CONTRA TEILHARD DE CHARDIN por TITUS
BURCKHARDT
El Espíritu, o Intelecto humano posee la capacidad de trascender las
contingencias biológicas, de ver las cosas objetiva y esencialmente, y de
formular juicios. Teilhard de Chardin confunde la facultad cerebral con la
facultad que podemos denominar «noética». El Noûs ( = Intelecto =
Espíritu) no es reducible a la sola actividad del cerebro; el cerebro «va a
tientas» hacia el conocimiento, mientras que el Intelecto resuelve y conoce
directamente. La facultad verdaderamente intelectual—que consiste en distinguir
lo verdadero de lo falso, en operar el discernimiento entre lo Absoluto y lo
relativo— es con respecto al plano biológico lo que la línea vertical es a la
línea horizontal, metafóricamente hablando: pertenece a una dimensión
ontológica enteramente diferente. Y precisamente porque lleva en sí mismo esta
dimensión, el hombre no puede ser solamente un fenómeno biológico transitorio;
al contrario, en este mundo fisico y terrestre, él es un centro absoluto. Esta
centralidad se revela también por el don del lenguaje, que sólo pertenece al
ser humano y que, precisamente, presupone la facultad de objetivar las cosas,
de situarse más allá y por encima de las apariencias.
El carácter absoluto del estado humano y de la forma que reviste en esta
tierra se encuentra confirmado por la doctrina de la Encarnación del Verbo
Divino, doctrina que pierde toda significación en el sistema de Teilhard. Si
es cierto que el hombre posee fundamentalmente la capacidad de conocer a Dios,
si, en otras palabras, el cumplimiento de la función que es la suya por definición
es realmente una vía que lleva a Dios, se sigue lógicamente que la aparición de
un superhombre en la tierra no tiene ninguna justificación. Semejante criatura
sería un pleonasmo.
¡Pobres santos! ¡Han venido un millón de años antes de lo debido! Ni uno
solo, sin embargo, habría aceptado nunca la idea de que se pueda llegar a Dios
en el plano biológico, o por la vía de una investigación científica colectiva.
Según el sistema teilhardiano, la facultad «noética» del hombre está
ligada a su génesis biológica, no como el ojo está en relación con las demás
partes del cuerpo humano, sino más bien como una fase de un desarrollo está en
relación con el desarrollo tomado en su conjunto, lo que no es en absoluto lo
mismo. El ojo puede ver los otros miembros y órganos, aunque sea en un espejo,
pero el simple fragmento no puede tener conocimiento del todo del que emana.
Esto ya lo había establecido Aristóteles: quien afirme que toda cosa está en
un estado de flujo no podrá nunca demostrar esta afirmación por la sencilla
razón de que esta última no puede apoyarse en nada que esté fuera de ese flujo;
hay, por lo tanto, contradicción interna.
Una declaración doctrinal que se refiera no a la metafísica, sino a un
dogma o bien a una cuestión moral, puede ser perfectamente válida en el marco
de una religión determinada, sin que por ello sea necesariamente válida en el
marco de otra religión. Pero esto no se aplica a Teilhard de Chardin; su tesis
sobre el origen del hombre se opone no sólo a la forma y el espíritu de la
doctrina cristiana, sino también a toda la sabiduría tradicional. Digamos
simplemente que esta tesis es falsa y que no expresa la menor partícula de
verdad trascendente. ¿Cómo podría hacerlo, por lo demás, si rechaza la noción
misma de verdad?: según Teilhard de Chardin, la inteligencia misma, incluido lo
que hay de más profundo y de implícitamente divino en ella, está sometida a la
ley del cambio; evoluciona, paralelamente a la supuesta evolución de la
materia, de tal modo que no puede tener un contenido fijo e inmutable; el
intelecto humano, siempre según Teilhard, está enteramente «en devenir». Es
aquí, por otra parte, donde la tesis teilhardiana se contradice a sí misma,
pues si la inteligencia humana no tiene existencia fuera de la materia, la cual
está en un proceso de transformación progresiva desde la edad de los primeros
moluscos, ¿cómo podría, pues, el hombre, ese ser «medio desarrollado», abarcar
con la mirada la totalidad del movimiento que lo lleva hacia adelante? ¿Cómo lo
que es esencialmente impermanente podría figurarse la naturaleza de la impermanencia?
Este único argumento debería bastar para echar por tierra la tesis
teilhardiana. Queda por explicar por qué esta tesis ha tenido tanto éxito.
El hombre medio de nuestra época «cree» ante todo en la ciencia —la
ciencia que ha producido la cirugía y la industria modernas—, y esta fe
constituye prácticamente toda su religión. Si al mismo tiempo se considera
cristiano, estas dos «religiones» entrarán en conflicto en el interior de su
alma, y este conflicto provoca una crisis latente que exige una solución.
Teilhard pudo dar la ilusión de aportar esta solución. Él «reconcilia los
opuestos», pero no, como debería hacerlo, operando una distinción entre
niveles de realidad diferentes, por una parte el de la ciencia, que es exacta
en su plano, pero necesariamente fragmentaria y condicional, y por otra el de
la fe, que está ligado a certezas eternas. No, Teilhard crea una confusión
inextricable entre esos dos niveles: da a la ciencia empírica un carácter de
certeza absoluta, que no tiene ni puede tener, y proyecta en Dios mismo la idea
de progreso.
Además, aduce la teoría de la transformación de las especies como si se
tratara de un hecho probado, mientras que no es más que una simple hipótesis,
como lo admiten, por otra parte, la mayoría de sus partidarios serios; de
hecho, nunca se ha presentado ninguna prueba válida de esta teoría, y si a
pesar de todo permanece en vigor es porque los espíritus modernos no pueden
concebir otra cosa que una génesis situada en el tiempo. La génesis «vertical»
de las formas particulares de la vida, a partir de los grados supraformales y
anímicos de la existencia, supera simplemente su horizonte intelectual. Sin
embargo, la honradez científica exige diferenciar entre la prueba y la
hipótesis, y que no se construya, como lo hace Teilhard, toda una filosofía —y,
de hecho, una pseudorreligión— sobre una base enteramente conjetural. No es en
absoluto fortuito que Teilhard se dejara engañar por la famosa superchería de
Piltdown —el Eoanthropos de triste memoria— y que fuera uno de los
inventores del no menos quimérico «Sinantropo» de Chu-Ku-Tien. Pero el aspecto
más perverso y más grotesco del teilhardismo es el hecho de que se vea obligado
a considerar a los profetas y los sabios de antaño como seres mentalmente
«subdesarrollados»: ¿acaso no están un poco más cerca del mono que el hombre
moderno? Es verdad que, en este aspecto, la tesis de Teilhard de Chardin no
tiene nada de original. Su única innovación es la de ser un caballo de Troya
destinado a introducir el materialismo y el progresismo en el seno mismo de la
religión.
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