sábado, 21 de enero de 2017

LA IDENTIDAD DE LOS OPUESTOS


Y. P. Mei: La identidad de los opuestos

(ext. de Sources of Chinese Tradition, Nueva York, Theodore de Bary ed., 1960).

¿Por qué está el Tao viciado hasta el extremo de que sea preciso distinguir entre verdad y falsedad? ¿Por qué está el discurso viciado hasta el extremo de que sea preciso distinguir entre recto y erróneo?
¿Cómo puede partir el Tao y no estar ya aquí? ¿Y es que puede haber discurso que no sea apropiado? El Tao está viciado por culpa de las virtudes mezquinas. El discurso está viciado por culpa de la elocuencia florida. De ahí vienen las discusiones entre los con­fucianistas y los maoístas, negando unos lo que afirman los otros y afirmando unos lo que los otros niegan. Pero si hemos de decidir entre sus numerosas afirmaciones y negaciones, no hay nada mejor que emplear la luz de la razon.
Todas las cosas son su propia entidad; todas las cosas son distintas de cualquier otra cosa. La cosas no saben que son distintas de otras cosas; sólo saben que son ellas mismas. Así, se ha dicho que lo otro depende de la propia entidad, del mismo modo que la propia entidad depende de lo otro. Esta es la teoría de que la propia entidad y lo otro se originan mutuamente. Al mismo tiempo, donde hay vida también hay muerte, y donde hay muerte también hay vida; donde hay imposibilidad también hay posibilidad, y donde hay posibilidad también hay imposibilidad; porque existe la justicia también existe la injusticia, y porque existe la injusticia también existe la justicia. Siendo ésta la situación, los sabios no entienden las cosas a este nivel, sino que reflejan la luz de la naturaleza. En consecuencia, la propia entidad es también lo otro, y lo otro es también la propia entidad. Según lo otro, hay un tipo de justicia e injusticia, y según la propia entidad hay otro tipo de justicia e injusticia. Pero ¿existen realmente estas distinciones entre la propia entidad y lo otro, o es que no existen tales distinciones? Cuando la propia entidad y lo otro pierden su contrariedad, tene­mos la esencia misma del Tao. Sólo la esencia del Tao puede ocu­par el centro del círculo y desde allí dar respuesta a las infinitas opiniones que surgen de todos los lados. La afirmación [de la propia entidad] es una de estas infinitas opiniones; la negación [de lo otro] es otra. Por eso se ha dicho que no hay nada mejor que emplear la luz de la razón...

Lo posible es posible, lo imposible es imposible. Actúa el Tao y se siguen las cosas. Las cosas son lo que se dice que son. ¿Qué son? Son lo que son. ¿Qué es lo que no son? No son lo que no son. Todo es lo que es, y puede ser lo que puede ser. Nada hay que no sea algo, y nada hay que no pueda ser algo. En consecuencia, por ejemplo, una espiga y una columna, lo feo y lo bello, lo común y lo singular, lo decepcionante y lo extraño, todo puede ser, en su enorme variedad, reducido a una sola cosa unitaria por el Tao. La división de lo uno es la construcción de lo otro. A través de la construcción o a través de la destrucción, todas las cosas son redu­cidas finalmente a la unidad...

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