hambre y sed de rectitud.... Benditos son
los misericordiosos.... Benditos son los que hacen la paz, " - lo que
significa que, felices serán aquellos, que permanentemente hacen el bien.
Ahora trataremos de aclarar la esencia del concepto de la
fe. Hablando de la necesidad de la fe, las Sagradas Escrituras entienden bajo
ese término, no solamente un reconocimiento abstracto y teórico de determinadas
verdades de la religión, sino el consentimiento voluntario de someterse a Dios.
En otras palabras, la fe contiene un elemento activo de determinadas
actividades positivas, y en todas aquellas partes de las Sagradas Escrituras,
en las que se habla de la fe salvadora, siempre encontramos determinados actos.
Aún en nuestra vida cotidiana, los ingenieros no son apreciados tanto por sus
conocimientos teóricos, como por su capacidad de aplicar esos conocimientos en
la práctica. De igual manera, Dios espera de nosotros no una fe abstracta, sino
una fe viva y activa. Es interesante notar que el mero conocimiento de la
verdad religiosa, sin un modo de vida consecuente, no solamente no beneficia al
hombre, sino que le infiere una condenación aún mayor; como dijo Cristo, "Ese siervo que conocía la voluntad de
su señor, y no se preparó, ni obró de acuerdo con su voluntad, será golpeado
con muchos látigos" (Lucas 12:47; cf. Rom 2: 13).
Y así, la fe cristiana debe incluir un sincero deseo de
volverse diferente y mejor persona. Esto exige un esfuerzo interior, un auto
análisis, arrepentimiento, un cambio de modo de vida, para que así nuestra fe
brille con luz resplandeciente. "Permitid
que vuestra luz brille ante los hombres de tal manera, que puedan ver vuestras
buenas obras, y glorificar a vuestro Padre que está en el cielo" (Matt.
5:16).
¿Hacia
dónde debemos esforzarnos?
La pregunta de que si el hombre se salva por la fe o por
las obras, está planteada de manera equivocada, porque la salvación del alma no
puede ser separada de su condición moral y espiritual. El Hijo de Dios vino a
la tierra con el propósito de restaurar en el hombre la armonía entre sus pensamientos,
sentimientos y actos, y así unirlo nuevamente a Él. Por eso, la Fe no se puede contraponer
a las obras; porque ambas deben ser una sola,
como el alma y el cuerpo de un ser humano vivo. Cuanto más virtuosamente vive
el hombre, tanto más fortalece su fe, y cuanto más fortalece su fe, más recta
será su vida - ambas se fortalecen entre sí.
Dios no necesita, ni la simple aceptación de Su
existencia ni un desempeño mecánico de determinados actos. Él
nos ama tanto que ofreció a su Hijo Unigénito en sacrificio para nuestra redención.
¿Qué puede ser mayor que semejante amor? Corresponde a nosotros responderle a
Dios no a medias, sino con todo nuestro amor, incluyendo corazón y vida.
Para sintetizar la esencia del cristianismo, San Pedro el
Apóstol les escribe a los creyentes: "De acuerdo con Su poder divino
[i.e., la gracia de Dios] se nos ha otorgado todas las cosas necesarias para la
vida y la piedad ... así ustedes, poniendo en ello todo el empeño, muestren en
vuestra fe, virtud; en la virtud, sensatez; en la sensatez, abstención; en la
abstención, paciencia; en la paciencia, piedad; en la piedad, amor fraternal;
en el amor fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, e
incrementan, entonces no les faltará el éxito y el fruto de conocer a nuestro Señor
Jesucristo." ¿Cómo puede uno templarse sin ayunar? ¿Cómo puede ser
caritativo sin dar ayuda al necesitado? Claramente, una alma virtuosa presupone
una vida virtuosa. "Quien no posee eso,
- escribe más adelante el apóstol Pedro, -
está ciego, cerró los ojos, olvidando de qué manera fue lavado de sus antiguos
pecados" (2 Pedo 1 :9). Este breve pasaje instructivo merece la
atención por el hecho, que combina los elementos más importantes del
cristianismo: esfuerzo personal con la ayuda de la gracia de Dios y una vida
virtuosa con favorables cambios del alma.
Ciertamente, todo esto requiere tiempo y paciencia, como
enseña el Apóstol Pablo: "No nos cansemos,
pues, de hacer el bien, porque si perseveramos, a su tiempo hemos de recoger el
fruto. Por lo tanto, mientras tenemos tiempo, hagamos el bien a todos"
(Gal. 6:9-10). ''No seáis flojos en en cumplir vuestro deber; sed fervorosos de
espíritu y servid al Señor" (Rom. 12: 11).
En vano ha sido la discusión de los no ortodoxos acerca
de la manera en la que el hombre se salva. ''Porque
en Jesucristo nada importa el ser circunciso o incircunciso, sino la fe, que
obra animada de la caridad" (Gal. 5:6). Cualquier cristiano que no se
esfuerce por corregir su corazón, está desperdiciando la gracia recibida. Como
dijo nuestro Señor, ''El que no está
conmigo, contra Mí está; y el que conmigo no recoge, desparrama" (Mat.
12:30).
San Pablo sintetizó bellamente la disposición la cual
debemos conservar permanentemente en nosotros. "Regocijaos en el Señor
Siempre: y os digo otra vez, Regocijaos....
No tengáis cuidado de nada; sino que en cada cosa mediante la oración y súplica
con agradecimiento permitid que vuestra petición sea conocida por el Señor.:
Cualquier cosa que sea verdadera, cualquier cosa que sea honesta, cualquier
cosa que sea justa, cualquier cosa que sea pura, cualquier cosa que sea
agradable, cualquier cosa de buena reputación; si hubiese cualquier virtud, y
si hubiese cualquier halago, pensad en estas cosas. Aquellas cosas, que habéis
aprendido, y recibido, y escuchado, y visto en mí, hacedlas: y el Dios de la
paz estará con vosotros" (Fil. 4:4, 6:8-9).
Apéndice:
Los
Santos Padres
Sobre
las Buenas Obras
"Que cada buena obra que llevemos a cabo sea hecha
para la gloria de Dios, y entonces será también para nuestra gloria. El
cumplimiento de los mandamientos es santo y puro solamente si es hecho teniendo
al Señor en la mente, con temor de Dios y amor por Él. El enemigo de la raza humana
(el diablo) trata por todos los medios de alejamos de tal disposición
utilizando diversas añagazas terrenales, para que en lugar de un verdadero
bienestar - amor a Dios - atemos nuestro corazón a los imaginarios bienes
mundanos. En general, el malvado trata de manchar y desfigurar cualquier bien
que el hombre pueda hacer; en nuestro cumplimiento de los mandamientos él disemina
las semillas de la vanagloria, duda, murmuración o algo similar, para convertir
nuestra buena obra en algo que ya no es bueno. Una buena obra llega a ser
verdaderamente buena solo si es hecha para Dios, con humildad y diligencia. En
tal estado, todas las cosas prescritas por los mandamientos se vuelven fáciles
para nosotros, porque nuestro amor por Dios aleja todas las dificultades para
guardar sus mandamientos" (San Efrén el Sirio).
"Todos los que deseen ser salvados no solo deben
evitar el mal, sino que están obligados a hacer el bien; como está dicho en los
Salmos, 'Alejaos del mal, y haced el bien' (Ps. 33:14). Por ejemplo, si alguien
es propenso a la ira, no solamente debe dejar de enojarse, sino que debe
volverse manso. Si alguien es soberbio, no solamente debe dejar de ser
soberbio, sino que debe volverse humilde. Cada pasión tiene una virtud opuesta:
soberbia - humildad; miserabilidad - generosidad; lujuria - castidad;
descorazonamiento - paciencia; cólera - mansedumbre; odio - amor" (Abba
Dorotéo).
"No toda buena obra es considerada una buena obra,
solamente es una buena obra aquella que es hecha para Dios. Los aspectos
externos de la obra no constituyen su esencia, Dios ve el corazón. Como debemos
humillamos, viendo, que a cada buena obra se mezcla la pasión. Lo más saludable
es una abstinencia moderada. Es mejor ser deshonrados y sufrir, y dejar que
todo se haga a la voluntad de Dios; uno por sí mismo no debe afligirse. Eso
sería un acto de insolencia y soberbia, y podría resultar en que no podáis
resistir lo que habéis tomado sobre vosotros por vuestra propia voluntad. Un
pecado que está cubierto por una máscara de bondad entra clandestinamente y
daña las almas de quienes no se examinan a sí mismos con los Evangelios. La
bondad del Evangelio requiere de abnegación, la renuncia a la propia voluntad y
mente" (Starets Nícon).
Publicado por :
La Iglesia Ortodoxa Rusa de la Santa Protección
2049 Argyle Ave. Los Angeles, California 90068
Editor: Obispo Alejandro (Mileant).
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