martes, 13 de octubre de 2009

El mercado perdido. Critica del mito liberal 2 (Michael Lainé)

3 Equilibrio general, desequilibrio del pensamiento

Déjese transportar a un mundo liberado de las escorias pasionales que obstruyen el entendimiento, un mundo más puro, más auténtico. Despójese de sus últimas certidumbres. Y su espíritu se elevará entonces al universo intangible de Arrow y Debreu

El tiempo desarticulado

La marcha de Arrow y Debreu es triple: determinar que abandonado a si mismo, el mercado desemboca en un equilibrio único, estable (en caso de conmoción, vuelve a su posición de partida) y óptimo.

No se figure, trufados los sesos de palabrería científica que el tiempo fluye. Progresa a tirones “El intervalo de tiempo en el cual tiene lugar la actividad económica se divide en un número finito de intervalos elementales compactos de longitudes iguales […] numerados por orden cronológico”

Un razonamiento análogo vale para el espacio de actividad económica. Este se presenta bajo la forma de un terreno cuadriculado.

En el mercado no intervienen más que dos tipos de actores, los consumidores, que hacen también el oficio de accionistas, y los productores. Cada uno de ellos se define por dotaciones iniciales propias (presupuesto, educación). En función de estas dotaciones y de sus gustos o preferencias es como van a determinar sus compras y sus ventas. En el instante en que los individuos deciden sus acciones futuras no existe la pobreza. Feliz el mundo que conoce la prosperidad. La marcha de Arrow y Debreu consiste justo en mantenerlo.

La naturaleza humana no tiene nada de complejo: el hombre pretende siempre su propio bien. Busca maximizar su “utilidad” (se dice a veces su “satisfacción” , pero el concepto es el mismo) . El consumidor pretende consumir lo más posible, teniendo en cuenta sus dotaciones iniciales y sus gustos o preferencias. El es, además, coherente y potencialmente insaciable. La única cosa que le refrena es ¡su presupuesto y no su estómago! El productor, por su parte, “maximiza su provecho que distribuye a los consumidores-accionistas. No se imagine que alguno pueda amar su oficio y extraiga de ahí la fuente principal de satisfacción. No vaya a figurarse que retome la empresa familiar por el gusto del esfuerzo o para ver perpetuados los valores parentales. No hay más que una ley en este bajo mundo para los productores: sacar pasta; no existen más que autómatas gobernados por la voluntad de maximización de su “utilidad” bajo limitaciones.

Un sistema centralizado

Todos las formulaciones de ofertas y demandas , de parte de los agentes, , pasan por un tasador (o “pregonero de precios” en la termología de Walras). Concretamente esto significa que los actores económicos no se reúnen. Se definen en primer lugar por sus necesidades Tal productor dirige sus demandas al tasador, Este, a su vez, le indica el precio de las diversas mercancías que desea procurarse. Los productores no arreglan su elección, en este sistema semi-planificado, más que en función de las señales de precio que reciben (se dice que son únicamente “price takers”). No se preocupan de eventuales problemas de mercado, pues saben que el papel del tasador es alcanzar el equilibrio general. Los precios presentan así la doble característica de ser únicos y conocidos por todos.

Se deriva que debe haber atomicidad de ofertantes y demandantes. Tal que ninguno de ellos tenga el poder de influenciar, por su comportamiento, sobre la determinación de los precios. De la condición de atomicidad se sigue la de homogeneidad (una mercancía no se diferencia de su concurrente ¿que justificaría las marcas?), a falta de la cual se asistiría a un florecimiento de sub-mercados parcialmente incompatibles entre ellos en los cuales ciertas empresas estarían en situación de monopolio o duopolio. En el universo de Arrow y Debreu no hay lugar para las multinacionales. El gigantismo industrial no es más un sueño vacío manufacturado por algunos histriones de espíritu trastornado.

La incertidumbre fuera de la ley

La actitud del productor está desnuda de complejidad. El combina diferentes bienes (o inputs) para componer la mercancía (o outputs) que oferta al público mediante un precio determinado por el tasador. Todo se desarrolla en el instante inicial donde el individuo se vuelve mayor. El problema surge que la óptica de los dos teóricos es una modelización matemática. Y si hay un fenómeno irreducible a una ecuación, es justamente este: la incertidumbre. Para los liberales es simple todo se reduce a un cálculo de riesgo. Esto implica que de los actores económicos que tengan un conocimiento perfecto si no del conjunto de los acontecimientos futuros, al menos de la probabilidad asociada. Debreu llama a esto “la hipótesis de certidumbre”. El cree inyectar aquí la incertidumbre, introduciendo el concepto de mercados condicionales. Esta astucia se prueba tanto más indispensable cuanto que los agentes fijan, en el instante inicial, el conjunto de sus comportamientos. Ahora bien , sería por lo menos delicado hacerlo si no se tuviera conocimiento, con suficiente certidumbre, de las características de los bienes futuros.

Eliminada la incertidumbre, conviene obrar de manera que la oferta y la demanda de mercancías pueda representarse bajo la forma de funciones matemáticas que den lugar aun trazado de curvas, representado el punto de encuentro de estas el equilibrio de la economía, a este fin es necesario que sigan siempre esta regla; la oferta varía en proporción creciente a los precios y la demanda en proporción inversa. En otros términos la especulación está desterrada del mundo etéreo de Arrow y Debreu. En efecto esta se caracteriza por esa situación particular en que la demanda aumenta cuando los precios crecen, pues se espera que continúe su ascenso. Aquí se trata de obtener el trazado de bellas curvas, por tanto de evitar la especulación ya que esta conduce a la indeterminación de funciones de oferta y demanda. La hipótesis de certidumbre adosada a este sistema completo de mercados la hace imposible.

Equilibrio y óptimo

El planteamiento de los liberales, como se ha señalado, es triple. La existencia de un equilibrio no es suficiente; es preciso aún que sea único y estable, e decir que vuelva a su punto de partida en caso de crisis.

A partir de ahí para que el mercado no tenga más que un solo punto de equilibrio, es decir un solo punto igualando la oferta y la demanda, es preciso referirse al teorema de Kakutani . El teorema de Kakutani afirma que toda función convexa, acotada y semicontinua (a fortiori continua) está asociada al menos a un punto fijo, asimilado aquí al equilibrio. No prueba en cambio que no exista más que uno, aunque ciertos autores hayan querido ver aquí la eficacia de los mercados. Con esta exigencia, los costes deben ser deben ser enteramente variables, es decir fluctuando paralelamente ala producción. Una función no sería continua en presencia de costes fijos, ya que estaría convulsa por saltos correspondientes al incremento brusco de cargas resultantes de la introducción de un nuevo equipo, de una nueva máquina, de un local, ect.

Otras dos exigencias: la necesidad de intervención de un tasador y el hecho que las dotaciones iniciales de las familias son suficientes para su supervivencia. En primer lugar, el arbitraje entre la oferta y la demanda realizado por los precios implica que no hay ninguna transacción antes de la formación del precio de equilibrio. Ahora bien ciertos operadores estarían dispuestos apagar un precio más elevado para obtener una cierta cantidad de un cierto bien, poseyendo este para ellos una gran utilidad, es decir que sacan una satisfacción más grande de su consumo. En lugar de un precio único y mágico, que asegure la adecuación ideal entre oferta y demanda, tendremos una multiplicidad de precios, por tanto la contingencia no permite deducir ninguna ley. De donde la necesidad, para el que quiera creer en la utilidad del mercado de no dejar a los operadores interactuar libremente entre ellos sino en el cuadro del sistema de tasador que registra y centraliza todas las opciones. En efecto, si pueden existir varios precios para un mismo bien, se tiene generalmente, trazando las curvas de las cantidades intercambiadas, varios puntos (varios precios) par una misma coordenada de abscisas (una cantidad dada) . La función no es entonces continua. De la misma forma, si una familia muere en un momento dado, se retira bruscamente, por la fuerza de las cosas, del jugo económico. Por consiguiente la curva sufre un “salto” que la hace discontinua

El proceso que lleva al equilibrio es como sigue. . En el comienzo cada productor y consumidor formula ofertas y demandas /en cantidades) según el precio determinado por el tasador. Como esta no tiene razón para corresponder al valor de equilibrio, hay una diferencia entre las cantidades ofertadas y demandadas, que constata este último. El tasador va a emitir una nueva señal-precio siguiendo este simple precepto: si la oferta neta (es decir la diferencia entre demanda y oferta) es positiva, se aumenta, e inversamente. La segunda formulación de los deseos de los agentes tiene pocas posibilidades de corresponder exactamente al equilibrio. El tasador emite una nueva señal conformándose ala misma regla. Así, poco a poco, por tanteos sucesivos, se llega al precio que equilibra la demanda y la oferta de de un mismo bien o servicio.

Se queda helado de espanto leyendo la descripción de este mundo hostil. Sus ojos no miran una obra de ciencia ficción, sino un tratado de ciencia económica.

Michael Lainé. LE MARCHÉ INTROUVABLE. Critique du mythe libéral. Editions Sylepse.Paris 2009 pp. 47-59


4 Aporías fundamentales del modelo Arrow-Debreu

Lo que se describe aquí (modelo Arrow-Debreu) a despecho de las apariencias es un modelo de economía de intercambios y no una economía de producción.

Un modelo de intercambios perjudicial al óptimo.

Las decisiones de los agentes, irrevocables, se tomaban en el instante “inicial” por su mayoría. De las dos cosas una: o los cambios que se organizan bajo la égida del tasador no engloban más que los nacidos en una misma fecha, o el mercado se reabre todos los días para incluir a los nuevos venidos. La segunda solución no es posible por el hecho de la irrevocabilidad de las decisiones. Es preciso concluir que las interacciones no incluyen todos los actores económicos. Curioso para un sistema considerado de conseguir por si mismo el óptimo. ¿No hay contradicción entre la voluntad de los empresarios de maximizar sus beneficios solo a los individuos nacidos en la misma fecha? ¿Cumplir sus objetivos no exige al “capitán de industria” que acreciente lo más posible el nivel de ventas, a poco que la tasa de margen no baje en la misma proporción? Pretender que la restricción de intercambios subyacente en el modelo Arrow-Debreu permita alcanzar el óptimo económico revela así un amable chiste si no una impostura intelectual.

Muerte del empresario.

En ausencia de costos fijos (y por de barreras a la entrada en el mercado) se ve mal porque existiría una frontera estanca entre productores y consumidores. Nada justifica la existencia de empresas. Estas se ven más que en tanto coordinadores de inputs y de outputs . En el seno de este universo de libre circulación de mercancías, el dinamismo empresarial está ausente. Ya las elecciones, efectuadas en el instante inicial, son irrevocables, no sería cuestión de la creación ulterior de una sociedad.

El teórico liberal descartará este mar de objeciones de un manotazo: los rendimientos de los factores de producción son decrecientes.

La hipótesis del decrecimiento de los rendimientos de los factores de producción no tiene sentido más que si la economía se sitúa en el entorno del pleno empleo. Ahora bien, es eso justamente lo que se trata de probar. No se puede por tanto partir de suposición de ese orden. Realmente, en muchos mercados, los rendimientos de escala son crecientes: cuanto más se produce, menos caro cuesta el bien fabricado. La oferta en teoría infinita depende enormemente de la demanda.

Por el juego de la concurrencia, los precios se llevan al nivel de los costos, sean los rendimientos constantes o decrecientes. Se deriva que en el “estado de equilibrio de la producción, los empresarios no hacen beneficio ni pérdida. Subsisten entonces no como empresarios sino propietarios de terrenos, trabajadores o capitalistas en sus propias empresas o en otras”.

El quid viene de que los accionistas se supone buscan la maximización de sus emolumentos. Y sin provecho es la perspectiva de pagos de dividendos la que desaparece. El régimen se hunde antes incluso de ponerse en funcionamiento. A menos que…. ¿Nos hubieran mentido? ¿Los capitalista descritos por Arrow-Debreu serían filántropos?

Siendo el egoísmo el resorte de la acción individual, no hay más que dos medios de salir de ese cuadro estrecho: sea aumentar el volumen de ventas, sea buscar situaciones temporales de monopolio que permitan generar beneficios extra. De donde se percibe la naturaleza profundamente autófaga de la concurrencia: por ella misma, tiende a destruirse. Nada más consternante que esta diferencia entre el mundo teórico tan neto y aseptizado, donde los actores corteses respetan las reglas de un juego que les sobrepasa, y el universo real de la economía, donde no se cesa de entre-devorarse, y donde la bajeza le disputa al encarnizamiento en el designio de aplastar al vecino.

Otro problema surge de las cantidades a producir. Hemos visto antes que no hay ninguna razón para suponer que los factores de reducción puedan tener un rendimiento decreciente. Si su rendimiento es constante, el empresario está en dificultad para descriptar las señales que provienen del tasador. Por el juego de la concurrencia, el coste marginal siendo siempre idéntico al ingreso marginal, sus valores no varían con las cantidades producidas y vendidas. El nivel de producción es por tanto indeterminado.

Entre el Big Brother y Stalin, los vagabundeos de un deus ex machina .

El precio de equilibrio da justo una indicación sobre las cantidades a producir pero no dice nada de su colocación en el espacio y en el tiempo. Vuelve al tasador operar la colocación de las mercancías en función de las demandas que él ha inventariado. Se ve ahí como se aleja de una economía de libre cambio y de libre empresa ya que todo reposa en ese deus ex machina garante de la eficacia del sistema.

Ex ante las ofertas y demandas se formulan sin saber nada de la identidad de los suministradores. No más que a consecuencia del proceso, ex post, una vez conocido el precio de equilibrio, que el tasador conoce las cantidades de cada bien y servicio a entregar, cuando y donde. No es posible fijar los costes de las entregas más que en este instante. Ahora bien, nada indica que sean idénticas para todos los actores. Resultan distorsiones de concurrencia perjudiciales al equilibrio. El equilibrio económico ha nacido muerto.

Confusión entre el tiempo de la lógica y la lógica del tiempo.

A pesar de las apariencias Arrow y Debreu razonan acerca de economía de cambio y no acerca de producción. Una vez puesta la hipótesis de racionalidad de los agentes, bienes y servicios son considerados como datos disponibles para el cambio. La cuestión es saber si este cambio es posible si todo un conjunto e operaciones y decisiones no se toman antes de que se determine el precio de equilibrio. Esto parece, evidentemente, imposible, la realización de ciertas obras indispensables necesitan comenzar la construcción durante el tanteo, de manera que todo esté listo para el intercambio al hallazgo del precio de equilibrio. ¿Se puede considerar la supervivencia del consumidor sin edificio para abrigarle del frío y la intemperie? Las fábricas y equipamientos que entran en la elaboración de las mercancías necesitan un tiempo de producción más o menos largo.

¿Cual es entonces ese mundo donde los bienes son producidos antes de ser destruidos a fin de llegar al precio de equilibrio? ¿Se puede considerar que se trata de un óptimo? La producción empezada en la etapa precedente debe ser destruida o almacenada para la siguiente ya que no hay ningún medio de saber que cantidades serán las necesarias. La economía onírica de Arrow y Debreu se resume y se disuelve a la vez en este dilema: o ella está en equilibrio espontáneamente como por milagro, o este es imposible, fuera de una intervención exterior.

Mercado y externalidades.

Existen bienes y servicios que no entran en ninguna transacción y cuya producción no interesa a la integridad de la economía. Se les llama “externalidades”.

No existe una cosa tal como el orbe natural de la economía que incluiría tal bien y excluiría tal otro. Para persuadirse no hay más que puntear la extensión, a lo largo de los siglos, de la esfera mercantil, que a venida a englobar actividades llevadas a cabo en otro tiempo a manera de don, de obligación, o el interior de la célula familiar. Así el cuidado de personas mayores, antaño incumbencia de la familia, ahora confiada a organismos exteriores.

Las preferencias petrificadas

El fracaso de nuestra voluntada sustraerse de las coacciones del cuerpo o de la pesadez del ego es casi un dato primario de nuestra existencia ¿Que decir en el cuadro de un sistema completo de mercados, ya que las decisiones son también decisiones económicas (en el sentido de conducen a la formación de ofertas y demandas)? Se imagina sin dificultad que el hecho de pronunciarse definitivamente para de la vida entera no puede llevar sino a situaciones Pareto-inóptimoes… A menos de integrar en los contratos iniciales la posibilidad de mala fe y del triunfo del cuerpo sobre el espíritu, del ego sobre las posturas morales, y tomar en consecuencia un número cuasi-infinito de opciones sobre los mercados condicionales. Este aspecto esencial ha sido ocultado por Arrow y Debreu.

Las incoherencias del criterio de Pareto.

El óptimo paretiano corresponde a un estado de la economía en donde no es posible mejorar la situación de un agente sin deteriorar la de otro.

Los agentes estando movidos por móviles egoístas de maximización individual de la utilidad, no hay razón para creer que aceptarían un cambio de situación que no les beneficiara. Lo que de hecho postula implícitamente el óptimo de Pareto es que es racional ser filántropo. ¿No hay contradicción flagrante con la racionalidad atribuida al homo economicus?

La aplicación del óptimo de Pareto necesita que el placer sacado del disfrute pueda ser suficientemente estable para que la idea de una comparación entre dos estados de la economía no sea una quimera. Si desde el instante en que se es comprador de un bien el deseo vuelve la cabeza y mira hacia otros horizontes, la situación hacia la cual se tendía no es finalmente mejor que la anterior. ¿Como es esto? ¿Moviente e incierto, el deseo? Si, y no más que un poco, especialmente en virtud de su esencia mimética: la envidia es una de las trazas fundamentales de la vida en sociedad. Extirpar esta indeterminación fundamental necesita considera a los agentes económicos como encerrados sobre ellos mismos, aislados los unos de los otros. . En este mundo de la libre concurrencia (económica) de empresas, no hay lugar para la concurrencia (social) de los individuos.

El criterio de Pareto no es compatible con la redistribución más que en la medida en que este tenga por resultado una entrada de rentas superior a los desembolsos suplementarios ocasionados.

Liberalismo no rima necesariamente con democracia.

Dédalos matemáticos

Resumamos: el modelo Arrow-Debreu intenta probar matemáticamente le eficacia del libre mercado. Le es necesario añadir las hipótesis para que las funciones de oferta y demanda presenten ciertas propiedades indispensables para la demostración. Hemos visto que mundo irreal e ilógico conduce a edificar esto. Incluso cuando todas las condiciones de Arrow-Debreu se satisfacen, es imposible demostrar que la ley de la oferta y la demanda garantiza el equilibrio de los mercados. Por el rodeo de las matemáticas, Sonnenschein ha demostrado por primera vez, en un artículo de 1973, considerando una economía de dos bienes, que las demandas netas asociadas a una mercancía podían tomar cualquier forma. Si la demanda es superior a la oferta, el precio es susceptible de caer, e inversamente. El sol cesa de brillar en el cementerio ortodoxo.

La “ley” de la oferta y la demanda, mirra seductora de los economistas dominantes, se ha reducido a no ser más que un caso particular de una ley general que sería la del desorden. He aquí treinta años, como poco, que el mercado ha muerto y todos los economistas liberales se comportan como si estuviera todavía en vida. El cadáver se remueve aún. No estaba tan agitado desde que se entrado él, en la nada.

Michael Lainé. LE MARCHÉ INTROUVABLE. Critique du mythe libéral. Editions Sylepse.Paris 2009 pp. 61-82

Conclusión

¿Se puede salir del liberalismo?

¿El mercado ha muerto, viva el mercado? He ahí la letanía que se nos sirve a manera de pensamiento; este mundo sería el peor con exclusión de todos los otros. La pobreza, la injusticia, el sufrimiento, todo esto existe, si, pero no se puede aportar aquí más que ligeros correctivos. El mercado debe reinar. Y la imaginación se ruega esperar sobre el umbral. Pero al mismo tiempo, el discurso funciona como un encantamiento político.: se puede siempre, en derecho, ir más lejos sobre el camino que nos lleva al mercado puro de la teoría. Ah, si… Se reconoce una frase de un liberal en que todos los verbos son en condicional.

Este fatalismo económico es tanto más curioso cuanto bebe su fuente en un cuerpo de teorías irrealistas que describen menos el mundo tal cual es como el que debería ser. El liberalismo es en primer lugar un programa político, Su éxito está a la desmesura de su indigencia intelectual ¿Cómo explicar que este rechazo de la realidad haya venido a modelarlo? Existían, hace poco, movimientos populares a favor de emancipación del hombre. El alienado parece haber llegado a amar sus cadenas. Oh, desde luego, estallan manifestaciones aquí o allá, se dirigen acciones, el alter-mundialismo gana los corazones, a falta de las conciencias, pero la amplitud de estas convulsiones es menor. El desencantamiento ha llegado a ser la primera palabra del hombre del siglo 21.

Semejante cierre no se explica por un complot, la conjunción de egoísmos basta a la inercia de un sistema. La fortuna del liberalismo pierde su extrañeza si se considera que conforta a los poderosos en su dominación: todo será para lo mejor en el menos malo de los mundos posibles. Los privilegiados no se sienten justificados de existir más si comparten un sentimiento de elección ¿Quien puede vivir en la idea de que es un usurpador? No es necesario, para esto, de ir a remover una hipotética conjuración de las sombras. Pero el basculamiento del sentido del viejo fondo común de los valores de la modernidad no es extraño a la instalación del mercado en las cabezas. Por un extraño trastorno, el horizonte de libertad y de igualdad que es el de las sociedades democráticas no ha llegado a contradecir la realidad cotidiana, sino que es la realidad la que se alza encima del ideal: no se puede invocarla más ya que ha agotado todo lo que tenía que decirnos. Las desigualdades, la miseria, no resultan más del funcionamiento de la sociedad toda entera, sino que es imputable a los únicos individuos que son las víctimas. Si el fracaso o el dolor hiere al hombre libre, igual y fraternal, no puede agarrar más que a el mismo. Pronto tres decenios de paro de masas nos han acostumbrado a la sumisión; en un mundo supuesto justo ya que democrático, el individuo es el único responsable de su destino.

El ascenso del estado represivo es el corolario de este reflujo de los ideales progresistas. Es también indispensable al capitalismo liberal como la levadura los es a la masa: a medida que el sistema económico se hace más violento, que rechaza a su margen fracciones crecientes de población, debe esconder su fracaso criminalizándole. Se finge olvidar que, de siempre, la pobreza y el fracaso escolar han sido factores de desvío. Se atribuye a su naturaleza perversa los delitos de los maleantes. Las condiciones económicas y sociales que la hacen posible son pasadas bajo silencio ¿Como romper con esta variante dura del liberalismo?

¿Que pasa con la crisis actual? ¿Hundido en la tormenta el capitalismo se va a reformar? En el futuro, es de temer incluso que el éxito (demasiado) relativo de los tímidos planes de recuperación ofrezca un pretexto ideal para fustigar la impotencia estatal. El sector bancario y financiero va a ser reglamentado más severamente sin que esto comporte una amplia rehabilitación del sector público. La liturgia bruselense quedará sensiblemente igual; será preciso recitar su mercatus noster antes de toda sesión de trabajo. Pero la crisis es también el momento de gestación privilegiada de ideas nuevas. Ella preludia la maduración de los espíritus.

Este necesita trabajar el advenimiento de una mano visible, la de la movilización social en todos los instantes, vigilante, capaz de regular el capitalismo no para permitirle supera sus contradicciones, sino para sobrepasarlo e inventar una nueva sociedad. El progresista está en plena refundación. En tanto que no haya elaborado un proyecto alternativo viable, las crisis que regularmente convulsionan el mundo se saldarán por una huida adelante en la utopía del mercado. Esta llamada a la movilización de de energías será hueca si no fija objetivos ambiciosos, el de retornar contra ellos las armas que han hecho la fortuna de los liberales. Redefiniendo las nociones clave de libertan y de beneficio, cambiando las reglas de un juego siempre vuelto hacia el interés egoísta, a un interés esta vez realmente compatible con el bien común el progreso social podrá renacer de sus cenizas



Michael Lainé. LE MARCHÉ INTROUVABLE. Critique du mythe libéral. Editions Sylepse.Paris 2009 pp. 175-178

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