viernes, 21 de junio de 2013

La noción de Filosofía Eterna y la Perspectiva Metafísica ( Georges Vallin)


GEORGES VALLIN: LA NOCIÓN DE FILOSOFÍA ETERNA Y LA PERSPECTIVA METAFÍSICA (1)  

Es sabido que las objeciones sin cesar renacientes que se han alzado contra la legitimidad de aquello que se ha acostumbrado a llamar metafísica y que se justifican por el indudable fracaso de los "sistemas" jamás ha impedido a los filósofos retomar el eterno debate sobre el "ser" explícitamente inaugurado y señalado por Aristóteles (2).

Sin duda, la historia de la filosofía tiende a mostrarnos que hay casi tantas "metafísicas" como "metafísicos", y que cada filósofo no aporta en su "sistema" más que una visión particular del ser. Pero cuando un filósofo se interroga sobre la esencia y el valor de la "filosofía primera", ¿no se plantea la pregunta: "Qué es mi "metafísica"? O bien escribe, como Bergson, una "Introducción a la metafísica" (3), o bien se pregunta, como Heidegger: "¿Qué es la metafísica?" (4). En otros términos, la trayectoria del filósofo, incluso cuando se enfrenta a la metafísica, presupone que se puede hablar de ésta del mismo modo que se habla de la ciencia. Es posible que tenga la ingenuidad de imaginar y de hacernos creer que la verdadera metafísica comienza o coincide con su propio pensamiento. Las trayectorias contemporáneas de Bergson o de Heidegger nos parecen bastante significativas a este respecto. Pero incluso en este caso el pensamiento metafísico del filósofo implica una pretensión a la universalidad análoga a aquella que Kant atribuía al juicio estético (5). El filósofo sería un pobre amante de la Sabiduría si no tuviera al menos la esperanza de que ésta hable por su boca. La conciencia que puede tener de la novedad y de la originalidad de su visión del mundo es proporcional a la certeza que alberga de aportar una verdad a la que cree universal y de la que espera hacer partícipes a los demás. Tal es la actitud más característica de los filósofos occidentales, que se encuentra tanto en Aristóteles o en Descartes como en Bergson.

Hay también otra actitud, menos corriente, que, aún permaneciendo en los límites de la sistematización filosófica, consiste en considerar de manera explícita la universalidad de la metafísica, y que se expresa mediante el recurso a la noción de "philosophia perennis". Los filósofos que, como Leibnitz (6) o Lavelle (7), ligan sus doctrinas a la "filosofía eterna" (8) dejan con ello entender que los principios fundamentales de la metafísica no pueden ser sino redescubiertos, que no pueden aportarse innovaciones radicales disertando sobre la materia y el espíritu, la eternidad o el tiempo. Es así que Leibnitz ha retomado, contra el mecanismo cartesiano, la vieja "entelequia" de Aristóteles, y que la filosofía de Lavelle se mueve en una atmósfera aparentemente platónica. En cada uno de estos casos, parece que se apele a una continuidad tradicional, a la permanencia de una verdad que el filósofo aceptaría como tarea y por necesidad transmitir a sus contemporáneos. Pero es difícil no percatarse de que tal referencia a la "filosofía eterna" se basa en exigencias sentimentales que convergen con un vago eclecticismo espiritualista y no sobre una doctrina cosmológica y metafísica precisa. El tema de la "philosophia perennis" puede aparecer entonces como un leitmotiv destinado a tranquilizar al pensador presa del vértigo ante la historia efectiva, es decir, ante la evolución de la filosofía y las inevitables antinomias de los sistemas. En la indistinción de la noche del "espiritualismo", donde todos los gatos son pardos, los sistemas de Descartes y Bergson se mezclan con los de Leibnitz y Platón. Sin duda, es tan legítimo como tranquilizador intentar reencontrar constantes metafísicas, familias espirituales, y creer que "todos los filósofos, en el fondo, han dicho lo mismo" (9). Sin duda es verdad que los más grandes filósofos concuerdan, al menos implícitamente, en ciertos postulados fundamentales (10). Pero es necesario no engañarse acerca de la naturaleza y el alcance de estas "verdades permanentes", sobre todo en el marco de lo que llamamos los sistemas filosóficos. La "filosofía eterna", tan cara al "espiritualismo", implica una limitación, al menos implícita, en la medida en que descansa en un desconocimiento y en la ignorancia sistemática de otras formas de pensamiento metafísico: a) por un lado, el pensamiento "teológico", que, por razones más o menos válidas, se haya profundamente diferenciado del pensamiento filosófico, al menos en el marco de nuestra filosofía occidental (11); b) por otro, el pensamiento oriental (o asiático).

El filósofo espiritualista se desvincula, al menos en tanto que filósofo (12), del contenido de su tradición espiritual, es decir, de la revelación cristiana y del pensamiento teológico que consiste en la especulación sobre los "misterios revelados". Su especulación propiamente "filosófica", en suma, aquello que constituirá lo esencial de su "metafísica", se sitúa como mínimo al margen del Cristianismo. Las Meditaciones de Descartes y la Monadología de Leibnitz, a pesar del confesado Cristianismo de sus autores, no se interrogan sobre los dogmas de la Trinidad o de la Encarnación. Su "metafísica" es completamente extraña a un comentario o a una meditación sobre las Escrituras. Cuando una meditación semejante interfiere con el pensamiento filosófico propiamente dicho, corre el riesgo de desembocar en la creación de verdaderos monstruos teológicos tales como la interpretación "dialéctica" del dogma trinitario en la filosofía de Hegel (13).

Por otra parte, el filósofo ávido de filosofía eterna cree en la supremacía exclusiva de la metafísica occidental. Ignora alegremente o finge despreciar la metafísica oriental (Vedânta, Taoísmo, Budismo) en la que no ve más que misticismo confuso y del que no alcanza más que muy difícilmente a asimilar su sentido y su alcance. Su interés y su eventual simpatía por el pensamiento oriental (14) no le preservan sin embargo de confusiones o de contrasentidos. La historia de la filosofía (15) se identifica para él con la historia de la filosofía occidental.

En su obra "Holzwege" (16), Heidegger habla explícitamente de la historia de la metafísica como de la historia de la metafísica occidental, con lo que el recurso al adjetivo "occidental" hace por lo demás tanto más sorprendente un tal provincianismo intelectual cuanto que presupone la existencia de una metafísica no occidental a la que jamás se alude. La eternidad de la philosophia perennis se reduce entonces simplemente a las constantes de la metafísica occidental, tal como aparece en los sistemas filosóficos con exclusión de un pensamiento de tipo "teológico" (teología dogmática) o "místico" (teología mística). La permanencia de una tradición metafísica que se limitara exclusivamente a los grandes sistemas filosóficos de occidente no puede aparecer así más que como una piadosa mentira que no resiste el examen de los hechos.

Lo que se ha acostumbrado llamar metafísica o filosofía occidental (17) se identifica al menos con tanta verosimilitud como la historia de la filosofía en general con la historia de la metafísica occidental. Si sin lugar a dudas es excesivo reducir con Heidegger la metafísica occidental a la historia misma del Ser (18), es difícil ignorar el carácter profundamente histórico de esta metafísica que se opone al carácter esencialmente intemporal de la philosophia perennis.

La metafísica en tanto que especulación sistemática sobre "el ser en tanto que ser" y las "causas primeras" comienza con Aristóteles, y toda la especulación filosófica de occidente nos parece llevar la marca de este origen en la medida en que puede afirmarse que la revuelta del estagirita contra la trascendencia de las Ideas y la reminiscencia platónica ha terminado en la identificación de la metafísica con la ontología. Esta identificación nos parece cargada de sentido y de consecuencias, las que deberemos elucidar cuidadosamente. Por ahora, nos basta con señalar las más importantes:

1º. La reducción de la metafísica a la ontología implica una concepción esencialmente abstracta y teórica del conocimiento metafísico, así como del reinado exclusivo y masivo del principio de no-contradicción. La metafísica en tanto que ontología no es más que una especulación sobre el ser, extraña a la "experiencia espiritual". Todo lo más se superpone a ésta de una forma más o menos accidental y artificial. La naturaleza determinada del primer Principio tal como lo concibe la ontología implica una limitación, es decir, una negación de la universalidad principial. Esta limitación entrañará distinciones irreductibles en el interior del mismo Principio, así como entre el Principio y la manifestación (19). El carácter teórico y abstracto del conocimiento del ser tal como lo considera la ontología clásica siguiendo a Aristóteles está íntimamente ligado a la naturaleza limitada del ser así concebido. La hegemonía del principio de no- contradicción no es sino otra forma de esta limitación en el orden de los principios, que se traduce en el plano del conocimiento por una confusión entre el Intelecto y la razón. La intuición intelectual a la que cree poder acudir la ontología clásica se mueve en el plano del entendimiento humano como tal, es decir, en el plano de una inteligencia dianoética de la que la intuición no es de hecho más que un momento o un aspecto. La ontología que se basa en la autonomía implícita de una razón humana entendida como radicalmente distinta de la Inteligencia divina está ya cargada de un humanismo que se desarrollará plenamente con Kant. El carácter limitado del Principio repercute, por así decir, sobre la propia naturaleza del conocimiento que puede poseer la inteligencia humana (20).

2º. La reducción de la metafísica a la ontología se acompaña de una concepción más "cosmológica" que "metafísica" del Principio. Esta concepción se traduce esencialmente por la aplicación generalizada del término "substancia" a las realidades entendidas como absoluta o relativamente principiales. Sin duda, esta noción de substancia implica una permanencia intemporal simbolizada, a los ojos de una crítica temporalista, por el dogmatismo metafísico. Pero es fácil ver que esta permanencia es concebida en un estilo positivamente existencial que valora la multiplicidad cosmológica y el dinamismo productor que la engendra. La filosofía primera de Aristóteles posee, como se sabe, un doble objeto: 1) el estudio del ser en tanto que ser, que de hecho se reduce al de las categorías del mundo sensible; 2) la teología, que se reduce a la meditación sobre Dios concebido como el Individuo supremo, es decir, sobre el aspecto "personal" del Principio. La ontología clásica de occidente, que es tributaria de Aristóteles, jamás llegará a superar este aspecto personal de la divinidad, que por otra parte podrá revestir formas más o menos abstractas (21). El Ser puro es concebido como la Causa primera, que constituye la razón de lo múltiple en sí contenido en potencia. Su trascendencia abstracta es correlativa de una inmanencia no menos abstracta. En otros términos, el Ser concebido como Causa o como Conciencia de sí implica una limitación que conduce a la ontología a concebir, si no de hecho sí en teoría, al Principio en función de la existencia del mundo.

No hay duda de que esta limitación del Ser es principial, ya que se sitúa en el plano de una universalidad metacósmica (la ontología, en todo caso, es un aspecto válido de la metafísica: el aspecto causal o personal del Principio es un aspecto metafísicamente legítimo), pero se trata no obstante de una limitación que determinará el destino de lo que Heidegger ha llamado "la metafísica occidental". Esta limitación primera, que está en la raíz de la ontología clásica y que se haya ligada a una concepción abstracta de la trascendencia del Absoluto, se encuentra igualmente en el origen de las concepciones cada vez más limitadas que la metafísica occidental, apoyándose en la razón, la imaginación o el sentimiento, y ya no en el intelecto intuitivo, se hará del Absoluto con Spinoza, Hegel o Bergson. Esta limitación inherente a la ontología clásica explica igualmente el carácter dogmático y sistemático que a la vez han revestido la filosofía como tal y la teología. Y la relación establecida por los escolásticos entre la teología revelada y la filosofía (natural o racional) reducida al papel de sirviente prefigura a su manera el carácter paradójico y quizá escandalosamente ancillar de la metafísica que, en lugar de dirigir a las restantes ciencias, irá gradualmente poniéndose a remolque de los progresos de "la" Ciencia. Es sabido que, para Descartes, la metafísica no es más que la antecámara de la ciencia, y Bergson califica de metafísica lo que incluso para Aristóteles dependía todavía de la Física, a saber, el estudio del alma. Por otra parte es esta limitación del Principio concebido en un estilo más cosmológico que metafísico lo que nos parece explicar aquello que antes hemos llamado el carácter profundamente "histórico" de la metafísica occidental. Este carácter histórico no es sin duda sino una consecuencia de la limitación dogmática y sistemática que engendra la necesaria oposición de los filósofos que se han abierto al aspecto de lo real rechazado más allá de los límites de un sistema determinado. A decir verdad, el carácter histórico, es decir, la necesidad de una continua transformación de la metafísica, es una consecuencia mediata de la limitación de la ontología. La consecuencia inmediata de esta última sería más bien la aparente oposición de los diversos aspectos con los que se puede concebir al Ser o a Dios. La oposición entre estos aspectos puede ser considerada a su vez bajo una doble forma: puede ser relativa, como es el caso en la ontología tradicional de occidente (22) tal como se manifiesta en las numerosas escuelas filosóficas de la Edad Media, de las que no podría afirmarse que constituyeran verdaderos sistemas, en razón de su vinculación positiva con la unidad tradicional de la fe y de la teología cristianas. En el caso de la ontología tradicional, las aparentes divergencias de las doctrinas (voluntarismo scotista e intelectualismo tomista, aristotelismo tomista y platonismo de san Anselmo y de san Buenaventura, etc...) están compensadas por la convergencia espiritual hacia la misma fe y por la experiencia viva de lo santo que se constituye en el polo de atracción, al menos implícito, de la especulación puramente teórica de la ontología. La secularización del pensamiento filosófico transformará en oposición radical puntos de vista divergentes que ya no estarán subordinados a la unidad dogmática de la fe, ni vivificados por la norma de una experiencia espiritual. La separación medieval entre teología natural y teología revelada deja lugar a una ruptura total entre teología y filosofía. La ontología tradicional deja lugar a la ontología clásica. La doctrina se transforma en sistema, y las oposiciones, que ya no están compensadas con una vinculación concreta y unánime a la espiritualidad cristiana (23), tienden a hacerse cada vez más exclusivas y masivas. En otras palabras, el dogmatismo que caracterizaba antaño sobre todo a la teología (revelada) y que nos parece poder legitimarse, primero, en la medida en que una tradición particular debe necesariamente aislar ciertos aspectos del Ser o de Dios e insistir sobre ciertas verdades en detrimento de otras (24), y, segundo, en la medida en que los mismos dogmas teológicos constituyen el fundamento de la unidad espiritual de una colectividad tradicional de gran envergadura (Cristiandad medieval o Islam), este dogmatismo, decimos, penetra desde entonces de manera cada vez más profunda en la especulación "filosófica" misma. El dogmatismo, al que definiríamos como la tendencia a la afirmación exclusiva de un aspecto o de algunos aspectos de la verdad en detrimento de otros aspectos que son negados, nos parece estar en la raíz del carácter histórico de la metafísica occidental, o más precisamente de esa metafísica en tanto que se identifica con los sistemas filosóficos propiamente dichos. Si la ontología tradicional ha sabido mantener, a pesar de la diferencia de sus formas, y a pesar también de sus límites, un carácter relativamente "transhistórico", la ontología clásica, en virtud de su endurecimiento dogmático y sistemático, abre explícitamente la vía a una verdadera historia de la metafísica. Sin lugar a dudas, ni la ontología tradicional ni la ontología clásica son rigurosamente históricas: la oposición entre las diversas formas que reviste esta ontología podría aparecer en un cierto sentido como principial más que como dialéctica. Pues si el ser es concebido de un modo más cosmológico que metafísico, sigue siendo no obstante intemporal. La metafísica no se hará rigurosamente histórica más que cuando el ser mismo se halle involucrado en el tiempo. Pero la reducción de la metafísica a la ontología entraña desde el origen de la especulación filosófica con Aristóteles una concepción virtualmente temporalista del propio ser. Cuando Heidegger felicita a Kant por haber inaugurado una auténtica ontología (25) gracias al "esquematismo trascendental que lleva al metafísico a plantear el problema del ser a partir del horizonte del tiempo", no se da cuenta del hecho de que la vieja ontología clásica contiene en potencia una problemática semejante a la que bastará explicitar y precisar para desembocar en la llamada "revolución copernicana". Creemos que la primera gran revolución de la filosofía occidental es aquella que coincide con el origen mismo de lo que se ha acostumbrado llamar la metafísica, y que condujo a Aristóteles a oponerse a Platón al reducir la metafísica a la ontología. En la medida en que es legítimo admitir que Aristóteles es el padre de la metafísica se puede admitir al mismo tiempo que lo es también del dogmatismo, sin el cual no hubieran habido ni sistemas ni historia de la metafísica. La reducción de la metafísica a la ontología, que corresponde a un oscurecimiento del sentido de lo universal, encuentra su consecuencia más importante en las limitaciones de la ontología clásica, que, por reacción, suscitarán concepciones aparentemente más ricas y concretas que cuestionarán el estatuto del ser y de lo absoluto tal como había sido elaborado por la ontología tradicional y clásica. Se sabe que la revolución copernicana del idealismo kantiano corresponde prácticamente a la introducción de la temporalidad en el estatuto del ser. En otro trabajo hemos analizado, en ocasión de una fenomenología de la individualidad (26), las tres grandes estructuras temporales (instantes lógico, estético y negativo) del punto de vista desde el que nos parecía posible realizar el inventario metódico de las diversas modalidades de esa temporalización del ser. Vamos aquí a considerar esta última, ya no desde el punto de vista de una dialéctica individual, sino desde una perspectiva más precisamente histórica. Nos bastará precisar de momento que esta temporalización del ser, que coincide con una transformación substancial de la propia metafísica, coincide al mismo tiempo con lo que en rigor puede ser llamado la historia de la metafísica occidental. Esta metafísica, en razón de su inicial limitación, ha poseído de entrada "una geografía", es decir, perspectivas múltiples, pero que no se planteaban el carácter intemporal del ser. Esta metafísica no ha tenido una verdadera historia más que a partir del momento en que el propio ser, que era el objeto de la ontología tradicional y clásica, ha sido concebido como temporal por Hegel. No se trata de negar la permanencia relativa de la ontología inaugurada por Aristóteles ni el valor metafísico relativo de la ontología clásica. Intentamos simplemente hacer notar que la ontología o la metafísica, tal como de hecho han sido concebidas por Aristóteles, por la Escolástica, y también por Spinoza o Leibnitz, implican un carácter limitado, dogmático y abstracto que justificará ampliamente la legítima crítica de Kant con respecto a sus pretensiones.

Lo que es propiamente "permanente" es la impotencia generalizada de la ontología para alcanzar la verdadera universalidad del ser y trascender las antinomias que suscita inevitablemente la aplicación de un entendimiento humano, prácticamente autónomo, o de una inteligencia exclusivamente dianoética, a los problemas metafísicos.

La historicidad implícita de la metafísica occidental no consiste entonces principalmente en la evolución y la transformación cada vez más profunda de la concepción del ser (27), sino en el carácter limitado y dogmático de la ontología en general, es decir, en los conflictos que inevitablemente engendrarían los puntos de vista abstractos y exclusivistas que tienden a constituirse en sistemas. En otros términos, la historicidad de la metafísica occidental reside en primer lugar, paradójicamente, en su incapacidad para "progresar". Tal como indicó Kant con coraje y lucidez, la metafísica no ha "avanzado", siempre permanece en el mismo punto, o, más bien, no ha hecho más que girar en redondo, ya que las perspectivas abstractas del entendimiento sobre el ser intemporal y sus relaciones con el yo y con el mundo han desembocado en afirmaciones dogmáticas y antinómicas que no están basadas en una verdadera intuición intelectual ni en una experiencia espiritual viva.

La historicidad virtual o efectiva de la metafísica occidental se inscribe así en contra de sus eventuales pretensiones de vincularse con la "filosofía eterna".

No obstante la opinión según la cual los grandes filósofos habrían dicho todos en el fondo lo mismo no está del todo desprovista de fundamento, así como tampoco la creencia en una metafísica que sería "la" metafísica, más allá de todos los sistemas contradictorios. Pero la referencia a esta filosofía única no puede ser manifiestamente, en el caso de la filosofía occidental, más que una referencia implícita e involuntaria. Es el historiador de la filosofía quien, inclinado sobre la multiplicidad de sistemas, llega a descubrir una convergencia espiritual más o menos profunda en ciertas verdades fundamentales. Pero el filósofo en tanto que tal es sobre todo consciente de su originalidad propia y está ante todo preocupado por resaltar aquello que lo distingue de sus predecesores. Si no obstante acaba llegando a la "philosophia perennis" es casi como a pesar de sí mismo.

Ahora bien, la única forma de continuidad tradicional que nos ofrece aquello a lo que nos hemos acostumbrado a llamar filosofía o metafísica occidental nos parece coincidir con la permanencia implícita de verdades que se imponen por así decir a los filósofos a pesar de ellos. Estas verdades, a las que quizá sea legítimo relacionar con la metafísica, no aparecen de hecho sino como mutiladas y refractadas a través del dogmatismo de los sistemas filosóficos.

No se trata aquí más que de una forma muy vaga y confusa de esa filosofía eterna de la que más de un filósofo parece haber sentido nostalgia. Ahora bien, creemos que al lado de esta forma más bien vaga y que depende de un sincretismo insípido, es posible alumbrar una perspectiva a la vez espiritual (o existencial) y doctrinal (teórica) que aporte un contenido rico y preciso a la noción de filosofía eterna. Es a esta perspectiva a la que nos proponemos dar el nombre de "perspectiva metafísica".

Se trata de una óptica que sobre el plano teórico o doctrinal corresponde a lo que René Guénon ha llamado en sus obras "la metafísica" (28) y que se funda en una concepción rigurosamente universal del ser o del Absoluto. Pensamos que es legítimo reservar el nombre de metafísica a esta perspectiva que, por definición, nos parece escapar a las limitaciones dogmáticas que caracterizan a los sistemas filosóficos tal como especialmente los encontramos en el pensamiento occidental a partir de Descartes.

La filosofía contemporánea, y especialmente la filosofía de la existencia, ha sacado profundamente a la luz la idea de "situación". Pero es evidente que la metafísica no es concebible más que si el pensamiento y la existencia humanas pueden de algún modo superar las situaciones, es decir, las diversas formas posibles de limitación. Si Aristóteles ha podido afirmar que "las ciencias más exactas son las ciencias de los principios" (29) y que la metafísica o "filosofía primera", es decir, "la ciencia teorética de los primeros principios y de las primeras causas" es por ello la ciencia más rigurosa, ¿no es precisamente porque su objeto, el ser en tanto que ser, escapa de las limitaciones inherentes al objeto de las demás "ciencias"?

Ahora bien, hemos visto que si Aristóteles tuvo la idea de esta ciencia universal o más bien de esta ciencia de lo Universal, la manera en la que ha "realizado" esta idea en razón del dogmatismo de su polémica antiplatónica implicaba una limitación que ha resultado capital para el destino de la metafísica occidental.

Es posible llegar a una concepción del ser más universal y por lo tanto más rigurosa, que nos parece constituir la esencia de la philosophia perennis y merecer el nombre de "metafísica".

La perspectiva metafísica puede ser caracterizada por la superación de todas las concepciones limitadas, dogmáticas y sistemáticas que constituyen el contenido de lo que se ha dado en llamar historia de la filosofía; pues se funda sobre la noción metafísicamente más rigurosa del Absoluto o de lo Infinito.

La superación de tales limitaciones le confiere un carácter eminentemente intemporal o transhistórico que la distingue profundamente de los sistemas filosóficos. Este carácter transhistórico no es sino un aspecto de lo que es la "metafísica" en el sentido más riguroso del término: si la metafísica es el conocimiento de aquello que está más allá del objeto constituido por la "física" concebida en su aspecto tradicional, es decir, de la naturaleza considerada como el dominio o el principio de realidades sometidas al cambio, entonces no es sino el conocimiento de los principios inmutables de los que procede el propio cambio. En la medida en que se muestra profundo y riguroso, este conocimiento de lo inmutable participa de la inmutabilidad misma de su objeto. La filosofía no puede ser una filosofía eterna más que si es una filosofía de lo eterno o de lo inmutable considerado en su aspecto más ilimitado o más universal. Tal es también la razón por la que nos parece legítimo hablar como Guénon de "la" metafísica, y reservar, como a continuación nos proponemos hacer, el término de metafísica a las doctrinas que han puesto de relieve el aspecto más universal de lo Absoluto, y que han deducido con mayor rigor las consecuencias relativas a la cosmología o a la antropología.

La perspectiva metafísica es la que nos parece aportar la respuesta más decisiva a la eterna pregunta: "¿Qué es el ser?", elevada por Aristóteles, y a la cuestión que más de un filósofo contemporáneo, a su vez, ha planteado: "¿Qué es la metafísica?"

Heidegger vio bien que la metafísica occidental finalmente ha abandonado y falseado el problema del ser, e imaginó lo que él llamaba una "superación de la metafísica" que le parecía, por otra parte muy legítimamente, como una especie de retorno a los orígenes, y que intentó efectuar por su cuenta en sus curiosas meditaciones sobre los "presocráticos" (30).

Igualmente creemos que debe superarse no la metafísica sino el dogmatismo que caracteriza a los "sistemas" filosóficos, y en primer lugar el dogmatismo inherente a la ontología. Mientras que Heidegger pensó tener que superar lo que él llamaba "la metafísica" hacia una nueva "ontología", pensamos por el contrario con Guénon que es preciso superar o más bien integrar la ontología en la metafísica, entendida en su significado riguroso de ciencia de los principios absolutamente primeros. Ahora bien, la ontología tradicional y clásica de occidente, o lo que llamaremos con Heidegger "ontoteología", no nos aporta una doctrina rigurosa del Absoluto. El ser en tanto que ser o el ser puro de la ontología implica, como hemos visto, una limitación principial pero efectiva en virtud de la cual aparece como causa de sí y causa del mundo. El Ser es lo Absoluto en tanto que se determina como causa primera y se integra en cierta medida en el orden de lo relativo: por ello mismo implica una negación fundamental que limita su infinidad. La tentativa, o más bien la nostalgia heideggeriana de una superación del "siendo" (Seiende) hacia el "ser" (Sein) no carece de analogía con lo que podemos llamar la superación de la ontología hacia la perspectiva metafísica.

Pero nos parece que esta tentativa heideggeriana no podría dejar de fracasar en la medida en que se sitúa, pensamos, en la prolongación misma de la ontología clásica. No es sin duda asiendo al ser a partir del "horizonte" del tiempo como es posible alcanzarlo en su radical ilimitación, en su rigurosa universalidad. Y Heidegger no escapa, al igual que los representantes de la ontoteología tradicional o clásica, al primado de la existencia o del aspecto "substancial" o "cosmológico" sobre el aspecto propiamente metafísico del ser. Es a este respecto un heredero de la ontología antiplatónica de Aristóteles y del creacionismo medieval, o, en otras palabras, sigue estando a nuestros ojos en los límites de lo que él mismo llamaba "la metafísica".

No es entonces la ontología en la que él pensaba lo que a nuestros ojos constituye una superación de lo que él llamaba la metafísica. Esta superación nos parece ser realizada por las doctrinas que se vinculan a lo que denominamos la perspectiva metafísica y que se distinguen tanto de aquello que Heidegger entendía como la ontología que pensaba elaborar o la metafísica que intentaba superar como de lo que el historiador de la filosofía ha dado en llamar ontología y metafísica.

Estas doctrinas, a pesar de las aparentes divergencias que tienden a la imposibilidad de expresar la universalidad de los principios metafísicos aparte de toda "situación", de toda limitación, implican los suficientes puntos comunes como para que sea legítimo englobarlos en una misma perspectiva.

Nuestro objetivo en este trabajo consiste en determinar la naturaleza de esta "perspectiva" metafísica que nos parece realizar una profunda convergencia espiritual entre expresiones doctrinales aparentemente muy alejadas unas de otras, tanto en el espacio como en el tiempo. Sin duda, una tal convergencia no es monopolio de la perspectiva metafísica. Veremos a lo largo de este trabajo que es posible arrojar luz sobre convergencias análogas fijadas en perspectivas más limitadas. Así, creemos poder hacer corresponder la filosofía del "Samkhya", uno de los seis "puntos de vista" (darshanas) del pensamiento hindú (31), con la perspectiva cosmológica de la filosofía de Aristóteles, al igual que nos parece legítimo mostrar las analogías existentes entre la doctrina de Ramanuja (32), el gran adversario vedantino de Shankara, y la ontología creacionista de santo Tomás (33). Pero una tal convergencia no podría constituir de por sí un criterio de profundidad y de verdad de ninguna doctrina. Veremos por lo demás que la perspectiva metafísica, junto a esta universalidad por así decir extrínseca u horizontal, implica una universalidad intrínseca o verdadera que se nos aparecerá como el verdadero criterio de su rigor o de su verdad.

Debe notarse sin embargo que el rigor interno y la amplitud comprehensiva de la perspectiva metafísica repercuten en cierto modo sobre la propia profundidad de la convergencia doctrinal de sus representantes aparentemente muy alejados unos de otros. Es por ello que el acuerdo entre estos últimos se revela infinitamente más profundo que el acuerdo entre los representantes de cualquier otra perspectiva doctrinal (34) de tipo tradicional (35).

Nuestro estudio se referirá esencialmente a pensadores cuyas exposiciones doctrinales se aproximan más al modo de expresión que caracteriza al pensamiento filosófico, es decir, a una demostración sistemática, a una argumentación que procede por encadenamiento de conceptos y no por fulguración de imágenes yuxtapuestas. Esto no significa por lo demás en absoluto que un tal modo de expresión sea el que más profundamente se adapte a las exigencias de la perspectiva metafísica. Corresponde simplemente a una formulación más explícita de esta última, y, por lo tanto, más cercana al modo filosófico. La dialéctica de Plotino, de Nagarjuna (36) o de Shankara (37) en nada cede al rigor formal de la de Kant o Spinoza. Además, los historiadores de la filosofía tienen costumbre de clasificar a estos pensadores entre los "filósofos". Pero es importante aportar algunas precisiones: 1º. A propósito de los pensadores a los que relacionamos con la perspectiva metafísica, preferimos emplear el término de "metafísico" antes que el de "filósofo", a fin de señalar la diferencia que creemos deber establecer entre la perspectiva metafísica y los sistemas filosóficos. Sin duda deberemos emplear a su propósito términos como "filosofía" y "filósofos" en un sentido muy amplio que puede por lo demás justificarse por el hecho de que Platón o Plotino, a quienes vinculamos con la perspectiva metafísica, consideraban su doctrina como una "filosofía". Pero no daremos a tales términos sino su significado original. 2º. Por otra parte, dado que sobre todo nos referiremos a expresiones doctrinales cercanas a la expresión que caracteriza la filosofía sistemática, hablaremos, a propósito de los metafísicos a los que acudiremos, de expresión filosófica, tomando este término en una acepción más bien técnica. El modo de expresión de tipo filosófico, que procede por encadenamiento lógico de conceptos abstractos (38), debe entonces ser distinguido de un modo de expresión al que calificaremos de simbólico, y que utiliza el símbolo en tanto que representación concreta de las realidades principiales, metafísicas o cosmológicas (símbolos arquitectónicos, pictóricos, mitos) (39).

Cabe notar por otra parte que la perspectiva metafísica, que apunta a superar la abstracción conceptual, encuentra en el carácter intuitivo y sintético del símbolo en general y del mito en particular un instrumento de expresión singularmente apto para vehicular la intuición intelectual.

Al lado de una expresión propiamente racional o discursiva de la perspectiva metafísica, expresión que por otra parte parece tardía en el marco del desarrollo del pensamiento metafísico (40), no debería olvidarse la expresión "primitiva" de este mismo pensamiento en los mitos y otros símbolos tradicionales. Junto a la metafísica explícita a la que esencialmente nos referiremos, debe distinguirse la metafísica implícita que nos parece constituir de manera general el significado profundo de los mitos y los símbolos que la expresión propiamente "filosófica" no hará más que trasponer explicándolo en el plano conceptual que nos es más familiar. Veremos además que no deben oponerse radicalmente ambos modos de formulación de la perspectiva metafísica que, tanto en el marco de las tradiciones de forma religiosa (monoteísmo de las tradiciones de origen semítico) como en el de las tradiciones mitológico-metafísicas (Hinduismo, Budismo, Taoísmo) se encuentran en armonía y en perfecta continuidad.

Desearíamos precisar a propósito de estas formas tradicionales el empleo que pretendemos hacer de la propia noción de metafísica. Al igual que para la noción de filosofía, nos referiremos a ella en un sentido amplio y preciso. Por un lado, el sentido amplio no es el sentido habitual (41) y vago que se aplica al objetivo de los principios primeros inherentes a toda especulación filosófica. A fin de evitar todo equívoco, no hablaremos, con respecto a este último, tal como hace Guénon, de "la" metafísica, sino que distinguiremos la metafísica integral (42), que caracteriza a la perspectiva metafísica, de la metafísica sistemática, que implica una concepción más limitada del absoluto (ontoteología tradicional, filosofía moderna).

Por otra parte, si es evidente, como quiere Heidegger, que la historia de la metafísica se identifica esencialmente con la de la metafísica occidental, tomando aquí la palabra "metafísica" en su sentido usual, no debería cometerse el error de identificar pura y simplemente, tal como al parecer Guénon tenía tendencia a hacer (43), la metafísica integral o la perspectiva metafísica con lo que él llama "la metafísica oriental" (44). No cabe duda alguna de que es en el pensamiento oriental donde la perspectiva metafísica se expresa con mayor fuerza y brillantez, especialmente en la doctrina hindú del Vedânta. Pero no creemos que sea necesario ni legítimo recurrir a la hipótesis de una influencia oriental para explicar lo que de metafísica integral hay en el pensamiento occidental. El platonismo y el neoplatonismo, que constituyen el modo de formulación propiamente occidental de la metafísica integral, especialmente con Plotino, Eckhart (45) o Nicolás de Cusa (46), nos parecen constituir una expresión perfectamente auténtica y original de la perspectiva metafísica que, adaptándose a ciertas exigencias características de la mentalidad occidental, reúnen, en la extrema universalidad de su "visión del mundo", las formulaciones propiamente orientales del mismo pensamiento fundamental (Vedânta, Taoísmo (47), Budismo del Gran Vehículo (Mahayana) (48).

Para intentar profundizar en la perspectiva metafísica, nos dirigiremos a Plotino o a Eckhart tanto como a Shankara o Nagarjuna.

Debe ser además señalado que los pensadores a los que nos referimos para aclarar la perspectiva metafísica no han aportado cada uno una expresión "filosófica" exhaustiva de esta última, si acaso una tal exigencia tuviera aquí algún sentido. Cada uno de ellos expresa más bien ciertos aspectos diferentes que están en relación con su inserción en un contexto tradicional determinado, y tiende a dejar de lado ciertos otros aspectos. Así, Plotino nos aporta una meditación sobre el "mundo inteligible" o también sobre la ontología en tanto que ésta se vincula con la hiperontología del Uno, mientras que Shankara, por razones que no vamos a precisar, apenas insiste en el aspecto "Ser" o "mundo inteligible" del Absoluto.

Muchas verdades permanecen implícitas, y muchos de los problemas que podemos ser conducidos a señalar a partir de las formulaciones forjadas por la metafísica sistemática no se han planteado en el nivel de la perspectiva metafísica y más bien parecerían aquí, así como a ojos de Bergson, "pseudo-problemas" (49).

El carácter universal y sintético de la perspectiva metafísica no implica un rechazo a examinar los problemas cosmológicos que se consideran de manera más analítica y más explícita en otras perspectivas paralelas: así, Shankara se inclina a refutar el atomismo budista (50) o ciertos dogmas del Samkhya, al igual que Plotino rechaza ciertas tesis estoicas o aristotélicas. Pero es siempre en función de los principios metafísicos que las realidades cósmicas y especialmente el "mundo sensible" se encuentran aquí considerados. Es así que el dualismo aparente del Samkhya se integra en el no dualismo vedántico (51).

Nos queda por decir finalmente lo que nos parece justificar una meditación sobre la perspectiva metafísica. Además de su interés intrínseco que no podría pasar desapercibido para aquellos que sienten nostalgia de la "filosofía eterna" o de una filosofía de "gran estilo", la perspectiva metafísica, aunque en ciertos aspectos esté tan alejada del ambiente espiritual y de la problemática filosófica del hombre del siglo XX, responde indudablemente a ciertas exigencias fundamentales del pensamiento contemporáneo. Y ello en razón de dos de sus características principales, de las cuales la primera consiste en su universalidad, que coincide con la superación de los dogmatismos sistemáticos. Esta universalidad corresponde a la exigencia contemporánea, perfectamente legítima en presencia de la acumulación y del antagonismo de los sistemas que la crítica kantiana no ha podido impedir perpetuarse hasta nuestros días, de una superación de los sistemas en tanto que limitaciones mutiladoras de lo real.

Cuando Heidegger piensa en una superación de la metafísica y en la promoción de un pensamiento que ya no pensara el "Siendo" (Seiende) sino el "Ser" (Sein), cuando Husserl piensa en transformar, gracias a la fenomenología, a la filosofía en "ciencia rigurosa" (52), cuando Bergson (53) propone definir la metafísica que intenta fundar como "la experiencia integral", nos parece que estos filósofos se reúnen en el mismo deseo de una superación de los sistemas antinómicos y de una apertura más auténtica a lo real.

Pero también nos parece que a falta de una norma que permita superar realmente las inevitables antinomias de la experiencia inmanente (54), cada una de estas tentativas se encuentra condenada al fracaso. Cuando Heidegger intenta pensar el "Ser", mientras que las metafísicas anteriores jamás habrían salido según él de pensar el "siendo", su tentativa nos parece contradictoria en la medida en que presupone que un tal pensamiento debe efectuarse a partir del "horizonte del tiempo". En su preocupación por escapar a los dogmatismos "ónticos", se encierra en una problemática que implica un dogmatismo temporalista. Otro tanto diremos de la "experiencia integral" pregonada por Bergson. También él nos parece cerrarse el acceso a una visión que le permitiría integrar los dogmatismos contradictorios y alcanzar una auténtica universalidad metafísica, en razón de los presupuestos pasionales y dinamistas que le conducen a identificar lo real con lo moviente y a negar el valor ontológico de la permanencia, de la intemporalidad (55).

En cuanto a Husserl, cuyo recurso al Ego trascendental y a la "reducción fenomenológica" nos parece constituir una indudable señal de rigor filosófico, su fenomenología nos parece también tributaria del dogmatismo "cosmologista" que pesa sobre toda la metafísica occidental desde Aristóteles. Además de las implicaciones idealistas y racionalistas de su sistema, que han sido criticadas hasta la saciedad, es importante señalar el dogmatismo de la intencionalidad, es decir, de la irreductible dualidad de la conciencia y de su objeto. Si la fenomenología husserliana nos parece impotente para fundar una descripción integral de las articulaciones del ser, o más bien de los diversos significados constituidos por el Ego trascendental, es porque este Ego, al igual que el "Yo" de las meditaciones de Descartes, no ha sido asimilado y conducido a su interioridad más radical. El esfuerzo de interiorización (56) se halla como paralizado por el dogmatismo de la intencionalidad: toda conciencia no es más que conciencia de algo. Así, esta ciencia del Ser no es verdaderamente rigurosa, porque no ha alcanzado el límite extremo de la subjetividad. Y es por ello que la fenomenología de Husserl, tanto como la filosofía de Heidegger, debido a que son tributarias del mismo dogmatismo de la intencionalidad, dan la impresión de hacer coexistir el idealismo y el realismo y de oscilar contradictoriamente del uno al otro, más bien que de superarlos integrándolos en una síntesis "metadogmática".

Las tentativas metafísicas del pensamiento contemporáneo, en la medida en que implican, especialmente en el Heidegger del "Holzwege", el deseo de superar las limitaciones dogmáticas, nos parecen destinadas al fracaso, en razón de los presupuestos "cosmologistas" y pasionales inherentes a la voluntad de potencia antimetafísica de un pensamiento exclusivamente orientado hacia el mundo, y que nos parece impedir la realización de una experiencia verdaderamente integral.

Sólo la perspectiva metafísica nos parece susceptible de responder a las exigencias que acabamos de esbozar. Sin duda, esta perspectiva, en la medida en que se considera en las formulaciones históricas a las que hemos aludido, puede aparecer como algo del pasado, como un estadio ya superado de la evolución de los sistemas. Pero podría objetarse a ello que lo que pertenece al pasado es la exteriorización formal de la perspectiva metafísica, y no su contenido doctrinal.

Además, el empleo abusivo de la noción de un "estadio definitivamente superado" depende de presupuestos "naturalistas" e "historicistas" que en sí mismos requieren una reflexión crítica.

La perspectiva metafísica no es un sistema, sino una visión del Ser y del Mundo que no podría, en razón de su ilimitación interna o de su universalidad, ser aprisionada en los límites de una formulación cualquiera. Las doctrinas que creemos deber vincular a esta perspectiva no son más que vehículos ocasionales y trampolines hacia una verdad que debe hacer estallar el marco de los sistemas y las exposiciones sistemáticas. Y es por ello que la metafísica integral de la perspectiva metafísica no podría jamás revestir la forma de una "ciencia rigurosa". El propio Husserl ha reconocido que las ciencias más exactas (57) no podrían ser totalmente rigurosas, es decir, absolutamente adecuadas a su objeto.

La ausencia de rigor en el caso de las metafísicas dogmáticas se debe al hecho de que el sistema, en tanto que "visión del mundo", deja escapar un aspecto de lo real que, en la perspectiva de otro sistema, es planteada como fundamental (58). La ausencia de rigor en el caso de la perspectiva metafísica se debe únicamente a la inadecuación entre la expresión formal o doctrinal, necesariamente limitada, y la universalidad de la visión del mundo. No es inherente a la propia visión del mundo. La ausencia de rigor que se halla ligada a la ausencia de una pretensión para agotar en una expresión formal la infinidad de las implicaciones de esta perspectiva no es sino un signo del extremo rigor interno de esta última. Así, su objetividad y su universalidad son de un orden distinto al de las de la ciencia. Esta universalidad, que nos parece aportar una respuesta a ciertas exigencias contemporáneas, se debe al hecho de que la perspectiva metafísica, idéntica a la "philosophia perennis" que por definición no pertenece al pasado, puede corresponder a una exigencia actual al superar la actualidad del presente tanto como la inactualidad del pasado.

Sin lugar a dudas, esta respuesta no podría ser aceptada por el pensador contemporáneo, en tanto que permanezca atado a las implicaciones dogmáticas y pasionales de la problemática que caracteriza a los sistemas filosóficos en general. Pero nos parece que algunas de las formas revestidas actualmente por la sistematización filosófica puede permitir esperar la posibilidad de una atención y de una apertura a la perspectiva metafísica.

Habíamos hecho notar anteriormente el carácter profundamente "histórico" de la filosofía occidental, que nos parecía una consecuencia de la reducción de la metafísica integral a la ontología. La revuelta antiplatónica de Aristóteles inauguraba los comienzos de la filosofía como sistema, a través de un rechazo de la perspectiva metafísica. Nos parece que la historia de la filosofía desde Aristóteles hasta Sartre no es sino el progresivo incremento de esta revuelta, que se traduce en una "desencialización" sin cesar creciente del ser. Hemos puesto a la luz tres aspectos particularmente significativos de esta última, en el análisis que hemos dedicado a las tres estructuras temporales del instante lógico, del instante estético y del instante negativo (59).

Hemos dejado entender que estas estructuras temporales que están en el origen de lo que llamaríamos la "conciencia fenomenológica" del hombre moderno implican no sólo la dialéctica individual y subjetiva que hemos sacado a la luz, sino también una dialéctica histórica sobre la cual nos proponemos volver. Esta última nos parece conducir la metafísica sistemática (60) a una progresiva iluminación de la "Nada", es decir, del polo "material" o "substancial" que la metafísica y la cosmología tradicionales oponen al polo "espiritual" o "esencial" de la manifestación. Uno de los rasgos más característicos de los sistemas contemporáneos es el de haber alcanzado, a nuestro parecer, un verdadero límite en el proceso de desencialización del ser, con la ontología negativa inaugurada por Heidegger, pero del que el existencialismo sartriano nos parece haber demostrado todas sus implicaciones. El advenimiento de una filosofía de la nada, que parece marcar una posibilidad límite de la problemática filosófica, constituye una especie de autocrítica o de autodestrucción de la pretensión de los sistemas a responder a la eterna cuestión planteada por Aristóteles: "¿Qué es el Ser?". Por otra parte, aparece paralelamente como una especie de refutación de la concepción del devenir creador para el que los sistemas de Hegel y de Bergson constituían dos etapas particularmente importante.

La impotencia de todas las formas de ontología filosófica para asir la integralidad de lo real a partir de presupuestos "cosmologistas" se manifiesta con notoriedad en esa filosofía de la nada, que coincide con una especie de crítica generalizada de las "Totalidades" imaginadas por los dogmatismos filosóficos.

El ser encerrado en los límites "substanciales" del mundo y del tiempo desemboca en definitiva en la indeterminación radical de la "nada".

Ahora bien, la perspectiva metafísica se funda, también, en una indeterminación aparentemente tan integral como la anterior, que apunta a una superación de la ontología concebida en su forma habitual. Pero en lugar de desembocar en una indeterminación de pobreza, alcanza una indeterminación de plenitud, que corresponde a una concepción rigurosa del Infinito o de lo Absoluto.

Sin duda, la perspectiva "nihilista" de la filosofía sartriana es en un sentido lo contrario de la perspectiva metafísica. Pero esta inversión adopta la forma de una profunda analogía: se trata, por así decir, de dos límites extremos entre los cuales se sitúan las diversas formas del dogmatismo sistemático. La metafísica al revés de la "Nada" es como un reflejo invertido de la metafísica integral fundada en el "Sobre-Ser" o el "No-Ser". La "transdescendencia" hacia la indeterminación de pobreza es como el reflejo caricaturesco de la "transascendencia" hacia la indeterminación de plenitud, hacia la Esencia que está más allá de las Esencias y de las existencias, hacia el Uno o el Bien o el Sí que está más allá del Ser.

Pero no hay aquí solamente imagen y figura. La filosofía de la Nada (61), que constituye una de las aportaciones más significativas del pensamiento contemporáneo, nos parece revelar que existe para esta última la posibilidad de un camino hacia la perspectiva metafísica. La autodestrucción de la metafísica sistemática en la filosofía de la Nada nos parece más importante a este respecto que la crítica kantiana de la metafísica. Ésta no ha contribuido en definitiva más que a promover las pseudo-metafísicas del dogmatismo temporalista, mientras que la filosofía de la Nada nos parece constituir una prueba del absurdo de todas las metafísicas que pretenden una experiencia integral de lo real quedándose en el plano de los presupuestos generales del dogmatismo filosófico. Creemos que, para quienes aceptamos extraer del advenimiento de la filosofía de la nada la lección que nos parece implicar, esta filosofía del fracaso, que nos indica además los límites y el fracaso de la filosofía, puede ayudarnos a comprender que, si la metafísica es posible, no puede ser sino a precio de una superación del dogmatismo cosmologista que ha paralizado a la filosofía occidental desde la revuelta de Aristóteles. Ahora bien, la metafísica es posible, puesto que existe, o más bien porque se expresa en las doctrinas de los representantes de la perspectiva metafísica.

Sin duda, el reconocimiento de un hecho semejante supone la transformación radical de las costumbres intelectuales del filósofo que tiende a creer que la verdad habla por vez primera por su propia boca, y a confundir lo original y lo inédito con lo verdadero y lo profundo. Pero más que las vanas reservas de los censores de la metafísica, el advenimiento de la filosofía de la Nada puede ayudarnos a realizar lo que Heidegger llama "la superación de la metafísica", que a nuestro entender es algo distinto a la superación del dogmatismo filosófico hacia la universalidad y la integralidad de la perspectiva metafísica (62).

Junto a su universalidad, que tiende a la superación del dogmatismo filosófico y especialmente a la superación de la ontología clásica, en tanto que ciencia del Ser, hacia una "hiperontología" o una "meontología" que más bien constituye un conocimiento del Sobre-Ser o del No-Ser, la perspectiva metafísica presenta un segundo carácter que permite aproximarla a ciertas exigencias esenciales del pensamiento contemporáneo. Se trata de lo que podría denominarse su carácter "existencial" (63), que parece bastante evidente si se considera, tal como se acostumbra hacer, por otra parte erróneamente según pensamos, a sus representantes como "místicos".

Sin detenernos por el momento en el equívoco que pesa sobre esta última noción, debemos denunciar en primer lugar el habitual contrasentido que muy especialmente se encuentra en la obra de Otto (64) y que hace por ejemplo de Shankara un "místico". Shankara, Plotino o Nagarjuna no son ni místicos ni filósofos de sistema. Sin integralmente metafísicos, y es por ello que a la vez son filósofos en el sentido en que poseen una visión del mundo perfectamente coherente (65), que son capaces de exponer "dialécticamente" en su doctrina, y místicos en la medida en que el conocimiento metafísico cuyo vehículo es la intuición intelectual implica una "realización" por así decir existencial o espiritual de la No- dualidad metafísica.

Sin duda, toda filosofía implica una ética, y sin duda también puede haber una comprensión relativa y solamente teórica de la perspectiva metafísica. Pero conviene señalar que en razón de su enraizamiento profundo en una tradición espiritual y de la superación de los límites de la inteligencia dianoética que postula, la perspectiva metafísica implica una imperiosa exigencia de realización espiritual. La metafísica integral de Shankara y de Plotino es ante todo experiencia metafísica, es decir, realización existencial para "el alma toda entera" de una verdad que no podría restar teórica sin caer, en gran medida, en los límites y los peligros del dogmatismo filosófico. Experiencia paradójica, sin duda, y que supera los límites de lo que Kant decidió llamar la "experiencia", y tanto más paradójica cuanto que excluye los arrebatos afectivos, las visiones, etc... familiares a quienes se han acostumbrado a definirlos como místicos. Los representantes de la perspectiva metafísica son con seguridad "espirituales", preocupados al igual que los místicos por el problema de la "beatitud", de la salvación o más bien de la "Liberación", pero su camino espiritual coincide rigurosamente con la búsqueda más objetiva y más desinteresada de la verdad por el conocimiento. Este conocimiento, que, al menos en su forma más acabada, es no solamente intuición, sino también realización del ser, trasciende por otra parte las antinomias dogmáticas entre ser y conocer, conocimiento y amor. Pero tal carácter existencial, que es inherente a la intelectualidad metafísica, está estrechamente ligado a la inserción de la perspectiva metafísica en una tradición espiritual determinada. Es este hecho capital lo que en primer lugar precisaremos, meditando sobre la "situación" de la perspectiva metafísica.


NOTAS:

1 [Ext. de "La perspective metaphysique", París, Dervy- Livres, 1959, 1977. Esta obra constituye la tesis de doctorado del autor sostenida en la Sorbonne, y puede ser considerada como la primera de inspiración guenoniana (cf. el prefacio de R. Amadou en "Le symbolisme de la Croix"). Las notas y referencias añadidas por nosotros (Difusión Traditio) irán entre corchetes].

2 Cf. "Metafísica", Z, 1028, b: "el objeto eterno de todas las búsquedas presentes y pasadas, la pregunta siempre planteada, es: ¿qué es el Ser?".

3 Cf. "La Pensée et le mouvant", cap. 6, p. 177 y ss.

4 Cf. Trad. Corbin (Gallimard). ["¿Qué es Metafísica", traducción de X. Zubiri, Madrid, Cruz y Raya, 1931. También su "Introducción a la metafísica", Barcelona, Gedisa, 1993].

5 ["Crítik der Urtheilskraft", 1790 ("Crítica del juicio).]

6 Cf. Leibnitz: "Carta a Rémond", 1715. Ed. Garhardt, III, 624-625. "Al señalar estas huellas de la verdad en los antiguos... se extraería el oro del barro, la luz de las tinieblas,... y ésta sería, en efecto, "perennis quaedam philosophia".

7 Cf. Lavelle: "La présence totale", p. 20... "La filosofía de la que aquí presentamos los principios esenciales no innova nada... Es una meditación personal cuya materia nos es ofrecida por esa "philosophia perennis" que es obra común de la humanidad". [Cf., de Lavelle, el mensaje nº 263 de Difusión Traditio].

8 Se sabe que la propia expresión de "philosophia perennis" se remonta probablemente a la obra "De perenni philosophia" publicada en 1540 por Augustinus Steuchus. Foucher había recomendado su lectura a Leibnitz, quien se lo agradece en una de sus cartas (Cf. Garhardt, I, 395).

9 Cf. F. Alquié: "Structures logiques et Structures mentales en histoire de la philosophie" ("Bulletin de la Societé française de Philosophie", junio-septiembre de 1953).

10 Bergson observa igualmente que si "las divergencias son notables entre las escuelas, no ocurre quizá lo mismo cuando se aborda el pensamiento de los grandes maestros, entre los cuales hay algo que domina la diversidad de sus sistemas" (Cf. "La Pensée et le mouvant", cap. VI, p. 224-225).

11 Esta separación, consagrada por la Escolástica (cf. la distinción clásica entre teología "natural" y teología "revelada") es corrientemente admitida tanto por los filósofos cristianos como por sus adversarios.

12 Si no en tanto que "creyente".

13 Sobre el lugar de la teología en la formulación del pensamiento hegeliano, cf. la hermosa obra de J. Wahl, "Le malheur de la conscience dans la philosophie de Hegel" (2ª ed. Vrin).

14 Es así que Schopenhauer ha desnaturalizado el Budismo, al igual que Hegel había desnaturalizado los dogmas cristianos.

15 La excelente obra de E. Bréhier es significativa a este respecto: Masson Oursel condensó "la filosofía de oriente" en un fascículo suplementario de 180 páginas. Alrededor de 2.000 páginas están dedicadas a la filosofía occidental, mientras que la filosofía de la India ocupa unas 39 páginas.

16 Cf. "Holzwege", ed. Klostermann, Francfort, 1950.

17 Pronto veremos las razones por las que nos parece útil distinguir ambos términos.

18 "Holzwege", p. 245: "Die Metaphysik ist eine Epoche der Geschichte des Seins selbst".

19 La trascendencia abstracta del Dios causa final de Aristóteles se une con la trascendencia abstracta del Dios creador de santo Tomás: tanto en uno como en otro "Dios es separado del mundo", pero el mundo es igualmente separado de Dios, es decir, que es llevado realmente fuera de su Principio.

20 Y a veces sobre la naturaleza misma del conocimiento que la ontología atribuye al Principio mismo. Así, la distinción entre el entendimiento y la voluntad divina en el marco de una ontología creacionista (santo Tomás, Leibnitz) presupone una distinción eminentemente limitativa y antimetafísica entre lo posible concebido por el entendimiento y lo real llevado fuera de lo posible por el fiat de la voluntad creadora.

21 Así, el Dios "pensamiento puro" de Aristóteles es diferente del Dios creador de santo Tomás o de la substancia spinozista. Pero se trata aquí de tres aspectos diferentes de una misma reducción de la metafísica a la ontología y de una misma valoración de la existencia cosmológica, que no es aquí nada más que un reflejo ilusorio, incluso cuando forme parte del orden de los "modos" (en Spinoza) y no del de las "substancias" (como en Aristóteles o santo Tomás).

22 O también en el equivalente hindú de esta ontología tradicional, tal como aparece en la doctrina del Samkhya o en la interpretación personalista de las doctrinas del Vedânta.

23 Si Descartes y Leibnitz son cristianos, su filosofía en tanto que tal, y por lo tanto su ontología, está mucho más separada del contenido dogmático de su "fe" que la "filosofía" o la ontología de la "Suma" lo estaba con respecto al contenido a la vez subjetivo (experiencia espiritual) y objetivo (dogmas "revelados") de la fe de santo Tomás.

24 Así, la "revelación" cristiana insiste sobre el aspecto trinitario de Dios, a diferencia del exoterismo islámico, que está exclusivamente centrado en la idea de la Unidad divina.

25 Heidegger: "Kant et le problème de la métaphysique". Trad. francesa de A. de Waehlens y W. Biemel, p. 72, Gallimard ["Kant und das Problem der Metaphysik", 1929, 1951. Trad. esp.: "Kant y el problema de la metafísica", 1954, por Gred Ibscher Roth y Elsa Cecilia Frost. Cf. también "Kants These über das Sein", 1962: "La tesis de Kant sobre el ser", en "Ser, verdad y fundamento", 1968, trad. de E. García Belsunce].

26 Cf. "Etre et Individualité", 2ª parte, "Phénoménologie de l'Individualité".

27 Por otra parte, nos parece que la crítica kantiana de la metafísica ha tenido como consecuencia más notable no tanto el desarrollo de un plano positivismo como la aparición de filosofías temporalistas de las que puede decirse que son "metafísicas" al mismo título que la Monadología de Leibnitz o la Ética de Spinoza.

28 R. Guénon: "Introduction à l'étude des doctrines hindoues" (Véga), "Les états multiples de l'être" (Véga).

29 Aristóteles: "Metafísica", A, 932, a.

30 Cf. Heidegger: "Holzwege", op. cit., "Der Spruch des Anaximander", p. 296 y ss.

31 Cf. Guénon: "Introduction aux doctrines hindoues", cap. 11, p. 341 y ss., y Garbe: "Samkhya und Yoga" (Estrasburgo, 1896). También "Samkhya Pravacana bashya de Vijnanabikshu", trad. alemana de Garbe (Leipzig, Brockhaus, 1889).

32 Lacombe: "L'Absolu selon le Védânta" (Geuthner).

33 Debemos precisar aquí, a fin de evitar todo equívoco, que si nos parece legítimo comparar doctrinas que florecen en un contexto espiritual y tradicional análogo, nos parece ya más arbitrario comparar por ejemplo ciertas doctrinas tradicionales de oriente con sistemas filosóficos modernos aparentemente análogos de occidente (por ejemplo, Budismo e idealismo).

34 Pensamos que es legítimo hablar de "perspectivas doctrinales", que por otra parte están ligadas a tipos correspondientes de experiencias espirituales, y que es posible encontrar en tradiciones culturales diferentes.

35 Así, una perspectiva de tipo religioso fundada sobre una dualidad irreductible entre Dios y el mundo, y cuya espiritualidad tiende hacia una unión del alma con Dios, nos parece englobar la filosofía de santo Tomás tanto como la de Ramanuja. Pero la convergencia implica en semejante caso divergencias importantes desde el punto de vista en que la unidad de la perspectiva considerada puede parecer una visión del espíritu. Un filósofo tomista, fijado en el concepto de creación ex nihilo, no podría admitir la validez de tal correspondencia. Nos parece mucho más difícil negar la semejanza de los diversos representantes de la perspectiva metafísica, a quienes su extrema universalidad y su aparente simplicidad preservan de las divergencias insuperables y de las polémicas apasionadas.

36 Cf. Walleser: "Die mittlere Lehre des Nagasjuna", Heidelberg, 1911.

37 Cf. Renou: "Prolégomènes au Védânta" (Maisonneuve, 1949).

38 Se trata por otra parte de una aproximación bastante grosera, pues la expresión dialéctica propia de los pensadores que se relacionan con la perspectiva metafísica presenta características particulares que tienden a la superación de los principios lógicos de la razón discursiva y que deberemos analizar a continuación: antinomia, apofatismo, etc...

39 Cf. M. Eliade: "Traité d´histoire des religions" (Payot, 1949) [trad. esp.: "Tratado de historia de las religiones", Madrid, Cristiandad, 1954, 1974, 1981; Círculo de lectores, 1990; México, Ed. Era, 1972] y Zimmer: "Mythes et symboles dans l'art et la civilisation de l'Inde" (Payot) ["Myths and Symbols in Indian Art and Civilization", Washington, 1946; trad. esp.: "Mitos y símbolos de la India", Madrid, Siruela, 1995].

40 La aparición de la expresión filosófica que nos permite instituir una comparación con otras formas de esta misma expresión no necesariamente debe considerarse como un progreso en la comprensión profunda de las verdades metafísicas implícitas en los símbolos o los mitos. Esta expresión contribuye simplemente a hacernos esta perspectiva más familiar, más explícita.

41 Decimos "habitual" más bien que "tradicional", pues pretendemos conservar para este último término el significado rico y preciso que le asigna René Guénon (cf. "Le règne de la quantité et les signes des temps", especialmente el cap. 31: "Tradición y tradicionalismo", Gallimard) [mensaje nº 89 de Difusión Traditio].

42 Según la excelente fórmula de Guénon que tendremos ocasión de justificar ampliamente a continuación.

43 Cf. Guénon: "Introduction aux doctrines hindoues" (op. cit.).

44 Cf. Guénon: "La métaphysique orientale", 2ª ed. 1945 (Editions traditionnelles). [Trad. esp.: "La metafísica oriental", Palma de Mallorca, Olañeta, 1984; Barcelona, Obelisco, 1995]

45 Cf. R. Otto: "Mystique d'Orient et Mystique d'Occident" (trad. Gouillard-Payot) ["Westöstliche Mystik. Vergleich und Unterscheidung zur Wesensdeutung", 1926]. Esta obra nos parece constituir, a pesar de las importantes reservas que más adelante formularemos, especialmente en lo que concierne a la aplicación del epíteto "místico" a Shankara y a Eckhart, una excelente ilustración de la convergencia espiritual y doctrinal que nos permite aproximar dos expresiones distintas y originales de una misma forma de pensamiento. Le faltó a Otto, creemos, demostrar que se trataba de metafísica integral y no de "mística".

 

46 Cf. "Oeubres choisies traduites et présentées" por M. de Gandillac (Aubier). Cf. igualmente M. de Gandillac: "La philosophie de N. de Cuse" (Aubier). [Cf. "De docta ignorantia", 1440, Aguilar Argentina de ediciones, 1981; Madrid, Orbis, 1984, etc.].

47 Cf. Granet: "La pensée chinoise" (Albin Michel). Cf. R. Wieger: "Les Pères du système taoïste" (Belles Lettres), traducción francesa del Tao Te King de Lie Tseu y de Tchoang Tseu.

48 Cf. Conze: "Le Bouddhisme" (Payot). Para una bibliografía concerniente a las dos escuelas "idealista" (yogacara) y "nihilista" (madhyamika) del Gran Vehículo, cf. E. Lamotte: "Le traité de la Grande vertu de sagesse de Nagarjuna" (trad. francesa: Museon). Para la escuela llamada "idealista", cf. la trad. francesa de Lavallée Poussin de la obra de Huian-Tsang: "Vijnaptimatratasiddhi" (Geuthner, 1928-1929).

49 Tal como las modernas querellas entre "idealistas" y "realistas".

50 Cf. "Vedânta-sûtras with Shankara's comment" (S. B. E., tomo I, Oxford, 1890. Trad. Thibaut, 2ª parte).

51 El Vedânta, que constituye una de las expresiones fundamentales de la perspectiva metafísica, es, junto con el Samkhya, uno de los seis "puntos de vista" (darshanas) de la tradición hindú.

52 Cf. Husserl: "La philosophie comme science rigurouse", trad. Lauer, P.U.F., col. Epiméthée (p. 53 y ss.) ["Philosophie als strenge Wissenschaft", Logos, 1 (1910- 1911), 289-341. Trad. esp.: "La filosofía como ciencia estricta", Madrid, 1951, 1962; Nova, Buenos Aires, 1981. En esta pequeña obra puede verse la conciencia que Husserl tiene de la crisis de la filosofía y la sociedad, así como la importancia que en la génesis de la obra de Husserl tiene la cuestión de la naturalización y la cosificación de la conciencia y las ideas].

53 Cf. "Introduction à la Métaphysique" en "La Pensée et le mouvant", p 227, P.U.F.

54 Hemos dedicado la segunda parte de nuestro trabajo sobre "Etre et Individualité" a la descripción de estas antinomias (estructuras panteísticas y estructura negativa, estructura objetivadora y estructura estética).

55 Estos presupuestos nos parecen impedirle fundar realmente la experiencia de la individualidad singular de los seres tal como hemos intentado demostrar en "Etre et Individualité", cap. III, C, parágrafo 1).

56 Sin duda, la reducción fenomenológica, que impide a Husserl negar como Descartes la realidad del mundo, es más válida que la trayectoria falsamente radical de la primera meditación, ya que Descartes, tal como más adelante demostraremos, no nos parece haber ganado el derecho a afirmar la radical independencia del Cogito. Pero si Husserl rectifica a Descartes, no por ello supera las limitaciones sistemáticas de la doctrina cartesiana. El dogmatismo dualista del mundo y de Dios o del pensamiento y la extensión deja lugar al dogmatismo de la intencionalidad.

57 Cf. Husserl, "La philosophie comme science rigurouse", op. cit., p. 53: "todas las ciencias, incluso las ciencias exactas tan admiradas, son incompletas".

58 La oposición entre Kierkegaard y Hegel es particularmente significativa a este respecto.

59 Cf. "Etre et Individualité", 2ª parte: "Phénoménologie de l'individualité".

 

60 Cf. nuestro artículo: "Essai sur le Non-Etre et le Néant" (Revue de Méta. et de Mor., abril-junio de 1950).

61 Es en el existencialismo sartriano donde nos parece manifestarse con más claridad.

62 Es curioso notar a este respecto que es la filosofía de la Nada constituida por el existencialismo de Sartre lo que nos parece preparar la vía a una comprensión de la perspectiva metafísica, que constituye, según pensamos, la respuesta a la exigencia de la "superación de la metafísica" que formula Heidegger en "Holzwege". Advirtamos por otra parte que es en el marco de esta perspectiva que las pretensiones de la fenomenología a una descripción de lo real despojada de toda interpretación deformadora pueden encontrar su fundamento más profundo.

63 La palabra "existencial" es aquí tomada en el sentido que J. Wahl le otorgaba al interrogarse sobre si las "existencias como las de Rimbaud o Nietzsche no son más existenciales que las filosofías de la existencia" (Cf. J. Wahl: "Existence humaine et transcendance", p. 41).

64 R. Otto: "Mystique d'Orient et Mystique d'Occident", op. cit. [Cf. también "Das Heilige": "Lo Santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios", Madrid, Alianza, 1980].

65 A pesar de la superación de la lógica dianoética que implica por ejemplo el principio de la coincidencia de los opuestos que se encuentra tanto en Tchoang Tseu o Nagarjuna como en N. de Cusa.

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