Julius Evola y el Zen.
Ch. Levallois
En varias obras, Evola ha estudiado el Zen, sirviéndose de
poemas, textos y fases de maestros Zen para expresar sus ideas. Sin embargo, en
la mayor parte del tiempo no se extiende mucho sobre este tema. El autor de
"Revuelta Contra El Mundo Moderno" ha escrito más sobre tantrismo o
alquimia que sobre el Zen. Solamente algunos artículos han sido dedicados a
esta cuestión.
Para Evola el Zen representa hoy el budismo original. "El Zen no constituye una
"anomalía extremo oriental" del budismo, tal como algunos han
pretendido equivocadamente, sino que es una reiteración de los temas y de las
exigencias que dan vida al budismo de los orígenes (...)". Igualmente
precisa: "Es sufrientemente notorio que el Zen en su espíritu, puede ser
considerado como un retorno al budismo de los orígenes. El budismo nació como
reacción vigorosa contra las especulaciones y los ritualismos vacíos en los
cuales la antigua casta sacerdotal india había caído. El budismo hizo tabula
rasa con todo esto (...). En los desarrollos subsiguientes del Budismo, la
situación contra la cual éste había reaccionado, se reprodujo. El budismo se
convirtió en una religión con sus dogmas, sus rituales, su escolástica, sus
minuciosas reglas morales. El Zen intervino de nuevo para hacer tabula rasa con
todo esto, para colocar en primer lugar lo que había constituido el núcleo
vital del Budismo en su forma original, a saber, la conquista de la
iluminación, del despertar interior".
Evola, en ocasiones, emplea la palabra "budismo
esotérico" para referirse al Zen. Según la Tradición, el Buda lo habría
transmitido a un solo discípulo, Mahakashiapa, quien abrió un lugar de
patriarcas de tentadores de este conocimiento que habían recibido la investigación
legítima. En el siglo V d. J.C., Bodhidharma llevó esta enseñanza a China en
donde se desarrolló con el nombre de Tch’an, que sufrió una rápida influencia
del Taoismo, trascripción de la palabra sanscrita DHYANA (=contemplación),
luego pasó a Japón a fines del siglo XII y principios del XIII, gracias a Yosai
(Esai en japonés) y sobre todo Dogen.
Por su carácter abrupto, desprovisto de cualquier
sentimentalismo y devoción, por su rechazo al formalismo y el conformismo, el
Zen apareció como una vía difícil, reservada a una élite. "El Zen debe ser considerado, bajo su aspecto absoluto, como la
doctrina de los iniciados, indica Evola,
es decir, válida para personas ya bien orientadas en la vía que conduce al
despertar. "La doctrina del despertar" posee un carácter
esencialmente iniciático. Por ello no podía aplicarse más que a una minoría, al
contrario del Budismo más tardío, el cual toma la forma de una religión abierta
a todos o de un código de moralidad pura y simple".
De hecho, la esencia y el fin del Zen, el SATORI, la
iluminación, el despertar, no pueden ser expresados. Los KOAN -especie de
enigmas que no pueden ser resueltos por la razón -son, a este respecto,
característicos. El discípulo debe superar todo lo que es forma, prejuicios,
hábitos, clasificaciones, creencias, etc., para encontrar una respuesta. El Zen
no tiene concesiones, no promete nada; los maestros dicen:
"Practicad" y no hablan nada del despertar sino es bajo una forma
velada. "En cuanto al contenido de
su experiencia, el Buda guarda silencio, para impedir que, de nuevo, en lugar
de actuar, no se entregue al placer de especular y filosofar", explica
Evola.
Toda palabra, todo escrito, cualquier descripción, son
limitadas, pues "según lo que dicen
los maestros del Zen, el rasgo esencial de la nueva experiencia es la
superación del dualismo, dualismo entre el fuera y el dentro, entre el yo y el
no-yo, entre lo finito y lo infinito, entre el ser y el no-ser, entre la
apariencia y la realidad, entre lo "vacío" y lo "lleno",
entre la sustancia y los accidentes, y, paralelamente, la imposibilidad de
discernir cualquier valor planteado dualísticamente por la conciencia finita y
ofuscada por la particular, hasta límites paradójicos: el liberado y el
no-liberado, el iluminado y el no iluminado, este mundo y el otro mundo, la
falta y la virtud, no son más que una sola y misma cosa". Y también:
"el estado de la budeidad, no puede ser comprendido más que por quien el
mismo es Buda(...)".
Esta apariencia irracional, rebelde a cualquier forma, sedujo
mucho a algunos contestatarios, como los beat generation en los años cincuenta: "Puede comprenderse que todo esto
haya atraído mucho al joven occidental desarraigado que no soporta ninguna
disciplina, que vive a la aventura y le gusta la revuelta". Evola
separa cualquier equívoco: "Aquel
que precisa que puede encontrar en el Zen la confirmación de una ética que
podría equivaler a la libertad, pero que sea intolerante a toda disciplina
interior, a toda dirección emanando de las partes superiores de su propio ser,
se verá "decepcionado". Igualmente, para quien es un intento de
recuperación del Zen por el psicoanálisis, operado por Jung, Evola observa: "(...) Según Jung, el significado
verdadero y positivo, no solo de las religiones sino también del misticismo y
de las doctrinas iniciáticas, sería el alma, desgarrada y torturada por los
complejos; en otros términos, sería cambiar a un neurótico y anormal... lo que
encontramos en todas las doctrinas espirituales y tradicionales, es algo
completamente diferente. El hombre sano y normal no es aquí el punto de
llegada, sino el punto de partida, y son facilitados los medios por los cuales
quien lo desea, si tiene verdadera vocación, puede intentar la aventura de
superar efectivamente la condición humana(...)". Precisiones netas,
sin equívocos para el psicoanálisis y los charlatanes seudoespiritualistas que
manipulan una clientela de tarados.
No hay que creer que el adepto al Zen huye del mundo o busca
evadirse. Por el contrario, se trata de reencontrar su rostro original,
"la condición normal". En la alegoría de la captura del búfalo, el
interesado está en las primeras imágenes, enteramente preocupado por encontrar,
luego amansar, y por fin, subir a lomos del animal. Una vez realizado, el
búfalo desaparece, igualmente el hombre; en su lugar, ocupa toda la imagen un
círculo. Ultima imagen, el "despertado" discute con gentes en un
mercado, ha vuelto al mundo. Evola, en la "doctrina del despertar",
recupera esta explicación de Sergen-Ishin: "Antes
que un hombre se ponga a estudiar el Zen, para él las montañas son montañas y
las aguas aguas. Cuando gracias a las enseñanzas de un maestro cualificado, ha
tenido la visión interior de la verdad del Zen, para él las montañas ya no son
montañas, ni las aguas son aguas. Pero luego, cuando ha llegado verdaderamente
al asilo de calma, de nuevo, las montañas son montañas y las aguas,
aguas". "La vida en Japón
fue penetrada por el espíritu del Zen, sea la vía de la espada, el Ken-do, la
vía del guerrero, Bushido, la vía del thé, de las flores, del tiro con arco, de
la poesía(...). Todas las actividades de la vida pueden ser impregnadas por el
Zen y, por ello, elevadas a un significado superior, a una
"totalidad" y a una "impersonalidad activa": un sentido de
insignificancia del individuo que no paraliza, sino que asegura una calma y un
distanciamiento, permitiendo una asunción absoluta y "pura" de la
vida(...)". "El Zen tiende a aportar una estabilidad
interior(...)" permitiendo, como dice Lao Tsé "ser un todo en un
fragmento".
Existe en el Zen una búsqueda de la simplicidad, de lo
natural, evacuación del razonamiento abstracto, intelectual. "(...) El universo es la verdadera escritura del Zen (...)
Arboles, hierba, montañas, corrientes, astros, mar, luna, es con estos
elementos que se escriben los textos zen" (...) El Sol se alza, la
luna decrece. Altura de las montañas. Profundidad de la mar. Flores
primaverales. Fresca brisa estival. Otoño de amplia luna. Copos de nieve
invernal. "estas cosas pueden ser
demasiado simples para que un observador común les preste atención, pero poseer
para el Zen un significado profundo". El practicante del Zen
reencuentra la unidad, la intimidad, con la naturaleza, tal como lo expresa
este Koan del maestro Taisen Deshimaru:
"El
hombre mira a la flor,
la flor mira al hombre".
Estos diferentes aspectos -antiintelectualismo-, ausencia de
sentimentalismo, de devoción, rechazo de las formas, abandono del individuo,
llamada a la intuición, exigencia de una disciplina interior, no podían sino
seducir Evola. Sin embargo, este desconfió siempre del Zen occidentalizado, tal
como lo comprenden los modernos, habiendo perdido su fuerza, su altura, su
virtud. En cuyo caso se convierte en una forma, una contraimagen suplementaria
establecida por el mundo moderno.
Christophe
Levalois
© Christophe
Levalois
© Revista
Totalité – Editions Pardes.
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