lunes, 5 de septiembre de 2016

EL TERCER SEXO (J. Evola)

                                                           *
CAPÍTULO III

EL TERCER SEXO

(J. EVOLA, L’Arco e la Clava, Milano, 1968, c. III.)

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No cabe ninguna duda que el aumento de la homosexualidad y lo avanzado de lo que ha llamado " tercer sexo " representan un fenómeno  característico de nuestra época, que se puede a constatar en Italia, pero igualmente también en otros lugares.

En lo que concierne a la homosexualidad o, más precisamente, a la pederastia, hay que poner de relieve ,como traza particular, que no se limita en absoluto, como es el caso para una gran parte, a ciertos medios de las clases superiores, los medios de artistas, de estetas, de aficionados decadentes de perversiones y de experiencias fuera de la norma, es un fenómeno que ha alcanzado igualmente a las " gentes simples " y las clases subalternas, estando sólo preservada la clase media en cierta medida.

No es este el lugar de profundizar en la cuestión de la homosexualidad como tal. Ya tuvimos la oportunidad, en una de nuestras obras (1), de estudiar sistemáticamente todas las formas posibles del eros, sin limitarnos a las formas "normales" y llevando incluso la atención sobrev  las que fueron propias de  otras épocas y en la esfera de otras civilizaciones. No obstante, en este libro prácticamente hemos pasado en silencio sobre la homosexualidad. El hecho es que' del concepto mismo de sexualidad, a pesar de ser en el sentido más más amplio y aparte de todo prejuicio social, no es fácil aclarar el fenómeno homosexual. Entra esencialmente en la "patología" en una acepción amplia y objetiva, que no se puede definir por oposición a lo que sería "sano" según las concepciones corrientes de la moral burguesa.  Nos acercaremos  sucintamente la cuestión, distinguiendo dos aspectos. El segundo nos reenviará al plano sociológico y, de cierta manera, a las mismas consideraciones que las del capítulo precedente.

En nuestra obra señalada más arriba hemos partido de la idea según la cual toda sexualidad "normal" deriva de estados psicofísicos suscitados por la oposición, como de dos polos magnéticos, de dos principios, el masculino y el femenino. Decimos masculino y femenino en lo absoluto, entendiendo por eso dos principios de orden metafísico, anteriores y superiores al plano biológico, principios que pueden estar presentes en grados muy variables entre los hombres como entre las mujeres. En efecto, en la realidad las mujeres y los hombres "absolutos" existen tan poco que el triángulo abstracto de la geometría pura. Se tiene al contrario seres en los cuales predomina la calidad hombre (los " hombres ") o la calidad mujer (las " mujeres "), sin que la otra cualidad esté por eso completamente ausente. La ley fundamental de la atracción sexual, ley ya presentida por Platon y Schopenhauer, luego exactamente formulada por Weininger, es que la atracción sexual bajo sus formas más típicas nace del encuentro de una mujer y de un hombre tales que la suma de las partes de feminidad y de masculinidad contenidas en cada uno da en total a un hombre absoluto y una mujer absoluta. Por poner un ejemplo, el hombre que tuviera tres cuartos hombre y un cuarto mujer encontraría su complemento sexual natural, por el que se sentirá atraído con un modo irresistible y magnético, en una mujer que tuviera tres cuartos mujer y un cuarto de hombre: porque entonces la suma estará justamente formada por un hombre absoluto y por una mujer absoluta, que se unen. Esta ley vale para todo erotismo intenso y profundo, elemental entre los sexos; no concierne a las formas debilitadas, mezcladas, burguesas o "solamente "ideales" y sentimentales del amor y de la sexualidad.
Entonces, esta ley permite también descubrir los casos en que la homosexualidad es comprensible y " natural ": son los casos en que el sexo, en los dos individuos que se encuentran, no está muy diferenciado. Tomemos, por ejemplo, a un hombre que no es "hombre" más que al 55 %, y "mujer" para el resto. Su complemento natural será un ser "mujer" al 55 % y "un hombre" al 45 %; pero tal ser, de hecho, se diferencia poco del hombre, y ya que se debe considerar no sólo solamente el sexo exterior, físico, sino  también (por no decir sobre todo) el sexo interior, este ser podrá justamente ser un “hombre”, lo mismo ocurrirá en el caso de la mujer. Se podría  hacer corresponder el concepto de " tercer sexo " a estas "sexualizaciones" poco diferenciadas, aunque se trate solamente, lo vemos, de casos- límites. Así quedarían claras la génesis y la base de las relaciones entre pederastas o entre lesbianas como fenómenos "naturales" que provendrían de una conformación innata particular y de la misma ley que,  con una conformación diferente, lleva  a las relaciones normales entre los sexos. En estos casos, pero en estos  casos solamente, estigmatizar la homosexualidad como una "corrupción" no tiene sentido (porque para seres como estos de quienes hablamos, las relaciones llamadas "naturales" no serían naturales, sino contrarias a su naturaleza); creer en la eficacia de una profilaxis cualquiera o terapia estaría también privada de sentido, si rechaza pensar (y esta negativa es razonable) que con medidas de este género se consiga modificar lo que en biología llama el biotipo, la constitución psicofísica congénita. Si se quiere formular un juicio moral frente al estado de hecho que corresponde a estos casos-límites, es sobre todo la pederastia la  que sería censurable, porque aquí uno de ambos compañeros el hombre como "persona" está degradado, está empleado sexualmente como una mujer. No es lo mismo en el caso de las lesbianas; si es verdad, así como lo decían los Antiguos, que tota mulier sexus, es decir si la sexualidad es el fundamento esencial de la naturaleza femenina, una relación entre dos mujeres no parece tan degradante: A condición de que no se trate aquí de la caricatura grotesca de una relación heterosexual normal, sino de dos mujeres igualmente femeninas, sin que una de ellas, masculinizada y degenerada, desempeñe el papel de hombre con respecto a su compañera.

Si este marco general no explica todos los casos de homosexualidad, esto es debido al hecho de que una gran parte de ellos entran en una categoría diferente, en una categoría de formas anormales en sentido específico, determinadas por factores extrínsecos, frente a los cuales el juicio debe ser diferente. Si se debiera dar una visión de conjunto del fenómeno tal como él presenta en la historia y en otros pueblos, deberíamos menudo en cuenta otro orden de consideraciones. Queremos decir que no se trata más de fenómenos explicables por la ley de la atracción sexual suscitada por una forma cualquiera de polaridad del principio masculino y del principio femenino (tomado en ellos mismos, abstracción hecha su dosificación variable entre las mujeres y los hombres vivos). Por ejemplo, la pederastia del mundo clásico  representa un fenómeno aparte. Sabemos que Platón ha buscado relacionarlo con el  factor estético. Pero, en este caso, es evidente que no se puede hablar más de una atracción erótica en el sentido estricto. Se trata, en efecto, del caso en que la facultad genérica de arrebato y de embriaguez que se despierta habitualmente, debido a la polaridad de los sexos, frente a un ser de sexo diferente, logra ser acelerada por otros objetos, que simplemente sirven de apoyo o de ocasión a esta facultad. Si bien Platón habló del eros como de una forma de " entusiasmo divino ", de manía, próxima a otras formas que no tienen que ver nada con sexo, y que se separa siempre más del plano corporal, por no decir incluso carnal. Establece en efecto una progresión en que el encantamiento y el eros despertados por un efebo representan sólo el grado más bajo - el encantamiento y el eros son suscitados en otros grados por la belleza espiritual  - antes de llegar a la idea de la belleza pura, abstracta y supra terrestre. Hasta que l punto tal " amor platónico " homosexual (que, a su nivel más bajo, no teniendo una mujer por objeto, sería "más "puro", no pudiendo tener evidentemente finalidades genésicas)  justificó verdaderamente la práctica efectiva de la pederastia antigua, es otra cuestión. En el caso del romanidad de la decadencia, está seguramente permitido no fiarse de eso.

La teoría platónica tuvo un equivalente en ciertos medios islámicos. Pero sería difícil de relacionarla con la pederastia  muy extendida,  por ejemplo, entre los turcos, hasta tal punto que en el ejército otomano (en el de ayer por lo menos: ver el caso relatado  por el coronel Lawrence) parece que la negativa del soldado de prestarse a los deseos de un superior hubiera tenido el sentido de una insubordinación. Por otra parte, en este caso parece haber actuado a veces otro factor, extraño a la sexualidad en sentido propio; en una confesión que nos ha sido relatada, era cuestión (siempre para Turquía) de la embriaguez suscitada en el pederasta activo de un " sentimiento de potencia ". Pero hay ahí algo poco claro, visto el número de formas en que una libido dominandi puede ser ejercida y satisfecha en unas relaciones normales con mujeres. La pederastia en Japón plantea un problema análogo.
En general, todos estos fenómenos no se explican como casos-límites de la ley, indicada más arriba, de la complementariedad sexual, porque la condición de un sexo poco diferenciado entre ambos compañeros está ausente. En una relación pederástica, uno de ambos individuos puede ser fuertemente viril, por ejemplo, (es decir con un alto porcentaje de la calidad "hombre"); es lo contrario de una relación entre dos representantes del  " tercer sexo " como forma intermediaria hibrida.

El fenómeno señalado más arriba de la diversión del eros que hace de allí posible el despertar fuera de las condiciones normales de la atracción sexual (la bipolaridad de los sexos, con el magnetismo relacionado) y, en cierto sentido también, el fenómenos de la  "deslocalización" del eros, su transferencia sobre un objeto diferente (fenómeno ampliamente verificado por el psicoanálisis), pueden pues valer como una explicación aditiva de la homosexualidad. Pero debemos añadir a eso otro orden de consideraciones.

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Hemos considerado precedentemente la constitución de los  individuos con respecto al sexo (su "sexualización", el grado diferente de su calidad hombre o mujer) como algo preformado y estable. Entonces, hay que introducir en cuestión el caso en que, por el contrario, ciertos cambios se vuelven posibles bajo el efecto de procesos regresivos, favorecidos eventualmente por las condiciones generales del medio, de la sociedad y de la civilización.

A título de premisa, es importante tener una idea más exacta del sexo, en los términos siguientes. El hecho de que solo excepcionalmente se sea hombre o mujer al cien por cien y que de que en cada  individuo subsisten residuos del otro sexo está en relación con otro hecho, bien conocido en biología, a saber que el embrión sexualmente no está diferenciado al principio que presenta en origen las características de ambos sexos. Es un proceso más tardío (a lo que parece, comienza a partir del quinto o del sexto mes de la gestación) el que produce el "sexualización": entonces las características de un sexo van a prevaler y a desarrollarse siempre más, las del otro sexo que se atrofian o pasan al estado latente (en el dominio puramente somático, se tiene como residuos del otro sexo los pezones en el hombre, y el clítoris en la mujer). Así, cuando el desarrollo se ha cumplido, el sexo de un individuo masculino o femenino debe ser considerado como el efecto de una fuerza predominante que imprime su propio sello, mientras que neutraliza y excluye las posibilidades originamente coexistentes del otro sexo, especialmente en el dominio corporal y fisiológico (en el dominio) psíquico, el margen de oscilación puede ser mucho más grande).

Entonces, está permitido pensar que este poder dominante del que depende el sexualización se debilite por regresión. Entonces, lo mismo que políticamente, a consecuencia del debilitamiento en la sociedad de toda autoridad central, las fuerzas de abajo, hasta entonces frenadas, pueden liberarse y reaparecer, también podemos verificar en el individuo una emergencia del caracteres latente del otro sexo y, en consecuencia, una bisexualidad tendencial. Nos encontraremos pues de nuevo frente a la condición de " tercer sexo ", y es evidente que un terreno particularmente favorable para el fenómeno homosexual estará presente. La condición, es un doblegamiento interior, una debilitación de la " forma interior " o, mejor, del poder que da forma y que no se manifiesta solamente en la sexualidad, sino que también en el carácter, en la personalidad, en el hecho de tener, como regla general, una " cara precisa”.

Entonces se puede comprender por qué el desarrollo de la homosexualidad misma entre las capas populares y eventualmente bajo formas endémicas es un signo de los tiempos, un fenómeno que entra lógicamente en conjunto de los fenómenos que hace que el mundo moderno se presenta como un mundo regresivo. Y somos reenviados así a las consideraciones formuladas en el capítulo precedente.

En una sociedad igualitaria y democratizada (con sentido amplio del término), en una sociedad en que no existen más ni castas, ni clases funcionales orgánicas, ni Órdenes; en una sociedad en que la "cultura" tiene como algo de nivelado, de extrínseco, de utilitario, y en que la tradición dejó de ser una fuerza formadora y viva; en una sociedad en que el pindárico " Sé tú mismo " se ha vuelto una frase desprovisto de sentido; en una sociedad en que tener del carácter es como un lujo que sólo el imbécil puede permitirse; mientras que la debilidad interior es la norma; en una sociedad, en fin, en que se ha confundido lo que puede estar por encima de las diferencias de raza, de pueblo y de nación con lo que efectivamente está debajo de todo esto y que tiene pues un carácter informal y híbrido - en tal sociedad actúan fuerzas que, a la larga, no pueden  no tener incidencia sobre la misma constitución de los individuos , con efecto de atacar todo lo que es típico y diferenciado, hasta en el dominio psicofísico.

La "democracia" no es un simple estado de hecho político y social; es un clima general que acaba por tener consecuencias regresivas sobre el plano existencial. En el dominio particular de los sexos, puede estar favorecido sin duda este doblegamiento inferior, este debilitamiento del poder interior sexualizador que, hemos dicho, es la condición del formación y de la propagación del " tercer sexo " y, con él, de numerosos casos de homosexualidad, según lo que las costumbres actuales nos presentan con un modo que no puede no chocar (2). Por otra parte, se tiene como consecuencia la banalización y barbarización visible de las relaciones sexuales normales entre los jóvenes de las últimas generaciones (a causa de la tensión menor debida a una polaridad aminorada). Incluso ciertos fenómenos extraños que, por lo que parece , eran muy raros precedentemente, los del cambio de sexo en el plano físico - hombres que se vuelven somáticamente mujeres, o viceversa- somos llevados a considerarlos según el mismo modelo-, y a llevarlos a causas idénticas: es como si las potencialidades del otro sexo contenidas en cada uno hubieran adquirido, en el clima general actual, una excepcional posibilidad de reaparición y de activación a causa del debilitamiento de la fuerza central que, hasta en el plano biológico, define el "tipo", hasta socavar y  cambiar el sexo del nacimiento.

En todo lo que hemos podido decir de convincente hasta aquí, hay que registrar solamente un signo de los tiempos y reconocer  la inanidad completa de toda medida represiva de base social, moralista y conformista. No se puede retener la arena que desliza entre los dedos, cualquiera que sea el esfuerzo que se quiera hacer. Habría que volver más bien al plano de las causas primeras, de donde todo el resto, en los diferentes dominios, incluido el de los fenómenos  considerados aquí, es sólo una consecuencia y actuar en este plano, producir allí un cambio esencial. Pero eso quiere decir que el comienzo de todo debería ser la superación  de la civilización y de las sociedades actuales, la restauración de un tipo de organización social diferenciada, orgánica, bien articulada gracias a la intervención de una fuerza central viva y formadora. Ahora una perspectiva de este género se parece cada vez más a una pura utopía a, porque es en la dirección exactamente opuesta en la que va hoy el "progreso", en todos los dominios. A los que, interiormente, no pertenecen y no quieren pertenecer a este mundo les queda pues solamente constatar las relaciones generales de causa a efecto que escapan a la tontería de nuestros contemporáneos y contemplar con tranquilidad todos los excrecencias que, según una lógica muy reconocible, florecen sobre el suelo de un mundo en plena descomposición.

(1) Metafísica del sexo, Pequeña Bibliothêque Payot, París, 1976.

(2) Esto está de acuerdo con el hecho que hoy, el aumento de las lesbianas es prácticamente despreciable con relación al de los pederastas; en efecto, según lo que Aristóteles ya había reconocido, es eminentemente "hombre" el portador del principio en que reposa la "forma". 

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