viernes, 11 de enero de 2008

Nueva etapa

Nueva etapa

Pasados los primeros años inciertos y de zozobras de la formación de las autonomías las voces y conciencias que velaban por el recuerdo de Castilla pasaron a un estado de latencia o dormición al final del cual han aparecido nuevos acontecimientos y reacciones concordantes a ellos, por otra parte ya previsibles en aquellos que no estuvieran definitivamente entontecidos por los señuelos optimistas y simplones de los políticos de la entonces emergente democracia.

Lógica impecable del ajedrez del poder aquellos territorios con mayor población y riqueza material van a lo suyo; las tenues redes del estado providencia van adelgazándose más y más al socaire de los nuevos aires del rampante capitalismo, que por estos pagos de siempre poco calvinistas nos deja un poco perplejos. Se constata patentemente el aumento progresivo de lo que en cierta terminología política se ha dado en llamar asimetría, asimetría del modelo político del actual estado autonómico, que tiene visos de convertirse en un reflejo esperpéntico en los espejos del callejón de Álvarez del Gato como diría Valle Inclán; barriga oronda de una autonomía, mofletuda y sonrosada jeta de la otra, raquíticos pies de la de más allá, esqueléticos brazos de aquesta otra, demacradas costillas allende. Desaparecidas progesivamente en los tiempos descreídos que corren las viejas causas de unión de las gentes del antiguo solar ibérico, no son pocos los que proponen con ingenuidad y optimismo incontenible romper el espejo y la imagen esperpéntica que proporciona para mayor gloria y felicidad de la varia pajarera de pueblos ibéricos.

Desencantado el personal por una evidencia que se impone cada vez más descaradamente, ha aparecido en la última década un nacionalismo castellano de nuevo cuño, que mejor sería denominar pancastellano, plasmado en algunos pequeños partidos políticos que desaparecidas o en estado de latencia otras asociaciones culturales que en otras épocas defendieron la pervivencia de Castilla, como región heredera y continuadora del antiguo reino del mismo nombre, han venido a tomar el relevo desvirtuando totalmente el sentido auténtico de lo castellano y de Castilla. Los motivos aparentes, como siempre en la política, no pueden ser más justicieros: desiquilibrios económicos, demográficos y políticos evidentes; regiones periféricas nominalmente díscolas condicionan políticamente la política y la economía de todo un país; incentivan fiscalmente, cuando no fraudulentamente empresas; imponen reglas de comercio; condicionan el reparto de recursos naturales escasos como el agua, diseñan los puntos de paso de las modernas redes de comunicaciones del futuro; señorean sin trabas sobre sus déficits públicos autonómicos –sumandos fatales del déficit público total- en parte debidos a la generosa retribución de la función pública autonómica; pretenden a la larga una seguridad social independiente, tanto mejor cuanto mejor sea la situación económica de la autonomía; generosas subvenciones públicas –basta recordar caso Liceo versus Catedral de Burgos-; concesiones, carantoñas y zalemas del poder central para alejar el horrible espectro del separatismo periférico; incluso exigencias ocasionales de reverencias y homenajes propios de emperador en asuntos de política exterior, y una serie de etcéteras que cualquier mediano conocedor de estas cuitas puede extender sin tasa ni medida.

Por el contra las autonomías económicamente más escuálidas, entre las que se hallan las muchas comunidades y engendros en que quedó repartida de la desvalida Castilla , carecen de voz o mejor dicho han entregado su voz a los partidos de carácter nacional, que desde un punto de vista regionalista se podrían considerar propiamente sucursalistas, en otras palabras son la cómoda reserva borreguil de votos y sumisión, que contemplan atónitos y mudos como los lejanos poderes de las cúspides políticas del Estado y de las autonomías poderosas llegan finalmente a acuerdos, en buena medida favorables a estas últimas, con lo que en el reparto de una tarta desgraciadamente limitada pasan a ser los paganos. Si acaso y debido a la creciente despoblación se convence a estas autonomías de páramo, granito y pensión mínima lo beneficioso que sería para ellas albergar cementerios de residuos nucleares, reciclaje de basuras, cotos de caza, cementeras, subsidios europeos para desmantelar la agricultura, repoblaciones forestales de árboles tea cuando no horribles molinos eólicos generadores de corriente eléctrica para mayor beneficio de los oligopolios eléctricos, y eso si como panacea mágica que todo lo resuelve el turismo: ¡los de mi grupo por favor, pasen y vean paisajes, monumentos en proceso de ruina, pueblos abandonados y pseudosimios antropoides cada vez más viejos!. Como retroalimentación maldita de este sistema nueva inyección de votos, diputados y senadores de partidos sucursalistas y ¡ sigue el juego señores!.

Se advierte por otra parte que las cosas caminan aceleradamente hacia nuevos escenarios de los que empiezan a hablar sin rubor hasta los padres de la patria; así se empiezan a oír cábalas y conjeturas públicas sobre secesiones, autodeterminaciones, independencias, separaciones y otros desencuentros cuyos motivos habría que sospechar no solo en nacionalismos locales sino en estrategias mundiales de confrontación y en nuevos acomodos de poder intraeuropeos piadosamente ocultados tras una cada vez más desvaída unión europeista. No dejan de ser hoy día válidas las viejas consideraciones de los eslabones débiles y periféricos de la cadena europea, que haría de la Península Ibérica un probable candidato a devenir unos segundos Balcanes europeos, en virtud de consideraciones no fáciles de resumir en unas líneas. Obviamente poco o nada pesarían en este laberinto político las regiones más débiles y carentes de una clara conciencia histórica, cultural y política de su existencia, entre las que sin duda se puede incluir a Castilla. La desaparición probable de ciertos estados nación europeos, entre los que se incluye España, que en cuanto modernos epígonos de la Revolución Francesa no son por otra parte -fervores nacionales al margen- instituciones demasiado vetustas y venerables, a lo sumo 200 años, dejaría a muchos habitantes de regiones sometidas a un proceso secular de despojamiento de sus tradiciones forales, jurídicas, sociales y políticas, y sometidos directamente al enorme poder del estado moderno y sus agencias, sin cuerpos intermedios que valgan, y, lo que es aún peor, víctimas de un síndrome de Estocolmo que vitorea y jalea a su raptor, como es el caso castellano , los dejaría, digo, en la situación que ha hecho célebre el título de un libro de un famoso autor de temas empresariales: ¿ Quien se ha llevado mi queso? .

Mucho más ásperamente, o a la pata llana, otros expresarían la cuestión con la directa vulgaridad popular: “ además de puta, penitente”. Ya parece, las cosas empiezan a desquiciarse a tal extremo, que hasta en Castilla se empiezan a coscar algunos del asunto. Eclipsados el pensamiento y la conciencia social castellana por la abstracción de lo genéricamente español, cuidadosamente inoculado durante siglos, apenas existe en Castilla densidad social que preserve una posible reacción frente a los acontecimientos que probablemente no estén lejos de irrumpir. Algunos pocos, fundamentalmente jóvenes, empiezan a advertir en las realidades presentes todos los desvaríos propios de una pesadilla, y comienzan a tientas a desperezarse a la pregunta ¿ Quo carallo vamos?. Lejos de la reflexión profunda, que por otra parte pocas o ninguna de las instituciones y agrupaciones actuales ayuda a plantear y menos aún a resolver, sucumben a las simplificaciones inevitables de la política partidaria, a la emoción de la acción, a la chata disciplina de la militancia, la ferocidad inmisericorde de la lucha por el poder, en suma lo que con latinejos antañones se expresaba como sacrificium intelecti. Parafraseando a Brecht frente a los pensadores que parece que actúan menos de lo que se advierte, se encuentran los activistas que piensan todavía menos de lo que parece, Así hemos llegado a una situación en que el último baluarte de lo castellano parece residir en algunos partidos políticos, algunos de ellos intitulados nacionalistas, que utilizan a Castilla y lo castellano como consignas movilizadoras convenientemente desfiguradas y desvirtuadas de una hasta ahora escasísima militancia presta a la aventura del laberinto político moderno.

En una rápida panorámica del incipiente nacionalismo partidario autodenominado castellano - mejor denominado como pancastellano-, llama poderosamente la atención la similitud de tópicos ,convenientemete simplificados y sometidos a los más crasos de los procesos de reducción, con otros nacionalismos denominados a veces en el argot periodístico periféricos: primado de la lengua, someras y precipitadas definiciones de cultura, etnia, pueblo y algún que otro vocablo del escaso glosario del nacionalismo moderno, que en la mayoría de los casos no pretende sino establecer distinciones entre lo común y lo exclusivísimamente singular, unas veces con visos de realidad y otras veces producto de una fantasía más que deplorable; distinciones ante las que se pretende que caiga postrado en hinojos el personal, lo que trae a la memoria aquellas frases de Zhuamgzi acerca de la razón clasificante o mente acabada:

Todo el mundo obedece su propia «mente acabada» y la venera como si de su maestro se tratara. A este respecto, podemos decir que nadie carece de maestro. Quienes conocen la realidad de los fenómenos incesantemente cambiantes y aceptan [la ley cósmica de la Transmutación] como criterio [de entendimiento] no son los únicos que tienen maestros. [En este sentido,] hasta un idiota lo tiene. Resulta imposible a un hombre insistir en la distinción entre lo «correcto» y lo «erróneo» sin una «mente acabada». Es tan imposible como que un hombre parta [del norte] hoy y llegue a Yue [en el extremo sur de China] ayer'.

(Toshihiko Izutso. Sufismo y taoísmo. Vol II. P 57 Ed Siruela. Madrid 1977)

lo que sin duda confirma la vehemente sospecha de que cualquier idiota puede ser nacionalista sea de la especie que sea.

Faltan sin embargo alusiones a opresión, tiranía, invasión poblacional y genocidio del pueblo que otros pueblos atribuyen a una España en la que indiscriminadamente incluyen castellanos, lagarteranos, maragatos, murcianos, agotes, leoneses, gitanos y cualquier otro pueblo que no sea el pueblo del nacionalismo en cuestión. Es curioso a este respecto que el nacionalismo catalán incluye en la maléfica España al pueblo aragonés, que durante largos siglos convivió en confederación con catalanes y valencianos, pero naturalmente la alineación nacionalista no es amiga de los matices, precisa de claroscuros drásticos y de perspectivas paranoicas. En este sentido el moderno nacionalismo castellano tiene aparentemente unas fenomenales carencias, no puede señalar claramente a un enemigo cruel, sádico y odioso, que viva en un territorio vecino territorialmente delimitado, del cual haya sido objeto de feroces imposiciones militares sin cuento, opresiones lingüísticas y culturales e invasiones demográficas que alteren la pureza racial del pueblo. Obstinado no obstante en seguir el modelo del moderno micronacionalismo, de mucha mayor fortuna en otros pagos, postula a su vez el nacionalismo neocastellano como enemigo singular - para ser micronaciolísticamente correcto- a España, una España demasiado abstracta, que no tiene un territorio concreto, una población concreta y una lengua concreta; una España un tanto fantasmal y onírica, poco eficaz para fines de movilización política, de enervación paranoica de ánimos y en definitiva muy demasiado poco carnal y real para alcanzar el satisfactorio climax sádico-masoquista del orgasmo-independencia contra algo o contra alguien. Examinados con detenimiento la noción de España de los más extremosos nacionalistas pancastellanos, difícilmente se puede detectar como tal el gobierno central, químicamente abstraido de los gobernados, y solo en el mejor de los casos hay una categoría detestable de seres que por extravíos culpables de su cerebro reciben el adjetivo injurioso de españolistas y que junto con el gobierno forman ese alcaloide abstracto y semietéreo de lo que llaman España. Las pocas veces que desde los nacionalismos periféricos se toma en consideración el nuevo nacionalismo pancastellano, suele ser para pegar carcajadas histéricas y neurasténicas a mandíbula batiente:” escuchen la nueva boutade de estos advenedizos y excéntricos nacionalistas del momento: Castilla no es España “. Si fueran conscientes de lo que dicen tendrían muchísimo cuidado de no atacar y respetar uno de los más importantes los dogmas inmutables de otros nacionalismos, que en todos sus cónclaves ratifican sin herejías discrepantes: el más horrible monstruo de maldad inimaginable es España y Castilla lo peor de ella.

Llama poderosamente la atención el escaso valor dado a la historia en el nuevo nacionalismo pancastellano - al revés que en otros micronacionalismos- con torpes e ignorantes, aunque a veces mendaces e intencionadas, confusiones entre León y Castilla. Es inevitable que el militante de a pie satisfecho con las urgencias de la acción apenas tenga tiempo ni deseos de ilustración y conocimiento, basta con unos pseudo-principios programáticos de partido y las directrices behavioristas medianamente manejadas de un cursillo para militantes; en realidad no se trata más que una prolongación de las técnicas de propaganda subliminal de la política moderna que empezando por Lenín intentando hacer pasar la minoría por mayoria, la autocracia por democracia, y el terror por libertad, siguiendo por Mussolini y su utilización histriónica de radio, no menos que por los mantras magnetizadores de Hitler, que desembocaron finalmente en esa genial formulación de su ministro de propaganda Goebels: ”una mentira mil veces repetida se convierte en verdad”.

Carente de un diseño micronacionalista coherente, el nuevo nacionalismo pancastellano, no puede señalar siquiera con mediana habilidad a un enemigo concreto en el espacio y en el tiempo del cual liberar su atribulada existencia, salvo metáforas delirantes de un España formada por sus gobernantes y los cerebros obnubilados de los españolistas, de dudosa definición por otra parte; elucubraciones todas ellas que naturalmente no convencen ni siquiera a sus correligionarios de latitudes vecinas. Insatisfactorio en sumo grado el planteamiento de este nacionalismo, en la búsqueda de liberaciones no muy bien especificadas viene al final a dar, como todos los nacionalismos, en un pragmatismo de exaltación de la nación o micronación, es decir un nuevo episodio de paroxismo de la nación y del poder como paradigma político, unanimidad sin diferencias, la extensión territorial llevada a lo máximo, masas de maniobra obedientes a la concepción partidaria que pretende dominio y mando en cuanto depositario de lo que erróneamente considera que es Castilla y otras maravillas de la moderna política partidil de conquista del poder. Así por arte de magia lo que pretendía ser una negación de España como estado nación aplastador de pueblos se convierte en menor escala en una afirmación de lo peor de la España moderna: poder y extensión por encima de todo, negación de las diferencias de los pueblos comprendidos en ese espacio: leoneses, castellanos, manchegos; afirmación exclusiva del uso común de la lengua castellana como único identificador cultural unificador, desprecio de la historia, de formas jurídicas y sociales discrepantes, elevación de breves momentos históricos a categoría de mitos intocables, amenazas, insultos, acusaciones de secesionismo y herejía a quien no comparta sus puntos de vista, y otros etc. . En suma una versión en miniatura del imperialismo, nada raro en organizaciones cuya única razón de ser, oculta tras justificaciones liberadoras pseudológicas, es la pura y simple voluntad de poder y dominio. Es curioso que entre algunos vecinos leoneses, en teoría beneficiarios de la nueva aura de liberación, es donde con más perspicacia e intuición se advierte el juego del nuevo nacionalismo pancastellano.

La verdadera Castilla foral fue lo más opuesto que cabe concebir una nación de cuño moderno a la que aspiran los nacionalistas pancastellanos, curiosamente parecida a la propugnada por Onésimo Redondo en épocas de violentos delirios falangistas; ni siquiera una puesto que era un conjunto de pequeñas repúblicas cuyo funcionamiento se resolvía en una confederación admirable que poco tiene que ver con el actual estado unitario de corte jacobino y cuyo recuerdo es una permanente lección de ordenamiento social y político para Castilla y para Europa; menos aún ciudadanos uniformes sin historia ni tradiciones, ideal del nuevo nacionalismo pancastellano; tampoco grande, los territorios castellanos auténticos nada tienen que ver con 17 provincias -¿ porqué no 28 o 42 si todas hablan castellano?-, como goebelesianamente afirman todos los partidos nacioanalistas pancastellanos; y en cuanto libre la Castilla foral fue más tierra de libertades forales concretas que no de libertad abstracta de la teoría política moderna. Y además tras las soflamas de hedor falangista de Castilla una, grande y libre, modernamente apocopada en la expresión Castilla entera o total, que así fue milosevicianamente bautizada por Sánchez Albornoz, se oculta el llamamiento burdo a cerrar filas y cerebro tras el partido o los partidos que proclaman la menos que regular nueva; en definitiva el deseo latente de encumbrar unas nuevas oligarquías partidarias tras apelaciones emotivas y calculadas a desgracias bien patentes en Castilla.

Así -¡oh paradoja!- los nacionalistas pancastellanos son los más ardientes partidarios de la desaparición definitiva de todo lo singularmente castellano, hasta incluso su recuerdo del pasado, disuelto todo en un magma indiferenciado donde todos los gatos son pardos y las churras se mezclan con las merinas, donde leoneses, castellanos y manchegos son los mismo por hablar la misma lengua y que nadie se desmande; exigen con voz de mando autoritaria, gritona y cuartelesca unidad por encima de todo: ¡desaparezcamos del todo en la unidad abstracta para ser más eficaces en las tareas del poder y del imperio!. A veces podría parecer que hay eximentes en las órdenes de brutal y sádico sargento que subyacen en sus pretensiones políticas: unos aseguran que son de la más grana izquierda, poco enterados sin duda de lo que fue la historia real y sangrienta de la izquierda en el siglo veinte, otros se dan más a la cosa socialdemócrata, que en la época de la ambigua tercera vía ya no se sabe que significa, otros, los que se pretenden más extremistas, gritan desaforados muera España y abajo el españolismo, maldición conjuratoria que mayormente hace reír más que otra cosa.

En honor a la verdad dentro de estos partidos pancastellanistas las cosas no son tan políticamente correctas como parece, ni siquiera tan micronacionalísticamente correctas como parece; tras los desenfadados y pogres insultos a España y el españolismo y las protestas de izquierdismo más o menos consistente, hay algunas cosas bastante siniestras que figuran como documentos señeros y paradigmáticos de estos partidos; concretamente la famosa carta del ya senil D. Claudio Sánchez Albornoz dirigida a D. Francisco Iglesias Carreño secretario general del Partido Regionalista del País Leonés, en donde don Claudio propone la unión indiscriminada de Castilla y León para defenderse de los zarpazos de las otras comunidades. Las cosas cobran desde el punto de vista aportado por este documento nuevo e inquietante aspecto, cuanto menos más concreto y pragmático, ya no se trata aquí de renegar teórica y alegremente de España y el españolismo, sino de cerrar filas al viejo estilo de: ¡ Santiago y cierra España!. Se propone la Castilla Total, o con un lenguaje más moderno a lo Milosevic la Gran Castilla, donde desaparezcan las identidades de León y de Castilla para mayor eficacia en la lucha contra otras autonomías; facsímil siniestro de las luchas del centralismo español contra la periferia; brutal pero cierto, en estas líneas aparece claramente el enemigo al que apuntan, como no puede ser menos, los nacionalistas pancastellanos; no hay nacionalismo sin enemigo a batir. Naturalmente todo esto se puede acompañar sin rubor ni vergüenza - faltaría más en un político- de milongas tiernas sobre una confederación de pueblos fraternos pero el documento y su idea de fondo, considerado sin titubeos ni dudas como guía de actuación política partidaria, puede ser consultado públicamente en medios gráficos y telemáticos de los partidos pancastellanistas en cuestión por aquellos que tengan dudas o interés. Si se entendieran bien estas cosas tal vez se considerarían un poco menos fraternos los diversos nacionalismos de los pueblos ibéricos

Ante el panorama, no del todo improbable, de una balcanización de la península ibérica, se cuenta ya con partidos nacionalistas prestos a la lucha, condición necesaria y bastante suficiente para desencadenar un espectáculo dantesco como el ya visto en otros lugares de Europa, suponiendo que no esté ya sordamente desencadenado, con episodios a veces no tan sordos. En el caso del nacionalismo pancastellano tiene añadidos importantes, acaso crear campos de concentración y exterminio de leoneses o manchegos díscolos con la Gran Castilla, terrorífica versión de aquel infantil: pan y tomate para que no te escapes. Por otra parte parece que los partidos nacionalistas de vario pelaje, cada vez más problemática la subsistencia del bipartidismo turnante, empiezan a tener una cierta expansión. Los idus de marzo nos sean propicios.

Pese a los amagos de tremendismo infantiloide del nacionalismo pancastellano hay unos sorprendentes aspectos de domesticación y sometimiento abyecto que no han pasado desapercibidos a muchos; así uno de los partidos de dicho espectro han tenido sus más firme bastión en Burgos, no ciertamente con la pretensión de recuperar la vieja sede de la cabeza de Castilla por la que fueron incapaces de luchar los burgaleses en su día, sino más bien para reafirmar a Burgos como aldea de la cada vez más poderosa Valladolid, adonde acude presto el estado mayor del partido, y para confirmar una tan extensa como vacua noción de Gran Castilla, al socaire de un abortado e intrascendente intento de constitución federal en la Primera República española. Así acomete la sucia de tarea de dar por bueno el engendro híbrido de Castilla y León y disolver hasta el recuerdo de las diferencias entre León y Castilla, tan ingrato a las oligarquías vallisoletanas fundamentales valedoras del engendro; acaso tal comportamiento sea agradecido más que con palabras por la Junta de Castilla y León. Por otra parte el pretendido realismo progresista de los mencionados nacionalistas propende a evitar consideraciones del pasado, denigradas como antiguallas en ocasiones, poco favorables a sus tesis de pancastellanismo aséptico, irreal, vacuo y etéreo, para concentrarse en reivindicaciones cuantitativas materiales y monetarias; es decir suplantar libertad –no sabrían posiblemente que hacer con la madama en cuestión- por bienestar, en sorprendente coincidencia con la postura de José Bono, huir de raíces e historia y hacer una autonomía insípida y aséptica de servicios ciudadanos. Aquí encontramos esa constante invariable de lo políticamente correcto y progresista de sumisión tiránica de lo humano a un común denominador estándar una de las facetas más inquietantes de la globalización advertida proféticamente por Alexis de Tocqueville mucho antes de que existiera el G8:

«El tipo de opresión que amenaza a los pueblos democráticos no se parecerá a nada de lo que la ha precedido en el mundo: nuestros contemporáneos no podrán encontrar su imagen en la memoria. Yo mismo busco en vano una expresión que dé la idea exacta que yo me formó y contengo en mi mente. Las antiguas palabras de despotismo y tiranía no convienen ya. La cosa es nueva, conviene por tanto definirla, ya que no la puedo llamar por su nombre. Quiero imaginar los rasgos del nuevo despotismo en el mundo. Veo una multitud innumerable de hombres, semejantes e iguales, que giran sin reposo sobre ellos mismos para procurarse viles y pequeños placeres con que llenar su alma. Cada uno, arrinconado y como extraño al destino de todos los demás. Sus niños y amigos particulares forman para él toda la especie humana. El resto de sus conciudadanos vive a su lado, apartado, y no los ve. Los toca y no los siente. No existe más que en sí mismo y para él solo y si le queda aún una familia se puede decir al menos que no le queda una patria. Por encima de todos éstos se eleva un poder inmenso y tutelar que se encarga sólo de asegurar su gozo y velar su suerte. Este poder es absoluto, detallado, regular, previsor y dulce. Se parecería a la patria potestad si como aquella tuviera por objeto preparar hombres para la edad viril. Pero él no busca, al contrario, sino fijarlos definitivamente en la infancia. Desea que los ciudadanos gocen, pero que no sueñen con otra cosa. Trabaja gustoso para su felicidad, pero quiere ser su único agente y árbitro. Provee a su seguridad, prevé y asegura sus necesidades, facilita sus placeres, dirige sus principales negocios, su industria, arregla sus sucesiones, divide sus herencias. Casi quisiera quitarles por entero la molestia de pensar y la pena de vivir.»


Así que la nueva visión nacionalista pancastellana resulta, pese a la verborrea de matón adolescente, sospechosamente reverente, lacayuna y devota de los poderes establecidos; eso por no hablar de la concepción miloseviciana de la que se declaran explícitos seguidores, que no es sino herencia de las luchas del centralismo español contra las díscolas periferias, lo que hace más que sospechosa la presumible herencia de la que se pretenden acreedores: ser lo que algunos periodistas han llamado “lo que queda de España” ante una posible secesión de otros pueblos, con los peores vicios de la tal España: uniformidad, intolerancia ante la disensión, unidad abstracta y hostilidad ante la diferencia interna y externa. Que duda cabe que ante una posible desaparición de España la Gran Castilla de los nacionalistas pancastellanos sería con toda probabilidad la heredera del legado mortuorio, del cual acaso ya estén cobrando cantidades a cuenta. Todo ello sin mencionar los posibles apoyos de otros nacionalismos muy necesitados de mantener el cliché de un odioso enemigo, que cumple a la perfección el nacionalismo pancastellano substituyendo la palabra España por Castilla o mejor la Gran Castilla, el peor epígono concebible de España. En tal cacao oscuro no resulta nada sorprendente que empiecen a darse casos de políticos, alcaldes y diputados de importantes partidos más bien derechosos y conservadores, aunque ¿ cual no lo es hoy día?, que ante las rígidas estructuras organizativas y jerárquicas de esos partidos reconsideren el viejo dicho: “ más vale cabeza de ratón que cola de león”, y sin ningún empacho se pasan a los partidos pancastellanos, ante el alborozo incontenible de estos últimos, dándoseles por supuesto un comino Castilla y lo castellano, que en la mayoría de los casos no tienen siquiera ni el gusto de conocer. Incierto se presenta el reinado de Witiza, nada parece trigo limpio en todo este asunto.

Adorando el estado en contrita genuflexión ante el altar del temible Moloch de poder y de violencia, todos los nacionalismos y micronacionalismos modernos suspiran anhelantes por el estado, bien el que existe o bien el que está por venir, al que por sobrenombre se le podía denominar también “el deseado” como aquel rey español de vergonzosa memoria; parece que hay una herencia fatal implícita en los países donde dominó la espiritualidad católica: Cataluña, País Vasco, Galicia, León, Castilla o España (suponiendo que sea algo distinto del conjunto de las anteriores y de otras), bien diagnosticada por el filósofo rumano Lucian Blaga:

Descubrimos en la estructura más íntima y más permanente del catolicismo una manifiesta voluntad de poder, aspiraciones cesáricas, un sutil espíritu jurídico, un fuerte espíritu de disciplina, una incesante disposición de lucha con las fuerzas políticas y sociales… El espíritu católico ha cortado de la temporalidad el lote de las categorías inherentes y adyacentes a la idea de Estado y las ha asimilado en grado con lo trascendente . Entre estos dos polos entre trascendencia y categoría sacral-estatista , oscila constantemente, siempre alerta, la vida católica

G. Uscatescu. La aventura de la libertad pp 179-180 Instituto de Estudios Políticos. Madrid 1966)

Diferente por supuesto de la concepción y bipolaridades del cristianismo primigenio, mejor conservadas en la ortodoxia -sorpresiva caja de pandora de anarquías varias para los occidentales- que considera nuestro mundo como la epifanía de un mundo puramente espiritual y vive la parusía como algo permanente. No es así extraño que en clima progresivamente adverso las libertades forales castellanas sucumbieran a medida que la cristiandad católica occidental se fuera apartando poco a poco del cristianismo de los orígenes u ortodoxo para devenir romano y cesáreo al socaire del imperio y de reinos de origen germánico, proceso que aproximadamente culminó con la desaparición del arte románico.

Y así jugados los dados del azar hemos venido a dar en el actual estado de cosas, en que en medio de la más atroz confusión se puede contemplar el ocaso de todo un mundo de valores, en el que parece que también naufraga Castilla como pueblo, como vieja nación que fue, precipitada al abismo con más saña si cabe por los que se dicen sus entusiastas, los ladinos nacionalistas pancastellanos, cuya novedad consiste precisamente en ser nacionalistas de la abstracción y de la nada, pese a los beneficios sin duda importantes que obtengan de ello. En dicho estado de cosas y orden a preservar la memoria no procede actuar en lo que se refiere al pensamiento y comunicación escritos como hace un cuarto de siglo, cuando existían al menos unas ligerísimas expectativas de restauración pronto truncadas ante más poderosos intereses. Ya no es el momento de concentrase con exclusivismo en las reseñas de los pequeños festivales folclóricos, de las movilizaciones minúsculas, ni de las marchas o rutas comemorativas, ni del recuerdo de las pequeñas glorias locales, ni de los amenazas ecológicas en un pequeño rincón, ni de atentados contra el patrimonio artístico, ni de las adhesiones a determinadas declaraciones políticas o de apoyo políticamente correcto a ciertas marginaciones; todo esto resultó necesario cuando se salió del más absoluto silencio, censura y olvido, pero al ser hoy día otras las condiciones este cometido ha pasado a ser perfectamente inocuo, trivial y astutamente aprovechado por los grupos pancastellanistas, especialistas en naderías, dotados para esto de mayores medios y posibilidades.

“From lost to river” como decía el título de un libro entre sarcástico y desternillante, venganza sutil de los negados para el inglés, y que pretende ser nada menos que una traducción cheli del rancio refrán : de perdidos al río. En esta tesitura se precisa un arranque temerario para volver por nuestros fueros, un intento de profundización y a la vez de divulgación que no puede quedar en cortos y limitados clichés que por otra parte ya otros manejan a su capricho, un remontarse a la tradición para las que las actuales condiciones son más adversas que nunca, una comprensión de lo universal realizada en las actuales condiciones de lugar y tiempo, pues como decía Novalis la historia no se comprende si no es en lo universal.

Una mínima exigencia de calidad precisa una cierta selección de temas que bien podría ser una reflexión sobre un hito importante, un comentario detenido sobre alguna exposición pertinente o también -¿porqué no?- una reproducción de artículos, fragmentos de textos, de libros o revistas; en muchas ocasiones es preferible una reproducción literal de un buen texto que una mala disertación original, y precisamente la especificidad castellana no es un tema tan sobrado de literatura como para rechazar alguna posible alternativa; además la ignorancia de estos temas añade un factor de agravamiento que acucia la prueba de diversos métodos de comunicación. Obviamente acecha la Scila o escollo peligroso del especialismo en lo minúsculo, que sin duda dejaría perfectamente apático al posible lector, que acaso lleve a más de uno por reacción al Caribdis o acantilado de la trivialidad, vulgaridad o cháchara insustancial de lugares comunes y tópicos petrificados, más propios de un partido político que no de una asociación cultural que se precie minimamente. El reto es esa difícil combinación entre doctrina, dato histórico, ensayo, intuición y memoria donde a veces las intermitencias del espíritu consiguen una resonancia anímica digna de cultivarse. Dominar el arte de la cita esencial con el comentario y apostilla xeitosa, el columpio entre ironía y estilo; la cita bibliográfica exacta y la convicción de que los archivos y bibliotecas son cementerios de una cultura muerta que nunca alimentará al buen pueblo; la luz hay que ponerla encima de los candeleros. Nada está garantizado en este sentido, tan solo se señalan unas claves que hay que aprender a solfear con gracia; se trata de aprender e interpretar a la vez el arte de la vía o camino, el arte de la ruta de Ulises.

No conviene castigarse de entrada con la rigurosa sentencia de que no se dispone de especialistas, ni eruditos en los temas a tratar, la travesía propuesta incluye tanto el aprendizaje como la enseñanza, la iniciativa individual acertada como la ayuda mutua para colmar ignorancias muchas. En ese sentido se podrían combinar trabajos individuales, trabajos en equipo y trabajos sencillamente anónimos, puesto que de todo hay en la viña del señor. Igualmente cabe combinar la sección fija, como eran las editoriales de antaño, la crítica de libros o la sección de noticias varias, con el tema monográfico más o menos extenso.

La pretensión implícita en las líneas anteriores llevaría a replantearse algunos aspectos importantes de la publicación: en primer lugar lo referido al tamaño, es más que probable que un tratamiento medianamente profundo e interesante de un tema monográfico no quepa ni sea adecuado leerlo en una sola hoja; para usar las convenciones al uso conviene replantearse si se está dispuesto a pasar de un pequeño periódico a una pequeña revista, el cambio propuesto no es meramente cuantitativo. El problema de la periodicidad presenta también un aspecto completamente diferente, un tratamiento de temas monográficos previamente seleccionados necesita esforzados voluntarios, dispuestos a sacrificar una parte de su tiempo para colaborar en la magna obra, lo que a veces precisa tener paciencia y más valor que el Guerra (el torero). Además sería importante plantearse si los temas de carácter monográfico deberían ser objeto de una evaluación por un colectivo más o menos experto o al menos interesado en la materia, procedimiento ya habitual en el universo ultrapoblado de las muchas publicaciones especializadas, aunque ciertamente no es el caso del tema castellano; muy posiblemente sea la aquí propuesta la única revista sobre Castilla desde un prisma genuinamente castellano. La evaluación propuesta podría dar lugar a una retroalimentación de ideas en orden a ampliar y corregir los ensayos, o incluso dar lugar a otro ensayo de contestación con el consiguiente tiempo de preparación. De esta forma una selección previa de temas implicaría un calendario de meses y aún años para salida de la revista, con todas las holguras propias de estas planificaciones. En ese sentido dos números de revista al año sería ya un éxito de infarto, tres números caerían de pleno en el irrealismo fantástico.

Naturalmente que tras la disquisición previa acecha ya la cuestión: ¿ pero de que temas monográficos se trata?, que induce al ánimo a una perplejidad dubitativa y obnubilada, que a manera gallega trata de salir del paso con otra pregunta :¿ esta rata quien la mata?. Solo por vergüenza torera y llegado el momento de la verdad, se carga la suerte y se estoquea con el cálamo:


Concejos, cortes, mandato imperativo, hermandades y absolutismo.

Del derecho consuetudinario castellano al contrato social. Pueblo, nación y poder.

Conferación. Lo castellano y lo helvético.

Poder social y poder político. La restitución.

Una rendija de pensamiento hermético : Sanz del Río y el Krausismo.

Un testigo castellano: Jiménez Lozano .

Tanteos modernos: el movimiento cantonal en Castilla.

Últimos resquicios del foralismo castellano. El carlismo en Castilla.

Figuras señeras del pensamiento castellanista.

Corriente y partidos políticos castellanistas. El reciente nacionalismo neocastellanao.

Interrogantes sobre la demografía castellana. Finaciación de las pensiones. Dimensiones mundiales de la inmigración.

Recursos naturales: agua, tierra, bosques, viento. Especies animales y vegetales castellanas en la alimentación y la farmacopea.

Singularidades de la gastronomía. Ganadería. Ciclos de la naturaleza. Calendario litúrgico

Medicina y farmacopea popular castellana.

Mutualismo gremial en la Castilla medieval. El germen de la seguridad social.

Dialectología en Castilla.

Cuestiones etnológicas. Componentes no indoeuropeas:lo ibero.

Tronco de lenguas ibéricas: el vascuence en la Castilla Condal..

Aspecto popular de la caballería castellana medieval.

Mística castellana y pensamiento ortodoxo bizantino.

Geografía de las comunidades de villa y tierra.

La guerra de los cien años y Castilla.

¿ Es posible despertar?. La mediatización , anteojera y somnífero inevitable.

Heráldica castellana.

Símbolos,fechas y fastos paradigmáticos de Castilla.

Deportes autóctonos castellanos.

Literatura popular, romancero, romances de cordel , teatro popular.

Arte, artesanía y oficios populares castellanas.

Musica popular, instrumentos, carmina,canciones medievales, renacentistas y modernas.

Leyendas populares y mitología castellanas.

Patrimonio rural y rutas no convencionales en Castilla

Francesada, desamortización y destrozo cultural en Castilla.

Iglesia, pensamiento y arte en Castilla

Diferencias significativas con el País leonés.

Diferencias significativas con el País toledano manchego.

De la picaresca a la delincuencia. Desestructuración de la familia y la sociedad, marginación, delincuencia juvenil, drogas y vida de mala nota en Castilla.

Esta enumeración improvisada y un tanto desordenada no pretende ser exhaustiva, se trata solo de una pequeña muestra de posibles temas monográficos a desarrollar con un adecuado grado de profundidad y extensión adecuado para una publicación destinada en principio a un público diverso. En cualquier caso la finalidad es mucho más suscitar interés, fascinar una poco al lector y desencadenar una pequeña catarsis que no una acumulación inútil de datos eruditos. Así como decía en su poesía León Felipe que tener un hijo es tener todos los hijos de mundo, así también conocer en verdad un país es conocer el mundo y de alguna manera todos los países del mundo. Se pretende contribuir , en lo modesta e improbable medida en que lo puede conseguir el cálamo y el papiro, a despertar la responsabilidad y la conciencia de la tarea pública que, muy olvidado desgraciadamente en la abstracta sociedad moderna, empieza por lo próximo. Ni el sistema económico capitalista que pretende del individuo el paradójico comportamiento como alto consumidor y una retribución adecuadamente barata como productor, ni un sistema político que pretende dejar en manos de las oligarquías de los partidos todas las decisiones, ni un sistema mediático dependiente en buena medida de las instancias anteriores, son los más adecuados para fomentar responsabilidad e interés por la cosa pública, como vemos no solo en las declinantes participaciones en las consultas políticas de los países accidentales, sino hasta en las modestas reuniones de comunidades de vecinos. En este sentido la desintegración de la colectividad castellana se puede decir que ha llegado a límites atómicos, raramente alcanzada en Europa. El cultivo de la consciencia, como despliegue de la sabiduría en la persona, es también una manera de internarse en la plenitud del ser y la felicidad, de acuerdo con la triple formulación del vedanta hindú: sat, chit, ananda o sea ser, consciencia, beatitud.

El peligro, en el caso de la cultura local, es la tentación de la limitación exclusivista, la simplificación y la reducción empobrecedora y confusa, demasiado presentes en muchos nacionalismos, más prestos a la movilización y el ataque paranoico que no a una mínima apertura a la sabiduría. En realidad perdidos a todos los niveles los puntos de referencia y los horizontes tradicionales en el occidente que nos ha tocado vivir, apenas queda algo más que aislado aunque curiosamente uniforme individualismo, racionalismo cuantitativista y un pragmatismo alicorto, carente del más mínimo aliento especulativo, por no mencionar siquiera los principios metafíscos de los que deriva el sentido de la vida humana; con estas premisas la diferencia, en cualquier terreno que se contemple, no es despliegue de la infinitud sino errática y casual novedad sin relación alguna con otro evento igualmente casual y errático; anuladas así las posbilidades de comprensión y relación se camina fatalmente hacia una nueva Babel de incomprensión y discordias no solo en los lenguajes sino hasta en las cosas, así en la más rabiosamente moderna de las especialidades electrónicas, se puede comprobar como entre redes y releases, servidores y clientes, hosts y terminales tontas, pilas y capas; traductores y compiladores, instrucciones y eventos, ficheros planos y bases relacionales, ya ni los propios especialistas de la varita mágica de la informática se entienden entre ellos.

Parece que se impone una rectificación, aunque más problemático es que se pueda efectivamente rectificar; así como en el ámbito personal el principio de un cambio empieza por tomar distancias con relación a lo exterior y concentrarse en lo interior, así en el ámbito de lo social hay que pararse, distanciarse de los atributos más externos y abstractos de nacionalidad oficial, garantías constitucionales y documento nacional de identidad y concentrarse en el pueblo en que ha nacido, que la ha inculcado una cultura, en su historia y en su porvenir con el ánimo de llegar al sentido cabal de esto: pueblo, historia, pasado y futuro; arduo ejercicio este que pocos están dispuestos a llevar con honestidad hasta sus últimas consecuencias. Acaso la primera perplejidad sería constatar que lo que se han considerado tradicionalmente pueblos poco o nada tiene que ver con esa interpretación ingenuamente optimista de la Ilustración: el contrato meramente voluntario e individual que da lugar a la colectividad, que tras siglos de instrucción moderna apenas deja discernir otra cosa en la mayoría, y que asombrosamente ha llevado a pueblos que conservan memoria de su ser y su transcurso a confundir al pueblo con su articulación en nación y en estado moderno , con todos los atributos de acumulación de poder, de exclusión, de expansión y de violencia inherente a esta moderna institución política. Es penoso pero es también menester reconocer que el estado moderno ha sido una monstruosa desviación que so capa de inciertas liberaciones y progresos ha desencadenado las más feroces y sangrientas guerras que se han conocido en la historia de la humanidad, y en realidad eso es nada en relación con las que todavía puede desatar. La proliferación de nacionalismos y micronacionalismos en el solar de la vieja Europa no augura ningún futuro dichoso.

Hace ya tiempo que ante la desviación de la Unión Europea de sus iniciales propósitos de orden keynesiano de bienestar social y su reducción a mero espacio monetario de intercambio capitalista, surgieron críticas reclamando la Europa de los pueblos; probablemente nada haya más ambiguo que la utilización de la palabra pueblo en medios políticos, sindicales o asociativos pero no obstante se oculta una verdad más importante de que algunas consignas dejan traslucir. La globalización del individualismo, valga la paradoja, es el primer escollo a superar en orden a recuperar los orígenes; en este sentido hay que reconocer que los estados modernos han sido los mejores gestores del incremento del individualismo actual. Acaso hasta que los pueblos no sepan superar la moderna institución del estado, Europa no podrá volver a recuperar sus raíces espirituales tradicionales –términos que sorprenderán a más de uno-, ni los pueblos europeos encontrar su lugar en ella, que no es por supuesto un punto de encuentro para riña de gallos de pelea. Por si todavía dice algo: cristiandad era el nombre de Europa en la Edad Media, razón profunda que dio lugar a una ecumene o comunidad espiritual, rota cuando aquella se fraccionó y de improbable reconstitución; es muy difícil imaginar una unión de pueblos organizados en diversas naciones y estados modernos puedan llegar a algo más que una tregua más o menos dilatada a través de acuerdos comerciales o económicos, con directivas sobre cuotas lecheras, sobre normas de calidad industrial o moneda única; se olvida con demasiada frecuencia que la economía es un terreno de argucias, confrontación, de polemos; los motivos de una unión profunda son irreductibles a la economía. Claro que tampoco cabe esperar mucho de emociones internacionalistas ni de declaraciones pomposas y campanudas del Consejo de la Comunidad Europea. Recordando otra vez a Zhuamgzi es mucho más sencillo detectar diferencias, discordias y agravios que motivos de unidad y de concordia, y superar esa sencillez, que a veces no supera siquiera la idiotez, es el desafío de los pueblos que tienen que volver a reencontrar su destino en Europa, si quieren tener algún sentido e incluso si quieren sobrevivir a plazos no muy dilatados. Una Europa de raíz espiritual profunda, de pueblos y de hombres no de estados y naciones fieramente independientes y prestas a defender con armas y violencia su solipsismo ancestral y cavernario.

Así pues comprendernos como pueblo castellano puede ayudarnos a entendernos mejor como parte de lo que un día fue cosmos europeo y tal vez de lo que pueda ser en el futuro un nuevo cosmos europeo, porque el orden y equilibrio a que responde la palabra cosmos nada tiene que ver ya con la Europa actual, y lo que es más importante comprendernos a nosotros mismos; es el cultivo adecuado de lo próximo y particular en la tradición que le da sentido, lo que desvela la clave de lo universal, sin lo que se transforma fácilmente en elucubración o delirio. Aclarando e paso que la manifestación concreta no se reduce a mero cultivo de folclore, dulzaina y alpargata, demasiadas veces argüida por el tanto espíritu fuerte, en el fondo filisteo, que pretende estar mucho más allá de lo que juzga con desprecio como localismos, minucias y apegos al terruño, que desde la atalaya de periódicos, revistas y medios suelen hacer declaraciones y entrevistas llenas de suficiencia donde avisan con fatuidad de titiriteros de su mucha superioridad y cosmopolitismo exento de achaques regionalistas, con un cierto narcisismo que acaso trate sorprender a mirones con sus pavoneos ridículos; en otros casos se trata de puros ignorantes y zafios que se disculpan con referencias a vaguedades genéricas sobre lo humano y lo divino. Justamente entre esta recua de universalismo etéreo que nunca se encarna, suelen encontrase los partidarios de una Castilla y un pueblo castellano sin singularidades, sin atributos discernibles, sin reclamaciones ni reivindicaciones, indiferentes a la injusticia ajena por una parte aunque mansos sufridores de atropellos y abusos por otra, sin voluntad de subsistencia en suma, alternativa ejemplar, según ellos, a pueblos vecinos más díscolos, protestones, carnales, menos universalmente vacuos y menos prestos a sucumbir y desaparecer directamente en medio de la ciénaga del nihilismo mundialista.


Superar la concepción meramente folclorista de jota, morcilla y gaitilla y despejar con claridad la inanidad de la extendida falacia de Castilla como pueblo y hombres sin atributos, a menos claro está de los atributos necesarios para el sostenimiento disciplinado del orden estatal y del engranaje capitalista, es la primera necesidad de una reflexión seria sobre lo castellano a la vez que un comienzo de ejercicio de comprensión sobre la manifestación de la universalidad del hombre en lo concreto y lo limitado. Decía el poeta León Felipe que el que tiene un hijo tiene todos los hijos del mundo, así también el que verdaderamente ha conocido a un pueblo también de alguna manera ha conocido a todos los pueblos del mundo, cada pueblo es un alef misterioso que refleja la totalidad de los pueblos y del universo, pero el moderno nacionalismo empaña fatalmente la nítida contemplación de esa realidad; hasta el más refinado cosmolita resulta que al final es de Socuéllamos o de Semenovskoye; como decía Jorge Santayana el filósfo cosmopolita y enamorado de Ávila: no hay verdadero cosmopolitismo sin pies en la tierra originaria; si en un ejercicio de realismo se empieza a reconocer uno como hijo de un pueblo se está dando un paso en orden a entender aquellas máximas de la vieja sabiduría: “conócete a ti mismo”; o aquella otra: “se lo que eres”.

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