lunes, 4 de febrero de 2008

LAS TRES REVOLUCIONES. Tage Lindbom (3. La tercera revolución)

LA TERCERA REVOLUCIÓN

Con estos interrogantes había sonado la hora para la tercera revolución, la revolución biológica y psicológica. El pequeño Emilio, el hijo de la naturaleza de Rousseau, sale ahora del mundo de los sueños pedagógicos en el que durante dos siglos había descansado con el sueño de la Bella Durmiente. En la posguerra aparece y proclama sus pensamientos pedagógicos, que, al menos en mi país, Suecia, se han elevado a la categoría de filosofía pedagógica del Estado. Las normas morales y la autoridad de la familia se consideran como instituciones enemigas del hombre. Se declara la guerra a las diferencias biológicas y anímicas entre hombre y mujer.

Tenemos que llevar nuestras preguntas hasta sus últimas consecuencias. ¿Qué es lo que se desencadena en el mundo de la posguerra? ¿Por qué esta furia igualitaria? Para poder dar una respuesta, tenemos que recordar que el hombre ateo y secularizado aspira a ser él mismo Todopoderoso sobre la tierra. Pero somos miles de millones de hombres en la tierra y nadie es igual a otro, hasta los gemelos univitelinos se diferencian.

No basta proclamar la soberanía del hombre. El soberano tiene que presentarse con una forma adecuada. Es decir, la humanidad tiene que configurarse, llegar a ser una única forma, no sólo social, económica o culturalmente. El hombre tiene, por tanto, en cuanto sea posible, que fundirse uniformemente, biológica y psíquicamente. Para convencerse a sí mismo, tiene que vaciarse en una sola forma. Sólo así puede contemplar su figura uniforme en la sala de los espejos del "Reino del hombre". Sólo entonces puede postrarse y adorarse a sí mismo.

Sólo cuando la humanidad se haya metido en este inmenso lecho de Procusto, puede presentarse al fin con la pretensión de que vivimos en un mundo donde impera el hombre como nueva divinidad. El camino hacia ello es un despiadado proceso de igualación que, preparado durante decenios, se realizará ahora después de la segunda guerra mundial con un ritmo cada vez más rápido y violento. Esta furia igualitaria, que se extiende por todo el mundo, como el fuego por la estepa, históricamente considerada, ha recorrido dos fases que podemos señalar con las fechas de 1789 y 1917 como piedras miliares: la revolución político burguesa y la revolución socialista.

Los hombres de Lenin se imaginaron haber librado "la última batalla". Pero todavía otra revolución está ante la puerta del "Reino del hombre". Esta es la tercera revolución, la fase decisiva. Ahora sus ideólogos atentan contra la naturaleza interna y externa del hombre mismo, la psíquica y la biológica. La furia igualitaria se dirige no sólo contra instituciones y obras humanas, se dirige ahora contra la misma obra de Dios. Es una declaración de guerra contra un principio central en la naturaleza y en la vida humana: la autoridad. Es también una declaración de guerra contra la tensión polar en toda vida, la tensión entre lo masculino y lo femenino. Es una guerra contra los fundamentos de la creación de Dios. Con ello entra el "Reino del hombre en su fase satánica.

Ahora entra en escena el Estado con todo su poder. Pues solamente con un gran despliegue de medidas estatales, políticas, jurídicas, administrativas y policiales puede llevarse a cabo la completa igualdad. Un sistema escolar estatal y unitario, la educación bajo la guía y el control del Estado, así como la unificación de los sexos, son los garantes de esta obra de igualación.

El antiguo y democrático sueño de un orden humano, donde la libertad y la igualdad convivieran armónicamente, hace mucho tiempo que pasó. En esta rivalidad vence irremisiblemente la igualdad, pues lo igual puede siempre realizarse y controlarse desde el puesto central de mando. Lo igual es una cantidad que puede verificarse estadísticamente. La libertad es, por el contrario, una cualidad. En su fragilidad está unida solamente con el individuo singular. Por tanto, a cada instante puede destruirse.

El "Reino del hombre" desemboca en este absolutismo. No es que haya otros y mejores caminos para la secularización; no, todo es lógico e inevitable. Los ateos cosecharán lo que han sembrado. Pero lo satánico sabe siempre esconderse, enmascararse y disfrazarse. Por eso el "Reino del hombre saca de la igualdad también una moral: ser igual -en todos los terrenos humanos- se proclama como la forma suprema de la ética personal y social. Y no sólo eso. La justicia es la igualdad. El desigual es injusto. Defender lo desigual es el gran pecado original. En este mundo de sueños pseudometafísicos cree el hombre secularizado encontrarse a sí mismo. Mira su imagen uniforme en el espejo y se imagina que ha ganado dignidad. Cree que puede adquirir en la tierra una posición de dominio sin la ayuda de Dios. Cree además que la completa igualdad lleva consigo una solidaridad fraternal, que reinarán la paz y la felicidad.

Pero ¿qué es lo que vendrá en realidad? Lo contrario. El habitante del "Reino del hombre" busca sólo lo suyo. ¿Y qué es lo que encuentra? Lo sensible, biológica e ideológicamente, y nada más. Este hombre se convierte en un hombre solitario, a solas con su sensibilidad. Cuando se encuentra con sus semejantes es un encuentro de humano egoísmo. Pero como todos son ahora iguales, este encuentro se hace ahora más hostil: ahora todos tienen que construir su atalaya y observarse ininterrumpidamente unos a otros. Que estos hombres actúen individual o colectivamente no cambia nada la situación. Pues lo colectivo es sólo la suma de los egoísmos individuales. Mientras más igualdad, más antagonismo.

Si el hombre busca un hermano, tienen ambos que tener un padre común. Pero en el "Reino del hombre" no hay ningún padre. Lo que el hombre ateo ve con la imagen del espejo no es dignidad, sino duda, desconfianza y abandono existencial.

El Reino del poder y del placer necesita crearse el Estado totalitario. Sin este instrumento de poder no puede subsistir el "Reino del hombre". Pues en este mundo del poder y del placer el hombre se acerca a su desintegración. Puesto que se niega lo eterno en el hombre, se convierte el hombre finalmente en la suma de funciones biológicas y psíquicas. Lo mecánico ocupa el lugar de lo humano. El "Reino del hombre" entra en el camino de su propia destrucción.

Texto publicado en la desaparecida revista Sillar, Madrid, octubre-diciembre de 1983.

Otras obras del mismo autor:
Los molinos de viento de Sancho Panza (Sancho Panzas vaderkvarnar).
Entre Cielo y Tierra (Mellan himmel hoch hord), 1970.
La semilla y la cizaña (Agnarna och Veter), 1974.
The Myth of Democracy, Grand Rapids, MI, William B. Erdmans Publishers Co., 1996.

No hay comentarios: