miércoles, 20 de febrero de 2008

Religión remedio a la decadencia 2 (P. de Meuse)

Continuación.

El Comandante:- ¡Y bien! ¿Qué religión puede ventajosamente religarle más a su patria que aquélla que heredó sus de sus padres?

Simplicio: - Ninguna, indiscutiblemente. No obstante, el resultado actual de la Iglesia Católica hace reflexionar seriamente sobre las capacidades que nos deja su magisterio para buscar las vías de la supervivencia colectiva de nuestra herencia. Me limitaré recordarles entre millares de otros, dos hechos significativos: el día 15/08/1989, con ocasión de la fiesta de la Santa Virgen, el papa Juan Pablo II pide a Europa se recristianizarse y abrir sus fronteras. Pascua 2000; el misma papa pide para la humanidad la vuelta a la Paz y reclama de la conciencia universal una movilización acrecentada contra la xenofobia y el racismo, cuya falta reconoce a nuestra cultura (6).

El Comandante: - ¿Usted se siente aludido por estas críticas contra el racismo y la xenofobia? Me parece que esta crítica pastoral no nos concierne, sino que van dirigidas a otros, que, en nombre de teorías materialistas y deterministas que rechazamos, se proponen instaurar o mantener prácticas criticables. Son válidas tan para los Chinos que oprimen a los Tibetanos, o el Ghaneanos que expulsan a los Nigerianos; ¡no de en la manía persecutoria, que diablo!

Simplicio:-Me tiende una trampa en la que no caeré. Cuando el Papa condena el racismo, no es solamente las teorías de Vacher de Lapouge lo que está en causa, sino el conjunto de las prácticas por las cuales una colectividad social se defiende. Por otra parte, estas palabras van dirigidas del mundo entero y se entienden bien en este sentido. Ellas exhortan a una actitud moral que tienen por resultado ignorar las diferencias y solo son susceptibles de ser seguidas por los pueblos cristianos. A once años de distancia, es el mismo mensaje todavía el que se extiende, venido de Roma, exigiendo el desarme mental de Europa, a la que se le reclama siempre más apertura sobre La Humanidad, a ella y solo a ella. Ya que es ella la que se supone entender su palabra, intimándole el deber de borrarse a sí misma y el renunciamiento al precio mismo de su existencia, mientras que el resto del mundo no quiere oír más que el advenimiento de su derecho, y de su crédito a nuestro respecto. ¿Piensa realmente que esta llamada sea compatible con la perennidad de nuestra comunidad natural? .

El Comandante: - No sea demasiado duro para el Santo Padre, que tiene ya mucho que hacer con nuestros enemigos: mostró una firmeza espléndida oponiéndose al aborto, a la contracepción, al matrimonio de los sacerdotes. Está atraído por la venganza universal de los progresistas y los liberales. Eso debería volverles propenso a la indulgencia para el que ha abatido con su báculo la tiranía comunista.

Simplicio: ¿- Esta pugnacidad en defender la cohesión de la Iglesia debería pues ser la contrapartida de una renuncia de Europa a existir? ¿" Dejadme la regla moral, os dejo las patrias"? Sería difícilmente aceptable, incluso con la Fe, pienso.

El Comandante: - Quizá, pero después de todo, esto solo es la opinión personal del Soberano Pontífice, el cual nosotros no estamos obligados de adherir. Sólo debe contar para nosotros el Verbo infalible, el que los Padres de la Iglesia han definido durante su larga vida que solo terminará con el Juicio último. El resto no es más que incidencia.

Simplicio: - Ahí, no puedo seguirle, ya que es demasiado fácil transformar en opinión personal lo que se difunde al mundo entero desde los cátedras más altas. En primer lugar, este mensaje ha sido repetido sin parar por tres papas, si se excluye a Juan Pablo I que no ha tenido tiempo de hablar, y esto, durante más de cuarenta años, es decir mucho más tiempo que la más grande de de las herejías que tocaron Roma. La situación actual es completamente nueva. Queda claro que, en la imagen que quiere dar de ella misma, en la exposición que da del mundo, y que debe permitirle mantener sus acervos y conquistar las almas, la Iglesia no cesó desde 1960, esto es la muerte de Pío XII y el principio del Concilio de Vaticano II, de dar autoridad moral al Humanitarismo y a los Derechos del Hombre, dos sistemas que sin embargo había condenado severamente ambos durante los siglos anteriores. En estos años que vieron la descolonización y el final de la hegemonía de Europa en el mundo, Roma eligió aliarse al más fuerte, a saber la ideología universalista temporal que había precedentemente combatido. Ciertamente, los dogmas de la religión siguen siendo los mismos, y ninguna bula pontifical, ninguna declaración del concilio vino a derogar el a Transubstanciación ni la Presencia real. Sin embargo, los temas sobre los que funda su desarrollo se modificaron completamente, siendo relegados los dogmas al segundo plan. La Iglesia no se basa ya en la teología, dejada solamente para “uso interno", para hablar al mundo, ni sobre su mística, algunos carismáticos puesto a parte, ni incluso sobre su moral, sino sobre la extensión de esta moral a las sociedades, demandando así a nuestras naciones la misma contrición que ella demanda a los individuos. Nosotros no podemos pues esperar ninguna ayuda de un discurso que pone en primer plano la renuncia de Europa a ser ella misma. Cuando, en l969, el papa Pablo VI impuso delante de las cámaras su bendición sobre la cabeza del siniestro Mugabe, célebre hoy día por la expulsión sangrante de los agricultores blancos de Rodesia, no hacía más que prever, dotado del extraordinario haz de información del que dispone, el descenso definitivo de Europa, a la cual no quería a ligar la Iglesia. Es por esto que Juan XXIII y sobre todo sus sucesores, comenzaron a aliarse a la idéología1945, la de la ONU, en la idea "de cristianizarla".


El Comandante: ¿- Es pues tan criticable? ¿No es lo propio de la política adaptarse a una relación de fuerzas? ¿Y no alababa usted hace mucho tiempo al florentino Maquiavelo por ver en este planteamiento la primera condición para una acción política?

Simplicio: -¡Atención! esta actitud de los papas contemporáneos implica un cambio de registro más pesado de consecuencia de lo que usted cree. Cuando los papas de la Edad Media o el Renacimiento, como jefes de la Cristiandad, decidían sostener a un príncipe o desposeer a otro, no pretendían poner en entredicho la naturaleza de su poder, ni a someter su autoridad a una regla de legitimidad nueva, liberada de las leyes de Historia, sino solamente aplicar, en tanto príncipes, los reglas tradicionales del ejercicio del poder. La actitud de la Iglesia post conciliar, al contrario, fomenta la puesta en obra de un proyecto revolucionario, el advenimiento de un hombre nuevo sobre el plan temporal y no solamente en la ciudad celeste. La antigua doctrina cristiana reclamaba la paz civil de un poder legítimo, esto decir “la tranquilidad en el orden”, según la expresión de San Agustín (7), no pidiendo el Estado cristiano más que garantías de libertad preferencial para su enseñanza. El antiguo papado justificaba las necesidades del poder como imperativos "técnicos", propios la ciencia política, de la que no repugnaba servirse, en tanto que depositarla una soberanía temporal. La nueva doctrina hizo renunciar a los papas, desde Pablo VI, a este poder temporal, cuyas exigencias no soportan ni sostienen más: no es una casualidad si ningún papa, incluso el efímero Juan Pablo I, haya llevado la tiara, ya que Roma sabe aún lo que significa la simbólica. El magisterio católico no se preocupa ya realmente de la conformidad de las leyes civiles con la conducta de las almas hacia la salvación, sino solamente de la adhesión á un principio general: el de un vago humanismo, conducente a un Estado mundial construido sobre la disminución de las diferencias y fronteras, y la culpabilidad unilateral y permanente de las antiguas culturas y naciones cristianas. Es lo que Juan Pablo II expresa en sus "arrepentimientos' sucesivos que, lo sé, le hace chirriar de los dientes." ¿Pero ha reflexionado sobre el su significado? No expresan la culpabilidad personal del que las profiere, que tendría el derecho a confesar, sino la, colectiva, de toda la Europa cristiana, que no le pertenece, a pesar de la altura de su función. ¿Y cómo puede responder a eso? Nadie se atrevió entre ustedes, a formular del contra-arrepentimiento, diciendo orgullosamente: “ yo asumo todo esta que hizo mi patria, bien o mal, y no pido ningún perdón!" Eso prueba bien cuánto les paraliza este mecanismo. No hay más anatemas contra los herejes, ni contra los descreídos. En cambio, cada vez que un hombre, un partido, un pensador, se rebela contra La indiferenclación, reclama la aplicación de las legítimas discriminaciones, es seguro encontrar en frente él los doctores de la fe y toda la jerarquía de la Iglesia. Últimamente, y en la época en que el FN representaba un motivo de inquietud para la clase política, los obispos franceses no faltaban felicitarse con razón, al apoyo de estadísticas, que el obstáculo más temible que obstaculizaba su desarrollo fuera la masa de practicantes de nuestro país. Perdone mi brutalidad, pero el catolicismo ha tomado partido sin reservas contra nuestras naciones y nuestras culturas. Se ha pasado al enemigo. Su sumisión a sus órdenes, su voluntad de no ver, contra la evidencia, en sus tomas de posición más que una preocupación de apaciguamiento apostólica, dan prueba de su humildad, pero no de su lucidez.

El Comandante: - Sea, yo se lo concedo, con rabia en el corazón. ¡Y bien! Debemos unirnos a los batallones de los que resisten, que llaman respetuosamente del papa mal informado al papa bien informado. Contra los errores de la jerarquía, nosotros formamos una cohorte de laicos y sacerdotes cabezones que se obstinan defender la religión tridentina, a pesar de las desviaciones de la fe ocasionadas por el Concilio y sobre todo las interpretaciones falaces a las que dio lugar. Desde que el dedo de Dios levante sobre nosotros, estaremos allí para remitir a su lugar las certezas vivificantes de la Revelación: en el corazón del orden social restaurado.

Simplicio: ¿- Esta es una solución? Me permitirá guardar alguna desconfianza. No estoy seguro que la creación de una comunidad cristiana- tradicional baste, ni restaurar nuestras sociedades, ni incluso a edificar una contrasociedad.

En efecto, no se trata de conservar un orden social bien asentado sino de reconstruirlo después de que haya sido destruido. Ahora bien para reconstituir, aunque solo fuera en la cabeza, una estructura compleja, es necesario retomar sus componentes y no solamente una de ellas. Además, cuando la lógica de los elementos culturales es contradictoria, es indispensable edificar un compromiso entre ellas. En efecto, la cultura europea no se reduce al cristianismo. En el orden social cristiano del siglo XIII que usted admira a justo título, y considera como un modelo imperfecto, pero magnífico, de cristiandad viva, existen muy numerosos comportamientos normativos previos al cristianismo, y que, en gran parte, le son contrarios y con todo esenciales. Citemos la guerra privada, las venganzas del clan, la violencia limitada, pero omnipresente, el duelo, las dificultades patrimoniales ejercidas sobre los individuos, los rescates, la moral selectiva, el saqueo de las ciudades y tierras conquistadas, la masacre de sus guarniciones, y, por encima de todo, el punto de honor. Podría por otra parte ennegrecer páginas enteras de enumeraciones en este sentido. La Iglesia, naturalmente, tomó sin relajo medidas para oponerse estas prácticas. No obstante la imagen serena y mística de la Edad Media que guardamos proviene de esta tensión interna que conocía; en otros términos, la gloria de la sociedad cristiana procede precisamente del hecho de que no es ¡enteramente cristiana!

El Comandante: - En este caso deberíamos admirar la que nosotros vivimos, que no lo es más. Todo eso me tiene le aire ser un elegante sofisma

Simplicio: - No es que nuestra sociedad no sea ya cristiana, es que ella ha desviado radicalmente los principios cristianos secularizándolos, y cumpliéndolos. “ no hay ya ni Judío ni Griego, ni hombre ni mujer” nos afirma, según la palabra de San Pablo en la carta al Colosenses. Solamente que, naturalmente, no es una fusión espiritual en el Reino de Dios más de lo que se trata, sino de un indiferenclación temporal y materialista. La sociedad "orgánica" la cual se refieren sus nostalgias - y las mías-conoce une gama extensa de deberes muy fuertes basados en primer lugar en los lazos de sangre. Deber de obediencia, de fidelidad, de venganza, deber, en una palabra, de conformar su destino al de la comunidad en que el nacimiento le ha colocado. La soberanía del individuo, en todo eso, contaba bien poco. La persona estaba sometida a estas obligaciones, cualquiera que fuera la casta a la cual perteneciera, de modo que solo excepciones podían desligarse. La religión cristiana, incansablemente, se esforzó de mil maneras para reducir el peso de estas cadenas, canalizando al mismo tiempo las energías producidas por estos solidaridades que ella no había creado, y que estaba forzada a acepta. Las Instituciones tradicionales del Antiguo Régimen estaban iluminadas por la fe, pero su lógica, su dinámica es previa y exterior al cristianismo.

El Comandante: - Me va usted a decir ahora que el cristianismo es hostil la familla. Es insensato. Es por el contrario la defensa más segura, más indefectible.

Simplicio: - No diría una cosa similar. Es cierto que la doctrina cristiana es favorable a la familla, calificada por los teólogos tradicionales de "sociedad imperfecta". Dicho esto, no es de cualquier familla que se trata, sino de la familla celular, compuesta del padre, la madre y de los niños, funcionalmente indispensables para su educación en la Fe. Es por otra parte aún un trazo, perdóneme usted que se lo diga, que lo aproxima al Islam. Es del todo diferente si se interesa por la familla "troncal", la que reagrupa varias generaciones y varias células, y que se llaman también "patriarcal". En lo que concierne a esta, los moralistas cristianos vinieron muy pronto a reclamar limitaciones a sus poderes sobre los individuos. La patria potestad, los imperativos patrimoniales, las obligaciones de endogamia aparecieron en efecto como abusivas a los ojos de los moralistas. Les recordaré que los primeras contestaciones al principio del derecho de primogenitura provienen de los teólogos de la Contra-Reforma y no de los Filósofos del siglo XVIII La Iglesia con la dulzura y la obstinación de las instituciones que tienen el tiempo delante de ellas, ha reducido las prerrogativas de los clanes y fratrías; buscó rebajar el orgullo de las razas que querían que cada generación hizo crecer el patrimonio. Pacientemente, y hasta el siglo XVI , exigió un impuesto sobre las sucesiones (más de un cuarto, a veces) sin el cual rechazaba el entierro en tierra cristiana, considerada en ese tiempo como la puerta del paraíso (8). Es suficiente leer las obras de los profesores Jean Delumeau y Jean de Viguerie, a pesar de la oposición total de sus tesis, para convencerse que todo esto no es producto de la casualidad. Las cosas vienen de lejos y la evolución postconciliar, contrariamente a lo que dicen muchos tradicionalistas, no es el resultado de una conspiración súbita y de una ruptura total, sino de una larga evolución de ideas que se encontraba en gestación y que se expresaba diferentemente, pero cuyo origen es antiguo.

El Comandante:-Quizá. ¿Pero que deduce usted? La Iglesia es una institución humana, y sus príncipes estaban y están sometidos como todos los mortales a las tentaciones y a las ambiciones de la humana naturaleza. Estaban, como todo el mundo, ávidos de poder y buscaban someter al prójimo según sus debilidades de pecadores. No es necesario juzgarla por este rasero.


Simplicio – Yo deduzco simplemente que el cristianismo es una religión individualista. La salvación individual es el gran, el único asunto del cristiano. No hay, radicalmente, salvación colectiva. La civilización cristiana, está fundada, no lo negará, sobre dos pilares: la caridad y el libre arbitrio, es decir dos valores que se sitúan, en cuanto a su fin como en cuanto a su resorte, en el alma individual. Para el cristianismo, no hay pasado colectivo. Muy pronto algunos apologistas sacaron la conclusión terrible de que el cristiano no tiene necesidad de patria. Naturalmente, me dirá usted, estas opiniones lapidarias no comprometen la fe. Son sin embargo la consecuencia lógica extrema de la palabra del Evangelio:” si tu mano derecha se opone a tu salvación, córtala y arrójala lejos ti”, “si tu padre se opone a tu salvación, aléjate de él”.

El Comandante:- Sin embargo, contrariamente lo que dice usted, la religión católica siempre ha sabido hacer la parte entre el ámbito de la libertad individual, quien solo afecta a salvación, y el ámbito de los deberes de Estado hacia la colectividad, para la cual no consiente ninguna reducción, no justifica ninguna retirada en si mismo. Toda la teología moral cristiana se lo dirá: la Iglesia tradicional no promueve la rebelión. Ella demanda solamente que se le deje a cada uno una parte inalienable que le permite elegir libremente la vía del Bien. Ella no demande la liberación del presidiario, sino proclama solamente que, incluso cargado de cadenas, cuya legalidad no impugna, o incluso la legitimidad, éste sigue siendo libre cara a su Dios. Afirma igualmente que la política es una forma superior de la caridad. Privar su próximo de su comunidad humana, es pues faltar lo más alto de las virtudes teologales.

Simplicio: - Ciertamente, toda la obra de la historia de la Iglesia nos da a conocer los compromisos que ella concibió para hacer su funcionamiento compatible con las instituciones terrestres. Sin embargo, no es necesario perder vista que estos acomodamientos son el producto de una transacción, producida por una relación de fuerza entre un imperativo espiritual y un estado de hecho, con el cual era necesario negociar como con un conjunto extranjero. El orden social cristiano pues todavía ha sido el producto de la necesidad .Desgraciadamente, no estamos más ahí hoy día.

En efecto, cuando existe un orden social, dedicado a la salvación individual, y en tanto que ella se limite se a los fines últimos, la Fe puede vivir en armonía con este orden, vivificarlo e incluso perennizarlo durante quince siglos. Desgraciadamente, cuando este orden se destruye, no es necesario pensar en las virtudes cristianas para reconstruirlo. Es un asunto puramente humano pues contingente, para el cual nos deja sin recursos. La lectura de las instrucciones diocesanas es a este respecto instructiva. No es por ignorancia por lo que los obispos, que tomamos fácilmente por imbéciles, han renunciado a defender el orden social, ya que saben perfectamente qué consecuencias ha encadenado su destrucción para las costumbres de nuestro país, que por otra parte, deploran, sin que esta incoherencia sea siempre el producto de la mala fe.

Uno de ellos describía últimamente sobre las ondas con una lucidez implacable cuanto la fidelidad de las parejas, la estabilidad de los matrimonios, la continuidad de los padres y de los hijos estaban directamente vinculada a las dificultades de carácter patrimonial, financiero, legal, que los individuos sufrían antes y que ellos sufren cada vez menos, a causa de leyes que favorecen hoy día al individuo frente al grupo. Citaba estadísticas muy claras que prueban que los días individuos no siguen la vía recta más que a condición que sea balizada severamente por la ley civil. Mostraba con una sensatez que estallaba cuánto las prestaciones sociales, descartando la obligación de buscar la solidaridad familiar, permite a cada uno vivir según sus gustos, incluso con menosprecio de las buenos costumbres. ¿Cree usted que el abogaba por una restauración de esas reglas coercitivas que mantienen al individuo protegiéndole al mismo tiempo? ¿Piensa usted que añoraba el tiempo en que era necesario el coraje para ser un pecador público? De ninguna manera. Muy al contrario, se felicitaba con ingenuidad de esta “bella aventura” de la liberación de los individuos, porque “la elección del bien llegaba a ser más preciosa que antes, pues era una elección personal, no contaminado por obligaciones aceptadas a regañadientes (9)

Tenemos ahí una ilustración de un hiato esencial entre las exigencias de orden social y la tendencia de la moral evangélica fundar todo esto que es importante sobre la autonomía del sujeto. Si mi observación les parece obscura, les daré un ejemplo sorprendente: la discriminación que hacen todas las sociedades tradicionales, sin excepción, entre los niños legítimos y los niños naturales. Ustedes no negarán que este concepto es crucial ya que se encuentra en el corazón de los derechos del grupo. Ahora bien esta maldición que pesa sobre los niños inocentes de las "faltas" de sus padres siempre ha sido considerada como escandalosa por los moralistas cristianos. La aceptaban generalmente, pero como una prueba la "dureza de corazón" inherente a la imperfección del mundo aquí abajo. ¿Una vez que, en el consenso general, estas exclusiones hayan sido abolidas, cree usted que podría volverlas a poner en vigor sin justificación moral?

Es exactamente lo mismo para la pena de muerte. Cuando Juan Pablo II martillea cada vez que tiene la ocasión su hostilidad de principio a la pena capital (10), no se propone expresar una opinión personal sobre este tema, sino quiere ser el continuador de un pensamiento cristiano muy antiguo, que se resume en la célebre formula: “ Ecclesin abhorret asanguine” . Bien entendido que los teólogos tradicionalistas tendrán el bonito juego de responder que esta interpretación del viejo proverbio es cuestionable, ya que la Iglesia preconciliar se guardaba bien de militar por la abolición, sino que se limitaba a tenerse al margen de un método que tenía como una exigencia terrestre gravemente manchada por la imperfección de los hombres. Ello no impide, este estrabismo, corolario del principio evangélico “mi reino no es de este mundo “, sea la causa de una incurable tendencia de la Iglesia a la indiferencia por las exigencias del orden civil, que Pascal expresaba ya bajo una forma extrema, pero que está latente en el pensamiento católico latino desde el siglo XVII; el orden social es necesario pero su único valor reside en su existencia; su legitimidad solo es contingente.

Queda claro que la Iglesia no puede sola restaurar la sociedad. A lo sumo puede aliviar su sufrimiento de haber perder perdido su patria carnal y espiritual, por las "consolaciones" con que ella nos gratifica. Más grave aún, sus preceptos, incluso y sobre todo cuando han sido relajados, y solo subsisten como un entorno cultural, dejan subsistir una pendiente deslizante hacia lo humanitario, hacia el rechazo del sometimiento al grupo cuyo renacimiento es la condición sine qua non de la recuperación que nosotros deseamos usted y yo.

¿Ha observado, un mi querido Comandante, quien los países protestantes se mezclan mucho menos que los católicos? Es un observación que he hecho durante mis viajes y que me apesadumbró mucho tiempo; el Catolicismo, más respetuoso de las costumbres, debería al contrario, en una justa acepción de la diferencia entre la Ética y las costumbres, permitir un mejor preservación de las diferencias innatas. Ahora bien, los países latinos católicos conocen un mestizaje par la parte baja de la escala social, mientras que los países nórdicos y protestan conocen que un mestizaje por la cumbre, por lo tanto mucho más limitado.

El Comandante: - Es que los barreras son de tanto más eficaces cuanto que la consciencia de clase es fuertes, y esta conciencia solo protege las élites, que han conservado tradiciones colectivas. Así los békés de la Martinica, aunque católicos y franceses, se reproducen en su grupo, porque tienen un sentido de la comunidad aristocrática que les separa de la masa antillana. No es, salvo excepción, con un razonamiento como se controla la libido humana, sino con un conjunto de solidaridades e interacciones sociales.

Simplicio: - Precisamente. Ahora bien los países protestantes tienen un orden social tan destruido como los católicos, si no aún más, y sin embargo, las mezclas no se hacen en la masa, o en una proporción mucho menor. Aventuro a este hecho una explicación: es que la religión católica, en su forma tradicional, estaba mas socializada que la protestante; integraba todas las autoridades legítimas en el lo sagrado, cercando los personas en una red donde los deberes naturales y los derivados de la Fe solo hacían uno, mientras que el libre examen no exige de los protestantes más que una adhesión contingente al orden social. El reflujo de la religión en los países católicos deja un espacio vacío en el cual el preceptos universales del catolicismo han dejado un recuerdo vago, pero pregnante, y que nada viene a remplazar. Este contexto es particularmente favorable a la indiférenclación. Al contrario la disminución de la Fe en los países afectados por del protestantismo no concierne más que al fuero interno de cada uno, y las actitudes naturales e instintivas de los hombres se mantienen intactas, porque la religión las habían afectado más. Conclusión: cuanto más una religión es perfecta, tanto más su secularización deja desarmado. España e Italia que se suicidan bajo nuestros ojos con una tasa de natalidad inferior un niño por mujer son una prueba más de de lo que avanzo.

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