miércoles, 25 de noviembre de 2009

Vuelta a la tribu (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila 22 -11-2009

A LA LUZ DE UNA CANDELA
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, PREMIO CERVANTES
Diario de Ávila 22 noviembre 2009

Vuelta a la tribu

Hay gestos y determinaciones más o menos conscientes en torno a asuntos como el de la fiscalización de la vida privada o el echar mano de lis­tas negras y el de los sambenitos, o presentar a los eventuales transgreso­res de la ley como portadores de ver­güenza individual, familiar y hasta de grupo, que son sumamente intran­quilizadores no ya respecto a lo que es una democracia - que aquí entre nosotros no está seguro que sepamos lo que es -, sino en cuanto al peligro que corren conquistas de la civiliza­ción pura y simplemente.

Parece, en efecto, que deberíamos preguntarnos seriamente cómo es que a estas alturas de la evolución de las costumbres, del Derecho Penal, y de la consideración general de la per­sona ante la ley pueden ocurrírsenos ciertas cosas que ya hace más de un par de siglos se consideraban verda­deramente bárbaras. La dulcificación y civilidad de las costumbres a este respecto se refleja en España en las primeras legislaciones liberales; es decir, el principio de que la pena o castigo del delito no podía llevar apa­rejada la ignominia personal del de­lincuente, lo que variaba radicalmen­te todo el modo de pensar y de en­tender las cosas anterior. Porque históricamente la ignominia del con­denado y hasta de su parentela debía acompañarlo, y las conductas repro­bables, aun sin ser delictivas llevaban aparejadas como castigo una ver­güenza pública. Pongamos por caso el hecho de que dos mujeres no sólo se llenaran de improperios sino que vinieran a las manos en la vía pública con daño para la paz y buenas cos­tumbres ciudadanas; entonces se co­locaban las muñecas de sus brazos en un solo cepo que apresaba los cua­tro miembros y así aparecían en pú­blico, para irrisión de éste.

Pero no habría rollos ni picotas pa­ra tanto ciudadano que pone de todos los colores a otro y a toda su parente­la, color social o político etc. Y desgra­ciadamente tampoco va a haber sambenitos para conservar la me­moria histórica de la maldad o «ganado roñoso» y «afrenta que nunca se acaba» como decía el Maestro fray Luis de León de las decisiones infamantes del Santo Oficio que resultaban menos lle­vaderas que las propias penas. Y hoy nos horroriza todo esto, y con razón; pero no podemos ser tan hipócritas como para olvidar que esas ocurrencias de las listas negras, las memorias infames con desentierro de huesos incluido, y las intromi­siones en la vida privada son del mismo género que aquella bar­barie antigua, están en el mismo plano moral que todas aquellas cosas de las que decimos horro­rizamos.

Costó siglos en conseguir que incluso en un delincuente se vie­ra un hombre, y se respetara su dignidad, pero ahora nos resulta facilísimo poner coroza y sambenito de maldito, fisgar en la vida del próji­mo o hacer que los hijos de los que comieron agraces tengan que doler­se de dentera. Es el regreso al mun­do tribal, o son los primeros efectos de un poder global sobre nuestras vi­das. Se siente un cierto escalofrío en la espalda .

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