miércoles, 21 de septiembre de 2016

El culto del hombre (Abbé Henri Stéphane)


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TRATADO XIII.2   El culto del hombre

(Abbé Henri Stéphane 1907-1985, Introducción al esoterismo cristiano, Capítulo XIII  Subversión)

Entre las numerosas aberraciones de la mentalidad moderna, y los ídolos que ella venera - tales como la Ciencia, la Democracia, Progres, etc. - hay que poner en un lugar a parte al "culto" del hombre sea individual, sea colectivo, es decir de " la Humanidad " bajo su aspecto "más "cuantitativo", el más vulgar y más feo. Incapaz de venerar y de reconocer el " Dios hecho hombre ", la presente humanidad fabrica "dioses" a su talla, infinitamente más baja que los ídolos de la antigüedad clásica, que el cristianismo que nacía en los primeros siglos había conseguido barrer, mientras que el cristianismo agonizante del siglo XX  pacta, a menudo inconscientemente, con los de la gente moderna; llega incluso a asimilar el Cristo a uno u otro de esos " grandes hombres ", lo que es el peor de "insultos".
Una de las trazas más sorprendentes de la mentalidad moderna es esa falta de discernimiento, de sentido de las proporciones o simplemente de juicio, que hace ver un progreso lo que es en realidad sólo una decadencia profunda, y lo que impide darse cuenta del abismo que separa el mundo antiguo, incluso decadente, de la estupidez del mundo moderno. ¿Qué hay de común, por ejemplo, entre César o Alexandre y Stalin o Nasser, entre Pitágoras y Einstein, entre Platón y Hegel, entre Virgilio y Claudel? Que hay de común, con más razón, entre ¿ Moisés y León Blum, entre Salomón y Jules Ferry, entre David y Aristide Briand?
Este "culto" del hombre se encuentra por otra parte a todos los niveles, desde el sabio o el filósofo hasta la "estrella" de cine y al " campeón deportivo”. No insistiremos en la vulgaridad y la tontería demasiado evidentes de esta muchedumbre de individuos que se precipita sobre su pasto diario de periódicos, revistas, radio, televisión, y su pasto semanal de partidos, de películas, sin hablar de novelas policíacas, de toda una literatura abyecta y de toda clase de "ocio" que el progreso técnico pone en su disposición. Insistiremos más en un aspecto de esta " religión de la humanidad " que hace mucho más ilusión a un gran número de gente "cultivada" o " intelectuales” y esto debido a una pretendida ciencia (o " cultura ") cuya vanidad se les escapa completamente: queremos hablar estos " grandes sabios " que todo el mundo admira con ingenuidad y con una ignorancia casi total de lo que es verdaderamente  " la Ciencia ".
Plantearemos la cuestión del manera siguiente: ¿ de dónde  viene el hecho de que haya unos sabios - descreídos o no, poca importa- que pasan su existencia en "analizar" el mundo físico, en  cortar el " cosmos " en pequeños trozos, en examinarlo a de sus telescopios o sus microscopios, hasta no ver allí nada más, y a ensayar  luego " pseudo-síntesis ", donde intentan  reconstituir lo que han descompuesto, inventando teorías cada vez más complicadas, en perpetuo devenir o cambio , por medio de una red de abstracciones matemáticas que son una creación pura del espíritu?
Se trata pues en definitiva de un " juego del espíritu "; los sabios no son más que niños grandes que juegan con sus " spoutniks como los chiquillos juegan a las canicas. Pero respondamos a la cuestión que nos hemos planteado: ¿de dónde  viene este hecho? Simplemente de la impotencia metafísica o " contemplativa “, mística si se prefiere - de la inteligencia del hombre moderno,  que procura compensar esta incapacidad con la " investigación científica ", la investigación por sí misma, el arte por el arte. Incapaz de contemplar en un árbol su significado metafísico, el  biólogo lo corta en pequeños trozos , analiza su contenido, bautiza sus elementos con nombres sabios y complicados para asombrar al indocto , y enmascara así su ignorancia bajo un vocabulario ampuloso y grandilocuente. ¿Qué hace el astrónomo? Incapaz conocer el significado metafísico de los astros, se divierte midiendo las distancias, sus masas, sus velocidades, y pone todo esto en ecuaciones, para gran estupefacción del público.
Pero hay unas cosas todavía más extrañas: ¿qué hace el sabio teólogo, o el profesor de santas Escrituras? ¡ Incapaz  -salvo excepciones muy raras – de captar el contenido místico o metafísico del dogma o de las Escrituras Santas, ¡hace.. historia!  Trata de establecer una cronología bíblica, de situar los textos sagrados en su contexto histórico o geográfico de establecer la autenticidad de los Evangelios, etc.
Más extraña todavía es la actitud del sabio,  biólogo u otro, la que trata de edificar un tipo de " teología científica ", donde se esfuerza por hacer coincidir teorías científicas con los datos de la Revelación, acabando así en un tipo de monstruo puramente imaginario, la que no tiene que nada que ver con la verdadera teología.
Tales son los " grandes hombres " que el "culto" de la humanidad presenta a nuestra admiración. No sólo repugnamos tener la menor veneración por lo que no es más que impotencia, sino que vemos en este "culto" una tentativa verdadera de Satán por desviar del culto del verdadero Dios a toda una masa de ignorantes o de ingenuos incapaces de discernimiento. Afirmamos, en cambio, que el que es capaz de penetrar en los arcanos del mundo espiritual, de contemplar el "cosmos" en su significación "mística", el que ha  comprendido, por ejemplo, que todo árbol es una "participación" - o un símbolo - del Árbol de la vida, o de la Cruz del Cristo, que toda agua es una "participación" del Agua del Bautismo, del Agua sacada del lado de Cristo, Agua que brota del peñasco bajo la vara e Moisés, " Aguas primordiales " de Génesis,  " Agua viva " ¡ brotando hasta la vida eterna (Juan IV, 14), aquel  pues que es capaz de una tal visión espiritual e interior de las cosas, se desinteresa completamente del  agua en tanto compuesto de hidrógeno y oxígeno cuya masa molecular es igual a 18! Existe tal abismo entre " la ignorancia científica " y " el conocimiento místico ", que verdaderamente no vemos cómo se puede admirar a los " grandes hombres " que dedican su vida al servicio de la primera, incluso si creen todavía vagamente en el segundo.



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