EDY MINGUZZI
FEMINITÉ ET FEMINISME,
LA FEMME DANS LE MONDE DE LA TRADITION,
Pardès, Puiseaux 1991
(La Edad de Hierro)
Según una antigua alegoría, las "cuatro Edades" coinciden con los cuatro "centros" fundamentales del hombre: a la Edad de Oro correspondan el hombre en su totalidad; a la Edad de Plata, la espiritualidad; a la Edad del Bronce, el corazón (el valor heroico), mientras que a la última, la de Hierro, correspondería el vientre y el sexo en sentido más material y más inmediato. Ahora bien, estos dos mitos son en efecto propios de la edad que se abre con la filosofía de las Luces. La Revolución Francesa nace bajo la signo del igualitarismo económico (incluso si no hizo más que volver más gruesa aún a la burguesía) y nuestra época ha llegado incluso a “enriquecer” de un erotismo difuso las pretensiones sociales. Burguesía y proletariado prosiguen como único objetivo el bienestar material y se encuentran, por lo tanto, desde el punto de vista de la Tradición, exactamente sobre el mismo plano - y están también sobre el mismo plano por lo que se refiere al sexo, todas las clases sociales comulgando en el mismo gusto por la pornografía. La satisfacción material y colectiva de las necesidades del vientre y del sexo: tal es la téofanía hoy día del polo femenino. Nada de más verdadero que la frase del más profético intérprete la sociedad contemporánea, Karl Marx: "el movimiento entero de la historia es pues(...) el acto de procreación real de este comunismo" (3).
(3). K. Marx, Manuscrits de 1844 (Economie politique et philosophie), ED Sociales, París, 1972, p. 87.
(Edy Minguzzi, Feminité et feminisme, la femme dans le monde de la Tradition, Pardès, Puiseaux 1991, p.107)
CAPÍTULO I
CUANDO MUERE El MITO
Hemos examinado hasta aquí los grandes principios de la cosmología tradicional según la cual - de lo infinitamente pequeño lo infinitamente grande, en la multiplicidad de sus manifestaciones - la marcha del universo debe llevar a lo Uno, equilibrio perfecto entre dos polos opuestos, armonía de los contrarios en su complementariedad: equilibrio del Hombre y de la Mujer en el Andrógino - comparable al equilibrio de protones y electrones en el átomo -, del yo y del subconsciente en ser humano.
Por otra parte, observamos que la aceptación de la cosmología tradicional implicaba también la de una determinada ética: si todo lo que existe participa o de uno, o del otro polo, todo debe tender a encarnar la esencia de la manera más pura y que corresponda mejor a su forma ideal.
Sobre esta base, hemos examinado las manifestaciones del polo femenino en las hiérofanías y las teofanías hipostasiadas que el pasado nos ha legado, poniendo en evidencia el substrato eterno al cual se conectan sus distintas (y, en algunos casos, al parecer contradictorias) representaciones (1).
(1). el método que hemos seguido está, con las adaptaciones que se imponen, el de la neolingüística: confrontación de los isoglosas (elementos lingüísticos comunes) y de los isoídes (aspectos culturales comunes). Véase. E. Minguzzi, "Le leghe linguistiche", en Lingua e didatlica, n - 17, oct 1974.
(Op. Cit. P. 141)
El materialismo ha acabado por absorber la díada metafísica y la ha disuelto en lo indiferenciado. Llegado a este punto, la Tradición está muda: es la larga noche de la edad del Lobo, a la salida de la cual surgirán tal vez los “hombres de la aurora” para abrir un nuevo ciclo, una vez que el bautismo de otro diluvio haya regenerado el cosmos.
La única que puede hablar ahora, es la ciencia – esa que no ve más que el tejido epitelial del gran organismo del universo- y además, no completamente; inclinada sobre su microscopio, observa los “virus” que le saltan a los ojos y se parte la cabeza para saber de donde pueden provenir, lo que harán y donde pueden ir.
Ante lo desconocido, toda explicación es plausible, toda coyuntura enfocable: es por eso que la ciencia es tan tolerante frente a los intérpretes de lo real –en el supuesto, bien entendido, de que se funden ¡sobre bases rigurosamente “científicas”!
(Op. Cit. P. 147)
LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO
Dios ha muerto
De la verdad, se dice o que existe, o que no existe, o, a semejanza de la virtud, que está entre los dos - pero, en este caso, no es más que una semi-verdad. Quizá vale más situarse en el dictamen de Pirandello y pensar que existe probablemente, pero que es imposible cogerla en su esencia, dado que "conocer" significa al mismo tiempo evaluar a partir de parámetros subjetivos. De modo que se vuelve de nuevo al viejo conflicto entre los noumenos y las categorías de este caro viejo Kant. Ahora bien, si se confrontan los argumentos que apoya la Tradición y los que proponen las teorías progresistas, es imposible decir con certeza que la verdad sea el atributo exclusivo de una otra de las partes en presencia. Debemos más bien pensar que la sabiduría tradicional y la ciencia moderna proponen simplemente dos métodos, subjetivos, de interpretar la realidad y que la adopción de uno o de otro, con todas las implicaciones que eso comporta, es un problema puramente personal: en un determinado sentido, es un acto de fé. Se cree que al principio eran el Eden, dioses y la Edad de Oro, destinados degenerar miserablemente, por un proceso de involución, edad del antropopitecus (la nuestra, precisamente); o bien se cree que al principio era el antropopitecus
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, el cual, gracias a los cuidados diligentes de Darwin, se expandió irradiadoramente en el homo sapiens y el triunfo del progreso.
Se trata, en definitiva, de "leer el presente": la elección del registro (threnos o péan, lamento o exaltación, anatema o apología) depende solamente de nuestra forma mentis.
Lo importante es no perder de vista el presente, los hechos, la realidad. Y, sobre esto, Tradición y antitradición están de acuerdo - asistimos a la débácle de una civilización, a los sobresaltos, a la agonía de un mundo cuyas estructuras no son apropiadas para las nuevas generaciones. Que sea falta del antiguo sistema, como lo pretenden los progresistas, o de las nuevas generaciones, como afirman la Tradición, no está nosotros el determinarlo. Podemos a lo sumo ofrecer a los unos y a los otros la constatación de una comprobación siempre válida: lo que llegó debía llegar y lo que llegará deberá ser - sin querer ofender a cualquiera, Hegel no más que a otro.
Examinemos pues "lo que ha llegado" y, dentro del límite de nuestras posibilidades, "lo que llegará".
Ocurre que se ha perdido la dimensión de la trascendencia, del de Ser, de la Metafísica, de todo lo que antes se escribía con una mayúscula, y se adquirió a cambio la dimensión del mundo fenomenal y del devenir. En la óptica del pensamiento tradicional, hemos visto que esto significaba estar caídos del mundo de dioses y de la luz al flujo ciego y caótico de la materia, al oscuro Kali Yuga, "la cuarta edad". Una brusca coz del caballo negro y, he ahí que el carro de Platón muerde el polvo y que el auriga, halcón de los extensos espacios, se transforma en una tímida paloma que obligada por la ceguera, quiere recuperar la tierra.
Para los progresistas, eso significa al contrario liberarse finalmente de los oscuros delirios de la Edad Media para, finalmente,
(1)Cf.. T. Burckhardt, Scienza moderna e.saggezza tradizionale, Borla, Turín, 1967, donde este tema ha sido tratado más ampliamente.
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ofrecer a la paloma kantiana un terreno más sólido sobre el cual picotear y un "aire más respirable" para revolotear.
¿Los arquetipos eran quizá demasiado luminosos y la paloma no estaba a "la altura"? ¿O no había allí arquetipos (o no había allí ya) y, en su lugar, simulacros vacíos? Para nosotros, el resultado es el mismo en los dos casos y Zaratustra nos lo anuncia descendiendo de su montaña: Dios ha muerto.
El mensaje nietzscheano abre una era: cada uno de entre nosotros se reconoce existencialista, presa del lamentable destino de la "Geworfenheit": en tanto que “ser arrojado" en el mundo, como un proyecto que debe ser realizado, pero nadie sabe cómo ni porqué. Es justamente en esto que reside nuestra libertad, dicen los unos; es en eso que reside el Némésis de nuestra locura, piensan los otros.
El crepúsculo de los dioses y el materialismo.
Antes, la humanidad vuelta temerosa e "instrumentalizada" por los antojos bíblicos, no sabía demasiado si había pasado de la oscuridad a la luz - o, viceversa, de la luz a la oscuridad; hoy que las nubes del smog * y del progreso han hecho también justicia de las distinciones de Jéhovah, la cuestión no se plantea ya. El antiguo dilema bien/mal hizo de San Agustín su última víctima; hoy se lo soluciona de manera más simple en la dialéctica bienestar/malestar (que, más tarde revela ser otra cosa). Estamos sin embargo todos de acuerdo en un punto: llegados allí, no se vuelve de nuevo atrás. Porque no se puede, publica la Tradición; porque no se puede quererlo, grita el progreso. ¿Pero qué diferencia? Esta marcha es irreversible, tal es la conclusión. No se puede sino ir adelante.
En cualquier caso, el mundo que nos ha caído en suerte después de la muerte de Dios, es un mundo que se reconoce materialista. El resto es “superestructura”
* en inglés en el texto (N.D.T.).
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: Marx lo dijo y, a la luz de los hechos, no hay ningún motivo para culparle. Los templos aristocráticos de dioses, que comenzaron a agrietarse cuando Lucrecio hablaba, se han aplastado hoy definitivamente. En su lugar, nos encontramos casas del pueblo y tanto y más igualitarismo ya que, ante el materialismo, que se tenga una célula de cuanto más o de menos, nosotros somos absolutamente iguales. La lógica está a salvo y humanitarismo florece. Un humanitarismo muy diferente de la ética tradicional, que tenía el honor de distribuir a cada uno, según su dignidad, una chispa de luz divina (lo que, además no costaba nada, precisan sarcásticamente los economistas); el humanitarismo distribuye hoy, con más de sensatez quizá, bienes de consumo. Es una cuestión de utilidad práctica y, según la lógica del materialismo, de justicia social. Una justicia sometida al reino de la cantidad: hablar de calidad entre los seres humanos es un delito, puesto que eso implica un concepto de diferenciación, o incluso de selección, - lo que es una ofensa al nuevo derecho de gentes. Pero se percibe que la cantidad es también discriminatoria puesto que, en efecto, las minorías terminan por ser marginalizadas. Existe también una solución a este problema: basta con impedir que se constituyan minorías, reforzando en cada uno los principios de la nueva lógica - o bien dejar libre curso la anarquía.
Por ello nosotros henos ahí todo iguales. Incluso la distinción entre gordo y delgado se suprime gracias a dietas draconianas, y la generación filiforme que nace inmediatamente se empaqueta sobre la marcha en blue-jean. afin de impedir toda futura diferenciación injusta y clasista.
Algo no ha funcionado, a pesar de todo. En el fenómeno de integración general, hay quien aún busca su verdadero lugar, su verdadera identidad, o al menos su etiqueta - o también, a falta de algo mejor, su alienación -, pero que sea adecuada para ellos y perfectamente definida, si no se arriesga perder definitivamente su propio ser en del espacio de ósmosis colectiva. El macabro descubrimiento de no ser nadie
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es un discurso que, para ellos tiene un vago olor de la necrofilia. Gracias al Cielo, en el momento actual, son pocos y es suficiente, para apaciguarles, ofrecerles el yoga domesticado de las salas de cultura física que abre el tercer ojo a los que han cerrado los otros dos. Es a ellos a los que se refiere la máxima evangélica: beati monoculi in urbe caecorum. Estamos asistiendo a un revival * de el Oriente y sus símbolos milenarios, que se convierten en género de pacotilla para los supermercados, consumen en el espacio de una estación, y sus grandes religiones sintetizadas en un texto en sánscrito (el antiguo deva nagari, ¡la "ciudad de los dioses”!) que se desliza en el bolsillo-revólver de su jean. Es de ahí de donde nacerá el nuevo credo: por lo demás , ¿no enseñan los Tantras que es justamente allí donde están la serpiente Kundalini , tras las glándulas suprarrenales?.
Familias de espectros
Mezclar y redistribuir en partes iguales: esta es la Buena Nueva. Y por cierto, al hacerlo, seguimos la obra de Cristo. Un Cristo ahora monofisista y huérfano de Padre celestial, habida cuenta de que hoy día Dios está muerto; pero al final, leyendo bien,¿ no está escrito que "Dios se hizo hombre"? Bueno, atengámonos al hombre y no vayamos a discutir de manera indiscreta sobre sus orígenes. Esto no tendría ningún sentido, tan demodé** como está la familia **. Las guarderías, los asilos, las escuelas obligatorias (que sustituyen al angel de la guarda, acompañarán en lo sucesivo a los nuevos hombres del nacimiento a la edad adulta a fin de integrarlos, como conviene, en el contexto social) son el sustituto ideal de la familia nuclear - que, a decir verdad, ya no tiene ningún sentido: ya sea en el contexto capitalista como en el sentido patriarcal y matriarcal.
* En Inglés en el texto (N.D.T.).
** En francés en el texto (N.D.T.).
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El padre, que antiguamente tenía como función transmitir a los hijos el patrimonio espiritual de los ancestros, ha comprendido que este patrimonio es un tipo de bienes de consumo obsoleto que el mercado no acepta. Esa es la razón por la que arroja a la ortigas (con el pretexto de que se trata de una abyecta vergüenza, una tara hereditaria, como los "fantasmas" de lbsen) y, privado de sus raíces, que espera poder reciclar de una forma más útil, práctica y socialmente digna de estima. La madre, que una vez simbolizó la casa y vigilaba celosamente el mismo famoso patrimonio espiritual, teme con razón, el ridículo al se expone esta custodia folclórica de un fantasma fabricado con todas las piezas, y abandona el domicilio conyugal para "realizarse socialmente”. Lo que originalmente era una misión en nombre de ciertos valores, ha llegado a ser, hoy día, una injusticia insoportable porque los valores han sido echados abajo como los ídolos paganos, y la misión ha sufrido la suerte de todas las misiones de los buenos viejos tiempos: ha sido desmitificada. Los tradicionalistas precisan: "desacralizada," pero esto es la misma cosa, el hecho es que la misión ya no existe y que se encuentra en su lugar, trágico como el retrato de Dorian Gray, el papel ancilar de la mujer. Y, por supuesto, conviene rechazarlo en bloque. En tal situación, hablar aún de la familia es realmente la última de las hipocresías. El puro y simple hecho de procrear (porque, porque a fuerza de pequeños golpes de desgaste iconoclastas, no le ha quedado más que esta función) no es suficiente para justificar el pesado bártulo de condicionamientos que se asocia al concepto de familia. Esta es también una "superestructura" y, por tanto, como tal, a abolir. La colectividad y el Estado pueden perfectamente sustituirla, convertida en lo sucesivo en mitológica - con todas las consecuencias que hemos observado. Eso es lo que también enseña Suecia, la patria de la libertad y el suicidio. Y no sólo de Suecia.
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Amor y sexo
Queda el amor, o más bien su contrapartida física: el sexo. Pulula por cada esquina y hay incluso quien escribe por encima pensamientos terriblemente cerebrales de gran consumo (ya sea novelas, poemas o canciones); mayoría barrida por una irresistible gracia desmitificadora, consagrándose a pensamientos obscenos – de acuerdo a caenum, "fango" - para cubrir de barro y, sin duda, para cubrirse ellos mismos. Cerebralizar o ensuciar, parece que no procede propiamente hablar de esa alternativa; excepción hecha del baratillo sentimentalista - supervivencia, que ha tenido a mal desaparecer, del mundo burgués. Por otra parte, los tradicionalistas dirán que si no se mira más que el lado materialista de las cosas, el horizonte se restringe terriblemente, entonces. El materialismo y la sociedad de consumo se han puesto de acuerdo para hacer del sexo un artículo de gran consumo, saturando la atmósfera de reclamos eróticos; hasta hace poco todavía la mujer era el objeto; ahora, es el turno del hombre, justamente: he ahí lo que hace la publicidad, vestido de una hoja de parra, a propósito del inefable confort de slips cosidos a mano que él lleva. Efebos de Praxíteles o atletas de Policleto inflados los músculos por el culturismo revelan, en las revistas para mujeres solas, cómo se hace para repartir un aparato genital detrás de cinco centímetros cuadrados de tela.
A intención de los más frustrados, todo esto exalta las formas exhibicionistas priápicas que desembocan en la alcantarilla o la violencia. Puntos de paso obligados que, antaño, la experiencia, o los dioses, había enseñado a los Antiguos: kóros-hybris-áte, saciedad-violencia-ceguera, tales son las tres etapas del castigo divino. Y si Dios está muerto y no castiga más, somos lo suficientemente grandes como para castigarnos a nosotros mismos.
Se observa que se desarrolla en las mujeres una tendencia a considerar de manera comercial el interés sexual, al punto de de desnaturalizarlo bajo diversas formas de frigidez: y las feministas
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van aun más lejos y predican el safismo. Incluso el sexo ha perdido el cuerpo y los bienes.
Hay otras que imaginándose haber entendido a que juego se juega, rechazan dejarse condicionar y comulgan en el mito naturalista a lo J.-J. Rousseau, tratando de encontrar al contacto con la Naturaleza (¡por desgracia! cuan enormemente distorsionada, también!), una saludable instintividad capaz de canalizar la libido. Al desvanecerse el mito del hombre, permanece el de la bestia. Surgió así el picnic, con su mitología, sus papeles grasientos, sus provisiones y las carnavalescas aldeas de tela, o la comunidad, con sus improvisados campesinos que reencontraron el gusto de las cuatro estaciones del año y la promiscuidad. Sobre todo, la promiscuidad, pero es ya demasiado. En el fondo, el naturalismo vale más que ese "virtuismo" hecho de medias virtudes que, según Vilfredo Pareto, fue el sello distintivo de la sociedad burguesa. Así, se tiene la ilusión de borrar siglos de historia y regresar al estado salvaje de la paz bucólica.
Si bien esto parece humorística, es realmente grotesco: nuestra generación pasa la mitad de su tiempo a obrar el progreso, y la otra mitad en huir de él como la peste. Esa es la lógica de la sociedad de consumo, dicen los más optimistas; abolámosla también y nos encontraremos puros y hermosos como los nuevos. Y diciendo esto, se reduce al silencio a cualquiera que se halla apercibido que hace estragos la imparable lógica de la locura.
La ciencia de Satanás
El gran mérito de nuestra sociedad es creer inquebrantablemente que sabe perfectamente lo que quiere. Que se trate de una convicción “satánica", como piensa la tradición, esto aún no se ha demostrado. Por cierto, basta entenderse sobre el significado de estas palabras para finalmente llegar a un acuerdo porque, después de todo, ¿qué es Satanás? Es la ciencia, y nada más: la ciencia del mundo material, por supuesto. Carducci lo sabía tan bien el mismo
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, que le dedicó una canción al apogeo del positivismo. Desde el siglo de las luces, Satanás y Prometeo como dos hermanos caminando de la mano (por otra parte, si es suficiente, hoy en día, inclinarse sobre la antropología y el psicoanálisis del mito para descubrir los parentescos más insospechados ¿qué podemos decir que esta, que salta a los ojos de tal forma?): Satanás, expulsado de los cielos y empujado hacia la tierra; Prometeo, y de manera similar exiliado y encadenado aquí abajo , a hacerse devorar el hígado, han sido ambos triunfalmente "recuperados" por nuestra civilización que, en consonancia con ella misma por una vez , no ha recogido del mundo antiguo más que los únicos símbolos de la materialidad no redimida. Pero la realidad es que la antigua edad del symbolon, del ser trascendente, llamaba al mundo material díabolon: lo que está disperso, para convertirse en caos. ¿No es ese el objeto mismo de la ciencia moderna? Admitir el diablo como el espíritu de la ciencia da, por tanto, satisfacción a todos.
A fuerza de recuperaciones concienzudamente psicoanalizadas, el progreso ha aparecido en todo su esplendor. Fue suficiente abatir a golpes de ideas claras y netas, la bóveda celeste cuya opacidad oprimía los cerebros medievales para que la razón triunfante nos invente la ciencia. Un hombre de gran valor de la “edad sombría”, Bernardo El Trevisano, había evocado una temible fuente, afortunadamente puesta bajo el sello de su tiempo, que," si fuera fracturada, causaría nuestra pérdida”. Si romper los sellos fue un juego de niños, desmentir al bueno de Trévisano lo fue menos, y esto fue la ciencia, con su deflagraciones, sus masacres ecológicas, sus experiencias que aumentaron o disminuyeron a voluntad la población (¿No era suficiente una píldora?), con su titilaciones insinuantes de núcleos atómicos - que acabarán quizá por decretar ellos solos la despoblación definitiva. Los físicos de Dürrenmatt se encierran voluntariamente en hospitales psiquiátricos expresando por ahí que sus conocimientos al servicio de la sociedad de consumo es la más terrible de armas. Pero la literatura es una cosa, la vida es otra. La ciencia es como la tela de Penélope. De día, ella se fabrica una máscara
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evangélica penitente y suelta mea culpa: por la fisión del átomo, por las enfermedades "iatrogénicas" para la locura colectiva de las cadenas de montaje, por los temblores de una tierra que sacuden los ensayos nucleares, por la masacre de peces pequeños, de agua dulce o de mar (pero, en el fondo, ¿qué importa? Tenemos ya beefsteaks de petróleo, dejadnos hacer, y os ofreceremos además pronto pescado). Y por la noche, ella reanuda su discurso con la industria donde lo había dejado, y la destrucción continúa.
Pero la ciencia se cree que sabe cómo defenderse contra todo, incluso contra si misma. Ella ha debido tomar al pie de la letra el mensaje de Schopenhauer y considera el mundo como "voluntad y representación": es suficiente quererlo y representarlo como el mejor de los mundos posibles y lo será - incluso en contra de cualquier apariencia. Y luego siempre hay forma de salir: si Fausto, signatario de un pacto con el diablo, ha sido rescatado, ¿por qué no deberíamos rescatarnos nosotros también? Si bien es cierto que, como dice Rabelais, "La ciencia sin consciencia no es más que la ruina del alma” *, basta con crear un nuevo eslogan "ciencia con conciencia ", y está jugada la partida. Pero ¿que conciencia si la de la Tradición ha desaparecido con los dioses, si la de la religión es una "superestructura" si la de la burguesía es farisaica? La consciencia simplemente humano, entonces. Sin embargo, hemos llegado demasiado tarde: la ciencia ahora no es más la medida del hombre. Ella le ha atrofiado las piernas con sus coches, el espíritu con los cerebros electrónicos y su estómago con sus alimentos homogeneizados. Los tradicionalistas ríen sarcásticamente: tienen siempre el macabro confort de concluir fatídicamente: "Os lo habíamos dicho." Pero los progresistas, con la boca llena de "alienaciónes", "instrumentalizaciones" y "cosificaciones", se imaginan siempre ser capaces de colonizar la luna y recuperar la mayonesa. Es la sabiduría de la brava Margarita de la antigua opereta: "Sabía muchas cosas, pero todas mal".
* En francés en el texto (N.D.T.).
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¿Quizá era en ellos en quien pensaba el visionario de Zaratustra cuando señala en El Gay Saber (¡nomen omen!): "Aquellos que tienen en la boca una voz demasiado gruesa son incapaces de tener pensamientos sutiles" ?
Y tenía razón. En el mundo del materialismo, lo sutil - oscuro legado de la época en la que se creía (locura lamentable) en los cuatro elementos y en la quintaesencia - ya no se existe: se ha evaporado. ¿Se habrá ido también a la Luna, junto con la razón del guerrero Rolando?
"¡Velad para que lo sutil no escapa de su recipiente! ", decían los sabios de los tiempos de antaño rumiando sobre sus alambiques. Nos hemos reído en sus narices, pensando que deliraban persiguiendo sus quimeras, mientras que en realidad se referían al espíritu del hombre y del mundo. Ahora que se ha evaporado la leyenda cobra todo su sentido, pero todavía estamos ahí, incluso privados mismo de espíritu, y decimos: “¿ Ha partido? Bien !paz a su alma ".
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(Op. Cit. P. 187-197)
LA PROSTITUTA DE BABILONIA Y LA VIRGEN-MADRE
La nueva civilización
La Ginecocracia y la sociedad contemporánea
Los más optimistas siempre pueden objetar que la destrucción general (de Dios, de la naturaleza y de la sociedad) forma parte de un plan querido y ordenado por la humanidad y cuyo fin último es la creación de una civilización mejor con el estandarte del igualitarismo y la ginecocracia. Otros reconocerán, con mayor sabiduría, que la destrucción estaba en la lógica de las cosas: una lógica imponderable e imprevisible llamado "el espíritu de la escalera". Y, de hecho, no es tanto la voluntad consciente de los hombres como la ley de la continuidad histórica lo que ha hecho que el capitalismo mismo, "patriarcal, represivo y falocrático" por excelencia, ha creado las primicias de su propia destrucción. No es difícil de identificarlas. La obligación de comprar que impone la sociedad de consumo, ha arrancado a la mujer del medio familiar insertándola en el mundo del trabajo; de inmediato se haderivado su independencia económica y su capacidad de ser autosuficiente en la promiscuidad las relaciones sociales. El papel protector del hombre ya no tiene ningún sentido y paralelamente, la función de la mujer, en una familia abandonada tanto física como espiritualmente, se desvanece.
Es fácil para las mujeres comprender el alcance del
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nuevo papel que es el suyo: la Ley del Trabajo y le enseña que economía y poder marchan al mismo paso - y la realidad cotidiana le confirma que, de hecho, la economía está en sus manos, al menos en dos tercios: su antigua misión de administración doméstica le permite controlar los ingresos del hombre, además de los suyos, mientras que en la empresa, puede decidir, en pie de igualdad con él, el empleo de los capitales. Y decir "en pie de igualdad" puede ser un anacronismo al día de hoy, ya que allí donde las mujeres no son la mayoría cuantitativamente, lo son en términos de calidad - al menos según lo que se considera hoy en día como tal-, la misma sociedad capitalista ha elevado a una virtud ciertas características que antes eran reservados al dominio de una existencia apagada, o considerada como vil o afeminada.
En un mundo donde vivir es ya una prueba de valentía, donde el razonar es inútil (este es el papel de los ordenadores) y decidir imposible (que se piense en la publicidad), se convierten en virtudes de primer orden: la diligencia, la adaptabilidad, la elasticidad mental, la afabilidad en las relaciones sociales - la famosa "simpatía"-. Las nuevas estructuras de la sociedad de trabajo no exigen prestaciones asociadas con el sexo específico de una persona: no existen más ni hombre ni mujer, sino "inteligentes" o "limitados", "stakhanovistes " o “absentistas","aptos" o "no aptos" sobrevaluando las capacidades neutras, es decir iguales en el hombre y la mujer, e incluso con mayor frecuencia más eminentemente las de la mujer, se ha favorecido, conscientemente o no, la afirmación del poder femenino. Y esta es la primera piedra la construcción de la nueva sociedad.
Colectivismo y Mutterrecht (1)
La mujer triunfa en el preciso momento en que prevalece la
(1) De la obra del mismo nombre de J.J: Bachofen, al cual nos hemos referido precedentemente.
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tendencia hacia el colectivismo. Como hemos señalado (2), las doctrinas tradicionales asocian, estigmatizándolas, igualitarismo y matriarcado en tanto manifestaciones exteriores de una misma realidad supra-histórica: a períodos durante los cuales se impone la forma , el acto (en sentido aristotélico), y el ordenamiento central y jerárquico - interpretados como cualidades viriles - suceden a través de un proceso de degeneración, épocas en que prevalece la potencialidad indiscriminada, la materialidad sujeta al devenir y el caos – las cuales se definirían como características femeninas.
Sin invocar valores metafísicos, otros han señalado la constancia de este fenómeno y lo han reducido a una interpretación psicoanalítica: al abominable autoritarismo patriarcal y jerárquico, debido a la identificación de la sociedad, en su conjunto, el padre edipiano, se oponen a la permisividad de las sociedades matriarcales y colectivistas, frutos de la identificación con la madre (3).
Cualesquiera que sean las motivaciones y la interpretación de esta "coincidencia”, permanece el hecho de que se ha verificado constantemente. Igualitarismo y colectivismo son precisamente dos de los temas más importantes del feminismo, que en sus aspectos más moderados, la lucha por reivindicaciones igualitarias - políticas, sociales o económicas -, mientras que acepta e incluso defiende, la feminidad como una realidad psicobiológica: ellas exigen ser respetadas como mujeres y en tanto que mujeres, aceptando sin reservas el papel femenino originalmente asignado por la Kultur androcrática. La corriente moderada no demanda la revolución, sino simplemente una nueva evaluación de la personalidad femenina a la luz de la nueva realidad social: en sustancia, demanda su deseo de ser "recuperada" y parte activa del bienestar general. La reivindicación igualitarista no se radicaliza más que entre las más progresistas, que rechazan incluso la distinción
(2) Cf. especialmente 1 '° parte, cap. V.
( 3) Cf. E. Rattray Taylor, Sex in History.
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de papeles entre hombres y mujeres, y ponen, en consecuencia, en cuestión los cimientos mismos sobre los que reposa la civilización patriarcal.
Si el feminismo moderado es compatible con el marxismo y la dictadura proletariado , el feminismo radical, como se ha visto, también lo rechaza porque encuentra, incluso si no se trata más que de sus epígonos, las estructuras misóginas de la sociedad androcrática.
El sexo colectivo
Y no lo ha hecho del todo mal. La experiencia demuestra que el colectivismo, tal como lo concibe el hombre, tan abierto e igualitario como parece ser, es siempre unilateral y tiene efectos adversos para la mujer. Hemos visto los resultados en el ámbito de la libertad sexual, tal como es enfocado y realizado por las corrientes más progresistas que sostienen, por otra parte, las franjas más inconsecuentes del feminismo. Se pensaba liberar a la humanidad de los tabúes sexuales (las "corazas" de W. Reich) y el resultado fue exactamente lo contrario: es el sexo el que se ha liberado de los tabúes, dominando ahora sin freno a la humanidad. Y es especialmente la mujer la que ha pagado las consecuencias: los tabúes eran la única defensa que le concedía la ley patriarcal, la cual guardaba, gracias a ellos, la tutela de su valiosa moneda de cambio (cf. IIª'Parte, cap. I). Desaparecidos estos, la sexualidad desencadenada se ha hecho dueña de la mercancía tan envidiada (que, por otra parte, no parece tal), y descarga en ella sus propios complejos de culpabilidad, acusándola de todos los males, y la ha etiquetado como " mujer objeto".
San Juan, sin duda, hijo de la sociedad judía y androcrática y judío además, fue más allá: la ha representado como una prostituta, cabalgando sobre la Gran Bestia, viva imagen de todas las torpezas. Muchos se refieren a él, identificando en la pandemia contemporánea de sexo la faz femenina de la prostituta de Babilonia. Y se regocijan al pensar que, por
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la gracia de Dios, vendrá la Virgen que dará a luz un hijo - en otras palabras, que vendrá la mujer, tal como ellos la conciben y dará a luz a un nuevo fundador de la androcracia.
No hay diferencia entre ser una mercancía, un objeto o una prostituta: la desaparición de los tabúes no ha hecho regalo a la mujer de esa alma que, según los Antiguos, ella no poseía. Un alma (hecha de autoconciencia, de responsabilidad y de dignidad) que habría debido construirse con antelación, antes de hacer caer sus defensas. De creer a las feministas, aun no es demasiado tarde. Ellas lo están haciendo, e interpretan como sigue la profecía joanica: de la mujer convertida en prostituta, porque privada de su dignidad, nacerá la mujer nueva que sentará las bases de una nueva sociedad basada en el Demétrismo y la díada la Madre-Hijo .
Se desprende de todo esto que la mujeres se han descubierto parcialmente antimarxista, ya que este colectivismo la instrumentaliza, y totalmente revolucionario frente a la sociedad actual, regida por el alienante complejo de Edipo.
El Androgino .
El hecho es que llevamos ese complejo "emboscado" en inconsciente (en el inconsciente "colectivo", precisa Jung), que como el arcángel Gabriel, espera el momento crucial de las mujeres vacilantes para reprimirlas en las casas que han abandonado. Lo hemos dicho, es por esto por lo que las feministas consideran el inconsciente como una moda pasajera Freud y sus colegas, y niegan que pueda existir. Por otra parte, nadie nunca lo ha visto jamás: él también es un tabú, el último quizá, después del cual el campo estará libre para edificar la nueva sociedad y la nueva ética. Una civilización de mujeres y una ética amazoniana. Y, sin embargo, esto no es seguro, ya que la cara más visible de la nueva feminidad que nos revelan ya un ser
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que, si no es hombre, desde luego, no es más mujer - al menos en el sentido tradicional.
La primera fase de su inserción en el mundo del trabajo ha impuesto a la mujer una máscara viril, para ser aceptados por la sociedad androcrática en la cual se sentía atávicamente inferior, ella ha considerado oportuno optar por la imitación, reprimiendo las características físicas y psicológicas que los distinguía como una hija de Eva. Ya hemos hecho alusión al tipo de estructuras impuestas por la sociedad contemporánea: el mundo del trabajo es asexuado, e incluso cuando reconocemos que sus postulados son ficciones, si no directamente paradojas, ella ha sido llevada inconsciente a asumir las reglas como normas de vida y de comportamiento. La mujer, ya está dispuesta a renegarse, emancipándose se ha desnaturalizado en el sentido de que ha perdido contacto con el plano más profundo, que tradicionalmente, la cualificaba como mujer. Ha resultado un ser neutro: un andrógino.
Frente a esto los hombres suelen adoptar generalmente actitud de laudatores tempori acti o bien imputan la culpa a las feministas. Y no piensan que ellos son precisamente los que, habiendo tomado la responsabilidad de la historia, han creado las premisas de una situación y se han conformado aquí, los primeros de todos: cronológicamente, el hombre afeminado precedió a la mujer virilizada.
Para el que acepta las tesis de pensamiento tradicional, el razonamiento según el cual, cuando se “desnaturaliza” uno de los dos polos (ya sea masculino o femenino), se "desnaturaliza" al mismo tiempo el otro polo -este razonamiento se sostiene. La sociedad patriarcal disponía para "redimir la Mujer en la mujer”, medios del que no era el menor el que aconsejaba Nietzsche: "¿Vas entre mujeres? No olvides tu látigo".
Si ella no ha llegado a redimirla en función de sus fines últimos, que recite su mea culpa. El proceso es irreversible ahora: las profundas fuerzas que definían la mujer absoluta ya no puede ser puestas en marcha porque no existe más
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el hombre absoluto - "castrado" como está por la mujer virilizada. Es un círculo vicioso del que no se ve la salida: es una de las aporías, entre tantas otras, de nuestro tiempo.
Incluso la física se ha adaptado aquí: por la evolución, si se quiere creer Darwin; a consecuencia de una involución interna, si se acepta el pensamiento tradicional. De hecho, estando en falta un centro diferenciado y diferenciante , el cuerpo mismo, por correspondencia psicosomática, acaba por conformarse a la indiferenciación interior.
Cuales quiera que sean las causas, esta situación se expresa, en el plano humano, por una determinada realidad social muy precisa: el desarrollo de la homosexualidad. Los más progresistas lo admiten el nombre de la libertad - o porque son las señales de advertencia de lo indiferenciado. Como hemos visto, las feministas radicales lo predican sin rodeos, por diversas razones: por liberarse sexualmente del varón, por fortalecer los lazos entre las mujeres, o bien porque (y esto es, para Freud, un punto crucial) se debería encontrar en la mujer, durante las relaciones sexuales, a su propia madre. Y ya que, hasta ahora, sólo los hombres se aprovecharon de esa incestuosa identificación, ahora es el turno de las mujeres que en busca la madre, se ponen a convertirse en lesbianas.
Pero la verdadera razón es muy diferente. La mujer está en busca de la androginia pero no sabiendo cómo justificarlo, rebate sobre los argumentos que le ofrece la cultura androcrática. A veces, la palabra fatal se le escapa, y con Germaine Greer (4), le gusta autodefinirse como "eunuco femenino" - pero inmediatamente después, ella invoca con una tendencia demagógica, a hacerse la víctima, el complejo de castración y asume esta definición en señal de protesta. De todas formas, ella lo asume. Vuela entonces a su rescate W. Reich que, como se ha visto, ha edificado una teoría sobre "orgones sexuales" neutros que conviene identificar más o menos con una fuerza vital más general. La sexualidad diferenciada fastidia: que exista
(4). G. Greer, la femme eunuque, tr fr., Robert Laffont, 1971.
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naturalmente, o que sea el producto de la cultura, más vale anexarla y reducirla al rasero de la energía eléctrica - lo que Reich hace, precisamente. La ginecocracia ha liberado el sexo; la androginia libera del sexo.
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(Op. Cit. P.199 - 206)
El hijo de la Amazona
Eurípides ha inmortalizado al casto Hipólito, hijo de la Amazona - el andrógino amante de la naturaleza y de los "prados no corrompidos”
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, misógino y más generalmente refractario al amor puesto que afecto a una casta y desapegada Artemisa," pótnia semnotate ", venerable y muy santa (Véase Euripides, Hipólito)."
Es a su repugnancia frente al sexo que se le debe la primera formulación del principio de la fecundación artificial para evitar todo contacto con las mujeres, el efebo proponía meter en frascos el líquido seminal y esperar que, con la ayuda a dioses, se realice el milagro de la vida. Quizá el mito antiguo al cual Eurípides se refería no había previsto intervención divina sino que se refería a operaciones complejas y altamente "científicas" - si es verdadero, como lo pretenden algunos-, que seamos los retoños de los muy evolucionados Atlantes (véase también el nacimiento sin madre de Atenea). Pero que importa: Eurípides, se dice, se divertía en complicar algunas historias y simplificar otras hasta la trivialidad.
Hipólito es el descendiente de la civilización ginecocrática por excelencia: la civilización amazónica, y es incontestablemente andrógino. Es suficiente una "ampolla" (1): tal es la solución que propone al problema de la compatibilidad entre androginia y continuidad de la especie. En la época en que Eurípides escribía, la cual ignoraba todo de la reproducción, esta solución legada por la prehistoria aparecía como un absurdo, como el delirio de un espíritu enfermo: no es ya el caso hoy. Previsores (o clarividentes), o guiados por un instinto (¿subconsciente, supraconsciente o memoria atávica ocultada en lo más profunda del uno o el otro?), los hombres velaron, mucho antes de que se perfile la posibilidad misma de la ginecocracia, a recapitular sus conocimientos científicos con el fin de realizar la fecundación artificial y, quizá, la reproducción en laboratorio de la vida. Al mismo tiempo, las mujeres comenzaron bruscamente a experimentar un irreducible disgusto por todo lo que se relaciona con
(1)Como es sabido, el hallazgo de Ia “ampolla” hizo reir mucho a Aristófanes: le afectó tanto que en su comedia las Ranas, con la cual triunfó en las fiestas de Dionisos en 405 a. J.-C., se divirtió al ridiculizar todos los discursos de Eurípides añadiendo la cantinela: “ha perdido una ampolla”.
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la función procreadora femenina: el embarazo se considera como una enfermedad (si no, sería inútil difundir libros y opúsculos que se destinan demostrar el contrario), el pecho se vuelve plano (y raras son las que amamanta, hoy día), el ciclo menstrual es un odioso castigo, una marca de infamia, un recuerdo de la castración. Reproducir la vida en laboratorio sería una liberación para todos.
Una voluntad profunda y latente empuja siempre a la humanidad a crear preventivamente el remedio a las enfermedades destinadas a afligirla. Así se comenzó por invalidar al anatema bíblico "parirá con el dolor", que sanciona la subordinación de Eva, antes de controlar racionalmente - y sin asesinatos de fetos - el aumento de los nacimientos.
Pero sobre todo, una vez reducido a la nada el fatal complejo de Edipo y toda su alienante mitología, con él desaparecieron el mito del padre, de la madre, del hijo y de la hija - así como del sexo en general. Más psicoanalistas para los futuros alienados. ¿Pero quizá allí no habrá más, y que el mejor los mundos verá el día?
Es necesario volver de nuevo al antiguo acto de fe. Si existen ontológicamente, como realidades suprahistóricas, el ser y el devenir, Kosmos y Caos, en este caso nos precipitamos hacia la materialidad más total y el caos. Y es inútil alegar la frase de Nietzsche: "Es necesario llevar en si mismo el caos para dar nacimiento una estrella que baila". Aquí, no hay estrellas. El caos del solitario de Sils- Maria es otro desierto y otra soledad.
Si todo, por el contrario, se puede reducir a una proyección del inconsciente, en este caso, la civilización contemporánea ha reencontrado su gran alivio, el indiferenciado pre-edipiano: ha retornado a su ser más auténtico, al inconsciente prenatal, al das Kind, al dulzor de los juegos infantiles en el seno de la naturaleza, la Gran Madre...
¿Y si esto sucede, que más feliz edad de oro que esta?
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(Op. Cit. P. 208-210)
En la actualidad, por el contrario, el fanatismo apocalíptico realza de la voluntad de los hombres, o más bien, de las mujeres. Y, más allá de la ironía fácil , y repetida hasta la saciedad, en cuanto a su relación con el demonio, nos es preciso constatar que el movimiento feminista, por la amplitud y la resonancia que está destinado a tomar (que dirigiéndose a pequeños grupos corporativos, ni al patriotismo estrecho de las naciones, sino a las mujeres de mundo entero) y por su misión, de la que no hace misterio, de revolución cultural, el feminismo, por lo tanto, se presenta como el movimiento mesiánico más formidable del que la historia se acuerde - formidable, también, al sentido etimológico del término, es decir "espantoso".
Ha llegado el momento de examinar los distintos aspectos del antiguo y del nuevo frenesí del Apocalipsis, afín de precisar en el interior de qué límites se sitúa la feminismo del Año 2000.
(Op. Cit. P. 213)
Es a partir del momento en que se desvanece la finalidad trascendente, que en el cuadro de una concepción tradicional, constituía el sentido y el fin de la existencia para la mujer, todo lo que le queda no es más que un amasijo de obligaciones privadas de significación. Lo que antaño era un sexo que convenía defender y proteger, porque era el “sexo débil”, ha llegado a ser hoy día débil sin más, y debe defenderse solo.
Y esta fatal debilidad es el terreno más fértil para los mitos apocalípticos. Por otra parte, el feminismo presenta todos los trazos del quiliasmo revolucionario. Se pretende protegido por un poder misterioso ( las brujas), al cual querría identificarse, y carga a los hombres de las mismas torpezas que, por ejemplo, el antisemitismo milenarista medieval atribuía a los judíos: sadismo, voluntad de castración, sevicias. “Insertados en el imaginario escatológico, el Judío y el eclesiástico se convirtieron en las figuras de un tipo absolutamente terrorífico (…) Los milenaristas (…) veían aquí un monstruo de furor destructivo y de potencia fálica “. Hoy día las feministas ven todo esto en el hombre, el cual goza ahora, en el drama escatológico, el papel del demonio medieval.
Las innumerables legiones de mujeres que, en el mundo entero, han identificado el varón a la Gran Bestia joánica , serán las propagadoras de una nueva guerra santa donde ellas harán explotar esa “rabia” que incuban desde hace mucho tiempo.
Según Spengler (2) el último proceso de una civilización material, ahora en pleno debacle, consiste en la irrupción de una espiritualidad salvaje , la “segunda religiosidad” ( a la cual
pertenece para nosotros , el neo-espiritualismo, cf, Iª parte, Cap I) : la mística apocalíptica del feminismo puede ser considerada como su manifestación más acabada. Es una mitad del mundo quien se revuelve contra la otra con el fin de destruir, más que la vida, el sentido de la vida, reduciendo así a nada las ligazones elementales que relacionan aun a la humanidad a su forma biológica más simple : la sexuación.
Y he aquí que toma cuerpo la idea de que, quizá por primera vez en la historia, el mito del Apocalipsis podrá desembocar en un verdadero apocalipsis como tapiz de fondo del paisaje desolado de una Tierra en agonía.
(2) O. Spengler, Le Declin de l’Occidente, Gallimard 1948
(Op. Cit. P. 220)
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