La política no es
real en el sentido último, metafísico, de esta palabra, no llega hasta las
raíces del ser; la política permanece en la superficie y no crea sino una
apariencia de ser.
(N. Berdaieff. El sentido de la creción. Ed Carlos
Lohlé. Buenos Aires1978, p335)
El estado por su
origen, su esencia y su fin no está más animado por el pathos de la libertad,
que por el del bien, o por el de la persona humana, aunque tenga relación con
ellos. Representa ante todo el organizador del caos natural, cuyo pathos es el
orden, la fuerza, la expansión, la formación de grandes entidades históricas.
Si mantiene de una manera
coercitiva un mínimo de bien y justicia, no lo hace nunca porque sea
naturalmente bueno o equitativo – estos sentimientos le son extraños –sino
únicamente porque sin ese mínimo, se produciría una confusión general, que
amenazaría con disociar las entidades históricas; porque peligraría de perder
él mismo toda potencia y toda estabilidad. El principio del Estado es ante todo
la fuerza y la prefiere al derecho, a la justicia y al bien. El acrecentamiento
de su potencia es su destino, lo encadena a las conquistas, a la extensión, a
la prosperidad, pero peligra también de llevarlo a su pérdida. En el conflicto
de las fuerzas reales y del derecho ideal, el Estado opta siempre a favor de
las primeras, y no es el mismo más que
la expresión de sus correlaciones. No puede revestir ninguna forma ideal,-
todas las utopías que lo sugieren están viciadas en su base -, no es susceptible
más que de mejoras relativas, y estas están ligadas a los límites que se le
impone. El estado aspira siempre a transgredir sus límites y a llegar a ser absoluto,
sea bajo la forma de monarquía, de democracia o de comunismo .
(N. Berdaieff. De la destination de l´homme.Essai
d’ethique paradoxale. L’Age d’ Homme. Laussane 1979 pp 253-254)
La política rodea la vida humana como una
formación parasitaria que le succiona la sangre. La mayor parte de la vida
política y social de la humanidad contemporánea no es una vida ontológica real,
es una vida ficticia, ilusoria. La lucha de partidos, los parlamentos, los
mítines, la propaganda y las manifestaciones, la lucha por el poder: todo esto no es la verdadera
vida, no guarda relación con la esencia y los fines de la vida, es
difícil penetrar a través de todo esto para llegar al núcleo ontológico
(N.
Berdaieff. Una nueva Edad Media. Ed Carlos Lohlé. Buenos Aires 1979. p164 )
Ninguna legitimidad tanto de las antiguas monarquías como de las
jóvenes democracias, con su teoría del pueblo soberano, ha conservado su
imperio sobre las almas. No
se cree ya más en una forma jurídica o política, y nadie daría más de medio
copec por una constitución
(N. Berdaieff. Ob
Cit. P70)
La socialización
de los medios de producción no es verdaderamente el fin y la substancia de la
vida. No encontrareis en lo económico nada que tenga que ver con los fines, no
con los medios de la vida. La socialización de los medios de producción no es
verdaderamente el fin y la substancia de la vida. La igualdad económica no es
el fin de la vida. Y tampoco el trabajo material organizado y productivo, que
el socialismo diviniza. La divinización socialista del trabajo material, con
desprecio de sus valores cualitativos, proviene del olvido del fin y del
sentido de la vida. Si el socialismo ha tomado tanta importancia en nuestra
época es porque los fines
de la vida humana se han oscurecido, han sido reemplazados definitivamente por
los medios de la vida.
(N. Berdaieff. Ob
Cit. P154)
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