lunes, 12 de octubre de 2009

El mercado perdido. Critica del mito liberal 1 (Michael Lainé)

Se adjuntan unas breves anotaciones del libro:

LE MARCHÉ INTROUVABLE Critique du mythe libéral Michael Lainé.

El libro en cuestión trata de poner en solfa el mito tan traído y llevado de que el mercado dejado a su propio albur, es capaz de alcanzar por si mismo un equilibrio óptimo de la economía; que como tal mito no ha sido jamás demostrado. A menos que se entienda por demostración el modelo de Arrow-Debreu cuyos supuestos y premisas alejan sin remisión de lo que es la economía real.


El mercado perdido
Crítica del mito liberal



LE MARCHÉ INTROUVABLE
Critique du mythe libéral
Michael Lainé.

Editions Sylepse.Paris 2009

Parecería que el concepto de mercado se haya impuesto en proporción inversa a su contenido. Reina sobre los espíritus, pero es más imperioso que imperial: su yugo reposa más sobre la fuerza de los hábitos y de la propaganda que sobre la demostración. Ningún periódico o discurso político que no le haga referencia. Su éxito se paga al considerable precio del equívoco, si no le debe mucho. Se nos dice que solo el mercado es eficaz y burlarse alegremente del montón de adoradores de viejas lunas que rechazan suscribir esto. Y si, en tiempo de crisis, esos mismos que ofuscaban el buen sentido al negar los fallos del sistema ponen en duda súbitamente su ídolo, es preciso no engañarse con esto: ellos retornarán a su creencia con un vigor acrecentado tan pronto la economía esté en fase de recuperación, avergonzados y temblorosos de haberse desviado de su fe por un instante. El Estado ha sido recientemente forzado a intervenir, pero los decisores políticos y económicos no se han resignado más que en tanto sabían la operación puntual. Una vez los mercados tranquilizados y la economía estabilizada, esto será al precio de algunas reglas de buena conducta, business as usual. Las lecciones de los cataclismos financieros precedentes (1987& 2000-2001) son a este respecto crueles: después de la crisis, el mito del mercado volverá avenir aun más desbocado.

En todas las ondas se vierte el mismo catecismo: El Estado sería impotente, despilfarrador y arcaico, solo el libre juego de las fuerzas del mercado estaría en condiciones de aportar remedio a los problemas de nuestro tiempo.

El mercado se autorregula. He ahí el mito liberal ¿Porqué la adhesión a este concepto nocivo es tan masiva? ¿Existiría una demostración teórica de la eficacia de la libre empresa? No. O más bien si, pero con hipótesis tan absurdas que se pregunta si ellas describen la economía real. ¿Que hay de las pruebas empíricas de su superioridad? Ellas no tienen mucha más consistencia. Por más que hurguemos, entreguemos nuestra imaginación a todos los ejercicios de contorsionismo, el mercado permanece en paradero desconocido. Vamos a partir por tanto a su búsqueda, ya que la cuasi- unanimidad de los gobiernos del planeta pone en práctica las prescripciones de su “dura y justa ley”.

Las apuestas de una tal búsqueda son cruciales. El mercado es hoy día el principal aval de las políticas que apuntan a reducir la ayuda a los desprovistos, volver más estrictas las condiciones de acceso a las prestaciones de desempleo y a precarizar siempre más el estatuto de los asalariados. Existe una pesadilla: el Estado intervencionista, regulador, garante de la cohesión social. De ahí que no se haya cesado de querer abatirlo y de someter a sus partidarios. Decidir quien de los dos tiene razón es más que una cuestión científica, este combate pone frente a frente el juego de las fuerzas ciegas y el de la voluntad humana. La interrogación que se suscita es: ¿podemos dominar nuestro destino? ¿El paro masivo, la pobreza, la precariedad –las tres principales plagas del capitalismo- son fatalidades? Si el mercado tiene la ventaja, entonces vivimos en el mejor de los mundos y no tenemos más que responsabilizarnos a nosotros mismo de la miseria de nuestra condición. Si, en revancha, es la colectividad la que lleva la mejor parte sobre su adversario, la emancipación humana se vuelve más que un sueño despierto y se prueba posible quebrar las cadenas de la servidumbre económica. Presentada así, la alternativa parece caricatura, pues la escuela de pensamiento llamada “neoclásica”, que reagrupa los adeptos del mercado libre, es heterogénea, de manera que el Estado mínimo que llaman con sus voces no tiene los mismos contornos aquí o allá. Pero no es menos cierto que se oponen a toda intervención exterior (entiéndase colectiva) de amplitud demasiado grande.

Ahí está más de un cuarto de siglo que las economías del mundo occidental van en el sentido del liberalismo. La administración recula, los mercados están desreglados, liberalizados. Ciertamente, el Estado providencia conserva aun esas arquitecturas vacilantes o devastadas que se llaman “bonitos restos” , pero comienzan a exhalar un hedor de descomposición. Las cifras reflejan mal esta evolución que contiene más el contenido de las leyes puestas en aplicación y el cambio de mentalidades que la parte de las punciones fiscales operadas por los actores públicos. Ahí está más de un cuarto de siglo que el paro permanece en un nivel elevado y que la precariedad, la pobreza y la exclusión progresan. ¿Frente el fracaso repetido de las ordenanzas liberales que creen ustedes que hicieron nuestros gobernantes? Decretaron que la realidad la que estaba equivocada; estos hechos que venían a contradecir la teoría eran culpables por el mero hecho de que tenían inferioridad de existencia. Por lo demás, por lo demás no sería preciso exagerar el alcance de sus errores. La lucha contra la inflación y el déficit presupuestario ha substituido al pleno empleo y al crecimiento en el primer rango de los objetivos económicos. Hasta tal punto que los europeos la han grabado en las tablas de la ley de Maastrich. En el futuro resentiremos los efectos benéficos en términos de crecimiento y de creación de empleo, que ellos nos dicen. Hace quince años bien cumplidos que yugulamos la inflación. Esperamos siempre con un pie en la tumba. Lo que esto muestra es que el liberalismo está menos preocupado por la justicia y la cohesión social que por el enriquecimiento de los privilegiados.

Investigando el mercado autorregulador de los liberales, cada uno de nosotros nos esforzamos en encontrar la justificación del este conjunto de políticas y de salarios, tomamos nota de esa abierta diferencia entre el sentimiento de justicia y el curso inicuo del mundo. Se podría creer que la ciencia económica ha realizado avances significativos que, a medida que pasa el tiempo, nuestra comprensión del mundo gana en riqueza y profundidad. No hay nada de eso. El mar de fondo que lleva la corriente del pensamiento dominante es todo un espejismo. Sus partidarios son edificadores de fábulas. Encontrando el mundo real demasiado monótono y gris, estos desopilantes soñadores han querido substituirlo por el universo encantador y puro en el cual refugian sus razonamientos. Después se han puesto a explicarnos que el mundo al alcance de nuestros sentidos donde creemos vivir no era más que ilusión. Encerrados en la caverna de los engaños, no hemos comprendido que el lenguaje de la naturaleza era las matemáticas y que todo lo que no era deducido no era más que corrupción de la idea, degradación del espíritu. La conducta de los liberales es simple: se trata de suponer que somos Marcianos. Incomparables observadores, antropólogos avisados, emprenden la descripción con todo lujo de detalles el modo de vida de esas extrañas criaturas. La sociedad que edifican no tiene secretos para ellos; introduciéndose en los engranajes sociales, los liberales contemplan los resortes profundos. Los coloquios suceden a las publicaciones. De tiempo en tiempo se dan cuenta que este plata es inhospitalario e impropio para la vida. Se extraña de estas imperfecciones, se adopta un aire pretencioso, pero bueno, es preciso que estas criaturas subsistan. Se planifica el sueño, se pone en escena las condiciones que acercan la vida sobre la Tierra. La indignación sofoca, se acusa a la intolerable realidad. Sería quizá más simple partir de la hipótesis de que somos terráqueos.

El magisterio de los liberales, por no decir su altivez, reposa por entero sobre un modelo teórico llamado de equilibrio general iniciado por Léon Walras y formalizado por dos “ premios Nobel” , Kenneth Arrow y Gérad Debreu, en los años 1950. Todo el esto de su “ciencia” no es más que apéndice. Los razonamientos por los que fustigan la intervención estatal tienen este modelo por base implícita, Desde que se lo mina, el conjunto del edificio se desmorona.

Michael Lainé. LE MARCHÉ INTROUVABLE. Critique du mythe libéral. Editions Sylepse.Paris 2009 pp. 7-12

1. El mercado funámbulo

Una teoría científica debe mezclar dos aspectos correspondiente a la articulación de la lógica argumentativa: positiva, que desarrolla un razonamiento, y negativa, que desarrolla una refutación. En efecto ella se encuentra siempre en concurrencia con otras, que le disputan la legitimidad. Se trata de determinar cual se sitúa más cerca de la verdad. Ahora bien, la articulación negativa de la lógica liberal reposa sobre su momento positivo. En otros términos, para refutar las tesis adversas, los cruzados del mercado parten del postulado de que solo este es eficaz. No demuestran nada, solo asestan. Se dirá que el autor, en su vena polémica, es parcial. A penas. Pues los principales teoremas enunciados, con el objetivo de probar la inaptitud de los actores públicos para implicarse en economía, reposan sobre la hipótesis de que los mercados consiguen autorregularse.

Tradicionalmente, el Estado dispone de tres medios de intervención: la legislación, el gasto público y la moneda.

¿Una legislación que oprime?

Toda acción del Estado necesita previamente una ley. La distinción operada aquí es la siguiente: los poderes públicos comprometen ellos mismos los gastos o hacen obligación de compromiso a los agentes privados. El segundo modo de intervención no moviliza casi nuevos recursos públicos (salario mínimo, higiene y seguridad en el trabajo)

El razonamiento ortodoxo es simple: cuanto más caro cuesta el trabajo, menos empresas lo crean; cuanto más caro cuesta, más se remite a los asalariados (los salarios de los segundos son una carga para los primeros), por tanto los individuos están más incitados a currar. Si la remuneración es demasiado baja, nadie querrá reventar por tan poco. Si ella es demasiado elevada, las empresas no serán rentables, pues sus costos sobrepasarán su cifra de negocios. En un sistema de mercados libres, no es difícil demostrar que empleadores y empleados llegan a entenderse sobre la determinación de una tasa de salarios que iguala la oferta de empleo de los primeros y la demanda de empleo e los segundos.

La economía estaría entonces en pleno empleo.

En todo caso en la sociedad real, las cosas no ocurren así. Por su obstinación en mezclarse en lo que no les concierne, los poderes públicos falsean el libre juego de la concurrencia. Ellos crean las célebres “rigideces sobre el mercado de trabajo” con las nos martillean las orejas desde hace lustros.

El quid es que los liberales razonan aquí en equilibrio parcial, es decir sobre un solo mercado, el de trabajo, y no sobre el conjunto de la economía. Reflexionan ceteris paribus , todas las cosas iguales por otra parte. Es innegable que en tal situación, una elevación del costo del trabajo arrastra el paro al alza.

Solamente que en la realidad los acontecimientos no se desarrollan nunca todas las cosas iguales por otra parte. Por ejemplo, un alza de las cotizaciones del petróleo actúa ciertamente de manera favorable sobre las compañías petrolíferas, inflando sus beneficios, incitándolas a remunerar mejor a sus asalariados y a emplear nuevos a fin hacer prospecciones de nuevos yacimientos. El paro disminuye. No obstante, esto va igualmente atraer otras repercusiones sobre todos los mercados de bienes cuya fabricación acudo, de cerca o de lejos, al petróleo (automóvil, alimentación, etc.) lo que eleva el precio de estos bienes. Las rentas de los asalariados se amputan ya que van a tener que consagrar más dinero a los productos derivados del petróleo, en detrimento de otras mercancías. Frente a estos problemas de desatasco, las empresas van a despedir. Por tanto el paro aumenta. Se ve por ello que las repercusiones de una sola alza de precios sobre un asolo mercado se propagan al conjunto de la economía de manera compleja y contradictoria. Sencillamente no es posible razonar, como lo hacen de ordinario los liberales, ceteribus paribus.

Gasto público y crecimiento económico.

El ataque liberal dirigido desde el ángulo del gasto público tiene un nombre: el efecto de evicción. Las sumas invertidas por los actores públicos tomarían el lugar de las que hubieran apostado los operadores privados. Lo público expulsaría lo privado, de donde el nombre. Tal razonamiento no se comprende más que si se postula que la economía se encuentra en una situación de pleno empleo. Implícitamente se supone que está en la cumbre. Ello no podría ir más lejos


No estamos en presencia de un juego de suma nula, la ganancia de uno no es necesariamente la pérdida del otro. ¿La prueba? Ese fenómeno extraño que se llama crecimiento.

De donde se percibe que la “teoría” del efecto de evicción depende enteramente de otra demostración: que dejada a si misma, la economía está en equilibrio, y no solamente en equilibrio, sino en el óptimo.

Incrementar los gastos públicos exige, alargo plazo, aumentar paralelamente los ingresos. Ya que no se puede inventar el dinero que no se posee, es preciso dar con él en alguna parte. Esta alguna parte, cuando se trata del Estado, se llama la deuda y el impuesto. En efecto todo parece reducirse a una cuestión de fiscalidad pues un préstamo de reembolsa y necesita por tanto un aumento de recursos. Surge entonces la interrogación siguiente:.estas sumas que el Estado inyecta en el circuito económico, ¿ como haría para retenerlas? Este regalo que nos hace ¿no está envenenado en la medida que sería preciso opera una punción fiscal de una montante idéntico? Los liberales han dado un nombre a estos temores, el teorema de Ricardo-Barro. Estiman que las familias no se engañan con estas medidas políticas. Tan pronto se efectúa el anuncio de intervención pública, ellas prevén el alza de impuesto futuro. En consecuencia, reservan las sumas necesarias vía un ahorro suplementario. Ahora bien no existen más que dos usos alternativos de la renta de un periodo: el consumo o el ahorro. De ahí se sigue que el segundo resta del primero, por lo tanto de la producción que tiene que venderse. El efecto sobre el crecimiento sería nulo. Si el Estado prevé gastar un importe de 150 millones de euros, las familias ahorrarían la misma suma además de lo que ellas proyectan . La economía sería así el lugar de los vasos comunicantes: lo que la colectividad toma con una mano, los individuos lo retiran con la otra. El consumo y la inversión, que determina el crecimiento, quedarían idénticos. Más vale dejar a los actores libres obrara a su manera. CQD.

Allí nuevamente, se razona como si la economía se encontrar en estado estacionario, en equilibrio.

Pero desde el momento que se prevé que esta intervención estatal engendrará efectos benéficos, la utilidad de tal aumento de ahorro no aparece más. Es suficiente en efecto que estas medidas comporten un crecimiento más fuerte para que la punción fiscal se haga resentir menos. Para comprenderlo, se impone un rodeo con un ejemplo cifrado.

Imaginemos que, en el instante t, el total de riqueza de una nación se eleva a 1000 euros. Como hace varios años que la actividad es átona, el Estado pretende activar un programa ambicioso de trabajos públicos unido a una larga redistribución de recursos vía las prestaciones sociales .El conjunto es costoso: 3000 euros. No disponiendo de las rentas necesarias va a proceder a un empréstito ante deudores extranjeros. Esta suma será íntegramente reembolsada en t+20. Si la tasa de crecimiento de la economía es de 3.5% al año, se llega en t+20 a 1.990 euros de riqueza. Se comprende sin esfuerzo que recaudar 300 euros sobre 1000 euros no es lo mismo que atribuir ese montante sobre 1990. En caso eso representa un 30% del esfuerzo nacional , en el otro un 15%. Las familias estarían ciegas al aumentar en 300 euros su ahorro en t ya que el alza de impuestos se aplicará sobre rentas sensiblemente más altas en t+20.

No es posible comprender la reacción de las familias en el teorema de Ricardo-Barro más que si se postula que anticipan el fracaso o el aborto de las medidas anunciadas. Ahora bien tal pesimismo no puede derivar más que de 1) una adhesión unánime a la teoría del equilibrio general, o 2) al hecho de que este siempre se verifica, lo que les llevaría, a través de amargas experiencias, a una tal adhesión. La hipótesis 1) como la hipótesis 2) son totalmente irrealistas o al menos, la última merecería ser probada, lo que no es el caso. En resumen, una vez más, la filípica tropieza con la existencia de un equilibrio general.

El velo monetario

La tercera vertiente crítica del liberalismo concierne a la moneda. En efecto las manipulaciones de esta figuran en el primer rango del arsenal gubernamental.

La moneda se ha vuelto un puro signo. En otras palabras, no depende en absoluto de una mercancía o de un bien cualquiera. Si su valor parece arbitrario, no responde menos a una cierta lógica.

La ventaja de la desconexión entre depósitos y créditos residen en esto que lo economía no está más condenada a ser un juego de suma cuasi-nula: los empresarios no están en lo sucesivo limitados por sus bienes previos, a poco que su proyecto parezca viable al banquero, que crea la moneda de la que tiene necesidad gracias a los préstamos. En la medida que el nuevo sistema reposa en la confianza, se sigue una grave inestabilidad económica. Remediar estos riesgos de crisis exige poner en funcionamiento una organización bancaria que esté encabezada por un prestamista en última instancia, encargada de salvar a los bancos amenazados. Un banco central cumple ese papel. Es el que tiene el monopolio de la emisión de billetes. Las manipulaciones monetarias son parte de los medios de relanzar la economía.

El ataque de los liberales se concentra sobre esa intervención de las autoridades monetarias. Nostálgicos de una época en que los hombres se vestían con pieles de bestias y gruñían a fin de obtener su pitanza, desarrollan una visión de la economía regida por el trueque. Velo introducido entre los cambios, lo moneda no sería deseada por ella misma. El asalto tiene por nombre “teoría cuantitativa de la moneda”. No tiene sentido más que si se refiere a la época de moneda mercancía.

La teoría cuantitativa de la moneda es la traducción en el lenguaje “científico” , de ese momento histórico. No es en absoluto una ley universal, sino la fosilización de observaciones aproximadamente válidas durante un periodo pasado. Deriva de una visión estática de la economía. Si en el instante t poseemos 200 euros y en el instante t+1 tenemos 220 mientras que no hay más bienes y servicios disponibles, no es difícil decirse que la moneda se ha depreciado, ya que con una unidad (un euro) nos procuramos menos mercancías. La “teoría” aquí en cuestión no es sino una generalización de esta intuición

Teorías monetarias y Providencia.

¿En que cosiste esta teoría? Una ecuación de la que se deducen reglas de comportamiento. Uno de los miembros de esta ecuación es muy curioso. Se trata de P, nivel general de precios, que multiplicado por T, nivel de transacciones (el número de bienes y servicios cambiados). El conjunto designa el montante total de las transacciones efectuadas en el curso de un año. Mirada de cerca cada una de estas dos variables, no se puede menos que estar perplejo.

Hacer de T una cifra equivale a sumar churros y servilletas, las fabricas nucleares y las consultas psiquiátricas. De hacho P es también totalmente absurdo. No existe nada tal como un nivel general de precios que permita la conversión de un número de bienes en una cantidad de moneda. Los agentes económicos no perciben más que el dinero. Lo que una familia ve es su renta. Lo que un servicio de administración o de empresa ve es su presupuesto.

Retomemos el hilo de la teoría cuantitativa y examinemos la ecuación que propone.

Sea M la “masa” de moneda en circulación (nombre torpe para designar el conjunto de medios de pago existente en un instante t) y V la velocidad de circulación de la moneda (es decir el número de veces que un mismo billete o pieza va a cambiar de manos en el curso de un año; cuanto más elevado sea este valor, más rápido circula la unidad monetaria) , se puede establecer la igualdad siguiente MV=PT . Lo que significa que el valor total de los intercambios (PT) es igual al poder de compra del dinero que circula en un instante t(M) multiplicado por el número de veces que es utilizado, en media, una misma unidad monetaria en el curso del año (V) .

Por una baza de juego, los sostenedores de la teoría cuantitativa de la moneda postulan tanto que la economía conoce una situación de pleno empleo de los factores de producción, como que el “nivel de producción está únicamente determinado por los factores reales”, es decir que la moneda no tiene ningún impacto sobre él. Se sigue de esto por tanto que T no depende de M, V y P. Los liberales plantean por otra parte que V depende de los hábitos de consumo de considerados constantes acorto término. En consecuencia si V y T son invariables, el nivel de precios está en relación directa con la masa monetaria en circulación. En otros términos: es la creación intempestiva de moneda la que está en el origen de la inflación. En la visión liberal clásica, la oferta de moneda está determinada por las autoridades monetarias. De donde la necesidad de su independencia, a fin de que las aspiraciones políticas o electorales no conduzcan a generar una recuperación artificial.

La teoría cuantitativa es tan estúpida como nociva. De una parte porque no hay nada menos cierto que V sea constante. Los comportamientos de cobro de los agentes varían en función de la coyuntura económica: cuanto más insegura es, más vivas y precisas son las amenazas de crisis, y más inducidos están a liberase rápidamente de su dinero, o al contrario, a diferir la utilización (V disminuye). En contexto de hiperinflación por el contrario, los agentes están inducidos a utilizar rápidamente su dinero, ya que el tiempo corre contra su favor (V aumenta).

Por otra parte, lo que es tanto más fundamental, la prestidigitación analítica a la que los liberales se hacen culpables postulando T exógena debe ser sometida a examen. De dos cosas una o se afirma que T está determinada en la esfera real (por oposición a una esfera monetaria que sería la de la ilusión), es decir que la moneda no ejerce ninguna influencia sobre el crecimiento y el empleo, y es el conjunto de la demostración la que es redundante; o se pretende que, estando la economía en pleno empleo, ella no puede elevarse arriba, en cuyo caso queda por explicar porqué se sitúa en tal estado. Que se suponga la economía determinada por la esfera real o en el óptimo, se apoya sobre la teoría del equilibrio general. En un caso como en el otro no se ha probado nada. En efecto se pone como hipótesis de partida lo que debería ser la conclusión de una demostración.

La idea subyacente de este género de razonamiento es que la moneda no es más que un artificio, una engañifa indispensable ciertamente para romper con la economía de trueque, pero una engañifa peligrosa si se deja en manos poco escrupulosas (es decir progresistas).

Cuando una banca central interviene para hacer bajar las tasas de interés (es decir el precio del dinero), esto incita a los empresarios como a las familias a endeudarse en vista de financiar sus inversiones y sus consumos, siendo menos elevadas sus anualidades de reembolso. A la vista de esta recuperación de dinamismo de la demanda interna, el empleo vuelve al alza, en paralelo con los precios y salarios. Todo esto no es más que ilusión nos asesta M. Friedman. La tasa de paro no puede jamás separarse mucho tiempo de su nivel natural. Pero ahí se postula lo que sería necesario demostrar: existe una tasa natural de paro que corresponde al del equilibrio general.

La Providencia existe, los liberales se cruzan con ella todos los días: “la economía dispone de un mecanismo de auto-ajuste restableciéndola en los niveles de equilibrio a largo plazo de paro y de producto global”.

Aquí las respuestas preceden a las preguntas. Cuando un liberal piensa en “racional”, es preciso entender “ideológico”. El nombre dado a la teoría es tan grotesco que resuena como una confesión; ¿no se debe ver en esta precipitación a tasar a los otros de irracionalidad la tacha indeleble de una mala conciencia?

El origen del mundo liberal… Lo tenemos ahí, bajo nuestros ojos, está todo entero en estas dos palabras: equilibrio general.

Michael Lainé. LE MARCHÉ INTROUVABLE. Critique du mythe libéral. Editions Sylepse.Paris 2009 pp. 15-35


2 El lenguaje de la naturaleza

Los fundamentos de la remuneración

Como una moneda, toda teoría económica presenta dos caras. Lado cruz: una explicación de intercambios de bienes y servicios en la sociedad. Lado cara, una descripción de esos mismos bienes y servicios. Así ocurre con la teoría del equilibrio general walrasiano, que no es otra que la formalización matemática de la famosa “ley de la oferta y la demanda”.

Quien dice producción dice “remuneración de los factores de producción”, nombre encantador utilizado para designar los individuos y las máquinas que ahí concurren: “no soy yo el que fija la remuneración, es el mercado” ¿Quien no ha escuchado, hasta la nausea, esta lamentación patronal? También la teoría del equilibrio general no quiere solamente la “demostración” de la eficiencia de los mercados libres sino también la justificación do todos y cada uno.

El mundo manifiesta crudamente su injusticia bajo día brumoso y cruel de los intercambios cotidianos. Una cajera gana parcamente mientras su patrón se anota más de 10 incluso 20.000 euros por mes. Entre un cuadro superior de una empresa de servicio y su empleado, a veces es toda la distancia existente entre dos universos sociales lo que los separa. Cada uno constata, día tras día que no hay nada más arbitrario que un salario. No es verdaderamente el talento lo que explica las diferencias de remuneración: un buen obrero ganará siempre menos que un dirigente incompetente. Por lo que se refiere a estos últimos surge incluso una prima a la nulidad, las stocks-options y las cláusulas de ruptura le suministran un paracaídas dorado. No es la longitud ni la dificultad de los estudios, se sabe que los que se destinan a oficios de la cultura se condenan a una existencia precaria. La explicación no puede ser buscada por el lado de los riesgos, pues son iguales por todas partes.

Se avanza a veces otra justificación: las desigualdades serían reflejo del nivel de responsabilidad. Solo algunas profesiones bien definidas implican la responsabilidad de varias vidas humanas; ferroviarios, pilotos de línea, cirujanos… El fracaso en el cumplimiento de estas tareas puede ser pesado en consecuencias. Bajo el ángulo de la responsabilidad, estos oficios parecen requerir pues un aumento de remuneración, se remarca, a la luz de estos ejemplos, que la sociedad no se ordena alrededor de este principio: un ferroviario está menos retribuido, y cuanto, que un piloto. Ciertamente un descarrile de tren hace menos víctimas que un aterrizaje forzoso de avión, pero de todas formas… No se trata de establecer un baremo macabro en función del número de muertes probables. La responsabilidad de una vida humana es suficiente para pesar sobre la conciencia… Por otra parte muchos oficios ofrecen remuneraciones más gratificantes sin poner en juego la vida de otros…

Si ninguno de los criterios, empleados corrientemente, es apto para dar cuenta de las diferencias de salario ¿donde se debe buscar la causa? Una última explicación tiene en cuanta “la ley de la oferta y la demanda” Esta coloca la rareza relativa como factor determinante de la fijación de un precio. En este sentido el trabajo no es casi diferente de una mercancía: cuanto más raro es con relación a la demanda de la que es objeto, más caro es. La ley de la oferta y la demanda no pretende solamente demostrar la superioridad de la libre concurrencia; vale también como basamento de la teoría del valor. Cuanto más raras mis “cualificaciones”, mejor seré pagado .Parece evidente que la explicación pasará casi de comentarios. Ahora bien, son más bien las relaciones de fuerza, cristalizadas en convenciones sociales y políticas públicas, las que están en el origen de la fijación de la remuneración. Esta “ley” de la oferta y la demanda no conoce a día de hoy más que una demostración. La propuesta por la teoría del equilibrio general, iniciada por Léon Walras y desarrollada por Arrow y Debreu.

El sentido de una marcha. Una demostración por el absurdo.

Intentaremos despejar todas las consecuencias lógicas del tipo de sociedad entendida por la aproximación del equilibrio general. El objeto es probar que, incluso inscribiéndose en el paradigma dominante, este no puede más que desmoronarse bajo el peso de las aporías; salvaguardar la demostración se comprueba imposible.

Nuestro hilo de Ariadna es el de la demostración por el absurdo, intentaremos examinar todas las hipótesis (no matemáticas sino organizativas) a establecer para que las conclusiones del modelo puedan ser verdaderas. Pues las que es posible recensar en la corriente dominante no satisfacen más que el rigor matemático. Esto es coherente con el proyecto liberal, que no pretende entregarnos la exacta descripción la exacta descripción del mundo tal como es o tal como se presenta a nuestros sentidos.

Las hipótesis del restrictivo de hoy día podrán, eventualmente, ser levantadas mañana si el progreso de la ciencia lo permite. Solamente, si las hipótesis suplementarias se amontonan hasta formar un cerro caótico, donde se comprueba imposible extraer una finitud, una dirección, una organización humana; si, en otros términos, acaban por no ofrecer ningún punto de enganche al mundo real, si el ancla arrojada se pierde en los meandros de comarcas oníricas, entonces el modelo debe ser abandonado. Forzando esta lógica, se difumina toda coherencia: hasta tal punto de suponer que los terráqueos son marcianos a fin de estudiar sus comportamientos. Y esto es lo que el modelo, inexorablemente nos conduce a hacer. A menos de rechazar el hombre en el hombre, la teoría liberal no tiene nada que proponer a la comprensión del mundo.

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