miércoles, 26 de junio de 2013

La memoria inútil


‘Umar: LA MEMORIA INÚTIL.


 

En nuestro artículo sobre “La piedra cúbica en punta” (1) habíamos indicado que las observaciones sobre los símbolos son accesibles a todo “iniciado” sin exigir por su parte una “cultura” cualquiera, sea ésta religiosa, científica, semántica o teológica. El presente artículo se propone desarrollar esta afirmación y demostrar su fundamento y su veracidad, basándonos en lo que nos dice René Guénon sobre la metafísica y, más particularmente, en su conferencia titulada “La Metafísica oriental”, de la cual extraemos las citas que seguirán a continuación.

Intentaremos así hacer comprender que la “realización” se obtiene a través de la progresiva supresión de los “conceptos”, y no por la acumulación, por racional que sea, de lo que los modernos, erróneamente, acostumbran a llamar “conocimientos”.

Ciertamente, Aristóteles nos enseña que “el alma es todo lo que conoce”. La lectura superficial de esta afirmación está en la base de toda la enseñanza actual, que consiste en acumular “conocimientos” sobre todos los temas posibles, y más específicamente los conocimientos llamados filosóficos, históricos, científicos, lingüísticos, tecnológicos, etc., según la idea primaria de que “cuanto más se sabe, más rico es este saber”.

Ahora bien, se observará que esta “culturización” exige, sin excepción alguna posible, la posesión (o la adquisición mediante las técnicas apropiadas) de una memoria muy sólida. Por otra parte, son innumerables los “institutos” que proponen métodos de adquisición o de fortificación de la memoria, e incluso “métodos de lectura rápida”.

E incluso en el seno de las propias organizaciones iniciáticas esta idea está de tal forma admitida que se exige a la mayoría de los candidatos a la iniciación una “cultura” previa a su admisión, pudiendo llegar hasta una preferencia por los “universitarios”, y esto tanto más cuanto que tales organizaciones creen absurdamente haber pasado de lo operativo a lo más puramente especulativo.

De hecho, si juzgamos según la proliferación de los “diccionarios de los símbolos”, o según la multiplicidad a menudo anárquica de términos hebreos, desviados o no, en los rituales de los Talleres llamados “superiores”, no se podría conceder un prejuicio favorable al candidato cuya memoria de conocimientos profanos o exotéricos no alcance un nivel mínimo.

¿No se llega incluso a pedir al postulante, según el “tinte” característico del taller, el conocimiento actualizado del salario mínimo interprofesional, de las organizaciones sindicales en vigor, de la historia de la revolución francesa o de los filósofos más recientes, cuando no de los escritores más discutibles, al estilo de Sartre, Teilhard de Chardin, Aragon, Marcuse, Marx, Freud, Jung y tantos otros?

Así, aquel cuya memoria no haya sido solamente mantenida, sino también desarrollada, no tendría posibilidad alguna de acceder a la “realización metafísica”, que es, no obstante, el objetivo último de la iniciación.

Ahora bien, Aristóteles dijo que “el alma es todo lo que conoce”, y no “todo lo que sabe”. Esta deformación de la idea de “conocimiento”, indebidamente asimilada al “saber”, conduce incluso a los más aptos a la desilusión y a la renuncia, y no dejar subsistir, en las altas esferas de la Franc-Masonería, más que a universitarios, para los cuales, evidentemente, las posibilidades de realización están, muy a menudo, en razón inversa a sus numerosas cualificaciones profanas. Y ello porque esta aptitud para la memorización de los datos o hechos más diversos y a menudo más disparatados es un verdadero obstáculo en la vía del conocimiento metafísico, que es, como nos dice René Guénon, “el conocimiento supra-racional, intuitivo e inmediato” de lo que “está más allá de la naturaleza”, es decir, de lo “sobrenatural”.

Tal como está aquí enunciado, este conocimiento aparece como la antítesis de la memoria, definida ésta como “la facultad que consiste en conservar los estados de conciencia pasados y los conocimientos adquiridos, y de poder evocarlos a voluntad”.

Incluso si se admite generalmente que la memoria es evolutiva y que se modifica en función de la naturaleza de las cosas memorizadas, no es menos cierto que todo el saber moderno está condicionado por la buena conservación de los conceptos y de los hechos registrados.

La definición de la memoria precisa que se trata, ya de estados de conciencia, ya de conocimientos adquiridos: y esto es evidente, puesto que lo que debe ser conservado proviene necesariamente del exterior. Se habla incluso de “almacenar” los datos conceptuales, sean compatibles entre sí o no.

Ciertamente, René Guénon admite que “…los medios de la realización metafísica… deben estar al alcance del hombre”, y que “ …es en las formas que pertenecen a este mundo, donde se sitúa su manifestación presente, que el ser tomará un punto de apoyo para elevarse por encima de este mundo; palabras, signos simbólicos o procedimientos preparatorios cualesquiera no tienen otra razón de ser ni otra función… son soportes, y nada más”.

Así, se podría creer, como muchos piensan, que cuantos más símbolos, palabras y signos conoce un iniciado, derivados de las lenguas sagradas antiguas o actuales, más oportunidades tendrá de acceder al conocimiento metafísico. Abundan así los “trabajos” llenos de citas en sánscrito, en hebreo, en árabe, con el loable aunque a menudo estéril objetivo de enriquecer e ilustrar los conceptos desarrollados. Si a veces ocurre que estas citas tienen como efecto el poner de relieve la universalidad de un concepto, a menudo el resultado obtenido consiste en dispensar al lector de profundizar por sí mismo su propia reflexión sobre los símbolos.

Ahora bien, Guénon nos pone inmediatamente en guardia a este respecto al precisar que “…no confundamos un simple medio con una causa en el verdadero sentido de la palabra”, y que “no debemos entender la realización metafísica como un efecto cualquiera de algo, porque no se trata de la producción de algo que no exista todavía, sino de la toma de conciencia de lo que está, de manera permanente e inmutable, fuera de toda sucesión temporal o de otro tipo, pues todos los estados del ser, considerados en su principio, están en perfecta simultaneidad, en el eterno presente”.

Lo que es permanente e inmutable no tiene evidentemente ninguna necesidad de ser memorizado ni conservado. Mientras que la memoria supone un conocimiento cronológico de los hechos memorizados, el conocimiento puro exige, por el contrario, una abolición de las condiciones temporales, y quien está en la vía debe primeramente franquear las limitaciones de las condiciones temporales, a fin de que la aparente sucesión de las cosas pueda transmutarse en simultaneidad y pueda nacer en él “el sentido de la eternidad, facultad ésta desconocida por el hombre ordinario”.

E insiste: “Esto es de una extrema importancia, pues quien no pueda escapar del punto de vista de la sucesión temporal y considerar todas las cosas de modo simultáneo es incapaz de la menor concepción de orden metafísico. Lo primero que debe hacer quien verdaderamente quiere llegar al conocimiento metafísico es situarse fuera del tiempo, diríamos incluso situarse en el no-tiempo”.

Se podría objetar que la memoria permite, precisamente, restituir en un instante dado hechos que están registrados en el tiempo, incluso en épocas muy alejadas unas de otras, y que sería así una herramienta al servicio del no-tiempo, o que podría dar una buena imagen de éste.

Esto sería olvidar que la memoria está totalmente sometida a la cronología, ya que es la “conservadora” por excelencia. Hay entonces un verdadero abismo entre el eterno presente, o no-tiempo, y el recuerdo de acontecimientos que no pueden ser memorizados sino en el tiempo.

Es ésta la razón de que tal distinción sea de una extrema importancia, pues es a causa del aparente mecanismo de la memoria que el hombre experimenta grandes dificultades para evadirse de la condición temporal. Cuando Sri Nisargadatta Maharaj nos ofrece el ejemplo del niño que dice “yo” y, convertido en anciano, continúa diciendo “yo”, nos hace entrever el no-tiempo del “Sí”, absolutamente independiente de la memoria. Precisa incluso que nuestros miedos son el producto del recuerdo de nuestros dolores, y que nuestros deseos nacen del recuerdo de nuestros placeres.

Así, quienes entran en la iniciación deben comprender que la metodología ritual que practican, lejos de beneficiarse de sus adquisiciones profanas, tiende, por el contrario, a ponerlas en duda.

Ciertamente, como dice Guénon, “estos medios podrán, en el punto de partida, ser casi indefinidamente variados, pues, para cada individuo, deberán ser apropiados a su naturaleza especial, conforme a sus aptitudes y sus disposiciones particulares”.

Pero añade que “no hay ninguna dificultad en reconocer que no existe medida común entre la realización metafísica y los medios que conducen a ella, o, si se prefiere, que la preparan. Ésta es por otra parte la razón de que ninguno de estos medios sea necesario, de una necesidad absoluta; o, al menos, no hay sino una sola preparación verdaderamente indispensable, y es el conocimiento teórico”.

Observamos así inmediatamente que el conocimiento teórico no precisa de la ayuda de la memoria, puesto que se apoya en principios inmutables y no en la sucesión aparente de los efectos que pueden ocasionarse y que, por otra parte, son lo único que puede ser memorizado.

Incluso el conocimiento teórico, según nos dice Guénon, “no podría llegar muy lejos sin un medio al que debemos considerar como el que desempeñará el papel más importante y más constante: este medio es la concentración… Todos los demás no son sino secundarios con respecto a éste; sirven sobre todo para favorecer la concentración y para armonizar entre sí los diferentes elementos de la individualidad humana, a fin de preparar la comunicación efectiva entre esta individualidad y los estados superiores del ser”.

Ahora bien, esta “concentración”, que puede ser identificada con la “meditación”, es la actitud opuesta al acto de memorización, que es la expresión misma de la exteriorización de las cosas individuales memorizadas.

Y para volver de nuevo a nuestro anterior artículo, no se puede, “geométricamente”, situar mejor y simbolizar esta “concentración” sino en la Punta de la Piedra cúbica, donde no puede subsistir ningún acto de memorización.

Observemos, por lo demás, que la memoria no está sometida sólo a las condiciones temporales: ella comprende igualmente las condiciones espaciales, en la medida en que lo que tiende a conservar pertenece también al dominio de la forma. Ya se trate de fórmulas matemáticas, de conceptos sobre la materia, de cosmología, de imágenes del pasado o incluso de reglas gramaticales, todos nuestros recuerdos revisten, más o menos, una cierta forma espacial que contribuye, por su propia naturaleza, a facilitar la memorización. Y, quizá, reflexionando un poco, descubramos que es ésta la condición necesaria de la memorización.

Ahora bien, nos dice Guénon que la segunda fase de la realización metafísica “se refiere a los estados supra-individuales, pero todavía condicionados, aunque sus condiciones sean distintas a las del estado humano… Lo que se supera es el mundo de las formas en su acepción más general, comprendiendo aquí todos los estados individuales, sean cuales sean, pues la forma es la condición común a todos estos estados, aquella por la que se define la individualidad como tal. El ser que ya no puede ser llamado humano ha escapado a la “corriente de las formas”, según la expresión extremo-oriental”.

Así, la vía de realización metafísica impone, desde su inicio, el abandono de las condiciones a la vez temporales y espaciales, que son, precisamente, las condiciones de la existencia, del ejercicio y del aprovechamiento de la memoria. Se comprenderá entonces no solamente la inutilidad de ésta en la búsqueda metafísica, sino igualmente su verdadera nocividad con respecto al esfuerzo de superación que esta búsqueda exige.

Pero hay más. Tras haber expuesto las dos principales fases de la progresión en el verdadero conocimiento, René Guénon precisa que “por elevados que sean estos estados con respecto al estado humano, por alejados que estén de éste, no son aún sino relativos, y ello es verdad incluso del más alto de ellos, el que corresponde al principio de toda manifestación. Su posesión no es entonces más que un resultado transitorio, que no debe ser confundido con el objetivo último de la realización metafísica; es más allá del ser donde reside este objetivo, con respecto al cual todo el resto no es más que encauzamiento y preparación. Este objetivo supremo es el estado absolutamente incondicionado, liberado de toda limitación”.

Incluso para el debutante que se atiene todavía a la “letra” de lo que dice René Guénon aparece totalmente evidente que en este camino toda utilización de la memoria está absolutamente excluida, no pudiendo ésta en modo alguno franquear las condiciones limitativas que la justifican necesariamente, como por definición.

Se comprende así que la “vía masónica”, a la que consideramos como esencialmente metafísica, no podría consistir en acumular “conocimientos”, con la ayuda no solamente del intelecto, sino también de la memoria. Pues esta vía simbólica de “constructores” es, por la inversión normal de los símbolos, una vía de “destrucción de las ilusiones” en vistas a la comprensión de lo “Real”.

Como dice René Guénon, “incluso todo lo que se puede expresar no es literalmente nada con respecto a lo que supera toda expresión, al igual que lo finito, sea cual sea su magnitud, es nulo frente a lo Infinito”.

Por lo demás, la extrema punta de la flecha de las catedrales no es para la memoria sino las “piedras” que ella sintetiza.

 

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1. Vers la Tradition, nº 60, junio-julio-agosto de 1995.

 

(Artículo publicado en la revista francesa “Vers la Tradition”, nº 62, enero-febrero de 1996).


 

 

 

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