RIVISTA
DI
STUDI TRADIZIONALI
N. 48 ENERO - JUNIO 1978
ILEGITIMIDAD DE LA VULGARIZACION
Quienes, como nosotros, se ocupan desde hace tiempo de las doctrinas tradicionales, no habrán dejado de observar como en los últimos años se ha ido multiplicando en todas partes el número de los autores y de las publicaciones que trataban sobre esta temática. A primera vista podría parecer un indicio favorable, esto es, sintomático de un cierto cambio de la mentalidad occidental general, desde que en la mayoría de los casos se trata de doctrinas orientales, en aquel acercamiento, al menos tendencial al Oriente, preconizado en toda la obra de R. Guénon; pero en realidad no es así, porque son de hecho rarísimos, por no decir totalmente inexistentes, los textos de este género que no han sido concebidos en el intento de vulgarizar las doctrinas que toman en consideración. Esta característica basta por sí sola para "marcarlos" de modo inequívoco; y no es suficiente para salvarlos la buena intensión de sus autores, la cual, en algunos casos, puede inclusive no estar cuestionada en absoluto.
La tendencia moderna a vulgarizar una concepción intelectual tradicional, o incluso una teoría científica (cosa que como se sabe ocurre también habitualmente, aunque se trate de esferas ni siquiera lejanamente comparables), o sea de "ponerla al alcance de todos", tiene su origen en un error, o mejor en una incomprensión profunda de la naturaleza de aquello que el lenguaje hoy en uso llama la "comunicación". Esta es concebida (en un modo por lo demás aceptable en una primera aproximación) como la transferencia de un conocimiento desde el lugar en el cual está inicialmente contenido (la "fuente", esto es, el expositor) hacia un terreno supuesto virgen (el "destinatario") por medio de un vehículo llamado el "mensaje", constituido por la "codificación" del mismo conocimiento, o sea por su traducción en palabras o en otros símbolos gráficos o sonoros.
No es difícil comprender que, según aquello que se entiende por conocimiento, este proceso de transferencia puede ser concebido de dos modos distintos. Si se considera que el conocimiento es de algún modo un "objeto", el proceso es visto como una especie de mecanismo, que se cree puede ser puesto eficientemente en acción en cualquier situación maestro-alumno; la transferencia es dada por realizada cuando el destinatario entra en posesión del "mensaje" (lo que es verdad), pero este último es entendido como algo independiente de la naturaleza del terreno en el cual es depositado. Sobre tales fundamentos, entre otros, ha sido constituida la concepción moderna de la "instrucción obligatoria". La facultad humana que en tal caso es principalmente puesta en acto es la memoria, y cuando ella es eficiente la transferencia da origen a aquello que habitualmente se conoce como "erudición".
En realidad, este modo de concebir la comunicación, propia de los vulgarizadores, es en cierto sentido una abstracción, porque desprecia tomar en consideración los efectos inducidos por la transmisión, que existen siempre, incluso si no se conoce su naturaleza y aun cuando muy frecuentemente no se sospechan siquiera sus posibilidades . Esto está fundado sobre el error que consiste en asimilar el conocimiento con el mensaje que se transmite, o bien con su medio de comunicación, que para el tipo de consideraciones que nos interesan aquí, presuponemos que es la palabra o el discurso. Se trata por lo tanto de una concepción que refleja un punto de vista exterior y grosero que, confundiendo el conocimiento con su vehículo, considera la letra y no el espíritu, y esto vale tanto en lo que se refiere a la fuente del mensaje cuanto por el mensaje mismo y por su destinatario.
El segundo modo de concebir el conocimiento es aquel de considerarlo, como de hecho es, no una superposición de elementos distintos, sino un estado de un ser, y que cuando está inserto en el cuadro de una tradición regular y profunda, que tenga en cuenta el aspecto esotérico y no solamente exterior del conocimiento. Se puede ver a este propósito, cuanto dice R. Guénon en "Oriente y Occidente", capítulo "El Acuerdo Sobre los Principios", pag. 165 de la edición italiana: "Obviamente, es necesario distinguir la concepción de la verdad metafísica de su formulación, en la cual la razón discursiva puede intervenir secundariamente (a condición, bien entendido, que ella reciba un reflejo directo del intelecto puro y trascendente) para expresarla en la medida de lo posible; tal verdad sobrepasa inmensamente su esfera y su alcance, y por ella, en virtud de su universalidad, cualquier forma simbólica o verbal podrá solamente y siempre ofrecer una traducción incompleta, imperfecta e inadecuada, llegando más bien a constituir un "soporte" para la concepción que no a representar efectivamente aquello que por naturaleza es en su mayor parte inexpresable e incomunicable, y a lo cual no se puede sino "asentir" directa y personalmente".
Se comprenderá que en este caso aquello que se quiere obtener con la comunicación es la inducción, en el destinatario del mensaje, de un estado correspondiente a aquel de la fuente, por lo cual no serán ciertamente indiferentes ni la naturaleza del terreno en el cual el mensaje será depositado ni la "estructura" misma del mensaje, los cuales serán en cambio determinantes para el resultado querido.
En el caso "mecanicista" de la concepción grosera propia de la vulgarización se puede decir que el resultado (como habíamos señalado en la nota a p. 33-34) permanece siempre de naturaleza dual, el mensaje y el destinatario permanecen separados, por lo menos en la intención consciente de los autores de la comunicación; en el caso de la comunicación de carácter tradicional la naturaleza del resultado tiene en cambio fundamentalmente un aspecto unificante, pues ya no se trata de "hacer alcanzar" a alguien (incluso a sus espaldas) algo que se presupone distinto de él, sino de ponerlo en la condición de desarrollar conscientemente potencialidades propias en relación con el contenido del mensaje transmitido.
Nuestros lectores podrán objetar que este segundo modo de concebir la transmisión se realiza por completo solamente en el vínculo iniciático entre maestro y discípulo, y esto es rigurosamente verdadero; pero no obstante ello se puede decir que también cuando se trata de la enunciación de una doctrina por parte de una autoridad tradicional, igualmente sucede algo del género, aunque sea en un grado relativo de realización (y en función naturalmente de la receptividad más o menos pronunciada por el destinatario).
Se puede por esto decir con razón que, por la naturaleza misma de la concepción que está en la base de la vulgarización el vulgarizador ignora en el fondo la verdadera naturaleza de su mensaje , y consecuentemente no puede hacer menos que despreciar la naturaleza "integral" de los destinatarios a los que se dirige, que considera aproximadamente "todos iguales" debido a la propia superficialidad e incomprensión; aquel que podemos llamar el instructor tradicional (bajo el vínculo doctrinal), es el único en el cual la función de transmisor está verdaderamente justificada, conoce entonces verdaderamente tanto el contenido profundo del mensaje que transmite, como la naturaleza de aquellos que están en grado de asimilarlo no sólo mnemónicamente. Además, el modo en el cual formula el mensaje, o bien el lenguaje y la lógica de la cual se sirve para construirlo, son tales de operar en un terreno en el cual realiza una elección entre quienes están en grado de comprenderlo y quienes no lo están; probablemente es su certeza frente al contenido del mensaje, su identificación con la verdad del mismo, lo que le permite graduar de este modo sus medios de expresión.
Otra observación que se puede agregar a la precedente, y que es útil para separar todavía más profundamente el caso del vulgarizador de aquel del legítimo intérprete tradicional de la doctrina, es que mientras el vulgarizador en su modo de operar se confía claramente al azar (sus destinatarios son, se puede decir, puro número), la característica peculiar de la enseñanza tradicional consiste en el hecho de que, si se verifica la existencia de un ser, o de seres, con esta función, ello acontece porqué están presentes en el mismo ambiente otros seres a los cuales será en algún modo provechosa la expresión de las verdades tradicionales; y de esto los primeros son conscientes.
Distintos pasajes de la obra de Guénon deben ser interpretados desde esta perspectiva, en particular los dos siguientes, sacados, el primero de "Oriente y Occidente" (capítulo "Constitución y Rol de la Élite", pág. 187 de la edición italiana) y el segundo de "El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos" ("Introducción", pág. 12 de la edición italiana): "En nuestros días, la élite intelectual como nosotros la concebimos es por eso efectivamente inexistente en Occidente; las excepciones son demasiado raras y demasiado aisladas para ser consideradas como algo a lo cual se pueda atribuir tal nombre, y además se trata en realidad de individuos que en su mayor parte son totalmente extraños al mundo occidental, ya que desde el punto de vista intelectual todo deviene desde el Oriente, y se encuentran más o menos en la situación de los mismos Orientales que viven en Europa , los cuales se dan cuenta demasiado bien del abismo que los separa mentalmente de los hombres que los circundan.
En tales condiciones se está obviamente tentado a encerrarse en sí mismo más bien que tratar de expresar ciertas ideas, a riesgo de chocar con la indiferencia general o hasta provocar reacciones hostiles; sin embargo, cuando se está convencido de la necesidad de ciertos cambios, es necesario comenzar a hacer algo en este sentido, y dar al menos, a aquellos que son capaces (porque no obstante todo algunos debe haber), la ocasión de desarrollar sus facultades latentes. La primera dificultad es llegar a aquellos que poseen tales cualificaciones y que tal vez no suponen mínimamente cuales son sus posibilidades;...".
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"Si nuestros contemporáneos buscaran, en su conjunto, ver que cosa los dirige, y hacia que cosa realmente tienden, el mundo moderno cesaría inmediatamente de existir como tal, en cuanto a aquel "enderezamiento" al cual frecuentemente hemos hecho alusión, no dejaría de operarse por este sólo hecho; pero ello es así porque tal "enderezamiento" presupone que se ha alcanzado aquel punto en el cual el "descenso" está enteramente realizado, y en el cual "la rueda cesa de girar" (al menos para aquel estadio que señala el pasaje de un ciclo a otro)", es necesario concluir que, hasta qué este punto no sea efectivamente alcanzado, estas cosas no podrán ser comprendidas por la mayoría de la gente, sino solamente por un exiguo número de personas a quienes está destinado, en una medida u otra, preparar los gérmenes del ciclo futuro. No es siquiera el caso de decir que, respecto a todo cuanto estamos exponiendo, fue siempre exclusivamente a estos últimos que hemos intentado dirigirnos, sin preocuparnos por la inevitable incomprensión de los otros...".
A la luz de la afirmación contenida al final de la última cita, nos parece de algún modo natural que a los ojos de la mayoría, y tal vez también a aquellos mismos que están cualificados para asentir al mensaje tradicional legítimo (por lo menos mientras no hayan tomado consciencia en una cierta medida de las propias posibilidades en el campo intelectual), el lenguaje en el cual este último está concebido puede parecer no distinto de aquel adoptado por los vulgarizadores, y las razones que inducen a aquellos a enunciar ciertos contenidos, no distintos de aquellos de los intérpretes autorizados de la tradición.
De aquí el esfuerzo constante y a veces ímprobo de quien es consciente de estar autorizado a expresar las concepciones que formula, no tanto para defender su derecho a expresarla, cuanto más bien para defender a los destinatarios específicos de su mensaje de las mil trampas de la asimilación injustificada de cuanto él expresa con todo aquello que es dicho o escrito por quien no está como él autorizado , porque no posee profundamente aquello que enuncia: "Hay actualmente una especie distinta de vulgarización que, a pesar de no alcanzar más que a un público muy restringido, nos parece presentar peligros más graves, aunque no sea sino por las confusiones que amenaza provocar voluntaria o involuntariamente, y que apunta a lo que, por su naturaleza, debería estar lo más completamente posible al abrigo de semejantes tentativas, es decir, a las doctrinas tradicionales y más particularmente a las doctrinas orientales. A decir verdad, los ocultistas y los teosofistas ya habían emprendido algo de este género, pero no habían llegado sino a producir groseras imitaciones; esto de lo que se trata ahora reviste apariencias más serias, diríamos incluso más "respetables", que pueden imponerse a mucha gente que no habría sido seducida por deformaciones demasiado visiblemente caricaturescas." ("Iniciación y Realización Espiritual"); cap. I, "Contra la Vulgarización", p. 17 de la edición italiana).
De cuanto hemos citado y dicho nos parece que se podría deducir que en una situación normal, y esto es bien distinto de aquello que podemos experimentar hoy, la expresión de las doctrinas tradicionales, ya sea que se refieran más específicamente a la metafísica o incluso solamente a la cosmología, no pueden salir del ámbito de una función autorizada, lo que presupone o bien el conocimiento real y profundo de los contenidos vehiculizados por la expresión, o bien un control por parte de quien posee este conocimiento.
El conocimiento es por esto el presupuesto indispensable y, podríamos decir, el único motivo justificado de la expresión, de modo que se puede afirmar, en consecuencia, que la ausencia de conocimiento está en el origen de la vulgarización; pero esta condición, al ser solamente negativa, no puede ser considerada un verdadero motivo. Incluso en este campo es necesario buscar algo al menos aparentemente "positivo", aunque en tal caso el término sea de algún modo entendido "al revés", como todo aquello que caracteriza específicamente al mundo moderno. Por otra parte, "aunque sea desde un punto de vista desinteresado y "teórico", no es suficiente denunciar los errores y hacerlos aparecer como son realmente en sí mismos; por cuan útil esto pueda ser, es todavía más interesante e instructivo explicarlos, vale decir buscar como y porqué se han producido, ya que todo aquello que existe, en cualquier modo que sea, incluido el error, tiene necesariamente su razón de ser, y el mismo desorden debe finalmente encontrar su propio lugar entre los elementos del orden universal. Ahora, si el mundo moderno, considerado en sí mismo, constituye una anomalía, y hasta una especie de monstruosidad, no es menos cierto que, situado en el conjunto del ciclo histórico de cual forma parte, él corresponde exactamente a las condiciones de una cierta fase del ciclo, aquel que la tradición hindú define como el período extremo del Kali-Yuga; son estas condiciones, resultantes de la marcha misma de la manifestación cíclica, las que han determinado las características propias..." ("El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos", "Introducción", p. 10 de la edición italiana).
También para la vulgarización, que es esencialmente desorden y anarquía, se puede por eso decir que su verdadero móvil son las fuerzas disgregadoras que obran en la dirección del "fin de un mundo", sobretodo expandiendo confusión en la esfera de las ideas. Pero si esto es válido en términos generales, entonces teniendo presente que todos los emprendimientos del mundo moderno se han visto contaminados por la influencia de la contra-iniciación, desde el punto de vista del individuo ¿que cosa mueve más directa y conscientemente a cada vulgarizador?. Los motivos que impelen a aquellos que escriben "para todos" a proseguir ilegítimamente con su obra de confusión, en estos últimos tiempos sobre todo en el campo de las doctrinas orientales (o que hacen pasar por tales), pueden ser de dos tipos: impulso proselitista e intereses personales. Ambos están indisolublemente ligados a un horizonte intelectual que no sobrepasa a la individualidad, en sus componentes psíquica y corpórea.
Quien está afectado por los primeros es con toda probabilidad un débil, que busca en el concurso de los otros una fuerza que no sabe encontrar en sí, o una convicción que no tiene nada de cualitativa sino que se funda sobre el número . Quien persigue lo segundo no se cuida sino muy mediocremente de la verdad de las ideas que expone, sino que aprovecha comercialmente el deseo superficial que el "gran público" puede en un momento dado experimentar más o menos naturalmente por ciertas cosas, de lo que muy frecuentemente extrae tan solo una utilidad monetaria. Desde el punto de vista de la contra-iniciación estos son, obviamente, falsos objetivos, pero ello no impide que sean eficaces para ir alcanzando el objetivo de disgregación que le es propio. Otro pasaje de la obra de R. Guénon ilustra claramente este concepto: "por lo demás, no es el caso de dejarse traer a engaño: los "dirigentes" del mundo moderno conocidos o desconocidos, saben muy bien que para obrar eficazmente tienen ante todo necesidad de formar y de alimentar las corrientes de ideas y de pseudo-ideas , y sin dejar de obrar en consecuencia; incluso cuando estas corrientes son puramente negativas, no son menos de naturaleza mental, y es en la mentalidad de los hombres que debe en primer lugar germinar aquello que seguidamente se realizará en el exterior; incluso cuando se trate de abolir la intelectualidad necesita primero convencer a los hombres de su inexistencia y desviar su actividad en otra dirección" ("Oriente y Occidente"; "El Acuerdo Sobre Los Principios", p. 165 de la edición italiana).
Nos resta tomar en consideración la tarea tan difícil de quien, pese a no haber todavía penetrado a fondo las doctrinas tradicionales, o bien, en términos más técnicos, no habiendo todavía llegado a establecerse en el punto central del propio ser en el cual se resuelven las oposiciones, o para usar un simbolismo específicamente masónico, en el "Lugar en el cual el Maestro Masón no puede errar", debe expresar por función delegada doctrinas tradicionales que ha asimilado tan sólo teóricamente.
Para aquel la prudencia más grande tiene que ser la regla; esta prudencia se manifestará en el atenerse al tratamiento de temáticas que tiene efectivamente "dominadas", y cuando le suceda tener que referirse a otros cuyo dominio es menos seguro, será oportuno que declare abiertamente que aquello que dice es una opinión, aunque esté fundado sobre datos tradicionales incontrovertibles. Otro factor importante será su actitud de disponibilidad frente a otras opiniones, expresadas naturalmente por individualidades en sus mismas condiciones; esta actitud reflejará en el fondo una tensión en la confrontación con la verdad que podrá suplir al menos parcialmente la carencia de aquella certeza absoluta que sola podría resolver integralmente el problema.
De todos modos será oportuno que aquellos que se encuentran compartiendo esta ardua tarea tengan siempre presente la conclusión de la "Introducción" a "El Hombre y Su Devenir Según la Vêdânta": "Lo que acabamos de decir debe hacer comprender que las doctrinas que nos proponemos tratar se oponen, por su misma naturaleza, a toda tentativa de "vulgarización"; sería ridículo querer "poner al alcance de todos", como frecuentemente se dice en nuestra época, concepciones que solamente pueden estar destinadas a una élite, y tratar de hacerlo sería el medio más seguro para deformarlas. Habíamos explicado en otra ocasión qué cosa nosotros entendíamos por élite intelectual, cual será su rol si ella llegara a constituirse algún día en Occidente, y como el estudio real y profundo de las doctrinas orientales es indispensable para preparar su formación. Es en vista de este trabajo,...que nosotros creemos deber exponer ciertas ideas para aquellos que son capaces de asimilarlas, sin hacerles sufrir jamás ninguna de aquellas modificaciones ni de aquellas simplificaciones que son propias de los "vulgarizadores", y que irían en el sentido directamente opuesto al fin que nos proponemos. En efecto, no es la doctrina la que debe bajar y restringirse a la medida del entendimiento limitado del vulgo; corresponde a aquellos que están en grado de elevarse hacia la comprensión de la doctrina en su pureza integral, y es solamente de esta manera que se puede formar una verdadera élite intelectual. Entre aquellos que reciben una misma enseñanza, algunos la comprenden y la asimilan más o menos completamente, más o menos profundamente, según la extensión de sus posibilidades intelectuales; y es así que se opera en modo totalmente natural aquella selección sin la cual no podría haber verdadera jerarquía".
Pietro Nutrizio
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