lunes, 23 de enero de 2017

LA RUEDA DE LA TRANSFORMACIÓN (Karlfrief Graf Dürckheim)

LA RUEDA DE LA TRANSFORMACIÓN

Karlfrief Graf Dürckheim

Solo podrá acreditar la esencia en su vida terrenal quien acepte la oscuridad que hay dentro y alrededor suyo, y por tanto no rehúya la amenaza siempre existente. Más esto lo consigue únicamente quien, obediente a la ley de la vida que no consiente el paro, pone en juego una y otra vez la posición conseguida en el mundo.  Así ha de estar también dispuesto a probar si la forma, que transitoriamente corresponde a su esencia, está en condiciones de resistir nuevos encuentros con el mundo amenazador.  No se trata sólo de ven­cer al Yo elemental que aletea en nosotros ni tampoco de superar la forma que, al correspon­der a las exigencias de rendimiento y de postura del mundo, deforma la propia esencia, sino que, por encima de todo ello, lanzarse siempre de nue­vo en busca de la disposición que surgió del con­tacto con la esencia ascendente. Instintivamente, el hombre, cuando ha descubierto el núcleo de su esencia, construye un templo a su alrededor.  Pero también este templo tiene que ser destruido una y otra vez para que lo santo que en él se guarda pueda brillar en nueva vida.
Lo que se halla más allá de los contrastes del Ser existente en nuestra esencia no puede flore­cer en esta vida si uno se establece en una de sus formas y no quiere reconocer los contrastes de este mundo.  El hombre sólo puede crecer de su propia esencia si también admite el acercamiento de lo que le disgusta.  Ha de enfrentarse con las fuerzas mundanas sin reservas, aceptándolas como son, sin rehuir la oscuridad y no detenién­dose tampoco ante la luz.  Sólo en el encuentro libre y abierto, sólo en el continuo avanzar y, si es necesario, en la renuncia a lo felizmente con­seguido, se forma y endurece la piel que precisamos para salir airosos en el mundo, así como se forman también el cincel y la espada que ha­cen falta para conseguir un orden nuevo y más válido.

En contraste a la coraza del pequeño Yo y de la personalidad, que es dura e impermeable, está nuestra "piel de vida", correspondiente a la esen­cia y adaptada al mismo tiempo al mundo, trans­parente para la siempre nueva penetración del Yo y para la esencia surgente, formando por ello el vaso en el que el hombre puede aumentar sin cesar su poder, su riqueza espiritual, su forma y su fuerza de unión con el Ser.  Mas esta piel sólo sigue creciendo cuando, en la disposición pensativa y activa, se busca una y otra vez la for­ma en la que, en los grandes momentos de la liberación del Yo y en la fusión con el fondo, la esencia se ha encontrado con el Ser.  Grande es entonces la tentación de mantenerse apartado en sublime silencio, pero quien esto intente, retroce­derá.  El hombre "despertado" a la esencia cumple su servicio al Ser según el modo en que, luchan­do, formando y amando, revela en medio del mundo "ese Algo que hace falta'.

La fuerza luminosa y formativa que procede de la esencia nunca se mantiene viva y fecunda en el bello armario que la protege cuidadosamente del mundo, sino únicamente en una defensa que re­luce gracias a su transparencia, con la que el hombre no resiste el mundo sólo por su fuerza

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