martes, 10 de enero de 2017

LA ENEIDA (LIBRO VI) (Santiago Dotor)

Santiago Dotor: LA ENEIDA (LIBRO VI)

(Publicado en: "Virgilio", Compañía Bibliográfica Española, Madrid,1966).

El libro VI transcurre en una dimensión superior, metafísica, donde no cuentan tiempo ni espacio, y las relaciones y problemas humanos habituales, reflejados en la sociedad y en la historia, quedan minimizados o relegados a un segundo término. El libro VI constituye realmente la culminación de la Eneida y de toda la obra virgiliana, y contiene la esencia del mensaje espiritual del Vate mantuano. Desde el punto de vista de su relación orgánica con los demás libros de la grandiosa epopeya, es un verdadero resumen sustancial de la misma, y, al propio tiempo, el eje alrededor del cual gira y gravita toda la máxima obra de Virgilio.

Fundamentalmente, el libro VI de La Eneida describe el viaje suprasensible y simbólico realizado por el héroe protagonista. Ninguna otra parte de la total producción escrita virgiliana -a excepción, quizá, de la IV Bucólica- ha suscitado tantas discusiones, críticas y encendidas polémicas sobre su interpretación, así como sobre cuáles sean las doctrinas filosóficas, religiosas o iniciáticas en que se fundamente. Problema este último de difícil elucidación. Se ha venido insistiendo en que el fondo doctrinal del libro VI era pitagórico u órfico-pitagórico; en tal sentido, E. Norden (1) lo considera como una adaptación de un tratado escatológico órfico-pitagórico, hoy perdido. También se han querido ver sus fundamentos en la doctrina ecléctica (estoico-pitagórica) de Posidonio de Apamea, una de las grandes figuras espirituales descollantes en la primera mitad del siglo de Virgilio. Otros estiman como más probable que Virgilio haya recogido y armonizado, en lo posible, diferentes doctrinas escatológicas, tomando como base las tradicionales del pitagorismo y platonismo -así, la catábasis del propio Pitágoras, divinizado como avatar de Apolo, que nos narra el enigmático Abaris; el mito de Er, en el libro X de la República, de Platón, así como los diálogos Fedro, Gorgias y Fedón, del mismo Platón; el Somnium Scipionis, de Cicerón, etc.-, combinándolas con otros elementos de las proveniencias más dispares, como son la Nekyia homérica (del libro XI de la Odisea), las creencias y doctrinas escatológicas etruscas, y, sobre todo, la tan antigua concepción suprasensible de los órficos, la cual habría influido posteriormente en las diferentes escuelas y doctrinas mistérícas, especialmente Eleusis (2). Esto en cuanto al fondo doctrinal, pero en sí mismo y como experiencia espiritual el viaje de Eneas constituye el relato simbólico, expresado en términos poéticos, de una Iniciación; en tal sentido, Bellessort afirma terminantemente que es una transposición poética libre de la iniciación a los misterios eleusinos (3). En efecto, la iniciación a los Misterios (de Eleusis u otros) era con frecuencia representada simbólicamente como un viaje que había de realizar el aspirante al adeptado, viaje en el cual había de superar sucesivos peligros, reales o simbólicos, verdaderas pruebas iniciáticas. Por otra parte, en el decurso narrativo del libro VI se hacen patentes determinadas situaciones, así como ritos y símbolos que apoyan la tesis según la cual se describe en él, más o menos veladamente, una autentica iniciacion a los Misterios. Siguiendo la tradición escatológica latina, Virgilio situa los inferi en una zona subterránea que hay debajo del lago Avernus, cerca de Pouzzoli, en la Campania y no lejos de su amada Nápoles. Eneas debe ser guiado en el viaje por la Sibila de Cumas, que reside en una gran caverna, la cual contiene un laberinto al que se entra por cien puertas, que se abren al comenzar los vaticinios. Para penetrar en el mundo suprasensible, simbólicamente configurado como un inmenso espacio subterráneo en forma de caverna, es preciso atravesar antes un espeso bosque y encontrar en él la rama dorada, símbolo que corresponde al ramo de los iniciados en Eleusis y que en el libro VI de la Eneida constituye una especie de pasaporte en el mundo de las sombras. Todos estos son claros símbolos y motivos iniciáticos, ya que en el simbolismo esotérico tradicional el lugar sagrado donde se efectúa, mediante el ritual apropiado, la iniciación, se configura como una caverna o gruta debajo de la superficie terrestre (inferus, de donde procede infierno por transposición demótica, que ha privado al término de su primordial sentido superior); el laberinto simboliza el largo camino a recorrer por el neófito y las pruebas iniciáticas que ha de superar, y el bosque, un bosque sacro, separa al iniciado, o al pretendiente a la iniciación, del mundo profano (4). Comienza Eneas asistiendo al vaticinio de la Sibila (versos 45-102), escena impresionante entre las que más de la Eneida. Luego, tras el pequeño intervalo de las exequias de Miseno, da comienzo, acompañado de la Sibila -verdadero psicopompo o "guía anímico"-, a la catábasis simbólica. En el recorrido de la primera parte  de los inferi -que, en su significación más profunda, constituye una recapitulación y superación de los estados existenciales inferiores o subhumanos, como estadio previo a la realización espiritual que supone la iniciación-, el héroe Eneas pasa sucesivamente todas las pruebas, representadas por los monstruos y entes mitológicos que, en realidad y desde un punto de vista metafísico, no son sino símbolos de las fuerzas psiquicas inferiores, tendentes a la disolución de la personalidad, el gran peligro que arrostra el aspirante al adeptado en todas las iniciaciones al recorrer psíquicamente, internamente, el mundo intermediario o sutil que enlaza el cosmos exterior, profano, con el dominio espiritual o trascendente, y durante cuyo trayecto se verifica en su ser una verdadera catharsis o eliminación purgativa de los elementos profanos aun adheridos a él.

Pasajes al parecer simplemente episódicos, como el muy notable del encuentro con la sombra de Dido (versos 450-476), encajan perfectamente y sirven de ilación como parte de la trama. Llega así Eneas al punto crucial de su decurso simbólico, verdadero itinerarium spiritualis: la bifurcación del camino (5). De un lado, el sombrío y horrísono Tartaro, simbolo del triunfo de las fuerzas psíquicas inferiores, con la subsiguiente disolución de la personalidad. De otro, un nuevo sendero simbólico conduce a los Campos Elíseos, nuevo grado o nivel dentro del mundo intermediario o "intramundo", superior en jerarquía ontológica al precedente. Es éste un hermoso mas extraño lugar, bañado por una luz indecisa, una "entreluz" que, no obstante, hace resplandecer los campos; mundo de imágenes, en él residen los Vates de la tradición grecolatina, Orfeo en lugar preeminente, lo que ha hecho afirmar a algunos exégetas la fundamentación órfica del Libro VI en su totalidad. Reina allí el ocio, todos los residentes se entregan a sus distracciones favoritas, música, canto, juegos, y fácilmente se aprecia que nos encontramos ante una transposición del tema de la Arcadia, o de su análoga la desaparecida edad de oro, ambos favoritos, como se ha visto, del genial mantuano, y que le obsesionaban continuamente. En ese mundo o "intramundo", Eneas y la Sibila ya no se encuentran "bajo la tierra", sino "flotando en el aire" -sic tota passim regione vagantur aeris in campis latis atque omnia lustrant, se expresa en los versos 886-887-. En tal insólita región tiene lugar el expresivo y conmovedor encuentro de Eneas y Anquises, con el cual Virgilio cierra el encendido elogio que ha venido haciendo, a lo largo de los seis primeros libros del poema, del amor -o, quizá mejor dicho, pietas- paterno-filial. Eneas intenta abrazar al padre, pero éste, mera imagen, se le escapa de los brazos por tres veces, "como un sueño" (versos 700-702), lo cual vuelve a evidenciar que nos hallamos en un mundo intermediario, esfera puramente psíquica o sutil, adimensional, o, cuando menos, de dimensiones diferentes a las físicas. Sigue un pasaje que puede considerarse como entre los que más hayan suscitado controversias en la entera obra virgiliana: la alusión que hace Virgilio a la palingenesia o transmigración. En un valle que rodea el rio Leteo, Anquises muestra a Eneas una inmensa multitud de extraña gente, que revoloteaban como abejas, y que serían, de acuerdo con la literalidad del texto, "las almas que han de volver, en nuevos cuerpos, a la existencia terrenal" (versos 703 y siguientes), después de cumplido el plazo de mil años y bebido el agua del Leteo, que hace olvidar las vidas pasadas. Anquises hace ver a Eneas la larga serie de almas que encarnarán nuevamente y serán miembros de su estirpe, como descendientes de él y fautores de la grandeza romana (versos 751-885), entre ellos Augusto, al que se hace una breve alusión (versos 791 y ss.). Finalmente, Eneas y la Sibila "regresan" de nuevo a este mundo exterior por la puerta de marfil de los Sueños, pasaje que, como el anterior, referente a la transmigración (6), comporta un evidente simbolismo más o menos esotérico, y ha dado lugar a múltiples interpretaciones (7).

Como el héroe protagonista de toda auténtica epopeya tradicional (8), Eneas regresa transformado, magnificado tras superar la tremenda aventura de su viaje iniciático al mundo trascendente. Aplicará las facultades de que ahora se halla investido, de consuno con la certidumbre que tiene de su misión, en la realización del designio que le ha señalado el supremo poder numinoso o "fatum", esto es, echar las raíces del poderío y grandeza de la futura Roma.

(1) Norden, E., Publius Vergilius Maro Aeneis Buch VI, Leipzig, 1920, págs. 6 y ss.
(2) Para el conocimiento de los Misterios de Eleusis, son fundamentales las obras de Foucart, Uxküll, y, sobre todo, V. Magnien.
(3) Bellesort, A., Virgilio, su obra y su tiempo, Madrid, 1965.
(4) Para todas estas cuestiones de simbolismo iniciático, ver especialmente W. F. Jackson Knight, Cumean Gates, a reference of the sixth Aeneid to Initiation Pattern, Oxford, 1936; René Guénon, Symboles fondamentaux de la Science Sacrée, París, 1962 (trad. española: Símbolos de la Ciencia Sagrada, Paidós, Barcelona, 1996); P. Gordon, L´image du monde dans l´Antiquité, París, 1949, y J. P. Bayard, Le Monde soutterrain, París, 1961.
(5) Esta bifurcación simbólica en el mundo suprasensible se halla en el Gorgias y en el mito de "Er", de Platón, y a ella hace alusión el símbolo de la Y pitagórica.
(6) La doctrina de la palingenesia o transmigración -a la que indebidamente se asimila la vulgar reencarnación- tal como es expuesta por Virgilio en el libro VI (versos 703-751), resulta aparentemente bastante compleja, por haber querido armonizar en ella diversas doctrinas escatológicas de origen órfico, pitagórico y de la tradición etrusca, así como de la helénica, que admite el doble destino suprasensible (Hades y Elíseo). En la interpretación más corrientemente admitida (Norden y otros autores), las almas, después de su separación del cuerpo respectivo, son sometidas a una purificación en el Averno o Hades por medio de uno de los elementos y luego son distribuidas por el Elíseo - que no es propiamente el Elíseo  helénico, morada de los héroes, seres superhumanizados, divinizados mediante la apoteosis-, según se dice en el verso 743 (exinde par amplum mittimur Elysium). Allí se verifica una distinción (versos 743-751). Unas almas, las en menor número,  permanecen establemente hasta que, concluido el giro del Gran Año cósmico (diez  mil años terrestres) readquieren su pureza Primitiva y se elevan a una región superior, etérea (purumque relinquit aetherium sensum atque aurai simplicis ignem, versos 746-747). Otras, en número mayor, deben permanecer en esa región (aeris in campis, verso 887), hasta que, despues de mil años, beben el agua del  Leteo y nacen en un nuevo cuerpo. Pero esta "reencarnación", así entendida, es una  concepción meramente popular y no tiene lugar en toda auténtica doctrina tradicional,cuyo núcleo intelectual es de esencia esotérica o metafísica. Así, hemos de entender que la explicación virgiliana, según se ha expuesto, es tan sólo simbólica. En la auténtica enseñanza superior de la tradición clásica se distingue cuidadosamente entre "ánima" (psyche) y spiritus (nous). El ánima no es subsistente "post mortem" sino por un determinado período o ciclo, más o menos amplio, transcurrido el cual se disuelve (segunda muerte) o se reintegra al espíritu, de naturaleza supraindividual. A este doble destino haría referencia sin duda Virgilio con los dos ciclos -cuya duración es simbólica, por otra parte, y no real-, y con las dos regiones descritas, la etérea o espiritual (v. 746-747) y la simbólicamente expresada como atmosférica (aeris in campis, v. 887), correspondiente al mundo intermediario o esfera sutil de todas las tradiciones.
(7) Para esta cuestión, es de capital importancia el libro de Highbarger, the Gates of Dreams, Baltimore, 1940.
(8) El héroe particular de cada epopeya es una manifestación, en determinado momento y ambiente espiritual, del Héroe arquetípico primordial y único. Véase Campbell, The hero with a thousand faces, Nueva York, 1948.




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