jueves, 27 de junio de 2013

Jerarquía tradicional y humanismo moderno


EL PRESENTE ARTÍCULO SE PUBLICÓ EN MARZO DE 1930 EN "LA TORRE". SU TEMÁTICA NOS REMITE A LOS PRIMEROS DESARROLLOS DE "REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO".

 

Julius Evola: "JERARQUÍA TRADICIONAL Y HUMANISMO MODERNO"

 

Para comprender el espíritu "tradicional" y lo que el mundo moderno ha construido para negarlo es preciso hacer referencia a una enseñanza fundamental, la de las dos naturalezas. De la misma forma que hay un orden físico y un orden metafísico, existe la naturaleza mortal y la de los inmortales, la razón superior del "ser" y la inferior del "devenir". En todas partes donde hubo "tradición" verdadera, sea en Oriente o en Occidente, bajo una forma u otra, esta enseñanza existió siempre. No es sólo la oposición de dos conceptos; es la de dos experiencias, la de dos modalidades del ser. Lo que hoy es difícil comprender es que por "realidad" se conozca algo que vaya más allá de estas ideas. En nuestros días, realidad y mundo de los cuerpos no son más que una sola cosa.

Lo que es "físico", opuesto a lo metafísico, lo que deviene y es mortal, opuesto a lo que es estable e incorruptible, no comprendía tradicionalmente este mundo, sino,  más generalmente, todo lo que es "humano". Como el cuerpo y los sentidos -generadores de la imagen material del mundo- las diferentes facultades mentales, sentimentales y volitivas del hombre eran consideradas como partes integrantes de la "naturaleza" y, como ella, privadas de ser en sí, sujetas al nacimiento y a la muerte, a un destino de corta duración y de mutación. Pertenecían a lo "otro" en relación a la espiritualidad verdadera, al estado "metafísico" del ser y de la conciencia. Por definición, el orden de "lo que es" no tenía nunca ningún contacto con los estados y las condiciones humanas.

Por otra parte, "ser" y "devenir" no tenían el valor, como hoy, de conceptos pensados, es   decir, exteriorizados, sino de significados íntimos de la conciencia. Así, nos encontramos en la tradición hindú con que el SAMSARA, que domina la vida contingente y la maneja, denuncia por su raíz un aspecto de deseo, de fiebre, de unificación irracional. El Helenismo, así mismo, personificó a la naturaleza inferior por una "privación" eterna que aspiraba a una plenitud que no poseía. Plotino habla de la naturaleza  de lo que fluye y discurre indefinidamente, no poseyendo en sí la vida ni el bien, a la búsqueda de otra cosa, portadora de una debilidad que prohibe la posesión y la realización perfectas. En estas tradiciones, la "materia" y el "devenir" eran identificadas con el principio del caos, del desorden y de la necesidad, con lo que es impotente para realizar su propia ley y poseer su propia forma en la naturaleza: ADHARMA y APEIRON. En cuanto al devenir exterior, no era considerado más que como una alegoría, cuyo sentido dependía de esta condición interior.

Por el contrario, pertenecerse, no fluir más, tener y dominar en sí el principio de su propia vida -ya no más disipado y caduco,  ni errante aquí y allí a la búsqueda de lo que podría complementarlo, ni roto por la necesidad y el deseo irracional de lo exterior y de lo diverso-, todo esto bosquejaba el estado del "Ser", el mundo de lo que, en la conciencia, ya no es físico, ni fluye en la contingencia temporal. Y los dioses y los símbolos uránicos eran las representaciones de estos estados de conciencia liberada y reintegrada.

Tales son las "dos naturalezas": fue concebido un nacimiento según una y según la otra, el paso de un nacimiento al otro fue igualmente enseñado: "UN HOMBRE  ES UN DIOS MORTAL, Y UN DIOS ES UN HOMBRE INMORTAL", o también: "UNO ES EL TRONCO DE LOS DIOSES Y OTRO EL DE  LOS HOMBRES, Y AMBOS VIENEN DE LA MISMA MADRE.

El mundo premoderno conoció estos dos grandes polos de ser y las vías de realización que conducían de  uno a otro. Por encima de este mundo, conoció el "supramundo", el HIPERCOSMOS; uno "caída", el otro liberación. Conoció que la realidad material, tangible, es inicialmente correlación de un estado de necesidad, de embriaguez, de sed del espíritu, y en sus estructuras reconoció una aproximación simbólica de la realidad verdadera y espiritual. Conoció que nadie posee tan perfectamente la vida como aquel que rechaza la vida, alterada por el deseo y el jnstinto, y teje la no-vida. Conoció la acción del tránsito: la ACCION y la CONTEMPLACION; y el gran apoyo: la TRADICION y la LEY.

En el mundo premoderno, la iniciación tenía el valor de tránsito de una condición a otra, a título de acontecimiento excepcional. Implicaba una transformación esencial, efectiva, positiva, podríamos casi decir orgánica, de una manera de ser a otra. A través de la iniciación algunos hombres escapaban a una naturaleza y conquistaban la otra, cesando así de ser hombres. Su acceso a la otra condición de existencia constituía, en el orden de esta última, inmaterial pero no por ello irreal, un acontecimiento rigurosamente equivalente al engendramiento y al nacimiento físico. Re-nacían pues, eran re-generados. Habiendo encontrado "el recuerdo" y extinguido la sed, finalmente libres, adquirían otra conciencia, pertenecían interiormente a otro mundo y participaban de la "naturaleza intelectual sin sueño".

En este "renacimiento" no había nada de "místico" en  el sentido moderno, ni "moral" o "religioso": no se trataba de una teoría, sino de una realidad, de un hecho, incomprensible para aquel que no hubiera sufrido la misma experiencia. Su naturaleza no se revela ciertamente en las larvas "espiritualistas" de hoy, sino a través de lo que se ha conservado en las formas premodernas de cultura superior en los pueblos primitivos: "EN ELLOS -escribe Macchioro- LA PALINGENESIA NO ES UNA ALEGORÍA, SINO UNA REALIDAD, Y ES TAN REAL QUE FRECUENTEMENTE ES TENIDA POR UN HECHO FÍSICO Y MATERIAL. EL "MISTERIO" NO TIENE COMO FIN ENSEÑAR, SINO RENOVAR AL INDIVIDUO. NINGUNA RAZON JUSTIFICA O IMPONE ESTA RENOVACION: LA PALINGENESIA ES NECESARIA, ESO ES TODO. ES NECESARIA PARA QUE EL HOMBRE PASE DE LA ADOLESCENCIA A LA VIRILIDAD, DICE EL NEGRO; PARA QUE EL HOMBRE PASE DE LA IMPUREZA A LA PUREZA, DICE EL GRIEGO". Y cuando las condiciones necesarias están reunidas para la iniciación, el renacimiento se efectúa independientemente del "mérito" o de cualquier otro factor de carácter humano. Pues, según Plotino, "su  esfuerzo tiende no a disgregarse sino a ser Dios". El sentido es la destrucción interior de1 estado humano y la realización de otro estado de conciencia, que no es ya caduco ni está sujeto a la necesidad, ni ligado al destino de los cuerpos, es decir,  el estado inmortal.

Si la iniciación realizaba el renacimiento, la Acción y la Contemplación eran los medios más inmediatos  para aproximarse a ella. El mundo antiguo veneró al Héroe y al Asceta, dos seres sagrados que no eran ya hombres, sino expresiones de una realidad y no de una alegoría. Del "vivir" habían pasado al "más que vivir" (TAPAS, palabra que traduce tanto el ardor de la ascesis y de la renuncia como el de un estado heroico); habían destruido en ellos el lazo de los intereses temporales y particulares y alcanzado una vida más alta; así (y sobre todo en las dos funciones de la Realeza y el Sacerdocio) representaban las dos llaves tradicionales del supramundo, las dos puertas solares y lunares, occidentales y orientales, del "reino de los cielos", es decir, de los estados trascendentes y no-humanos de la personalidad.

En fin, para quien no podía alumbrar en sí el fuego sagrado ni alcanzar la realización, pero que, sin embargo, sentía esta necesidad, incluso de manera confusa, se le daba una señal más allá del simple hecho individual: la Tradición (en el sentido estricto) y la Ley. La profunda y real obediencia a los principios tradicionales durante toda una vida, incluso sin un reconocimiento consciente para justificarla, permitía a esta vida adquirir virtualmente, "ritualmente", un sentido superior: a través de la obediencia, una fuerza objetiva conseguía formarla y disponerla para el estado sobrenatural, que, en un pequeño número, existía bajo la forma de  luz y realización.

Es en estos términos que el mundo tradicional era jerárquico: en un sentido SAGRADO, sobre las bases de  la realidad metafísica tomada como principio, como centro y fin de la existencia, como estado supremo del ser, como estado de verdad.

Allí donde existía la ordenanza temporal establecida sobre este esquema, a través de los grados de luz, se formó espontáneamente un tránsito entre lo humano y lo no-humano, una visión SIMBOLICA de las cosas, de las naturalezas y de los acontecimientos, que dio nacimiento a las ciencias tradicionales "superadas" y donde el demonismo elemental de la naturaleza inferior era detenido por formas de liberación y de luz.

La ruptura de la relación entre los dos mundos, la concentración de cada posibilidad en una sola, la del hombre; la sustitución en el supra-mundo de los fantasmas efímeros y las falsificaciones pasajeras acompañadas de conflictos y exhalaciones de la naturaleza mortal, tal es el sentido del mundo moderno.

HUMANISMO es la consigna de la anti-tradición. El  mundo moderno no conoce más que el HOMBRE: en el hombre comienza y termina todo; sobre el hombre reposan los cielos y los infiernos, las glorificaciones y las maldiciones que son conocidas desde hace cientos de años. El límite es ESTE mundo, lo OTRO del mundo verdadero, con sus potencias demoníacas, con sus criaturas sedientas y enfebrecidas. Desde que se produjo la fractura, un proceso rápido ha separado y arrojado la parte que, ahora, ya no pertenece a la interioridad viviente.

El individualismo moderno es el primer rostro del humanismo: individualismo como centro ilusorio fuera del centro, como CONSTRUCCION de las facultades humanas que se fabrican y ofrecen apariencias sin consistencia desde que están fuera de este centro falso y frágil.

De donde deriva un IRREALISMO y una INORGANICIDAD fundamentales en todo lo que es moderno: tanto en el interior como en el exterior, ya nada más es vida, todo, todo es TÉCNICA, es decir, construcción descansada sobre facultades individuales; el QUERER y el "yo" han sustituido al SER EXTINGUIDO, siniestras construcciones de un cuerpo en todos los terrenos muerto.

La primera cosa que se debía fatalmente perder con el humanismo era la Tradición de la iniciación, y la contaminación religiosa iba a convertirse en universal. El conocimiento de las dos naturalezas implicaba la de un doble destino: muerte verdadera y efectiva para todos aquellos cuyo  centro se fija en la región inferior del devenir e inmortalidad condicionada (condicionada por la iniciación) para los demás. Ya con el Orfismo, pero sobre todo con el Cristianismo, asistimos a la "vulgarización" de la verdad propia a los iniciados y válida solo para ellos: es el nacimiento de la extraña idea de la "inmortalidad del alma" hecha extensible a no importa qué alma sin condiciones. Luego, y hasta nuestros días, la ilusión ha continuado: el alma de un mortal es inmortal, la inmortalidad es una certidumbre y no una problemática posibilidad entre tantas otras. Una vez establecido este equívoco, alterada la verdad en este sentido, en beneficio de lo humano, la iniciación   ya no aparecía como necesaria: su valor de operación REAL y efectiva no podía ser ya comprendida. El alma mortal parece ser ya inmortal, el OTRO estado debía necesariamente identificarse con ESTE estado, así que de los dos mundos no quedaba más que uno, el mundo inferior, cuyas prolongaciones  más o menos hipotéticas no eran concebidas más que en función de este último. Ya no hubo ninguna posibilidad verdaderamente trascendente. Y cada vez que se continuó hablando de renacimiento, todo se agotó en un episodio de la vida mortal, no podía ser de otra forma: se tuvo el sentimiento, el significado moral, la aspiración religiosa o "mística". Las relaciones de REALIDAD estaban separadas de lo que no es físico, la espiritualidad se convirtió en IRREALIDAD: fe, creencia, sentimiento, moralidad, imaginación y especulación. Dios y dioses, esencias metafísicas, realidades intelectuales, tomaron la forma de mitos, como signos de experiencias posibles, como símbolos de otras condiciones de existencia, de partes profundas del ser integral del hombre; se cesa de SABER. Se convirtieron en hipótesis de objetos dogmáticos, "exigencias" del pensamiento o del sentimiento. Más tarde, la autotitulada "crítica" debía incluso dar a estos residuos larvarios el golpe de gracia y celebrar en el humanismo, al  fin consciente de su poder teogónico y cosmogónico, la verdad cadavérica de un mundo de cadáveres.

El espíritu irrealizado, la conciencia perdida del supra-mundo, la visión material del mundo, no podía imponerse más que como omnicomprensiva y exclusiva. De la CIENCIA no se transmitió más que la concebida en relación a la materia y en el dominio de la CONSTRUCCION: ya no era la síntesis de una VISIÓN, de una intuición intelectual de la realidad suprasensible, sino el esfuerzo de facultades puramente humanas para unificar del exterior, "inductivamente", la contingencia de las cosas particulares sujetas al devenir y descompuestas en sus elementos, para llegar a hipótesis, leyes abstractas, principios de uniformidad y constantes, formas sólo pensadas que no correspondían a ninguna experiencia, que no tenían ningún significado y que no provocaban ninguna liberación interior. Este conocimiento de cosas muertas crea el arte siniestro de descomponerlas y moverlas en entidades artificiales, automáticas, demoníacas: es el advenimiento de la máquina, centro y apoteosis del mundo "humano".

Como el iniciado, los dos otros grados sucesivos de la jerarquía tradicional -el Asceta y el Héroe- no podían más que ser contaminados por el mismo proceso de degradación. Hoy, el Asceta es el representante de un "valor" virtualmente "superado": uno de los focos de infección humanista -la mentalidad protestante- no ha esperado hasta hoy para hacer estallar su desprecio por las tradiciones y las civilizaciones que proclamaban la grandeza y la preeminencia del ascetismo. En cuanto al heroísmo, que no haya equivoco: el heroísmo es falso, vano y estéril cuando es a la medida del hombre y del individuo; el heroísmo no es verdadero y sagrado más que cuando se justifica por un orden y un fin superiores. El heroísmo, como la Ascesis, si no es vivido como un ACTO SACRIFICIAL, como una vía que, según la Acción, como la Ascesis para la Contemplación, tienda a reconducir el centro del ser a la realidad metafísica, es profano y no tiene nada de sagrado; no tiene nada en común con lo que se ha exaltado tradicionalmente; es una "construcción" que empieza y termina con el hombre y que no tiene otro sentido, pues, que el impuro y contingente de la SENSACION y del sentimiento. Así, en el héroe moderno -deportista, patriota, romántico, "civilizado", etc.- ¿no se celebra la profanación y la muerte del antiguo Héroe? Es un sacrificio del cual el hombre se convierte incestuosamente en presa y depredador, o en ello le convierten las fuerzas de un demonismo colectivo, que le integra, potencialmente, en el mundo de las máquinas. En fin, sin hablar más del Asceta, descendiendo al tipo de "Hombre religioso", ¿qué hay en él que vaya simplemente más allá de lo estrictamente humano? La religión, desde hace siglos, es un hecho individual, una "construcción" de los histerismos, esperanzas, temores, consolaciones, etc., de la subjetividad, una bruma impura, más allá de la cual, inaccesible, intocable y -de qué manera ignorada- se encuentra la realidad luminosa, potente, no humana, del supramundo.

Por el contrario, estas amalgamas comienzan a aliarse con fuerzas sub-humanas. Nos referimos aquí a lo que dijimos anteriormente sobre la regresión del poder en Occidente, de una a otra de las cuatro castas, y a la resurrección de las energías oscuras y temibles de lo bajo, en los cuerpos colectivos galvanizados por las pasiones políticas y nacionales.

En esta descomposición universal ¿cuál podía ser pues el último soporte de la Tradición? La profunda obediencia a la ley tradicional del sumiso y de aquel que no sabe tenía un sentido y una eficacia suprasensibles cuando se elevaba jerárquicamente hasta los que sabían y ERAN, hasta los que testimoniaban y mantenían viviente la verdad y la espiritualidad, de la cual la ley tradicional era el cuerpo y la adaptación. Pero, cuando tales seres terminan por faltar, ¿qué puede derivar de1 reconocimiento de la tradición? El sacrificio es vano, la obediencia estéril; el resultado es una petrificación; no es ni una participación ritual, ni una elevación. El mundo moderno debía así fatalmente encaminarse hacia la  destrucción de toda tradición, incluso sobre el plano social, moral y religioso, y ensombrecer en la anarquía de lo individual.

Es el momento de la construcción científica que busca, por un proceso del exterior al interior, recomponer  la multiplicidad de los fenómenos particulares, súbitamente privada de su unidad interior y verdadera, que sólo la realidad metafísica es susceptible de dar. Los modernos han buscado reemplazar la unidad dada por las tradiciones espirituales vivientes por una unidad exterior, violenta, insignificante, donde los individuos son oprimidos y no disponen entre ellos de ninguna relación ORGÁNICA. El significado  del SOCIALISMO occidental en su acepción más amplia es un intento de organización puramente humana y laica donde los hombres no pertenecen a una unidad espiritual y no están relacionados y ligados más que por las condiciones de existencia material y  por los diferentes factores sentimentales, pasionales, políticos, etc. que se derivan. Organización, en consecuencia, verdaderamente demoníaca y arhimánica, amalgama más que organización, donde toda ley de orden está desprovista de razón y estabilidad, pues, ¿qué puede haber fuera y en ausencia del principio superior y anterior al individuo y a las construcciones individuales?

Por el contrario, fuerzas sub-humanas comienzan a animar estas amalgamas (ver supra) y esto nos aclara algo sobre los fines últimos del mundo moderno. La aceleración inherente a todo lo que cae hace que la fase ilusoria del humanismo y del individualismo anárquico esté ampliamente superada; desemboca en el triunfo del principio irracional y salvaje de la vida y en su celebración y divinización. Es esto  lo que puede llamarse el SATANISMO del mundo moderno: la TRAICIÓN DE LOS CLÉRIGOS, anunciada por Benda (1), muestra aquí su verdadera extensión.

Los que en otro tiempo, por su adhesión a formas desinteresadas de actividad, servían de freno y antídoto al realismo de las masas, ofreciendo a la vida temporal estos principios que no podía poseer en si misma, para trasladarla sobre un plano trascendente, son precisamente hoy, estos clérigos, quienes celebrando el realismo lo adornan  de una aureola mística, moral y religiosa.

Llegamos así a la religión de la "vida", del "devenir", de lo irracional, a la glorificación de la civilización "faustica" y "activista", al relativismo, al pragmatismo, al intuicionismo, al actualismo y así sucesivamente. El desorden absoluto de los puntos de vista es evidente. El centro está ocupado por el principio del mundo inferior desviado por la sed, maldito por una eterna insuficiencia y una eterna impotencia para una realización, no cesando de fluir en su avidez de lo "diverso" que, en el mundo tradicional -tanto en Grecia como en Oriente- era considerado como la potencia enemiga que era preciso barrer  y subyugar mediante una soberbia dominación y una liberación iluminada del alma, tarea que incumbía a aquel que aspiraba a la existencia superior preconizada por los misterios, los mitos heroicos, la sabiduría de los Ascetas y de los Yoguis. Antiguamente, las posibilidades humanas que se orientaban hacia la liberación o que, al menos, reconocían su eminente dignidad, cambiando de polaridad bruscamente, han pasado, en el mundo moderno, al servicio de las potencias del devenir, pues diciendo SI, ayudando, acelerando y exasperando el ritmo frenético, les conferían la medida de lo real, de lo verdadero, lo válido, de lo que no solo es, sino que debe ser.

Así, las diferentes ideologías, las nuevas "religiones" a las cuales hemos hecho alusión anteriormente, se han convertido, en la cultura contemporánea, en porta-estandartes de un período último y resolutivo. Desvanecidas en lo lejano como las cimas de las altas montañas están las claridades desencarnadas y estelares del mundo de lo Alto. Las pálidas brumas cubren las llanuras; los espejismos del irrealismo humano, con sus espectros intelectuales, sus fuegos impuros, sus desagradables conglomerados de sustancias orgánicas, vacilan como un preludio de sueño en una fase definitiva, donde serán las potencias demoníacas del mundo inferior las primeras en brotar desnudas, sin freno, sin matices, entrañando en su estela el final de este mundo de máquinas y de seres ebrios y apagados que, en su locura, les han facilitado la substancia de su reencarnación.

Hoy podemos decir realmente que vivimos en un período de transición, preludio de la última fase: punto de unión entre la época luciferina (2) (pues puede darse este nombre a la época donde causó estragos el mito del "hombre" y del poder absoluto de la construcción humana) y una época DEMONÍACA. "Tierras inmóviles", "tierras elevadas" selladas de silencio e intangibilidad, surgen   de este mundo que vacila en su órbita, que tiende a despreciarse y a desprenderse definitivamente en los espacios donde no hay otra luz que el siniestro resplandor producido por la incandescencia de su caída.

 

NOTAS DEL TRADUCTOR:

 

1. Cf. la nota de René GUÉNON, en Autorité spirituelle et puovoir temporel, Paris, 1930 (nueva edición 1964, p. 31, nota 2): "No es que sea lícito extender el significado de la palabra "clero" como hace Julien Benda en su libro "La traición de los clérigos", pues esta expresión implica el desconocimiento de una distinción fundamental, la misma que existe entre conocimiento sagrado y conocimiento profano; la espiritualidad y la intelectualidad no tienen ciertamente el mismo sentido para Benda que para nosotros, y eso es entrar en un terreno que califica de espiritual muchas cosas que para nosotros son de orden puramente tempora1 y humano, lo que no debe, por otra parte, impedirnos reconocer que hay muchos aspectos positivos en su libro".

2. Cf. nota de René Guénon, op. cit., pag. 46: "...(el) "luciferismo", (…) no debe ser confundido con el "satanismo", aunque exista sin duda cierta conexión entre uno y otro (…) el "luciferismo" es el rechazo al reconocimiento de una autoridad superior; el "satanismo" es la inversión de las relaciones normales de orden jerárquico; y éste es frecuentemente una consecuencia de aquel, del mismo modo que Lucifer se convirtió en Satán tras su caída".

 

 

 

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