A LA LUZ DE UNA CANDELA
JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, PREMIO CERVANTES
Diario de Ávila 22 noviembre 2009
Vuelta a la tribu
Hay gestos y determinaciones más o menos conscientes en torno a asuntos como el de la fiscalización de la vida privada o el echar mano de listas negras y el de los sambenitos, o presentar a los eventuales transgresores de la ley como portadores de vergüenza individual, familiar y hasta de grupo, que son sumamente intranquilizadores no ya respecto a lo que es una democracia - que aquí entre nosotros no está seguro que sepamos lo que es -, sino en cuanto al peligro que corren conquistas de la civilización pura y simplemente.
Parece, en efecto, que deberíamos preguntarnos seriamente cómo es que a estas alturas de la evolución de las costumbres, del Derecho Penal, y de la consideración general de la persona ante la ley pueden ocurrírsenos ciertas cosas que ya hace más de un par de siglos se consideraban verdaderamente bárbaras. La dulcificación y civilidad de las costumbres a este respecto se refleja en España en las primeras legislaciones liberales; es decir, el principio de que la pena o castigo del delito no podía llevar aparejada la ignominia personal del delincuente, lo que variaba radicalmente todo el modo de pensar y de entender las cosas anterior. Porque históricamente la ignominia del condenado y hasta de su parentela debía acompañarlo, y las conductas reprobables, aun sin ser delictivas llevaban aparejadas como castigo una vergüenza pública. Pongamos por caso el hecho de que dos mujeres no sólo se llenaran de improperios sino que vinieran a las manos en la vía pública con daño para la paz y buenas costumbres ciudadanas; entonces se colocaban las muñecas de sus brazos en un solo cepo que apresaba los cuatro miembros y así aparecían en público, para irrisión de éste.
Pero no habría rollos ni picotas para tanto ciudadano que pone de todos los colores a otro y a toda su parentela, color social o político etc. Y desgraciadamente tampoco va a haber sambenitos para conservar la memoria histórica de la maldad o «ganado roñoso» y «afrenta que nunca se acaba» como decía el Maestro fray Luis de León de las decisiones infamantes del Santo Oficio que resultaban menos llevaderas que las propias penas. Y hoy nos horroriza todo esto, y con razón; pero no podemos ser tan hipócritas como para olvidar que esas ocurrencias de las listas negras, las memorias infames con desentierro de huesos incluido, y las intromisiones en la vida privada son del mismo género que aquella barbarie antigua, están en el mismo plano moral que todas aquellas cosas de las que decimos horrorizamos.
Costó siglos en conseguir que incluso en un delincuente se viera un hombre, y se respetara su dignidad, pero ahora nos resulta facilísimo poner coroza y sambenito de maldito, fisgar en la vida del prójimo o hacer que los hijos de los que comieron agraces tengan que dolerse de dentera. Es el regreso al mundo tribal, o son los primeros efectos de un poder global sobre nuestras vidas. Se siente un cierto escalofrío en la espalda .
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario