EL PRESENTE ARTÍCULO SE PUBLICÓ EN MARZO DE 1930 EN "LA
TORRE". SU TEMÁTICA NOS REMITE A LOS PRIMEROS DESARROLLOS DE
"REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO".
Julius Evola: "JERARQUÍA TRADICIONAL Y HUMANISMO
MODERNO"
Para comprender el espíritu "tradicional" y lo que
el mundo moderno ha construido para negarlo es preciso hacer referencia a una
enseñanza fundamental, la de las dos naturalezas. De la misma forma que hay un
orden físico y un orden metafísico, existe la naturaleza mortal y la de los
inmortales, la razón superior del "ser" y la inferior del
"devenir". En todas partes donde hubo "tradición"
verdadera, sea en Oriente o en Occidente, bajo una forma u otra, esta enseñanza
existió siempre. No es sólo la oposición de dos conceptos; es la de dos
experiencias, la de dos modalidades del ser. Lo que hoy es difícil comprender
es que por "realidad" se conozca algo que vaya más allá de estas
ideas. En nuestros días, realidad y mundo de los cuerpos no son más que una
sola cosa.
Lo que es "físico", opuesto a lo metafísico, lo que
deviene y es mortal, opuesto a lo que es estable e incorruptible, no comprendía
tradicionalmente este mundo, sino, más
generalmente, todo lo que es "humano". Como el cuerpo y los sentidos
-generadores de la imagen material del mundo- las diferentes facultades
mentales, sentimentales y volitivas del hombre eran consideradas como partes
integrantes de la "naturaleza" y, como ella, privadas de ser en sí,
sujetas al nacimiento y a la muerte, a un destino de corta duración y de
mutación. Pertenecían a lo "otro" en relación a la espiritualidad
verdadera, al estado "metafísico" del ser y de la conciencia. Por
definición, el orden de "lo que es" no tenía nunca ningún contacto
con los estados y las condiciones humanas.
Por otra parte, "ser" y "devenir" no
tenían el valor, como hoy, de conceptos pensados, es decir, exteriorizados, sino de significados
íntimos de la conciencia. Así, nos encontramos en la tradición hindú con que el
SAMSARA, que domina la vida contingente y la maneja, denuncia por su raíz un
aspecto de deseo, de fiebre, de unificación irracional. El Helenismo, así
mismo, personificó a la naturaleza inferior por una "privación"
eterna que aspiraba a una plenitud que no poseía. Plotino habla de la
naturaleza de lo que fluye y discurre
indefinidamente, no poseyendo en sí la vida ni el bien, a la búsqueda de otra
cosa, portadora de una debilidad que prohibe la posesión y la realización
perfectas. En estas tradiciones, la "materia" y el
"devenir" eran identificadas con el principio del caos, del desorden
y de la necesidad, con lo que es impotente para realizar su propia ley y poseer
su propia forma en la naturaleza: ADHARMA y APEIRON. En cuanto al devenir
exterior, no era considerado más que como una alegoría, cuyo sentido dependía
de esta condición interior.
Por el contrario, pertenecerse, no fluir más, tener y
dominar en sí el principio de su propia vida -ya no más disipado y caduco, ni errante aquí y allí a la búsqueda de lo
que podría complementarlo, ni roto por la necesidad y el deseo irracional de lo
exterior y de lo diverso-, todo esto bosquejaba el estado del "Ser",
el mundo de lo que, en la conciencia, ya no es físico, ni fluye en la
contingencia temporal. Y los dioses y los símbolos uránicos eran las
representaciones de estos estados de conciencia liberada y reintegrada.
Tales son las "dos naturalezas": fue concebido un
nacimiento según una y según la otra, el paso de un nacimiento al otro fue
igualmente enseñado: "UN HOMBRE ES
UN DIOS MORTAL, Y UN DIOS ES UN HOMBRE INMORTAL", o también: "UNO ES
EL TRONCO DE LOS DIOSES Y OTRO EL DE LOS
HOMBRES, Y AMBOS VIENEN DE LA MISMA MADRE.
El mundo premoderno conoció estos dos grandes polos de ser y
las vías de realización que conducían de
uno a otro. Por encima de este mundo, conoció el "supramundo",
el HIPERCOSMOS; uno "caída", el otro liberación. Conoció que la
realidad material, tangible, es inicialmente correlación de un estado de
necesidad, de embriaguez, de sed del espíritu, y en sus estructuras reconoció
una aproximación simbólica de la realidad verdadera y espiritual. Conoció que
nadie posee tan perfectamente la vida como aquel que rechaza la vida, alterada
por el deseo y el jnstinto, y teje la no-vida. Conoció la acción del tránsito:
la ACCION y la CONTEMPLACION; y el gran apoyo: la TRADICION y la LEY.
En el mundo premoderno, la iniciación tenía el valor de
tránsito de una condición a otra, a título de acontecimiento excepcional.
Implicaba una transformación esencial, efectiva, positiva, podríamos casi decir
orgánica, de una manera de ser a otra. A través de la iniciación algunos
hombres escapaban a una naturaleza y conquistaban la otra, cesando así de ser
hombres. Su acceso a la otra condición de existencia constituía, en el orden de
esta última, inmaterial pero no por ello irreal, un acontecimiento rigurosamente
equivalente al engendramiento y al nacimiento físico. Re-nacían pues, eran
re-generados. Habiendo encontrado "el recuerdo" y extinguido la sed,
finalmente libres, adquirían otra conciencia, pertenecían interiormente a otro
mundo y participaban de la "naturaleza intelectual sin sueño".
En este "renacimiento" no había nada de
"místico" en el sentido
moderno, ni "moral" o "religioso": no se trataba de una
teoría, sino de una realidad, de un hecho, incomprensible para aquel que no
hubiera sufrido la misma experiencia. Su naturaleza no se revela ciertamente en
las larvas "espiritualistas" de hoy, sino a través de lo que se ha
conservado en las formas premodernas de cultura superior en los pueblos
primitivos: "EN ELLOS -escribe Macchioro- LA PALINGENESIA NO ES UNA
ALEGORÍA, SINO UNA REALIDAD, Y ES TAN REAL QUE FRECUENTEMENTE ES TENIDA POR UN
HECHO FÍSICO Y MATERIAL. EL "MISTERIO" NO TIENE COMO FIN ENSEÑAR,
SINO RENOVAR AL INDIVIDUO. NINGUNA RAZON JUSTIFICA O IMPONE ESTA RENOVACION: LA
PALINGENESIA ES NECESARIA, ESO ES TODO. ES NECESARIA PARA QUE EL HOMBRE PASE DE
LA ADOLESCENCIA A LA VIRILIDAD, DICE EL NEGRO; PARA QUE EL HOMBRE PASE DE LA
IMPUREZA A LA PUREZA, DICE EL GRIEGO". Y cuando las condiciones necesarias
están reunidas para la iniciación, el renacimiento se efectúa
independientemente del "mérito" o de cualquier otro factor de
carácter humano. Pues, según Plotino, "su
esfuerzo tiende no a disgregarse sino a ser Dios". El sentido es la
destrucción interior de1 estado humano y la realización de otro estado de
conciencia, que no es ya caduco ni está sujeto a la necesidad, ni ligado al
destino de los cuerpos, es decir, el
estado inmortal.
Si la iniciación realizaba el renacimiento, la Acción y la
Contemplación eran los medios más inmediatos
para aproximarse a ella. El mundo antiguo veneró al Héroe y al Asceta,
dos seres sagrados que no eran ya hombres, sino expresiones de una realidad y
no de una alegoría. Del "vivir" habían pasado al "más que
vivir" (TAPAS, palabra que traduce tanto el ardor de la ascesis y de la
renuncia como el de un estado heroico); habían destruido en ellos el lazo de
los intereses temporales y particulares y alcanzado una vida más alta; así (y
sobre todo en las dos funciones de la Realeza y el Sacerdocio) representaban
las dos llaves tradicionales del supramundo, las dos puertas solares y lunares,
occidentales y orientales, del "reino de los cielos", es decir, de
los estados trascendentes y no-humanos de la personalidad.
En fin, para quien no podía alumbrar en sí el fuego sagrado
ni alcanzar la realización, pero que, sin embargo, sentía esta necesidad,
incluso de manera confusa, se le daba una señal más allá del simple hecho
individual: la Tradición (en el sentido estricto) y la Ley. La profunda y real
obediencia a los principios tradicionales durante toda una vida, incluso sin un
reconocimiento consciente para justificarla, permitía a esta vida adquirir
virtualmente, "ritualmente", un sentido superior: a través de la
obediencia, una fuerza objetiva conseguía formarla y disponerla para el estado
sobrenatural, que, en un pequeño número, existía bajo la forma de luz y realización.
Es en estos términos que el mundo tradicional era
jerárquico: en un sentido SAGRADO, sobre las bases de la realidad metafísica tomada como principio,
como centro y fin de la existencia, como estado supremo del ser, como estado de
verdad.
Allí donde existía la ordenanza temporal establecida sobre
este esquema, a través de los grados de luz, se formó espontáneamente un
tránsito entre lo humano y lo no-humano, una visión SIMBOLICA de las cosas, de
las naturalezas y de los acontecimientos, que dio nacimiento a las ciencias
tradicionales "superadas" y donde el demonismo elemental de la
naturaleza inferior era detenido por formas de liberación y de luz.
La ruptura de la relación entre los dos mundos, la
concentración de cada posibilidad en una sola, la del hombre; la sustitución en
el supra-mundo de los fantasmas efímeros y las falsificaciones pasajeras
acompañadas de conflictos y exhalaciones de la naturaleza mortal, tal es el
sentido del mundo moderno.
HUMANISMO es la consigna de la anti-tradición. El mundo moderno no conoce más que el HOMBRE: en
el hombre comienza y termina todo; sobre el hombre reposan los cielos y los
infiernos, las glorificaciones y las maldiciones que son conocidas desde hace
cientos de años. El límite es ESTE mundo, lo OTRO del mundo verdadero, con sus
potencias demoníacas, con sus criaturas sedientas y enfebrecidas. Desde que se
produjo la fractura, un proceso rápido ha separado y arrojado la parte que,
ahora, ya no pertenece a la interioridad viviente.
El individualismo moderno es el primer rostro del humanismo:
individualismo como centro ilusorio fuera del centro, como CONSTRUCCION de las
facultades humanas que se fabrican y ofrecen apariencias sin consistencia desde
que están fuera de este centro falso y frágil.
De donde deriva un IRREALISMO y una INORGANICIDAD
fundamentales en todo lo que es moderno: tanto en el interior como en el
exterior, ya nada más es vida, todo, todo es TÉCNICA, es decir, construcción
descansada sobre facultades individuales; el QUERER y el "yo" han
sustituido al SER EXTINGUIDO, siniestras construcciones de un cuerpo en todos
los terrenos muerto.
La primera cosa que se debía fatalmente perder con el
humanismo era la Tradición de la iniciación, y la contaminación religiosa iba a
convertirse en universal. El conocimiento de las dos naturalezas implicaba la
de un doble destino: muerte verdadera y efectiva para todos aquellos cuyo centro se fija en la región inferior del
devenir e inmortalidad condicionada (condicionada por la iniciación) para los
demás. Ya con el Orfismo, pero sobre todo con el Cristianismo, asistimos a la
"vulgarización" de la verdad propia a los iniciados y válida solo
para ellos: es el nacimiento de la extraña idea de la "inmortalidad del
alma" hecha extensible a no importa qué alma sin condiciones. Luego, y
hasta nuestros días, la ilusión ha continuado: el alma de un mortal es
inmortal, la inmortalidad es una certidumbre y no una problemática posibilidad
entre tantas otras. Una vez establecido este equívoco, alterada la verdad en
este sentido, en beneficio de lo humano, la iniciación ya no aparecía como necesaria: su valor de
operación REAL y efectiva no podía ser ya comprendida. El alma mortal parece
ser ya inmortal, el OTRO estado debía necesariamente identificarse con ESTE
estado, así que de los dos mundos no quedaba más que uno, el mundo inferior,
cuyas prolongaciones más o menos
hipotéticas no eran concebidas más que en función de este último. Ya no hubo
ninguna posibilidad verdaderamente trascendente. Y cada vez que se continuó
hablando de renacimiento, todo se agotó en un episodio de la vida mortal, no
podía ser de otra forma: se tuvo el sentimiento, el significado moral, la
aspiración religiosa o "mística". Las relaciones de REALIDAD estaban
separadas de lo que no es físico, la espiritualidad se convirtió en IRREALIDAD:
fe, creencia, sentimiento, moralidad, imaginación y especulación. Dios y
dioses, esencias metafísicas, realidades intelectuales, tomaron la forma de
mitos, como signos de experiencias posibles, como símbolos de otras condiciones
de existencia, de partes profundas del ser integral del hombre; se cesa de
SABER. Se convirtieron en hipótesis de objetos dogmáticos, "exigencias"
del pensamiento o del sentimiento. Más tarde, la autotitulada
"crítica" debía incluso dar a estos residuos larvarios el golpe de
gracia y celebrar en el humanismo, al
fin consciente de su poder teogónico y cosmogónico, la verdad cadavérica
de un mundo de cadáveres.
El espíritu irrealizado, la conciencia perdida del
supra-mundo, la visión material del mundo, no podía imponerse más que como
omnicomprensiva y exclusiva. De la CIENCIA no se transmitió más que la
concebida en relación a la materia y en el dominio de la CONSTRUCCION: ya no
era la síntesis de una VISIÓN, de una intuición intelectual de la realidad
suprasensible, sino el esfuerzo de facultades puramente humanas para unificar
del exterior, "inductivamente", la contingencia de las cosas particulares
sujetas al devenir y descompuestas en sus elementos, para llegar a hipótesis,
leyes abstractas, principios de uniformidad y constantes, formas sólo pensadas
que no correspondían a ninguna experiencia, que no tenían ningún significado y
que no provocaban ninguna liberación interior. Este conocimiento de cosas
muertas crea el arte siniestro de descomponerlas y moverlas en entidades
artificiales, automáticas, demoníacas: es el advenimiento de la máquina, centro
y apoteosis del mundo "humano".
Como el iniciado, los dos otros grados sucesivos de la
jerarquía tradicional -el Asceta y el Héroe- no podían más que ser contaminados
por el mismo proceso de degradación. Hoy, el Asceta es el representante de un
"valor" virtualmente "superado": uno de los focos de
infección humanista -la mentalidad protestante- no ha esperado hasta hoy para
hacer estallar su desprecio por las tradiciones y las civilizaciones que
proclamaban la grandeza y la preeminencia del ascetismo. En cuanto al heroísmo,
que no haya equivoco: el heroísmo es falso, vano y estéril cuando es a la
medida del hombre y del individuo; el heroísmo no es verdadero y sagrado más
que cuando se justifica por un orden y un fin superiores. El heroísmo, como la
Ascesis, si no es vivido como un ACTO SACRIFICIAL, como una vía que, según la
Acción, como la Ascesis para la Contemplación, tienda a reconducir el centro
del ser a la realidad metafísica, es profano y no tiene nada de sagrado; no
tiene nada en común con lo que se ha exaltado tradicionalmente; es una
"construcción" que empieza y termina con el hombre y que no tiene
otro sentido, pues, que el impuro y contingente de la SENSACION y del
sentimiento. Así, en el héroe moderno -deportista, patriota, romántico,
"civilizado", etc.- ¿no se celebra la profanación y la muerte del
antiguo Héroe? Es un sacrificio del cual el hombre se convierte incestuosamente
en presa y depredador, o en ello le convierten las fuerzas de un demonismo
colectivo, que le integra, potencialmente, en el mundo de las máquinas. En fin,
sin hablar más del Asceta, descendiendo al tipo de "Hombre
religioso", ¿qué hay en él que vaya simplemente más allá de lo
estrictamente humano? La religión, desde hace siglos, es un hecho individual,
una "construcción" de los histerismos, esperanzas, temores,
consolaciones, etc., de la subjetividad, una bruma impura, más allá de la cual,
inaccesible, intocable y -de qué manera ignorada- se encuentra la realidad
luminosa, potente, no humana, del supramundo.
Por el contrario, estas amalgamas comienzan a aliarse con
fuerzas sub-humanas. Nos referimos aquí a lo que dijimos anteriormente sobre la
regresión del poder en Occidente, de una a otra de las cuatro castas, y a la
resurrección de las energías oscuras y temibles de lo bajo, en los cuerpos
colectivos galvanizados por las pasiones políticas y nacionales.
En esta descomposición universal ¿cuál podía ser pues el
último soporte de la Tradición? La profunda obediencia a la ley tradicional del
sumiso y de aquel que no sabe tenía un sentido y una eficacia suprasensibles
cuando se elevaba jerárquicamente hasta los que sabían y ERAN, hasta los que
testimoniaban y mantenían viviente la verdad y la espiritualidad, de la cual la
ley tradicional era el cuerpo y la adaptación. Pero, cuando tales seres
terminan por faltar, ¿qué puede derivar de1 reconocimiento de la tradición? El
sacrificio es vano, la obediencia estéril; el resultado es una petrificación;
no es ni una participación ritual, ni una elevación. El mundo moderno debía así
fatalmente encaminarse hacia la destrucción
de toda tradición, incluso sobre el plano social, moral y religioso, y
ensombrecer en la anarquía de lo individual.
Es el momento de la construcción científica que busca, por
un proceso del exterior al interior, recomponer
la multiplicidad de los fenómenos particulares, súbitamente privada de
su unidad interior y verdadera, que sólo la realidad metafísica es susceptible
de dar. Los modernos han buscado reemplazar la unidad dada por las tradiciones
espirituales vivientes por una unidad exterior, violenta, insignificante, donde
los individuos son oprimidos y no disponen entre ellos de ninguna relación
ORGÁNICA. El significado del SOCIALISMO
occidental en su acepción más amplia es un intento de organización puramente
humana y laica donde los hombres no pertenecen a una unidad espiritual y no
están relacionados y ligados más que por las condiciones de existencia material
y por los diferentes factores
sentimentales, pasionales, políticos, etc. que se derivan. Organización, en
consecuencia, verdaderamente demoníaca y arhimánica, amalgama más que
organización, donde toda ley de orden está desprovista de razón y estabilidad,
pues, ¿qué puede haber fuera y en ausencia del principio superior y anterior al
individuo y a las construcciones individuales?
Por el contrario, fuerzas sub-humanas comienzan a animar
estas amalgamas (ver supra) y esto nos aclara algo sobre los fines últimos del
mundo moderno. La aceleración inherente a todo lo que cae hace que la fase
ilusoria del humanismo y del individualismo anárquico esté ampliamente
superada; desemboca en el triunfo del principio irracional y salvaje de la vida
y en su celebración y divinización. Es esto
lo que puede llamarse el SATANISMO del mundo moderno: la TRAICIÓN DE LOS
CLÉRIGOS, anunciada por Benda (1), muestra aquí su verdadera extensión.
Los que en otro tiempo, por su adhesión a formas
desinteresadas de actividad, servían de freno y antídoto al realismo de las
masas, ofreciendo a la vida temporal estos principios que no podía poseer en si
misma, para trasladarla sobre un plano trascendente, son precisamente hoy,
estos clérigos, quienes celebrando el realismo lo adornan de una aureola mística, moral y religiosa.
Llegamos así a la religión de la "vida", del
"devenir", de lo irracional, a la glorificación de la civilización
"faustica" y "activista", al relativismo, al pragmatismo,
al intuicionismo, al actualismo y así sucesivamente. El desorden absoluto de
los puntos de vista es evidente. El centro está ocupado por el principio del
mundo inferior desviado por la sed, maldito por una eterna insuficiencia y una
eterna impotencia para una realización, no cesando de fluir en su avidez de lo
"diverso" que, en el mundo tradicional -tanto en Grecia como en
Oriente- era considerado como la potencia enemiga que era preciso barrer y subyugar mediante una soberbia dominación y
una liberación iluminada del alma, tarea que incumbía a aquel que aspiraba a la
existencia superior preconizada por los misterios, los mitos heroicos, la
sabiduría de los Ascetas y de los Yoguis. Antiguamente, las posibilidades
humanas que se orientaban hacia la liberación o que, al menos, reconocían su
eminente dignidad, cambiando de polaridad bruscamente, han pasado, en el mundo
moderno, al servicio de las potencias del devenir, pues diciendo SI, ayudando,
acelerando y exasperando el ritmo frenético, les conferían la medida de lo
real, de lo verdadero, lo válido, de lo que no solo es, sino que debe ser.
Así, las diferentes ideologías, las nuevas
"religiones" a las cuales hemos hecho alusión anteriormente, se han
convertido, en la cultura contemporánea, en porta-estandartes de un período
último y resolutivo. Desvanecidas en lo lejano como las cimas de las altas
montañas están las claridades desencarnadas y estelares del mundo de lo Alto.
Las pálidas brumas cubren las llanuras; los espejismos del irrealismo humano,
con sus espectros intelectuales, sus fuegos impuros, sus desagradables
conglomerados de sustancias orgánicas, vacilan como un preludio de sueño en una
fase definitiva, donde serán las potencias demoníacas del mundo inferior las
primeras en brotar desnudas, sin freno, sin matices, entrañando en su estela el
final de este mundo de máquinas y de seres ebrios y apagados que, en su locura,
les han facilitado la substancia de su reencarnación.
Hoy podemos decir realmente que vivimos en un período de
transición, preludio de la última fase: punto de unión entre la época
luciferina (2) (pues puede darse este nombre a la época donde causó estragos el
mito del "hombre" y del poder absoluto de la construcción humana) y
una época DEMONÍACA. "Tierras inmóviles", "tierras
elevadas" selladas de silencio e intangibilidad, surgen de este mundo que vacila en su órbita, que
tiende a despreciarse y a desprenderse definitivamente en los espacios donde no
hay otra luz que el siniestro resplandor producido por la incandescencia de su
caída.
NOTAS DEL TRADUCTOR:
1. Cf. la nota de René GUÉNON, en Autorité spirituelle et
puovoir temporel, Paris, 1930 (nueva edición 1964, p. 31, nota 2): "No es
que sea lícito extender el significado de la palabra "clero" como
hace Julien Benda en su libro "La traición de los clérigos", pues
esta expresión implica el desconocimiento de una distinción fundamental, la
misma que existe entre conocimiento sagrado y conocimiento profano; la espiritualidad
y la intelectualidad no tienen ciertamente el mismo sentido para Benda que para
nosotros, y eso es entrar en un terreno que califica de espiritual muchas cosas
que para nosotros son de orden puramente tempora1 y humano, lo que no debe, por
otra parte, impedirnos reconocer que hay muchos aspectos positivos en su
libro".
2. Cf. nota de René Guénon, op. cit., pag. 46: "...(el)
"luciferismo", (…) no debe ser confundido con el
"satanismo", aunque exista sin duda cierta conexión entre uno y otro
(…) el "luciferismo" es el rechazo al reconocimiento de una autoridad
superior; el "satanismo" es la inversión de las relaciones normales
de orden jerárquico; y éste es frecuentemente una consecuencia de aquel, del
mismo modo que Lucifer se convirtió en Satán tras su caída".
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